CAPÍTULO 11
Después de que Adam se marchara, y Helen lo hubiera despachado para que encontrase el camino de regreso a su hogar en Rathmines en aquella húmeda y despiadada noche de marzo, ella cerró la puerta de la entrada y vino a la sala de estar para sentarse junto a mi madre y yo enfrente del televisor.
- Parece un muchacho encantador -dijo mi madre mostrando su aprobación.
- ¿De veras? -repuso Helen distante.
- Encantador -añadió mi madre rotundamente.
- Ay, no me vengas ahora con el rollo de siempre -dijo Helen bruscamente, alterada.
Siguió un silencio violento. Entonces hablé.
- ¿Qué edad tiene Adam? -le pregunté a Helen como quien no quiere la cosa.
- ¿Por qué? -me preguntó sin apartar la vista de la pantalla-. ¿Te gusta?
- No -protesté y me ruboricé.
- ¿Ah, no?-dijo-. Pues le gusta a todo el mundo. En la universidad todas están locas por él. A mamá le gusta.
Mi madre parecía un tanto sorprendida y sobresaltada, parecía estar dispuesta a defenderse acaloradamente. Aunque antes de que pudiera hacerlo, Helen se dirigió a mí de nuevo.
- Pues yo diría que a ti te ha gustado. No has parado de sonreírle. Eres peor que Anna. Menudo trago me has hecho pasar.
- Sólo trataba de ser educada -insistí.
Me sentí indignada. Y avergonzada.
- No era educación -me dijo con indiferencia, sin apartar la vista de la pantalla-. Te gusta.
- Helen, por el amor de Dios, ¿qué esperabas? ¿Que pasara de él y no le dirigiese la palabra?
- No -dijo fríamente-. Pero no tenías por qué demostrar tan descaradamente que te gustaba.
- Helen, soy una mujer casada -dije elevando el tono de voz-. Te aseguro que no me gusta. Además, es mucho más joven que yo.
- ¿Lo ves? -me dijo-. Así que te gusta. Lo único que te preocupa es que sea más joven que tú. Pues no tienes que preocuparte por eso, la profesora Stauton está casada y está enamorada de él, y el otro día se emborrachó y se puso a llorar en el bar, y dijo que iba a dejar a su marido. Todo el mundo se partía el pecho de risa. Y eso que ella es una antigualla. ¡Es incluso más mayor que tú!
Y dicho esto, Helen se puso en pie de un brinco y salió de la habitación apresuradamente, cerrando de un estruendoso portazo. Sin duda desencajó las últimas pizarras que quedaban en el tejado.
- ¡Ay, Señor! -suspiró mi madre-. Es como una maldita carrera de relevos. Tan pronto como una hija deja de comportarse como si fuera un Anticristo, le toca el turno a la siguiente. ¿Dónde aprendisteis a ser tan temperamentales? No sois más que una jauría de italianas.
- ¿Y ahora que vena le ha tocado? -le pregunté-. ¿Por qué está tan susceptible cuando se menciona a Adam?
- Imagino que está enamorada de él -respondió mi madre-. O al menos puede que eso sea lo que ella cree.
- ¿Qué? -dije horrorizada-. ¿Helen enamorada? ¿Es que te has vuelto loca? La única persona de quien está enamorada es de ella misma.
- ¿Qué forma es ésa de hablar de tu hermana? -dijo mi madre.
- No pretendía ser grosera. Lo que quiero decir es que son los demás los que se enamoran de ella. Y no al contrario.
- Siempre hay una primera vez -repuso mi madre sabiamente.
Permanecimos sentadas sin mediar palabra. Mi madre rompió el silencio.
- De todas formas ella tiene razón.
- ¿En cuanto a qué? -pregunté ignorando a qué se refería.
- A ti te ha gustado.
- No me gusta -dije enojada.
Mi madre se giró y me dedicó una mirada de inteligencia.
- No me vengas con ésas -se mofó-. ¡Está buenísimo! A mí misma me gusta. Si yo tuviera veinte años menos, se iba a enterar de lo que vale un peine.
Yo no dije ni mu.
- Y además -prosiguió mi madre-, tú le has gustado. No me extraña que Helen se ofendiese.
- ¡No te lo crees ni tú! -protesté.
- Pues sí-repuso tranquilamente-. Es obvio que le has gustado. Aunque, ahora que lo pienso -prosiguió titubeante-, me ha parecido que yo también le he gustado. Quizá sea uno de esos hombres que hacen que todas las mujeres nos sintamos hermosas.
Ahora sí me sentí confundida de verdad.
- Pero, mamá -intenté explicarme-. Yo estoy casada con James y le quiero, y quiero arreglar mi matrimonio.
- Me consta. Pero a lo mejor lo que necesitas es una cana al aire. Para que te devuelva la confianza en ti misma y para que sopeses lo que sientes hacia James desde la distancia.
La contemplé horrorizada. ¿Qué tonterías estaba diciendo?
Por el amor de Dios, aquélla era mi madre. ¿Qué se proponía al animarme a tener una aventura? ¡A mí, una mujer casada! Y nada menos que con el novio de mi hermana pequeña.
- Mamá -dije-, aterriza de una vez. Me estás asustando. Que ya no tengo dieciocho años. Me ha pasado la época en que se piensa que para superar la pérdida de un hombre hay que ponerse debajo de otro. -Reparé en lo que acababa de decir demasiado tarde. Me tenía que haber mordido la lengua. Mi madre me miró frunciendo el entrecejo.
- ¿De dónde has sacado una expresión tan vulgar? -susurró-. Seguro que de esta casa no. ¿Es así como hablan en Londres?
- Lo siento -musité, avergonzada, aunque por otro lado, significaba que volvía a formar parte de mi familia.
Seguía sentada en el sofá junto a ella, me sentía fatal. ¿Cómo había podido decir algo tan burdo? O, para ser más exacta, ¿cómo había podido decir algo tan grosero a tiro de oreja de mi madre?
¡Hay que ser necia!
- Bueno -dijo al cabo de un rato en tono conciliador-, mejor que nos olvidemos de lo que acabas de decir.
- Vale -repuse aliviada.
¡Gracias a Dios! Porque después de aquello ya estaba a punto de hacer las maletas y ¡de vuelta para Londres!
- Tiene veinticuatro años -dijo.
- ¿Cómo lo sabes?
- Ah… -dijo guiñándome un ojo y tocándose la nariz-. Tengo mis fuentes de información.
- Así que se lo has preguntado a él -dije.
- Puede -respondió, sin soltar prenda-. ¿Lo ves? A fin de cuentas, no es tan joven para ti.
- Mamá -me quejé-. ¿A qué viene todo esto? De todas formas yo tengo casi treinta y el sólo veinticuatro. Así que sigue siendo demasiado joven para mí.
- Tonterías -dijo mi madre animadamente-. A todas les va lo mismo. Fíjate en Britt Ekland, siempre le hacen fotos con ese tipo que podría ser su nieto. A lo mejor es su nieto. Y esa otra fulana, la que se pasea por ahí desnuda, ¿cómo se llama?
- ¿Madonna? -aventuré.
- No, no, ésa no. Tú la conoces. La que tiene un tatuaje en el trasero.
- Ah, Cher.
- Sí, ésa. Pues ha de tener mi edad y mira cómo se las gasta. Ni uno de ellos tiene más de dieciséis. Imagino que Ike debió ser el último hombre con el que estuvo que tenía más edad que ella.
- ¿Ike?
- Sí, Ike. Su marido -dijo mi madre con impaciencia.
- No, mamá, me parece que Cher no estuvo casada con Ike. Cher se casó con Sonny. Ike era el marido de Tina -le dije.
- ¿Quién es Tina? -me preguntó ostensiblemente confundida.
- Tina Turner.
- ¿Y ella qué tiene que ver en todo esto? -preguntó mi madre, ahora indignada, mirándome como si me hubiese vuelto loca.
- Nada -traté de explicarle, advirtiendo que estaba perdiendo el control de la conversación-. Es que acabas de decir que Cher e Ike… No importa. Olvídalo.
Mi madre rezongó para sí misma que ella no tenía por qué olvidar nada. Que había sido yo la que había sacado a colación a Tina Turner.
- Deja de estar enojada de una vez, mamá -le dije con tono conciliador-. Ya he captado el mensaje. Ya veo que quieres decir que Adam no es demasiado joven para mí.
En cuanto pronuncié estas palabras miré nerviosamente hacia la puerta. Tenía la sensación de que en cualquier momento, Helen irrumpiría en la habitación gritando: Ya sabía yo que te gustaba, eres una horrible pensionista de la tercera edad.
Y entonces intentaría estrangularme. No apareció. Pero yo seguía preocupada.
- De todas formas, mamá -proseguí-, aparte de la diferencia de edad, ¿no te estás olvidando de un par de detalles fundamentales? Como el nimio hecho de que Adam es el novio de Helen.
- ¡Aja! -dijo alzando el dedo índice y adoptando una expresión de anciana lúcida y sabia. Prácticamente se lió un pañuelo negro a la cabeza y se puso bizca-. Pero ¿es eso cierto?
- ¿Por qué, si no, ha venido? -repuse pensando que no me faltaba razón.
- Para ayudarle a escribir la redacción -respondió mi madre.
- ¿Y por qué iba a hacerlo si no fuese su novio? A no ser que, como mínimo, se muriese de ganas de serlo -pregunté de nuevo, no exenta de razón.
- Quizá porque es una buena persona -respondió mi madre.
Pero lo dijo algo titubeante.
- Es lo mismo -dije-. Ha quedado claro que a él le gusta Helen.
- ¿De veras? -preguntó mi madre sonando sorprendida.
- Sí -contesté categóricamente.
- Pero aunque fuese su novio, no durará mucho -predijo mi madre.
- ¿Por qué dices eso? -le pregunté intuyendo que mi madre le había sonsacado más información al bello Adam.
- Por la forma de ser de Helen -dijo mi madre.
- ¡Vaya! -repuse decepcionada. Así que ya había agotado los elogios para con Adam.
- Lo único que Helen pretende es que él se enamore de ella -dijo mi madre-. Para entonces dedicarse a hacerle la vida imposible durante un tiempo. Y por último se deshará de él. Siempre ha sido así, desde pequeña. Durante meses antes de que llegase la Navidad no paraba de darnos la tabarra con que quería tal muñeca o cual bicicleta. Y antes de que nos comiésemos el pavo ya había roto todos y cada uno de los regalos que Santa Claus le había traído. No se quedaba contenta hasta que los hacía añicos. Cabezas y piernas de muñeca, cadenas y sillines de bicicleta desperdigados por todas partes. Como para pisarlas y romperse la crisma.
- Ésa no es forma de hablar de Helen -le dije, recordando su propio comentario de momentos antes.
- Quizá no -replicó entre suspiros-. Pero es la pura verdad. La quiero y es una buena chica, te lo aseguro. Pero necesita madurar un poco. Un poco mucho, supongo.
- Pero tú misma has admitido que es posible que Helen esté enamorada de Adam.
- He dicho que tal vez eso sea lo que ella cree. Es una afirmación muy diferente. Y si fuese cierto que está enamorada de él (aunque si quieres mi opinión, me parece que es demasiado inmadura como para estar enamorada), no le iría mal comenzar a sufrir un poco en esta vida. Lo ha tenido todo demasiado fácil. Una pequeña dosis de mal de amores es de lo más saludable. Fíjate el bien que te ha hecho a ti misma. Te ha dado una lección de humildad.
- Así que pretendes que tenga una aventura con el novio de Helen para que recupere la confianza en mí misma y para que le dé una lección de humildad a Helen -dije, finalmente convencida de que había entendido lo que mi madre trataba de decirme.
- ¡Por Dios! -replicó mi madre indignada-. Me estás pintando como si fuera una de ésas de Dinastía, que juegan con la vida de la gente como si fueran diosas. Así como lo dices me hace sentir despiadada. No me he propuesto exactamente que suceda algo. Pero presiento que Adam se siente atraído por ti. Y que si es así, y si está escrito que algo tiene que suceder, y si sobrevives a los intentos de asesinato de Helen… ¡recórcholis!, son demasiados «síes», entonces quizá debas dejar que suceda lo que tenga que suceder.
- ¡Ay, mamá! -suspiré-. Me estás confundiendo.
- Lo siento, cariño. Quizá me haya equivocado. Quizá no le gustas en absoluto.
Desde luego tampoco me hizo ninguna gracia que dijera aquello. Por hoy era suficiente, pensé.
- Bueno, me voy a la cama -dije.
- Felices sueños -dijo mi madre apretándome la mano-. Luego iré a darle un beso de buenas noches a Kate.
Llegué a mi dormitorio y me dispuse a meterme en la cama. El camisón estaba evidentemente de morros conmigo. No le había sentado nada bien que lo hubiera dejado abandonado y descuidado en casa cuando me puse las mallas y la camisa de Helen para ir al centro comercial. Me echó un rapapolvo de los buenos.
Eras mi amiga, me dijo. Te he ayudado a sobreponerte en los momentos difíciles, me recordó. Eres caprichosa, no eres más que una chaquetera. En cuanto las cosas mejoran y comienzas a ser tú misma de nuevo te desentiendes de mí, me dejas en la estacada.
Venga, como no cierres el pico, pensé, no te voy a vestir nunca más. Entonces sí tendrás razones para quejarte.
Yo tenía preocupaciones más serias que camisones contrariados y sus agravios.
Al echarme en la cama reparé en que llevaba tres horas sin pensar en James. Era un verdadero milagro. A fin de cuentas, aquél había sido un día de lo más extraño.