13
Sus pies abandonaron el suelo otra vez, una sensación embriagadora, con la boca pegada a la de Boyle. Él le agarraba el jersey con una mano, como si fuera a arrancárselo en cualquier momento, lo cual le habría parecido perfecto. Si hubiera podido, se habría quitado la prenda… y todo lo demás.
—Tenemos que…
Lo que iba a decir, fuera lo que fuese, se perdió cuando la boca de Iona reclamó de nuevo la suya con avidez.
—¿Dónde está el dormitorio?
Tenía que estar cerca, y si no, el hundido sillón le parecía más que adecuado.
—Está…
Boyle trató de pensar aun con la ardiente neblina en su cerebro, luego se limitó a agarrarla del culo y a auparla. Ella enganchó las piernas alrededor de su cintura al tiempo que hacía lo mismo con los brazos en su cuello.
Todo estaba inclinado y crepitaba. Iona tan solo reparó de manera fugaz en una habitación en penumbra, un cierto desorden, parte del cual él apartó de una patada mientras la llevaba a una cama con postes de oscura madera y frías sábanas blancas.
Después de eso podría haber estado en cualquier parte; el bosque, el océano, una acera en la ciudad, un prado. No había nada salvo él, su peso apretándose contra ella, sus manos grandes recorriéndola, el apremio de su boca buscándola, tomándola. Nada salvo aquellas frías sábanas blancas calentándose más y más mientras él le quitaba el jersey por la cabeza y lo arrojaba a un lado.
Todo en ella era pequeño y exquisito. Los pechos, que encajaban a la perfección en sus palmas; las manos, que introdujo bajo su camisa para deslizarías sobre su piel. No era un hombre torpe, pero temía serlo con ella, y por eso trató de ir más despacio, de aflojar el ritmo.
Pero ella alzó las caderas, hundiéndole los dedos en los músculos contraídos de su espalda, urgiéndole a continuar.
Quería tenerla desnuda, así de simple. Quería ese precioso cuerpecito al descubierto para él, desnudo por la acción de sus manos, de su boca.
Bajó las manos y tiró de la hebilla de su cinturón. Ella dijo algo, que quedó amortiguado contra sus labios.
—¿Qué? ¿Qué? —preguntó Boyle.
Si le había dicho que parara, lo mataría.
—Las botas. —Sus labios deambularon por su rostro, luego sus dientes le mordisquearon la mandíbula—. Las botas primero.
—Las botas. Vale. Vale.
Sin aliento ya, y un tanto desconcertado por ello, se apartó para arrodillarse a los pies de la cama y tiró de su bota derecha. La arrojó a un lado, aterrizando con un ruido sordo. Cuando tiró de la izquierda, ella se alzó, lo agarró del pelo y tiró de él para atraerlo contra sí.
—Pareces… Todo está a oscuras, y oigo la lluvia que empieza a caer y mi corazón que late desaforado. —Iona recalcó las palabras con besos salvajes.
Esa vez, cuando él arrojó la bota, algo se quebró e hizo pedazos.
—Las tuyas, deja que te las quite. —Se retorció de nuevo para intentar asir su bota—. Tienen que esfumarse, tienen que desaparecer porque tengo que tenerte desnudo o perderé la cabeza.
—Yo estaba pensando lo mismo de ti.
—Bien, muy bien. —La risa de Iona, temblorosa por los nervios y la excitación, ascendió por su espalda—. Nos entendemos bien. —Tiró la primera bota al suelo—. Pon tus manos sobre mí, ¿quieres? Donde desees, en cualquier parte. Ya casi he terminado con esta.
No podía saberlo, pero había conseguido que su deseo se hiciera realidad. Lo había deslumbrado.
—¿Con eso te cerraré la boca?
—A lo mejor. Es probable. ¡Ya está! —Le quitó la bota y la dejó caer.
Y se echó sobre él.
Casi logró que acabaran los dos en el suelo, pero Boyle se las arregló para rodearla con los brazos y rodar con ella. Mientras él se sumergía en el siguiente beso, las manos de Iona se afanaron con su camisa.
—Tienes unos hombros magníficos. Solo quiero…
Lo despojó de la prenda, le subió la camiseta térmica y se la quitó.
De sus labios escapó el sonido típico de una mujer cuando lame chocolate fundido de una cuchara mientras sus manos le recorrían los pectorales, ascendiendo hasta sus hombros, bajando para apretarle los bíceps.
—Eres muy fuerte.
—No te haré daño.
Ella rió de nuevo, sin nerviosismo esa vez.
—Yo no te prometo lo mismo. —Ágil y veloz, se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador—. Te lo pondré fácil.
—Estoy dispuesto a trabajar duro. —Le quitó el sujetador—. Ahora cállate para que pueda concentrarme.
Al cabo de un instante, ya no podía pensar, mucho menos hablar. Sobre ella se precipitaron un sinfín de sensaciones, igual que sus manos, que la tomaban, la excitaban, la torturaban. Aquellas ásperas manos de trabajador, la incipiente barba de un día; estremecimiento tras estremecimiento sobre su trémula piel.
Chicos, comprendió. Todo el que la había tocado hasta entonces había sido un chiquillo comparado con él. Todo había sido demasiado suave, demasiado dulce, demasiado ensayado. Ahora tenía a un hombre que la deseaba.
Boyle no perdió el tiempo, sino que la despojó de los vaqueros, explorando su cuerpo, deleitándose con él.
Ella había creado el torbellino en el bosque. Ahora él originaba uno en su interior igual de descontrolado y salvaje.
Se entregó a él, sin rastro de timidez ni cohibición, un festín de placeres y exigencias que la excitaron de manera irracional. Sus jadeos y gemidos avivaron más necesidades, sus manos caprichosas despertaron terminaciones nerviosas sobre y bajo la piel de él. Y su boca, implacable y ávida, le hacía hervir su sangre como una droga.
Loco por ella, le agarró las manos y le levantó los brazos hasta que se aferró a ambos postes.
Cuando se hundió en su interior, creyó por un momento que el mundo explotaba. Su fuerza lo conmocionó, su fulgor lo cegó. Lo dejó, durante aquel fugaz instante, completamente débil.
Luego ella se elevó hacia él, reduciendo todavía más la distancia entre ellos mientras susurraba su nombre.
Y Boyle se sintió tan fuerte como un dios, tan poderoso como un semental y perdió por completo la cabeza.
Embistió una y otra vez, una y otra vez, enloquecido por todo aquel calor, por toda aquella suavidad. Ella adoptó su ritmo frenético, entrelazando los dedos con los suyos, moviendo las caderas como si fueran pistones, dando y tomando.
Entonces Boyle se sintió volar —como una flecha disparada de un arco—, sintió su indefensión y su esplendor. Oyó de manera vaga que ella dejaba escapar un sollozo al tiempo que alzaba el vuelo con él.
Después se derrumbó, ajeno a su peso, sobre ella. La cabeza aún le daba vueltas, sus pulmones respiraban con dificultad y su acelerado corazón palpitaba de forma dolorosa.
Iona se agitaba debajo de él, con las extremidades temblorosas y los músculos vibrantes. Deseaba con toda su alma envolverlo con su cuerpo, acariciarlo y mimarlo, pero no tenía fuerzas.
Acababa de dejarla vacía por completo.
Tan solo pudo quedarse ahí, tendida, envuelta en su calor, escuchando la agitada respiración de Boyle y el pausado repicar de la lluvia.
—Te estoy asfixiando.
—Es posible.
Sus propios músculos temblaron cuando se bajó de encima de ella para tumbarse boca arriba. Jamás se había implicado tanto, decidió.
¿Qué significaba eso?
Ella inspiró hondo un par de veces, luego se arrimó para apoyar la cabeza sobre su pecho. No pudo resistirse a la simplicidad y dulzura de su gesto, de modo que se sorprendió atrayéndola contra sí.
—¿Tienes frío?
—¿Estás de coña? Hemos generado calor suficiente como para derretir el Ártico. Me siento increíblemente bien.
—Eres más fuerte de lo que aparentas.
Iona alzó la cabeza para brindarle una sonrisa.
—Soy pequeñita pero matona.
—No te lo voy a discutir.
Boyle se dio cuenta de que sería muy fácil quedarse así, dejarse llevar por el sueño durante un rato. Luego volver a amarse. Y ¿qué significaba que estuviera pensando en hacerlo otra vez cuando apenas acababa de recobrar el aliento?
Quizá significara que ir despacio era un error.
—Debería llevarte a casa.
Ella no dijo nada durante un momento, pero la mano con que le acariciaba el pecho de manera perezosa se detuvo.
—Me parece que Branna te estará esperando —añadió él.
—Oh —exclamó Iona—. Tienes razón. Querrá saber qué ha pasado con todo detalle. Se me había olvidado. Ahora mismo parece algo ajeno a todo esto. Menos mal que uno de los dos es pragmático. —Volvió la cabeza para besarle la piel con suavidad y acto seguido se incorporó.
Cuando la miró en la penumbra, una clara silueta contra la incipiente oscuridad, deseó atraerla contra sí otra vez y abrazarla sin más.
—Será mejor que nos vistamos —dijo Iona.
Branna estaba esperando, y tratando de no ponerse a dar vueltas de un lado a otro presa de la preocupación. Odiaba conocer solo detalles sueltos. Aunque Boyle le había asegurado que nadie había resultado herido, y que cuidaría de Iona hasta que se hubiera tranquilizado, ya habían pasado dos horas desde entonces.
Más, se percató.
Peor aún, Connor le había dicho que dejara de portarse como una mamá gallina, y se había marchado al bar para —según sus propias palabras— no tener que soportar que le diera la tabarra con sus estúpidas preocupaciones.
Qué bonito por su parte, pensó con cierto resentimiento. Se había marchado a ligar, a tomarse unas cervezas, mientras ella se quedaba sola comiéndose la cabeza.
Si Iona no entraba por la puerta dentro de diez minutos, iba a…
—¡Por fin! —farfulló cuando oyó abrirse la puerta principal.
Salió con paso airado y un sermón casi preparado en su cabeza, y de pronto se detuvo, olvidándose de su reprimenda en cuanto los vio a los dos.
Una mujer no tenía que ser bruja para comprender qué había estado haciendo la pareja durante parte de las últimas dos horas.
—Bueno. —Puso los brazos en jarras cuando Kathel se acercó para saludarlos—. Vamos a tomar un té y me cuentas qué ha pasado. Tú también —le dijo a Boyle, adelantándose a él—. Quiero oírlo todo, así que ni se te ocurra salir por esa puerta.
—¿Está Connor?
—No está, no. Se marchó al bar a ligar, así que no tienes ayuda por esa parte. ¿Has cenado algo? —preguntó al entrar en la cocina.
—Boyle me ha preparado la cena —respondió Iona.
—¿En serio? —Enarcando una ceja, Branna lo miró de reojo mientras ponía la tetera al fuego.
—Me moría de hambre después de lo sucedido. Después del hechizo con las ratas también tuve hambre, pero esta vez me parecía que si no comía algo enseguida me moriría.
—No siempre será tan intenso. Eres novata en esto. Y parece que ahora estás bien, mucho más que bien, atendida. Oh, deja de arrastrar los pies, Boyle. Hasta un ciego podría ver que habéis echado un polvo. No tengo problemas con eso, salvo que en vez de echando un polvo, he estado aquí, de brazos cruzados, esperando a que vinierais para ponerme al día.
—Debería haber venido antes, en lugar de preocuparte.
Branna se encogió de hombros, ablandándose acto seguido.
—Si yo tuviera un hombre dispuesto a prepararme la cena y a darme un buen revolcón después de semejante susto, también habría aceptado. Confío en que haya hecho un buen trabajo en ambos casos.
Iona esbozó una amplia sonrisa.
—Excepcional.
Un reguero de calor se extendió como un incendio por la espalda de Boyle.
—¿Os importaría no hablar de mi vida sexual al menos mientras esté aquí sentado?
—Pues hablaremos cuando no estés. —Branna le sirvió té, dándole un beso en la coronilla.
—¿Has cenado? —le preguntó Iona a su prima.
—Aún no. Lo haré en cuanto escuche lo que vas a contarme. Desde el principio, Iona. Y si se deja algo, Boyle, por insignificante que sea, me lo cuentas tú.
Iona comenzó, procurando hablar con todo detalle y con calma.
Branna le asió la mano.
—¿Me estás diciendo que invocaste un torbellino? ¿Cómo es que sabías hacerlo?
—Está en los libros. Sé que es para alumnos avanzados, y que es peligroso, pero era… No sé por qué ni cómo, pero sabía que era lo que tenía que hacer. Sabía que podía hacerlo.
—¿Por qué no nos has llamado a Connor o a mí? ¿O a los dos?
—Todo ha pasado muy deprisa. Cuando lo recuerdo parece que hubieran sido horas, pero en realidad ocurrió muy rápido. No creo que fueran más de un par de minutos.
—Como mucho —confirmó Boyle.
—De acuerdo, pero más te vale que nos llames a Connor o a mí.
—O a Fin —intervino Boyle.
—No lo estoy excluyendo. —O solo un poquito, reconoció Branna—. Pero la sangre tira, Boyle. Connor, Iona y yo llevamos la misma sangre. Y esto es magia de sangre. No tenías demasiado miedo. Connor lo habría sentido, como hizo antes. No tenías tanto miedo como antes, sola en el bosque.
—Un poco sí, pero no, no como antes, quizá porque no estaba sola. Únicamente podía pensar en que les haría daño a Boyle y a los caballos para llegar hasta mí. Creo que eso me ha ayudado a concentrarme.
Branna asintió, pero se apartó el pelo.
—Estoy haciendo que te saltes cosas. Has dicho que no llevó consigo la niebla.
—No la llevó.
—Más para pillarte por sorpresa que para ponerte nerviosa. Y, además, es posible que obtenga algo de poder de la niebla y que no fuera tan fuerte.
—Seguramente, no creería que necesitara serlo —asintió Boyle—. Ha aprendido una lección. Iona hizo pedazos un árbol.
—Tuve cierto problema con el control.
—¿Invocar un torbellino sin ninguna práctica? No me sorprende, y es un milagro que lo único que destrozaras fuera el árbol.
—Es todo lo que presencié —dijo Boyle—, a menos que cuentes al muy cabrón dando vueltas en el aire.
—Si hubiera podido sujetarlo, enfocarlo mejor, habría podido destruirlo.
Branna le restó importancia a eso encogiéndose de hombros.
—Si fuera así de fácil, ya lo habría hecho yo mucho antes. Lo has hecho bien. Termina de contármelo. —Branna escuchó, asintió con la cabeza y no volvió a interrumpir.
Cuando Iona terminó de contárselo todo, Branna se tomó unos segundos antes de contestarle.
—Sí, lo has hecho muy bien. Te diría que has corrido un riesgo enorme, pero no puedo cuestionar tu instinto. Te ha dicho que esta era la forma de hacerlo y tú le has hecho caso. Estás sana y salva. Creo que has pillado a Cabhan con la guardia baja y que lo ha pagado. También es posible que lo hirieras un poco, si el brillo de la fuente de su poder…, la joya, según creo…, se atenuó. ¿Cómo te hizo sentir?
—Enorme. Como si pudiera sentir arder cada célula de mi cuerpo. Como si nada pudiera detenerme.
Al oír eso, Branna frunció el ceño.
—Ese es un peligro tan real como el lobo.
—Creo que sé a qué te refieres. Esa sensación de invencibilidad fue en parte la razón de que no pudiera controlarlo, o de que empezara a perder el control, y dejara que ello me controlara a mí.
—Es una lección vital. Ser engullido por el poder, la sed de más, fue lo que acabó con Cabhan.
Iona creía entender cómo era posible aquello, hasta qué punto podía resultar destructiva la tentación, la atracción, de tan ingente poder.
—Boyle me tranquilizó. Me ayudó a retenerlo, a apaciguarlo y finalmente a detenerlo.
Branna enarcó las cejas.
—¿De veras? No es poca cosa detener a una bruja que no solo está creando un torbellino, sino además dejándose llevar por él. De lo contrario, los dos estaríais deambulando por Oz, buscando los zapatos rojos.
—Pero yo sería la bruja buena.
—Hum. Me alivia que no estéis heridos ninguno de los dos. Es posible que dispongamos de un tiempo para mejorar más cosas antes de que vuelva a atacamos. Estoy orgullosa de ti —agregó Branna, y a continuación se levantó.
Palabras sencillas, dichas de forma sencilla, pero que a Iona le sentaron como un buen vino.
—Gracias.
—Ahora que tengo la mente despejada he de ocuparme de un par de cosas en el taller —prosiguió Branna—. Ya se lo contaré yo todo a Connor, y dado que estabas con Boyle cuando te ha atacado, será mejor que se lo contemos también a Meara. Y a Fin —añadió antes de que pudiera hacerlo Boyle—. Quedamos, como dirías tú, dentro de un día o dos, una vez que haya…, que hayamos tenido tiempo de analizarlo detenidamente.
—Me parece que es lo correcto —repuso Iona—. Juntos somos más fuertes que por separado, ¿verdad?
—Eso creo. Te veo a la hora del desayuno, Boyle —le dijo a Branna con un guiño, y acto seguido los dejó a solas.
—Bueno, no sé si debería…
—Debes. —Iona se puso en pie y le tendió la mano—. Desde luego que debes. Sube conmigo, Boyle.
El deseo era tan arrollador que no podía librarse de él. De modo que se levantó, asió su mano y fue arriba con ella.
Teniendo órdenes estrictas de presentarse en el taller de Branna directamente al volver del picadero, y con Boyle ocupado en una reunión con Fin, Iona le pidió a Meara que la acercara a casa.
—Necesito un coche. —Miró con el ceño fruncido la serpenteante y estrecha carretera que Meara recorría a toda velocidad, como si fuera una autopista de seis carriles—. Uno barato. Un coche barato y fiable.
—Puedo correr la voz.
—Sí, eso estaría bien. Además, tengo que aprender a conducir por el lado equivocado de la carretera.
—Sois los yanquis quienes conducís por el lado equivocado, y puede resultar aterrador salir a hacer la compra semanal.
—No me cabe duda. Pero ¿por qué conducís por la izquierda? He leído que se trataba de tener la mano derecha libre para manejar la espada, pero ha llovido mucho desde que la gente tenía que luchar a caballo con espada.
—Nunca se sabe, ¿verdad? Por lo general, la mayoría de la gente no lucha a caballo con un torbellino por arma.
—Ahí me has pillado. Quizá pueda convencer a Boyle para que me deje conducir un rato mañana. Va a llevarme a visitar algunos lugares. He estado tan enfrascada en el trabajo y en las clases que no he visto nada aparte de eso y del pueblo.
—Un día libre es bueno para el alma. Pero convencer a Boyle para que deje que alguien que no sea él se ponga al volante requerirá de una considerable cantidad de dulces y persuasivas palabras, y sin duda de unas cuantas promesas de exóticos favores sexuales.
—Soy buena conductora —insistió—. O lo era cuando el volante estaba al otro lado. Y ¿es que todo el mundo sabe que Boyle y yo nos hemos acostado?
—Todo el que tiene ojos. Si hubiera tenido ocasión hoy, te habría sonsacado más sobre el asunto del torbellino y del sexo, pero había demasiada gente.
—Puedes entrar —le dijo Iona cuando frenó ante el taller—. Así Branna no podrá mandarme más trabajo y yo podré contarte un montón de detalles.
—¿Por qué resulta tan entretenido estar al tanto de las aventuras sexuales de los demás? Quizá sea porque así no tenemos que lidiar con los problemas de nuestra propia vida. De todas formas —prosiguió Meara antes de que a Iona se le ocurriera una respuesta— sería todo oídos, eso te lo aseguro, pero tengo que hacer unos recados. Bueno, podríamos quedar en el bar más tarde, orejas incluidas, a menos que tengas planeadas más aventuras con Boyle.
—Podría sacar tiempo para tomarme una copa con una amiga. ¿Crees en la reencarnación?
—Vaya preguntita. —Meara se echó la gorra hacia atrás—. ¿A qué viene?
—Me preguntaba por qué forjar vínculos es a veces tan fácil, tan natural, como si ya lo hubieras hecho antes y simplemente estuvieras retomando la relación. Es así contigo y conmigo, con Branna y con Connor. Con Boyle. Incluso con Fin.
—Supongo que no descarto nada. No lo haces cuando tu mejor amiga es una bruja. Pero creo que en gran medida se debe a que estás muy abierta a esos vínculos. Los buscas. Es difícil no corresponderte, aunque en general no seas de ese tipo de personas.
—¿No lo eres?
—Normalmente no. Tengo un círculo muy reducido. Menos complicaciones, por así decirlo.
—Pues me alegro de que lo hayas ampliado por mí. ¿Nos vemos en el bar? ¿Dentro de un par de horas?
—Me parece bien.
—Gracias por traerme.
Iona se bajó, despidiéndose con la mano. Le gustaba la idea de estar abierta a formar relaciones y la posibilidad de quedar con una amiga para tomar algo. Quizá pudiera convencer a Branna para que se uniera a ellas, una especie de noche de chicas improvisada. Luego tal vez tuviera suerte y le pusiera la guinda con una aventurilla con Boyle.
Satisfecha con el plan, entró por la puerta.
—Qué empiece la clase, después podemos… Oh, lo siento. No he visto que tenías compañía…, un cliente.
Vaciló ante la puerta, sin saber si debía entrar o salir, y entonces reconoció a la mujer que se encontraba de pie junto a la encimera con su prima.
—Ah, hola. Nos conocimos mi primera noche en Ashford, en el restaurante. Eres la hija de Mick. Soy Iona —agregó cuando la mujer se quedó ahí, ruborizada y mirándola como una boba.
—Lo recuerdo, sí. Mi padre habla muy bien de ti.
—Es estupendo. Una razón más para amar mi trabajo. Siento interrumpir. Solo iba…
—No, no, no pasa nada. Acababa de terminar. Y gracias, Branna, ya me marcho. Dale recuerdos a Connor.
Salió de forma apresurada, guardándose una botellita en el bolsillo del abrigo.
—Lo siento. Sé que aquí también realizas alguna venta, aunque la mayoría las haces en la tienda del pueblo.
—Un poco aquí, un poco allá. —Branna guardó algunos euros en un cajón—. Los que vienen aquí suelen buscar lo que no vendo en el pueblo.
—Ah.
—No soy médico, pero sí discreta. De todas formas, en este caso te lo voy a contar, ya que no se trata del secreto que Kayleen piensa y puede que llegue el momento en que a ti te pidan lo mismo.
Levantó un cazo y, ayudándose con un embudo, vertió de un cuenco a una botella una crema de un claro tono dorado, que perfumó el ambiente con un aroma a miel y almendras.
—Un italiano muy guapo vino a trabajar en el restaurante que tiene su tío en la ciudad de Galway. Nuestra Kayleen lo conoció hace unas semanas en una fiesta y se han estado viendo. Yo lo conocí cuando vinieron a la tienda, y es tan encantador como un príncipe y el doble de guapo. —Continuó trabajando mientras hablaba, llenando botellas y limpiándolas antes de cerrarlas con los tapones—. Kayleen está loquita por él, ¿y quién puede culparla? Hasta yo lo habría intentado si estuviera en el mercado. Resulta que otras mujeres piensan lo mismo, y parece que él está encantado con la situación. ¿Quién puede culparlo? —agregó, atando una fina cinta dorada en el cuello de la botella.
»Pero Kayleen no quiere compartirlo y piensa que el guapo italiano solo necesita un empujoncito para comprometerse solo con ella. Se le ocurrió que fuera yo quien le diera el empujoncito.
—No te sigo.
Branna dejó las botellas que había terminado en una caja para transportarlas.
—Me pidió un hechizo de amor, y estaba dispuesta a pagarme cien euros ganados a base de mucho esfuerzo.
—¿Un hechizo de amor? ¿Sabes hacerlos?
—Saber y hacer son dos cosas distintas. Hay formas, claro. Siempre hay formas, y no hay nada más peligroso o lleno de dolor y arrepentimiento que los hechizos relacionados con el corazón.
—Le dijiste que no, imagino, porque conlleva arrebatarle a alguien la capacidad de decidir y porque se supone que no ha de usarse la magia para obtener un beneficio propio.
Con manos ágiles y diestras, Branna ató el siguiente lazo.
—Todo hechizo es para obtener un beneficio, de un modo u otro. Quieres algo o crees en algo, deseas proteger, bloquear o derrotar. Esta crema de aquí deja la piel suave y fragante, y puede levantar la autoestima de quien la lleva, así como provocar una respuesta de quien capta su olor. Yo la elaboro, algunos la compran y me pagan por ella. Eso también es un beneficio.
—Supongo que es un modo de verlo.
—Lo es. En cuanto al poder de decisión, hay ocasiones en que también hacemos eso, aunque de manera bienintencionada. Y por ello tenemos que estar dispuestos a pagar el precio, pues la magia no es gratis. —Levantó la vista y sus ojos color humo se clavaron en los de Iona—. Ni para nosotros ni para nadie.
—Entonces ¿por qué le dijiste que no?
—Las emociones son mágicas en sí, ¿no es así? El amor y el odio son las más fuertes y poderosas. Mi filosofía es no manipular indebidamente los sentimientos, no empujarlos en una dirección u otra, no con magia. El riesgo es enorme. ¿Y si el amor ya está ahí, a punto de florecer? Si lo presionas, puede dar paso a la obsesión. ¿O si quien paga por el hechizo cambia de parecer? ¿O si hay otro que ama y sería amado y la magia lo aparta por la fuerza? Hay demasiadas variables. No juego con hechizos de amor ni relacionados con el amor. Tú tomarás tu propia decisión al respecto, pero para mí es una línea peligrosa y poco ética.
—Poco ética, sí. Y aún más, no sería justo. —Para Iona eso era todavía más importante—. Y sí, entiendo lo que dices. Gran parte de la magia no es justa. Pero el amor debería ser…, no sé…, sagrado. La gente tiene que poder amar a quien ama.
—Y no amar a quien no ama. Así que dije que no y siempre lo haré.
—¿Y qué le has vendido en su lugar?
—La verdad. Ella decidirá si la utiliza o no. Si lo hace, ambos podrán decir lo que sienten, desean y esperan. Si no, puede disfrutar de lo que es mientras dure. Creo que no la utilizará. Tiene miedo de la magia y no está preparada para la verdad.
—Si lo ama, querrá la verdad.
Branna esbozó una sonrisa, metiendo la siguiente botella en la caja.
—Ah, y ahí lo tienes. Está un poco colada por él y más cachonda que una perra, pero ni se acerca al amor. Solo desea estar enamorada. El amor no se quiebra bajo la verdad, ni siquiera cuando quieres que así suceda.
La puerta se abrió y Kathel entró correteando, seguido por Fin.
—Chicas. —Se apartó el pelo revuelto por el viento—. He oído que hemos tenido un problemilla. ¿Estás bien, cielo? —le preguntó a Iona.
—Sí. Estoy bien.
—Me alegro. No obstante, me gustaría conocer todos los detalles y lo que planeamos hacer sabiendo que con toda seguridad habrá otro ataque.
—¿No viene Boyle contigo?
—Está hablando con el herrero, y Connor ha salido con los halcones, así que os toca a vosotras hablar conmigo sobre esto.
—Boyle también estaba. —Branna llevó la caja hasta una estantería en la parte de atrás—. Sabe tantos detalles como Iona.
—Él lo ve desde su perspectiva. Yo quiero la de ella.
—Tenemos trabajo, Fin. Iona necesita más conocimientos, necesita practicar más.
—Entonces te ayudaré con eso.
Como si ella ya hubiera aceptado, Fin se desprendió del abrigo.
—Tú y yo tenemos… técnicas diferentes.
—Así es, e Iona se beneficiará al ver y probar esas diferencias.
—Esta costumbre de hablar de mí en tercera persona cuando estoy aquí mismo empieza a resultar anticuada —decidió Iona.
—Y grosera —adujo Fin, asintiendo—. Tienes razón. Me gustaría ayudar, y en cuanto hayamos terminado con el trabajo me encantaría que me contarás con exactitud lo que sucedió y cómo lo dejaste… desde tu perspectiva, Iona. Si tienes la amabilidad.
—Yo…, se supone que he quedado con Meara más tarde. Pero… —Iona volvió la vista hacia Branna, vio exhalar un suspiro a su prima y se encogió de hombros—. Podríamos pedirle que venga aquí, y a Boyle también. Me parece que lo mejor es que estemos todos aquí, lo repasemos de una vez por todas y hablemos de lo que vamos a hacer.
—De acuerdo. Puedo pedir que nos traigan la cena. No tienes por qué cocinar para un batallón otra vez, Branna.
—Tengo salsa que preparé hace una hora para hacer pasta. La estiraré sin problemas.
—Llamaré a los demás. —Sacó su teléfono—. Luego nos pondremos manos a la obra.