AL PALO

Tomo la carabina AKA en las manos. Es una hermosa carabina con peine aplanado y curvo donde se cargan treinta balas. La culata está como nueva, como yo, soldado nuevo, sediento de la sangre del bandido. Se le puede pasar el dedo al cañón y no se sentirá una gota de polvo o grasa. La tengo en mis manos. La AKA se pega fácil a los dedos y a la palma de la mano. Encaja bien entre la cadera y el brazo cuando se va a disparar al nivel de la cintura. Pero no voy a disparar al nivel de la cintura. Con el pulgar paso la palanca de selector de fuego a la posición de automastichie. Estoy de pie en la cima de esta lometa de Rancho Consuelo. A cincuenta metros bajo mis pies corre un río. El río muere después de la lometa porque entonces comienza el mar. El mar es más fuerte que el río. Atrás se eleva la azulosa Sierra. Levanto la AKA sobre mi cabeza y dejo escapar una larga ráfaga. El arma me tiembla en la muñeca hasta que suelto el gatillo. Soy más fuerte que el mar, me lo dice la AKA. Luego regreso a las barracas de Rancho Consuelo y dejo el arma colgada de la litera, prometiendo limpiarla en la noche, y voy caminando hasta la barra de la playa a ver las mujeres de Trinidad que se lucen con esas trusas que aprietan y hacen brotar todos los deseos, y a recluirme en el cuartico de atrás del almacén, donde el administrador nos sirve cervezas congeladas, bien escondidos y así el comanche Bunder Pacheco no se entera y no se molesta por la desobediencia de beber con uniforme. Aquí todos los cazadores hacen los cuentos de sus muertos, entre sorbo y sorbo, entre cajas abiertas de apestoso tasajo y bidones de manteca asocados por las moscas persistentes y zumbadoras, y como yo no tengo ningún muerto me acerco al oído del comisario Iglesia y le susurro: quiero ser miembro de un pelotón de fusilamiento, quiero matar un bandido, ¿me entiendes? Y él me mira y dice en voz alta: eres un gargajo.

Me humilla.

Al bandido hay que matarlo en combate y entonces probar su sangre como hacían los hombres de Panfilov.

—Claro, claro —dice Elias, que se hace el muy gallito y se cree superior a todos—. Nadie se gradúa de macho matando un bandido amarrado en el pedo.

Y yo me sonrío nervioso, sin saber qué responder, tratando de buscar una manera de irme de allí, mientras el sudor se me pega en el cuello y la frente y el trago de cerveza no me refresca nada y ellos no cambian la conversación, esperando de seguro que yo diga algo, y.