VEINTISIETE

10 HORAS, 54 MINUTOS

A DIANA LE DOLÍAN las piernas, y tenía los pies descalzos ensangrentados. Justin intentaba ayudarla, pero no había manera de aliviar el dolor de las plantas desnudas sobre la piedra puntiaguda.

Cada vez que aminoraba o tropezaba, Drake hacía restallar el látigo, y el dolor que le causaba era mucho peor.

No conseguía imaginarse llegar viva hasta la gayáfaga.

Sabía que ese era el objetivo. Drake se había puesto a alardear al respecto. Y a Diana se le habían ocurrido muchos comentarios mordaces, pero cada comentario le costaba otra raja en la piel. O, peor aún, en la de Justin. Así que avanzaba a trompicones, pero sin decir nada.

—No sé qué quiere de ti —comentó Drake, no por primera vez—, pero lo que deje será mío. Es lo único que sé. Guárdate los comentarios ingeniosos para la gayáfaga. Ja. A ver cómo te va.

Drake seguía mirando todo el tiempo por encima del hombro. A Diana se le había ocurrido que era brisanoia, un miedo terrible a la Brisa.

—Puede acercarse zumbando cuanto quiera —insistió Drake—. A ver si puede rajarme sin rajar al mocoso. A ver si puede.

Drake se estaba hundiendo tan rápido como la propia Diana. Su miedo era palpable. Y no solo temía a Brianna. Que la luz se apagara también lo asustaba.

—Tenemos que llegar antes de que anochezca —murmuraba.

Diana se dio cuenta de que en cuanto fuera completamente de noche Drake estaría tan perdido como cualquiera. Y entonces ¿cómo controlaría a Diana y Justin?

Pero eso no bastaba para consolarla. Podían huir de Drake. Quizás. Y luego ¿qué?

Diana se llevó la mano al estómago. El bebé pataleó.

El bebé. El bebé con tres barras. El bebé era lo que quería, claro. Diana no tenía ninguna duda al respecto. La criatura oscura quería al bebé.

Cuando conseguía que su mente se olvidara de la agonía de los pies, las piernas y la espalda, cuando lograba suspender durante breves segundos el miedo apabullante que la oprimía, Diana intentaba entenderlo. ¿Qué quería del bebé?

¿Por qué estaba pasando todo aquello?

La chica dudó, tropezó y aterrizó bruscamente de rodillas. Gritó de dolor, y volvió a gritar cuando el latigazo le atravesó la espalda.

Presa de la rabia, salió disparada hacia Drake. Trató de darle puñetazos y clavarle las uñas, pero Drake era demasiado rápido. La golpeó en la cara. No fue una bofetada. Fue un puñetazo duro, total. La cabeza le dio vueltas y vio las estrellas.

Diana pensó que era como un dibujo animado, y cayó de espaldas.

Cuando recuperó el sentido, se encontró a Justin a su lado, sujetándole la mano y llorando.

Brittney estaba sentada a pocos metros.

El círculo de cielo azul era del color del tejano nuevo, y más pequeño, significativamente más pequeño que antes. El cielo formaba un cuenco negro continuo.

—Estás embarazada, ¿verdad? —preguntó Brittney casi tímidamente.

Diana tardó unos instantes en entender qué pasaba. Drake no estaba allí. Drake no podía estar allí mientras estuviera Brittney.

Mano de Látigo no estaba allí.

Diana se puso en pie rápidamente.

—Vámonos, Justin, salgamos de aquí.

—He encontrado unas piedras —explicó Brittney. Sostenía una piedra grande en cada mano—. Puedo darte con ellas.

Diana se rio en su cara.

—Adelante, zombi rara. No eres la única que puede encontrar una piedra.

—Sí, es verdad —reconoció Brittney—. Pero, cuando me des, no me harás daño. Y no me puedes matar. —Después se le ocurrió otra cosa y añadió—: Sea como sea, no soy una zombi. No como personas.

—¿Por qué haces todo esto, Brittney? Tú te peleaste con nosotros en la central nuclear. Estabas de parte de Sam. O ¿es que ya no te acuerdas?

—Me acuerdo.

La mente de Diana daba vueltas a toda velocidad. Si ordenaba a Justin que volviera corriendo al lago, ¿hasta dónde llegaría antes de que la oscuridad lo rodeara? ¿Qué era peor? ¿Deambular solo en la oscuridad hasta que se cayera por un precipicio, o lo oliera un coyote, o se metiera en un campo de bichos o… o… o…?

—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué ayudas a Drake? ¿No deberías enfrentarte a él cada vez que se presenta la oportunidad?

Brittney sonrió, y Diana vio el alambre roto del aparato dental que le sobresalía.

—Ni siquiera puedo pelearme con Drake, ya lo sabes. Nunca estamos juntos.

—Exacto. Así que cuando desaparece puedes…

—No lo hago por Drake —dijo Brittney muy seria—. Lo hago por mi señor.

—Tu… ¿tu qué? ¿Tu qué? ¿Crees que Dios quiere que hagas todo esto? ¿Te has vuelto estúpida además de no morirte?

—Todos debemos servir —recitó Brittney, como una lección aprendida tiempo atrás.

—Y ¿crees que Jesús quiere que hagas todo esto? ¿Todo esto? ¿Amenazar a una chica embarazada con una piedra? ¿Esa es tu teoría religiosa? ¿Jesús quiere que ayudes a un loco sádico para que me entregue a un monstruo? Debo de haberme saltado esa parte de la Biblia. ¿Es la de «El sermón de la montaña»?

Brittney se la quedó mirando muy seria, y esperó hasta que Diana se quedó sin aliento, ya que su desdén era inagotable.

—Ese era el Dios de antes, Diana. Ese Dios estaba antes. No vive en la ERA.

Diana tenía ganas de estrangular a la chica. Y si sirviera de algo lo habría hecho encantada. Se preguntaba si podría aturdirla durante el tiempo suficiente para huir. Seguro que una piedra grande la aturdiría.

Pero, por desgracia, todos sabían lo que había ocurrido cuando Brianna se peleó con Drake. Lo seccionó como un carnicero a un cerdo, y aun así sobrevivió. Lo mismo ocurriría con Brittney. Y Diana no tenía machete.

—Dios está en todas partes —comentó Diana—. Tú ibas a la iglesia, tienes que saberlo.

Los ojos de Brittney brillaron, ansiosos, cuando se inclinó hacia delante.

—No, no. Ya no tengo que seguir a un Dios invisible. ¡Lo veo! ¡Lo toco! Sé dónde vive, y qué aspecto tiene. Ya basta de cuentos para niños. Te quiere. Por eso hemos venido a buscarte. —Hizo el gesto de reprender a Diana—. Deberías estar emocionada.

—¿Sabes qué? Estoy lista para que vuelva Drake. Es malvado, pero al menos no es idiota.

Diana se levantó. Y Brittney también.

—Justin —dijo Diana.

—¿Sí?

—¿Ves ahí donde terminan las colinas? El lago queda justo detrás. Échate a correr.

—¿Tú vienes? —exclamó Justin.

—Justo después de ti. Ahora…, ¡corre!

Brittney no fue tras Diana, aunque Diana trató de darle otra vez. Brittney echó a correr tras Justin.

Lo atrapó fácilmente. Diana intentó agarrar a Brittney, pero una chica embarazada corriendo en la arena…

Brittney agarró a Justin con un brazo, y con la mano libre sostenía una piedra puntiaguda muy cerca de la boca del niño, que castañeteaba de miedo. Era como una parodia desgarradora de la actitud protectora materna.

Diana volvió a recordar quién había sido Brittney. La chica valiente y decente que se negó a decepcionar a Sam y Edilio.

Había sido Diana, junto con Caine y Drake, quien la había hecho cambiar. Ellos y, por supuesto la Oscuridad, habían formado un grupito mortal. Cuánto daño habían hecho los cuatro.

Ahora iban a encontrarse tres de ellos. Y su hijo o hija interpretaría el papel de Caine.

Diana tenía tantas ganas de escapar de todo… Durante un brevísimo instante creyó haber cambiado a Caine. Y fue entonces cuando crearon al bebé en su interior.

—Sigue caminando —dijo Brittney, mientras acariciaba la cara de Justin con la piedra—. Por favor.

No era Drake. La figura que Brianna había visto a lo lejos no era la de Drake. Era Dekka. Sin pensarlo siquiera, Brianna corrió hasta donde pudiera oírla gritar con el machete en la mano.

Patinó hasta detenerse y vio que Dekka estaba cubierta de sangre de la mano al codo, y que tenía salpicaduras por la cara.

—¿Dónde has estado? —exigió saber Dekka sin saludarla siquiera.

Brianna envainó el machete y decidió no contestarle.

—¿Y esa sangre?

—Es de tu novio —replicó Dekka, irritada.

—¿Mi qué?

—De Jack. Ha atacado a Drake él solo. Y Drake le ha cortado la garganta.

Brianna la miró fijamente.

—¿Estás loca? ¿Jack ha ido tras Drake? Jack es incapaz de hacer algo así.

—Las hace cuando no le queda elección.

Dekka no dejaba de mirar tras ella, y Brianna hacía lo mismo. El mundo se estaba acabando; Jack estaba herido, puede que muriéndose, puede que ya hubiera muerto, y estaban incómodas la una con la otra.

—Drake tiene a Diana y a Justin. Se dirige al pozo de la mina, hacia la gayáfaga.

Brianna negó con la cabeza. Le parecía como si se hubiera perdido algo.

—¿Quién es Justin?

—¿Dónde estabas? Se suponía que tenías que estar donde pudiéramos oírte. Sam ha disparado varias veces y no has aparecido.

—Estaba buscando a Drake —replicó Brianna poniéndose a la defensiva.

Dekka la fulminó con la mirada, furiosa.

—Tú no quieres a Jack. Ni siquiera te importa, ¿verdad? Ni me has preguntado cómo está.

Brianna dio incluso un paso atrás.

—¿Por qué me odias?

Dekka abrió la boca de par en par. Casi habría resultado divertido, si no fuera Dekka.

—¿Tan ciega estás? ¿Cómo es que no entiendes lo irresponsable que eres? Orc está de vuelta al lago con las manos manchadas de la sangre de Jack. Y Drake debe de andar azotando a Diana por el desierto.

Brianna negó con la cabeza violentamente.

—¡Yo no tengo la culpa! ¡Esa no me la voy a cargar! ¡Estaba buscando a Drake!

De repente, el puño ensangrentado de Dekka salió disparado hacia la nariz de Brianna, que la esquivó fácilmente, y Dekka tropezó hacia delante.

Brianna se quedó demasiado perpleja para devolverle el golpe.

Pero Dekka no había terminado, y acabó dando una patada a Brianna, lo que le hizo perder el equilibrio y caer bruscamente de lado.

De repente, Brianna se encontró en el interior de una columna de arena flotante. Intentó correr, pero no había tierra firme bajo sus pies. La gravedad estaba anulada.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Brianna sacó su recortada y apuntó a Dekka.

—¡Bájame o te disparo!

Dekka se había puesto en pie.

—Lo harías, ¿verdad? —Agitó la mano furiosa, y Brianna cayó más de medio metro hasta el suelo—. ¿Alguna vez piensas en alguien más que en ti? —gritó Dekka.

Brianna estaba asombrada porque había lágrimas en sus ojos, y se las secó tan violentamente como si se abofeteara a sí misma. Se dejó un rastro de sangre como si fuera pintura roja.

—Oye, lo siento o lo que quieras —exclamó Brianna, acalorada—. ¿Qué quieres que te diga? Espero que Jack esté bien. Y mataré a Drake si tengo oportunidad. ¿Qué quieres de mí?

El rostro de Dekka formaba una máscara fea de emociones impenetrable para Brianna, aparte de que evidentemente Dekka estaba furiosa por algo.

—Cuatro meses, y no me has dicho nada —le espetó Dekka.

—He hablado contigo —replicó Brianna.

Apartó la mirada al decirlo. De repente aún estaba más incómoda. Sabía lidiar con el enfado. La necesidad era algo distinto.

—Te dije… —empezó a explicar Dekka, pero se quedó sin voz. Tardó varios segundos en dominarla. Y entonces añadió, incapaz de mirar a Brianna a los ojos—: Pensé que estaba acabada. Quiero decir, que no me asusto fácilmente. Pero el dolor… —Entonces volvió a detenerse y negó con la cabeza, enfadada, como si se estuviera abriendo paso a través de él—. Pintaba muy mal, eso es. Me estaba muriendo. Tendría que haberme muerto. Pero no quería morirme sin decírtelo.

—Sí, vale —contestó Brianna moviéndose de lado a lado, incapaz de resistir el deseo de salir disparada a cien kilómetros por hora.

—Te dije que te quería.

—Ajá.

—Y no me has dicho nada. Nada. En cuatro meses.

Brianna se encogió de hombros.

—Mira, vale, mira. —Tragó saliva—. Mira, aparte de mí, eres la tía más valiente y más dura de la ERA —empezó a decir Brianna—. Quiero decir, que siempre he pensado que éramos como hermanas, ¿sabes? Como hermanas cañeras.

La mirada de Dekka, encendida y furiosa, se vació. Se quedó mirando el vacío durante mucho rato. El espacio que había junto a Brianna. Hasta que acabó suspirando:

—Como hermanas…

—Sí, pero hermanas de esas que lo bordan haciendo de chicas duras.

—Pero… tú no…

Brianna no estaba preparada para esta Dekka. Parecía más pequeña. Parecía una muñeca de trapo grande a la que hubieran quitado la mitad del relleno. La oscuridad se acercaba con rapidez. Las sombras eran más profundas, y eran sombras de otras sombras.

Dekka enderezó los hombros. Parecía estar discutiendo consigo misma, y acabó diciendo:

—No eres lesbiana. No te gustan las chicas.

Brianna frunció el ceño.

—Me parece que no.

—Y ¿te gustan los chicos? —preguntó Dekka, forzando la voz.

Brianna se encogió de hombros. La conversación la incomodaba.

—No lo sé, jo. Me he enrollado con Jack un par de veces. Pero lo he hecho porque me aburría.

—Te aburrías…

—Sí. Y no me ha servido de mucho.

—¿No estás enamorada de Jack?

Brianna ladró una risa sorprendida.

—¿De Jack? ¿De Jack el del ordenador? Quiero decir, me gusta. Está bien. Quiero decir, es majo. Y si estoy leyendo un libro que no entiendo siempre me puede explicar cosas. Es listo. Pero no es… —Y entonces se detuvo.

Los últimos comentarios provocaron la risa incrédula de Dekka, lo cual sorprendió a Brianna.

—Tú eres así, ¿verdad? Así de verdad.

Brianna entrecerró los ojos. Pero ¿qué le estaba preguntando?

—Durante todo este tiempo… —Dekka no acabó la frase—. ¿Por qué no me lo has dicho y ya está?

—¿El qué?

Dekka cerró los puños.

—¡Te juro por Dios que te mataré si sigues haciéndote la tonta!

—Me gustan los chicos, ¿vale? Supongo. Probablemente. Quiero decir, ¡que solo tengo trece años! ¡Jo! Sé que estamos en la ERA y todo eso, pero no soy más que una… niña.

Brianna se ruborizó. ¿Por qué había dicho eso? No era una niña. Era la Brisa. Era la persona más peligrosa…, vale, la tercera persona más peligrosa…, pero no era una niña. No era una niña pequeña.

Bueno, era rápida, pero no podía retirar lo dicho. Jack seguramente se estaba muriendo. La luz se estaba apagando. Igual estaba bien decir cosas.

Dekka inhaló profundamente.

—Lo eres, ¿verdad? —dijo en voz baja—. Se me olvida… —Y lo repitió, triste—: Se me olvida…

—Quiero decir que es como…, ya sabes…, me mola Sam o lo que sea… como a cualquier otra chica, bueno, excepto a ti, supongo, pero no tanto. Quiero decir…, ya sabes… —concluyó de manera poco convincente, y luego añadió—: Solo me gusta ser la Brisa. Con B mayúscula.

La ira de Dekka se había esfumado completamente.

—Se me olvida, Brianna. Quiero decir, que te veo hacer cosas tan locas y valientes… Y veo lo mucho que depende Sam de ti… Todo el mundo… Y veo cómo te metes en peleas con Drake y, uau, quiero decir, te veo y eres como… todo lo que siempre he querido en una novia. Y se me olvida que no eres más que una niña.

—No soy tan joven —replicó Brianna, que ahora realmente deseaba retirar parte de lo que había dicho.

Dekka suspiró larga y profundamente.

—Quiero decir, que igual dentro de un par de años… —dijo Brianna.

Ahora estaba convencida de que era ella la que estaba saliendo peor parada en aquella conversación.

Dekka se rio.

—No, Brianna. ¿Te mola Sam? ¿Te enrollas con Jack? No, no. Había dejado que mi… Veía lo que quería ver. Eso hacía. No te veía a ti.

—Pero tú y yo… ¿estamos en paz?

Dekka volvía a llorar, pero esta vez se secó las lágrimas riendo.

—Brisa, ¿cómo no? Desde luego que somos las hermanas cañeras.

—Y ¿qué hacemos ahora? No puedo correr muy rápido en la oscuridad.

—Sip. Pero aún tenemos que ir tras Drake. Tiene a Diana, y no podemos dejársela. Odia a las mujeres, ya lo sabes.

—Sí, ya me he dado cuenta. —Brianna sintió que volvía a fluirle la energía. El cansancio, la frustración… habían desaparecido. ¿Y si se acercaba la oscuridad? Pues, bueno, aún podía atacar con el machete—. Ese chico odia a las tías, ¿verdad? Pues vamos a darle un buen motivo para hacerlo.

Astrid avanzaba llevando a Cigar de la mano. A veces el chico se asustaba y se convencía de que se lo iba a comer. Se le iba la cabeza. Igual no para siempre, pero por ahora sí. Y seguiría así hasta que de alguna manera lo ayudaran.

Pero veía lo que ella no podía ver. Veía a su hermano. Astrid lo había intuido desde el comienzo, al ver al coyote con rostro humano. Había algo que no era estúpido, sino ignorante, inconsciente. Algo o alguien con un poder asombroso, que no tenía ni idea de cómo utilizarlo.

El pequeño Pete era un dios invisible y todopoderoso que jugaba a juegos ignorantes e inconscientes con las criaturas indefensas de la ERA.

Puede que la mancha también fuera obra suya.

Puede que fuera él quien estuviera apagando la luz.

Pero se acabaría sabiendo, ¿verdad? Tarde o temprano el juego tenía que terminar.

Astrid caminaba con pies cansados hacia Perdido Beach, a sabiendas de que era un esfuerzo inútil.

A fin de cuentas, todos ellos no eran más que seres humanos. Y lo más cercano que tenían a un dios era un niño insensato e indiferente.