Brigada de Ingenieros del primer ejército de los dragones

[Don Perrin]

Estaba parando de llover. El sonido del agua salpicando en los charcos había ido convirtiéndose lentamente en un leve goteo. Poco a poco, diversas siluetas empezaron a emerger de los lugares para refugiarse que habían podido encontrar. Todos se quejaban de la humedad y buscaban en vano madera seca para quemar. Otra persona también buscaba el campamento.

—¿Kang? ¿Jefe de zapadores Kang? ¡Saca tus posaderas escamosas de aquí antes de que te persiga como a un perro! ¡Kang! ¡Kang!

Incapaz de creer que alguien lo estuviera buscando, un inmenso draconiano bozak salió lentamente de la tienda cuartel. Caminaba un poco encorvado y vestía una armadura de cuero labrado. La usual espada de filo curvo que llevaban casi todos los guerreros draconianos no colgaba de su cinturón. En su lugar, se apreciaba una pequeña daga y una cuerda enrollada.

—Yo soy Kang —refunfuñó—. ¿Qué es lo que quieres, humano?

—Para ti, jefe de zapadores, soy Rajak, segundo ayudante del gran Señor del Dragón Ariakas. Debes acompañarme a la tienda de mando. Vas a recibir órdenes para la próxima operación.

Kang se quedó atónito. Antes de que el draconiano pudiera hacer alguna pregunta, el oficial se giró y empezó a caminar penosamente por el camino enfangado. El chisporroteo de las hogueras del campamento se reflejaba débilmente en la coraza del hombre.

Encogiéndose de hombros, Kang lo siguió respetuosamente. El draconiano pesaba el doble y medía diez centímetros más que el humano, pero en su cabeza sólo había lugar para la obediencia, la fuerza vital del draconiano. Desde salió del cascarón, había dedicado toda su existencia a servir al gran Señor del Dragón y a obedecer sus órdenes.

Órdenes… La larga lengua de reptil de Kang chasquea de emoción. Al menos, después de todo aquel tiempo, por fin recibía órdenes…

Como jefe de zapadores, la tarea de Kang era entrenar mantener y dirigir un escuadrón de ingenieros draconianos. Hacía tres meses que se estaban entrenando y habían construido todo tipo de puentes imaginables. Sin embargo, nunca habían empleado sus capacidades en combate ni habían obtenido el reconocimiento y el respeto que Kang sabía que se merecían. Su escuadrón no había pasado el bautismo de fuego.

No es que no se hubieran construido puentes. Todo el continente de Ansalon estaba surcado por ríos y corrientes, y también lagos. Los puentes eran necesarios para facilitar el avance de las tropas terrestres y para transportar los suministros y equipamientos de asedio esenciales para el éxito continuado de una unidad de combate. Hasta el pasado año, el procedimiento usual era avisar al cuerpo de ingenieros draconianos para esa tarea.

Sin embargo, todo eso había cambiado desde que Golmitack, un Túnica Negra, y su pequeña banda de magos y druidas habían ganado el favor de Ariakas, Señor del Dragón. Golmitack alegaba que era mucho más eficiente dejar que los druidas calmaran las aguas y solidificaran los puntos de aproximación y que los hechiceros realizaran las estructuras con sus conjuros mágicos. Ariakas, también mago, había quedado impresionado por Golmitack y sus métodos deslumbrantes. Los ingenieros draconianos fueron relegados a vigilar la retaguardia, a hacer guardias, a realizar labores de cocina y a las letrinas.

Letrinas. Kang bufó enojado. Estaba harto de las letrinas.

Su escuadrón ora el único escuadrón de ingenieros que quedaba en todo el ejército de Dragones Rojos. El mando estaba a cargo de los mejores draconianos sivaks de los alrededores, y él un bozak, los dirigía. Sus tropas estaban preparadas y dispuestas desde hacía meses para hacer cualquier otra cosa que no fuera cavar esas zanjas infinitas…

Kang se sentía complacido de haber sido requerido para una reunión de órdenes, pero no podía dejar de preguntarse por qué. No tenía sentido. El avance del ejército de Dragones Rojos había sido detenido por una serie de defensas construidas a toda prisa por guerreros humanos y enanos a lo largo de la única parte vadeable del río. El grueso de las fuerzas humanas estaba amenazando el flanco derecho del ejército de los Dragones, y corrían rumores de que algunos Dragones Plateados apoyaban a los humanos.

Kang suponía que el Túnica Negra Golmitack idearía un método para derrotar las defensas o construiría un puente sobre el río; o quizás el jefe de escuadrilla Bartlett dirigiría a los Dragones Rojos del Señor del Dragón en una incursión destinada a destruir a los fastidiosos defensores. En resumen, los planes indicaban que los ingenieros draconianos tendrían que cavar más letrinas, y Kang no necesitaba que un general de división o un gran señor se lo explicara.

El segundo ayudante Rajak se paró delante de la gran tienda del cuartel general.

—Jefe de zapadores, espera aquí hasta que te llamen.

Kang gruñó en señal de agradecimiento. Rajak entró en la tienda. Al abrir la solapa de entrada, Kang pudo oír los gritos del acalorado debate que estaba teniendo lugar en el interior y se quedó allí quieto y confuso. ¿Cuál era el problema?

Aparentemente estaba a punto de averiguarlo. Rajak volvió a salir.

—Jefe de zapadores Kang eres requerido a entrar. Cuando entres, gira a la izquierda, sigue recto hasta llegar delante del mapa de batalla, saluda, y ponte frente al gran Señor. ¿Alguna pregunta? ¿No? Bien. Adelante.

El rango de jefe de zapadores estaba reconocido como un rango de oficial. Sin embargo, Kang no estaba acostumbrado a ser tratado como tal. Las tareas de cocina y las letrinas tendían a borrar el brillo de sus pasadores de metal. Se colocó bien la armadura y dio un rápido lengüetazo a las hebillas de sus guarniciones. Al entrar en la tienda, procedió según las instrucciones y saludó al gran Señor del Dragón.

—Jefe de zapadores Kang a vuestras órdenes, gran señor.

Ariakas era muy robusto para ser un humano. El rostro frío e inexpresivo del Señor del Dragón indicaba que era cruel, orgulloso y ambicioso. Kang, que sólo había visto a su comandante desde lejos, estaba bastante impresionado.

—Jefe de zapadores. —La voz de lord Ariakas retumbó por toda la tienda y, acalló todas las conversaciones—, ¿cómo estimarías la efectividad operativa de tu escuadrón de ingenieros en operaciones nocturnas?

Kang estaba pasmado. ¡Por la Reina! ¿Cómo iba a saberlo? Su escuadrón no había estado en combate desde hacía más de un año. No había forma de…

Al no recibir respuesta a su pregunta, lord Ariakas empezó a fruncir el ceño.

—¿Jefe de zapadores?

Kang respiró profundamente y respondió de la única forma que podía.

—Gran señor, estamos listos y a punto para combatir. Es un honor servir a un señor como vos…

Ariakas hizo un ademán de impaciencia con la mano.

—Sí, sí, muy bien. Ya basta de cumplidos y fanfarronadas. Necesito respuestas concretas y un plan para dentro de media hora. Como sabes, la construcción de puentes ha estado hasta ahora a cargo de los hechiceros y de los druidas. Pero ayer, y mediante poderosos conjuros mágicos, una patrulla de elfos tendió una emboscada y asesinó a nuestros dos druidas e hirió gravemente al hechicero Golmitack.

Kang intentó adoptar una expresión de profunda compasión y procuró que no se oyera el sonido de sus escamas tintineando de alegría.

—Tenemos que rodear esas malditas fortificaciones de los enanos. El ejército debe cruzar el río, flanquear las fortificaciones y destruir las defensas. Si no es así, seremos aplastados como bichos por los humanos cuando se introduzcan por nuestra derecha y ya no habrá forma de cruzar ese maldito río —prosiguió Ariakas.

El gran señor se acercó a grandes zancadas a un inmenso mapa de batalla que estaba extendido sobre una mesa de madera recia.

Diferentes tipos de señalizadores designaban al enemigo y a las unidades de tropas amigas, las fortificaciones y el terreno. Uno de los símbolos, el de un Dragón Plateado en el lado del enemigo, captó inmediatamente la atención del draconiano. ¿Dragones Plateados? ¿Sería posible?

La sangre de los draconianos suele ser fría, pero la de Kang estaba en ese momento más fría de lo normal. Por un momento, tuvo dificultades para seguir las palabras de Ariakas, aunque el draconiano recuperó la atención de golpe al oír una sola frase.

—Jefe de zapadores —dijo Ariakas—, necesito un puente. ¿Dónde lo pondrías?

Kang perdió el miedo y el respeto. Su piel escamosa se erizó de emoción. Ariakas estaba pidiendo a Kang que emprendiera su bautismo de fuego, su primera oportunidad desde que era oficial. Kang estudió el mapa atentamente y la respuesta le resultó obvia.

—Aquí, gran señor. Yo construiría un puente flotante de un solo carril aquí.

Kang señaló una de las partes más anchas y profundas del río situada corriente abajo, más allá de las defensas enemigas.

Ariakas refunfuñó disgustado.

—¿Aquí? Jefe de zapadores, incluso teniendo en cuenta tu condición de draconiano, eres un idiota…

El gran Señor del Dragón hizo una pausa. Con la mano se frotaba la barbilla cubierta por una barba oscura de varios días. Poco a poco, en el rostro del gran Señor del Dragón se empezó a dibujar una mueca que se convirtió en una risita.

—Ya veo cuál es tu plan.

Kang respiró aliviado.

—Si me permitís dar más detalles, gran señor, yo construiría el puente corriente abajo, en la parte más ancha y más profunda del río. En primer lugar porque sería más fácil cruzarlo en aguas más tranquilas, y en segundo lugar porque nadie en su sano juicio pondría un puente allí y, por tanto, la seguridad y la discreción quedarían aseguradas. Cuando el grueso de nuestra infantería haya cruzado, ensancharemos el puente para que quepan las máquinas de asedio y las caravanas de carros.

Ariakas asintió.

—¿Qué hay de los materiales para construir el puente?

Las escamas de la espalda del draconiano se pusieron rígidas y luego volvieron a su estado natural, cada una alineada con la siguiente. Ésa era una reacción típica de los draconianos ante la tensión y el nerviosismo.

—Gran señor, el bosque de los alrededores nos servirá tanto para ocultar la construcción como para obtener los materiales. Podemos emplear los árboles grandes para los pontones subterráneos y los pequeños para disponer un camino de tablas. Los árboles largos y delgados pueden servir de vigas para unir los pontones. El escuadrón tardará tres días en tener los materiales a punto para construir el puente flotante, mi lord.

Ariakas sonrió.

—Tienes tiempo hasta mañana por la noche, jefe de zapadores. Ese puente estará levantado antes de que salga el sol el próximo día.

Las escamas del jefe de zapadores Kang se ajustaron con un chasquido fuerte.

—Entonces, necesitaré más hombres, gran señor…

—Imposible. No puedo cederte más hombres para ayudaros en la construcción. La desaparición de tropas en el terraplén alertaría al enemigo de nuestro… de mi plan. —Ariakas se dio la vuelta—. Jefe de escuadrilla Bartlett, vuestra escuadrilla de dragones permanecerá en tierra hasta que el puente esté levantado, excepto en caso de misiones de interceptación. No quiero que los jinetes de los Dragones Plateados puedan observar la construcción del puente. ¿Entendido?

Kang había estado tan atemorizado y nervioso que hasta ese momento no se dio cuenta de que estaban presentes otros oficiales. Al mirar, distinguió a tres generales de división, cada uno con su estado mayor, a diversos ayudantes del gran señor, y a otros especialistas y guardianes. La tienda estaba repleta de oficiales superiores.

Ariakas continuó dando órdenes. Kang permaneció quieto y en silencio como un poste de bronce cubierto de escamas.

_Jete de zapadores, puedes retirarte. Empieza a trabajar enseguida. ¡Ah!, y a partir de ahora, asistirás a todas las reuniones de planificación.

—¡Gloria a nuestra Reina de la Oscuridad, gran señor! —dijo Kang saludando.

—Por la Reina —contestó Ariakas con gesto ausente.

Kang se dirigió a toda prisa por el camino de fango hasta la tienda cuartel de su escuadrón. Al levantar la solapa de la entrada, se quedó parado un instante saboreando el momento: con dos palabras iba a dar su primera orden real de combate. Para eso le habían incubado.

Entró en la tienda en silencio y saludó educadamente al centinela con un movimiento de cabeza. Apoyó las manos en su cinturón de cuero, inspiró fuertemente y gritó:

—¡Eeeen pieeee!

Por primera vez en toda su existencia se encontraba en su elemento. ¡Era su derecho desde que salió del huevo!

—¡Salid de la cama, pandilla de vagos! ¡Moveos! ¡En pie, bastardos perezosos! Os quiero afuera formados dentro de tres minutos, con chaleco y casco de combate, y equipo de construcción completo. ¡Vamos a trabajar! ¡Moveos!

Esta última orden causó sensación entre los draconianos. ¿Equipo de construcción completo? Eso sólo se necesitaba para construir puentes, puentes de verdad. El tiempo no estaba para hacer maniobras.

El escuadrón formó filas y aún le sobraron veinte segundos. Iban a ir a la guerra. Estaban de nuevo en la lucha.

Kang los miró uno por uno.

—Bien. Escuchad. Los jefes de tropa me informarán dentro de veinte minutos. El resto, desempolvad vuestras herramientas y planos de construcción. El jefe de reconocimiento me informará ahora. El resto, ¡retiraos!

Cornos, jefe de la Tropa de Reconocimiento, se acercó perplejo.

Kang se lo llevó a un lado.

—Jefe de Reconocimiento, quiero que tú y tu tropa busquéis un buen lugar corriente abajo donde el río sea ancho y las aguas estén calmadas. Sí, ya sabes lo que quiero decir. El escuadrón llegará dentro de tres horas. Quiero que marques árboles para tablaje, pontones y vigas y que indiques un lugar para pasar la noche, y quiero que encendáis una hoguera, que no eche humo, bien oculta de la orilla opuesta, y al menos un gran roedor asándose para cuando yo llegue. ¿Está claro? Bien, en marcha.

La zona era un hervidero de actividad. Todos los miembros del escuadrón de ingenieros eran conscientes de la importancia de la empresa que iban a acometer. Todos saltaron de emoción ante la posibilidad de demostrar sus aptitudes ante los ojos de su superior.

El escuadrón de ingenieros estaba organizado en grupos de veinte sivaks y un bozak. Los sivaks aportaban la fuerza muscular necesaria para las operaciones de construcción. El bozak actuaba como jefe de tropa y el sivak superior como su suboficial. Su labor principal era la construcción de las partes y luego el ensamblaje de dichas partes para formar el puente.

El pelotón de Apoyo, que consistía en prácticamente la misma proporción de draconianos, fabricaba las herramientas, y era especialista en cavar las vías de aproximación al puente. La tropa de reconocimiento, o «reco», era la responsable de elegir el lugar exacto para situar el puente, marcar los árboles necesarios para la construcción, y defender el lugar durante los trabajos. También había en esa tropa algunos baazs, ya que la necesidad de malgastar draconianos de calidad superior como centinelas o cocineros era nula. Como rezaba el dicho: «si había alguna tarea vulgar, mejor dejar que la hiciera un baaz».

La tropa de reconocimiento también tenía a su cargo la no tan envidiable tarea de acceder a la orilla opuesta del río durante el ensamblaje del puente. Eso solía ser, tal como constaba en los pergaminos aprendidos, una misión suicida.

Kang mantuvo su propia reunión de órdenes con sus jefes de tropa dentro de la tienda cuartel. En el escuadrón nunca se había respirado tanta emoción ni tan buen ánimo. Kang no tenía que insistir en la importancia de la operación. Si tenían éxito, no sólo serían cubiertos de gloria, sino que lord Ariakas quizás acabaría despidiendo a esos furtivos Túnicas Negras y a los druidas que siempre andaban colgados de los árboles.

Cuando hubo dado las órdenes, los jefes de tropa volvieron a sus preparativos. Kang se apartó un poco con su suboficial, un inmenso sivak.

—Slith, esto es lo que hay. Vamos a construir un condenado puente y hay que aprovechar todo el maldito día. Por eso quiero que tú, como segundo al mando, seas disciplinado y mantengas a esos sapos a raya. Así es como vamos a hacerlo. Quiero que las tropas nos miren y digan «ese Slith es un pobre bastardo de dragón, pero el jefe de zapadores Kang, ése es buen tipo». ¿Captas mi idea? Cuando haya que elogiarlos o darles ánimo, yo me encargo. Cuando haya que dar algún latigazo, o machacar alguna cabeza, tú entras en juego. ¿Qué te parece?

Slith sólo llevaba un mes como suboficial de Kang, aunque había sido un buen mes. Slith había demostrado ser más brillante que la mayoría de sivaks y despiadado cuando había que aplicar la ley. Probablemente, nunca conseguiría ser oficial, pero era un buen suboficial.

Los tensos labios de cartílago de Slith se abrieron por encima de dos líneas de dientes afilados como navajas.

—Estoy de acuerdo con el plan, jefe de zapadores. Mi única petición —y sus pupilas se empequeñecieron al calibrar el efecto que sus próximas palabras causarían en su oficial— es que me dejéis dirigir la sección de acceso al lado opuesto.

Kang quedó complacido con la petición. Slith estaba ansioso de demostrar sus aptitudes. Solicitaba la posición más peligrosa, es decir, defender el lado del río que estaba en manos enemigas.

Kang dio unas palmaditas en el huesudo hombro del sivak.

—No tengo que recordarte que quizá no regreses jamás por ese puente.

Slith sonrió aún más mostrando sus dientes.

Kang asintió:

—El honor es tuyo.

Justo cuando el sol se alzaba por encima de las verdes colinas que rodeaban el valle, el escuadrón de ingenieros llegaba en pleno a su destino. Se movían con el debido cuidado y sigilo por la maleza. Estaban fuera del perímetro defensivo del ejército de los Dragones, lo que significaba que se encontraban en Territorio enemigo. Pero en aquel momento, a Kang le preocupaba más el sol que los elfos, o incluso que los Dragones Plateados. Bajo los árboles todavía estaba oscuro aunque Kang ya percibía que el día iba a ser muy caluroso.

Los draconianos, nacidos de huevos de dragones corrompidos por la magia, son de sangre fría y pueden adaptar su temperatura corporal a la ambiental. Sin embargo, esa primavera había hecho un calor inusual y, bajo los árboles, cuando la temperatura era alta, el calor era sofocante. Algunos draconianos no podían adaptarse del todo. Era fácil distinguir si uno de ellos estaba agotado por el cansancio o había sufrido una hipotermia. Kang extendió las escamas de la espalda para que circulara el aire, tensó la piel de la cara y abrió la boca para refrescarse.

Temía que sus tropas no fueran capaces de llevar a cabo la ardua tarea con ese calor y no disponía de flexibilidad horaria para permitirse un retraso. Sin embargo, pensó que todos los draconianos de esa unidad estaban tan excitados ante la inminente empresa como él y que, probablemente, se estaba preocupando en vano.

Al caer la tarde, los golpes de las hachas y el martilleo de los mazos de madera sobre los extremos de los postes sonaban como música celestial en los oídos de Kang. Estaba empezando a tararear una canción, cuando de repente se preguntó qué pasaría si lord Ariakas encontraba al jefe de zapadores cantando. Las escamas de Kang chasquearon sólo de pensarlo.

Kang pasó por delante de Slith y decidió ir a supervisar el trabajo.

La primera tropa estaba en pleno bosque cortando pinos altos y rectos. Los que debían ser talados estaban marcados en el tronco con una señal doble y brillante que habían hecho los miembros de la tropa de reconocimiento al llegar. Hacían caer los árboles y luego cortaban las ramas; sólo dejaban el largo tronco. Ésos iban a ser los raíles del puente que conectarían los pontones.

Kang observaba cómo trabajaban sus hombres cuando de repente se oyó un seco y fuerte zumbido.

El jefe de zapadores se tiró al suelo y se cubrió. El árbol situado a su derecha había explotado virtualmente por el impacto de… ¿de qué?

Los trabajos cesaron inmediatamente. Con sus armaduras de cuero, los draconianos eran prácticamente invisibles en densa maleza. Nadie se movía, no se oía ni un ruido. Kang se arrastró por el suelo para examinar el árbol, que se había partido justo por el centro a unos dos metros del suelo. Echó un vistazo a la parte superior del árbol, luego miró abajo y finalmente examinó la base. Allí estaba la respuesta. Cerca del tronco había una punta de saeta plateada, con el asta rota. Casi se podía oler la magia procedente del astil. Se trataba de una flecha de elfo, lo que significaba que…

—¡Slith, mira esto! —siseó Kang—. Hay un maldito elfo por aquí. ¿Le ves?

Slith se movió lentamente, como una serpiente, en la dirección del tiro. No respondió ni emitió sonido alguno, pero el sivak había proporcionado a Kang todas las respuestas necesarias.

El jefe de zapadores se giró hacia la izquierda rodando sobre el suelo, se acurrucó y se alejó corriendo agazapado por el bosque.

—De ningún modo voy a permitir que una fierecilla del bosque con orejas puntiagudas eche a perder mi primera orden de combate —murmuró Kang.

Al rodear un gran árbol de hoja caduca, se percató de algo que se movía. Sacó su daga, pero luego, maldiciendo, la volvió a enfundar. No tenía nada que hacer con una daga si se enfrentaba a un elfo guerrero bien armado.

Kang vio que era Slith el que se movía y respiró aliviado. Al ver a Kang, el suboficial se aproximó a un arbusto que había sobre un montículo. El maldito elfo tenía que estar allí escondido. Slith le indicó por señas a Kang que hiciera salir al elfo para que el sivak pudiera embestir al enemigo por detrás.

Kang asintió. Aunque solía emplear la magia, sólo había tenido tiempo de memorizar un hechizo antes de que le interrumpieran para la reunión de órdenes. Ahora era el momento de poner en práctica el hechizo.

Kang se puso de pie e hizo crujir la maleza. El elfo lo localizó fácilmente y, con otro tiro, obligó al draconiano a tumbarse sobre el suelo. Una segunda flecha se había clavado en el grueso tronco de un árbol cercano.

Kang rodeó una roca y desde allí divisó al elfo. La criatura vestía un jubón, pantalones verdes, y botas de cuero. Una coraza de fina malla le cubría el torso. En un costado llevaba una espada corta y agarraba con la mano un arco élfico bellamente adornado. El elfo cargó el arco y apuntó con un movimiento rápido y grácil.

Kang pronunció su hechizo. El bosque se encendió como una hoguera de los festivales por el dios de la muerte Chemosh. El elfo se quedó momentáneamente perplejo, pero enseguida recuperó la compostura y se preparó para enviar al draconiano ante su Reina.

Entonces, Slith se levantó por detrás del elfo y lo golpeó.

El rostro del elfo se crispó en un gesto conmocionado y, poco a poco, soltó el arco y cayó al suelo con un último gruñido.

Kang se acercó para felicitar a Slith, pero éste había desaparecido. Detrás del elfo muerto había un segundo elfo exactamente igual al primero, excepto que en la mano llevaba una daga de draconiano cubierta de sangre.

—¡Siempre había querido hacer esto! —exclamó Slith, el «elfo».

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvieron en combate que Kang había olvidado que los draconianos sivaks tenían el poder de adoptar la forma de la criatura que acababan de matar. Todos los draconianos poseían ciertos dones especiales adquiridos de su Reina. Un draconiano podía infligir daños graves en el enemigo incluso al morir. Kang estaba particularmente orgulloso de esto último, ya que así, cuando fuera el momento de volver con su Reina, los huesos le explotarían causando daños considerables en su asesino. El cuerpo de un sivak era capaz de adoptar la apariencia de aquel que le había matado, mientras que un sivak victorioso podía cambiar su aspecto por el de su víctima, acobardando de esta forma a todos los enemigos que se cruzaban con la figura del amigo al que creían muerto. Hasta los humildes baazs podían convertirse en piedra y atrapar el arma del enemigo dentro de su propio cuerpo, lo que dificultaba enormemente la capacidad del contrario para continuar luchando.

Kang soltó un suspiro de alivio poco digno. Se acercó a su amigo y le cogió por el hombro.

—Buen trabajo, Slith. Por un segundo pensé que me iba directo al Abismo. Maldita sea, me has dado un buen susto al ver que eras igual que ese condenado elfo.

Slith sonrió por el elogio.

—Señor, puede que el grupo estuviera compuesto por más de un elfo, y yo soy el engreído gallito que va a encontrarlos. ¿Acaso no parezco uno de esos tontos?

Kang se rio de buena gana.

—Sí, sí, anda, ve y atrápalos. Cuando termines de divertirte, ya te veré con tu aspecto normal en el campamento. Si no estás de vuelta al anochecer, enviaré a Cornos con la tropa de reconocimiento a que tomen el otro lado del río.

Slith, el «elfo», limpió la daga ensangrentada en la espalda de su víctima y se adentró de puntillas en el bosque.

Kang regresó a toda prisa con la tropa de ingenieros. Éstos habían reanudado el trabajo, pero estaban intranquilos. Los bastardos se paraban continuamente a observar los alrededores. A ese ritmo iban a tardar seis meses en construir el maldito puente.

Con una expresión severa, Kang se dirigió a grandes pasos al jefe de tropa.

—Por el Abismo, ¿dónde están tus centinelas, Gloth?

Gloth, el oficial al cargo, brincaba nerviosamente. Sus ojos, a la altura de los hombros de Kang, miraban excitados de un lado a otro ante la inmensa figura del jefe de zapadores. El leve chasquido de sus escamas alineándose era lo único que le faltaba oír a Kang.

—¡No me digas que estás asustado por un orejas puntiagudas, llorica! ¡Cálmate y relaja tu cuerpo vago y perezoso! ¡He visto a dragoncillos recién salidos del huevo mucho más valientes que tú! ¡Por el amor de la Reina, será mejor que intentes recuperar la sangre fría o te pondré a guardar prisioneros kenders cuando volvamos al campamento base! Y ahora, ¿dónde demonios están tus malditos centinelas?

Los ojos de Gloth se movían a toda prisa de un lado a otro.

—¡Señor, me dijisteis que tenía catorce horas para hacer un trabajo de tres días! En estas circunstancias, no puedo destinar a ninguno de mis ingenieros como centinela.

Ahora que estaba a solas con el oficial, Kang tenía que reconstruir la imagen usual de jefe de zapadores ante Gloth así que, suavizó su voz, se llevó al draconiano aparte y puso la mano sobre el tembloroso hombro.

—Escucha, Gloth, sé que la tarea es dura, mucho más dura que nunca, pero ésta es nuestra batalla, nuestro puente. Tienes que hacer milagros, y la tropa espera que los hagas. Transmíteles tu ánimo y tu espíritu de lucha y los milagros vendrán solos. Sé que puedes hacerlo. ¿Recuerdas nuestra lucha de garrotes?

Gloth respiró aliviado, probablemente por primera vez desde que la flecha había dado en el árbol. Durante aquel combate de palos, el oficial había atacado a Kang con tal ferocidad que éste estaba seguro de que Gloth estaría al mando algún día. Esa furia era innata en él y ahora empezaba a mostrarla nuevamente.

—Sí, señor —dijo Gloth irguiéndose—. Esto no va a repetirse, señor, y estaremos listos para el ensamblaje del puente esta tarde. También estaremos alerta por si algún otro elfo enseña su fea cara en el bosque otra vez. —No era brillante, pero tenía la energía de dos draconianos juntos.

Después de saludar, Gloth se retiró y regresó con su tropa.

Kang se había visto obligado a interpretar tanto el papel del draconiano malo como el de draconiano bueno en esa confrontación, pero no había otro remedio. Sería mejor que diera un vistazo al resto de tropas. Gloth le había recordado el maldito plazo límite.

Kang estaba empezando a preocuparse.

Slith iba recorriendo el bosque con desenvoltura. Se movía deliberadamente por los claros para que sus «camaradas» elfos pudieran verlo y localizarlo. Acababa de dar la vuelta por una curva del sendero cuando una mano robusta lo agarró del brazo, lo arrastró fuera del camino y lo lanzó al suelo.

Miró hacia arriba. Sobre él se erguían dos elfos, ambos vestidos igual que él.

—¡Eh, cuidado, amigos! Soy un ello delicado. Me vais a magullar. Sed amables —dijo Slith hablando en Común e intentando parecer un elfo de verdad. Levantó una mano—. Venga, ayudadme a levantarme. Creo que me he torcido el tobillo.

¿Glthgbhe bhee thghdedd bllah?

Los dos elfos seguían allí parados mirando, chapurreando entre ellos esa jerga propia tan extraña.

Los muy estúpidos y engreídos… ¿Por qué no podían hablar un idioma inteligible como el resto del mundo? Slith no cenia ni idea de lo que el tonto de orejas puntiagudas estaba diciendo.

—¡Oh, sí, sí, desde luego! —respondió de nuevo en Común.

El elfo miró a Slith con cautela, pero le ayudó a levantarse.

Una vez de pie, Slith sacó rápidamente su daga, la clavó en el estómago del elfo y empujó hacia arriba. La sangre salió a borbotones mientras el otro elfo miraba perplejo.

Inmediatamente, Slith había mutado adoptando la forma del elfo agonizante y se giró hacia el otro elfo vivo. Éste soltó su arco y cogió una espada corta, pero Slith le golpeó con el puño en plena cara y, simultáneamente, se transformó de nuevo en el draconiano que era.

La mueca de incredulidad del rostro del elfo era ridícula, y Slith no pudo evitar reírse mientras retorcía el cuello del elfo, que acabó rompiendo. El cuerpo sin vida cayó al suelo.

Slith mutó de nuevo, esta vez adoptando la forma del segundo elfo, que resultó ser una hembra. Slith estaba entusiasmado. Las cosas estaban yendo sobre ruedas. Si todo seguía así, al anochecer habría acabado con todos los elfos de esa parte del mundo.

Eso le dio una idea. ¡Podía cruzar el río nadando con ese aspecto y despejar el lado opuesto del enemigo! Era perfecto. Cuando hubiera acabado, estaría en la posición adecuada para tomar de nuevo el mando del pelotón de defensa. ¡Era una idea brillante!

Esa noche, la puesta de sol fue una de las imágenes más fantásticas y preciosas que Kang había visto jamás. El cielo adquirió el color de la sangre en el horizonte. Todos los draconianos interrumpieron su arduo trabajo y se deleitaron con la vista. Era un presagio de la batalla inminente.

Pero justo cuando Kang estaba experimentando esa magnífica sensación, distinguió algo que volaba en el horizonte Estaba demasiado lejos para identificarlo, pero el draconiano sabía, por la agitación que le corría en las venas y que le hizo un nudo en el estómago, lo que era: un Dragón Plateado.

Los draconianos habían «nacido» de huevos de Dragones Plateados, Dorados, y de otros dragones que estaban al servicio de Paladine, el dios de esa estupidez de la justicia y del Bien. La magia negra y los hechizos perversos habían alterado los huevos de dragón y habían convertido a los débiles embriones en luchadores fuertes y poderosos como Kang.

El jefe de zapadores odiaba y temía a los Dragones Plateados, y el draconiano sabía que los sentimientos eran mutuos.

Decidió romper aquel pavoroso silencio dando órdenes a gritos:

—¡Los jefes de tropa deberán informarme dentro de quince minutos!

Todos siguieron trabajando. El río tenía una anchura de más de tres metros en ese punto, por lo que trasladar a la tropa de reconocimiento a través de las aguas iba a ser un problema. La distancia era demasiado grande para que un baaz pudiera volar hasta el otro lado, y la corriente demasiado fuerte, por lo que cruzar a nado era casi imposible. Kang no quería que la mitad de sus subordinados fueran arrastrados por la corriente. Los jefes de tropa llegaron a la tienda de mando uno por uno antes de que transcurriera el plazo de quince minutos. Todos señalaron sus mapas según el mapa principal que Kang había clavado en un tronco e incorporaron los cambios realizados. Ése era el ritual en el ejército de los Dragones. Uno llegaba con tiempo al lugar donde debía recibir órdenes, marcaba el mapa, se servía un plato de gachas calientes en la zona de acampada y esperaba a que se convocara la reunión para recibir las órdenes.

Los jefes de tropa hablaban entre sí, comentaban sus progresos y ultimaban los detalles. Kang se aclaró la garganta.

Cuando el jefe de zapadores se colocó en su puesto delante de la tienda, todos se levantaron. Normalmente, el suboficial debía solicitar la atención de los asistentes, pero Slith aún no había regresado.

—¡Tranquilos, voy a ser breve! He visitado todas las tropas y estoy complacido con los progresos. Quiero que todas las secciones del puente queden ensambladas aquí, en el claro, dos horas después de medianoche. La tropa de reconocimiento cruzará a las doce de la noche. Cornos, ¿cuál crees que es la mejor forma de cruzar?

Cornos se quedó pensando unos instantes.

—Señor, ¿por qué no atamos una fina cuerda como señal a una balista y la lanzamos al otro lado del río? Si se engancha, podemos cruzar a nado siguiendo la cuerda. Si no, cruzaremos vadeando y esperaremos que ocurra lo mejor.

—Bien. Me gusta. Preparad la ballesta veinte minutos antes de partir. Avisadme. Ahora me retiraré a descansar un rato y a memorizar hechizos. Vamos por ello, y que la cólera de la Reina se desate sobre los que lleguen tarde.

Todos abandonaron la tienda y Kang se quedó solo. Una antorcha iluminaba el interior. El jefe de zapadores sacó una correa de cuero gastado de un hueco de su cinturón y rítmicamente se la fue enrollando y desenrollando en la mano. Intentaba caer en trance murmurando los antiguos conjuros para pedir la bendición de la Reina de la Oscuridad y el cumplimiento de los hechizos.

En realidad, memorizar hechizos era un hábito inadecuado que procedía de la costumbre humana de leer y aprender de memoria los hechizos de un libro. De hecho, la magia que empleaban los draconianos se parecía más a la que practicaban los antiguos clérigos, que veían asegurados sus conjuros por la gracia de sus dioses. Para los profanos, la magia de los draconianos bozaks era como una habilidad innata, pero los bozaks sabían que su magia era un regalo de la propia Reina.

Unos golpes en el poste de la tienda arrancaron a Kang de su estado de trance.

—¿Qué ocurre?

—Señor, es casi medianoche y me ordenasteis que os despertara —respondió su centinela.

—¿Medianoche? ¿Ya?

Obviamente, Kang estaba más cansado de lo que pensaba. Sin embargo, había conseguido memorizar una serie completa de hechizos. La Reina había percibido su necesidad y le había concedido todo lo que le había pedido.

Al salir de la tienda, se giró hacia el centinela.

—¿Alguna noticia del suboficial Slith?

—Ninguna, señor. Nadie lo ha visto desde esta tarde. Kang caminó hacia el claro. La oscuridad no representaba ningún problema para él. Todos los draconianos podían ver perfectamente por la noche gracias a su capacidad de ultra visión. Tres oficiales se acercaron al jefe de zapadores en cuanto apareció. Dos de ellos eran draconianos del escuadrón de ingenieros, y el otro, un humano.

—Buenas noches, segundo ayudante Rajak. Espero que el gran señor esté bien.

—Muy bien, jefe de zapadores Kang. Lord Ariakas desea un informe de los avances.

—Siguiendo sus órdenes, el puente estará listo justo antes de que salga el sol. También hemos matado a un elfo explorador. He enviado a mi suboficial para que se ocupe del resto del grupo. Por lo tanto, supongo que los enemigos no tienen noticia alguna de nuestros avances. La tropa de reconocimiento desembarcará en el lado opuesto del río dentro de unos minutos y el ensamblaje del puente empezará dentro de dos horas. Durante el ensamblaje, tendría que solicitar al Señor del Dragón que vuelva a desplegar a una parte de la infantería de ataque en esa zona. Cuando empecemos, no podré destinar ningún ingeniero a trabajos de vigilancia y, desde luego, el ruido va a convertir la zona en un lugar peligroso.

Rajak asintió.

—Transmitiré tu informe al Señor del Dragón. Tendréis a las tropas para cubrir vuestro avance por detrás del claro dentro de aproximadamente una hora. Cuando el puente quede abierto, conduciré a nuestras fuerzas hasta el otro lado.

El ayudante segundo partió. Kang se dirigió a los otros dos oficiales, Gloth y Cornos.

—Cornos, ¿está preparada la balista?

—Sí, señor, pero no hay forma de apuntar con precisión en la oscuridad. —Ni los mismos draconianos podían ver a través del ancho río.

—-Haced todo lo que podáis.

Kang indicó a sus oficiales que lo siguieran y se dirigió hacia la balista. Con una voz lenta y metódica, el jefe de zapadores entonó el conjuro para un vuelo silencioso y colocó sus manos sobre la cuerda del arco de la balista. Cuando terminó, levantó el cuadrillo de ésta con la cuerda atada al extremo y repitió el proceso. Luego, le tendió el proyectil a Gloth.

—Lánzalo rápidamente. El conjuro de silencio no dura mucho.

El cuadrillo salió volando a través del río entre un silencio mortal e inusual, y fue a parar al otro lado entre la maleza. El único sonido que se oyó, aunque leve, fue el crujir de la madera de la balista. El conjuro de Kang había dado resultado.

Miró fijamente en la oscuridad y le pareció percibir algún movimiento en la otra orilla. Para su sorpresa, la cuerda había sido arrastrada inexplicablemente unos tres metros más antes de detenerse.

¡Slith! ¡Tenía que haber sido Slith! Encomendándose a su Reina deseó que hubiera sido Slith…

El jefe de reconocimiento Cornos tiró de su extremo de la cuerda y comprobó que el otro cabo había quedado bien fijado.

Seguidamente ordenó a su tropa que cruzara. Diez minutos después, cuando los últimos integrantes de la tropa ya estaban en el agua, Cornos emprendió también la travesía.

Cruzar resultaba fácil. Todos los draconianos iban colgados de la cuerda y se impulsaban a lo largo de ella con las garras. Al llegar al otro lado, Cornos salió del agua gateando y se tumbó en el suelo, exhausto.

Cogió su puñal. Delante de él había un oficial elfo con cota de malla dorada. Los hombres de Cornos, lo rodeaban. Uno de los sivaks apuntaba con un cuchillo la garganta del elfo.

—Por la Reina, ¿qué tenemos aquí? —se rio Cornos—. Un arrogante prisionero atrapado en la tela de araña de los draconianos, ¿eh?

El elfo soltó una maldición en draconiano.

—¡Cornos, imbécil! ¡Cállate y recupera el mando de esta pandilla de tontos!

El sivak que tenía el cuchillo en la garganta del elfo soltó el arma disgustado.

—¡Si éste no es el suboficial Slith, yo soy una princesita! ¡Tantas molestias para nada!

Cornos lo miró fijamente.

—Señor, ¿sois realmente vos?

—¡Claro que soy yo, cerebro de rana! ¡Por el Abismo!, ¿quién te crees que ha fijado la cuerda en este lado? ¿La Reina? Ahora, escúchame. Voy a seguir con el aspecto de elfo durante una o dos horas más y continuaré inspeccionando por aquí. Si algo va mal, oiréis mi grito de guerra. Y si os tropezáis con un elfo que lleva un casco o un gorro, matadlo. Yo me quitaré el casco y haré una señal con él para que me reconozcáis.

Al decir esto, Slith se giró y desapareció en el bosque. Los otros draconianos se dispersaron en un semicírculo y empezaron a trabajar. Con unos inmensos mazos, comenzaron a clavar en la tierra grandes picas de madera para instalar el anclaje del puente.

Todos sabían que si había alguien bastante cerca podría oírlos y, además, el ruido que provocaban iba a llamar la atención hacia esa zona. Cornos estaba alerta a la espera de cualquier problema.

Cuando clavaban la última pica, oyó un fuerte chapoteo en la otra orilla del río donde estaba Kang. Estaban empezando a montar el puente: la carrera había comenzado.

—¡A la porra si nos descubren! —gritó Cornos sonriendo para sí—. ¡Que el enemigo intente detenernos!

Los oficiales daban órdenes a gritos. El sonido de las picas de acero al clavarse en los pontones de madera producía un estrépito que se extendía en la noche. Cada veinte minutos aproximadamente, se oía otro fuerte chapoteo: otro pontón que era introducido en el río. Luego, el sonido de los mazos y los gritos volvían a empezar.

Sin embargo, en el lado de Cornos la tensión aumentaba. Slith no había regresado y los centinelas estaban callados, demasiado callados. Cornos estaba a punto de ir a aprobar la situación cuando oyó un crujido entre los árboles.

Un elfo salió de entre las sombras ondeando su casco. Al entrar en la zona despejada, el elfo se transformó en un draconiano sivak: era Slith.

El suboficial estaba enojado. Se acercó a Cornos a grandes zancadas, lo agarró por el cuello de la armadura de cuero y lo sacudió como un gato sacude a una rata.

—¡Idiota! ¡Nunca, nunca, nunca pongas a un baaz como centinela! Eres un estúpido, Cornos. He visto dragoncillos con más cerebro que tú. Dime, ¿qué crees que ocurre cuando a un baaz se le estrangula? Pues que se queda ahí parado como una piedra… ¡Como una piedra, engendro de lagarto! ¡Todos tus malditos centinelas de ahí fuera han sido asesinados y se han vuelto de piedra, y tú no has oído nada!

—Pero, señor… —intentó explicar Cornos.

Slith lo miraba ceñudo.

—¡Si al menos hubieras puesto a un bozak de centinela, hubiera explotado y hubiéramos oído la señal de alarma! Has tenido suerte de que estuviera cerca. El grupo de elfos asesinos está ahora abonando margaritas a menos de quince metros de aquí. Asumo el mando. Serás mi ayudante, ¿está claro?

—Sssí, señor —balbuceó rápidamente entre dientes un Cornos avergonzado.

Slith miró a su alrededor y vio que los otros miembros de la tropa de reconocimiento estaban allí plantados, mirándolos, sin hacer nada.

—¡Por el Abismo! Pero ¿qué estáis mirando? —les gritó—. Nadie os ha dicho que paréis de trabajar. Formad un perímetro defensivo. ¡Moveos!

La tropa de reconocimiento empezó a caminar en dirección a la línea de árboles. De repente, un draconiano gimió y cayó al suelo. Luego, cayó otro mientras intentaba extraerse una flecha del pecho, flechas que pasaban silbando a través de los árboles como avispas malvadas.

—¡Seguid caminando, gusanos! —gritó Slith—. ¡Enemigo al frente!

En el río, Kang estaba sentado sobre el extremo de un árbol en el borde del agua y supervisaba el trabajo. Todos los pontones habían sido montados y las vigas transversales estaban siendo colocadas en su lugar. Cuando una quedaba lista, la empujaban al interior del agua y movían todo el puente flotante un poco más hacia adentro, acercándose a la otra orilla. Habían asegurado el extremo del puente a la cuerda que la tropa de reconocimiento había lanzado al otro lado, para que no fuera arrastrado corriente abajo.

Los draconianos sivaks, balanceándose sobre las vigas, clavaban las tablas en su sitio para formar un camino de paso. Muchos otros sostenían unos pequeños arcos en la mano y vigilaban atentamente el cielo y la otra orilla del río.

Ahora Kang estaba más preocupado que nunca. El puente estaba a punto de ser terminado y no habían tenido ni un solo problema. No podía ser tan fácil.

Tenía razón. Procedente de la otra orilla del río le pareció oír la voz sorda de Slith que gritaba «enemigo al frente».

—¡Maldita sea! —Kang aguzó la vista para intentar ver desesperadamente lo que ocurría al otro lado. Oyó el choque de espadas y más gritos. Luego, una inmensa figura negra apareció encima de él en la oscuridad, más negra que el carbón. Volaba sobre el río y sólo podía ser una cosa.

Kang bajó de un salto de su posición y corrió a hablar con el humano que estaba en la orilla del río.

—Ayudante segundo, ¿es ése uno de nuestros dragones?

Rajak negó con la cabeza.

—No, no puede ser uno de los nuestros, jefe de zapadores. Nuestros dragones están en tierra, sólo salen para interceptar al enemigo… —La voz del humano se perdió en el aire.

—¡Santa Madre Takhisis! —maldijo Kang.

Rajak se giró y empezó a correr hacia la retaguardia de regreso a la tienda de mando de lord Ariakas.

Kang saltó sobre el puente parcialmente terminado y caminó hasta el centro. Pateando con impaciencia, apremió a sus ingenieros.

—¡Más rápido! ¡Venga, movedlo! Tenemos al enemigo en nuestros… ¡Por el Abismo! ¡Está ahí!

De repente, la oscuridad se fundió en la forma de un inmenso Dragón Plateado. Entonces Kang adivinó cómo se había camuflado: gracias al conjuro mágico de oscuridad.

Ahora, el dragón despedía destellos plateados y se abalanzaba sobre ellos. Sus garras traseras extendidas rasgaron todo el puente. Los daños que causó el dragón fueron leves, pero en sus garras se llevó atrapados a dos bozaks. Kang reconoció a Cornos, que iba maldiciendo a gritos mientras el dragón le clavaba las garras en su carne escamosa.

El jefe de zapadores maldijo su suerte. El dragón había capturado a prisioneros vivos. Un draconiano no hablaba aunque lo torturaran, pero si le daban a ese idiota de Cornos un par de tragos de vino de los elfos…

Kang quedó cegado por un destello seguido de una explosión, y luego otra. Tardó un momento en darse cuenta de lo que había pasado. ¡Los dos bozaks habían estallado por los aires! La fuerza del estallido desgarró el vientre del Dragón Plateado causando un gran agujero. El dragón gritó y se retorció hasta que finalmente se hundió en el río.

—Buena puntería, ¿eh, jefe de zapadores? —El suboficial Slith, con un arco de elfo en la mano, sonreía a Kang.

Éste se quedó mirándole callado y totalmente perplejo. Slith se encogió de hombros.

—No podíamos permitir que ese lagarto de Cornos y el otro oficial empezaran a cantar sobre nuestro puente, ¿verdad, señor? Por eso les disparé. Estas flechas son de un oficial elfo y supongo que nunca fallan el tiro. Me acordé que a los bozaks como vos les explotan los huesos cuando mueren, con el debido respeto señor. No es nada personal. Sólo que pensé que si esos dos estallaban se llevarían al dragón con ellos.

Kang recuperó la voz.

—¡Slith! ¡En nombre de la Reina! ¿De dónde sales? ¡Por el Abismo! ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—El puente ha alcanzado la otra orilla. La tropa de reconocimiento está asegurando el otro extremo ahora mismo. Allí estamos siendo atacados por los elfos. Por eso os mandé a Cornos para informaros.

Kang no se había dado cuenta de que habían avanzado tanto. Echó un vistazo al otro lado del río y pudo ver a sus tropas en la orilla opuesta. También distinguió el destello del metal y oyó esas canciones irritantes que entonaban esos malditos elfos cuando iban a la lucha. Se giró hacia el lado del río más próximo. La primera tropa de ingenieros estaba acabando el entablado. Bien por Gloth. No había permitido que sus hombres dejaran de trabajar ni cuando el dragón había atacado.

De repente, Kang se sintió profundamente enfadado y corrió por el puente animando a sus fuerzas.

—¡Mantened a la primera tropa trabajando! —dijo vociferando a Gloth—. ¡El resto de vosotros, venid conmigo! No vamos a permitir que ningún elfo de orejas puntiagudas, maldito por la Reina, cantarín, y con palillos por piernas nos quite nuestro puente, ¿verdad?

Los draconianos respondieron todos a una.

—¡No, señor!

Los ingenieros que trabajaban en la construcción del puente no iban armados, pues las espadas sólo hubieran sido un estorbo.

Entonces, agarraron todo lo que les pudiera servir para matar: martillos, mazos, hachas y piquetas. Blandiendo sus armas, los draconianos se abalanzaron por el puente, su puente. Las flechas de los elfos mataron a muchos de ellos, pero los draconianos siguieron avanzando. Por todos los dioses del panteón oscuro, su puente iba a quedar montado.

La fuerza de la embestida draconiana arrasó la línea de elfos. En un momento, la otra orilla quedó cubierta por la sangre de guerreros de ambos bandos.

Mientras cortaba de un hachazo la cabeza de un guerrero elfo, Kang oyó cómo el sonido de las trompetas de los enemigos tocaban a retirada. Los que aún seguían vivos, que no eran muchos, se precipitaron hacia la seguridad de los bosques. Kang tuvo que indicar a sus tropas, ansiosas de lucha, que dejaran de perseguirlos. Su tarea era el puente. Rajak y su ejército ya se ocuparían de terminar con los elfos.

Cansado pero satisfecho, Kang regresó por el puente en compañía de Slith. El draconiano estaba lamiendo la sangre de elfo de su puñal.

—¿Sabéis lo que uno de esos bobos le dijo a otro antes de que les cortara el cuello? Dijo «¿qué les pasa a esos engendros del Mal? Normalmente es muy fácil vencerlos».

—Es evidente que nunca se habían enfrentado con ingenieros hasta hoy —dijo Kang sonriendo. Cuando llegó al otro lado, miró por encima del puente y se frotó las garras satisfecho—. Bien, todo está listo para cruzar.

—Hablando de cruzar, ¿dónde está el ejército, señor? ¿No tendría que estar ya aquí?

—Tienes razón —murmuró Kang—. Espero que todo marche bien… Ah, aquí viene Rajak. Está al mando de la operación.

—¿De veras? Bien, pues no parece que se dé mucha prisa, señor. —Observó Slith.

En la oscuridad, los draconianos podían distinguir el brillo de un cuerpo caliente, de un humano, que se movía a un ritmo tranquilo por la orilla del río.

—¿No ha oído que nos estaban atacando? —Kang soltó una maldición—. ¿Qué hace paseándose tranquilamente por ahí?

Kang se apresuró para alcanzar a Rajak. A pesar de que casi toda la tropa de reconocimiento había pagado con su vida por el puente, o quizá debido a ese hecho, ése era el momento más glorioso de Kang.

—Ayudante segundo Rajak —saludó Kang rápidamente—, podéis informar al gran señor Ariakas que yo, como jefe de zapadores, declaro este puente abierto. ¡Vuestro ejército puede cruzar inmediatamente!

Rajak echó un rápido vistazo al puente.

—Buen trabajo, jefe de zapadores —dijo con gesto ausente, y sus ojos se giraron hacia Kang—, pero no vamos a necesitarlo.

Kang abrió la boca de par en par. Su lengua de lagarto se desplegó hasta llegarle a la mitad del pecho. Luego, se dio cuenta de que tenía un aspecto indigno y volvió a enrollar precipitadamente la lengua en la boca.

—Excusad mi pregunta, señor…, ¿habéis dicho que el ejército no va a cruzar?

Rajak mató un mosquito de una palmada.

—Correcto, jefe de zapadores. No vamos a necesitar el puente.

—Eh, perdonad, señor, pero ¿puedo preguntar por qué?

—No vamos a cruzar el río. Al menos, no por aquí. El maldito Áureo General y sus caballeros están a casi doscientos kilómetros al norte de aquí. Se nos han adelantado.

»Eso. —Rajak hizo un gesto con la mano señal lado opuesto—, sólo ha sido una maniobra de diversión. ¡La inteligencia ha caído en la trampa! ¡Inteligencia! —El oficial soltó un bufido—. Ése sí que es un nombre poco apropiado. ¡Los malditos espías no encontrarían a Paladine ni aunque cayera del cielo y fuera a parar encima de ellos!

—Eh… quizás a lord Ariakas le gustaría ver el puente que hemos construido —cuestionó Kang tristemente.

—Lord Ariakas ya ha visto un puente en otras ocasiones ¿sabes? —dijo Rajak sarcásticamente. Luego suspiró—: Además, no te gustaría tenerlo por aquí ahora, Kang. Milord no está de muy buen humor que digamos.

El humano se frotaba la barbilla. Kang notó que Rajak tenía una gran contusión en el lado izquierdo de la cara que estaba empezando a hincharse. Aparentemente, no convenía estar cerca de Ariakas cuando recibía malas noticias.

—Bien, jefe de zapadores, debo regresar al campamento. Desde luego, me lo voy a tomar con calma —y luego, el segundo ayudante Rajak añadió un último inciso—: Ya recibirás nuevas órdenes.

—Vamos a necesitar muchas letrinas en nuestra nueva posición, ¿no, señor? —gruñó Kang.

Rajak se rio de buen grado, dio unas palmaditas en el hombro escamoso del draconiano, y se marchó. Kang se quedó mirándolo desconsoladamente. Slith, que había estado observando pero no había podido oír nada, se acercó.

—¿Qué pasa? Por el Abismo, ¿dónde están todos?

—No van a venir —dijo Kang—, no van a cruzar.

—¿No van a cruzar? —Slith se quedó boquiabierto—. Después de todo… bueno, ¡así me convierta en un condenado elfo! —Y enfundó el puñal disgustado.

Kang no respondió. Estaba mirando el puente, su puente. Se extendía meciéndose suavemente sobre la superficie del agua por encima del oscuro río como un lazo de seda fina sobre el pecho de su Reina de la Oscuridad. Entonces tomó una decisión.

—Por los dioses, alguien tiene que cruzar nuestro puente —anunció.

Slith se quedó mirando a su oficial como si acabara de salir del cascarón.

—Formad filas —ordenó Kang—, alinead las tropas.

La Brigada de Ingenieros del primer ejército de los Dragones soltó todas las herramientas y formó dos líneas detrás de sus oficiales. Kang se puso al frente.

—¡Marcha ligera!

Con la precisión propia de sus pies de garras, los draconianos cruzaron en marcha su puente. Al llegar al otro lado, volvieron a formar filas.

—Primera compañía, rompan filas —ordenó Kang—. Enterrad a los muertos según la costumbre —añadió intentando que no le temblara la voz.

Enterraron a los muertos de la tropa de reconocimiento al pie del puente, de su puente. El resto observaba solemnemente, manteniendo las filas tan rectas como si todos se hubieran vuelto de piedra. No se oía ni un sonido, sólo el ruido de las palas mientras cavaban. Cuando hubieron terminado, Kang ordenó a la tropa que volviera a la fila. Se adelantó e hincó un mazo de hierro en la parte superior del montículo. Cualquiera que pasara por allí y lo viera sabría que los ingenieros habían sido enterrados en ese lugar.

Kang saludó a los muertos y luego regresó con su escuadrón. La Brigada de Ingenieros del primer ejército de los Dragones cruzó en silencio su puente de vuelta.

—Condúcelos al campamento —ordenó Kang a Gloth—, y asegúrate de que cada trabajador tiene su pala.

Gloth, que era un poco corto, no entendió el sarcasmo.

Parpadeó, se sorbió la lengua, e hizo lo que le mandaban.

El jefe de zapadores Kang y el suboficial Slith se apartaron de la columna y se quedaron allí plantados, solos, en la orilla del río. El puente se balanceaba suavemente sobre el agua. Todo un escuadrón de draconianos había cruzado el puente, ida y vuelta y no se había desmontado ni un soporte ni se había movido ningún tablón de su amarre. El puente era una pieza maestra, un milagro.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Slith ceremoniosamente, pues parecía un momento solemne.

Kang sacó su puñal.

—Cortar las amarras y soltarlo.