Estoy listo. He trabajado frenéticamente durante toda la tarde. Ni siquiera me he dado cuenta de que ha oscurecido. He pegado plumas, plumas y más plumas en los armazones y luego he fijado los armazones en mi pijama de combate. Hay que atildarse para ir al borde del cielo. Mi corazón baila punk-rock ante la idea de volver allí arriba.

—¡Uau, qué elegancia! ¿Es tu traje de nubes nuevo? —exclama Victor, de correría por los pasillos.

—¿Mi qué?

—Tu traje de nubes. ¡Para pasear por las nubes!

—Ah…, sí. Voy a probarlo esta noche en el tejado.

—¿Puedo ir contigo?

—Es peligroso…

—¡Precisamente por eso!

Sus ojos demasiado grandes para su edad y las nubes de párpados que se entornan pausadamente por encima de ellos me complican la tarea.

—Escucha, Victor… Deja que compruebe que el tejado no está encantado y otro día te llevo, te doy mi palabra, ¿de acuerdo?

Afirma con la cabeza.

—Yo me llevo bien con los fantasmas, así que, aunque esté encantado, la próxima vez podrás llevarme, ¿vale? —dice mientras reajusta mis alas con mucho cuidado. El niño acentúa la frase con una risa de conejo de dibujo animado.

—Te lo prometo.

Victor se queda en mitad del pasillo y me sigue con la mirada hasta que atravieso la puerta que me conduce a la escalera de incendios.