8

Al final de la jornada, Iona se permitió pensar en la magia. ¿Qué le enseñaría Branna ese día? ¿Qué nueva maravilla vería, sentiría o haría? Se despidió de los caballos y de sus compañeros de trabajo antes de salir.

Y vio a Boyle en su pequeño despacho, con el ceño fruncido y los nudillos inflamados mientras atajaba el papeleo.

Definitivamente sentía mariposas en el estómago, pensó. No pensaba coquetear con el jefe, claro. Además, por lo que sabía, podía tener una ristra de novias. O quizá no la encontrara atractiva, lo que resultaba aún más descorazonador.

Además, no estaba buscando una relación ni un rollo. Tenía que sentar los cimientos de su nueva vida, aprender más sobre sus incipientes poderes… y perfeccionarlos si quería serle útil a sus primos.

Cuando una mujer planeaba enfrentarse a un antiguo mal, no debería permitirse el lujo de dejarse distraer por una ceja sexy, unos hombros anchos o…

—Entra o vete —le ordenó Boyle, y continuó tecleando en el ordenador—. Deja de merodear de una puta vez.

—Lo siento. Yo…, ah…, no estoy segura de si… he terminado por hoy —le dijo.

Él levantó la vista, sosteniéndole la mirada durante un segundo. Luego gruñó y volvió al trabajo.

Tenían que dolerle las manos, pensó. Casi podía verlas palpitar.

—En serio, deberías ponerte hielo en esos nudillos.

—Se pondrán bien. Los he tenido peor.

—Es probable, pero si se te hinchan y agarrotan…, o peor, si se te infectan…, no serás de mucha utilidad por aquí.

—No necesito una enfermera, gracias.

Cabezota, pensó. Pero ella también lo era. Volvió dentro, cogió el botiquín y un par de compresas frías. Acto seguido irrumpió de nuevo en su despacho.

—Algunos dirían que te muestras estoico y varonil —comenzó mientras arrimaba una silla—, pero yo opino que la nenita se ha enfurruñado porque le duelen las manos.

—He disfrutado haciéndolo, así que no estoy enfurruñado. Aparta eso.

—Cuando termine. —Sacó el antiséptico y le agarró la muñeca—. Esto te va a escocer.

—No seas… ¡Mierda! ¡Me cago en la puta!

—Nenita —dijo Iona con cierta satisfacción, pero le sopló—. Si vas a golpear a alguien en la cara con los nudillos desnudos, pagarás el precio.

—Si estás en contra de las peleas, estás en el lugar equivocado. Y seguramente en el país equivocado.

—No estoy… Eso depende de la situación, y ese gilipollas se lo merecía. Apoya esta mientras te limpio la otra. —Le puso la compresa fría en una mano mientras se ocupaba de la otra—. Sabías lo que hacías. ¿Boxeabas en la universidad?

—Podría decirse así. —Resignado (y sin duda la bolsa de hielo era un alivio), se recostó en la silla—. ¿Intentas prenderme fuego a la mano para purificarla?

—Solo te escocerá un minuto. ¿Podría decirse así?

La mirada que él le lanzó solo podía describirse como de amenazadora. Siempre se había preguntado cómo era una mirada amenazadora.

—Haces muchas preguntas.

—Solo es una —señaló—. Y hablar te distraerá. ¿Podría decirse así?

—Joder. Me gané la vida peleando mientras estaba en la universidad. Peleas a puño descubierto, de modo que esto no es nuevo para mí. Sé cuidarme solito.

—Pues deberías haberlo hecho. Es un modo duro de ganarse la vida.

—No si te gusta… y si ganas.

—Y a ti te gustaba y ganabas.

—Me gustaba más cuando ganaba, y ganaba muy a menudo.

—Mejor para ti. ¿Así te hiciste la cicatriz de la ceja?

—Esa es otra pregunta. Un tipo de pelea diferente; una pelea de bar y una botella rota. Como yo también había estado bebiendo, mis reflejos eran un poco lentos.

—Tienes suerte de conservar el ojo.

Sorprendido por su respuesta, y por su tono despreocupado, Boyle enarcó la ceja marcada.

—No tan lentos.

Ella se limitó a sonreír.

—Cambio de mano.

Tenía unas manos grandes, pensó. Fuertes, con dedos romos y palmas anchas. Las manos fuertes de un hombre que trabajaba con ellas, y eso lo respetaba.

—Fin me ha contado lo de la yegua y la apuesta.

Esa vez no la miró de forma amenazadora, sino que se meneó un poco en la silla.

—A Fin le encanta una buena historia, y también contarla.

—Me gustaría conocerla.

—La tenemos en el establo grande. Todavía se asusta en presencia de desconocidos, y necesita más tiempo y mimos.

—¿Qué nombre le pusisteis?

Boyle se removió otra vez, como Iona sabía que hacía cuando se sentía incómodo o un tanto avergonzado.

—Monada. Le pega. ¿Has terminado ya con eso?

—Casi. Me alegro de que lo tumbaras bebiendo por un caballo que te necesitaba. Y me alegra que le hayas dado una buena tunda hoy. Seguramente no debería alegrarme. Mis padres intentaron educarme para que fuera una persona que no se alegrara de esas cosas…, pero fracasaron.

Iona levantó la vista y se encontró con los ojos de Boyle, fijos en ella una vez más.

—No puedes ser lo que no eres.

—No, no puedes. Soy una pequeña decepción para ellos, lo que en cierto modo es peor que ser una absoluta decepción. Así que me esfuerzo mucho para no ser una decepción para mí misma, de ninguna clase. —Iona se apartó—. Ya está. —Y le asió las manos por los dedos con suavidad para examinarle los nudillos—. Mejor.

Oh, sí, pensó cuando sus ojos se encontraron de nuevo. Mariposas y escalofríos, y un rápido retortijón en el estómago además. Se metería en un buen lío si no se andaba con cuidado.

Pero fue Boyle quien apartó la mirada.

—Gracias. Será mejor que sigas con lo tuyo. Tendrás cosas que hacer.

—Así es.

Se dispuso a coger el botiquín, pero él la apartó.

—Ya me ocupo yo. A las ocho, mañana.

—Aquí estaré.

Cuando se marchó, Boyle se miró las manos con aire pensativo. Aún podía sentir su tacto. Una quemazón diferente. Levantó la vista cuando Fin entró por la puerta y se apoyó contra el marco. Esbozó una sonrisa.

—No empieces.

—Es una monada. Brillante, impaciente. Y si hubiera coqueteado un poco más contigo, me habría visto obligado a cerrar para proporcionaros intimidad.

—No ha hecho tal cosa. Se le había metido en la cabeza curarme las manos, eso es todo.

—Ni de lejos, y tú lo sabes, mo dearthair. Piensas en ella, aunque te dices a ti mismo que no deberías hacerlo.

Si lo hacía, desde luego, era humano, ¿o no? Pero no era un hombre estúpido ni irracional.

—Es prima de Connor, y además trabaja para nosotros. No tengo derecho a pensar en ella más allá de eso.

—Gilipolleces. Es una mujer preciosa, y lo bastante lista y fuerte como para tomar sus propias decisiones…, cosa que ya ha demostrado. En cuanto a sus poderes, eso te preocupa un poco.

Boyle se apoyó contra el respaldo de la silla, asintiendo despacio con los ojos fijos en los de Fin.

—Me preocupa lo que eso representa, y lo que todos vosotros y también yo, ya que estoy contigo, podamos estar haciendo. Y también debería ser tu prioridad. No es momento para coquetear.

—Si no es ahora, ¿cuándo? Puede que este sea el fin para todos, y yo preferiría morir después de acostarme con una mujer en vez de hacerlo antes.

—Yo preferiría vivir y acostarme con la mujer después de ganar la guerra.

El ánimo de Fin se aligeró con su sonrisa.

—Cómete el postre primero. Siempre puedes repetir. Voy a llevarme a Alastar a dar un paseo y a ver qué tal lo lleva.

—¿A casa de Branna?

—No, aún no. No está preparada. Y yo tampoco.

De nuevo a solas, Boyle se sumió en sus pensamientos. Tenían que prepararse, pensó al recordar el aullido en la niebla. Cada uno de los bendecidos.

A finales de semana, Iona se sentó en la cama justo antes de las seis de la mañana. Había pasado su última noche en el castillo. Deseaba con todo su corazón instalarse con sus primos, pero para hacer eso tenía que abandonar su indulgente sueño.

Se acabaron las alegres doncellas que limpiaran su cuarto y le llevaran té y galletas. Se acabó el bufé del desayuno. Se acabó acurrucarse por la noche, escuchando el viento, la lluvia o ambas cosas, e imaginándose en el siglo XIII.

Pero estaba cambiando todo eso por la familia. Algo mucho mejor.

Lo había recogido casi todo la noche anterior, pero se había levantado a esa hora para terminar, para calcular la propina que darle al servicio de limpieza. Para darse la última ducha en el castillo.

Disponiendo de media hora antes de que Connor —que había insistido en ello— pasara a recogerla, practicó su magia.

Las plumas parecían inofensivas. Branna se había negado a enseñarle nada nuevo hasta que hubiera dominado los cuatro elementos. Y lo hubiera hecho a la entera satisfacción de Branna.

A pesar de los halagos, sobornos y elogios, no había conseguido que su prima cediera ni un solo milímetro.

Así que iba a dominarlos.

Al menos había progresado hasta el punto de trabajar con un pequeño montón de plumas en vez de con una sola.

Acalló su mente bajo la apagada luz y recurrió a su poder. Luego extendió las manos, pensando en que el aire se levantaba, pensando en una cálida y suave brisa, en una corriente, en un susurro.

Las blancas plumas se elevaron temblorosas, se separaron, se mecieron y giraron en el aire. Luego las hizo ascender más, poco a poco, dando suaves volteretas. Despacio, despacio, se dijo. Con delicadeza.

Levantó los brazos en alto y giró viéndolas girar consigo. Y feliz, hizo que se movieran un poquito más deprisa.

Una vuelta, una pirueta, las preciosas plumas blancas imitaban sus movimientos. Arriba, abajo, en perezosos remolinos, en círculos perfectos, más tarde formando una delgada torre.

—Puedo sentirlo —murmuró—. Sí. Y es maravilloso.

Riendo, giró de nuevo, una y otra vez. Abrió los brazos de modo que las plumas los siguieran formando dos círculos en movimiento. Serpentinas, ochos, uniéndose después en una esponjosa nube.

—Un plus. Incluso Branna tiene que concederme un aprobado con nota por esto.

Dejó escapar un chillido al oír que llamaban de forma rápida y fuerte a la puerta. Las plumas cayeron sobre ella.

—¡Mierda!

Se las sacudió de los hombros, soplando para quitárselas de la cara mientras iba hacia la puerta.

—Has roto mi control —comenzó—. Estaba… Oh, Boyle.

—Hay plumas por todas partes. ¿Has roto la almohada?

—No. Son mis plumas. ¿Qué haces tú aquí? —La irritación dio paso a la preocupación—. ¿Sucede algo? ¿Hay alguien herido?

—No pasa nada. Nadie está herido. Llamaron a Connor para que fuera a la escuela de cetrería. Algo de las tuberías, y él es el manitas. Me ha reclutado a mí para que te recoja. ¿Has hecho las maletas?

—Sí. Lo siento. Podría haber pedido a alguien del hotel que me llevara.

—Ya estoy aquí, así que vamos a coger tus cosas.

—De acuerdo. Gracias. Solo tengo que limpiar esto. Las plumas.

—Hum. —Acercó la mano, sorprendiéndola con el roce de sus dedos en el cabello—. Aquí tienes otro par —le dijo, y se las dio.

—Ah. Vale.

Iona se puso a cuatro patas y comenzó a recoger plumas.

—¿Son plumas caras las que has esparcido por doquier?

—Son simples plumas.

—Pues entonces déjalas. El servicio de limpieza se ocupará. Tú tardarás una hora en recogerlas del suelo.

—No pienso dejarle este desorden a Sinead. —Recogió unas pocas más, luego se sentó sobre los talones—. Soy idiota.

—No pienso hacer ningún comentario al respecto.

—Espera. Tú espera.

Iona se levantó y tomó aire. Acalla la mente primero, se recordó. Entonces hizo que las plumas flotaran. Con una pequeña risita de placer, las recogió, junto las manos y dejó que cayeran en el interior.

—¿Has visto eso? —Rebosante de felicidad, le mostró las manos unidas—. ¿Lo has visto?

—Tengo ojos, ¿no?

—Es simplemente maravilloso. Sienta muy bien. Mira esto. —Levantó las manos en alto, haciendo que las plumas salieran volando, que giraran de nuevo, bajando y subiendo, y ahuecó las palmas para recogerlas otra vez—. Es tan bonito. Llevo días practicando y por fin lo he conseguido. Lo he conseguido de verdad.

Aún sonriendo, alzó la vista hacia él. Se detuvo. Todo se detuvo.

Boyle la miraba de aquella forma franca típica en él, fijamente a los ojos. No fue sorpresa lo que vio en ellos, ni diversión ni irritación.

Fue deseo.

—Oh —susurró, y siguiendo a su corazón, se inclinó hacia él.

Boyle retrocedió. Fue una rápida y absoluta evasiva.

—Ya tienes tus plumas. —Después pasó por su lado y cogió de la cama las dos maletas—. Coge algo. Si hay más, volveré a por ello.

—Solo mi chaqueta y mi portátil. Yo me encargo. Lo siento. —Mortificada, dejó caer las plumas en su bolsa y la cerró—. Supongo que me he dejado contagiar y lo he malinterpretado. Creía que tú…, pero es evidente que no.

—Muévete, ¿quieres? —espetó.

Iona sintió aquellas palabras como si fueran fuertes latigazos con los dedos en las mejillas.

—Todos tenemos trabajo por hacer.

Boyle cargó con las maletas como si no pesaran nada, y pasó a toda prisa por su lado.

—Vale. ¡Vale! Ya lo pillo. Y una vez más, soy idiota. Yo no te atraigo, mensaje recibido. Pero no tienes por qué ser grosero. —Metió la bolsa con plumas en la funda del portátil—. No es la primera vez que me rechazan, y he sobrevivido. Créeme, no pienso abalanzarme sobre ti, así que no hace falta que encima me abofetees. Soy mayorcita —agregó, enganchando su chaqueta y su pañuelo—. Y soy responsable de mis propios…

Boyle soltó las maletas con un ruido sordo que la sobresaltó.

—Hablas demasiado, joder.

Con eso, tiró de ella. Iona chocó con él, tomada por sorpresa, y solo consiguió decir un «uf» antes de que Boyle le alzara la barbilla y se apoderara de su boca como un hombre famélico.

Salvaje y duro, la clase de beso que no le daba otra opción que sucumbir a él. Fue asaltada por estallidos y explosiones de ese deseo. Se habría tambaleado si él no la hubiera levantado en vilo.

Sorprendida, perdida, le rodeó el cuello con los brazos y surcó aquella alta y ardiente ola.

Y segundos más tarde él la dejó de nuevo en el suelo sin ceremonias.

—Por fin te has callado.

—Ah…

Boyle cogió las maletas.

—Si quieres que te lleve, ponte en marcha.

—¿Qué? —Se pasó las manos por el pelo—. ¿Qué ha sido eso?

—Eres idiota. Claro que me atraes. Cualquier hombre con sangre en las venas se sentiría atraído por ti. Ese no es el problema.

—No es el problema. ¿Y cuál es?

—No me interesa hacer nada al respecto. Y si me haces una sola pregunta más, dejó aquí las maletas y ya puedes ir buscándote otra forma de ir a casa de Branna.

—Lo único que he hecho ha sido arrimarme un poco —le dijo mientras cogía la chaqueta—. Has sido tú quien me ha agarrado. —Enganchó la funda del portátil y salió de la habitación.

—Eso he hecho —farfulló—. Y eso me convierte en un idiota también.

Ella mantuvo la boca bien cerrada durante el corto trayecto. No pensaba decir ni una palabra. Aquello le exigió una considerable fuerza de voluntad, pues tenía mucho que decir, pero se negó a darle esa satisfacción.

Era mejor ignorarlo. Era más maduro no decir nada.

No, decidió, era más efectivo guardar silencio.

Mientras aquel pensamiento le cruzaba la cabeza, el camión se sacudió, como si hubiera chocado contra un obstáculo invisible en la llana carretera.

Boyle le dirigió una breve y acalorada mirada.

¿Había hecho ella eso? Iona se agarró las manos, luchando contra una oleada de regocijo. ¿De verdad había hecho levitar un camión? De forma involuntaria, pero aún así era un salto gigante comparado con un montón de plumas.

Contempló la posibilidad de repetirlo, solo para comprobarlo, pero por desgracia para todos los implicados, Boyle se detuvo delante de la casa de Branna.

Iona bajó del camión; se disponía a rodear la caja del vehículo para sacar sus maletas. ¡Al cuerno!, pensó entonces. Él las había sacado; él podía llevarlas dentro. Dio media vuelta y fue derecha a la puerta de la casa.

Branna abrió antes de que llamara, con cara de sueño.

—Llegas temprano.

—Él se ha presentado temprano. Una vez más, gracias por dejar que me quede.

—Ya veremos si me sigues dando las gracias dentro de una o dos semanas. Buenos días, Boyle. Si vas a llevarlas tú, es la segunda puerta de la izquierda. Te enseñaré tu cuarto —continuó Branna, y la condujo por la estrecha escalera—. La mía da atrás y la de Connor delante. Dispongo de mi propio cuarto de baño, ya que cuando hicimos la ampliación, eso fue una prioridad. Compartir baño con él era un problema, que tú vas a experimentar en carne propia.

—No me importa en absoluto.

—Si dices lo mismo después de una o dos semanas, eres una mentirosa. Pero así ha de ser.

La cama con un sencillo cabecero de barrotes de hierro pintados de un cremoso blanco se encontraba frente a una ventana cuyas vistas al bosque quedaban completamente enmarcadas. El techo seguía la pendiente del tejado y formaba un acogedor rincón para una mesa pequeña y una silla con el asiento de punto de aguja.

La cómoda, también pequeña, rebosaba flores pintadas sobre el mismo fondo blanco cremoso del cabecero. Encima de esta había una pequeña maceta de tréboles con sus preciosas campanillas blancas en flor. El mismo verde intenso cubría las paredes y servía de fondo para coloridos grabados de las colinas, de los bosques y los jardines.

—Oh, Branna, es maravillosa. Es realmente preciosa. —Iona pasó los dedos sobre la suavísima colcha; una vivida explosión de tonos ciruela, morado y lavanda, doblada a los pies de la cama—. Me encanta. Te estoy muy agradecida.

Esa vez Branna estaba un poco más preparada para el abrazo entusiasmado, aunque no para el rápido saltito.

—No hay de qué, claro, y si te apetece cambiar algo…

—No cambiaría nada. Es perfecto.

—¿Dónde quieres que deje esto? —exigió Boyle desde la entrada, en un tono que no hacía nada por disimular su irritación.

Iona se dio la vuelta, y sus ojos empañados se tornaron fríos.

—Donde quieras. Gracias.

Tomándole la palabra, las dejó nada más cruzar el umbral, manteniendo las punteras de sus botas al otro lado.

—Bueno, pues yo me largo.

—Aún tienes tiempo, ¿no? —Era posible que un sinfín de preguntas asaltaran la mente de Branna ante el enfado, ante su intensidad, que atravesaba la habitación como un grifo abierto, pero mantuvo la sonrisa y la voz serena—. Te prepararé el desayuno por las molestias.

—Gracias, pero tengo cosas que hacer. Las nueve es buena hora para entrar a trabajar. Tómate tu tiempo para instalarte.

Se marchó con rapidez, con un fuerte estrépito de botas en la escalera.

—Bueno, ¿de qué va todo esto? —preguntó Branna, luego levantó una mano al ver la furia en los ojos de Iona—. Guárdate eso hasta que estemos en la cocina. Tengo la sensación de que voy a necesitar otro café. —Encabezó la marcha y luego sirvió dos tazas—. Adelante, desmelénate.

—Ha venido aporreando la puerta. Yo estaba levitando plumas. Lo he conseguido, Branna. Te lo enseñaré. Entonces me ha roto la concentración, y había plumas por todas partes, pero la he recuperado y se lo he enseñado. Estaba emocionada y feliz, ¿quién no lo estaría? Aunque no estoy ciega ni soy estúpida. —Se paseaba por la cocina con paso airado mientras hablaba, haciendo aspavientos con una mano. Branna no perdió de vista el café de la taza, por si acaso amenazaba con derramarse—. Sé cuándo un hombre piensa mover ficha. Conozco esa mirada. Tú conoces esa mirada —dijo, señalando a Branna.

—Claro que la conozco, y es genial en la mayoría de circunstancias.

—Exacto, y dado que parecía bien, me he dejado llevar, o lo habría hecho. Quiero decir, por Dios santo, lo único que he hecho ha sido arrimarme un poquito, y él se ha apartado como si le hubiera pinchado con un palo ardiendo.

—Hum —murmuró Branna, y sacó una sartén.

—Me he sentido como una idiota. Ya sabes cómo te hacen sentir esas cosas. Bueno, seguramente no lo sepas —recapacitó Iona—. ¿Qué hombre se apartaría de ti? Pero me he acalorado, y no en el buen sentido. Me he sentido avergonzada. Así que me he disculpado. Simplemente lo he malinterpretado, eso es todo, lo siento. Vale, a lo mejor me he puesto a hablar como un loro; me sentía fea y estúpida, y muy nerviosa porque pensé que Meara y él tenían un rollo, pero ella me había dicho que no, así que me permití abrir esa puerta, que no había abierto por Meara y porque no está bien cazar en coto ajeno. Además, es el jefe, y nadie quiere pillarse los dedos. Y entonces lo he hecho, así que ha sido peor. Y me estoy disculpando y tratando de quitarle hierro al asunto, y va él y me agarra.

Branna dejó por un momento su tarea de freír beicon y huevos.

—¿De verdad?

—Ha tirado de mí y me ha dado un morreo que ha hecho que el cerebro se me saliera por las orejas y me estallara la tapa de los sesos. —Imitó el sonido de una explosión, levantó las manos y gesticuló como si los sesos cayeran en cascada—. Y en unos cinco segundos me ha bajado al suelo, ha hecho un desagradable comentario sobre cerrarme el pico y me ha dicho que en marcha.

—Boyle McGrath nunca ha sido un poeta.

—A la mierda la poesía. No tenía que haberme abofeteado de esa manera.

—No tenía que haberlo hecho, no. —La compasión se tiñó de diversión—. Boyle es brusco, y a veces puede confundirse con crueldad, pero no es cruel por norma general.

—Imagino que ha roto esa norma conmigo.

—Yo diría que sí, al darte un morreo que te ha fundido el cerebro. Trabajas para él, así que es una situación incómoda. Boyle se lo tomaría muy en serio.

—Pero yo…

—Toma, lleva esto a la mesa. —Le pasó a Iona un plato con beicon y un huevo sobre una rebanada de pan tostado—. Los dramas matutinos me despiertan el apetito. —Branna llevó el suyo, junto con su café, y tomó asiento—. Te diré que es un hombre de reglas. No engañar, no robar, no mentir. No maltratar a los animales ni aprovecharse de los que son más débiles que tú. No buscar pelea…, que se ha convertido en una regla en los últimos años…, pero no huir de una. Apoyar a los amigos y pagar tu ronda en el bar. No tocar jamás a una mujer que pertenezca a otro y no empeñar tu palabra a menos que tengas intención de mantenerla.

—Yo no estaba buscando pelea y no pertenezco a nadie. No soy más débil que él. Físicamente, sí, claro, pero tengo algo más. Creo que he hecho levitar su camioneta…, su camión…, solo un poco, como si hubiera un obstáculo de buen tamaño en la carretera…, al venir hacia aquí.

Más divertida, Branna disfrutó de su desayuno.

—El mal genio puede activar los poderes. Te conviene aprender a controlar eso. Tú misma lo has dicho: es tu jefe. Él tendría eso presente, Iona. Sería importante para él, y sí, a pesar de que puedas decir que tú diste el primer paso. Así que si te ha besado hasta fundirte el cerebro, puedes estar segura de que quería hacerlo. Eso…, al igual que lo del obstáculo del camión…, no estaba controlado.

Iona cortó su tostada con aire pensativo.

—¿No crees que lo haya hecho para darme una lección?

—Oh, no, Boyle, no. No, no se le ocurriría una cosa así. Te digo…, y es lo que pienso después de escuchar solo tu versión de la historia…, que lo de después solo lo ha dicho porque estaba cabreado consigo mismo. La otra noche en el bar te lanzó un par de miraditas.

—¿Me…? ¿En serio?

—Ah, menuda situación. Mi prima y hermana oscura por un lado y el hombre que es mi amigo de toda la vida por el otro.

—Tienes razón. No debería ponerte en medio.

—No seas boba. Las hermanas pesan más en la balanza. Me parece que lo pensó y decidió saltarse las normas. Y ahora está cabreado y frustrado, ya que ha enturbiado las aguas más de lo que ya lo estaban.

—Bien. —Iona cortó otro trozo con decisión—. Entonces ya podemos estar cabreados y frustrados los dos. Pero me siento mejor hablando contigo. Sé que he sido yo quien no ha parado de rajar y tú…, bueno, tú no. Pero quiero que sepas que si alguna vez necesitas hablar con alguien, sé cuando cerrar el pico y escuchar.

—Tendremos mucho de qué hablar. Ahora que vives aquí, hemos que aprovechar bien nuestro tiempo. Aún te queda mucho por aprender, y no sé cuánto tiempo tienes para hacerlo. No puedo verlo, y eso me preocupa bastante.

—Sé que es poca cosa, pero he hecho levitar todas las plumas a la vez. Podía dirigirlas, variar la velocidad y hacerlas girar. Y ha sido como si no tuviera que pensar cómo hacerlo una vez que lo he comprendido. Simplemente lo he sentido.

—No es poca cosa. Lo has hecho bien hasta el momento. Si solo fuera cuestión de sacar lo que llevas dentro, podríamos tomarnos todo el tiempo que quisiéramos y sería más divertido para ambas. —Branna dirigió la mirada hacia las colinas a través de las ventanas—. Pero no sé cómo ni cuándo vendrá. No sé cómo es posible que pueda hacerlo, ya que fue reducido a cenizas por una magia poderosa. Pero lo hará, prima, cuando crea que es lo bastante fuerte para derrotarnos a todos. Tenemos que asegurarnos de que se equivoca.

—Somos cuatro, así que…

—Tres —puntualizó Branna—. Somos tres. Fin no es parte del círculo.

—De acuerdo. —Terreno peligroso, pensó Iona. Procuraría no acercarse hasta que supiera más—. Nosotros somos tres; él es solo uno. Eso supone una gran ventaja.

—Puede hacerle daño a todos y cada uno para ganar, y no dudará en hacerlo. Nuestra sangre, nuestras artes, todo lo que somos, nos obliga a no causar daño. Puede que él no lo entienda, pero lo sabe.

Branna se levantó y fue hasta la puerta de atrás. Cuando la abrió, el perro entró. Iona no había oído nada.

—Kathel te acompañará al picadero cuando estés lista.

—¿Es mi perro guardián?

—Le encanta pasear. Cabhan te prestará más atención a ti mientras tu poder se activa, así que tenlo muy presente.

—Lo haré. ¿Cuándo me llevarás al lugar en el bosque?

—Muy pronto. He de prepararme. Tengo que trabajar. Ve a deshacer las maletas antes de marcharte.

—Recogeré esto. No tienes por qué prepararme el desayuno.

—Puedes estar segura de que no lo haré a menos que me apetezca —repuso Branna con tal despreocupación que hizo que Iona se sintiera aún mejor acogida—. Y hoy no vas a recoger, pero Connor y tú os encargaréis de eso a partir de esta noche. Si yo cocino, uno de vosotros, o los dos, se ocupa de fregar.

—Lo veo justo.

—Hay una pequeña lavadora y secadora, aunque cuando hace buen tiempo tendemos la colada… ahí mismo. Y ya veremos quién se encarga de la compra y las demás tareas. Cuando llegue la primavera habrá que atender el huerto, y no tocarás ni una brizna de hierba hasta que esté segura de que sabes lo que haces.

—Nana me enseñó. Se me da muy bien.

—Ya lo veremos. Tendrás que ir con Connor a hacer volar los halcones.

—Me encantaría.

—Lo pasarás bien, pero es más que eso. Cada uno tiene su guía, pero somos más fuertes cuando conectamos con todos y cada uno de ellos, y ellos con nosotros.

—De acuerdo. ¿Vendrás a ver a Alastar?

—Lo haré muy pronto. Este es ahora tu hogar y siempre lo será.

—Siempre has sabido cuál es tu lugar. Yo no sé si puedes entender lo que significa para mí sentir por fin eso.

—Pues ve, coloca tus cosas. Y cuando vengas a casa, trabajaremos. Esto es para ti. —Branna levantó una mano, cerró el puño y luego lo abrió de nuevo. En su palma había una llave plateada—. No siempre cerramos las puertas con llave, pero por si acaso, esto te las abrirá.

—Tienes que enseñarme a hacer eso —murmuró Iona, y cogió la llave, todavía caliente por la magia de Branna—. Gracias.

—Claro, no hay de qué. Ve allí y vuelve dispuesta a aprender.

—Lo haré.

Emocionada ante la perspectiva, Iona prácticamente subió las escaleras bailando.

Su hogar, pensó Iona una vez más. Lo cuidaría, trabajaría para conservarlo y, un día, no tendría más alternativa que luchar por él.