15

Era el país de sus antepasados, y mientras lo veía alzarse, descender y desplegarse a través de la ventanilla del camión, Iona comprendió que era el país de su corazón.

Se había asentado dentro de ella como un trago de whisky en una noche fría, cálido y reconfortante. Verdes colinas se extendían bajo un cielo cubierto por capas de nubes, apiladas como sábanas de lino. El sol se asomaba entre ellas, creando intermitentes espirales azules, luminosas como ópalos. Rollizas vacas y ovejas lanudas salpicaban los campos esmeraldas divididos por irregulares setos verdes o muros de piedra gris.

Granjas, establos y preciosas casitas se diseminaban sobre la tierra a lo largo de la serpenteante carretera, con el encanto típico de una postal. Los jardines delanteros tendían su mano a la primavera, con valientes flores abriéndose en vivos tonos azules, atrevidos naranjas y delicados blancos, rematadas aquí y allá con precursores narcisos.

Viviría la primavera en Irlanda, pensó Iona, la primera del resto de su vida. Y al igual que aquellas valientes flores, decidió florecer.

La carretera zigzagueaba, los altísimos setos de pendientes de la reina silvestres que abarrotaban las curvas, cuyas flores colgaban como gotas de sangre, podían llegar casi a cerrarla como si fuera un túnel. Luego el mundo se abría de nuevo a las colinas, a los campos y, de manera emocionante, a las sombras de las montañas.

—¿Cómo lo resistes? —se preguntó Iona—. ¿No te deslumbra, no te deja sin aliento y te encoge el corazón constantemente?

—Es mi hogar —repuso sin más—. No hay otro lugar en el que prefiera estar. Va conmigo.

—Oh, también va conmigo. —Por fin se sentía integrada.

El viento se levantó, y una ráfaga de lluvia golpeó el parabrisas. A continuación, el sol se apresuró a convertir las gotas en diminutos arcoíris.

Magia, pensó, simple y misteriosa.

Igual que la abadía de Ballintubber.

Sus limpias líneas otorgaban una serena dignidad a la vieja piedra gris. Esta se alzaba sobre un precioso terreno esmeralda, con campos de ovejas al fondo, que se extendían frente a las verdes colinas, a las imponentes montañas.

Simple esplendor, pensó, reconociendo que dicha paradoja era la descripción perfecta de aquella antigüedad y de la vida que se desarrollaba a su alrededor. Se bajó del camión para estudiar los senderos, los jardines que desafiaban los últimos coletazos del invierno, y esbozó una sonrisa cuando la brisa llevó hasta ella el balido de las ovejas.

Pensó que podría sentarse en la hierba y pasarse el día entero mirando, escuchando sin más, rebosante de felicidad.

—Supongo que querrás escuchar la historia del lugar.

Había leído algo en su guía, pero le gustaba la idea de que Boyle le diera su punto de vista.

—No me importaría.

—Bueno, fue construido por Conchobair… Cathal Mor de la mano roja, del clan O’Connor, así que es uno de los tuyos.

—Ah. Por supuesto. —Qué profundas eran sus raíces allí, pensó. Y qué maravilloso era eso—. Igual que Ashford, antes de que los Burke lo ganaran.

—Eso es. Fue en 1216. Sé la fecha porque quieren restaurar el ala este, me parece, para el octavo centenario. Y la leyenda, o una de ellas, dice que aunque Cathal era hijo del rey Turloch, lo obligaron a huir de la reina de Turloch y pasó cierto tiempo trabajando y escondiéndose antes de ocupar el trono. Y había un hombre que lo trató con amabilidad, y Cathal, siendo ya rey, le preguntó qué podía hacer para recompensarlo. Lo que el hombre, ahora anciano, quería era una iglesia en Ballintubber, y por eso Cathal ordenó su construcción.

Recorrieron el sendero mientras él le contaba la historia, con su voz dando vida a las palabras y los balidos de las ovejas de coro. Absurdamente feliz, Iona tomó la mano de Boyle para unirse a él, para sellar esos momentos.

—Algunos años después el rey vio de nuevo al anciano y este estaba enfadado porque no había cumplido su palabra. Al parecer, la iglesia se había construido, pero en Roscommon.

Riendo, Iona levantó la mirada hacía él.

—¡Ups!

—Eso es. Pero Cathal ordenó que construyeran otra iglesia, y esta fue la abadía de Ballintubber.

—Un hombre de palabra.

—Eso dicen.

—Me alegra saber que hay un rey agradecido y honrado entre mis antepasados.

—Y es un legado que perdura, ya que se dice que es la única iglesia de Irlanda construida por un rey irlandés que sigue en uso.

—Eso me parece maravilloso. La gente suele despreciar lo viejo por lo nuevo en vez de comprender ese legado.

—Lo que hubo antes de ahora importa —adujo Boyle sin más—. Pierce Brosnan se casó aquí hace unos años, y ese ha sido el suceso por el que se ha hecho famosa más recientemente. Antes de eso era conocida porque aquí está el inicio del Tórchar Phádraig.

—La ruta de peregrinaje a la montaña de San Patricio. He leído algo sobre eso.

—También se dice que Seán na Sagart, que fue un vil cazador de sacerdotes, está enterrado en el cementerio de aquí. Ahí. —Boyle levantó la mano para señalar un árbol grande—. Eso dicen.

—Es un buen lugar. Limpio y poderoso. Y tengo una sensación de reconocimiento, de conexión, en lo más hondo. ¿Es extraño?

Boyle se encogió de hombros.

—Fue tu sangre quien lo construyó.

—Por eso hemos venido aquí primero. —Con una sonrisa en los labios, apoyó la cabeza contra su brazo—. Gracias. —Bajó la vista hacia una vieja y picada piedra y a lo que había grabado en ella—. ¿La coronación?

—Bueno, no solo está la abadía, las tumbas y demás. Eso es parte del vía crucis. Han añadido aquello, un rosario al aire libre, y ahí, una pequeña cueva que imita un establo para el nacimiento. Es un poco raro.

—Es maravilloso. —Tirando de su mano, Iona siguió el sendero, buscando otras piedras y letreros en el cuidado y bonito jardín—. Es tan abstracto, tan contemporáneo, y un contraste realmente creativo con lo antiguo.

Se detuvo ante un pequeño riachuelo, cuya orilla estaba cubierta de bajas matas que se extendían hacia las rugosas piedras, las cuales estaban coronadas por tres cruces que representaban la crucifixión.

—Debería inspirar tristeza, y sé que tendría que inspirar respeto. Y lo hace, pero resulta más… fascinante. Y luego esto. —Entró en la cueva para echar un vistazo a las estatuas de María, José y el niño Jesús—. También es maravilloso…, dulce y un poco hortera. Creo que a Cathal le agradaría lo que han hecho aquí.

—Que se sepa, no ha protestado.

Entraron y ahí encontró un silencio reverencial.

—Los seguidores de Cromwell incendiaron el lugar —la informó Boyle—. Por las ruinas que hay fuera del monasterio puede verse que las distintas estancias se derrumbaron, pero la iglesia se mantuvo en pie y todavía resiste. Dicen que la zona de ahí, donde se encontraba la pila bautismal, tiene mil años de antigüedad.

—Resulta reconfortante saber que las cosas que construimos pueden sobrevivir, ¿no te parece? Es hermoso. Los vitrales, la piedra. —La forma en que sus pasos resonaban en la quietud acentuaba la atmósfera—. Sabes mucho de esto —comentó Iona—. ¿Lo has estudiado?

—No me hizo falta. Tenía un tío que trabajó aquí en algunas de las reparaciones y mejoras.

—Así que mis antepasados lo construyeron y los tuyos ayudaron a conservarlo. Esa es otra conexión.

—Muy cierto. Y un par de primos y otro par de amigos se casaron aquí, así que he estado en este sitio unas cuantas veces.

—Es un buen lugar para una boda. La continuidad, el cuidado, el respeto… y el romanticismo, historias de reyes y cazadores de curas, seguidores de Cromwell y James Bond.

Boyle rió al oír aquello, pero ella se limitó a esbozar una sonrisa. Iona sentía algo en ese lugar: una afinidad, una sensación de reconocimiento, y una especie de certeza.

Comprendió que había estado allí antes, o habían sido sus antepasados los que habían estado, para sentarse, tal vez, sumidos en ese reverencial silencio.

—Velas y flores, luz y aromas. Y música. Mujeres con bonitos vestidos y hombres guapos. —Se puso a deambular una vez más, imaginándoselo todo en su cabeza—. Un bebé llorón al que están tranquilizando, pies que se arrastran. Júbilo, expectación y amor haciendo una promesa. Sí, es un buen sitio para una boda.

Quería para sí aquel lugar que conjugaba lo antiguo, el contraste y la resistencia.

Volvió a su lado y lo cogió de la mano otra vez.

—Las promesas aquí hechas serían importantes, y se cumplirán si quienes las hacen creen en ellas —le dijo Iona a Boyle.

De nuevo en el exterior fueron hasta las ruinas. Iona rozaba con los dedos la vieja piedra, y las atravesaron hasta el cementerio en que descansaban los fallecidos hacía mucho tiempo.

Tomó fotos para recordar aquel día y, aunque Boyle se quejó al respecto, lo convenció para que posara con ella cuando se hizo una foto a sí misma con el teléfono móvil.

—Se la enviaré a Nana —le dijo—. Flipará en colores cuando vea…

—¿Qué pasa?

—Yo… La luz. ¿Lo ves? —Le acercó el teléfono.

En la pantalla aparecían posando, Iona con la cabeza inclinada hacia el hombro de él. Ella tenía una sonrisa serena y Boyle, más sobria.

Y una luz, blanca como la cera, los rodeaba.

—Puede que sea el ángulo. Un destello del sol.

—Sabes que no es eso.

—No, no es eso —reconoció Boyle.

—Es este lugar —murmuró Iona—. Construido por los míos, conservado por los tuyos; forma parte de ello. Es un buen lugar, un lugar fuerte. Un lugar seguro. Creo que los tres vinieron aquí. Y otros que descendían de ellos. Y ahora yo. Me siento… bienvenida aquí. Es una buena luz, Boyle. Es magia buena.

Le cogió la mano, estudiando su dorso, ahí donde la magia negra había derramado su sangre.

—Connor me ha dicho que está limpia —le recordó Boyle.

—Sí. La luz destierra a las sombras. Meara tenía razón en eso. —Asiendo aún su mano, lo miró a los ojos—. Pero igual que las promesas que se hacen, la luz tiene que creer en ello.

—¿Y tú?

—Yo creo.

Acercó la mano libre a su rostro, poniéndose de puntillas para rozarle los labios con los suyos.

Iona creía en ello. En lo más hondo de su ser tenía fe y resolución. Y su corazón había aceptado aquello que había comprendido mientras paseaba con él por los senderos y diminutos jardines que se abrían para la primavera, entre los espíritus y las leyendas, por el lugar que era una promesa cumplida por uno de sus antepasados.

Ella amaba. Por fin. Amaba tal y como siempre había anhelado. Él era el amor de su vida. Y con él tenía que aprender a ser paciente y también a aferrarse solo a esa fe. La fe en que él la amaría como ella lo amaba a él.

Esbozó su mejor sonrisa.

—¿Y ahora qué? —preguntó Iona.

—Bueno, está la abadía de Ross. En realidad es un monasterio. El monasterio de Ross Errilly. No queda lejos, y seguramente quieras curiosear por allí.

—De acuerdo, vamos.

Miró en derredor mientras regresaban al camión, y supo que volvería. Quizá para recorrer el vía crucis o simplemente para quedarse de pie en la brisa y contemplar los campos.

Volvería, igual que habían vuelto los de su sangre.

Pero por el momento, mientras él la alejaba de allí en su camión, contaría los días que faltaban.

Desde la carretera vio la imponente masa, sus puntas, sus torres y sus derruidos muros. Bajo el plomizo cielo parecía algo sacado de una película antigua en donde unas criaturas que se arrastraban en la oscuridad se ocultaban y conspiraban.

Estaba deseosa de echar un vistazo más de cerca.

El camión recorrió un estrecho camino de tierra lleno de baches con preciosas casitas a un lado, acompañadas de jardines con flores que desafiaban al frío. Al otro lado del camino se extendían campos plagados de vacas y ovejas.

Al frente, más allá de lo organizado y lo rural, se alzaban imponentes las ruinas.

—No lo he estudiado —dijo Boyle—. Pero sé que es antigua, desde luego…, no tanto como la abadía, pero antigua igualmente.

Iona se aproximó, oyendo el silbido del viento entre los picos y salientes de piedra, el batir de alas de los pájaros y el mugir del ganado.

La torre central se alzaba por encima de los muros sin tejado.

Cruzó una entrada y sus pies crujieron sobre la gravilla.

Criptas para los muertos o lápidas en el suelo.

—Creo que los ingleses expulsaron a los monjes, como tenían por costumbre entonces, y los seguidores de Cromwell hicieron el resto y saquearon el lugar. Lo saquearon y lo incendiaron.

—Es enorme. —Pasó bajo un arco, levantando la vista hacia la torre y los negros pájaros que la rodeaban.

Se notaba el ambiente pesado; se avecinaba lluvia, decidió. El viento soplaba a través de las ventanas ojivales, silbando por la estrecha y curvada escalera de piedra.

—Esto debían de ser las cocinas. —No le gustaba la forma en que retumbaba su voz, pero se acercó para mirar lo que parecía ser una especie de pozo seco—. Ponte ahí. —Iona señaló hacia el enorme hogar.

Él arrastró los pies, lanzándole una mirada angustiada.

—No me gustan demasiado las fotos.

—Compláceme. Es una chimenea enorme. Tú eres un tío alto. —Tomó las fotografías—. Ellos mismos mataban a los animales cuya carne comían, cultivaban sus propias verduras, molían su harina. Tenían peces en aquel estanque de ahí. Los franciscanos. —Deambuló, teniendo que agachar la cabeza bajo los arcos a pesar de su estatura, hasta una zona abierta. Una hilera de arcos, lápidas y hierba—. El claustro. Pensamientos sosegados, hábitos y manos cruzadas. Tenían un aspecto tan pío, pero algunos tenían sentido del humor, otros ambición. Envidia, codicia, lujuria, incluso aquí.

—Iona.

Pero ella continuó, deteniéndose al pie de unos escalones, sobre cuyo arco habían grabado la figura de Cristo.

—Los símbolos son importantes —dijo Iona—. Los cristianos imitaron a los paganos en eso, tallando y pintando a su dios único igual que los antiguos tallaban y pintaban a sus numerosos dioses. Ninguno de ellos comprendió que el dios único es parte de los dioses múltiples, que los múltiples son parte del único.

El viento agitó su cabello cuando salió a una angosta balaustrada. Boyle la cogió del brazo con firmeza.

—Morí aquí, o fue mi antepasada quien lo hizo. Parece lo mismo. Interrumpió el camino a casa, demasiado vieja, demasiado enferma para continuar. Algunos quemarían a la bruja en esa época, pero su poder se ha acallado y la acogen. Lleva el símbolo, pero no saben lo que eso significa. El caballo de cobre. —La mano de Iona envolvió con fuerza su amuleto—. Pero él lo sabe. Huele su debilidad. Espera, pero debe ir hasta ella. Ella no puede concluir el viaje. Y siente que él se acerca, ansioso por lo que le queda a ella.

Él tiene menos poder del que tenía, aunque suficiente. Todavía suficiente. Ella ya no tiene opción. No puede hacerlo en el lugar de su poder, en su fuente. El está susurrando. ¿Puedes oírlo?

—Apártate ya.

Iona se dio la vuelta. Sus ojos se habían vuelto casi negros.

—No está hecho, y ha de hacerse. Ella tenía a su nieta…, tanto amor entre ellas, y el poder hierve en la pequeña. Le pasa lo que posee, igual que hizo la primera, igual que su propio padre había hecho con ella, y junto con el poder le pasa el símbolo. Una carga, una losa en el corazón. Siempre ha sido eso para ella, sin nada de alegría que establezca un equilibrio. Así que le pasa el poder y el símbolo con pesar.

»Y los grajos baten sus alas. El lobo aúlla en la colina. La niebla se arrastra sobre el suelo. Ella dice sus últimas palabras.

La voz de Iona se alzó, transmitida por el viento… en gaélico. Sobre las nubes retumbó algo que podría haber sido un trueno o podría haber sido el poder despertando. Los pájaros se alejaron profiriendo asustados graznidos, dejando solo el cielo y la piedra.

—Las campanas tañeron como si lo supieran —prosiguió—. Aunque la niña lloraba, sintió el poder alzarse… ardiente y blanco. Fuerte, joven, vital y feroz. Así que a él se le negó una vez más aquello que ansiaba. Y una vez más, y otra vez más, espera.

Iona puso los ojos en blanco. Cuando se tambaleó, Boyle la atrajo contra sí.

—Tengo que marcharme de aquí —dijo con voz débil.

—Muy cierto.

La cogió en brazos y bajó con ella por la angosta escalera curvada, atravesando los arcos bajo los que casi tuvo que doblarse por la mitad para poder pasar, y salió de nuevo al aire fresco y a la lluvia que caía.

Su húmeda sensación en las mejillas resultaba celestial.

—Estoy bien. Solo un poco mareada. No sé qué ha pasado.

—Una visión. Ya he visto a Connor atrapado en una.

—Podía verlas, a la anciana, a la niña humedeciendo la cara de su abuela. Fiebre, estaba tan caliente, como si ardiera por dentro.

Podía escucharlas a ellas, a él. Y podía oírlo tratando de llegar hasta ella, tratando de hacerla salir. Sentí su dolor, físico y emocional. Deseaba tanto poder evitarle a la niña el peligro y la responsabilidad, pero no había más opción, no había tiempo.

Boyle la cambió de posición para abrir la puerta del camión y la metió dentro, sorprendido porque las manos no le temblaran imitando a su propio corazón.

—Has hablado en gaélico.

—¿En serio? —Iona se retiró el pelo—. No puedo recordarlo, no exactamente. ¿Qué he dicho?

—No estoy seguro del todo. Algo así como «Eres la elegida, pero ha de haber tres». Y creo que… —Se afanó con la traducción—: «Aquí termina para mí; comienza para ti». Algo parecido, y más que no he podido entender. Tus ojos se han vuelto tan negros como los de un cuervo, y tu piel tan pálida como la cera.

—Mis ojos.

—Ya están normales —le aseguró, acariciándole la mejilla—. Azules como un cielo de verano.

—Necesito practicar más. Es como intentar competir en las olimpiadas cuando todavía estás aprendiendo a cambiar de mano y de aire. Y ese es un lugar potente, lleno de energía y poder.

Boyle había estado allí con anterioridad, y no había sentido nada salvo cierta curiosidad. Pero esa vez, con ella…

—Te enganchó —afirmó Boyle—. O te enganchaste tú.

—O fue ella, la anciana. Está enterrada allí. Tenemos que volver algún día, cuando esto haya terminado, y poner unas flores en su tumba.

En ese momento no tenía ganas de volver a llevarla jamás. Pero mientras rodeaba el camión para subirse, la lluvia cesó.

—Mira. —Cogió la mano de Boyle, señalando con la otra el arcoíris que resplandecía tras las ruinas—. La luz gana. —Esbozó una sonrisa sincera y, llevada por el espíritu del arcoíris, se arrimó para besarlo—. Me muero de hambre.

Él no pensó, sino que tiró de Iona para besarla hasta que la imagen de ella tambaleándose en el saliente se disolvió.

—Conozco un lugar que no está lejos y que tienen un pescado con patatas fritas muy bueno. Y bien sabe Dios que necesito una cerveza.

—A eso me refería. Gracias —agregó Iona.

—¿Por qué?

—Por enseñarme dos sitios asombrosos y por cogerme antes de que me cayera.

Miró de nuevo hacia el monasterio, las negras aves, el arcoíris. Su vida había cambiado para siempre, pensó. Pero a diferencia de su antepasada, ella lo consideraba un regalo.

En la acogedora cocina, con el perro a sus pies y la lumbre encendida en la chimenea, Iona se lo contó todo a sus primos.

—Has tenido un día ajetreado —comentó Connor.

—Y más.

—Han sido tres acontecimientos, llamémoslos así, en un solo día. —Branna, con el cabello aún recogido tras su jornada de trabajo, contempló su té—. Pero solo el primero tiene relación con Cabhan.

—El último también —le recordó Iona—. Ella lo sintió acercarse.

—Una visión del pasado. Da igual que fuera tuya o de otra, sigue siendo el pasado. Dudo que ahora él se aventurara tan lejos. —Branna miró a Connor.

—No, ahora no, y ¿por qué habría de hacerlo? Cuéntame qué sentías… antes, durante y después de que tuvieras la visión.

—Previamente, no estoy segura. Sentía que había estado antes allí, igual que en la abadía, pero no… alegre, no así de feliz. Era oscuro y… bueno, triste. Conocía la disposición, qué era cada cosa, pero ahora me doy cuenta de que era ella, nuestra antepasada. Tenía sus pensamientos, y algunos eran muy amargos. Ella sabía que se moría, pero más que la muerte detestaba pasarle el amuleto, el poder, la responsabilidad, a su nieta.

»No recuerdo haber subido los escalones. Tuve la impresión de que estaba allí, sin más. La anciana estaba en cama, con su cabello canoso. Tenía, además, el rostro ceniciento y estaba febril. Y la chica estaba a su lado, humedeciéndole la cara. Tenía el cabello rojo y largo. Eimear…, creo que llamó Eimear a la chica.

—No recuerdas qué dijiste en gaélico —le urgió Connor.

—No, solo lo que Boyle creyó que significaba, o lo que él entendió. Recuerdo la pena y el miedo, luego la luz irrumpiendo en la habitación. Durante un instante una sensación de poder…, salvaje, enorme. Como…, bueno, como un orgasmo realmente alucinante. Después todo se volvió gris y daba vueltas. Me sentí mareada, débil, desorientada, y cuando eso pasó, muerta de hambre.

—La sensación de mareo cesará dentro de un rato —le dijo Connor—. Menos mal que no estabas sola. No esperabas esto, ¿no? —le preguntó a Branna.

—No, todavía no. Aún no. Quiero decir que está… estás —se corrigió, y se dirigió a Iona de forma directa— acelerando. Creo que se debe a dónde estás y a con quien estás. Estamos los tres juntos, así que lo que tienes está madurando más rápido de lo que lo haría si no fuera así. Esto es algo bueno. Serás más fuerte, menos vulnerable.

—¿Debo esperar más sorpresas?

—Tomaremos las cosas según vengan.

—Rebobinemos un momento. El sueño. ¿Compartimos Boyle y yo el sueño porque estábamos juntos?

—El sexo. —Connor se recostó, estirando las piernas—. Es un vínculo poderoso. O puede serlo.

—Así que si mantengo relaciones sexuales con Boyle, ¿puede verse arrastrado conmigo? Pero le hace daño. Su mano. El veneno.

—Lo cual atendiste perfectamente. Tienes buen instinto.

—Pero la próxima vez podría ser peor.

—Hay que tomarse las cosas según vienen. —Le recordó Branna—. Cabhan le hizo daño, pero Boyle también le hizo daño a él. Cabhan sintió el golpe…, un golpe humano y en un sueño…, y eso me parece interesante.

—Era negro, mezclado con la sangre de Boyle. Podía verlo. Si se hubiera extendido antes de que…

—Pero no fue así —replicó Branna de manera acalorada—. Nos enfrentamos a lo que hay. No puedes complicar lo que hay con los «¿Y si?» ni con las emociones.

—Le quiere. —Connor le frotó la mano a Iona cuando esta se sobresaltó—. El amor lo complica todo y también se abre paso a través de todo.

—Yo no he dicho que… ¿Cómo sabes algo que yo acabo de descubrir?

—Sale de ti con tanta fuerza que no puedo evitar verlo. —Le frotó la mano otra vez—. No era mi intención asomarme a la puerta, pero es que está abierta de par en par.

—No le he dicho nada a él. —Ni podía ni debía, pensó, recordándose su promesa de ser paciente—. Digamos que lo estoy saboreando. He querido sentirme así, he intentado sentirme así, durante mucho tiempo. Y con Boyle no he tenido que desearlo ni intentarlo. Ha sucedido.

—Eso está muy bien, y desde luego es uno de los mejores hombres que conozco, pero no puedes dejar que lo que tienes se cuele a través de la bruma del amor —la advirtió Branna.

—En eso tenemos opiniones distintas —intervino Connor—. Yo pienso que el amor solo aumenta el poder. Dónde está influye —le dijo a Branna—. Y también el hecho de estar con nosotros. Pero creo que lo que siente es otra razón de que esté progresando tan rápido. ¿Cómo supo que el veneno estaba dentro de Boyle y cómo lo extrajo limpiamente, cuando nunca antes había hecho nada semejante?

—No te lo discuto. Es diferente para cada uno, ¿no es así? El amor, la magia, y cómo lo entendemos y nos enfrentamos a ello. Y en cada caso, las decisiones que tomamos. Solo digo que llevas muy poco tiempo aquí, y con él, como para pensar en el amor y en las decisiones que lo acompañan.

—Lo supe nada más verlo. Quizá fue una especie de visión. No lo sé. Pero sentí este cosquilleo. —Se apretó el vientre con la mano—. Y este aleteo. —Se llevó la mano al corazón—. Me dije que era atracción porque estaba impresionante a lomos de Alastar…, pero era más que eso. Me dije a mí misma que no podía seguir adelante porque…, bueno, al principio creí que estaba con Meara.

Miró a Connor enarcando una ceja cuando este soltó una breve carcajada.

—No sé por qué te hace tanta gracia. Hacen muy buena pareja. Altos, en forma y despampanantes. Y tienen una conexión; estaba claro desde el principio.

—Claro, como Branna y yo, porque están tan unidos como hermano y hermana, y nunca ha sido de otro modo. Pero creíste que eran algo más, así que dejaste a un lado lo que sentías o podrías haber sentido. Eso dice mucho de ti. No todos harían lo mismo. Me pregunto si yo lo haría.

—El amor a primera vista es un cuento chino —dijo Branna con firmeza.

—Adoro los cuentos. —Con una carcajada, Iona apoyó los codos sobre la mesa y la cara, en los puños cerrados—. Una vez que Meara me sacó de mi error decidí que no era más que atracción y que estaba bien. Decidí que solo quería acostarme con él, pero nunca he sentido lo que siento por él. Y sé lo que es, y sé que empezó cuando lo vi montado en Alastar, ambos fieros y furiosos. Me enamoré de ambos en ese preciso instante. Estoy tratando de ser paciente, lo cual no forma parte de mi naturaleza. Alastar descubrió que me quería. Ahora solo tengo que esperar a que Boyle también lo descubra.

—¿Confías en que lo haga? —le preguntó Branna.

—No puedes esperar que existan los finales felices. Tienes que creer en ellos. Luego haz el trabajo, asume los riesgos. Mata al dragón…, aunque en realidad pienso que los dragones tienen mala fama…, besa a la princesa, o a la rana, y derrota a la malvada bruja.

—Bueno, me conformo con derrotar a la malvada bruja como final feliz.

No debería conformarse solo con eso, pensó Iona, pero Connor le dio un pequeño apretón en la mano antes de que pudiera decirlo.

—Tengo cosas de las que ocuparme, pero luego, después de cenar —prosiguió Branna— practicaremos otra vez. Connor puede ayudarte con las visiones, con la sanación. El solsticio está cada día más cerca y hay mucho trabajo por hacer.

—¿Tienes alguna idea de qué hacer?

—Has dicho que Boyle lo hirió en un sueño, y solo con su puño. Nosotros podemos hacer mucho más.

—Tengo que volver a la escuela y supervisar a los polluelos, pero estaré en casa dentro de una hora.

—Me voy contigo —le dijo Iona a Connor—. Me gustaría ejercitar un poco a Alastar, aunque solo sea dar una vuelta por el picadero.

—Pues me pasaré a recogerte y volveremos juntos a casa.

—Es probable que me traigan, pero si no, te enviaré un mensaje.

—Muy bien, largaos los dos y dejadme tiempo para pensar. —Branna se apartó de la mesa—. Has dicho que Fin iba a hacer un hechizo de protección para la cama de Boyle. Asegúrate de que lo haya hecho antes de volváis a utilizarla.

—Vale.

—La próxima vez que tú o cualquiera de nosotros entre en un sueño quiero que sea una decisión propia y que seamos nosotros quien introduzcamos a la persona.