James Dean

Veo desfilar los anuncios de neón de los night-clubs, de los bares y restaurantes de Sunset Boulevard, con la cabeza pegada a la ventanilla de su Porsche.

Conduce rápido, conoce como la palma de su mano esta parte de la ciudad que lleva a Beverly Hills, está en su casa, en su territorio, me dejo guiar.

Me vuelvo hacia él, no habla, fija la vista en la carretera; el cigarrillo se consume entre sus dedos.

¿Cuántos años tendrá? Menos de cuarenta, seguro. Se ve enseguida que es un tipo refinado. Viste un traje elegante, de buen corte, como suele decirse, probablemente muy caro, camisa con gemelos. Hasta ahora nunca había hablado con un tipo que gasta gemelos.

Me invitó a su casa y acepté sin vacilar, ¿por qué iba a dudar?

Entramos en su apartamento, en el que se había dejado todas las luces encendidas, supongo que no tiene problemas de pasta. El apartamento es muy grande, escasamente amueblado. Desde el ventanal se domina la ciudad.

Hay rosas y lirios en un jarrón. Sin embargo, salta a la vista que allí no vive ninguna mujer. Se da cuenta de que me he fijado en las flores. Me dice que le encantan las flores, que no puede pasarse sin ellas. No hago ningún comentario.

Hay libros de fotografías colocados de manera muy estudiada sobre los muebles. Parece un apasionado de la arquitectura, de las estatuas griegas. O está obsesionado con los torsos. Sí, está obsesionado con los torsos.

Sirve dos vasos de whisky y yo permanezco inmóvil, en medio del apartamento, sin saber qué hacer. Tiro mi cazadora de cuero en el sofá. Al coger el vaso que me ofrece, le rozo la mano. Le pregunto si puedo fumar.

Debe de pensar que soy muy torpe. Y él es distinguido. Es sobrio en sus gestos. Parece que está habituado. Sí, está habituado.

Me pregunta por mi trabajo en el aparcamiento, pero supongo que le importa un bledo, que me pregunta por educación, para llenar el silencio. Hay dulzura en su voz, es tranquilizadora.

Esta farsa de los buenos modales dura unos minutos. Y luego, poso mi vaso sobre la mesa de café, y le quito el suyo de las manos. Estoy cerca de él, lo miro fijamente y lo beso.

Mañana me despertaré entre hermosas sábanas.

¿Eso me convierte en un puto? Sí, quizás. Bueno, ¿y qué?