7

Todo en él destacaba. Los pómulos, la mandíbula, incluso el vivido verde de sus ojos… y el centelleo que había en ellos. Había entrado con una ráfaga de viento que hizo crepitar el fuego de turba.

Igual que había sucedido con Connor, varias personas lo saludaron, pero Connor había devuelto los saludos con afectuosa y natural calidez. El recibimiento a Finbar Burke, en cambio, estaba teñido de respeto y una cierta cautela y recelo, pensó Iona.

Llevaba un abrigo de cuero negro que le llegaba a las rodillas. La lluvia, que debía de haber empezado a caer mientras ella estaba cómoda y calentita, salpicaba la prenda, al igual que su negro pelo.

Iona, también con cautela, desvió la mirada hacia Branna. El rostro de su prima no dejaba entrever nada, como si el torbellino de emociones no hubiera sido más que una ilusión.

Fin se abrió paso entre la gente e, igual que había hecho Branna con Meara, le puso una mano en el hombro a Boyle y otra a Connor, pero Iona reparó en que su mirada permanecía clavada en Branna.

—No dejéis que os interrumpa.

—Y aquí está, por fin en casa después de la guerra. —Connor le lanzó una sonrisa descarada—. Y justo a tiempo para invitar a la siguiente ronda.

—Algunos tenemos que trabajar mañana. —Le recordó Branna a su hermano.

—Es toda una suerte que mi jefe sea un hombre comprensivo y generoso. A diferencia del tuyo —agregó Connor, guiñándole un ojo—, que es un tirano de tomo y lomo.

—Yo invito a esta ronda —dijo Fin—. Buenas noches, Meara, ¿qué tal tu madre? Me he enterado de que no se encuentra demasiado bien —adujo al ver que ella solo lo miraba, parpadeando.

—Está mejor, gracias. Solo era una bronquitis que se resistía a marcharse. El médico la puso en tratamiento y Branna le administró sopa, así que ya está bien de nuevo.

—Me alegro.

—Has traído la lluvia contigo —comentó Boyle.

—Eso parece. Y Branna, estás mejor que bien.

—Estoy muy bien. Entonces, ¿has acortado tu viaje?

—Seis semanas era tiempo más que suficiente. ¿Me has echado de menos?

—No. Ni pizca.

Fin le brindó una sonrisa rápida y también incisiva para luego dirigir esos vividos ojos hacia Iona.

—Tú debes de ser la prima estadounidense. Iona, ¿verdad? —Sí.

—Fin Burke —repuso, y extendió una mano por encima de la mesa—, ya que estos no tienen la decencia de hacer las presentaciones.

Iona tomó su mano de manera automática y sintió el calor, un rápido latigazo de energía. Todavía sonriendo, Fin enarcó una ceja como si dijera «¿Qué te esperabas?».

—¿Otra Guinness para ti? —preguntó.

—Oh, no. A pesar de tener unos jefes comprensivos y generosos, este es mi límite. Gracias de todos modos —respondió Iona.

—A mí no me vendría mal un té antes de salir a la lluvia —dijo Meara—. Gracias, Fin.

—Que sea un té. ¿Otra pinta, Boyle?

—Yo llevo el camión, así que tendré que conformarme con esta.

—Yo voy a pie —repuso Connor—, así que me tomaré otra.

—Pues me uniré a ti. —Fin apenas había mirado a su alrededor, cuando la camarera apareció a toda prisa—. Hola, Clare. Las chicas tomarán té. Connor y yo nos tomaremos una pinta. Esta noche Guinness. —Cogió una silla y la arrimó—. No hablemos de negocios en medio de la fiesta —le dijo a Boyle—. Ya hablaremos más tarde de eso, aunque me parece que nos hemos ido informando el uno al otro. Y también a ti, Connor.

—Me parece bien. He sacado unas pocas veces a Merlín mientras tú dabas tumbos por ahí, y también Meara —le contó Connor—. Y él mismo salía cuando le apetecía. ¿Te pasarás mañana por la escuela?

—Me aseguraré de ello, y también por el picadero.

—No te olvides de decirles unas palabras amables a Kevin y a Mooney. —Boyle levantó su cerveza—. Ya que tu más reciente adquisición les ha dado una buena a los dos.

—Tiene brío, sí señor, y una voluntad de hierro. ¿A ti también te las ha hecho pasar canutas?

—No será por no haberlo intentado. Esta le cae bien. —Boyle señaló a Iona con la cabeza.

Clavando los ojos en los de Iona una vez más, Fin tamborileó los dedos sobre la mesa, como si tocara una melodía interna.

—¿De veras?

—Después de intentar por todos los medios derribarme y enviarme a Galway, aquí la yanqui lo ha montado y le ha hecho dar una vuelta por el picadero como si fuera un caballo de exhibición.

Fin esbozó una sonrisa pausada.

—¿En serio? ¿Así que eres amazona, Iona?

—Sí y sí —respondió Boyle—. Ahora trabaja para nosotros, de lo cual te estoy informando en persona.

—Me alegra tenerte. Unas vacaciones combinadas con un trabajo, ¿no?

—Yo… voy a vivir aquí. Es decir, ahora vivo aquí.

—Vale, pues bienvenida a casa. Tu abuela está bien, espero. ¿La señora O’Connor?

—Muy bien. Gracias. —Iona se agarró las manos bajo la mesa para mantenerlas quietas—. Necesitaba un trabajo, así que Branna le pidió a Boyle que me recibiera. He trabajado en la academia de equitación Laurel en Maryland. Tengo referencias y mi currículo. Es decir, Boyle los tiene ahora, si necesitas verlos. —Cierra el pico, cierra el pico, se ordenó, pero los nervios pudieron con ella—. Tienes un negocio maravilloso. Meara me ha enseñado el lugar. Y tienes razón. Alastar tiene brío y una voluntad de hierro, pero no es mezquino. No de forma innata. Solo estaba enfadado e inquieto por encontrarse en un sitio desconocido, con personas y caballos a los que no está habituado. Ahora tiene algo que demostrar, sobre todo a Boyle.

»Gracias a Dios. —Suspiró cuando llegó el té. No le vendría mal para dejar de hablar.

—La pones nerviosa —le dijo Branna a Fin, ahora divertida—. Tiende a divagar cuando está nerviosa.

—Así es. Lo siento.

—Y se disculpa continuamente. En serio, Iona, tienes que dejar de hacer eso.

—Es verdad. ¿Por qué lo compraste… a Alastar? —comenzó. Entonces levantó una mano—. Lo siento. No es asunto mío. Además, has dicho que no querías hablar de trabajo.

—Es precioso. Siento debilidad por la belleza, y la fuerza, y… el poder.

—Alastar posee todo eso —convino Meara—. Y cualquiera que sepa lo más mínimo de caballos sabe que no está hecho para pasear con turistas a la espalda cada día.

—No, está destinado a otras cosas. —Fin miró a Branna—. Es necesario para otras cosas.

—¿Qué tramas? —murmuró Branna.

—Él me habló. Tú ya me entiendes —le dijo a Iona.

—Sí. Sí.

—Así que aquí está, y la potrilla más bonita de los condados occidentales viene de camino. También briosa, dos años, refinada como una princesa. Se llama Aine, por la reina de las hadas. Haremos de casamenteros, Boyle, cuando haya madurado lo suficiente. Hasta entonces, lo hará bien en el circuito de salto, creo que incluso con principiantes.

—Lo que tienes en mente va más allá de la reproducción. —Branna apartó su té a un lado.

—Ah, encanto, eso siempre lo tengo presente.

—Sabías que ella vendría y lo que eso significaría. Ya ha empezado.

—Hablaremos de ello. —Fin posó una mano sobre la de Branna encima de la mesa—. Pero no en el bar.

—No, en el bar no. —Ella apartó la mano de debajo de la de él—. Sabes más de lo que cuentas, y quiero saber la verdad.

La irritación brillaba en los ojos de Fin.

—Nunca te he mentido, mo chroi. No en toda nuestra vida, y lo sabes. Ni siquiera cuando una mentira podría haberme dado lo que más deseaba.

—La omisión no se diferencia en nada de una mentira flagrante. —Se puso en pie—. Tengo trabajo pendiente. Boyle, lleva a Iona de vuelta al hotel en tu camión, si no te importa. No quiero que cruce el bosque a pie de noche.

—Oh, pero…

—Lo haré. —Boyle interrumpió la protesta de Iona con suavidad—. Descuida.

—Te llevaré ese ungüento por la mañana. Y a ti te veo mañana después del trabajo, Iona. Tenemos mucho que hacer.

—Muy bien. —Connor exhaló un suspiro y empezó a levantarse cuando Branna se marchó.

—No, tú quédate y termínate la cerveza. —Al retirar su silla, Meara rozó el brazo de Connor como si quisiera tranquilizarlo—. Yo la acompañaré. Es hora de que me marche a casa. Gracias por el té, Fin, y bienvenido. Espero verte mucho mañana.

Agarró su chaqueta y se la puso despacio mientras salía deprisa del bar.

Connor le dio una palmadita en el brazo a Iona.

—Tendrás que acostumbrarte a eso.

—Muy cierto —farfulló Fin, luego se recostó despacio y esbozó una sonrisa—. Suelo poner a Branna de un humor de perros. Bueno, Iona de Estados Unidos, cuéntanos qué has visto y hecho en Irlanda.

—Yo… —¿Cómo eran capaces de retomar la charla banal cuando la furia y el desamor flotaban en el ambiente?—. Ah…, no he visto mucho. Y he hecho un montón de cosas, supongo. Vine para conocer a Branna y a Connor, y para buscar un lugar y un trabajo. Ahora tengo ambas cosas. Pero aún no he tenido tiempo de ver nada salvo este sitio. Es tan bonito que es suficiente.

—Tendremos que llevarte a ver más cosas. Has dicho que has encontrado un lugar, ¿quieres decir para vivir? Eso sí que es rapidez.

—Voy a quedarme en Ashford unos días más.

—Eso es un auténtico privilegio.

—Sí que lo es. Después voy a vivir con Branna y con Connor. —Vio que sus ojos centelleaban, se entrecerraban y se desviaban rápidamente hacia Connor—. ¿Es un problema?

En respuesta, Fin se inclinó sobre la mesa, manteniendo aquellos ojos fijos en su rostro.

—Ella te reconoció. Tiende la mano a muchos, pero aprecia a muy pocos. El hogar es un refugio. Si el suyo es el tuyo, te reconoció. Ten cuidado con ellas —le murmuró a Connor—. Por todos los dioses.

—No te quepa duda.

—Hablando de omisiones. —Frustrada, Iona paseó la mirada de un hombre al otro, y luego hacia Boyle, que estaba sentado en silencio. No iba a obtener nada de ellos, no en esos momentos—. Debería irme. Gracias por la cena, Connor, y por el té, Fin. No tienes por qué llevarme al hotel, Boyle.

—Branna me despellejará vivo si no lo hago, y puede que sea literalmente. Te veo en casa —le dijo a Fin.

—No tardaré en marcharme.

Desconcertada, Iona fue hacia la puerta. Miró una última vez hacia atrás y alcanzó a ver brevemente a Fin contemplando su pinta con aire ensimismado y a Connor inclinado sobre la mesa, hablando con rapidez en voz baja.

—¿Fin y tú vivís juntos? —preguntó Iona.

—Tengo mi apartamento encima del garaje y utilizo su casa cuando me apetece, ya que se pasa tanto tiempo fuera como en casa. Vivir allí, cerca del establo grande, resulta práctico para ambos.

Abrió la puerta de un viejo camión, con la pintura roja descolorida, y metió la mano para apartar el revoltijo que había en el asiento.

—Lo siento. No contaba con llevar a nadie.

—No te preocupes. Es un alivio ver que hay alguien tan desordenado como yo.

—Si es así, acepta un consejo. Esconde y guarda tus trastos. Branna es muy ordenada, y te perseguirá como un perro de caza si dejas las cosas por ahí.

—Tomo nota.

Subió al camión y se deslizó entre portapapeles, envoltorios y una vieja toalla, trapos y una caja de cartón poco honda que contenía escarbacascos, anillas de bridas, un par de pilas y un destornillador.

Él se montó por la otra puerta y puso la llave en el arranque.

—No has hablado mucho ahí dentro —comentó Iona.

—Al ser amigo de todas las partes me parece mejor mantenerme al margen.

Iona se recostó contra el asiento mientras el camión traqueteaba, con la lluvia repicando fuera.

—Tienen algo.

—¿Quién tiene algo?

—Branna y Fin. O tienen o tuvieron una relación. El zumbido sexual era tan alto que todavía me pitan los oídos.

Boyle se movió en su asiento, mirando la carretera con el ceño fruncido.

—No soy de los que cotillean sobre los amigos.

—No se trata de un cotilleo. Es una observación. Debe de ser complicado para ambos. Y es evidente que tengo que saber qué está pasando. Tú sabes más que yo al respecto, y yo estoy metida en esto.

—Por lo que veo, tú misma te has metido en esto.

—Puede que sí. ¿Y qué? ¿Cómo sabías que soy como ellos?

—Los conozco de toda la vida, he formado parte de las suyas. Lo vi en ti, con el caballo.

Iona se volvió y lo miró con el ceño fruncido.

—La mayoría de la gente no estaría tan tranquila. ¿Por qué tú sí?

—Los conozco de toda la vida —repitió.

—No entiendo que pueda ser tan simple. Sé hacer esto. —Extendió la palma y, tras concentrarse, consiguió encender una pequeña llama en el centro.

Resultaba patético en comparación con lo que Branna era capaz de hacer, pero había estado trabajando en ello a ratos.

Él apenas le dirigió una mirada.

—Es muy práctico si vas de acampada y has perdido las cerillas.

—Eres un tío muy frío. —No pudo evitar admirarlo—. Si le hubiera enseñado eso al tío con el que he estado saliendo, habría atravesado la puerta, haciendo un agujero con su silueta como en los dibujos animados.

—No debía de gustarle mucho ir de acampada.

Iona rompió a reír, luego contuvo la respiración cuando en la carretera, delante de ellos, la niebla se levantó como si fuera una pared. Cerró los puños mientras el camión la atravesaba, apretándolos cuando la niebla los envolvió.

—¿Has oído eso? ¿Puedes oír eso?

—¿Oír el qué?

—Mi nombre. No deja de repetir mi nombre.

A pesar de que se había visto obligado a reducir la velocidad a la de una tortuga, Boyle mantuvo las manos en el volante.

—¿Quién pronuncia tu nombre?

—Cabhan. Está en la niebla. Quizá sea la niebla. ¿Es que no lo oyes?

—No lo oigo. —Y hasta el momento nunca lo había hecho. No le importaría que siguiera siendo así.

—Estoy pensando que mañana trabajarás otra vez con Meara.

—¿Qué? ¿Qué?

—Me gustaría tener su visto bueno antes de que salgas sola con algún turista. —Hablaba con serenidad, conduciendo despacio. Podía recorrer aquella carretera con los ojos vendados, y casi lo estaba haciendo, pensó—. Y quiero ver cómo te desenvuelves dando clase. Tendremos que trabajar con Mick en ese aspecto, o conmigo de vez en cuando. ¿Sabes saltar?

Boyle sabía que sí, y que tenía lazos azules y trofeos para demostrarlo y la titulación para enseñar. Había leído su currículo.

—Sí. He competido desde que tenía ocho años. Quise entrar en el equipo olímpico, pero…

—¿Un compromiso demasiado grande?

—No. Quiero decir que sí. En cierto modo. Se necesita mucho apoyo familiar para esa clase de entrenamiento. Y el respaldo económico. —Mientras sus ojos se movían a derecha e izquierda, su mano ascendió entre sus pechos hasta su garganta, y luego volvió a bajarla—. ¿Has oído eso? Dios mío, ¿es que no lo oyes?

—Eso sí. —El salvaje aullido le provocó gélidos escalofríos en la espalda. Y aquello era nuevo, pensó, al menos para él—. Supongo que no le gusta que hablemos de él.

—¿Por qué no tienes miedo?

—Llevo a una bruja en el camión, ¿no? ¿Qué tendría que preocuparme?

Iona soltó una carcajada entrecortada, esforzándose por regularizar su pulso.

—Hoy he aprendido a hacer levitar una pluma. No creo que eso vaya a servir de mucho.

Y Boyle pensó que él tenía un par de puños y una navaja multiusos en el bolsillo si era necesario.

—Es más de lo que sé hacer yo. Bueno, la niebla se está disipando y Ashford está ahí delante.

Allí estaba aquel glamuroso castillo de cuento de hadas, con sus ventanas iluminadas por un pálido resplandor dorado.

—Fueron ahí. Los tres primeros. Regresaron años después de que su madre los enviara lejos para salvarlos. Se quedaron en el castillo, pasearon por el bosque. Soñé que la más joven volvía del mismo modo que se había marchado siendo niña, a lomos de un caballo llamado Alastar —explicó Iona.

—Ah, vaya. Desconocía el nombre del caballo. Eso lo explica, ¿no es así?

—No sé qué es lo que explica. No sé qué se supone que tengo que hacer.

—Lo que debes.

—Lo que debo —murmuró cuando él se detuvo en la entrada del hotel—. Vale. Vale. Gracias por traerme y por distraerme de la voz.

—No hay problema. Te acompaño dentro.

Iona se disponía a objetar algo, ya que solo unos pasos la separaban de la puerta, pero cambió de parecer al recordar la voz en la niebla. Era estupendo contar con un hombre grande y fuerte que la acompañara. No tenía nada de qué avergonzarse.

Entró con él en la tibieza del castillo, en los vividos colores y las flores. Y la recibió la sonrisa de la mujer que se ocupaba del mostrador de recepción.

—Buenas noches, señorita Sheehan. Y Boyle, me alegro de verte.

—¿Trabajando hasta tarde, Bridget?

—Así es. Hace buena noche para ello, y se ha puesto a llover otra vez. Tengo su llave aquí mismo, señorita. Espero que haya disfrutado del día.

—Así es, mucho. Gracias de nuevo, Boyle.

—Te acompaño hasta la puerta.

—Oh, pero…

Boyle se limitó a cogerle la llave y a echar un vistazo al número.

—Está en la parte vieja, ¿verdad? —Dicho eso, asió a Iona del brazo y tiró de ella por el pasillo.

—Ahora por ahí. —Iona giró.

—Este lugar es un laberinto.

—Forma parte de su encanto.

Intentó no preocuparse por el hecho de que, sin duda, la recepcionista pensara que Boyle y ella estaban enrollados.

Boyle se detuvo delante de su puerta y metió la llave. Después de abrir, echó un prolongado y minucioso vistazo.

—Vaya, sí que eres desordenada.

—Ya te lo he advertido.

Abrió los ojos como platos cuando él entró. Era imposible que pensara…

Boyle cogió el bolígrafo del hotel que había en la mesita de noche y garabateó algo en la libreta.

—Este es mi número de móvil. Si te pones nerviosa, dame un toque. Es mejor que llames a Branna, pero yo estoy a unos minutos de aquí si es necesario.

—Es… Es muy amable por tu parte.

—No te me eches a llorar. Acabo de contratarte, ¿no?, y ya he hecho el puñetero papeleo. No puedo consentir que salgas corriendo de vuelta a Estados Unidos. Cierra con llave y vete a dormir. Pon la tele si necesitas el ruido. —Se encaminó hacia la puerta y la abrió—. Y recuerda una cosa —le dijo, volviendo la vista hacia ella—. Eres capaz de sostener una llama creada por ti en la palma de la mano.

Boyle cerró la puerta. Mientras una sonrisa empezaba a formarse en sus labios, él llamó con la fuerza necesaria para sobresaltarla.

—¡Echa la puta llave!

Iona se apresuró a hacerlo y oyó sus pasos alejarse.

Hizo un trato consigo misma. En el trabajo se concentraría en el trabajo. Ni podía ni quería consentir que aquello a lo que tendría que enfrentarse interfiriera en su forma de vida.

Cuando terminara de trabajar, aprovecharía el tiempo que Branna le dedicara. Aprendería, practicaría y estudiaría.

Pero también exigiría y obtendría respuestas.

Así que sacó el estiércol, limpió, cepilló, acarreó, alimentó y abrevó a los animales. Y se esforzó por no cruzarse con Boyle. Recordar el camino hasta el hotel y su pánico le provocaba cierta vergüenza. Era ella quien tenía poderes, aunque no estuvieran pulidos, y se había vuelto débil y temblorosa, y había dejado que él cuidara de ella.

Peor incluso, durante un solo segundo —tal vez dos o tres segundos—, cuando él entró en su habitación, fue ella quien se hizo una idea equivocada. Un lamentable hecho que se vio obligada a reconocer cuando despertó de su sueño, y no de uno con un malvado hechicero y sombras, pensó mientras cepillaba las crines de Spud, sino de un sueño sexual, alucinantemente bueno, que tenía como protagonistas a Boyle, a ella y un campo de amapolas de El mago de Oz. Pero desde luego las amapolas no habían hecho que se quedaran dormidos. Aquella revelación subconsciente hizo que la vergüenza se intensificara.

Meara se asomó a la casilla. Ese día llevaba una gorra de color verde manzana, con el cabello que le caía en una larga coleta por la abertura de atrás.

—Has trenzado la crin de Queen Bee.

—Oh, sí. Yo solo…, se la desharé.

—De eso nada. Está preciosa, y está presumiendo de su nuevo peinado. Pero no le hagas lo mismo a ninguno de los castrados. Boyle se mosqueará y dirá que los estamos convirtiendo en unos vanidosos cuando son caballos normales. Menudo es Boyle.

—Ya me he fijado. Trabajáis bien juntos.

—Bueno, eso espero. Está despejando, así que esta tarde tenemos ruta. La han cambiado a las tres con la esperanza de que mejorara el tiempo, y parece que lo van a conseguir. Es un grupo de cuatro; dos parejas amigas de Estados Unidos, así que será agradable para ti. Boyle ha enviado a por Rufus, un castrado grande y juguetón. Uno de nuestros clientes mide casi dos metros.

—¿Cuánto es eso?

—Oh, ¿en yanquilandia? —Frunciendo el ceño, se levantó la gorra y se rascó la cabeza—. Me parece que unos seis pies y medio. Por lo demás, ensillaremos a Spud, Queen Bee y a Jack. Puedes escoger entre el resto.

—Puede que César, a menos que lo quieras tú.

—Adelante. —Meara anotó algo en su tablilla con sujetapapeles—. Solicitaron noventa minutos, así que verás más que ayer.

—Quiero verlo todo. Y ¿Meara? —La culpa por el sueño no le permitiría dejarlo estar sin más—. Solo quiero darte las gracias por prestarme a Boyle anoche para que me llevara a casa.

—No tengo por costumbre prestárselo a nadie, pero puedes quedártelo si quieres.

—Oh, ¿os habéis peleado?

—¿Por qué? —Meara pasó de un desconcertado ceño fruncido a abrir los ojos como platos, echándose a reír con picardía acto seguido—. ¡Oh! Crees que Boyle y yo estamos liados. ¡No, no, no! Quiero mucho a ese hombre, pero no lo quiero en mi cama. Sería como tirarme a mi hermano. Y esa idea acaba de hacerme perder el apetito.

—¿No estáis…? —La vergüenza aumentó todavía más—. Lo di por hecho.

—¿Es que parecemos dos tortolitos?

—Supongo que hay algo muy… íntimo… entre vosotros, así que pensé que estabais juntos. Como pareja.

—Somos familia.

—Ya lo pillo. Bien. Supongo que está bien. Quizá sea un problema.

Meara se apoyó contra la entrada de la casilla.

—Me fascinas, Iona. ¿Un problema?

—Lo que pasa es que cuando creía que erais pareja tenía una buena razón para ignorar… —Meneó los dedos sobre su estómago.

—Sientes… —Meara imitó el gesto— por Boyle.

—Está como un tren, subido o no a un caballo. En cuanto lo vi, yo… ¡uau! —Se llevó una mano al corazón, la otra al vientre, y las agitó.

—¿De verdad?

—Es un tío duro y cascarrabias. Y esas manos grandes, esa cicatriz —dijo, señalándose la ceja con el dedo—. Y esos ojos de león.

—De león. —Meara probó las palabras—. Bueno, supongo que lo son. Boyle McGrath, rey de las bestias. —Prorrumpió en carcajadas de nuevo.

—Es solo la expresión, pero son realmente impresionantes. Además, ha sido muy amable conmigo. Y luego estaba el sexo. El sueño. —Se apresuró a decir cuando Meara se quedó boquiabierta—. El sueño sexual. Anoche tuve uno, y me sentía muy culpable porque tú me caes muy bien. Y tú no quieres oír nada de esto.

—Te equivocas por completo. Quiero escucharlo todo, y sin que te dejes el más mínimo detalle.

Con un gruñido risueño, Iona se cubrió la cara con las manos.

—Eres amiga de Boyle. Si le cuentas que la yanqui está colada por él, se descojonará hasta caer en coma o me despedirá.

—No haría nada de eso, pero ¿por qué iba a contárselo? Existe una hermandad entre mujeres que ampara estos asuntos. A mi modo de ver, eso es algo universal.

—Claro que sí. De todas formas creo que tengo jet lag, estoy perdida y me estoy haciendo a esto. No es nada. Se me pasará.

—A lo mejor deberías darle un revolcón antes de que… —Se interrumpió al escuchar voces que se alzaban—. Ay, joder.

Meara dio media vuelta y salió. Cuando las voces —masculinas y muy furiosas— subieron de volumen, Iona la siguió.

Boyle estaba cara a cara con un hombre tan grande como un toro, que llevaba una gorra roja y una chaqueta de cuadros. El toro, con el rostro casi tan enrojecido como la gorra, lo apuntó con un dedo.

—He venido en plan razonable, aunque eres un tramposo y un embustero.

—Y yo te digo, Riley, que cualquier relación profesional que tuviéramos se ha terminado. Lárgate de mi propiedad y no vuelvas por aquí.

—Me largaré de tu puta propiedad cuando me devuelvas el caballo que me has robado o me pagues un precio justo. ¡Te crees que puedes robarme! ¡Jodido ladrón! —Empujó a Boyle, haciendo que retrocediera un par de pasos.

—Ay, Dios —farfulló Meara—. Buena la ha hecho.

—No vuelvas a ponerme las manos encima —le advirtió Boyle con voz muy serena.

—Oh, pienso ponerte encima más que las manos, puto saco de mierda.

Riley le lanzó un puñetazo. Boyle apoyó el peso de su cuerpo en el pie, ladeó la cabeza y el puño le pasó rozando la oreja.

—Deberíamos llamar a la policía. A la guardia o comoquiera que se llame.

Meara apenas le dirigió una mirada a Iona.

—No es necesario.

—Te dejo que me lances otro más. —Con los brazos pegados aún a los lados, Boyle abrió las manos—. Aprovéchalo, si quieres, y que sepas que no te irás de rositas si lo haces.

—Te voy a dar una paliza. —Riley arremetió con los puños en alto y la cabeza gacha.

Desplazándose hacia un lado, Boyle se dio la vuelta y le asestó dos puñetazos cortos.

¿Puñetazos al riñón?, se preguntó Iona, abriendo los ojos como platos. ¡Ay, Dios!

Riley se tambaleó, pero se mantuvo en pie y lanzo otro puñetazo. El golpe rozó el hombro de Boyle cuando este lo bloqueó con el antebrazo.

Luego fue a por él. Un derechazo a la mandíbula; un zurdazo a la nariz. Un directo, un gancho —creyó reconocer Iona—, un zurdazo cruzado.

Rápido, muy rápido. Moviéndose con pies ágiles y veloces, apenas evidenciaba reacción alguna cuando Riley lograba conectar un puñetazo. Los nudillos desnudos golpeaban y crujían contra la carne y los huesos. Riley, sangrando por la nariz y la boca, atacó tambaleándose. Boyle volvió el cuerpo entero lanzando el puño hacia arriba —un gancho, sin duda—, que impactó en la mandíbula como una flecha en el centro de una diana.

Se dispuso a rematarlo, pero retrocedió.

—¡Mierda! —Lo oyó mascullar Iona mientras él se limitaba a ponerle la bota en el trasero a Riley y a empujarlo hacia el suelo.

—Ay, Dios. Dios mío.

—Tranquila. —Meara le dio una palmadita en el hombro—. Solo es una pequeña gresca.

—No. Es… —Agitó los dedos sobre su vientre.

Meara soltó una carcajada.

—Sí, me tienes fascinada.

Fin se encontraba a unos centímetros de distancia, a lomos de un inquieto Alastar.

—¿Otra vez? —preguntó con suavidad.

—El muy cabrón no quería largarse. —Boyle se chupó los nudillos—. Y le he dado mil oportunidades.

—Te he visto dárselas mientras me aproximaba, y ¿cómo iba a marcharse con tu puño en la cara?

Boyle sonrió de oreja a oreja.

—Eso ha sido después de darle dichas oportunidades.

—Bueno, vamos a asegurarnos de que no lo has matado porque no tengo ganas de ayudarte a ocultar un cadáver esta mañana. —Cuando desmontó, le hizo una señal con el dedo a Iona—. Sí, tú. Sé buena y ata a Alastar al poste. No lo desensilles.

Cuando le tendió las riendas, Iona se apresuró a tomarlas.

Utilizando la bota de nuevo, Boyle le dio la vuelta a Riley.

—Tiene la nariz rota, eso seguro, y algún que otro diente le baila, pero lo superará.

Fin se quedó quieto, con las manos en los bolsillos mientras ambos estudiaban al inconsciente Riley.

—Imagino que esto viene por aquel caballo que le ganaste.

—Así es.

—Jodido imbécil.

Mick salió con un cubo de agua, silbando entre dientes de manera alegre.

—He pensado que os vendría bien esto.

Fin se lo cogió.

—Apartaos —los avisó, luego arrojó el agua sobre la cara de Riley.

El hombre escupió, tosió. Abrió los ojos y los puso en blanco.

—Ya está bien. —Boyle se agachó, asiéndole un brazo, y después de exhalar un suspiro, Fin lo agarró del otro.

Mientras acariciaba a Alastar de manera distraída, Iona los vio arrastrar al hombre hasta su camión y subirlo a él. No alcanzó a escuchar lo que dijeron, pero en cuestión de unos instantes, el camión se alejó haciendo algunas eses.

Los hombres lo vieron alejarse, igual que ella. Entonces Fin dijo algo que hizo que Boyle soltara una carcajada antes de echarle el brazo sobre los hombros y darse la vuelta para regresar.

Fue entonces cuando vio la familiaridad entre ellos. Se percató de que eran más que socios. Más que amigos. Eran hermanos.

—Se acabó el espectáculo por hoy —gritó Boyle—. Hay trabajo por hacer.

El personal que se había congregado se dispersó al escuchar sus palabras.

Iona se aclaró la garganta.

—Deberías ponerte algo en esos nudillos.

Boyle se limitó a mirárselos y a chupárselos de nuevo. Y luego, encogiéndose de hombros, se encaminó adentro. Fin se detuvo junto a Iona.

—Este Boyle es un camorrista.

—Empezó el otro tío.

Fin se echó a reír.

—No me cabe duda. La madurez le ha proporcionado a Boyle el sentido común de esperar hasta que lo provoquen, y raro es que sea él quien dé el primer puñetazo. Por otro lado, le ha propinado a Riley la paliza que se ganó hace semanas en vez de hacer la apuesta.

Debería meterse en sus asuntos. Debería…

—¿Cuál fue la apuesta?

—Riley es un chalán de lo más rastrero. Tenía en su posesión a una yegua que había desatendido. Me dijeron que era todo pellejo y huesos, y estaba enferma y coja. Tenía pensado venderla para comida para perros.

La ira ardió en los ojos de Iona, que adoptó una expresión feroz.

—Me encantaría darle de puñetazos yo misma.

—No tienes manos para eso. —Fin vio que Alastar acariciaba el hombro de Iona con el morro y la forma en que ella inclinaba la cabeza hacia la de él—. Es mejor que utilices los pies para esas cosas y que apuntes a las pelotas.

—En este caso estaría encantada de hacerlo.

—Voy a contártelo yo porque es muy probable que Boyle no te diga nada, ya que es un hombre de pocas palabras, o de ninguna si le es posible. Le ofreció a Riley la cantidad que habría obtenido vendiéndola y más, pero a Riley lo trae al fresco Boyle, o yo, y exigió el doble. Así que siendo un hombre de negocios más astuto de lo que cabría pensar, Boyle apostó que podría beber más whisky que él y mantenerse en pie. Si Riley ganaba, Boyle le pagaría el precio que pedía. Si ganaba Boyle, Riley le entregaría la yegua por lo que le había ofrecido. El dueño del bar lo anotó en el libro de apuestas y, según me han dicho, una generosa cantidad de pasta cambió de manos. —Mientras hablaba, Fin desató las riendas del poste—. Y al final de la larga noche, fue Boyle quien siguió en pie. Aunque estoy seguro de que al día siguiente tuvo una resaca de mil demonios, también tenía a la yegua.

—Una apuesta de beber.

—Como ya he dicho, nuestro Boyle ha madurado. Bueno. —Fin le entregó las riendas a Iona, entrelazando las manos después—. Sube.

Con la cabeza llena de preguntas, de impresiones, Iona puso la bota en las manos de Fin y se montó sobre Alastar con suavidad.

—¿Dónde quieres que lo lleve?

—Os quiero a los dos en el picadero. Vamos a ver lo que sabes hacer.