FUERA

LA ENFERMERA CONNIE Temple se tragó el Zoloft. Le iba mejor que el Prozac, la dejaba menos cansada.

Y a continuación se tomó casi una copa de vino tinto, lo cual la haría sentir cansada.

Encendió el televisor y fue cambiando de canal, aunque en verdad no le interesaban las películas que ofrecían. No estaba en su tráiler. Estaba en el Avania Inn de Santa Bárbara. Allí era donde se veía regularmente con el sargento Darius Ashton.

Habían empezado a salir unos meses atrás. Se había presentado uno de los viernes que Connie cocinaba. Y poco después se dieron cuenta de que debían mantener su relación en secreto.

Connie oyó que llamaban a la puerta de una forma familiar, y dejó entrar a Darius. Era bajo, solo unos cinco centímetros más alto que ella, pero tenía un cuerpo compacto y duro decorado con tatuajes y cicatrices que se había traído de Afganistán.

Llevaba seis latas de cerveza en una mano, y sonreía avergonzado.

A Connie le gustaba. Le gustaba que fuera lo bastante listo como para saber que en parte estaba con él —no del todo, solo en parte— porque lo utilizaba para sacarle información. Había perdido casi toda la vista de un ojo, así que Darius nunca volvería a combatir. Actualmente se encargaba del mantenimiento en Camp Camino Real. No tenía acceso directo a nada clasificado, pero oía cosas. Veía cosas. Odiaba su trabajo, y si no podía ser soldado de combate estaba decidido a dejar el servicio cuando terminara el periodo de reclutamiento.

Básicamente, el sargento Darius Ashton se dedicaba a matar el tiempo. Y le gustaba hacerlo con Connie.

La mujer estaba sentada en la cama bebiendo vino tinto. Darius se estaba bebiendo su tercera cerveza y se dejó caer en la silla con los pies subidos al extremo de la cama; a ratos jugaba con los dedos de los pies de Connie.

—Algo pasa —dijo sin más preámbulos—. He oído que el coronel amenazaba con dimitir.

—¿Por qué?

Darius se encogió de hombros.

—Y ¿se ha ido? —preguntó Connie.

—Nooo. El general ha venido en helicóptero. Han tenido una charla que se oía a cierta distancia. Entonces el general se ha ido, y ya está.

—¿Y tienes idea de qué iba?

Darius negó con la cabeza despacio. Dudó si continuar, y Connie supo que iba a decirle algo importante. Algo que no se atrevía a contarle.

—Mis hijos están ahí dentro —le recordó la mujer.

—¿Hijos, en plural? —Darius la miró con dureza—. Solo te he oído hablar de tu chico, Sam.

Connie tomó un trago largo de vino.

—Quiero que confíes en mí —dijo—. Así que te voy a contar la verdad. Así va lo de la confianza, ¿verdad?

—Me suena que sí.

—Tuve gemelos. Sam y David. Supongo que entonces me gustaban los nombres bíblicos.

—Nombres buenos y fuertes.

—Bivitelinos, no idénticos. Sam era el mayor, por unos minutos. Aunque fue el pequeño, pesó casi doscientos gramos menos.

Connie se sorprendió al detectar que su voz la traicionaba y temblaba. Pero se forzó a seguir, decidida a no echarse a llorar.

—Tuve depresión posparto. Muy fuerte. ¿Sabes lo que es eso?

Darius no respondió, pero Connie se dio cuenta de que no lo sabía.

—A veces, tras dar a luz, a la mujer se le alteran las hormonas. Yo ya lo sabía. A fin de cuentas soy enfermera, aunque no trabaje mucho de enfermera últimamente.

—Así que hay pastillas y cosas así —sugirió Darius.

—Las hay —confirmó Connie—. Y no se me fue la cabeza. Pero desde el principio tenía una… una fantasía, supongo…, de que había algo malo en David.

—¿Malo?

—Sí, malo. No quiero decir físicamente. Era un bebé precioso. Y listo. Era muy raro, porque me preocupaba preferirlo a Sam, porque era más grande, y tan despierto y guapo…

Darius dejó a un lado su cerveza ahora vacía y abrió otra.

—Entonces pasó lo del accidente, lo del meteorito.

—Me suena —comentó Darius, interesado—. Pero eso fue hace veinte años, ¿no?

—Trece.

—Debió de ser para verlo. ¿Un meteorito que destroza una central nuclear? La gente debió de alucinar.

—Se podría expresar así —dijo Connie muy seca—. Sabes que siguen llamando «El Rincón Radioactivo» a Perdido Beach. Claro que nos dijeron que todo iba bien… Bueno, a mí no. De hecho, lo que me dijeron fue que mi marido, el padre de mis dos hijos, había sido la única víctima.

Darius se incorporó, inclinó la cabeza y se acercó a ella.

—¿Por la radioactividad?

—No, por el impacto en sí. No sufrió. Ni siquiera supo lo que se avecinaba. Solo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

—Muerto por un meteorito.

Darius negó con la cabeza. Connie sabía que había visto la muerte de cerca en Afganistán.

—Después de eso, volví a deprimirme. Fue peor que nunca. Y entonces me convencí, estaba tremendamente convencida de que había algo malo en David. Algo muy muy malo.

El recuerdo de aquellos días se apoderó de Connie, y no pudo seguir hablando. La locura resultó tan real… Lo que empezó como síntoma de depresión posparto había llegado a convertirse en una especie de síntoma psicótico. Como si tuviera una voz en la mente susurrándole, susurrándole que David era peligroso, que era malvado.

—Tenía miedo de hacerle daño —reconoció Connie.

—Qué duro.

—Sí, qué duro. Yo lo quería, pero le tenía miedo. Temía lo que pudiera hacerle. Así que… —Connie soltó una respiración entrecortada—. Así que lo entregué. Lo adoptaron de inmediato. Y durante mucho tiempo desapareció de mi vida. Concentré mi atención en Sam, y me dije que había hecho lo correcto.

Darius frunció el ceño.

—Me he leído el Wiki. No hay ningún David Temple. Me habría fijado, por el apellido.

Connie sonrió levemente.

—Nunca supe quién lo había adoptado. Nunca supe quién era. Hasta que un día estaba en el trabajo, en Coates. Por aquel entonces ni siquiera me habían contratado: sustituía a la enfermera de siempre, que estaba de baja por maternidad. Y trajeron al chico. Lo supe de inmediato, sin dudarlo. Le pregunté cómo se llamaba, y me dijo que se llamaba Caine.

—Y ¿cómo era? Quiero decir, que tenías la idea de que se volvería malo…

Connie bajó la cabeza.

—Seguía siendo hermoso. Y muy listo. Y tan encantador… Tendrías que haber visto cómo se congregaban las chicas a su alrededor.

—La belleza le viene de su madre —comentó Darius, intentando mostrarse galante.

—También era cruel, manipulador, implacable. —Connie pronunciaba las palabras con sumo cuidado, pensándose cada una de ellas—. Me asustaba. Y fue uno de los primeros en empezar a mutar. Al mismo tiempo que Sam, de hecho, pero Sam era una persona completamente distinta. Sam arremetía con su poder, perdía el control y luego se quedaba destrozado. Pero Caine utilizaba su poder sin preocuparse por nadie más que por él mismo.

—¿Misma madre, mismo padre, y sin embargo tan distintos?

—Misma madre —afirmó Connie, sin cambiar la voz—. Yo entonces tenía una aventura. Nunca les hice una prueba de ADN, pero es posible que tuvieran padres distintos.

Connie percibió que Darius estaba sorprendido. No le parecía bien lo que había contado. Pero ¿por qué tendría que parecerle bien? Ni a ella misma le parecía bien.

De repente la habitación pareció enfriarse.

—Más vale que me vaya —dijo Darius—. ¿Harás costillas el viernes?

—Darius, te he contado mi secreto —dijo Connie—. Te lo he dado todo. ¿Qué es lo que no me estás contando?

Darius se detuvo en la puerta. Connie se preguntaba si volvería alguna vez. Había visto una faceta de ella que no se esperaba.

—No te lo puedo contar todo —repuso Darius—, excepto que a los militares les encantan los acrónimos. Justo el otro día vi uno nuevo que no reconocí, en unos vehículos que entraron al campamento. EAUN. Parece inocente, ¿eh?

—¿Qué es EAUN?

—Búscalo. Te veré el viernes si puedo.

Darius se marchó.

Connie abrió su portátil y se conectó a la red inalámbrica del hotel. Abrió Google y escribió EAUN. Tardó unos segundos en averiguar que EAUN significaba Equipo de Apoyo en Urgencias Nucleares.

Eran científicos, técnicos e ingenieros a los que llamaban para enfrentarse a un incidente nuclear.

Un equipo para intervenir en urgencias nucleares.

Y el coronel amenazando con dimitir.

Algo estaba ocurriendo. Puede que se tratara de un nuevo y polémico experimento. De algo peligroso. De algo relacionado con la posible extensión de una radiación.

Que puede que fuera el origen de todo aquello.