AGRADECIMIENTOS
Las ideas contenidas en este libro provienen de innumerables fuentes, algunas de ellas indicadas en las notas al final del libro. Pero hay algunas personas que han ayudado a que esta obra viese la luz del día a través de su apoyo y ayuda directos, y para mí es un placer reconocer aquí su contribución, con la esperanza de que lo que sigue a continuación no les ponga en un aprieto. En primer lugar, debo dar las gracias a mi esposa, Isabella, cuyos ánimos, inspiración y asistencia han permitido mis investigaciones y escritos durante casi treinta años. Nuestro hijo Mark ha proporcionado comentarios muy agudos sobre diversos borradores, y Christopher añadió sus propias y refrescantes perspectivas.
Howard Gardner, de la Universidad de Harvard, ha sido la clase de colega estimulante con la que uno siempre sueña. El grupo de psicólogos de la Universidad de Milán, dirigidos por el profesor Fausto Massimini, ha contribuido más que nadie al desarrollo de las ideas acerca de la evolución cultural. George Klein, del Instituto Karolisnka de Estocolmo; Elisabeth Noelle-Neumann, de la Universidad de Mainz, y Hiroaki Imamura, de la Universidad de Chiba, han contribuido a inspirar mi obra a través de su amistad. Martin Greenberger, de la UCLA, sugirió el formato interactivo del libro. Philip Heffner, editor de Zygon, y Steven Graubard, editor de Daedalus, se han mostrado muy receptivos a algunas de las ideas que contiene este volumen. En mi propia universidad me gustaría dar las gracias sobre todo a Edward
Laumann, Wayne Booth, Martha McClintock y a mis colegas del Comité de Desarrollo Humano, cuya erudición y amistad tanto han significado para mí a lo largo de los años.
De entre los muchos estudiantes pasados y presentes que han enriquecido este volumen, debo destacar a Kevin Rathunde, ahora en la Universidad de Utah; a Maria Wong, de la Universidad de Wesley, Connecticut; y a Samuel Whalen. Debo darle las gracias en particular a la Fundación Spencer, que ha patrocinado generosamente mis investigaciones durante los últimos años. También debo reconocer la ayuda de John Brockman, que me asistió para hacer realidad este proyecto; y a Rick Kot, cuya habilidad editorial mejoró mucho el manuscrito. Finalmente, me gustaría darle las gracias a los cientos de lectores de Fluir que se tomaron la molestia de comunicarme lo que les gustó y lo que les disgustó en aquella obra. Sus reacciones me convencieron de que valía la pena dar este siguiente paso.
Chicago, junio de 1993