Capítulo 6

Viernes 7 de noviembre de 2008, 21.07h

Joder con el puñetero bolso, le estaba dejando los riñones y el estómago hechos una piltrafa; a cada paso que daba la golpeaba sin piedad. Maldita sea. No debería haberlo cogido, pero… ¿dónde iba a meter sino el «Kit de supervivencia para encuentros sexuales esporádicos»? Un cepillo, un bote de laca, un estuche de maquillaje, un cepillo de dientes, pasta dental, un paquete de galletas, un paquete de condones y un bolsito de aseo con un tanga y un sujetador limpios para arreglarse por la mañana amen del resto de cosas que usualmente llevaba en el bolso… Y parecía que no, pero pesaba un huevo. Claro que podía haberlo dejado en el maletero del coche pero a ver con qué cara le soltaba ella al Draculín que antes de iniciar el viaje a ningún hotel tenía que pasar por su coche a por el bolsón para la noche, joder, qué corte, ¿no?

En ese momento se paró de golpe, su cerebro, que había estado hundido en las brumas de la desesperación por culpa de su pelo, volvía a funcionar a la máxima potencia. ¿Para qué coño quería el «kit de supervivencia para E. S. E.» si no iba a tener un «E. S. E.»? (Encuentro Sexual Esporádico). Dios, se había olvidado por completo de su horrendo pelo y del hilo que abrochaba sus pantalones. Era inconcebible un E. S. E. sin desnudarse y quitarse el turbante y cualquiera mostraba a nadie y menos a Colmillitos las pintas que tan diabólicamente ocultaba su disfraz. Demonios.

Se dio media vuelta y regresó al coche, no se molestó en pulsar el mando a distancia, se había vuelto a quedar sin pilas. Abrió el maletero y lanzó dentro el mega bolso, al fin y al cabo no lo iba a necesitar y bastante tenía ya con las estrecheces de los pantalones como para aguantar también los golpes del «bolso asesino». Volvió a cerrar el coche y se dirigió, una vez más, al Centro Cívico, aunque con tanto retraso lo mismo Mordisquitos ya ni estaba.

Drácula asistía asombrado al errático paseo de Luka. Cuando parecía que por fin llegaba a la plaza se quedó parada de golpe, giró sobre sus talones y volvió al coche. Joder. ¿Acaso se lo había pensado mejor y había decidido irse? No. Al cabo de un segundo volvía a girar sobre sus talones y se dirigía de nuevo hacia él… ¿Nerviosismo o locura?

Por lo visto se había deshecho del bolso. Casi mejor, esa cosa era un arma a tener en cuenta. Decidió esperar sentado tranquilamente a que ella se acercara, ahora que podía ver su cara iluminada por las farolas descubrió en su expresión una mueca de… ¿fastidio? ¿Irritación? Parecía que se avecinaba una noche divertida.

Luka inhaló todo el aire que los estrechos pantalones la permitían y observó la plaza. No había nadie. Había llegado demasiado tarde. Mierda, pensó pateando el suelo. Volvió a echar un vistazo solo por si las moscas y entonces lo vio en un banco medio oculto entre las sombras. Estaba sentado con las piernas extendidas, los brazos sobre el respaldo y la mirada atento a sus movimientos; tenía una completa expresión de… depredador. Llevaba unos vaqueros corrientes, deportivas y chaqueta de cuero abierta que dejaba asomar una camisa de color oscuro, esa parecía ser su manera estándar de vestir. Se acercó a él cautelosamente, no sabía si estaría enfadado por su tardanza.

—Hola, siento llegar tarde, me entretuve.

—Ya veo.

—Es que estuve con una amiga probando cosas en mi pelo. —¿Por qué había dicho eso?

—¿Con tu pelo? Ah, lo dices por el turbante. No está mal, es algo… fuera de lo común.

—¿Sí, verdad? —Respiró aliviada, no parecía enfadado y su pelo no la había delatado todavía—. Quería cambiar de aires y se nos ocurrió esto.

—¿Se os ocurrió? ¿A ti y a quien más? —Tenía que saber quién era el artífice de ese asesinato al buen gusto.

—A Pili y a mí —al verlo fruncir el ceño, aclaró—. La conoces, iba disfrazada de R2D2.

—Ah sí, la recuerdo. —Dios, un robot haciendo turbantes, así iba el mundo.

Como ella no parecía tener intención de acercarse él, se levantó y la abrazó decididamente a la vez que le lamía los labios para luego besarla suavemente. Cómo no, a Luka le hicieron chiribitas los ojos; este tío desde luego sabía cómo besar. Al punto la pasó un brazo sobre los hombros como si fueran una pareja de toda la vida, Luka estaba flipando.

—Bueno, ¿vamos al italiano? Te gusta la pasta, ¿verdad?

—Sí, lo cierto es que me gusta cualquier comida. —Otra cosa era dónde carajo iba a meter la comida con la tripa estrujada como la tenía por los pantalones.

—Perfecto, vamos, tengo el coche aparcado aquí al lado.

Y así, con un brazo musculoso, cálido y posesivo rodeando sus hombros, Luka pudo por fin relajarse, no había salido tan mal como pensaba. Cuando llegaron al coche estaba dando gracias a todos los dioses habidos y por haber de que fuera un coche grande, con amplio espacio para estirar sus rígidas piernas. Conducir el Clio hasta allí había sido un verdadero suplicio, incluso pensó que el pantalón le iba a estallar de estar tan encogida. Entró con cuidado en el Carnival y se sentó sin siquiera doblar las rodillas sintiendo cómo la cinturilla de los pantalones se le clavaba en el estómago dejándola sin respiración otra vez, y para colmo de desgracias, cuando acabó de acomodarse y se giró para abrocharse el cinturón de seguridad, notó cómo la costura de las ingles se acoplaba ajustadamente y sin compasión encima de su clítoris. Joder. Lo malo es que esto no la molestaba exactamente… sino todo lo contrario.

Drácula la miraba por el rabillo del ojo, en vez de sentarse casi se había tumbado sobre el asiento, le quedaban tan apretados los pantalones que dudaba que pudiera respirar. ¡Mujeres!, no les importaba estar incómodas con tal de estar guapas…

Draculín arrancó el coche e inició la marcha hacia el restaurante. Al pasar sobre el primer bache la oyó maldecir entre dientes. Unos metros después pasó sobre un badén, ella volvió a quejarse, la miró de reojo, giró hacia el centro pasando sobre un socavón y cuando ella se quejó esta vez pudo ver que tenía la cara colorada y sudaba. Preocupado paró en doble fila.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, claro —dijo entre dientes, cada vez que el maldito coche botaba los vaqueros hacían magia en su clítoris.

—¿Segura? Estás roja como un tomate.

—Sí, no pasa nada. ¿Queda mucho? —preguntó nerviosa, ¡vaya situación!

—Unos diez minutos… y varios baches más —contestó intrigado.

—Genial, pues pongámonos en marcha —tomó aire en un intento de relajarse.

Volvió a poner el coche en marcha mientras la miraba sin perder detalle. Parecía a punto de… ¿correrse?

Cada mínimo bache en el camino era una tortura, se estaba animando de mala manera. Sudaba a mares y repetía para sus adentros la tabla del nueve en un intento por pensar en otras cosas, pero no había manera, hasta que por último llegó uno un poco más fuerte que los demás y un gemido escapó de su garganta, nueve por nueve ochenta y uno. Dios, había estado cerca. En un experimento por minimizar los efectos de la costura en su entrepierna llevó las manos a la «V» de los vaqueros e intentó aflojarlos, nueve por ocho setenta y dos, joder, no había manera, cada vez peor.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó aminorando la marcha y mirándola fijamente.

—Na… nada. —Dios, putos vaqueros, estaba a puntito, nueve por siete sesenta y tres.

—¿Nada? Parece que está a punto de darte un patatús.

—Joder. ¡Para!

Aparcó el coche —gracias a Dios había un hueco libre a mano— y Luka bajó a toda velocidad, quizá el frío otoñal la tranquilizara un poco, nueve por seis cincuenta y cuatro. Miró a su alrededor y vio que estaban a pocos metros del portal de su casa… ¡Dios!, estaba por subir y cambiarse de ropa y al diablo con la cita, con la sensatez y con todo.

—Oye, mira… es que estos pantalones me están molestando.

—No parece que te molesten mucho la verdad —comentó él, mirando fijamente las manos de Luka que no paraban de moverse intentando aflojar el tiro de los pantalones— ¿te pica?

—¡No, qué va… qué tontería! —¡Ahora va a pensar que tengo ladillas!

—¿Segura? Si quieres te rasco yo —su sonrisa pícara y sus ojos lascivos no dejaban lugar a dudas de que la «friccionaría» intensamente.

—¿¿Qué?? No, qué va… ja ja ja —ni ella se tragaba esa risa tan falsa—, es que me aprietan un poquitín. Nada importante.

—Deja que te ayude.

Apartó sus manos de la costura de los pantalones y colocó la suya en su lugar, frotando suavemente la costura humedecida a la vez que mordisqueaba su boca y le rodeaba la cintura con la mano libre.

—Tienes los pantalones humedecidos —susurró.

—Es que me aprietan. —Dios, ¿por qué estaba diciendo esas chorradas? Nueve por cinco cuarenta y cinco.

—Ya lo habías comentado.

Se apretó más contra ella y Luka pudo sentir su polla dura como una piedra presionando su estómago.

¡Por favor, que no se dé cuenta de que tengo los pantalones atados con un hilo! Le mordisqueó y lamió los labios hasta que se rindió con un gemido abriéndolos para él. Su lengua entró violenta recorriéndole los dientes, acariciando el paladar, respiraban entre jadeos totalmente absortos de lo que les rodeaba.

Una mano rodeó su cintura hasta acabar masajeando sus nalgas mientras la otra hacía magia en la costura empapada. Dios, estaba a punto de correrse en mitad de la calle… en mitad de la calle y justo enfrente de la tienda donde compraba el pan todos los días, pensó con un destello de lucidez. Abrió los ojos de golpe y sí, efectivamente, allí estaba la «rubia», la cotilla oficial del barrio y dueña de los frutos secos, joder. Y no les quitaba ojo de encima. Empujó con manos temblorosas el estupendo y musculoso torso que se apretaba contra ella y consiguió separarse de la rigidez que prometía maravillas pegada a su estómago. Respiró profundamente bajó la mirada extrañada de Drácula, miró la entrepierna del hombre, mierda, se notaba enorme contra la tela del pantalón. Dentro de una hora todo el barrio sabría que casi se había tirado a un tío en plena calle. Miró de nuevo a su acompañante, se mordió el labio inferior y sin darse tiempo a pensarlo más le sacó la camisa de los pantalones y le cubrió con ella la erección. Luego se giró y entró con toda la seguridad que pudo reunir a la tienda.

Inspirar, expirar. Si no puedes con el enemigo únete a él. La «rubia» iba a cotillear, bien, pues aprovecharía que por primera vez en su vida estaba con un tío más bueno que el pan. Que le mirase bien y así luego podría restregárselo a la Marquesa y CIA. Al fin y al cabo se enterarían enseguida, de perdidos al río.

—Hola «rubia», quiero dos botellas de Coca-Cola light, una bolsa de patatas fritas y diez regalices de esos que tienen cosa blanca por dentro —y, volviéndose a Dracu, que estaba alucinado por el cambio de situación, le preguntó—: ¿Te apetece algo?

—Sí. Una bolsa de pipas —dijo reaccionando; si quería comprar, comprarían— y unos cheetos.

—Vale, todo eso, «rubia». ¿Qué te debo?

—Pues 7,30 —respondió la «rubia» sin quitar el ojo de encima al hombre—. ¿Cómo por aquí a estas horas? —preguntó indagando; cuanto más supiera más podría contar, el resto se lo inventaría.

—Ya ves… dando un paseo. No, deja, pago yo —dijo Luka cuando le vio sacar la cartera—. Nos vemos —dijo mientras salía como una exhalación de la tienda.

—Joder, se va a enterar todo el barrio —comentó Luka una vez lejos de la tienda.

—¿Y qué más da? No vives aquí, ¿no? —dijo él con toda la intención.

—Mmh, pues mira tú por dónde, sí. Vivo justo en ese portal.

—Vaya, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo… dijiste que vivías muy lejos —sonrió él.

—Dios —dijo Luka frotándose la cara, estaba «calentita» y la habían pillado in fraganti—. Pues sí, me has descubierto, ¿algún problema?

—No, ningún problema, y bien ¿Nos vamos? Lo digo porque la reportera más dicharachera de Barrio Sésamo acaba de salir… —dijo refiriéndose a la «rubia», que estaba con la oreja puesta a ver si captaba más ondas.

—Bufff, la verdad es que si te soy sincera he tenido un día de mierda y no sé si tengo humor para ir a cenar a ninguna parte…

Él esperaba una respuesta mientras ella lo miraba fijamente, calculando. Los vaqueros seguían haciendo de las suyas y las caricias de él no habían sido exactamente relajantes. Apenas podía respirar, no podía moverse yendo tan ajustada, el puñetero turbante de los huevos se estaba deshaciendo, lo cierto es que se le estaba resbalando por la frente amenazando con caer sobre sus ojos.

—Si no te importa voy a casa a cambiarme de ropa, estos vaqueros me están haciendo papilla la entrepierna. ¿Esperas aquí a que me cambie o prefieres acompañarme?

—¿Hace falta preguntarlo? —contestó cogiéndole la mano y guiándola hacia el portal, una sonrisa lasciva iluminó su rostro, estaba duro y siempre había tenido fantasías con los ascensores.

—Promete que te portarás bien —había visto su expresión y sabía perfectamente lo que significaba.

—Por supuesto…

Se inclinó divertido haciendo una reverencia exagerada, tomó su mano y le besó los nudillos.

—Seré el perfecto caballero.

Tiró de su muñeca y Luka dio un traspié quedando pegada a él, ocasión que aprovechó para besarla lentamente a la vez que guiñaba un ojo a la «rubia».

—Tonto —río ella cuando acabó el beso.

Entraron en el portal riendo como dos adolescentes pillados en plena travesura. Llamó al ascensor y mientras montaban, Luka recordó de golpe el «estado» de su piso. Mierda —nunca mejor dicho—, cuando se fue esa mañana había dejado la cama sin hacer y los cacharros sin fregar, arrugó la nariz recordando… El polvo llevaba sin pasarse desde el domingo, ¡mierda!, igual que el suelo… ¡¡Dios!! Y la ropa estaba tendida sobre los radiadores y en un tendedero en mitad del salón. Demonios, lo primero que verían al entrar en su casa serían los calcetines de lana colgados en el radiador de la entrada. Lo mejor para la autoestima. Mierda, mierda, mierda. Decidió coger el toro por los cuernos.

—Mmh, que te iba a comentar, la casa está algo desordenada, ya sabes, lo típico, las revistas encima de la mesa, la ropa limpia —remarco «limpia», solo faltaba que pensara que lo que había colgado por toda la casa era ropa sucia— tendida por ahí y, bueno, la verdad es que no soy muy amiga del orden… —comentó mirándole atentamente, por favor, por favor, por favor, que no sea como el Vinagres, por favor.

—Bah, estará igual que mi habitación, entre el curro y tal no hay tiempo de nada —contestó entendiendo completamente su mirada temerosa. Mamá se moriría si alguien viera su casa desordenada e imaginaba que todas las mujeres pensaban igual, aunque a él personalmente le daba lo mismo.

—Efectivamente —dijo ella suspirando.

Las puertas del ascensor se abrieron dando paso a un descansillo mal iluminado de baldosas y suelos grises, los constructores de estas viviendas de protección oficial se habían esforzado mucho por hacerlas lo más feas posible. Luka se detuvo un segundo ante su puerta y respiró profundamente.

—Que sea lo que Dios quiera —murmuró entre dientes.

Abrió la puerta, dio un paso dentro del piso y se quedó petrificada.

Drácula asomó la cabeza sobre el hombro de ella. ¡Caray! Si a eso le llamaba ella desorden no quería pensar cómo estaría el piso cuando estuviera ordenado.

El piso resplandecía como un espejo, lo poco que se veía del salón estaba brillante como una patena, joder, ¡si hasta se podría comer sopa en el suelo! El aire olía a limpio, no se veía ropa, ni limpia ni sucia, por ningún sitio, ni revistas sobre la mesa. No estaba ordenado, estaba impecable.

Ella seguía parada en la entrada, quizá esperaba alguna alabanza…

—Pues para estar desordenada se ve muy bien —ironizó.

—No digas chorradas, yo no he dejado así mi casa esta mañana —dijo tensa.

—¿No?

—No, aquí ha estado alguien.

Él la miró y entró decidido al piso.

—¡Eh! No pases, podría haber alguien —comentó asustada.

—¿¿Y???

—Joder. Alguien ha entrado en mi casa, lo mismo son ladrones o yo que sé.

—¿Ladrones? No sé de ningún ladrón que entre en una casa y se ponga a fregar. O que robe la ropa limpia que esta por ahí colgada —enarcó varias veces las cejas.

—Sí, bueno. Pero alguien ha estado aquí. Lo digo en serio. Mi casa JAMAS ha estado tan recogida.

—Pues no sé, lo mismo se ha presentado el Hada de las escobas y le ha dado una pasada…

—No bromees. Te digo que alguien ha entrado en mi casa y tú te cachondeas. —Estaba más que asustada, irritada, parecía de locos—. Eh, espera, no entres, quien haya sido puede estar escondido en alguna parte.

Drácula se volvió al oír el reparo en sus palabras. ¿Escondido en algún lado? Seguro. Según podía ver la casa era tan pequeña que si había alguien escondido tenía que ser un liliputiense.

—Vamos, no te preocupes, seguro que hay una explicación razonable. Quizá alguien de tu familia ha pasado por aquí.

—Están fuera de Madrid.

—Un amigo.

—Sí, claro, cómo no se me había ocurrido antes. No tienen nada mejor que hacer que venir a mi casa a recoger mi mierda. Por favor.

—Pues alguna explicación habrá —dijo adentrándose en la casa mientras Luka le agarraba del antebrazo para que se detuviera.

El piso tenía tres puertas más, una daba al diminuto baño, otra a una caja de cerillas con una cama con las sábanas tan estiradas que fijo que rebotaría en ellas cuando se acostara y por último una cocina tan pequeña que si estirabas el brazo chocabas con la pared. Sobre la encimera había un papel.

«Falta KH7, cristasol y pronto. Te he tirado el pollo de color verde de la nevera y el champú vacío del baño. Ya me ha pagado tu madre, este viernes y el que viene. Feli».

Le enseñó la nota a Luka.

—¿Y bien?

—Dios, lo había olvidado. Ufff… es de Feli, la asistenta de mi madre. Me lo dijo por e-mail. Se han ido a la playa y le ha dejado las llaves de casa para que me la limpie como hace siempre que no están. Siento este lío…

—¿Ves? Todo tiene explicación —dijo acercándose a ella con «intenciones».

—Bueno, pues como está todo aclarado voy a cambiarme de ropa. Espérame en el comedor y enciende la tele, ahora vuelvo —dijo alejándose.

Dios, la había liado buena, estaba con míster cañón en su casa y con el pelo horroroso, para haber decidido que no podía tener un E. S. E. lo había complicado todo de mala manera, pensó mientras le veía sentarse en el exsillón de la abuela y encender la extele de su madre. Ufff…

—Ey, van a echar El Jovencito Frankenstein por la tele —le oyó gritar desde el salón.

—Genial. Me encanta esa película.

La verdad es que no le apetecía nada salir por ahí, ahora que estaba en casa todo el cansancio acumulado durante la semana pesaba sobre ella. Además, y por si fuera poco, iban a poner una de sus películas favoritas, divertida, entrañable, irreverente… y que no tenía ni una sola escena de sexo… Nadie se sentiría excitado por ver a Gene Wilder tocando el violín para atraer al monstruo que había creado. Por el tono de voz de él al decirle que echaban la peli parecía que le gustaba tanto como a ella. Mmh.

Acabó de desnudarse, cogió la sudadera vieja que usaba para estar en casa, los vaqueros deshilachados y rotos de estar cómoda, unos calcetines de lana —hacía frío y odiaba andar en zapatillas por casa—, se hizo un moño con su horroroso cabello y lo enfundó en una gorra con el logotipo de Faunia. No estaba guapa, no estaba sexy, por lo tanto no creía que tuviera problemas en manejar la libido del vampiro y si aun así sucedía un E. S. E. estaba en su casa y sabía dónde estaban los interruptores de la luz, a oscuras no vería su pelo… Bufff, era inconcebible que hubiera montado todo ese lío de la ropa para estar guapa y que sin embargo ahora lo único que deseara fuera estar cómoda y calentita en casa… eso sí, sin mostrar su pelo.

—¿Qué te parece quedarnos a ver la peli con una pizza en la mesa? —preguntó entrando en el salón.

—Perfecto —contestó él recorriéndola con la mirada, se había cambiado de ropa, estaba desarreglada, daba una imagen fresca y cómoda. Estaba preciosa.

—Bien, ¿carne, champiñones, pimiento verde y extra de queso?

—Y cebolla.