LA VANGUARDIA
Salió su foto en el periódico y muchas letricas abajo de la foto lo decían:
Teniente Bombillo, de 48 años de edad, elegido combatiente de vanguardia para la construcción del Partido en su unidad de calzadores. Fue propuesto por todos los compañeros en la asamblea, que alegaron: “El teniente Bombillo es siempre el primero en los peines, el que va adelante, como la bandera roja de la victoria”. En unas palabras a este corresponsal, Bombillo añadió: “Yo sí que soy de Patria o Matao. ¡Lo mío es tan grande, chico!” (Berildo Capote, corresponsal).
Bombillo se aprendió de memoria el periódico y recortó su pedacito para hacerle un marco y clavarlo en la pared de la casa. Pero todo sin personalismos porque hay que dar el ejemplo a la tropa y a esos muchachos nuevos que vienen despuntando.
El día 4 de abril a las cuatro horas, lo despertaron la gente del Estado Mayor y de la Seguridad: había operación contra la banda de Tomasa el Blu. El comandante Bunder Pachecho informó a Bombillo el lugar que debía peinar, entre la finca de los Limonares y el terraplén de Vieja Chula.
Bombillo preguntó a la gente de Seguridad: ¿Y de verdad que Tomasa el Blu anda por ahí?
Eso es más seguro que lo seguro, le respondió el rubio de la Seguridad.
Bombillo: Ah, ¿y dónde se supone que chocaremos?
¿Tú te acuerdas dónde está la casa de los Limonares? Pues un poquito más atrás, como a diez cordeles... En lo del río seco, en las piedras grandes... el viejo Limonares nos dijo que los vio allí y que le pidieron comida.
Bueno, bueno, que dentro de media hora mi tropa sale, dijo y se despidió del comandante Bunder Pacheco y de la gente de Seguridad.
Una casa de curar hojas de tabaco servía de albergue a su tropa. Colgaron las hamacas de los horcones. Ahora se levantaban y se movían los hombres perezosos. Caminaban cargados de sus huesos y de primer intento las botas no querían calzar. Después el escaso desayuno servido en las cacharras de campaña: un café con leche dulzón y requemado; luego el placer sensual del tabaco, o la tranquilidad de un cigarro rubio, del humo botado de los pulmones, ascendiendo tranquilo y disipado junto con el amanecer. De pronto, la voz: ¡a los camiones!
Y allá van los Zil y los Gaz, abarrotados de soldados friolentos acurrucándose unos con otros, bajo los escasos nylons, mientras, en cualquier monte, los bandidos no saben que la tropa de calzadores se acerca.
Los camiones se detuvieron en la carretera y Bombillo fue llamando a los jefes de compañía. Los reunió al lado de un almácigo y sobre el mapa dio las instrucciones. Con el batallón, si ponemos un hombre a cada metro, entonces podemos hacer peine de un kilómetro más o menos, enseñó Bombillo sobre la carta, trazando flechitas rojas sobre la raya que venía a ser la carretera donde estaban los camiones y entonces alargó con el creyón las flechitas hasta otra raya, esta vez azul, que corría paralela a la carretera y que era un río a 10 kilómetros de allí. Hasta el río debemos venir, dijo Bombillo. Los jefes de compañía asintieron y se dio la orden para que los cazadores bajaran de los camiones. Se apearon y cruzaron de la carretera al campo. Las compañías se alinearon a lo largo, una al lado de otra. Bombillo vino a ocupar el centro de la formación y alzó la mano izquierda sobre su cabeza. Gritó: Adelante, ¡adelante! Y echaron a caminar. Enseguida Bombillo ganó ventaja sobre todo el batallón y metro a metro fue dejando atrás a los hombres hasta que empezaron a ser muñecos verdes que se quedaban muy atrás.
De adentro de la casa de los Limonares vino el saludo: ¡Jeyyy, Bombillo!, ¿cómo anda esa vida? Se detiene y le hacemos café.
Ahora no puedo, le dijo el teniente Bombillo, sin detenerse, ahora no puedo que soy hombre en guerra. La FAL ya me pica en las manos y quiero sangre de bandido.
Jayyy, ese Bombillo malo, dijeron los Limonares.
Atrás la tropa apuraba el paso. Ahoritica el jefe encuentra al bandido, él solito; hay que mover estas patas.
Llovió en la tarde anterior y la superficie de la tierra estaba gozosa por el alimento. La hierba crecida brillaba y a la res se le complicaba el estómago por tanta vida y a puros cagalones se iba. Bombillo se detuvo a pocos metros antes del cauce seco. EU FAL hacía perfecto juego con su cuerpo, acerado y largo; la cabeza de aguacate boca abajo, ancha y masuda arriba, afinándose en lo bajo, en la quijada. Sus largos pies de patilla bien arreglados sobre los cachetes hundidos. Aunque ya la piel estaba cuarteada, estirándole los ojos, agrietada la boca. Bombillo dijo con voz queda:
—¡Tomasa!
La naturaleza a su alrededor traqueteó. Oyó el burunal de las piedras que una vez estuvieron bajo el agua dulce; varias voces: Eh, eh, qué.
—¡Tomasa, soy yo, Bombillo, Bombillo!
La cabeza, acompañada del cañón de una Thompson, surgió frente a él. Sí, Tomasa, es Bombillo, dijo la cabeza. Tomasa apareció a la izquierda de Bombillo, atrás de unos matojos de limón. ¿Qué le pasa, Bombillo?, preguntó el Tomasa, fatigado, con la larga y sucia melena tocándole los hombros. La derruida camisa de faena. Los dientes cariados por la mala comida. ¿Qué pasa Bombillo? La cinta de balas 30 alrededor del pecho, sobre las medallitas religiosas y algunas oraciones bordadas en tela roja y negra.
—Oiga, Tomasa, corra ahora mismo que allá atrás viene mi gente. Vayan ustedes hacia las estribaciones que yo sigo con la tropa para arriba.
—Bombillo, ¿tienes cigarros?
—Tengo. Coge —y Bombillo le dio dos cajas de Vegueros y algunos tabacos—. Oye, Tomasa, ven mañana por aquí, tienes que hacer una visita al viejo Limonares... él te echó palan te con Seguridad.
—Ah, conque Limonares, ¿eh? —meditó Tomasa el Blu, mordiéndose los labios—. Mañana vendremos entonces.
—Tomasa, por favor, ahora vete.
—Bombillo, ¿cómo andas de dinero?
—Estoy mal. Apúrense de una vez. Yo te mando más cosas con el Yeyo. Vete.
Se escucharon voces. Los tres bandidos recogieron las mochilas y caminaron unos metros por el cauce seco. Tomasa se viró hacia Bombillo: ¿hacemos lo de los tiros?
—Claro —respondió Bombillo y le dio las espaldas. Apretó el gatillo de la FAL y las balas se salieron. Un proyectil trazadora dio de refilón en una ceiba madura y salió despedido arriba, perdiendo su velocidad inicial, pero dibujando una luz roja en la mañana, que despacio subía y allá arriba se apagó.
Tomasa y su gente también hicieron algunos tiros al aire. Los de la tropa se volvieron locos y llegaron corriendo a donde Bombillo. El teniente Bombillo, airado, gritó: ¡vaya cará, menos mal que llegaron ya! Señaló hacia un descampado. ¡Van por allí!, gritó y la gente puso tronera de fuego al vacío. Bombillo se irguió en sus seis pies y alzando el brazo izquierdo exigió de los hombres: ¡Adelante, adelanteee!