PARTE II LA FUERZA DEL FUTURO
6. DIRIGIR LA EVOLUCIÓN
Por lo que sabemos hasta el momento presente, la manera como ha evolucionado la vida no ha sido resultado de ningún esfuerzo planificado. Miles de millones de sucesos grandes y pequeños interactuando entre sí, generalmente al azar, han forjado la cadena de causalidad que ahora nos ata. Asteroides impactando en la Tierra, volcanes, eras glaciales e incluso pequeñas musarañas que desarrollaron apetito por los huevos de dinosaurio han jugado un papel involuntario a la hora de dar forma al mundo en el que vivimos.
Y ahora, de repente, nos damos cuenta de que, a menos que tomemos las riendas, este proceso de cambio continuará bajo el control de un azar inexorable, un azar totalmente ciego que no tiene en cuenta los sueños y deseos humanos. Al igual que horrorizados pasajeros de un avión cuyos pilotos han desaparecido misteriosamente de la cabina mientras el aparato sobrevuela la tierra, sabemos que debemos hallar una manera de hacernos con los controles o el viaje acabará en desastre. ¿Pero seremos capaces de conquistar la ignorancia y el miedo antes de que se nos acabe el combustible?
De existir una tarea central para la humanidad en el siguiente milenio, ésta sería iniciar correctamente sus esfuerzos para controlar la dirección de la evolución. Puede cometerse un daño irreparable, tanto ignorando la necesidad que tenemos frente a nosotros, como reaccionando exageradamente y con pánico, una situación que pudiera llevarnos al tipo de aplicaciones racistas de evolución social que los 11azis ya intentaron poner en práctica a mediados del siglo xx, igual que los serbios a finales del mismo siglo.
Para iniciar esta tarea debemos lograr una mejor comprensión de lo que implica la evolución. Los capítulos anteriores han examinado la manera como los procesos evolutivos afectaron a la manera como pensamos y sentimos. También hemos visto de qué manera los éxitos de los memes culturales apoyan y amenazan a la vez nuestra propia supervivencia. Ahora es el momento de recopilar los ejemplos dispersos en anteriores capítulos, y observar con más detenimiento cómo funcionan realmente los procesos evolutivos. Claro está, resultará imposible ofrecer un relato pormenorizado y detallado. Si resulta que carecemos de ciertos conocimientos acerca de sucesos que tuvieron lugar hace unas pocas décadas —¿quién mató a John F. Kennedy? ¿Pudo evitarse la Gran Depresión?—, no sería realista esperar una reconstrucción minuciosa de los millones de años de cambios que se han ido acumulando hasta conformar el presente.
Pero aunque muchos de los detalles concretos puedan haberse perdido para siempre, el mecanismo general de la evolución se vuelve más claro. Son precisamente esos principios generales los que deberíamos comprender para poder hacernos las preguntas más relevantes acerca de nuestro futuro y luego formular planes razonables para hacer frente a todo ello.
Algunos principios de la evolución
Tradicionalmente, la evolución describía cómo se multiplicaban, cambiaban y morían las especies de organismos vivos. Pero recientemente se ha comprendido que no es nada fácil determinar qué está vivo y qué no lo está. ¿Están vivos los virus? ¿Y un cristal de cuarzo? Éste se reproduce a sí mismo, y los científicos se han ido acostumbrando a pensar que cualquier cosa que se autorreproduce debe estar viva. ¿Están vivas las "hormigas virtuales" que avanzan por los paisajes simulados por ordenador? Esas criaturas de pantalla aprenden todo tipo de trucos a fin de sobrevivir en su entorno, y eso también se ha considerado siempre como una clara señal de vida.
Da la sensación de que, para comprender el futuro de la evolución, hemos de ampliar nuestra noción acerca de lo que evoluciona para incluir más cosas además de animales peludos y pájaros emplumados, virus del sida y bulbos tulipaneros. La definición de "organismo" también debería incluir cristales y memes: objetos, símbolos e ideas que existen y se reproducen únicamente en nuestras mentes. Desde una perspectiva evolutiva, un "organismo" pudiera definirse como cualquier sistema de partes interrelacionadas que necesita entradas de energía para seguir existiendo. Las plantas necesitan la energía del sol, o se descompondrán en sus moléculas originales; los leones necesitan la energía contenida en la pro teína de sus presas; los dólares necesitan atención —la confianza y el deseo de millones de personas— para continuar existiendo. Si dejase de obtener nuestra atención, el dinero sólo sobreviviría, como mucho, en las exposiciones museísticas, igual que los dinosaurios extinguidos; en el peor de los casos, los billetes de dólar serían triturados y sus fibras dispersadas al viento.
Teniendo en la mente esta definición ampliada, podríamos afirmar el primer principio de la evolución de la manera siguiente: (1) Todo organismo tiende a mantener su forma y a reproducirse a sí mismo. La manera como esto se lleva a cabo varía enormemente. Los cristales se mantienen unidos mediante vínculos moleculares. Los cuerpos de los mamíferos se mantienen unidos mediante fuerzas químicas muy complejas, y gracias a instrucciones de autoconservación heredadas y genéticamente programadas, es decir: instintos. Un estribillo pegadizo continúa tarareándose porque sus notas están vinculadas entre sí mediante intervalos que resultan agradables para nuestros oídos. Los seres humanos reproducen su forma biológica manteniendo relaciones sexuales, y su configuración psicológica tratando de difundir sus valores y creencias. Las canciones reproducen su forma inspirando melodías similares en las mentes de los compositores.
Desde luego, este primer principio es en parte tautológico, porque si un organismo no mantuviese su forma, dejaría de ser un organismo. Pero en este caso resulta útil insistir en lo obvio: el universo está compuesto de haces de información que sobresalen del ruido de fondo y que se mantienen unidos mediante fuerzas misteriosas. Las galaxias y átomos, especies e individuos, naciones y familias, civilizaciones y obras de arte cuentan con identidades únicas que perduran en el tiempo. De no ser así, no habría evolución. No obstante, la cuestión de por qué hay organismos no es una pregunta que nadie puede ni siquiera intentar responder. La ciencia puede ofrecer una descripción perfectamente buena sobre cómo un grupo de células se combina para crear una ameba o una tiña, pero el por qué algunas células se ven atraídas hacia otras y qué es lo que las mantiene unidas en un sistema permanente continúa siendo un misterio, a pesar de nuestro conocimiento sobre uniones atómicas, la fuerza de la gravedad y los fenómenos electromagnéticos. En cualquier caso, como parece que los organismos existen y que también evolucionan, es lógico continuar observando cómo se comportan.
El segundo principio de la evolución es: (2) Para sobrevivir y reproducirse, los organismos requieren entradas de energía externa. El primer principio de la evolución —que una piedra tiende a seguir siendo una piedra y que una canción tiende a seguir siendo canción— parece contradecir lo que tal vez es la principal aseveración de la física, la famosa segunda ley de la termodinámica. Según dicha ley, todo sistema tiende a descomponerse en formas más simples. Las cordilleras montañosas se convierten en llanuras desiertas, las estrellas abrasadoras se congelan, los grandes genios se convierten en ceniza indiferente. Para mantenerse a sí mismo en un estado ordenado, un sistema necesita energía. No obstante, la energía no puede crearse; pero sí que puede dispersarse. Así pues, con el tiempo, toda pauta tiende a desentrañarse y a convertirse en caos: el gran fresco "La última cena" de Leonardo se desvanece en manchas aleatorias de color, el Partenón se desmorona, las grandes ideas religiosas y percepciones filosóficas acaban convirtiéndose en ideologías vulgares. La entropía —o la disolución del orden en una aleatoriedad redundante— es una de las características más fidedignas del universo tal como lo conocemos.
Contra este telón de fondo aflora la importancia del segundo principio de la evolución. Los organismos sólo pueden existir si hallan medios de anticiparse a la entropía, y esta autoconservación implica utilizar alguna fuente externa de energía a fin de mantenerse intactos en el tiempo. En cierto sentido, todas las cosas vivas son parásitas, pues viven de la energía que mantiene vivos a otros organismos. Por ejemplo, los seres humanos destruimos plantas y animales para obtener las calorías que nuestros cuerpos necesitan para seguir funcionando. Algunas especies —la nuestra incluida— no son sólo parásitas: también contribuyen, de manera simbiótica, a la supervivencia de otros organismos. Por ejemplo, dedicamos energía a conservar zonas naturales, parterres y plantas ornamentales, mascotas y animales domésticos. Es cierto que lo hacemos en nuestro propio interés y no en el de los organismos conservados, pero el hecho de que lo hagamos exonera a nuestra especie de ser considerada puramente parasitaria.
Y, claro, los seres humanos también han invertido una enorme cantidad de energía en la creación y evolución de la cultura. Es nuestro orgullo, pues si nuestros antepasados no hubieran invertido parte de sus vidas en canciones y máquinas, en pinturas y teorías, nuestras credenciales como especie, en términos parasitarios, no serían mucho mejores que las de una sanguijuela. Todo el mundo de los objetos culturales, o memes, sólo existe porque hemos distraído parte de nuestras energías para posibilitar su existencia.
El tercer principio de la evolución se desprende de los dos anteriores: (3) Todo organismo intentará tomar el máximo de energía posible del entorno, limitándose únicamente cuando se vea amenazada su integridad. Si es cierto que todo organismo intenta mantenerse y reproducirse, y lo es que para hacerlo necesita energía, entonces esta conclusión resulta inevitable.
El tercer principio dice, entre otras cosas, que todos tendemos a comer todo lo que podemos, hasta llegar al límite en el que enfermaríamos o engordaríamos (si estar gordo amenaza nuestra autoimagen); que todos tratamos conseguir todo el dinero posible sin ser despedidos o detenidos; que todos tratamos de conseguir todo el amor y respeto posibles siempre que no hagamos el ridículo. Como los memes existen en nuestras mentes, la energía que necesitan para sobrevivir y reproducirse es nuestra atención, y por ella compiten. Así pues, la melodía de una canción tiende a excluir a otras canciones y consigue obsesionarnos. Los objetos también intentan hacerse notar y captar toda la atención posible. Un "software seductor' es un programa informático que seduce al usuario para ser usado continuamente. Una marca de bicicletas que no pueda estimular el deseo entre posibles compradores dejará de fabricarse al cabo de poco.
Algunos pueden objetar que no existe comparación posible entre una persona que quiere sobrevivir y prosperar, una melodía popular y una bicicleta que se vende durante muchos años. La persona es consciente y se esfuerza contra el deterioro, sufriendo ante la perspectiva de fracasar. La melodía y la bicicleta simplemente aguantan, sin desear nada ni intentar competir con otras melodías o bicicletas. Aunque estas diferencias entre humanos y objetos son muy importantes, lo cierto es que son irrelevantcs en gran parte para los resultados de la evolución. Pues en el campo de la supervivencia, los humanos, las melodías y las bicicletas son iguales: todos requieren algún tipo de energía para seguir existiendo, y todos desaparecen cuando esa energía se desvanece.
Una importante diferencia entre nosotros y otros organismos es el hecho de que nosotros intentamos conservar no sólo la integridad de nuestros cuerpos físicos sino también la de nuestros Yoes. Eso significa que si el Yo de una persona se levanta sobre la base de la propiedad de objetos materiales o poder, entonces esa persona intentará controlar mucha más energía de la que su sistema biológico requiere para su supervivencia. Por otra parte, si el Yo está organizado alrededor de objetivos humanitarios o altruistas, la persona puede requerir menos energía de la que las pulsiones biológicas pudieran impulsarle a adquirir.
Los tres principios considerados hasta ahora no tratan directamente de la evolución. Simplemente definen los organismos y especifican lo que necesitan para sobrevivir. Son necesarios para preparar el terreno para el cuarto principio, que finalmente empieza a describir la dinámica de la evolución: (4) Los organismos que tienen éxito a la hora de hallar maneras de extraer más energía del entorno para su propio uso tienden a vivir más y a dejar relativamente más copias de sí mismos. Éste es el escenario básico de la evolución. Si un pájaro nace con una mutación genética que hace que su pico sea más largo, y ese pico más largo le permite abrir semillas con mayor facilidad, es posible que pueda vivir una vida más cómoda que otros pájaros con picos más pequeños, dispondrá de una oportunidad de tener más descendientes y aquéllos de éstos que hereden el pico más fuerte tendrán a su vez más polluelos, y así hasta que al cabo de varias generaciones la especie de pico más pequeña se haya transformado en un modelo nuevo y mejorado.
La misma progresión puede aplicarse al desarrollo de armas, modelos de coches, teorías científicas y otras especies de memes. Puede que las nuevas formas no sean "mejores" que las anteriores en ningún sentido, excepto en que dejan una progenie relativamente más numerosa, lo que significa que se han adaptado con más éxito a su entorno, que a su vez suele implicar que son capaces de extraer más energía. Los coches o armas que más atraen la atención suelen producirse durante más tiempo y son los que dejarán más progenie, es decir, modelos posteriores basados en el prototipo que triunfó. Una teoría científica triunfa si capta la atención de muchos científicos que la utilizarán con preferencia a otras, y en el futuro habrá teorías que se basen en sus premisas. El éxito de la teoría no disminuirá si lleva a los científicos a crear un explosivo que destruya toda la vida humana en la Tierra: seguirá siendo una teoría que, hasta la gran explosión, prevaleció sobre las demás.
Esta consideración nos lleva a otro principio importante: (5) Cuando los organismos tienen demasiado éxito a la hora de extraer energía de su habitat, pueden destruirlo y de paso a ellos mismos. La evolución sólo concede éxitos temporales: los triunfadores de ayer pueden fácilmente convertirse en los perdedores de hoy. Como son pocos los organismos que cuentan con restricciones incorporadas contra apropiarse de cuanta más energía posible —la regla general parece ser que cuanta más energía se obtenga, mejor que mejor— es fácil que un individuo o un grupo agote los recursos de su hábitat, a menos que se descubran medios para limitar sus deseos.
El peligro de destruir el entorno que sostiene la vida nunca ha sido tan agudo como en la actualidad. En primer lugar, ninguna especie ha alcanzado nunca ni una fracción de nuestro éxito a la hora de transformar la energía, tanto convirtiendo las terneras en proteína o el carbón y el petróleo en electricidad, los bosques en madera y las fuerzas más básicas de la materia en energía nuclear.
En segundo lugar, 110 parece que tengamos intenciones de poner coto a nuestro consumo —digamos que una vez que dejamos de tener hambre o frío—, sino que seguimos utilizando recursos naturales para demostrar que somos poderosos, o para divertirnos (al menos el siete por ciento de la energía que se consume en los Estados Unidos se destina al ocio). Parece que cada vez hay menos gente que puede disfrutar de la vida sin meter gasolina y electricidad en lanchas, motos de nieve o televisores.
Y finalmente, la tecnología y la democracia se han combinado para que el consumo masivo alcance unas cotas sin precedentes. Siempre han existido individuos poderosos que se han abandonado sin restricciones a obscenas extravagancias. En el siglo xm el emperador Federico II de Hohenstaufen, al que le gustaba cazar, se hizo construir un espectacular castillo en lo alto de una montaña en el sur de Italia. Se convirtió en su refugio favorito para practicar cetrería. Por desgracia, sus halcones no hacían más que perderse en los bosques cercanos, así que Federico hizo que cortasen todos los árboles en un perímetro de unos 35 km alrededor del castillo. Incluso hoy en día, el Castel del Monte se asienta en su solitario esplendor, rodeado de un pedregoso desierto. Este tipo de insensibilidad ecológica no es inusual en individuos poderosos, desde los primeros faraones a Stalin, porque para refrendar su inflada autoestima necesitan transformar la naturaleza en monumentos muertos. Pero hoy en día hay segmentos más amplios de la población que pueden satisfacer las necesidades artificiales de sus egos, y el impacto de su número compensa de largo el modesto alcance de sus ambiciones.
Los principios repasados hasta el momento sugieren el siguiente: (6) En la evolución existen dos tendencias opuestas: cambios que conducen hacia la armonía (por ejemplo, la capacidad de obtener energía a través de la cooperación y de utilizar energía sin usar o desaprovechada); y aquellos que llevan hacia la entropía (o sistemas de obtención de energía para propósitos particulares a través de la explotación de otros organismos, causando por tanto conflicto y desorden). En muchos casos hay que reconocer que resulta difícil dirimir con precisión qué tendencia es la dominante en una situación dada. Por ejemplo, ¿la cría de ganado conduce a la armonía o a la entropía? Podría decirse que la ganadería contribuye a la armonía porque reduce la necesidad de cazar y hacer incursiones en territorios ajenos en busca de alimentos; y también, que al elevar el nivel de la prosperidad humana, hace posibles otros desarrollos cooperativos. Pero podría afirmarse asimismo que la ganadería explota brutalmente a las vacas, destruye los bosques tropicales y por tanto es un paso evolutivo que incrementa el conflicto en lugar de la armonía. Tal vez la respuesta sea que el valor de algunas prácticas cambia con el tiempo. Cazar búfalos era una adaptación adecuada para los indios de las praderas, pero se convirtió en una manifestación de entropía cuando los rebaños fueron absurdamente destruidos por deporte a cargo de los colonos blancos.
¿Y qué decir de la afirmación de los nazis sobre que exterminar judíos, gitanos y a todos aquéllos considerados incompetentes era una manera de ayudar a dar paso a un mundo mejor y más armonioso? Es cierto que todo criminal defenderá sus acciones, por muy repugnantes que sean, tratando de atribuirles un motivo positivo. ¿Pero significa eso que ya no tenemos que distinguir entre acciones que son relativamente más o menos destructivas? No podemos permitirnos el lujo de ignorar las implicaciones de las acciones humanas, aunque eso signifique llegar a conclusiones ambivalentes, como admirar a Federico II (al que sus contemporáneos llamaron stupor mundi, "maravilla del mundo") por haber mandado construir un castillo que enriquece nuestra concepción de la belleza arquitectónica, al mismo tiempo que le hacemos responsable de una destrucción caprichosa de la naturaleza. En cuanto a los nazis, resulta evidente que su programa social se basó ampliamente en la entropía —violencia, conflicto y negación de derechos humanos—, y que ningún tipo de orden social que hubieran podido alcanzar habría compensado la entropía que produjeron.
El principio final de la evolución es: (7) La armonía suele alcanzarse mediante cambios evolutivos que implican un aumento de la complejidad de un organismo, es decir; un aumento tanto en diferenciación como en integración.
Diferenciación se refiere al grado en el que un sistema (por ejemplo, un órgano como el cerebro, o un individuo, familia, empresa, cultura o humanidad en su conjunto) está compuesto de partes que difieren en estructura o función entre sí. Integración es hasta qué punto las diferentes partes se comunican y resaltan sus objetivos. Un sistema que es más diferenciado e integrado que otro se dice que es más complejo.
Por ejemplo, una persona se diferencia dependiendo de cuántos intereses, capacidades y objetivos diferentes tenga;
puede estar integrada en proporción a la armonía que existe entre varios objetivos y también entre pensamiento, sentimientos y acción. Una persona que sólo sea diferenciada puede ser un genio, pero es probable que padezca conflictos internos. Una que sólo esté integrada podría experimentar paz interior, pero no es probable que realice una contribución a la cultura. De igual modo, una familia diferenciada es aquélla en la que padres e hijos pueden expresar sus distintas identidades; una familia integrada es aquélla en la que los miembros están unidos por vínculos de cariño y apoyo mutuo. Una familia que sólo es diferenciada será un caos, y una que sólo sea integrada será asfixiante. La complejidad, a cualquier nivel de análisis, implica el desarrollo óptimo de diferenciación e integración.
Muchos pensadores han afirmado que la complejidad es la dirección en la que marcha la evolución. Es cierto que, con el tiempo, las moléculas tienden a ser más complejas, que los organismos multicelulares aparecen a partir de células simples, que organismos con cerebros más grandes siguen a los que cuentan con otros más simples, que las naciones-estado y las religiones del mundo surgen de instituciones más fragmentadas y locales. No obstante, ésta no es la única secuencia en la que los acontecimientos pueden suceder. A veccs también se desarrollan formas más simples para aprovecharse de otras más diferenciadas. Por cada organismo complejo que aparece, también nacen otros nuevos parásitos y, como la historia más reciente nos recuerda, los imperios poderosos acaban desintegrándose en unidades más pequeñas. La complejidad no es necesariamente la dirección en la que la evolución progresa de forma inevitable, pero sí que es la dirección en la que debemos ir para asegurarnos un futuro vivible.
La naturaleza de la complejidad
Es fácil confundir lo que significa complejidad en el sentido que aquí utilizamos. Por ejemplo, suele considerarse como sinónimo de "complicado". Pero por lo general cuando decimos que algo es complicado estamos reaccionando a su naturaleza difícil de entender, impredecible y confusa. Ésos son, de hecho, rasgos de algo que es diferenciado pero que no está bien integrado, y por ello carece de complejidad. Un sistema complejo no es confuso, porque sus partes, por muy diversas que sean, están orgánicamente relacionadas entre sí.
El concepto de complejidad puede aplicarse de manera útil a muchos niveles distintos. En principio se desarrolló para describir organismos físicos. A causa de la especiali— zación de sus órganos internos, y de la especialización de sus funciones, se podría decir que un cangrejo es más complejo que una esponja. Pero el concepto puede extrapolarse con facilidad para ser aplicado a una muestra mucho más amplia, desde moléculas a máquinas, de programas televisivos a sistemas políticos.
A veces el tamaño se considera un reflejo de la complejidad: un organismo grande parece ser más complejo. Pero también en este caso, tampoco tiene por qué ser necesariamente así. Un elefante no es más complejo en términos biológicos que un ratón, y arquitectónicamente un rascacielos no es por necesidad más complejo que una casa de Frank Lloyd Wright. La Unión Soviética, por muy grande que fuera, no fue una sociedad compleja, sobre todo porque su monolítica administración central e ideología ahogaban la iniciativa y la diversidad personal, implosionando a causa de una diferenciación insuficiente. En cambio, los Estados Unidos son muy diferenciados; la amenaza a su complejidad proviene de la dirección opuesta: una erosión de los valores y normas co— muñes de conducta que podría resultar en una sociedad que se desintegre por falta de integración.
La razón por la que la complejidad parece ser un principio tan nuclear de la evolución es porque cuando dos organismos compiten por energía, el que cuenta con la fisiología y el repertorio conductual más complejo es el que tiende a contar con ventaja. Imagine que está a punto de comprar una cámara fotográfica. Es probable que prefiera un modelo que, comparado con otros en oferta, cuente con las características más inusuales (diferenciación) que funcionen bien juntas (integración) y que por lo tanto resulte fácil de usar. Por ello la competencia entre cámaras irá eliminando lentamente los aparatos más simples, dando como resultado unos modelos que han ido adquiriendo más características y que cada vez son más fáciles de utilizar. En este sentido, se elige la complejidad sobre el tiempo; incluso podríamos decir que se nos obliga.
Sí, como ya hemos observado, la complejidad no siempre gana. El curso de la evolución parece ser bastante errático, lleno de falsos comienzos y reveses parciales. Por ejemplo, durante una era glacial, muchas especies otrora complejas morirán, mientras que organismos más simples con tolerancia al frío florecerán. En la historia humana esos reveses son todavía más comunes. Cortos períodos en los que la gente es libre para desarrollar su identidad, pero que no obstante está unida por objetivos y valores comunes, son normalmente seguidos por "períodos oscuros" en los que predomina el caos y la agitación. Si se ofreciera la oportunidad de vivir en la Atenas del siglo v a.C. o del siglo v d.C., pocos serían los que preferirían la fecha posterior; igual que serían pocos los que decidirían vivir en la Florencia del año 1000 o 1800 si pudieran hacerlo allí en 1400. Y es precisamente porque la complejidad no prevalece de manera automática c inevitable por lo que tenemos una responsabilidad tan grande al dar forma al futuro. Con cada década que pasa, nuestras acciones influyen cada vez más a la hora de determinar la prevalencia de la armonía o el caos.
La complejidad proporciona un punto de referencia para evaluar la dirección de la evolución. Pero contamos con varias pautas que nos enseñan cómo acentuar la complejidad en la vida cotidiana. Las opciones en competencia exigen a gritos nuestra atención, afirmando que son las que más nos benefician. ¿Cuál de los cuatro candidatos al Senado parece contar con el programa más complejo? ¿Qué programa televisivo parece que ofrece la información más compleja? ¿Qué artículo periodístico? Algunos modelos de automóvil son más complejos que otros porque cuentan con más componentes únicos, que funcionan bien juntos. Algunos restaurantes son más complejos que otros porque ofrecen platos peculiares cuyos ingredientes combinan bien, o porque cuentan con una buena decoración, no demasiado estridente. Reconocer la complejidad en la vida cotidiana es todo un desafío, porque nos entrena para hacer el tipo de distinciones que nos serán útiles cuando nuestras elecciones cuenten con una opción de alterar el curso de la evolución.
Moralidad y evolución
Elegir el coche o restaurante más complejo implica consecuencias triviales comparadas con el tipo de elecciones que implican criterios de "correcto" contra "erróneo". No obstante, las opciones morales suelen implicar complejidad. Lo que consideramos correcto reporta armonía, mientras que la elección errónea provoca caos y confusión.
En todo grupo humano conocido, las nociones acerca de lo que es correcto y lo que es erróneo han estado entre las preocupaciones centrales y definitorias de la cultura. Los códigos morales han sido necesarios porque la evolución, al liberar a la humanidad de la dependencia total de los instintos, también nos ha capacitado para actuar con una malicia que ningún organismo dirigido únicamente por los instintos puede poseer. Por lo tanto, todo sistema social debe desarrollar memes para mantener la armonía intergrupal que los genes ya no pueden proporcionar. Esos memes constituyen el sistema moral, y generalmente han sido los intentos más exitosos que han desarrollado los humanos para dar a la evolución una dirección deseable.
Pero desde que las ciencias sociales empezaron a "desprestigiar" las instituciones humanas desde hace poco más de un siglo, se ha puesto de moda —al menos en círculos intelectuales— creer que los distintos sistemas morales que cada cultura desarrolla son construcciones totalmente relativas y arbitrarias. En el mejor de los casos se interpretan como el resultado de accidentes históricos, y en el peor como el resultado de mistificaciones inconsistentes inventadas por quienes ejercen el poder, con el propósito de mantener a todo el mundo ordenado.
Es cierto que toda cultura cuenta con nociones de lo correcto y lo erróneo que, desde el punto de vista de otra cultura, pueden parecer extraños. Por ejemplo, ¿por qué los hombres de la India central creen que comer pollo el día después de la muerte de sus padres es una ofensa peor que golpear a sus mujeres? ¿Por qué es un pecado para los católicos comer carne los viernes? No obstante, detrás de esas creencias idiosincrásicas suele existir un fundamento totalmente comprensible para todo el mundo, independientemente de la cultura a la que se pertenezca. Por ejemplo, los católicos no comen carne los viernes para conmemorar la muerte del Hijo de Dios ese día. De hecho, lo más notable es lo similares que son los principales sistemas morales del mundo al considerar "buenos" los logros que aportan a la consciencia y entre las personas ese tipo de armonía que hemos llamado negen— tropía, y que a su vez lleva a niveles más elevados de complejidad.
Por ejemplo, los budistas creen que todo individuo puede experimentar uno o más de los "diez mundos" en el transcurso de su vida. Esos mundos están ordenados de forma jerárquica, de manera que los más instintivos y genéticamente programados se encuentran en la parte inferior, y los que dependen de un progresivo aumento del control de la consciencia se sitúan en la parte superior. Una persona que elige pasar toda su vida en los seis mundos inferiores regidos por el deseo nunca desarrolla el potencial de existencia, y está condenada a experimentar una dependencia continua de fuerzas externas. Sólo los "cuatro nobles mundos" conducen a
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la culminación de la condición humana. Estos son, por orden: aprendizaje, realización, bodhisattva (caracterizado por un comportamiento compasivo y altruista) y finalmente bu— deidad, un estado de absoluta libertad y realización de la verdad esencial. Esta jerarquía budista se apoya en el supuesto de que la dirección ideal del desarrollo humano implica diferenciación (es decir, la capacidad de liberarse uno mismo del determinismo genético y social desarrollando control sobre los propios impulsos y deseos) e integración (es decir, compasión, altruismo y finalmente una combinación de la propia identidad duramente conquistada y la armonía que sub— yace al cosmos).
A pesar de las enormes diferencias en el énfasis, y de las sorprendentes variaciones de las metáforas utilizadas para explicar por qué algunas cosas son correctas y otras erróneas, los grandes sistemas morales del mundo son congruentes con el budismo en aspectos esenciales. Los zoroastristas de
Persia, los yoguis hindúes, los cristianos y musulmanes podrían reconocer y simpatizar con el concepto de progresión hacia la complejidad, si fuesen capaces de ir más allá del velo de Maya tejido por los accidentes históricos que representan las diferencias superficiales entre sus credos. Por desgracia, la mayoría de los individuos religiosos están tan atrapados en la ilusión de la cultura que creen que su moralidad es la correcta, pero no porque refleje armonía universal, sino porque es específicamente la moral cristiana, musulmana o hinduis— ta. En otras palabras, están atrapados en los mundos inferiores de la metáfora budista, confunden los elementos accidentales de sus creencias con lo esencial.
La psicología contemporánea tampoco ha ido más allá de esas percepciones de las religiones tradicionales. Los modelos de desarrollo humano todavía subrayan la importancia de la emancipación de las respuestas instintivas, del egoísmo, para luego hacer lo propio con los estándares sociales y la excesiva individualidad, hasta que, en los niveles más avanzados, el individuo autónomo acaba fundiendo sus intereses con los de grupos más amplios. Esta pauta general encaja en la "jerarquía de las necesidades" de Abraham Maslow, la teoría del "desarrollo del ego" de Jane Loevinger, la teoría del "desarrollo moral" de Lavvrence Kohlberg, la "jerarquía de las defensas" de Georges Vaillant, y con la mayoría de los informes y estudios acerca de cómo pueden las personas cultivar un Yo más complejo. En todos los casos, el progreso significa liberarse de las órdenes genéticas, luego de los constreñimientos culturales y finalmente de los deseos del Yo.
Todos los sistemas éticos —religiosos o psicológicos— son esfuerzos por dirigir la evolución canalizando el pensamiento y el comportamiento lejos del pasado, hacia el futuro. El pasado —representado por el deterninismo de los instintos, el peso de la tradición, los deseos del Yo— siempre es más fuerte. El futuro —representado por los ideales de la vida más liberada, más compasiva, más acorde con la realidad que trasciende nuestras necesidades— es, necesariamente, más débil, pues es una abstracción, una visión de lo que pudiera ser. Cualquier cosa que sea esperanzadora, nueva y creativa, debe ser más efímera que lo ya consagrado. El realista puede burlarse fácilmente del idealista poco práctico que está dispuesto a invertir energía psíquica en un asunto insubstancial e irreal, pues el realista sabe que él trata con lo concreto, con lo que hay aquí y ahora. Sin él no podríamos sobrevivir. Pero sin invertir energía vital en objetivos que resulten más desafiantes, no podríamos evolucionar.
Si hemos de poder dirigir la evolución hacia una mayor complejidad, debemos hallar un código moral apropiado que dirija nuestras elecciones. Debería ser un código que tuviera en cuenta la sabiduría de la tradición, pero inspirado por el futuro en lugar del pasado; debería especificar lo correcto como el desarrollo del máximo potencial individual junto con los logros de una mayor armonía social y medioambiental. El desarrollo de este código no es tarea sencilla, como ilustrará claramente la siguiente sección.
el control de la población
Tal vez la elección moral más urgente que tenemos por delante como especie —ahora al igual que en el pasado— implica encajar el número de personas con los recursos disponibles. Un aspecto actual de este problema es la superpoblación, otro implica la creciente disparidad entre ricos y pobres, y otro más la destrucción de nuestro hábitat natural. En el centro de todos estos temas descansa la cuestión de si regular —y en caso afirmativo, cómo— el número y cualidad de los organismos futuros. Cuando nos enfrentamos a un dilema de esta magnitud se hace muy difícil la aplicación de un código moral basado en la maximización de la libertad personal y la armonía social.
La mayoría de las personas se muestra comprensiblemente recelosa ante la posibilidad de intervenir de manera directa en el equilibrio de la naturaleza, con los seres humanos atribuyéndose la función de selección natural, reduciendo de modo progresivo la progenie de algunos organismos a la vez que se alienta a que otros sean más numerosos. En lo relativo a animales y plantas, hemos practicado ese tipo de intervención desde el principio de los tiempos, a través de la agricultura y la ganadería, y el ritmo del control humano para determinar la estructura de la vida se acelera con el paso de los años. La ingeniería genética apenas existe hace unas pocas décadas, pero podemos empezar a imaginar qué poder pondrá en nuestras manos cuando su tecnología madure. Pero la perspectiva más espantosa es pensar en la eugenesia aplicada a humanos, con algunos individuos decidiendo qué tipo de personas debe sobrevivir y reproducirse y cuáles no.
La eugenesia humana, aunque de manera oscura y se— miinconsciente, ya se ha practicado a lo largo de la historia. Es fácil identificarla en su forma negativa, cuando una tribu o nación hace todo lo posible por exterminar a otra. El genocidio no es una invención moderna. Los ejemplos históricos pueden haber carecido de los arreos ideológicos del nazismo o el comunismo, pero estuvieron igualmente basados en estereotipos y supersticiones de igual potencia. Las tropas de Tamerlán y Gengis Khan no le hicieron ascos a destripar a cientos de miles de no mongoles, sólo porque no podían llegar a convencerse de que aquellos que no compartían la misma leche de yegua eran también personas. Los invasores europeos de Norteamérica justificaban disparar contra los nativos porque éstos no estaban bautizados. Los maoríes, que hace unos pocos siglos navegaron hasta Nueva Zelanda y exterminaron a la población nativa, piden ahora ser protegidos de los excesos del colonialismo blanco. De igual modo, en el sudoeste de los Estados Unidos, los descendientes de los españoles que conquistaron Mesoamérica se han convertido en "nativos", defendiendo todo tipo de derechos de preferencia respecto a los invasores anglosajones.
Pero el genocidio no es la única forma de eugenesia que se ha practicado históricamente. La violación de las sabinas es un ejemplo dramático, pero de ninguna manera inusual, del otro lado de la moneda de la eugenesia: la relativamente mayor reproducción de algunos individuos a expensas de otros. Dice la leyenda que cuando la ciudad de Roma empezó a convertirse en un asentamiento fuerte y próspero, atrajo a muchos jóvenes aventureros de las tribus vecinas hacia las siete colinas alrededor del vado del Tíber. Pero las mujeres escaseaban, así que en un momento dado los romanos dieron un gran festival, al que invitaron a socios comerciales de los montes Sabinos, al este. Tras la orgía, los romanos se llevaron a las mujeres sabinas, que acabaron dándoles hijos medio romanos en lugar de sabinos. Los detalles pueden variar, pero la sustancia de esta historia se ha repetido miles de veces en la historia humana.
A un nivel más inmediato, la eugenesia implica el derecho a procrear. ¿A quién debería permitírsele reproducir la información de sus cromosomas y transmitir dicha información a través del tiempo? El consenso popular actual es que todo el mundo tiene derecho a tener hijos. No hace mucho hemos presenciado a compañeras de condenados a muerte protestando por el infringimiento de su derecho a tener hijos con asesinos condenados, y hay demandas colectivas interpuestas en nombre de personas gravemente incapacitadas mentalmente cuyas posibilidades de procrear se han visto limitadas. ¿Pero en qué se basa este supuesto "derecho"? ¿Es un derecho natural —es decir, una condición necesaria de la existencia, como el respirar—, o es un acuerdo socialmente constituido que resulta de un contrato social que implica responsabilidades, así como derechos?
La creencia de que la naturaleza garantiza a todo individuo maduro la libertad de tener descendencia aparece contradicha por los hechos. Lo que determina si un individuo se reproducirá o no, no es simplemente un deseo parental, o "derechos" parentales, sino la capacidad de carga del ecosistema y, en especies gregarias, los requerimientos del grupo. Pocos peces, reptiles o aves ven a sus huevos abrirse a la madurez. Entre muchos mamíferos, el apareamiento está reservado para aquellos que ocupan la escala superior de la jerarquía dominante. Entre los primates, los machos suelen estar relegados a una vida de obligada soltería. Aunque la mayoría de las hembras tienen hijos, los bebés de madres subdominantes mueren más jóvenes en una cantidad desproporcionada, a menudo a manos de otras hembras. Este comportamiento no se debe a una crueldad "animal", sino a la necesidad que tiene el grupo de hallar una manera de asegurar su supervivencia en un entorno precario.
Por la misma razón, todos los grupos humanos de que tenemos noticia han desarrollado métodos para limitar el derecho a la procreación a aquellos adultos que se considera que cuentan con los recursos y la capacidad de ocuparse de su progenie. Por lo general esta limitación ha sido implemen— tada por la restricción matrimonial. Las diversas costumbres que a lo largo del mundo requieren de inversiones relativamente grandes de capital en forma de dotes de un lado y otro antes de que una persona pudiera casarse no eran tradiciones folclóricas o arbitrarias, sino la mejor solución que esos pueblos descubrieron para atajar los problemas sobre cómo ocuparse de los hijos. Sin ganado no hay hijos, era la regla implícita en la mayoría de las sociedades humanas. Una pareja no podía casarse sin el respaldo de los parientes, que actuaban como una seguridad social en el caso de que los padres fuesen incapaces de mantener a sus propios hijos. Muchas parejas jóvenes no polían hacer frente a las dotes; ésta debía ser aportada por los familiares como garantía de que la descendencia de esa unión no se convertiría en una carga para la comunidad.
La poligamia, que ha sido y de lejos la forma de matrimonio más practicada en todo el mundo, restringía todavía más la procreación a aquellos varones que podían obtener suficientes recursos como para mantener a su descendencia y a las mujeres que vivían con ellos. Hasta hace poco los hombres sin propiedades contaban con menos oportunidades de dejar descendientes incluso en Europa y América; los hijos jóvenes sin tierras no solían casarse, y las mujeres que no podían hallar un marido que las mantuviese pasaban a ser tías solteronas que ayudaban en los hogares de sus hermanas.
En la actualidad, los portavoces de los desfavorecidos se indignan ante cualquier sugerencia de restringir la procreación de los pobres, y acusan a las clases más holgadas de querer llevar a cabo un genocidio. Estas críticas despotrican contra la naturaleza racista y capitalista de nuestra sociedad incluso por plantear este tipo de ideas. Pero en todas las sociedades y continentes se han llevado a cabo intentos de restringir la procreación. Es difícil imaginar cómo podría haber sobrevivido cualquier sociedad sin estipular que los hijos fuesen creados por padres que pudieran hacerse cargo de ellos.
Los problemas de esta magnitud son los que ponen a prueba un código moral basado en la complejidad. Está claro que la propiedad, la raza e incluso la salud no pueden seguir siendo considerados los criterios mediante los que aumentar o reducir las oportunidades reproductivas. No obstante, parece que se hace necesario algún tipo de control. ¿Cómo pueden atenderse en este caso tanto los derechos personales como la armonía social? La respuesta concreta tal vez se halle más allá de nuestro alcance y visión en estos momentos. Sin embargo, si hay un número de personas suficiente que toma consciencia de que la dirección de la evolución está en sus manos y desarrolla un compromiso con la complejidad, sería posible descubrir —el siguiente paso en la historia del futuro— una respuesta adecuada.
Eumemesis: limitar
la reproducción de memes
Si queremos empezar a dirigir la evolución, no sólo hemos de preocuparnos de los genes. Tecnología, estilos de vida, ideas y creencias consumen energía y por lo tanto tienen un impacto en la supervivencia humana. Claro está, de rebatir la diseminación de ideas es de lo que ha tratado la historia en gran parte. Las luchas entre religiones, sistemas políticos, grupos étnicos, valores y filosofías diferentes son todas ellas ejemplos de cómo los memes compiten entre sí por ocupar espacio en nuestras mentes. Así que podría decirse que, sin darse cuenta de ello, la gente ha estado continuamente metida en la eumemesis (sí, lo admito, es un término raro que combina el griego para "bueno" e "imitación").
Si practicamos la eumemesis de manera regular, en primer lugar nos daremos cuenta de que los objetos que utilizamos y las ideas que pensamos no dejan de tener un coste. Los objetos requieren energía —tanto física como psíquica—, y una vez que empezamos a utilizarlos, comienzan a dar forma a nuestras mentes y acciones. Por ejemplo, los reactores nucleares son potentes herramientas, pero hipotecan a las generaciones futuras a verse obligadas a hallar maneras de ocuparse con seguridad de los residuos radioactivos; también nos hacen vulnerables a ios chantajes terroristas, como cuando la milicia serbia amenazó con hacer estragos en sus instalaciones nucleares si las naciones de Europa occidental intervenían en la guerra civil bosnia. Comprender la facilidad con la que las cosas y los pensamientos se pueden acabar haciendo con nuestra energía es el primer paso hacia el control de la evolución de memes.
El siguiente paso consiste en intentar evaluar la complejidad de los memes en cuestión, y la complejidad que probablemente añadirán a nuestra vida. Aprender a hacerlo cuesta tiempo, pero es mejor empezar con las situaciones más simples y triviales. Imaginemos que mientras está usted sentado en la sala de espera del médico mira a su alrededor y ve dos revistas sobre la mesa, una la típica sobre gente famosa y la otra una revista sobre la naturaleza. Como no se le ocurre hacer nada mejor y dispone de unos minutos antes de que el doctor pueda visitarle, va a coger una. ¿Cuál elegirá? Podría dejarlo en manos del azar, o recoger la que esté más cerca o la que esté encima de la otra. O tal vez elija la que cuenta con la portada más colorida, o la que parece más estimulante.
Pero antes de realizar la elección sería una buena práctica preguntarse a usted mismo: ¿me proporcionará una de estas revistas una experiencia más compleja que la otra? Dicho de otro modo, ¿es posible que aprenda algo nuevo (diferenciación) que pudiera añadir sentido a mi experiencia (integración), con una revista o con la otra? La de cotilleos puede reportar comentarios jugosos acerca de estrellas del rock y jóvenes estrellas, y enterarse de sus enredos amorosos podría ayudarle a comprender mejor su propia vida emocional, pero, por otra parte, los hechos de los que se enterará no son más que repeticiones redundantes de los mismos elementos básicos de una comedia de enredos, así que ni el aprendizaje ni el sentido llegarán muy lejos. La revista sobre temas naturales pudiera contarle cosas sobre los hábitos de arañas y ballenas, pero tal vez ahí tendría la oportunidad de aprender algo que valiese la pena recordar. También, a partir de la información obtenida, podría comprender algunas cosas profundas. Así pues, ¿qué revista es probable que le proporcione la experiencia más compleja? Para la mayoría de las personas la respuesta sería la segunda, pero la pregunta no puede responderse de manera concluyente en abstracto: depende de las necesidades momentáneas, de los objetivos a largo plazo y de los intereses de la persona. Lo importante es desarrollar el hábito, cuando nos veamos enfrentados a las típicas opciones de la experiencia cotidiana, para saber evaluar qué opción promete aportar más armonía a la propia vida.
Si no se hace en las cosas más pequeñas, será mucho más difícil aprender a dar una dirección coherente a la evolución de memes cuando lo que esté en juego sea más importante. Demasiado a menudo tomamos decisiones importantes —como con quién casarnos, qué trabajo aceptar— por razones que nos vienen dictadas por instrucciones genéticas o convenciones sociales que no se analizan. Estas elecciones son a veces las mejores, pero a menudo no resultan satisfactorias. Si dejamos que nuestras acciones nos sean dictadas por el vector de las fuerzas externas, nuestra contribución a la evolución será, como mucho, errática. Cuando los velos de Maya disfrazan la realidad, es probable que nuestras acciones aumenten la entropía en lugar de la armonía.
Así que el tercer paso para ayudar a dirigir la evolución de memes implica hacerse cargo de las propias valoraciones sobre la complejidad relativa de varias opciones. Leyendo la revista más compleja, manteniendo la conversación más compleja, votando al candidato con el programa más complejo, aprendiendo las técnicas más complejas del propio trabajo, eligiendo la actividad de ocio más compleja, aceptando las creencias religiosas más complejas, una persona puede contribuir a un futuro más complejo, concurriendo a un armonioso destino humano y manteniendo la entropía a niveles mínimos.
Es esencial recordarlo cada vez que invertimos parte de nuestra atención en una idea, una palabra escrita o un espectáculo; cada vez que adquirimos un producto; cada vez que actuamos según una creencia, pues la textura del futuro cambia, aunque sea de manera microscópica. El mundo en el que vivirán nuestros hijos y los hijos de éstos se está construyendo minuto a minuto a través de las elecciones que apoyamos con nuestra energía psíquica. No sólo modelan el futuro las leyes que ayudamos a que se aprueben, las guerras que ayudamos a declarar, los grandes inventos y obras de arte, sino también nuestros pequeños hábitos mentales y de comportamiento; la manera como hablamos con nuestros hijos, cómo pasamos nuestro tiempo libre, si no hacemos más que incrementar el consumo de recursos finitos o si hallamos maneras de vivir creando menos basura. Esas pequeñas elecciones, esas decisiones triviales, tienen a largo plazo mucho más peso que todas las guerras napoleónicas.
¿Pero por qué debería preocuparle ayudar a que el futuro sea más armonioso cuando su energía psíquica ya sufre tantas demandas? La tentación de ocuparse más de "lo más importante", y dejar que el futuro se ocupe de sí mismo, es realmente fuerte. Después de todo, nuestro programa genético, determinado antes de que nuestros antepasados tuviesen consciencia, dicta que debemos dirigir todos nuestros esfuerzos a replicar nuestros propios genes. Eso no es cosa baladí, y para muchos podría ser un programa satisfactorio al que dedicar su vida. No obstante, también hay mucha gente a la que no le parecen suficientes las metas de la supervivencia y la reproducción. Para estos individuos, la posibilidad de contribuir de manera consciente a la evolución podría ser una propuesta muy atractiva.
Puede dar la impresión de que tener que calcular los resultados de las propias elecciones va a convertirse en una tarea contable agotadora. ¿Qué ocurre con la espontaneidad, con la alegre despreocupación y abandono a los caprichos momentáneos que añaden tanto sabor a la vida? Aprender a dirigir la evolución no tiene por qué convertirnos en contables, en administrativos agriados que sopesan todas sus acciones en una interminable hoja de cálculo. Lo más probable es que ocurra todo lo contrario. Es cierto que, al principio, aprender a estimar el impacto de cada elección sobre la armonía global podría parecer un proceso difícil y paralizador. Pero una vez adquirida la práctica se transforma en una habilidad liberadora. Con las pautas de acción que proporciona, uno puede actuar con mayor resolución, liberado de dudas y lamentos.
Al igual que la estimulante disciplina de las artes marciales, que debe practicarse lentamente hasta que se domina de tal manera la técnica que uno puede actuar sin pensar, pero con una precisión inmediata en cuanto surge la ocasión, también el compromiso con la complejidad proporciona una disciplina que permite que una persona atraviese el caos de la vida con facilidad y sin verse abocada a realizar profundos exámenes. Este antiguo proverbio italiano puede aplicarse a dirigir la evolución, igual que a cualquier otra práctica difícil: Impara Varíe e mettila da parte. Algo así como: «Aprende cómo hacerlo y olvídate de que lo sabes». Una vez que se comprenden los principios de discernir entre elecciones que aportan armonía, pasando a convertirse en una segunda piel.
se puede volver a actuar con una espontaneidad que está informada en profundidad.
Así es, por ejemplo, como los confucianos expresaron la idea de que una dedicación estricta a hábitos mentales disciplinados podía dar como resultado la completa libertad de acción:
El sabio da rienda suelta a sus deseos, abraza sus disposiciones espontáneas y todo lo que controla está perfectamente regido... Así la persona jen camina por el camino sin realizar esfuerzo premeditado; el sabio recorre el camino sin esfuerzo (Hsün Tzu: 21.66-67).
Pero para convertirse en una "persona jen" (una persona que realiza su humanidad), un sabio necesita de un largo período de formación para comprender cómo elegir la opción más armoniosa, que corresponde a la metáfora china de "recorrer el camino". Los sabios pudieron alcanzar finalmente el momento en que prescindir de planes sólo después de disciplinar sus consciencias para reconocer la complejidad, pues sus acciones no premeditadas no podían dejar de ser morales y adecuadas a cada situación.
Complejidad de la consciencia
Puede que los sabios confucianos no fuesen tan sabios como afirmaron ser, y con el tiempo el confucianismo —como todos los grandes movimientos culturales, orientales y occidentales— perdió su chispa creativa, pasando a ser una institución muy rutinizada. Cuando se la apropiaron soberanos opresores, ayudó a legitimar su poder y a explotar a los pobres. Por esa razón los comunistas y las feministas aborrecen a
Confucio y su papel histórico en China. No obstante, los primeros confucianos comprendieron algo de suma importancia acerca del bienestar humano: que la mejor manera de vivir es aprender a controlar la consciencia, y que para ello es necesario cultivar algunas habilidades, adquirir una disciplina que al principio pudiera parecer un ritual sin sentido, pero que finalmente nos liberase para estar en armonía con el orden universal. Pero el confucianismo no fue el único en alcanzar esta conclusión. Todas las grandes religiones del mundo, todas las filosofías sintetizadas, a pesar de sus grandes diferencias superficiales debidas a desarrollos históricos accidentales, están de acuerdo en que, a menos que una persona aprenda a controlar la consciencia, no podrá alcanzar la armonía con el cosmos, permaneciendo para siempre presa de las fuerzas aleatorias de la biología y la sociedad.
Tampoco nosotros sabremos cómo dirigir la evolución hacia una mayor complejidad a menos que nuestra consciencia se vuelva más compleja. Lo que nos diferencia de otras especies animales es la variedad y la mutua dependencia de nuestros procesos psíquicos. Ser capaces de recordar, de abstraer, de razonar, de controlar la atención, son algunas de las funciones más importantes que separan a las personas de sus primos primates. Son esas funciones las que hacen posible que la humanidad cree sistemas culturales —como lenguaje, religión, ciencia y las diversas artes—, señalando la división evolutiva entre nosotros y otras especies. Aunque todos los niños heredan el potencial genético para recordar, razonar y demás, estas habilidades no son efectivas a menos que se desarrollen a través de unas actividades apropiadas y creadas por la sociedad; es decir, dedicando esfuerzos estructurados y voluntarios de atención que resultan en la adquisición de habilidades. Las habilidades complejas se crean a través de actividades complejas.
La evolución es la historia del proceso del aumento de la complejidad de la materia viva. Desde los protozoos que nadaron en un caldo primitivo podemos ver, a través del tiempo, la aparición de organismos adecuados para todo tipo de funciones, desarrollando toda clase de habilidades especializadas —anfibios, reptiles, aves, mamíferos—, o al menos así es como entendemos el proceso en este momento de la historia. Pudiera ser que la verdadera historia de la evolución resultase ser la supervivencia de virus o robots, sobre todo si fracasamos a la hora de desarrollar integración entre nosotros y el resto del planeta al mismo ritmo al que lo estamos diferenciando. Pero vaya la evolución adonde vaya, dado que somos humanos viviendo en el umbral del tercer milenio d.C., no podemos abdicar con facilidad de una cierta preferencia por la complejidad, o renunciar a nuestra responsabilidad para ayudarla a desarrollarse.
Lo opuesto de la complejidad a nivel de desarrollo psicológico es una forma de entropía psíquica. Este concepto describe desorden en la consciencia humana que lleva a un funcionamiento deteriorado. La entropía psíquica se manifiesta como una incapacidad para usar la energía de manera eficaz, bien por ignorancia o por la presencia de emociones contradictorias, como miedo, rabia, depresión o simplemente falta de motivación. Por lo general hace falta energía psíquica externa al individuo —ánimos, apoyo, enseñanza— para reducir la entropía y restaurar el orden necesario en la consciencia para un funcionamiento complejo.
Para evitar que la entropía psíquica se apodere de la consciencia, para mantener los logros obtenidos por nuestros antepasados, a la vez que para aumentar la complejidad psíquica de nuestros descendientes, es necesario tomar parte en actividades que sean diferenciadas e integradas. La educación es la principal institución encargada de proporcionar a la gente joven experiencias complejas: desde las primeras asignaturas como el trivio (gramática, retórica y dialéctica) y el cuadrivio (aritmética, geometría, astronomía y música) a la desconcertante variedad de opciones que ofrecen las universidades modernas, las culturas han intentado organizar lo que consideraban importante conocer para transmitirlo a la generación siguiente. Pero la escolaridad formal tiende, como mucho, a proporcionar únicamente información compleja; ofrece escasas experiencias que ayuden a la madurez de las emociones, el carácter, la sensibilidad y normalmente es torpe a la hora de integrar incluso el conocimiento que proporciona. No hace mucho, el rector del sistema de educación superior de California anunciaba con orgullo que ya no presidía sobre una ww'versidad, sino una multiversidad. Compare sus opiniones educativas con este breve diálogo de las Analectas (15.3) de Confucio:
Dijo el maestro:
—Ssu, ¿me tomas por alguien que estudia mucho y lo recuerda todo?
—Sí —fue la contestación— ¿No es así?
—No. Sólo lo uno todo con un único hilo.
Hoy en día, «estudiar mucho y recordarlo todo» es con demasiada frecuencia el objeto de toda educación, incluso aunque las perlas de conocimiento que uno absorbe no estén relacionadas entre sí.
Pero una comunidad que se preocupe por la supervivencia de sus habilidades y valores debe invertir en algo más que colegios si quiere conservar, ya no hacer avanzar, la complejidad tan costosamente adquirida. Si las familias fracasan a la hora de apoyar y crear desafíos, si la comunidad fracasa al no ofrecer experiencias diversas, es improbable que los niños se conviertan en adultos complejos. Empleos aburridos, ordenamientos políticos opresivos o excesivamente blandos, falta de un código moral común y de un liderazgo honrado, oportunidades de ocio destinadas al común denominador inferior... Todo ello contribuye a un entorno en el que es difícil aprender maestrías complejas, con el resultado de que la entropía psíquica está destinada a aumentar por todas partes.
No obstante, no está predestinado ni mucho menos que la entropía tenga que acabar ganando. Por fortuna, no estamos programados para ser únicamente unos brutos crueles. Lo que hace posible la evolución de la complejidad es el hecho de que contamos con una predilección incorporada por aprender nuevas habilidades, para haccr cosas difíciles que expanden nuestras habilidades, para crear orden en nuestras consciencia y en nuestro entorno. Es precisamente esta propensión hacia el comportamiento cada vez más complejo lo que exploraremos en el capítulo siguiente, y el Capítulo 8 describirá cómo utilizarla para crear el tipo de Yo que pudiera contribuir a un futuro armonioso.
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Algunos principios de la evolución
¿Ha pensado acerca de con qué otros organismos está compitiendo, tanto consciente como inconscientemente? ¿Es esa competencia inevitable?
Además de los alimentos y otras necesidades materiales obvias, ¿qué le mantiene vivo? ¿Qué quiere decir "vivo" para usted?
La naturaleza de la complejidad
¿Cree que la familia en la que se crió era compleja, es decir, era diferenciada (le dio libertad y le estimuló) e integrada (fue comprensiva y armoniosa)? ¿Qué hubiera cambiado en su familia de haber podido hacerlo?
¿Qué cambios externos realizaría en su trabajo en su programa cotidiano para que sus experiencias fuesen más complejas?
Moralidad y evolución
¿Qué reglas sigue ahora que no rompa nunca, bajo ninguna condición? ¿ Dichas reglas le hacen sentir limitado o más libre?
¿Cuál le parece el avance moral más importante realizado por la humanidad en los últimos mil años? ¿Cuál sería el más importante que habría que hacer en los próximos mil? ¿Cómo puede ayudar a conseguirlo?
El control de la población
¿Apoyaría algunas limitaciones en la cuestión de la reproducción? ¿Cómo podrían llevarse a la práctica?
¿Tiene la comunidad derecho a imponer requerimientos mínimos para que sus miembros puedan ser padres? Si así fuere, ¿cuáles deberían ser y cómo podrían ponerse en práctica?
Eumemesis: limitar la reproducción de memes
¿Existen límites acerca de cuánta energía está dispuesto a utilizar en usted mismo?
¿Cómo puede la sociedad calcular el precio de actividades como (a) producir residuos tóxicos; (b) atraer la energía psíquica de los niños a los entretenimientos basura; (c) privar a los ancianos de sus ahorros mediante especulaciones carentes de ética; de manera que el precio que la comunidad haya de pagar le sea endosado como gastos del negocio a quienes llevan a cabo ese tipo de actividades?
Complejidad y consciencia
¿Es la diferenciación un problema para usted, o lo es la integración? ¿Qué le resulta más difícil: ponerse firme y defender sus objetivos y manera de ser, o aproximarse a otras personas y trabajar juntas para conseguir objetivos comunes?
¿Qué tipos de disciplinas cree que podrían aumentar la complejidad de su Yo? Por ejemplo: aprender a ser paciente con sus familiares y compañeros de trabajo; dejar claros sus objetivos y prioridades; aprender una nueva técnica; iniciar un nuevo pasatiempo; mantener un diario, o encontrar tiempo libre para reflexionar o meditar.
7. EVOLUCIÓN Y FLUIDEZ
Ayudar a conformar un futuro más armonioso es un noble ideal, pero uno podría preguntarse ¿qué voy a ganar con ello? Ninguno de nosotros vivirá lo bastante como para comprobar los resultados a largo plazo de sus acciones, y eso suponiendo que puedan tener algún impacto visible en la historia. ¿Así que deberíamos esperar que la virtud fuese la propia y única recompensa, sin ningún beneficio tangible para quienes sacrifiquen satisfacción en el presente a fin de forjar la complejidad a largo plazo?
De hecho, cuando luchamos contra la entropía, obtenemos una recompensa inmediata y muy concreta por nuestras acciones: disfrutamos de todo lo que hacemos, momento a momento. Cuando realizamos una tarea que requiere habilidades complejas y que nos lleva hacia un objetivo que es un desafío, el Yo se ve inundado por una sensación de exultación. En esos momentos sentimos que, en lugar de sufrir pasando por situaciones sobre las que no tenemos control, estamos creando nuestra propia vida.
A fin de asegurar su propia continuación, los procesos evolutivos parecen haber creado en nuestros sistemas nerviosos una preferencia por la complejidad. De igual manera que experimentamos placer cuando hacemos cosas necesarias para la supervivencia, como ocurre cuando comemos o mantenemos relaciones sexuales, también experimentamos disfrute cuando emprendemos un proyecto que pone a prueba nuestras capacidades en nuevos sentidos, cuando reconocemos y dominamos nuevos desafíos. Todo ser humano cuenta con esa urgencia creativa como derecho de nacimiento. Puede ser aplastada o corrompida, pero no puede extinguirse por completo. Ese disfrute que proviene de superarnos a nosotros mismos, de superar nuevos obstáculos, es la contrapartida positiva de la insatisfacción eterna de que hablamos en el Capítulo 2, tan bien expresada en el Fausto de Goethe.
Dependiendo de las capacidades con las que nació una persona, o que ha cultivado a lo largo de una vida, existen distintas actividades que proporcionarán disfrute y llevarán a la complejidad. Por ejemplo, en todas las partes del mundo las mujeres (y afortunadamente muchos hombres también) disfrutan criando a sus hijos. Hay pocas cosas que sean a la vez tan gratificantes y tan necesarias para crear un futuro más armonioso. Esta es una madre de unos de los estudios sobre fluir que responde a una pregunta sobre qué considera las experiencias más satisfactorias de su vida:
Ah sí, cuando trabajo con mi hija; cuando descubre algo nuevo. Una nueva receta de galletas que ha conseguido, que ha creado ella misma, un trabajo artístico que ha hecho y del que se siente orgullosa. Le gusta leer y leemos juntas. Ella me lee y yo le leo a ella, y ésos son unos momentos en que pierdo contacto con el resto del mundo, en que estoy totalmente absorta en lo que hago.
Aquí podemos observar la alegría de la creatividad a dos niveles: la fascinación de la hija con los descubrimientos es en sí misma un descubrimiento para la madre. Otra mujer describe la misma sensación de inmersión y placer extremos al compartir sus habilidades y experiencias de éxito con sus hijos más mayores:
Intento implicar a mis hijos en mi trabajo, sobre todo a mi hija mayor, que viene [a la oficina] y trabaja conmigo. Hay muchas ocasiones en las que estamos en casa o conduciendo y hablamos sobre mi trabajo o algo parecido... entonces siento una especie de alegría y realización en lo que estoy haciendo, pudiendo integrarles a ellos también en la experiencia.
Ese tipo de sensaciones —que incluyen concentración, absorción, inmersión, alegría, una sensación de realización— es lo que la gente describe como los mejores momentos de sus vidas. Pueden tener lugar en casi todas partes, en cualquier momento, siempre que estemos utilizando energía psíquica en una pauta armónica. Suele estar presente cuando uno canta o baila, cuando está inmerso en un ritual religioso o en una práctica deportiva, cuando se está sumergido en la lectura de un buen libro o asistiendo a una gran actuación. Es lo que el amante siente al hablar con su amada, el escultor al cincelar el mármol, el científico inmerso en su experimento. A esas sensaciones las he denominado experiencias de fluir, porque muchos encuestados en nuestros estudios han dicho que durante esos momentos memorables actúan de forma espontánea, como si se les arrastrase la marea o una corriente.
Fluir puede tener lugar en casi cualquier actividad. Aunque la naturaleza de esos empeños pueda ser tan distinta como jugar con el propio hijo es distinto de hacer parapente, la calidad de la experiencia interior que aparece descrita en cada caso utiliza a veces palabras asombrosamente similares. Fluir parece ser un fenómeno que todo el mundo siente de la misma manera, sin tener en cuenta cuestiones de edad o sexo, nivel cultural o clase social. Una de las características más mencionadas de esta experiencia es la sensación de descubrimiento, la emoción de hallar algo nuevo acerca de uno mismo o sobre las posibilidades de interactuar con las muchas oportunidades de actuar que ofrece el entorno.
Un escalador describe este flujo en su deporte: «Resulta estimulante acercarse cada vez más a la autodisciplina. Haces que tu cuerpo se ponga en marcha y todo duele; entonces miras hacia atrás asombrado de lo que has hecho y te estalla la cabeza. Conduce al éxtasis, a la autorrealización». Algo más moderado, un cirujano describe por qué disfruta tanto operando: «Las recompensas personales son mayores en los casos difíciles porque amplías el Yo y piensas más». Y un maestro de ajedrez: «Es muy emocionante, como si lograse completar un rompecabezas muy difícil». En cada una de estas actividades tan distintas, la alegría proviene de ir más allá de lo que uno ya ha conseguido, de adquirir nuevas capacidades y un nuevo conocimiento.
Para experimentar este fluir uno debe empezar desde un cierto nivel de capacidad, formación y disciplina. Así es como una bailarina profesional describe su experiencia fluida; fíjese en la importancia de la preparación disciplinada y de contar con una consciencia armoniosa para actuar bien físicamente, una cuestión muy mencionada también por una mayoría de atletas:
Este tipo de sensación empieza más o menos al cabo de una hora de ejercicios de calentamiento y estiramientos, cuando se ha conseguido poner a punto la fuerza muscular y la seguridad psicológica. Me siento feliz, satisfecha, ligera. Entrenarse ayuda a que suceda, pero debo estar muy serena y relajada mentalmente para entrar en ello. Lo que hace que funcione es la buena forma física, la fuerza de voluntad y el entusiasmo.
En cambio, una profesora de danza obtiene el más profundo disfaite al transmitir las complejas capacidades de su arte, contribuyendo así a la evolución al permitir que otros experimenten la gozosa expresión de la armonía corporal:
Obtengo una gran cantidad de placer al bailar y estoy segura de que se la comunico a mis estudiantes. De hecho creo que es muy importante transmitirla, porque uno sólo puede bailar si disfruta de ello. No debe ser una molestia sino pura alegría.
Una y otra vez, cuando la gente describe cómo es cuando disfruta a fondo, menciona ocho dimensiones distintas de experiencia. De esos mismos aspectos hablan los yoguis hindúes y los adolescentes japoneses que compiten con sus motocicletas, cirujanos norteamericanos y jugadores de baloncesto, marineros australianos y pastores navajos, campeones de patinaje artístico y maestros de ajedrez. Éstas son las dimensiones características de la experiencia de fluidez:
1. Objetivos claros: se define claramente un objetivo; retroa— limentación inmediata; uno sabe inmediatamente cómo lo está haciendo.
2. Las oportunidades para actuar de manera decisiva son relativamente altas y encajan con la habilidad propia percibida para actuar. En otras palabras, las habilidades personales se ajustan a los desafíos dados.
3. Acción y percepción se funden; mente concentrada.
4. Concentración en la tarea que se realiza; desaparecen de la consciencia los estímulos irrelevantes; las preocupaciones e inquietudes quedan temporalmente suspendidas.
5. Una sensación de control potencial.
6. Perdida de la consciencia de uno mismo, trascendencia de los límites del ego, sensación de crecimiento y de formar parte de alguna entidad más grande.
7. Sentido del tiempo alterado, que normalmente parece pasar con mayor rapidez.
8. La experiencia se torna autotélica: si algunas de las condiciones previas están presentes, lo que uno hace se convierte en autotélico o que vale la pena hacerlo por sí mismo.
Repasarlas más en profundidad debería ayudar a explicar por qué la lucha por alcanzar la complejidad parece ser tan gozosa.