Poder y opresión

Una característica que distingue a los humanos de otros animales —tal vez de manera tan clara como la capacidad de hablar o la postura erguida— es el hecho de que somos capaces de crear muchas maneras de oprimir y explotarnos entre nosotros. Las distinciones de riqueza, posición y conocimiento posibilitan que algunos individuos vivan de la energía psíquica gastada por otros. "Poder' es el término genérico para describir la capacidad de una persona de hacer que otras gasten sus vidas en satisfacer los objetivos que le interesan. El poder puede estar basado en el dinero, las propiedades, el miedo o el respeto; puede ser detentado por una persona o un grupo. El poder puede ser peligroso, pues tal y como vio lord Acton: «El poder tiende a corromper; y el poder absoluto corrompe absolutamente». Incluso con la mejor de las intenciones, un individuo, grupo o país poderoso acabará asumiendo que tiene derecho a vivir mejor que los menos poderosos. La persona común que vive en los Estados Unidos utiliza muchos más recursos naturales que alguien nacido en India o China. Tanto si nos gusta como si no, contamos con el potencial para controlar las vidas de desconocidos que poseen menos recursos, y por lo tanto de explotarlos hasta un grado sin precedentes en la historia.

Cuando existen grandes diferencias de poder, la explotación acaba apareciendo, aunque la gente tenga la mejor de las intenciones. Por ejemplo, en los países del Golfo enriquecidos recientemente, como en el caso de Kuwait, es natural que los ciudadanos se nieguen a realizar trabajos que consideran serviles, como barrer las calles, conducir camiones, construir casas o incluso ser policías y soldados. Por otra parte, miles de paquistaníes y filipinos están dispuestos a realizar esas tareas por mucha menos paga de la que esperaría un kuwaití. Por lo tanto, tiene mucho sentido admitir a trabajadores inmigrantes del tercer mundo para que hagan los trabajos sucios. Este escenario, claro está, resulta familiar en todos los países relativamente ricos, desde Suecia a Italia. En los Estados Unidos es la razón por la que tiene lugar un flujo regular de trabajadores ilegales procedentes de México y Europa del Este.

No hay nada malo con ese tipo de reajustes voluntarios de poblaciones. Siempre y cuando ambas partes estén satisfechas, no es cuestión de opresión o explotación. Por desgracia, ese equilibrio parece estabilizarse durante muy poco tiempo. Un trabajador turco en Alemania, o uno mexicano en los Estados Unidos, no tardará en aspirar a los beneficios sociales disponibles para los ciudadanos más poderosos. Seguridad social, planes de pensiones, seguro de desempleo, derechos de voto... Empiezan a reclamarse todos los privilegios que conlleva vivir en una sociedad poderosa. Pero claro está, los ciudadanos del país receptor tienden a sentirse indignados ante tales aspiraciones, después de todo, a los inmigrantes se les invitó precisamente porque no esperaban gran cosa. Llegados a ese punto, tenemos un escenario de conflicto con acusaciones y contraataques con la explotación como tema central.

Para evitar este tipo de resultados, muchas naciones ricas han adoptados diversas políticas que les permiten utilizar mano de obra más barata sin crear una subclase problemática. Por ejemplo, miles de jóvenes llegan cada año a Suiza procedentes de España, Portugal y prácticamente de todas partes para lavar platos y limpiar las habitaciones de los innumerables hoteles que proporcionan a esa nación su fuente de liquidez más fiable. Esos trabajadores y trabajadoras reciben visados que les permiten trabajar durante una serie de meses, los justos para que no puedan empezar a beneficiarse de la asistencia sanitaria y otros beneficios sociales, debiendo regresar a su casa. Pueden regresar al cabo de un año, pero de nuevo por un período que no alcanza el tiempo suficiente para obtener cobertura social. Planes de ese tipo son, claro está, muy sensibles, pero no están totalmente libres de tintes de explotación.

En el pasado, los Estados Unidos absorbieron ingentes oleadas de inmigrantes pobres sin llegar a crear una subclase permanentemente privada de derechos, con la posible excepción de la población afroamericana y amerindia. Todavía está por ver hasta qué punto podrá este país seguir manteniendo una sociedad razonablemente desclasada. Según todo el mundo, la separación entre los que tienen y los que no tienen no hace sino aumentar. De continuar la tendencia actual, con el tiempo, heredar riqueza y posición desempeñará un papel cada vez más importante a la hora de determinar quién será capaz de utilizar su energía psíquica libremente y quién será explotado.

Durante gran parte de la historia humana —los millones de años que Zorg y sus compañeros vagaron por la tierra en bandas de cazadores y recolectores— era prácticamente imposible que un individuo estableciese un control firme sobre otro. Si el macho dominante de una banda era demasiado brutal, los otros le dejaban y se unían a otro grupo. Los líderes podían utilizar su tamaño y su fuerza para intimidar a los seguidores, pero la fuerza bruta en sí misma nunca es un medio de dominación muy satisfactorio. En cualquier caso, había muy poco que controlar. Excepto más comida y más sexo, ¿qué otra cosa podía desear Zorg? Si intentaba apropiarse de las hachas de piedra o de las cazuelas de sus compañeros, no tardaría en agotarse cargando con ellas en sus diarias expediciones de caza. Si intentaba que otros trabajasen para él, éstos desaparecerían rápidamente por el horizonte, dejando que Zorg se las compusiera por sí mismo. Así pues, durante los períodos más prolongados de la evolución humana, la explotación del hombre (y de la mujer) por el hombre no fue una proposición gratificante. Probablemente sucedió a menudo de manera ocasional, pero fue imposible implantarla de manera duradera.

La situación cambió radicalmente cuando la agricultura pasó a ser la principal forma de subsistencia en los últimos quince mil años, más o menos. En primer lugar, la agricultura ataba a las personas a un territorio concreto. Mientras que los cazadores siempre podían moverse, los granjeros lo tenían más difícil. Habían invertido mucha energía psíquica en sus campos, y cualquier tierra buena de las inmediaciones ya estaría ocupada por otros. En segundo lugar, la agricultura —a diferencia de la caza y la recolección— producía un excedente que podía almacenarse. Eso significaba que mediante la habilidad o la buena suerte algunas personas acumulaban más comida que otras. Llegados a esc punto, se hizo posible heredar riqueza y, bajo las condiciones adecuadas, ésta podía aportar distinciones permanentes de casta o clase. En tercer lugar, la agricultura requería un conocimiento relativamente especializado, así como la propiedad de la tierra y herramientas. Algunos individuos fueron inevitablemente capaces de adquirir tierras más productivas o de fabricar mejores herramientas, y como producían más alimentos, acumularon más riqueza. Uniendo esas tres condiciones se creó el escenario adecuado para la explotación permanente e institucionalizada.

El resto, podríamos decir literalmente, es historia. Quienes eran ricos, o poseían medios de producción —es decir, tierra, herramientas, animales de carga— podían emplear a otros que carecían de los medios de ganarse la vida por sí mismos. Por lo general, los ricos sintieron pocos escrúpulos al utilizar en su beneficio la energía psíquica de los pobres. Después de todo, la riqueza era como un nuevo virus cultural para el que la humanidad todavía no había desarrollado antídotos. Éstos aparecerían más adelante, con el desarrollo de leyes, restricciones religiosas, sindicatos y demás. Mientras tanto, poco después de la revolución agrícola, o más o menos hace ocho mil años, por todas partes surgieron nuevas formas sociales, basadas en gobernantes despóticos que amasaron los excedentes suficientes como para mantener grandes ejércitos, construir fantásticas ciudades y erigir enormes tumbas para transmitir el recuerdo de su existencia única a través de las generaciones.

Así acabó la igualdad. En cuanto los memes empezaron a desempeñar un papel más amplio en los asuntos humanos, algunos pudieron explotar a otros. Marx no iba muy desencaminado cuando escribió que la historia humana es la historia del conflicto de clases. Una vez que algunos grupos se atrincheraron en su capacidad para controlar a otros, se plantaron las semillas del conflicto. Marx se equivocó al simplificar excesivamente este conflicto. Su idea era que la historia seguía una lenta progresión lineal que iba desde las sociedades tribales, donde todos los hombres eran iguales, a la esclavitud, para continuar por los sistemas feudales, al mercantilismo y a un capitalismo desaforado, que estaba destinado a autodestruirse, sentando las bases para una nueva sociedad sin clases que acabaría con la explotación: la dictadura del proletariado. Pero las diferencias de poder no son tan fáciles de eliminar como creyó Marx ingenuamente. Durante los setenta años en que la "dictadura del proletariado" rigió la Unión Soviética, apareció un poderoso círculo de políticos y burócratas sin escrúpulos que se convirtieron en una carga más sobre las espaldas de la ciudadanía, mucho más pesada de lo que fuera la vieja corte zarista.

Además, los explotadores se alternan con mucha mayor rapidez de lo que Marx imaginó posible. Por ejemplo, en este siglo, el control de los recursos de Europa central ha cambiado de manos al menos en tres ocasiones. En 1945, con la ayuda de las tropas soviéticas, el proletariado privado de derechos acabó con la propiedad y el poder de las entonces clases dominantes y propietarias. En países como Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia y Bulgaria, si tus padres e incluso tus abuelos habían pertenecido a la clase media, ahora se te consideraba un "enemigo de clase". Uno se encontraba así en una lista negra, sin derecho a casi ningún empleo, y probablemente tampoco a acudir a la universidad. Pero desde 1990, la propiedad y el poder vuelven a estar redistribuidos. Está claro que algunos de los funcionarios del antiguo Partido Comunista volverán a ocupar los escalones superiores de los nuevos regímenes regidos por el mercado, porque fueron los únicos que dispusieron de la oportunidad de acumular recursos e información. No obstante, el cambio será bastante drástico. Tal vez la nueva élite en el poder sea menos explotadora que los antiguos comunistas. No obstante, está bastante claro que mucha gente que será incapaz de aprovecharse de los cambios sentirá que su energía vital está siendo consumida por una nueva clase de empresarios capitalistas. Después de todo, incluso en una sociedad democrática e igualitaria como Finlandia, la gente habla en voz baja acerca de las aproximadamente veinte familias que controlan el país.

La opresión es una condición en la que la energía psíquica de una persona es controlada por otra contra la voluntad de la primera. Hasta cierto punto, todos hemos de hacer cosas que no nos gustan porque alguien más poderoso quiere que las hagamos. Los adolescentes estadounidenses pasan la mayor parte de la jornada en el colegio, y el 70 % de las ocasiones desearían no estar ahí (el 30 % restante no están en las aulas sino en los pasillos, la cafetería o en el centro de estudiantes, y en esas ocasiones no se sienten tan obligados). Lo mismo vale para muchos adultos estadounidenses y sus trabajos. Pero ésos no son realmente ejemplos de opresión, porque tanto estudiantes como trabajadores esperan derivar ciertos beneficios futuros de alienar su energía psíquica en el presente.

El ejemplo más claro de explotación opresiva es la esclavitud. Lo que la convierte en intolerable no es tanto que los esclavos deban trabajar mucho —los ejecutivos modernos puede que trabajen más—, sino que los esclavos no pueden controlar su atención con libertad. No pueden elegir dónde estar, qué hacer, con quién casarse. Se ven así privados de la condición básica de humanidad: control sobre la energía psíquica. No es sorprendente que los filósofos griegos alcanzasen la conclusión de que los esclavos no eran realmente humanos porque carecían de libertad de elección.

Pero existen otras muchas maneras de explotar la energía psíquica a las que les falta poco para ser esclavitud. Todo el mundo preferiría poder satisfacer sus necesidades y deseos sin tener que trabajar para ello. Siempre que podemos aprovechamos la oportunidad. El adolescente que espera que sus padres le compren un coche nuevo a la menor oportunidad, el marido que permite que su esposa trabajadora se ocupe de la casa; el director general que utiliza fondos de la empresa para pagarse salarios estrambóticos y todo tipo de beneficios, son intentos conocidos de conseguir que otras personas pasen sus vidas haciendo la nuestra más cómoda. Los opresores suelen iniciar sus carreras como protectores, para más tarde convertirse en explotadores. Un interesante ejemplo es el relato del historiador Leslie White acerca de cómo se desarrolló el sistema feudal en Europa. Según White, tras la caída del poderoso imperio romano, la mayor parte de sus tierras retornaron a granjeros semiautónomos que vivían en poblaciones aisladas. Estos granjeros podían por lo general defender su independencia contra enemigos potenciales, que no estaban mejor armados ni entrenados que ellos, Pero entonces, entre los siglos vi-viii, una aciaga innovación tecnológica cambió el equilibrio de poder, y con ello la política y el estilo de vida de todo el continente. Esta innovación fue el estribo, adoptado de los nómadas de las estepas asiáticas.

Antes de la aparición de los estribos, los soldados de caballería solían caerse accidentalmente de los lomos de sus caballos. Así pues, no podían ir pesadamente armados, ya que la mínima pérdida de equilibrio implicaba una caída. Pero con estribos, los jinetes pudieron llevar armaduras cada vez más pesadas y, no obstante, mantenerse en la silla. Los caballeros con sus relucientes armaduras empezaron a recorrer la tierra, siendo así indestructibles. Los granjeros se dieron cuenta de que si querían mantener sus cosechas a salvo, su única defensa era contar con caballeros propios. En muchos pueblos y aldeas los mismos granjeros contribuyeron a comprar aquel equipo tan caro —lanza, espada, cota de malla, armadura corporal, casco, guanteletes y demás— que pudiera irle bien a un muchacho local, convirtiéndole en su protector. Este plan funcionó durante un tiempo, pero poco después, el caballero de marras se daba cuenta de que si quería explotar a sus antiguos jefes, no había nada que los granjeros pudieran hacer para impedirlo. Al cabo de unas pocas generaciones, los caballeros y sus descendientes se convirtieron en una casta separada, con sus propias y especializadas habilidades, ideología y estilo de vida, viviendo opíparamente a costa de los esfuerzos de aquellos que los crearon.

La opresión suele ser posible a causa de un nuevo avance tecnológico, a veces tan drástico como la introducción de la agricultura, y otras tan aparentemente triviales como el estribo. Siempre que un nuevo meme hace posible que algunos individuos obtengan una ventaja sobre otros, podemos estar seguros de que un resultado de ello será la explotación. Para poder controlar nuestra propia energía psíquica es esencial que comprendamos cómo se utiliza el poder. No podemos liberarnos a menos que aprendamos a protegernos de las ambiciones de otras personas, y a menos que nos abstengamos nosotros mismos de explotar a otras.

La explotación de mujeres y niños

Algunas diferencias de poder se basan en nuestra configuración biológica y por lo tanto se prestan con mayor facilidad a la opresión. Mientras que en muchas especies de insectos son las hembras las que tienen las ventajas —los machos suelen vivir únicamente lo suficiente para aparearse, mientras que las hembras disfrutan de largas y variadas carreras—, entre los mamíferos las ventajas físicas tienden a discurrir en dirección opuesta. Por ejemplo, en muchas especies mamíferas, los machos tienden a ser considerablemente más grandes y fuertes que las hembras. Este "dimorfismo sexual" parece tener un valor adaptativo. Los machos se especializan en proteger a los jóvenes y por ello deben ser fuertes; como las hembras pasan casi todo su tiempo cuidando a las crías, se pueden permitir el lujo de ser más pequeñas y menos amenazadoras. Si ambos sexos fuesen grandes, necesitarían más alimentos para que todo el mundo estuviese en forma, así que bajo condiciones de escasez les es más fácil sobrevivir a las especies que son sexualmente dimorfas. Los seres humanos, como casi todos los mamíferos, encajan en esta pauta.

Por desgracia, esta sensible diferenciación física, que debería beneficiar por igual tanto a varones como a féminas, puede corromperse fácilmente. En muchas sociedades, la ventaja en cuanto a potencia física de los varones es explotada para darles el control de las vidas de las mujeres. En gran parte de Asia el sistema patriarcal deja a las mujeres pocas opciones acerca de su propio destino. El infanticidio en China y en otras partes del mundo sigue siendo bastante común, y son las niñas las que acostumbran a ser víctimas de ello. También hay formas extremas de explotación dirigidas sobre todo contra las mujeres. Según algunas estimaciones, un millón de muchachas asiáticas son vendidas o atraídas con engaños hacia actividades que equivalen a esclavitud. En las regiones más pobres de Asia —India, Bangladesh, Filipinas, Birmania, Tailandia y Sri Lanka— las redes de prostitución están entre las empresas más provechosas. El tráfico humano es posible por las vastas disparidades de riqueza existentes entre estos países y otros ricos como Japón y los reinos petroleros.

Aunque las mujeres suelen ser obligadas contra su voluntad a renunciar al control de sus cuerpos y la libertad de sus mentes, muchas de ellas entran engañadas en la prostitución con promesas de buenos salarios en empleos como "animadoras". Aceptan con la esperanza de poder enviar dinero a sus familias, para acabar descubriendo demasiado tarde que han caído en manos de explotadores sin escrúpulos. Actualmente hay unas 300.000 mujeres asiáticas importadas vendiendo relaciones sexuales en Japón, pero pocas de ellas acaban haciendo dinero; los que se enriquecen son los proxenetas y los propietarios de los burdeles. En China, un granjero puede comprar una concubina raptada por 300 dólares; un árabe puede comprarse una en la India incluso por menos.

La otra clase de personas en desventaja física —al menos temporal— son los niños. En casi todos los períodos históricos han sido vergonzosamente explotados por adultos que necesitaban un par de manos suplementarias para trabajar y que podían contar con la connivencia de los segmentos más poderosos de la sociedad. A continuación, un vicario anglicano describe el típico destino de un chiquillo en una fábrica textil inglesa durante el apogeo de la Revolución Industrial, a mediados del siglo xix:

«Le sorprendieron durmiendo de pie, con los brazos llenos de algodón y se le despertó a golpes. Ese día había trabajado diecisiete horas; su padre le llevó a casa y fue incapaz de cenar. A la mañana siguiente se despertó a las 4:00 y les preguntó a sus hermanos si podían ver las luces de la fábrica, pues tenía miedo de llegar tarde, y luego murió (su hermano pequeño, de nueve años, había muerto antes...)».

Las condiciones actuales en muchas partes del mundo no han mejorado para los niños. El periodista de investigación Uli Schmetzer estima en que Asia hay 40 millones de niños y niñas menores de quince años que han de trabajar en condiciones miserables, durante más de ocho horas al día, llegando muchos de ellos hasta las catorce horas. Según algunas estimaciones, en 1990 había 13 millones de niños en los Estados Unidos que vivían por debajo del umbral de pobreza. Los informes sobre abuso y abandono de menores han aumentado desde unos 669.000 en 1976 a 2.178.000 diez años después, lo que representa un aumento del 300 %. La situación es incluso peor en gran parte del resto del mundo. Según un reciente informe de las Naciones Unidas, unos diez millones de niños menores de cinco años mueren cada año de enfermedades como diarrea o infecciones respiratorias que podrían ser fácilmente tratadas mediante terapia de rehidratación y antibióticos; 150 millones están clínicamente malnutridos; unos 100 millones viven por sí mismos en las calles, y muchos más sufren malos tratos, explotación y son forzados a prostituirse.

Las mujeres y los niños están potencialmente indefensos a causa de su fuerza física relativamente inferior. Eso, claro está, no significa que su explotación sea inevitable, pero hace que opresores sin escrúpulos se aprovechen de su fuerza superior. A causa de ello, en todas las sociedades, incluso en las más simples, los papeles son distintos dependiendo del sexo y la edad. Todos los hombres pueden ser iguales, y todas las mujeres, pero hombres y mujeres tienen derechos y responsabilidades diferentes que varían dependiendo de la edad. Algunas culturas han evolucionado de tal manera que conceden más poder que otras a las mujeres, y algunas tratan a los niños muy bien mientras que otras les ignoran o maltratan. Uno de los logros inequívocos de la evolución cultural ha sido convertir en menos probables formas descaradas de explotación sexual e infantil. Pero esos logros son frágiles y tenues, ya que deben defenderse a cada paso. La opresión puede adoptar muchas formas diferentes. Por ejemplo, las feministas contemporáneas desconfían justamente de la práctica de "poner a las mujeres en un pedestal", porque la idealización de la feminidad se ha utilizado a menudo para enmascarar la postergación real de las mujeres en tareas domésticas y papeles decorativos.

Pero claro está, no todas las desventajas biológicas afectan a mujeres y niños. Los niños acaban creciendo y las mujeres tienden a vivir más tiempo que los hombres: en nuestra sociedad, una media de siete años más. Por ello, las mujeres acaban heredando una gran cantidad de propiedades. Así parece haber sido incluso en la Europa medieval, donde en la mayoría de los contratos y escrituras aparecían nombres de mujeres. Y aunque esa noción no está ahora precisamente de moda, no se puede subestimar el poder que las mujeres tienen en la sociedad gracias a su papel en la crianza de los hijos. La frase: «La mano que mece la cuna es la que gobierna el mundo» oculta una sutil verdad psicológica, como demuestra el hecho de que muchos hombres poderosos sigan dependiendo de sus madres.

Diferencias individuales de poder

Desde luego, la explotación no sólo prolifera a causa de diferencias de sexo y edad. Todo hombre es diferente de otros hombres en términos de una lista de variaciones casi infinita, y lo mismo ocurre entre las mujeres. Los rasgos que se heredan facilitarán o dificultarán el mantenimiento de la propia libertad frente al intrusismo de la voluntad de otras personas. Sea lo que fuere lo que la Declaración de Independencia quisiera decir con la verdad palmaria de que todos los hombres han sido creados iguales, no quiere decir que sea así en términos de atributos naturales. Aunque el que todos los individuos cuenten con los mismos derechos a obtener ciertos beneficios sociales, es un objetivo social que vale la pena asumir, su igualdad en términos de salud, fuerza, atractivo físico, inteligencia, pigmentación de la piel, temperamento y carácter —entre otros rasgos— es visiblemente distinta.

Y en todas las sociedades conocidas esas variaciones se utilizan como índices de poder. En las sociedades cazadoras, la agilidad física articulada con la prudencia elevará a un hombre al liderazgo; entre hunos y tártaros, a los visionarios brutales se les tenía en gran estima; inteligencia, cautela y firmeza permitió a los hombres ascender hasta la cumbre en las grandes burocracias de China y de Oriente Medio. En nuestra cultura tendemos a auspiciar a empleados que son "agresivos" pero simpáticos, emprendedores pero adaptados. En toda cultura, ser bien parecido y extravertido son ayudas suplementarias de la capacidad de una persona para atraer la atención de otras personas y convertirlas en potencialmente controlables.

Las cualidades personales no son la única razón por las que una persona se hace más poderosa que otra. La suerte también juega un papel importante. Estar en el lugar adecuado en el momento preciso suele explicar por qué ese empresario en particular se hace rico en lugar de ese otro, por qué ese físico obtuvo el Nobel y por qué ese general ganó la guerra. Claudio tartamudeaba y cojeaba, y aunque era de sangre real, nadie en Roma hubiera podido imaginar que un día sería emperador. Por fortuna para él todos sus familiares eran maníacos homicidas, que se mataron entre sí hasta que sólo quedó él para vestir el honor imperial.

Pero sin embargo, aparte de la suerte, probablemente el factor que más ayude a determinar la facilidad con la que una persona obtendrá poder y que más aumente sus posibilidades de influir en el futuro, sea la personalidad. Aunque los psicólogos no están ni mucho menos de acuerdo a la hora de afirmar si existen rasgos que ayudan a una persona a ser uniformemente exitosa en distintas áreas de la vida, lo que sí parece estar claro es que si se es extravertido, se cuenta con una elevada autoestima y se mira al mundo con optimismo, se contará con más opciones de tener éxito y llevar una vida satisfactoria. Algunos de estos rasgos parecen ser temperamentales, es decir, sobre todo determinados por la herencia genética;

por otra parte, todos ellos pueden verse influidos hasta cierto punto por el primer entorno. Un niño que al nacer se inclina hacia el optimismo es posible que se convierta en un adulto neurótico si es tratado con crueldad.

Un rasgo bien establecido es la "fuerza de personalidad", estudiado durante muchos años por la investigadora alemana Elisabeth Noelle-Neumann. La gente que puntúa alto en ese rasgo (que también está relacionado con la extraversión y la autoestima) tiende a ser más activa y exitosa personal y profesionalmente que la que ocupa la parte baja de la escala. Estas personas también tienden a ocupar posiciones de liderazgo e influencia, sobre todo las que provienen de los niveles inferiores de la escala socioeconómica. En otras palabras, para quienes son ricos y tienen buena educación, una personalidad fuerte no es un determinante tan crucial como para aquellos que son pobres y no tan bien educados, porque la riqueza y el estatus compensan una personalidad débil. Pero si se es pobre, una personalidad fuerte ayuda a avanzar en la vida. Las personalidades fuertes de todas las clases son curiosas, intentan muchas cosas nuevas y disfrutan influyendo a los demás, y por ello están especialmente bien equipadas para afectar la evolución de los memes, pues sus creencias, ideas y hábitos se representarán con más frecuencia en el futuro. Un descubrimiento alentador de estos estudios es que la gente con personalidades fuertes parece ser menos egoísta y más preocupada por ayudar a los demás que otras personas con personalidades menos fuertes. Aparentemente, sea cual fuere el rasgo que cuenta para el éxito y la influencia, también incluye un sentimiento de responsabilidad social.

Pero demasiado a menudo, cuando uno alcanza una posición de poder, es muy fácil aprovecharse de ella. Tanto si es la suerte, la inteligencia o la fuerza de personalidad lo que impulsa a una persona a una posición de eminencia en el sistema social, las oportunidades para ahorrar energía psíquica a expensas de los demás son casi irresistibles. Al empresario triunfador le parece obvio que su tiempo es más valioso que el de su chófer, secretaria, amigos menos afortunados, el cura de su iglesia o el de su esposa e hijos. ¿Por que debería preocuparse por esos individuos menos valiosos? ¿Y por qué no debería recibir él más dinero por sus esfuerzos, mucho más dinero del que la mayoría de la gente pueda imaginar? Los políticos poderosos empiezan a creer que las reglas que son vinculantes para mortales menos eminentes no les son aplicables a ellos mismos. El presidente Nixon y los suyos se consideraron por encima de la ley, pero claro, eran aficionados comparados con los potentados de la mayoría de las sociedades. Respetados académicos se sienten tentados de explotar a los estudiantes graduados, mientras que los artistas de renombre creen que están dispensados de los modales en sociedad y abusan de la burguesía.

Por fortuna, siempre hay excepciones que demuestran que la corrupción no es inevitable. Las grandes acciones valerosas son admirables y también están las útiles contribuciones a la ciencia y la sociedad, pero el logro humano más maravilloso es abstenerse de abusar de los propios privilegios.

¿Es inevitable el conflicto basado en diferencias individuales? Probablemente así sea. En la evolución sólo puede tener lugar un cambio positivo si existe selección, y la selección opera únicamente cuando existen diferencias entre individuos; es decir, si un rasgo está mejor adaptado al entorno que otros. Mientras todos los individuos sobrevivan igualmente bien y produzcan un número similar de descendientes, no habrá nada entre lo que elegir y cada generación será como la anterior. Las diferencias son el punto de partida de la selección, y por lo tanto del cambio evolutivo. Por ello, casi todos los biólogos evolutivos subrayan la importancia de la competencia entre individuos diferentes como el motor que impulsa la evolución. Pero la competencia no implica necesariamente agresión o explotación, ni siquiera conflicto latente, pues en términos evolutivos, la competencia se refiere simplemente al hecho de que algunos organismos se reproducen mejor que otros. La cooperación puede llegar a ser una estrategia competitiva muy eficaz, que explicaría por qué han evolucionado por todo el planeta los sistemas sociales limitados por leyes y divisiones del trabajo. Pero no es necesario que nos preocupemos demasiado acerca de cómo conflicto y competencia afectan a la evolución biológica. La cuestión es cómo afectan a la evolución humana en su conjunto y que hoy en día implica sobre todo cambios en la forma de pensar: las decisiones que tomamos dependiendo de nuestros objetivos y creencias.

La transmisión de la desigualdad

Por lo general no nos resentimos cuando alguien adquiere mucho poder siempre que haya sido logrado a través de un esfuerzo superior o de un talento poco común. Pero la desigualdad se torna mucho menos tolerable si está basada en la riqueza o la posición heredadas. Y no obstante, uno de los primeros instintos de alguien que tiene control sobre el poder es intentar transmitirlo a su familia y descendientes. Este esfuerzo también es un instinto adaptativo muy arraigado que se ha ido magnificando en el curso de la evolución cultural. Mientras pudimos dejar a nuestra progenie sólo nuestros genes, las diferencias en lo que cualquier niño podía heredar eran mínimas y limitadas al ámbito de las variaciones físicas presentes en el banco genético. Un niño podía ser relativamente más fuerte que el resto, una niña más atenta que sus semejantes, pero era una cuestión de suerte.

La verdadera desigualdad, y las emociones concomitantes de envidia y celos, aparecen cuando a través de la herencia cultural se empiezan a transmitir elementos de poder. Uno de los primeros métodos de acumular recursos y aumentar el propio poder ha sido a través de prácticas matrimoniales selectivas. Hombres ricos y poderosos se casaban con mujeres de familias ricas y poderosas, garantizando así que sus hijos llegarían a la vida con ventajas. Mientras esos matrimonios existen, las desigualdades no sólo se conservan sino que también se exageran cada vez más con cada generación. La preocupación de mantener el poder en la propia familia conduce en última instancia a formalizar prácticas que fomentan la división social. Por ejemplo, los romanos tenían prohibido por ley casarse con gente de provincias, para no diluir el valorado rango de "ciudadano".

En nuestra sociedad ya no tenemos leyes contra el mestizaje (aunque algunos estados prohibieron —en los Estados Unidos— los matrimonios interraciales hasta el dictamen de la Corte Suprema de 1967). Pero de hecho, el "emparejamiento selectivo" continúa siendo una práctica muy importante. Como lo siguen siendo las cuestiones de ingresos, educación, preferencias políticas, religión y raza. Tal vez los efectos más importantes de esta tendencia no estén en los genes que la descendencia heredará, sino en sus memes. Un niño nacido de una pareja blanca y acomodada aprenderá valores distintos y desarrollará y un concepto de sí mismo distinto de un niño genéticamente similar nacido de una pareja interracial de la misma posición social, o de una familia con un nivel de educación e ingresos diferentes. Cuanto más homogéneos sean los antecedentes de la pareja, más se parecerán los memes del hijo a los de los padres.

Como algunos de los memes más importantes —las concepciones del mundo y valores básicos— se transmiten a través de la familia, de ello se desprende que, con el tiempo, el emparejamiento selectivo resulta en el equivalente de la evolución cultural de las especies, en la que miembros de grupos sociales se diferencian e incluso segregan en virtud de sus antecedentes culturales. Este proceso hace que sea prácticamente imposible que un chico amish se case con una muchacha católica, o que un liberal extremo se case con una acérrima conservadora, como si perteneciesen a especies diferentes que no pudieran aparearse porque son biológicamente incompatibles. Mientras el emparejamiento selectivo mantenga los memes segregados, las culturas continuarán siendo diferentes y el hijo nacido en una pareja liberal aprenderá a considerar a los pequeños conservadores como potenciales enemigos y extraños.

Pero claro está, las prácticas matrimoniales no son la única manera de mantener el poder en la familia y de transmitirlo a los propios descendientes. Los impuestos y las leyes patrimoniales también han desempeñado un importante papel en la política porque determinan hasta qué punto el poder económico se concentrará o distribuirá. Una de las primeras leyes aprobadas por los comunistas tras alcanzar el poder en Rusia fue prohibir a los padres legar propiedades a sus hijos, para que todos los ciudadanos empezasen a vivir en igualdad de condiciones (por desgracia, los poderosos funcionarios comunistas no tardaron en hallar una manera de subvertir la ley, y el nepotismo se volvió tan flagrante en la URSS como lo fuera con los zares). Durante la década de 1980, bajo la administración Reagan, hubo cambios en la legislación impositiva que aumentaron las desigualdades económicas en los Estados Unidos hasta un grado escandaloso, haciendo a los ricos más ricos y a los pobres paupérrimos. Cuando el control de los recursos se polariza mucho, los pudientes se vuelven opresores, incluso contando con las mejores intenciones. No necesitan impedir de manera activa que sus semejantes menos ricos obtengan una buena educación o vayan a vivir a buenos barrios; la mano invisible del mercado lo hace por ellos.

Regresando a la cuestión de si la explotación es inevitable, habría que concluir que cierta desigualdad en el acceso a los recursos, en el control de la energía psíquica, en la capacidad de influir en el destino futuro de la cultura, es realmente inevitable. En cualquier sistema social complejo, algunos individuos estarán siempre mejor dotados que otros, por cuestión de temperamento, formación o antecedentes, para ocupar ciertas posiciones. En grandes organizaciones empresariales, como Motorola o Nissan, que emplean cada una de ellas a unos veinte mil técnicos, unos pocos ingenieros serán más capaces que otros de aplicar sus conocimientos a las oportunidades disponibles en sus respectivas empresas. Estarán mejor pagados y ascenderán más, y sus ideas serán incorporadas en nuevos productos. Los colegas que se queden atrás les envidiarán y muchos se sentirán resentidos por el hecho de tener que trabajar para ellos. En efecto, cada organización selecciona a los más "adecuados" de sus trabajadores. No obstante, es importante comprender que esa adecuación podría no estar basada en ningún tipo de ventaja absoluta que posean los ingenieros afortunados. La persona que llega a la cima en Motorola puede ser un fracaso en Nissan, y viceversa. Un conjunto de habilidades puede encajar en la cultura de una compañía, en un particular clima económico, en una estrategia de mercado concreta, pero no en otra.

Y aunque algunas personas siempre hayan tenido éxito a la hora de controlar más recursos que otras, ¿ese control implica necesariamente que se dé una situación de explotación? Probablemente sea cierto que, a menos que demos pasos para impedirlo, el control de los recursos tendrá como resultado el control de otros individuos. «La vigilancia eterna —dijo Jefferson— es el precio de la libertad». Eso implica, entre otras cosas, que si no nos andamos con cuidado, nuestra libertad para disponer de energía psíquica se verá diluida. Nuestros ahorros, producto de años de trabajo, perderán su valor si quienes gastan más de lo que ganan provocan inflación. Nuestro trabajo podría acabarse repentinamente porque los inversores pueden ingresar enormes beneficios si trasladan la fabricación a un país tercermundista. El valor de nuestro pequeño solar fluctuará dependiendo de las compras y ventas de grandes terratenientes y propietarios. Todo ello puede suceder sin ninguna malicia ni las mínimas malas intenciones; se trata simplemente de la manera como funciona el mercado, cuando es manipulado —y siempre lo es— por quienes poseen una gran participación en él.

¿Qué podemos hacer para impedir que eso ocurra? Al igual que con las fuentes de ilusión, el primer paso es simplemente hacerse consciente de cómo funcionan las cosas realmente. ¿Hay alguien que esté utilizando nuestra energía sin la reciprocidad adecuada? ¿Nuestro jefe, nuestra esposa, la compañía eléctrica, el gobierno? Examinar detalladamente quién o qué está en posición de decidir cómo invierte usted su tiempo, y por ello de controlar el contenido de su consciencia, es un buen principio. El siguiente paso es saber si desea que esa situación continúe o no. Si no quiere, ¿puede hacer algo al respecto y cuáles serían las consecuencias de sus actos?

Desde el principio de la historia, los Estados Unidos han atraído a gente que se sentía oprimida en sus países de origen y que decidieron hacerse con el control de su destino. Para los primeros colonos ingleses que escapaban de la persecución religiosa, los irlandeses huyendo del hambre, los polacos que no querían luchar por el zar ruso, los del sureste asiático huyendo del terror comunista, los Estados Unidos representaban una tierra en la que uno podía ganarse la vida y ser libre. Desde una perspectiva evolutiva, la población de los Estados Unidos es sobre todo una selección de individuos, proveniente de todos los pueblos de la tierra, que se ha negado a ser explotada. Así pues, el meme de la libertad se ha concentrado en la cultura norteamericana y eso, más que cualquier otro rasgo individual, es lo que determina su singularidad.

Sin embargo, aunque no tenemos zares ni comisarios, la explotación no está del todo ausente de nuestra sociedad. Y quienes no sienten que controlan sus vidas aquí, no pueden emigrar a ninguna otra parte porque es improbable que encuentren un país en el que el grado de libertad personal pueda ser realmente mayor que el que ya tienen. Así que todo lo que puede hacerse en hallar una manera de vivir distinta, con escasas limitaciones, o contraatacar, dependiendo de que rumbo proporcione mayor libertad con la menor inversión de energía psíquica.

En el caso de Jeff tenemos una forma de manejar una situación opresiva. Director en una empresa de servicios públicos, fue responsable de la distribución de electricidad en una poblada región occidental. Había ascendido con rapidez en la empresa, en parte gracias a sus propias capacidades y en parte porque estaba dispuesto a pasar de sesenta a setenta horas a la semana en su empleo. A los cuarenta, Jeff ganaba un salario más elevado de lo que nadie hubiera imaginado y todavía contaba con dos posibles ascensos, y estaba dispuesto a invertir tiempo y energía al ritmo esperado. Pero también tenía una esposa y tres hijos a los que raramente veía. Jeff empezó a sentir que toda su vida se le iba en el trabajo, algo que cada vez tenía menos sentido para él. Intentó hablar con sus superiores a fin de determinar si podía recortar las horas de trabajo, pero le informaron de que la política de la empresa requería un compromiso total por parte de sus ejecutivos. Así que Jeff empezó a buscar alternativas y ahora dirige una franquicia de equipo de actividades al aire libre, pasa muchas horas a la semana en casa arreglando la vieja casa victoriana que compró con su esposa y puede vérsele a menudo en una cala cercana pescando con sus hijos.

La solución de Jeff parece haberle funcionado, así como para otros miles en una situación parecida, que han optado por abandonar la competitividad profesional descarnada. Aunque no es la mejor solución para todo el mundo, sí que es un ejemplo acerca de una solución factible cuando uno empieza a sentirse explotado en el trabajo. Se trata de no acobardarse, creyéndose impotente. A los que controlan nuestra energía les interesa mantener la ilusión de que este statu quo es natural, correcto e imposible de cambiar. Pero a nosotros lo que nos interesa es darnos cuenta de que eso no siempre es cierto.

Explotación parasitaria

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Un amigo biólogo que ha pasado muchos años en Africa estudiando la fauna nativa, me cuenta lo triste que es tener que hacerle la autopsia a un león que acaba de morir. La mayoría de nosotros mantenemos una imagen idealizada del rey de la selva: fuerte, majestuoso y libre. Pero si nos fijamos un poco más, veremos que el poderoso león resulta ser un refugio viviente para cientos de distintos tipos de parásitos, garrapatas, piojos y gusanos que se instalan en su melena como en casa, y en sus pestañas, cola, nariz y garganta, descendiendo por el gaznate hasta los intestinos. El león puede parecer sano y poderoso, pero internamente está consumido por una legión de bichos. Para todo organismo complejo, la supervivencia es una lucha constante contra formas de vida menos complejas que se ganan la vida utilizando sus energías en su propio interés.

A nivel psicológico, un parásito es alguien que extrae la energía psíquica de otra persona, no mediante un control directo, sino explotando una debilidad o descuido. Existen innumerables formas de parasitismo, y es muy útil ser consciente de algunas de ellas para evitar gastar nuestras vidas trabajando inconscientemente para hacer que alguien se sienta cómodo.

Si la opresión es una forma de explotación en la que alguien que tiene más poder le arrebata la libertad a alguien que tiene menos, en el parasitismo ocurre lo contrario. El parásito suele extraer energía de una persona que —al menos en algún sentido— es más poderosa. Por ejemplo, supongamos que mañana usted gana unos cuantos millones de dólares a la lotería. Ese inesperado golpe de fortuna aumenta su poder, porque ahora usted puede contratar a otros para que trabajen en su lugar, o bien controlarlos indirectamente a través de las rentas de capital. Como resultado de esa buena fortuna, usted puede tumbarse a la bartola, ¿no es así? Pues no. De inmediato atraerá a una legión de individuos que no pueden esperar para chuparle toda la energía que la puedan utilizarla en su propio beneficio. Vendedores, parientes pobres, corredores de seguros, agentes de inversiones, recaudadores de fondos, estafadores y gentes con todo tipo de dramones a cuestas, aparecerán de repente, exigiéndole su parte. Los individuos afortunados que tienen dinero, poder o fama desde hace tiempo están crónicamente rodeados de este tipo de parásitos.

En cierto modo, este comportamiento es muy natural. Como ya indicamos anteriormente, la entropía es la ley de la naturaleza más universal; dice que los sistemas complejos tienden a estropearse, que el calor irá desde el calentador al cuerpo más frío, que el orden se descompondrá en desorden. Los parásitos son las manifestaciones vivas de la entropía. Descubren maneras de pegarse a organismos más complejos y de explotar su energía con poco esfuerzo por su parte, a menudo dañando a su anfitrión o incluso matándole durante el proceso.

A nivel de la evolución cultural, los parásitos se ven atraídos sobre todo por la riqueza y la fama. Las estrellas del rock atraen grupis, las ciudades ricas atraen a personajes turbios, los gobernantes a aduladores, las celebridades a todo tipo de lapas. Una persona rodeada de parásitos puede que necesite de mucha energía para evitar que se aprovechen de ella, en lugar de disfrutar de la vida. No es de extrañar que tantas religiones y filosofías señalen que la acumulación de riquezas mundanas no reporta felicidad.

Es cierto que estas relaciones suelen ser en parte simbióticas. Ambas partes obtienen algo y la explotación no sólo tiene lugar en un sentido. El cantante de rock se sentiría ignorado sin un séquito obsequioso, y el soberano se sentiría menos poderoso sin un cortejo (una indicación de lo extendido que está el parasitismo es que existen muchos sinónimos para denominarlo: grupi, adulador, lapa, séquito, cortejo...). El parasitismo no siempre resulta fácil de identificar y separar de la simbiosis, que tiene lugar cuando cada parte contribuye al bienestar de la otra. Pero cuando alguien intenta hacernos creer que le necesitamos, y sospechamos que no es así, probablemente estamos frente a un aspirante a parásito.

La estrategia de la irresponsabilidad

Los parásitos que extraen energía de los más privilegiados no siempre lo hacen conscientemente. Los individuos que no tienen acceso a habilidades más complejas suelen dañar a otros inconscientemente en el proceso de asegurar su propia supervivencia y comodidad. En la evolución biológica, el parasitismo suele manifestarse como una estrategia egoísta que proporciona al individuo ventajas a expensas del bienestar colectivo. Un típico ejemplo de ello son las estrategias engañosas resultantes del acceso diferencial a la reproducción. Como en la evolución biológica la replicación de los propios genes es el saldo final de la supervivencia, es inevitable que con el tiempo algunos individuos desarrollen formas ingeniosas de obtener acceso sexual a más miembros del sexo opuesto, dándoles una oportunidad de dejar más descendencia para el futuro. Por ello, hay machos que aprenden a resultar atractivos a las hembras incluso aunque no resulte en beneficio de las hembras sucumbir a sus encantos, y hembras que atraen un número de machos superior al habitual.

Un caso extremo de ese tipo de explotación son las prácticas de crianza del cuclillo, que deposita sus huevos en los nidos de otras especies de pájaros, dejando que sean los padres adoptivos los que se las ingenien para alimentar a las crías de cuclillo a costa de su propia progenie. En la evolución cultural existen prácticas similares. Actualmente estamos alcanzando un punto en los Estados Unidos en el que hay más hijos que nacen fuera del matrimonio que dentro. No se trata sobre todo de una cuestión "moral", sino más bien de selección biológica y cultural. En efecto, padres y madres que no pueden hacerse responsables de la alimentación y el cuidado de sus hijos están explotando las energías psíquicas del resto de la sociedad a fin de transmitir sus propios genes a la próxima generación. Para evitar esta forma de explotación, la mayoría de las culturas del mundo, desde África a las islas del Pacífico, han establecido programas para protegerse contra un hombre o una mujer que empieza a producir hijos a menos que la comunidad disponga de algún tipo de prueba sólida de que van a ser capaces de criarlos hasta que alcancen la edad adulta. La expectativa de castidad en las mujeres solteras, las elaboradas dotes que una muchacha ha de tener a fin de hallar un marido, o los bienes dótales que un novio ha de proporcionar a su eventual suegro no sólo eran prácticas arcaicas y primitivas, sino medidas efectivas mediante las que las comunidades se aseguraban de que sólo tenían descendencia aquellos individuos que contaban con la capacidad —y el apoyo social— de embarcarse en la tarea de inversión masiva de energía que es criar a un hijo.

Una forma de parasitismo que tal vez sea única de la evolución cultural es la irresponsabilidad fiscal. Una encantadora ilustración de ello es la antigua fábula de la hormiga y la cigarra. Durante los cálidos días estivales, la hormiga se afanaba acumulando cualquier miga de comida que pudiera hallar, almacenándola en su casa. La cigarra disfrutaba del buen tiempo, saltando de aquí para allá y tarareando sus alegres melodías noche y día. Siempre que se encontraba con la hormiga transportando sus migajas, se reía y mofaba de su amiga adicta al trabajo. Pero cuando llegó el invierno la hormiga estaba cómoda y caliente en su casa, mientras que la cigarra no dejaba de saltar hambrienta y helada de frío, buscando comida en vano. Y claro está, se sentía furiosa contra la hormiga por no compartir sus vituallas.

La fábula de Esopo no representa ni mucho menos la situación existente en el mundo de los insectos, pero sí que es aplicable a ciertas formas de explotación humana. Gran parte de la historia ha consistido en períodos en los que algunos se esforzaron por tener propiedades, mientras que otros desaprovecharon sus oportunidades viviendo despreocupadamente. Con el paso el tiempo, quienes se despreocuparon, se encolerizaron ante la injusticia de poseer tan poco. A menudo a esa actitud le siguió una revolución, para que los ahorros de las hormigas fuesen distribuidos entre las cigarras. Hoy en día no es necesaria una revolución para llegar al mismo resultado: ciclos de inflación y devaluación monetaria lo consiguen con más facilidad. La persona que ha invertido durante muchos años su energía psíquica para contar con ahorros, será privada de éstos por gente que ha acumulado deudas, ido a la bancarrota y destruido bancos, y de paso el valor del dinero.

Yo mismo recuerdo ese proceso repetido en dos ocasiones. Todos los ahorros de mi abuelo, su pensión, seguro, propiedades y bonos del gobierno desaparecieron sin dejar rastro durante la gran inflación que siguió a la primera guerra mundial. Siguiendo el mismo modelo, todo lo que mi padre logró acumular durante su vida le fue arrebatado, perdido como resultado de la segunda guerra mundial. Es cierto que esos sucesos tuvieron lugar en Europa, y que la guerra fue su causa inmediata. Pero los Estados Unidos no son inmunes a esas tendencias. ¿Qué seguridad tienen sus inversiones, sus planes de pensiones? Incluso la seguridad social es periódicamente asaltada, y no podemos estar seguros de que las diversas redes de seguridad que hemos creado laboriosamente para asegurar nuestro futuro bienestar no vayan a ser corroídas por hordas de industriosos parásitos.

Probablemente sea imposible deshacernos por completo de los parásitos. Forman parte de la vida, son la cara inferior de la evolución. Al igual que las cepas de virus que mutan rápidamente justo cuando creemos haber descubierto un medicamento eficaz para combatirlas, los parásitos culturales están habituados a cambiar de estrategia en cuanto descubrimos una manera de neutralizar sus artimañas. "Hecha la ley, hecha la trampa", dice el proverbio con ironía. Pero ha hecho falta algo más que ironía en el reciente fiasco de las instituciones de ahorros y préstamos, que es el mejor ejemplo de parasitismo exitoso que nadie podría haber inventado. A menudo los individuos más responsables de defraudar al público son los que se aprovechan de los esfuerzos por reparar los daños. Es típico que a un empresario que ha dejado de pagar muchos millones de dólares en créditos a varios bancos, se le concedan nuevos créditos libres de interés y otros incentivos financieros gracias a la Resolution Trust Corporation, el departamento federal creado para administrar los préstamos de fianza, para que así pueda adquirir propiedades anteriormente en manos de las instituciones de ahorros y préstamos, aunque otros compradores ofrezcan más por ellas. Éste es un ejemplo de un caso en el que el parasitismo se ha convertido en parte del sistema, sangrando de manera rutinaria una gran cantidad de energía que no tiene nada que ver con los objetivos declarados. Cuando una sociedad se halla infestada de parásitos hasta ese extremo, se verá incapacitada, como el orgulloso león, por piojos y moscas.

Explotación a través del mimetismo

A los opresores se les puede resistir y a los parásitos desarmar, pero existe otra forma de que nos exploten la energía psíquica, y de ello se encargan individuos que parecen algo que en realidad no son. En muchos sentidos se trata del ataque más insidioso contra nuestra libertad, porque suele ser difícil de desenmascarar. Aunque estamos dispuestos a resistirnos a gente que actúe como parásitos, a menudo nos mostramos dispuestos a cooperar a quienes apelan a nosotros con falsas pretensiones, y luego se aprovechan de la relación para estafarnos.

La explotación mimética puede tener lugar de manera muy inocente, sin ninguna intención de perjudicar. Por ejemplo, hace bastante tiempo tuve trato con el cardenal W., que ocupaba un importante cargo en el Vaticano. El cardenal W. era un agradable caballero de ochenta y tantos años, pero sin ninguna cualificación aparente que justificase el importante cargo que ocupaba. Lo que tenía, no obstante, era una estupenda barba blanca que parecía tejida de seda y luz de luna, un rostro de facciones tan delicadas como la porcelana Wedgwood y unos ojos del azul más puro. Cualquiera que le mirase se sentía de inmediato invadido por la sensación de hallarse en presencia de un santo, una impresión que debe haber ayudado muchísimo al cardenal W. en su lenta ascensión hacia los pináculos más elevados de la Iglesia católica. Aunque se rumoreaba que cada mañana hacía que su hermana le peinase la barba durante una hora, una sesión durante la que el cardenal podía mostrarse bastante cruel, al verle allí sentado con su hábito escarlata, con aquel porte sereno, uno estaba dispuesto a olvidar aquella realidad entre bastidores en beneficio de la apariencia.

Seguramente todo el mundo ha conocido a ejecutivos cuyo principal punto fuerte es que saben vestir bien; o hablar con una impresionante y pastosa voz de barítono; o que poseen una sonrisa encantadora. Un profesor con acento británico obtiene de inmediato puntos de más en erudición, y una mujer con un buen peluquero se hace merecedora de un plus como graciosa y mujer de mundo. Éstos también son ejemplos de mimetismo inocente, en los que el agente no intenta engañar conscientemente, sino obtener ventajas de poder simplemente porque la audiencia está dispuesta a dejarse engañar. Luego están también las numerosas ocasiones en las que el agente utiliza una coloración falsa con la intención descarada de asegurarse una ventaja de modo fraudulento. Un tipo de éstos es el seductor, el don Juan que explota a las mujeres convenciéndolas de su eterna fidelidad y afecto. Otro es el estafador que cultiva la apariencia de un respetable hombre de negocios a fin de apropiarse ilícitamente de los ahorros de personas jubiladas. Un tercero es el profesor que utiliza la tapadera del título académico para obtener favores sexuales de sus estudiantes.

Los explotadores miméticos suelen adoptar el plumaje de la imagen positiva de una identidad más compleja. Obtienen así la confianza de los demás pretendiendo formar parte de quienes trabajan duro para reducir el caos de la existencia. Durante dos mil años, la Iglesia cristiana representó la institución más avanzada de Occidente, porque ofrecía las reglas más detalladas e integradas para vivir y morir. El verdadero éxito del sistema simbólico del cristianismo permitió a un número increíble de hombres y mujeres ambiciosos, sin escrúpulos o ineptos infiltrarse en sus filas y obtener poder al hacerse sacerdotes, monjes o monjas. Durante siglos, la población europea dedicó una gran parte de su energía a enriquecer al clero, sin ni siquiera aprender a distinguir entre sacerdotes con una genuina riqueza espiritual que compartir y sacerdotes corruptos que simplemente hacían el paripé pero no ayudaban a ordenar las vidas de los fieles.

En la mayoría de las culturas la religión ha proporcionado la explicación de la realidad más articulada, ha sido la que ha tratado de dar sentido a la caótica totalidad de la experiencia humana. Desde Mongolia Exterior (donde en cierto momento la mitad de la población masculina residía en monasterios budistas) a Tailandia, Irán, Quebec, Marruecos y Brasil, el sacerdocio ha proporcionado esperanza y orientación a la población. A cambio de este liderazgo espiritual, monjes y sacerdotes recibieron respeto y recursos. Eso convirtió al sacerdocio en el lógico objetivo de parásitos miméticos. A pesar de toda la reciente publicidad acerca de espurios líderes espirituales que se rodean de Rolls-Royces y viven en lujosas propiedades a expensas de sus feligresías, parece que siempre exista un suministro constante de fieles que no pueden distinguir ni siquiera las falsificaciones más palmarias respecto a la genuina santidad.

Según un experto que ha ayudado a más de tres mil personas a escapar de cultos religiosos en los que estaban atrapadas, siempre que se desarrolla un culto alrededor de un "maestro perfecto" que afirma conocer la serie de pasos que hay que dar para realizar la iluminación, es de esperar que acabe convirtiéndose en un problema. El guru puede empezar con un interés genuino en ayudar a los demás, pero si obtiene poder sobre sus seguidores, le resultará más fácil empezar a explotarles. Pocos son los líderes de esa clase que resisten la tentación. Una de las tácticas miméticas más peligrosas es que el guru corrupto insista en que sus seguidores entreguen sus Yoes. Para demostrar que está pasando a un Yo "superior", el discípulo entrega sus ahorros al maestro, o se deja pegar y humillar. Bajo la guisa de la iluminación espiritual puede hacerse mucho daño material. Y cuando la persona se da cuenta de que está siendo engañada, los efectos psicológicos pueden ser devastadores.

Otra profesión relacionada con ese tipo de abusos son los militares. En casi todas las culturas conocidas, los guerreros son aceptados por el resto de la sociedad porque prometen seguridad; pero con demasiada frecuencia, los protectores se convierten en explotadores. Hasta hace poco, un oficial de uniforme, sobre todo si exhibía medallas sobre el pecho, era merecedor de deferencia y respeto. Incluso ahora, cualquier suma exorbitante, mientras se destine a Defensa, conseguirá ser aprobada por cualquier parlamento. Si el asiento de la taza de un retrete debe costar 8.000 dólares, pues que los cueste; si la Iniciativa de Defensa Estratégica cuesta cien mil millones, ¿podemos permitirnos el lujo de no pagarla? La seguridad es un concepto tan reconfortante que cualquiera que nos prometa un pedazo de ella podrá irse con nuestras carteras.

Es una ironía que los éxitos pasados suelan ser la razón por la que una persona o institución pueda convertirse con tanta facilidad en un explotador mimético. Los militares estadounidenses y el complejo industrial que los apoya gozan justamente de gran crédito por parte del resto de la sociedad por haber ganado la segunda guerra mundial. Pero una vez que se adquiere poder y legitimidad, se hace cada vez más fácil que el complejo militar-industrial explote su posición de preeminencia, incluso sin intentar hacerlo de manera activa. El propio presidente Eisenhower, una de las figuras más importantes de la victoriosa maquinaria militar estadounidense, advirtió de ese peligro tras su retirada de la política activa a principios de la década de 1960.

Se ha calculado que en 1990, una familia estadounidense de cuatro miembros pagaba al Pentágono 4.200 dólares al año. La contribución equivalente de una familia japonesa para la defensa nacional fueron 500 dólares. El gobierno norteamericano gasta el 65 % de sus recursos de investigación y desarrollo en defensa; los japoneses, a quines por suerte, se les privó de la posibilidad de crear unas fuerzas armadas potentes tras la segunda guerra mundial, sólo el 5 %. En cambio, los Estados Unidos gastan menos del 4 % en desarrollo energético y el 0,2 % en desarrollo industrial; los japoneses destinan alrededor del 600 y el 2.500 % más de los fondos de investigación y desarrollo a esos objetivos, respectivamente. Mientras tanto, no es por casualidad que todos los indicadores muestren que los japoneses aumentan su ventaja en capacidad manufacturera e industrial. En el pasado, el coloso amenazador de la Unión Soviética proporcionaba al menos una excusa para destinar recursos a la producción de artefactos peligrosos e inútiles. Pero los gastos en Defensa no han mostrado señales de descender apreciablemente ni siquiera tras el desmoronamiento de la URSS en sus numerosos componentes étnicos. Es difícil no interpretar esas tendencias como una indicación de que Defensa se ha convertido en un peligroso explotador inimético en nuestra sociedad.

Incluso la ciencia, la más respetada de las instituciones, no es inmune a sentir la tentación de convertirse en instrumento de abuso. Ahora que la ciencia ofrece las explicaciones más creíbles acerca de la realidad, puede ser especialmente vulnerable. Por cada trabajo genuino de investigación científica, se llevan a cabo cientos de estudios pasmosamente triviales. Cada año se celebran miles de conferencias inútiles —normalmente en ajetreados centros de actividad científica como Acapulco o Hawai...—, y se publican miles de artículos que nadie leerá en oscuras revistas editadas con el único propósito de permitir que los autores y sus amigos los añadan a su lista de publicaciones. Pero mientras las formas externas del método científico se respeten, es muy difícil separar los buenos trabajos de los inútiles. Y la ciencia es peligrosa en parte porque es muy fácil aprender a imitarla; probablemente más fácil de lo que le resultaba a un monje medieval imitar la santidad.

La institución que comprende mejor el mimetismo sin duda será la publicidad y sus disciplinas hermanas, como las relaciones públicas. El objetivo del publicitario es conectar en la mente del consumidor potencial el producto X con algo deseable, como salud, atractivo sexual, una cocina limpia o una vejez serena. Es absolutamente irrelevante el que la conexión sea verdadera o falsa mientras sea efectiva; si el producto vende, el anuncio habrá justificado su existencia. Claro está, para que el engaño funcione el público debe actuar en connivencia. Millones de personas deben haberse sentido más vigorosamente seguras de sí mismas fumándose un Marlboro, aunque nunca le echasen el lazo a un ternero o tuviesen un tatuaje en el dorso de una mano. La publicidad —como otras formas de explotación mimctica— funciona en parte porque estamos dispuestos a pagar por el privilegio de soñar sueños agradables.

El mimetismo también ha sido ampliamente adoptado por la evolución biológica, pero en ese terreno resulta más difícil de realizar. No obstante, existen algunos ejemplos espectaculares, como el famoso rape que se oculta en las fisuras de los arrecifes de coral, haciéndose invisible excepto por un apéndice agusanado que le sale de la frente. El rape debe utilizar poca energía para atrapar sus presas porque los pececillos más pequeños son atraídos por el gusano de mentira, acercándose más de la cuenta. En ese momento el rape no tiene más que abrir sus enormes mandíbulas y el confiado visitante es engullido junto con el agua que traga. Se trata de una adaptación bastante exitosa, pero resulta un tanto pasmoso imaginarse los miles de años que le llevó a la selección natural ir perfeccionando lentamente el cebo del rape. En la evolución cultural, el mimetismo no necesita de ningún tiempo: un sinvergüenza puede ponerse un alzacuello o un uniforme de policía y obtener confianza de inmediato.

Esta forma de explotación, igual que las descritas anteriormente, sólo puede funcionar si todos aceptamos dejarnos engañar. Sería maravilloso que el universo tuviese sentido y que Dios observase cada uno de nuestros pasos, que la seguridad pudiera obtenerse con armamentos, que la juventud y la belleza fuesen sólo cuestión del adecuado tratamiento capilar. Por ello elegimos no mirar demasiado de cerca las credenciales de los que nos hacen tales promesas, no sea que nos desilusionemos. Al igual que han señalado muchos pensadores, desde el novelista Dostoievski al sociólogo Pareto, generalmente preferimos nuestras ilusiones a la realidad, aunque aquellas puedan acabar teniendo consecuencias trágicas. La gente cuyas vidas están asediadas por la entropía son, por desgracia, especialmente vulnerables a esta forma de explotación. Cuando las esperanzas y los consuelos escasean, nos aferramos a cualquier promesa acerca de introducir aunque sólo sea un poco de orden en nuestra experiencia. Los pobres, los enfermos, los parias solitarios son los más vulnerables a las dulces melodías del televangclista o a las osadas promesas del extremista político.

Siempre que nos dejamos engañar por opresores, parásitos o impostores es porque así lo elegimos. Aunque puede que resulte imposible liberarse por completo de sus artimañas, también está claro que, si deseamos avanzar con éxito hacia el tercer milenio, es de cajón comprender qué cantidad de nuestra energía psíquica nos es arrebatada por quienes vacían nuestras vidas para enriquecer las suyas.

Más pensamientos sobre "Depredadores y parásitos"

Las fuerzas de la selección

Para la mayoría de las personas, un tema central de preocupación en la vida es el miedo al olvido tras la muerte. Por esta razón la capacidad de dejar algún tipo de legado para el futuro es un componente importante de su tranquilidad de espíritu. ¿Lo es para usted? ¿Y qué considera más importante dejar atrás: un recuerdo de usted mismo y de sus logros, hijos que transmitirán su configuración biológica, o valores que pudieran ayudar a influir en cómo actúen y piensen las generaciones futuras?

¿Le molestaría que una raza distinta de la suya se hiciese con el control del mundo? Cuál de estos dos escenarios para el año 3000 le pone más nervioso: (a) los chinos son la mayoría de la gente del mundo; (b) nadie habla su idioma ni cree ya en los valores que usted defiende.

Poder y opresión

Tradicionalmente, la gente ha sido oprimida por líderes políticos que controlan el comportamiento, administradores que no dejan de freírles a impuestos, patrones que utilizan energía psíquica sin ofrecer la remuneración adecuada y patriarcas que gobiernan familias con mano dura. ¿En qué aspecto de su vida, en caso de que haya alguno, se siente usted explotado por alguna persona o institución poderosa? ¿Qué puede hacer al respecto?

Aquellos de nosotros que nacimos en el "primer mundo", tecnológicamente avanzado, automáticamente heredamos ventajas que son envidiadas y resentidas por muchas personas del tercer mundo, que se sienten explotadas por nosotros. Sus árboles se convierten en mobiliario, su aire es viciado por nuestras emisiones y se ven obligados a utilizar materias primas no renovables y a trabajar para fabricar productos baratos. ¿Tenemos alguna responsabilidad en mejorar esta situación? De ser así, ¿qué puede usted hacer al respecto?

La explotación de mujeres y niños

Dejando de lado por el momento la retórica a menudo extrema del feminismo militante, está claro que mujeres y niños han sido muy a menudo objeto de explotación en sociedades complacientemente patriarcales. En la familia, el trabajo y en situaciones sociales es fácil que alguien que detente el poder empiece a aprovecharse de quien tiene menos. ¿Participa usted inconscientemente en esa forma de opresión, en calidad de víctima o de maltratador?

Contamos con estrictas leyes laborales que protegen a nuestros hijos. ¿Pero quiere eso decir que los niños están libres de toda explotación? Por ejemplo, dedicamos más energía a formar a los jóvenes para convertirlos en consumidores —para que compren juguetes, miren la televisión, compren discos-que para ser individuos autónomos. ¿Cuáles son las probables consecuencias de este tipo de educación? ¿Hay algo que podamos hacer?

Diferencias individuales de poder

Por desgracia, no existe un mecanismo para descubrir la exacta correspondencia entre las capacidades individuales y las recompensas sociales. Unos cuantos obtienen mucho más de lo que merecen, mientras que muchos más obtienen menos. ¿Cree que hay alguna de sus cualificaciones que no está siendo reconocida en el entorno social en el que vive? Por ejemplo, ¿cuenta con habilidades que no utiliza en su trabajo? ¿Cómo podría utilizar mejor dichas habilidades, tanto en el trabajo como en cualquier otra actividad?

La transmisión de la desigualdad

¿Está bien que los padres puedan transmitir a sus hijos un poder que éstos no se han ganado (por ejemplo propiedades, dinero, posición)? ¿En qué punto entra en conflicto con el bienestar común la necesidad de realzarse uno mismo a través de los propios descendientes? ¿Se sirve mejor a la evolución polarizando el poder —por ejemplo, dejando que los ricos se hagan más ricos y los pobres más miserables— o mediante una reorganización del poder en cada generación?

Explotación parasitaria

Es fácil indignarse a causa de los parásitos que nos convierten en sus víctimas, como virus, cucarachas, fraudes en la asistencia social o traficantes de drogas. Pero algunos podrían afirmar que la humanidad en sí misma es un parásito del ecosistema planetario, viviendo de Gaia mientras destruye su complejidad y utiliza sus recursos, limitando las formas de vida a las que son compatibles con nosotros y generando subproductos tóxicos. ¿Qué ejemplos ofrecería para mostrar que la humanidad es "mejor" que los piojos y las garrapatas?

En términos de parasitismo social, ¿a qué clase de explotadores es usted más vulnerable: burócratas anónimos que controlan sus impuestos y declaración de propiedades? ¿Gente que se ríe de una manera encantadora? ¿Aduladores? ¿Corredores de bolsa que prometen rápidos beneficios? ¿Trabajadores de buen ver que no cumplen sus obligaciones? ¿Familiares vagos? ¿Amigos insensibles? ¿Parejas egocéntricas? ¿Cuánta energía psíquica podría ahorrar si se inmunizase mejor contra ellos?

La estrategia de la irresponsabilidad

Los individuos egoístas capaces de ignorar las necesidades ajenas suelen beneficiarse fomentando sus intereses a costa de otros. ¿Cuáles son los ejemplos de explotación a través de la irresponsabilidad que más le molestan y qué puede hacerse al respecto?

La antropóloga Margaret Mead se preguntaba en una ocasión por qué necesitamos permisos de conducir antes de dejar que la gente conduzca, pero no pedimos ninguna demostración de competencia antes de permitir a los jóvenes que se metan en la tarea mucho más difícil y responsable de ser padres. En sociedades anteriores a la nuestra, los jóvenes no podían ser padres a menos que tanto la novia como el novio estuviesen "garantizados" por sus respectivas familias, que, a través de la práctica de una "dote", ponían como garantía propiedades y la "colocación" del novio para apoyar la nueva unión. ¿Con qué medios cuenta la sociedad en la actualidad para protegerse contra la reproducción irresponsable?

Explotación a través del mimetismo

¿Le parece que a veces acepta más o menos fácilmente las afirmaciones de personas que son atractivas? ¿Que visten bien? ¿Que parecen ricas y prósperas? ¿Que actúan y hablan con suavidad? ¿Que afirman seguir la palabra de Dios? ¿Que dicen que están dispuestos a morir por su país? ¿Que apelan a demostraciones científicas? ¿Se ha arrepentido en alguna ocasión de haber confiado en alguien por cualquiera de esr tas razones?

La próxima vez que hojee una revista sobre ricos y famosos o que mire una serie de anuncios televisivos, deténgase en cada uno de ellos e intente identificar la estrategia mimé— tica. ¿Cómo intenta el anuncio atraer su atención? ¿Qué condición deseable asocia con el producto que intenta vender? ¿Qué tipo de anuncios atraen más su atención, y cómo influyen en sus acciones?

La conclusión que puede extraerse de todo lo que hemos repasado hasta el momento es que muchos de los grandes peligros que acechan en el camino hacia el futuro son resultado de anteriores éxitos adaptativos: la organización del cerebro, la aparición de un Yo primitivo, las instrucciones genéticas que nos ayudaron a sobrevivir a través de los pasados milenios y la competitividad con otras personas, que son el resultado de las fuerzas selectivas en las que se basa la evolución. Todos esos logros ayudaron a sobrevivir a la raza humana, pero a menos que entendamos cómo nos afectan en la actualidad, también podrían ayudarnos a autodestruirnos en el futuro. Y todavía queda otro peligro más que debemos considerar: la amenaza de los artefactos que hemos creado para hacer nuestras vidas más cómodas.

Si la humanidad renuncia a su breve primacía sobre el planeta y la traspasa a las cucarachas, no será porque la selección natural haya descubierto que nuestro equipo biológico es deficiente. Más bien será porque habremos hecho algo terminalmente estúpido, como ahogarnos en nuestra propia basura o volarnos en pedazos hasta el último hombre, mujer y niño. Pero hay algunos que afirman que eso nunca sucederá. Una raza como la nuestra, que ha producido tales maravillas en los campos del arte, la ciencia y la tecnología, es demasiado inteligente como para autoexterminarse.

Este argumento tan optimista está basado en la suposición de que los memes que hemos creado —los grandes sistemas conceptuales como geometría o democracia, las maravillas tecnológicas como sondas espaciales o comprobadores electrónicos de la madurez de los melones— son herramientas en nuestra lucha evolutiva, nuestros servidores para sobrevivir, nuestra mejor línea de defensa contra los estragos del caos. Como el martillo que amplía la potencia del brazo, o el coche que aumenta la movilidad, los aparatos nos ayudan a adaptarnos y sobrevivir. Nos gusta pensar que con su ayuda nuestra especie prevalecerá. Pero también es posible una interpretación radicalmente contraria.

LA competencia de los memes

El término "meme" fue introducido hace unos veinte años por el biólogo británico Richard Dawkins, que lo utilizó para describir una unidad de información cultural con efectos en la sociedad comparables a las instrucciones codificadas químicamente contenidas en los genes del organismo humano. El término hace referencia a la palabra griega mimesis, o imitación, pues tal como señaló Dawkins, las instrucciones culturales son transmitidas de una generación a la siguiente a través del ejemplo y la imitación, en lugar de por la reestructuración de genes que tiene lugar entre esperma y óvulo. Tal vez la mejor definición de un meme sea «cualquier pauta permanente de materia o información producida por un acto de intencionalidad humana.» Así pues un ladrillo es un meme, igual que el Réquiem de Mozart. Los memes aparecen cuando el sistema nervioso humano reacciona a una experiencia y la codifica de tal manera que pueda comunicarse a otros. Por ejemplo, cuando una familia decide ponerle Triturador a su mascota, porque al cachorrillo le gusta masticar todo lo que ve, están creando un nuevo meme, aunque bien es cierto que no es uno muy importante o permanente. La invención de la electricidad o de los seguros de vida puede considerarse como memes que han tenido una mayor difusión y un impacto mayor.

En el momento de su creación, el meme forma parte de un proceso consciente dirigido por la intencionalidad humana. Pero inmediatamente después que "nace" un meme, empieza a reaccionar y transformar la consciencia de su creador así como la de otros que hayan entrado en contacto con él. Una vez descubierta la electricidad, por ejemplo, empieza a sugerir cientos de nuevas aplicaciones. Así que aunque en principio los memes son creados por la mente, no tardan en dar la vuelta a la situación y empezar a modelar las mentes. La cuestión es si una vez libres de sus creadores, continúan los memes sirviendo nuestros propósitos.

¿Qué pasaría si, en lugar de ser extensiones de nosotros mismos dispuestos a prestar su ayuda siempre que así se les requiera, los memes compitiesen con nosotros por los escasos recursos existentes? ¿Y si la supervivencia de nuestros genes estuviese muy amenazada no tanto por otros organismos biológicos sino por la información contenida en los memes? Aunque estas cuestiones pudieran parecer antojadizas, valdría la pena considerarlas. Es posible que una de las ilusiones más peligrosas que debamos identificar sea la creencia de que los pensamientos que pensamos y las cosas que hacemos están bajo nuestro control, que podemos manipularlos como queramos. La evidencia parece sugerir lo contrario. La información que generamos tiene vida propia y su existencia es unas veces simbiótica y otras parasitaria de la nuestra. En palabras de Dawkins: «Un meme cuenta con su propias oportunidades para replicarse, así como con sus propios efectos fenotípicos [manifestaciones concretas], y no existe ninguna razón para que el éxito en un meme deba tener conexión alguna con el éxito genético».

No hay ninguna duda de que las ideas y los artefactos evolucionan, en el sentido en que empezarán diferenciándose y que algunos serán seleccionados por delante de otros, para luego ser transmitidos a una nueva generación. La mayoría de las personas asume que esta "evolución" cultural es simplemente una extensión de la evolución humana. Después de todo, aseguran, las ideas y los objetos no podrían sobrevivir sin nosotros, y por lo tanto no pueden tener una historia evolutiva independiente. Pero eso es como decir que los humanos son parte de la evolución de las plantas, pues no podemos sobrevivir sin ellas. Es cierto que los memes necesitan nuestras mentes para existir y evolucionar, pero también nosotros necesitamos el aire, el agua y la fotosíntesis, entre otras cosas, para nuestra supervivencia. Por lo tanto no da la impresión de que los memes dependan más de su entorno de lo que dependemos nosotros.

Algunos puristas objetarán que los memes no se reproducen por sí mismos y que por lo tanto no pueden considerarse formas de vida separadas. Pero esta objeción resulta un tanto forzada respecto a lo que se considera reproducción. Estamos acostumbrados a considerar la evolución como algo que implica reproducción sexual, durante la que la mitad de la información genética de cada progenitor se recombina para formar un nuevo individuo. No obstante, ésta no es la única manera como se reproducen los organismos. Las especies asexuadas lo consiguen replicando la información en los cuerpos de sus individuos y produciendo nuevos organismos. Una colonia de bacterias sólo necesita un nutriente como vehículo, y luego cada individuo se dividirá para formar dos nuevas bacterias idénticas. Y existen otras muchas maneras de reproducirse: mediante esporas, capullos, regeneración y demás.

La información contenida en los memes se transmite a través de mecanismos diferentes de los que intervienen en la transmisión de información genética. Los memes sólo necesitan nuestras mentes para alimentarse y replicar imágenes de sí mismos en la consciencia. Un estribillo pegadizo que escucho en la radio puede colonizar mi mente durante varios días, sobreviviendo gracias a la energía psíquica que le dedico. Si el estribillo es lo bastante bueno, habrá otros que me escuchen silbarlo y a los que se les "pegue". Los memes son jugadores recién llegados al escenario evolutivo y no podemos esperar que actúen exactamente igual que sus predecesores biológicos. Pero la evolución de memes es más fácil de comprender si la comparamos con la manera como la información genética cambia y se transmite.

Por ejemplo, la competencia entre memes se parece a la de alelos genéticos. Existirán dos o más opciones equivalentes que la gente percibirá como alternativas entre sí. Dependiendo de qué opción se elija, la forma futura de la sociedad cambia. Un sencillo ejemplo de contrapartida de un cromosoma que contenga alelos miméticos sería votar en una elección política. La típica votación consiste en dos listas, una para los candidatos republicanos y otra para los demócratas. Para cada puesto tendremos al menos dos nombres, uno en cada columna. Las columnas representan alternativas entre dos conjuntos de ideas para el futuro, que corresponden a las plataformas de ambos partidos. Los votantes repasarán la lista, seleccionarán ahora un nombre y luego otro. Al final de la elección, habrá ganado un candidato para cada puesto. A través de este proceso competitivo sobreviven, elección tras elección, las dos ideologías políticas estadounidenses. Pero claro, también es posible que si una de las ideologías fracasa a la hora de impresionar a los votantes, el partido que la apoya acabe desapareciendo. Por lo general existen más de dos alelos en juego. Cuando tratamos de comprar un coche, o una marca de cereales o bien decidimos una universidad o un crucero, son muchas las opciones que compiten por nuestra atención. Cuando nos decidimos, invertimos energía psíquica en la elección: pagamos si se trata de una compra, votamos si es una elección, dedicamos espacio en la mente si es una idea... y al hacerlo estamos proporcionando el medio para que el meme sobreviva y crezca. ¿Pero cómo se eligen entre memes que compiten? Por desgracia, en estos momentos no existe una respuesta sencilla para esta pregunta. Las elecciones suelen estar dictadas por una ventaja futura anticipada. Los propietarios de inmuebles votarán por el candidato a alcalde que crean que no subirá los impuestos sobre la propiedad. Una feminista puede votar por el candidato en favor del derecho de elección al embarazo. Si los alelos implican dos modelos de coche similares, es probable que el cliente adquiera el más barato porque es el que requiere el menor gasto de energía psíquica para reunir el dinero que implica la compra.

Por lo general los memes que hacen su tarea con la menor demanda de energía psíquica son los que sobreviven. Se preferirá siempre el electrodoméstico más productivo con el menor gasto de energía. El político que promete mayores beneficios con los menores sacrificios para el electorado es el que saldrá elegido. El método más eficaz de producción, almacenamiento y transporte es el que ganará frente a sus competidores. La melodía más fácil de recordar se convertirá en canción del verano, y el cuadro más fácil de recordar y reconocer se convertirá en la obra de arte que más influirá en la siguiente generación de artistas.

A veces la selección se basa en la consistencia lógica o interna. Por ejemplo, hasta hace poco más de cien años, cada país y a veces cada región y aldea, tenía su propia manera de medir pesos y distancias. Un trozo de tejido podía expresarse en anas, pies, pulgadas, codos, palmos o codos, y hacían falta muchos cálculos para realizar la conversión entre distintos sistemas. Cuando una ciudad o país se hacía poderoso, intentaba imponer su propio sistema a sus conquistas, pero por lo general sin mucho éxito, porque su sistema era tan arbitrario y difícil de manejar como cualquier otro. Finalmente, en 1875, durante la Exposición Universal de París, los representantes de la mayoría de los países europeos acordaron adoptar el sistema métrico, desarrollado por los franceses casi un siglo antes. Se trataba de un método teóricamente justificado, consistente, preciso y mucho más fácil que cualquier otro de los existentes. Ganó con facilidad a los alelos miméticos en competencia, porque es cierto que ahorra mucho espacio de procesado mental. En la actualidad, sólo ios Estados Unidos se han quedado atrás, confiados en su supremacía; pero según aumenten las presiones competitivas de tecnologías rivales, incluso las mentes de los escolares estadounidenses deberán dotarse de un sistema métrico más eficiente.

Aunque inicialmente podamos adoptar memes porque son útiles, suele ocurrir que tras un cierto tiempo empiecen a afectar nuestras acciones y pensamientos de maneras que en el mejor de los casos son ambiguas y que en el peor van totalmente contra nuestros intereses. Karl Polanyi y otros historiadores de la economía han descrito la manera en que la normalización del papel moneda como medio de intercambio ayudó al principio a los mercaderes porque simplificó y racionalizó el comercio, pero finalmente acabó socavando las economías tradicionales y los sistemas sociales sobre los que se basaba. Las economías previas que se alzaron basándose en obligaciones de parentesco, o sobre el respeto de valores religiosos, el honor o la solidaridad étnica, tuvieron que abandonar sus prácticas idiosincrásicas si querían participar en la lógica impersonal de las transacciones monetarias. Nadie podía prever las consecuencias que un comercio más sencillo iba a provocar; cuando se las reconoció ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto.

También Max Weber consideró las primeras etapas de la competitividad capitalista como un emocionante juego en el que los empresarios creaban nuevos modelos de producción. Estos capitalistas pioneros escribieron sus propias reglas, descubriendo sistemas innovadores de conseguir que las cosas funcionasen. Pero en el siglo xx, según Weber, el capitalismo se había convertido en una "jaula de acero" de la que no podían escapar ni productores ni consumidores. Los mercados estaban saturados, las regulaciones del gobierno tenían por objeto proteger el statu quo, y los empresarios estaban obligados a respetar las reglas del sistema creado por sus antepasados. La cuestión es que, una vez que se establece un meme, tiende a generar inercia en la mente, obligándonos a proseguir con sus consecuencias lógicas hasta el amargo final.

Las armas probablemente proporcionen la historia mejor documentada acerca de cómo evolucionan en realidad los memes, y por ello su desarrollo puede servirnos como ejemplo de muchos otros. Hachas, lanzas y puntas de flecha son los artefactos humanos más antiguos. La energía psíquica invertida en su fabricación debió ser importante. Hallar las piedras adecuadas, descantillarlas hasta obtener bordes afilados y luego sujetarlas a palos, requería de tanto tiempo como esfuerzo. Nuestros antepasados recorrían grandes distancias para obtener la mejor obsidiana y otras piedras duras a las que proveer de una punta afilada. Algunas de las primeras rutas comerciales se desarrollaron para hacer posible el tráfico de puntas de flecha.

En ese punto de la historia, un hombre que afile un hacha de piedra no tenía más que estirar el brazo para convertirse en poderoso. El hacha era una herramienta para utilizar según la voluntad del hombre que la hacía. Es una tontería afirmar que el hacha existe independientemente de su hacedor. No obstante, como el hombre utiliza su arma a veces contra ciervos, a veces contra otros humanos, el hacha genera en la mente de otro hombre (al que nos referiremos como hombre 2) la idea —o meme— sobre un arma todavía mejor que el hacha. Supongamos que el hombre 2 combina la idea del hacha con el lanzamiento de palos que aprendió jugando de niño. Así que sujeta una piedra afilada a un palo, y ¡ya está!: ahora tiene una lanza. El hombre 2 puede alcanzar una distancia mayor con su arma y liquidar al hombre 1, que sólo dispone del hacha. Pero no pasará mucho tiempo antes de que el meme de la lanza genere en la mente del hombre 3 la idea de algo que impida que el lanzamiento penetre en la carne: tal vez unas cañas entretejidas o una piel estirada entre palos. Así es como el hombre 3 inventa el primer escudo.

Desde luego, este escenario es una versión absurdamente abreviada de un desarrollo que puede haber requerido muchos miles de años. La cuestión es que cada nuevo avance tecnológico en armamento engendra su propia negación o una versión mucho más potente de sí mismo. La espada engendra al casco como herramienta de protección, y a continuación el casco da paso al hacha de dos manos para poder dar un tajo que parta la cabeza a pesar de la protección. Luego está toda la maravillosa generación de proyectiles, empezando con las flechas, luego los cuadrillos de ballesta, las piedras catapultadas, las balas de cañón, las bombas explosivas, las bombas nucleares, después tenemos los rayos láser incineradores... En menos de diez mil años, la cantidad de potencia destructiva que puede transportar un proyectil ha aumentado a un ritmo exponencial. La manera en que tiene lugar este desarrollo siempre es el mismo: un meme antiguo y viable genera en la mente de una persona un nuevo meme que es más atractivo y que tiene incluso más opciones de sobrevivir en la mente humana porque es más potente, más eficaz o más barato.

¿Quién se beneficia de esta evolución? La respuesta obvia es que se beneficia la gente que ha descubierto el nuevo meme. Si no, ¿para qué lo habría inventado? Pero ésa es precisamente la paradoja: no hay pruebas que demuestren que un arma nueva (por continuar con nuestro ejemplo) aumente realmente las posibilidades de supervivencia de quienes la crearon. Recordemos que mejorar las opciones de supervivencia, en términos evolutivos, significa aumentar el número de los propios descendientes respecto a otros miembros de un grupo. Si los memes evolucionaran como rasgos biológicos, adosados a los cuerpos de sus inventores, deberían ayudar a la supervivencia de sus hijos y nietos. Y está claro que no es así.

Las primeras pistolas se desarrollaron en la ciudad tosca— na de Pistoia. Representaron todo un avance respecto al armamento que existía hasta el momento, pero no implicaron ninguna ventaja selectiva apreciable para sus inventores. Las pistolas, no los pistoyeses, se difundieron por todo el mundo. Samuel Colt, que patentó el revólver de seis tiros en 1836, no pareció obtener ninguna ventaja selectiva con ello, mientras que sus revólveres se difundieron por todo el hemisferio occidental. En 1862, Richard J. Gatling patentó la ametralladora giratoria de seis cañones; por su causa murieron decenas de miles de soldados confederados pocos años después. El general de brigada John Taliaferro Thompson inventó la primera metralleta en 1916. Pero tampoco en esta ocasión el invento pareció aumentar la adecuación genética del general Thompson, aunque sí que dio a luz a muchos descendientes, hasta llegar al Kalashnikov y el Uzi.

La historia de las anuas sugiere que estos memes evolucionaron independientemente de los humanos que hicieron posible su existencia. A veces permiten que sus anfitriones obtengan ventaja sobre sus enemigos, a veces permanecen neutrales y en otras ocasiones incluso pueden ayudar a exterminar a sus creadores. Pero hay una cosa que siempre hacen: nos obligan a reaccionar tratando de perfeccionar una nueva generación de armamento mejor, asegurando así su propia replicación y supervivencia. Y al hacerlo exigen un precio a aquellos que permitieron dejarse colonizar la mente por ellos, un precio en energía psíquica, esfuerzo, recursos y dinero. En este sentido, las armas claramente encajan en la definición de lo que es una especie parásita.

Memes y adicción

Otro claro ejemplo de parasitismo mimético lo tenemos en las drogas que alteran el estado mental. Las drogas se consumen porque modifican la química cerebral, incrementando temporalmente la calidad de la experiencia. El alcohol, por ejemplo, se destila por todo el mundo, en una u otra forma. En Occidente, el vino se ha convertido en un meme muy pro— lífico: hay poemas sobre él, y canciones sobre el beber; para contenerlo se han forjado delicadas copas de plata; la enología se ha desarrollado y convertido en una forma de arte; simboliza la sangre de Cristo; se crean tabernas para distribuirlo, y muchas cosas más. En el siglo xvi, los holandeses descubrieron cómo destilar licores, algo que jugaría un papel devastador en el genocidio de los amerindios. Mientras tanto, el alcoholismo se ha convertido en un grave problema social en muchos países que los han adoptado, desde Irlanda a Yugoslavia. ¿Quién se beneficia de la evolución del alcohol? Ciertamente hay muchos que hacen dinero con él, y un gran número de bebedores que lo disfrutan. Pero resultaría difícil afirmar que el desarrollo de la ginebra y el whisky ha sido un factor crucial en la saga de la evolución humana, que son ejemplos de nuestra adaptación al entorno. El whisky y la ginebra, al igual que los virus, elefantes y ballenas, han evolucionado simplemente porque han hallado un medio fértil para crecer. Importa poco que para las ballenas, el medio de crecimiento sea el mar; para las bacterias los alimentos putrefactos y para la ginebra el cerebro humano.

Los parásitos químicos pueden invadir y destruir sociedades enteras. Los arqueólogos han descubierto recientemente en Sudamérica rastros de civilizaciones poderosas y avanzadas que aparentemente fueron barridas, incluso antes de la conquista española, por su adicción a las drogas. Al principio, todo ese tipo de relaciones entre anfitriones humanos y memes parásitos debe ser simbiótica: el anfitrión reproduce la droga porque disfruta de ella. Y cree que es él quien la elige, y por lo tanto el que la controla. La verdadera naturaleza de la religión sólo resulta aparente más tarde: los humanos controlan tanto la droga como los árboles controlan a los humanos, cuya existencia hicieron posible los árboles al principio.

A veces parasitamos plantas, a veces las plantas nos devuelven el favor y nos parasitan. El tabaco es un buen ejemplo. Cuando los primeros exploradores del Nuevo Mundo descubrieron que los nativos fumaban, pensaron que era algo absurdo; enviaron hojas de tabaco a Europa como una curiosidad de risa. Pero al cabo de bien poco tiempo fumar se convirtió en una moda de rabiosa actualidad también en Europa; el Vaticano tuvo que prohibir que los sacerdotes fumasen puros durante la misa cuando consagraban la hostia. Intuyendo una gran oportunidad comercial, John Rolfe plantó la primera cosecha de tabaco en Virginia en 1612. Al cabo de pocos años era la principal exportación de la colonia. Una vez que existe demanda, siempre hay alguien dispuesto a proporcionar el suministro. Pocos años después, en las colonias estaba prohibido fumar al aire libre, porque demasiados incendios habían comenzado de esa manera, y en 1647, Connecticut aprobó la primera ley contra fumar más de una vez al día, y luego se permitió sólo si el fumador estaba a solas, por miedo a que fumar en grupo condujese a la disipación. Como se siguió consumiendo incluso más tabaco a pesar de estas prohibiciones, las plantaciones requirieron más trabajadores, lo

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que implicó que se importasen esclavos de Africa. Hoy contamos con cáncer de pulmón y guetos en grandes ciudades. En realidad, no hay manera de decir que el tabaco ha significado un beneficio para la humanidad. De hecho es bien al contrario: los humanos han propiciado la difusión del tabaco.

Pero no sólo compiten con nosotros por los recursos cosas tan obviamente peligrosas como las armas o el tabaco. Todos los productos de tecnología ocupan espacio en la mente y requieren de alguna inversión de atención que podríamos utilizar con algún otro propósito. Por ello es vital asegurarnos de que los memes son verdaderamente simbióticos: que contribuyen a nuestro bienestar, en lugar de convertirse en parásitos. La distinción no siempre es fácil. Por ejemplo, ¿cómo juzgamos los aviones?

El meme de volar llegó con credenciales muy elevadas. Remontarse por encima de la tierra se consideraba privilegio de seres superiores: ángeles, dragones y espíritus. Prácticamente todas las religiones han venerado a dioses voladores. Hace algo más de dos mil años, los magos se ocupaban construyendo un carro volador para los emperadores chinos de la dinastía Han (aunque nunca consiguieron elevarlo del suelo). Siempre ha existido la creencia de que si pudiéramos volar podríamos liberarnos de la esclavitud de la existencia terrenal, que si rompíamos las cadenas de la gravedad seriamos como dioses, o al menos eso debió de parecerles a los ambiciosos pensadores del pasado que observaban anhelantes el vuelo de las aves. Pues bien, el sueño de volar se ha hecho realidad, pero la esperada liberación todavía está por llegar.

Los primeros voladores con éxito —hombres como Santos— Dumont, los Wright, Blériot y Benz— estaban impulsados por la emoción común a todos los grandes pioneros que se adentran en territorio inexplorado. Al leer el relato de Lindbergh acerca de su vuelo solitario cruzando el Atlántico, o las hazañas de Beryl Markham como ojeadora en un safari africano, a uno se le pone la piel de gallina al irse desarrollando sus asombrosas aventuras. No hay duda de que se crearon los primeros aviones porque significaban un reto para la imaginación. Los inventores y los pilotos que llevaron a cabo las primeras pruebas de los aparatos, no estaban motivados principalmente por las necesidades del comercio o la guerra. El sueño que les impulsó a arriesgar vida y fortuna no era enviar pasajeros o carga con rapidez a través de continentes. Lo que les resultaba irresistible era el desafío de acabar con las antiguas limitaciones de la existencia humana.

Pero no pasa mucho tiempo antes de que la nueva invención empiece a realizar sus demandas. En cuanto se produjeron aviones comerciales, los hombres empezaron a perder el control sobre sus creaciones. En lugar de ayudar a liberarse a la humanidad de sus limitaciones percibidas, las máquinas voladoras empezaron a crecer por sí mismas (como suele ocurrir con los frutos de la tecnología), utilizando de paso cada vez más recursos.

Un aspecto de este cambio aparece bien descrito por el aviador-novelista francés Antoine de Saint-Exupéry en uno de sus relatos semiautobiográficos de la década de 1930, Vuelo nocturno. La novela trata de un piloto de una de las primeras rutas de correo aéreo a través de los Andes, saltando de población en población sin radar y con una radio muy primitiva para comunicarse con la base. Atrapado en una tormenta nocturna entre los agudos picos, el piloto concentra sus pensamientos en su deber: entregar las sacas de correo en la próxima etapa. En tierra, a su jefe le preocupa la seguridad del joven piloto, que es un buen amigo; y lo que es más, se preocupa de que tal vez la compañía aérea pueda no sobrevivir a la pérdida de un aparato más. La regularidad del transporte aéreo es casi un objetivo sagrado; cualquier cosa que lo retrase es una tragedia, comparada con la cual la muerte de un hombre resulta trivial. Lo que el relato sugiere es que tan pronto como el avión se volvió útil, se empezó a invertir en él tanta energía psíquica que los meros individuos dejaron de tener el poder de resistirse a sus exigencias.

Muchas cosas han pasado desde los inocentes días de Fabien y Riviére, los protagonistas de la novela de Saint— Exupéry. Las líneas aéreas recorren el globo sin cesar y a duras penas podemos imaginarnos haciendo negocios, visitando a familiares lejanos o yendo de vacaciones sin utilizar aviones. ¿Nos han dado verdaderamente más libertad? Miremos con detenimiento a qué nos hemos comprometido. A partir de la segunda guerra mundial, la producción de aviones de guerra se ha convertido en cuestión de vida o muerte. Nos guste o no, ahora nos vemos forzados a mantener el ritmo de la tecnología aérea, o algún "otro" país (Alemania, Rusia o quizás Japón el día de mañana) nos adelantará. Y para que esos aviones sigan volando necesitamos petróleo; si nos quedamos sin él tal vez nos veamos obligados a iniciar una guerra contra los que tienen reservas. Una vez más, lo que empezó como un lírico sueño de la humanidad se ha convertido en una adicción. En lugar de hacernos más libres y poderosos, la capacidad de volar añade un eslabón más a la cadena que nos obliga a trabajar duramente para mantener un esfuerzo de dudosa utilidad.

La historia de la humanidad no es única; de hecho es típica de lo que sucede con los denominados "frutos de la tecnología". Los primeros automóviles se fabricaron para permitir a los conductores experimentar la emoción de la velocidad, y durante años su única utilidad fue permitir que jóvenes ricos hiciesen carreras entre sí por caminos de carros a través de continentes. Los soñadores que salieron resoplando con sus pañuelos al viento desde París a Pekín tras un trofeo deportivo nunca se imaginaron que al cabo de unas pocas generaciones el paisaje que recorrieron, desde los suaves campos frutales de Renania a las vastas estepas del Don y los bosques siberianos, e incluso el desierto de Gobi, deberían soportar los sempiternos humos de los tubos de escape de los coches.

Si añadimos a todo eso los servomecanismos con que contamos —desde batidoras eléctricas a afeitadoras eléctricas, reproductores de vídeo, estéreos, balanzas de baño parlantes, aparatos de ejercicio, ordenadores, sacapuntas automáticos, robots de cocina—, la lista sería impresionante. Según algunos cálculos, en 1953 cada adulto tenía, en los Estados Unidos, un promedio de 153 electrodomésticos a su disposición; veinte años más tarde, la estimación ascendía a.400. Hasta cierto punto, los electrodomésticos facilitan y hacen más agradable la vida. ¿Pero cuánta vida se gasta comprando, manteniendo, utilizando y pensando en esos objetos? ¿Hasta qué punto contribuimos nosotros más a su existencia que ellos a la nuestra?

Es posible que Isaac Asimov tuviese razón cuando dijo que los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad son los descubrimientos tecnológicos: la rueda hidráulica, la brújula, la imprenta, el transistor... Si por "importantes" nos referimos a esos acontecimientos que han cambiado las condiciones de la vida humana de manera drástica, entonces la afirmación parece justificada. Pero "los más importantes" no significan necesariamente los mejores. Los cambios aportados por los inventos tecnológicos han traído consigo un aumento de las opciones a nuestro alcance, pero cada uno de ellos ha llegado con una factura que debemos pagar. El desafío más importante al que ahora nos enfrentamos es aprender a calcular los pros y los contras de los frutos de nuestra imaginación. Si fracasamos en esa labor, los memes acabarán ganando al competir con nuestros genes.

Memes y medios

La tecnología no se habría desarrollado con tanto éxito de no haber tenido lugar un desarrollo paralelo del alfabetismo. El gran avance en el aumento del conocimiento fue el primer registro extrasomático de información, fuera de la memoria de individuos particulares. Cuando los hombres de las cavernas aprendieron a hacer marcas sobre piedras y huesos para señalar el paso de las estaciones, dieron el primer paso hacia la gran emancipación de la mente respecto a las ataduras del cerebro. Antes de ese paso, todo lo que la gente aprendía debía serle transmitido por otro individuo, tanto a través del ejemplo como de palabras. La información sólo podía almacenarse en el cerebro y si el propietario de la información moría antes de poder transmitirla, se perdía para siempre.

Tras este invento, toda persona debía aprender cómo des— codifícar los símbolos y como consecuencia de ello tenía a su disposición una infinita cantidad de información almacenada en materiales duraderos. Una vez que la gente descubrió sistemas para representar la información en forma simbólica fuera del cuerpo, dio comienzo la evolución mimética.

Hicieron falta muchos miles de años para pasar de las marcas en huesos y las pinturas rupestres al desarrollo del verdadero alfabetismo: la invención de caracteres. En sus inicios, relativamente bien documentados, en Oriente Medio, los primeros métodos de escritura empezaron como una manera de registrar las posesiones de los reyes: cerdos, celemines de grano, tinajas de aceite. El alfabetismo fue un planteamiento utilitario, una forma de registro de ricos. Los primeros "libros" fueron muy aburridos; son largas listas de transacciones, contratos, inventarios y recibos. En China, los primeros escritos fueron oráculos escritos en petos de tortuga, para ayudar a los reyes a tomar importantes decisiones políticas.

Otro de los usos de la escritura fue emitir directivas. El poder de un rey quedaba muy reforzado cuando escribía una orden en un pedazo de papiro y se la enviaba a un general que pudiera ejecutar la orden a cientos de kilómetros de distancia, o cuando podía tallar sus decisiones en piedra y convertirla en ley. Por primera vez, la voluntad de una persona podía registrarse en un soporte fuera del cerebro y transmitirse a mucha gente y a grandes distancias.

No obstante, al cabo de un tiempo los símbolos utilizados para registrar lo que la gente sabía cobraron vida propia. Finalmente, a alguien se le ocurrió que no sólo era posible escribir lo que era sino lo que podía ser. Saber leer y escribir hizo que la literatura fuese posible. Y con ella llegaron libros que se utilizaron para apoyar una ideología frente a otra. Los cruzados fueron a la guerra con la Biblia en la mano, y los musulmanes con el Corán; no hace tanto, los revolucionarios culturales chinos arrollaron a la burguesía enarbolando el libro rojo de Mao. La invención de la literatura representó sin lugar a dudas un enorme paso para liberar la imaginación humana de los límites de la actualidad. Pero también en esa ocasión, la evolución de la literatura no ha servido necesariamente a nuestros mejores propósitos. Los libros generan más libros, igual que la Ilíada acabó engendrando a Corín Tellado.

En la actualidad los libros experimentan una intensa competición por sobrevivir. Con casi cien mil títulos publicados anualmente en los Estados Unidos, la lucha por el espacio en las estanterías de librerías y bibliotecas es feroz. ¿Cuántos de esos volúmenes serán recordados o citados de aquí a diez años? ¿Uno de cada mil? Lo más probable es que ni siquiera tantos. Aunque la información en todos esos volúmenes fuese importante, carecemos de memoria suficiente para recordarla. Y no sólo los títulos individuales compiten entre sí, sino que "especies" completas de memes compiten con otros medios por su supervivencia. La posibilidad de que los libros acaben siendo sustituidos por discos láser, audiocasetes o algún tipo de nueva tecnología que implante directamente la información en el cerebro ya no parece algo surrealista.

Nos encontramos con una situación similar en el campo de las bellas artes. Probablemente no fue hasta que empezaron a proliferar los manifiestos futuristas, a principios del siglo xx, cuando se percibió por vez primera una analogía entre la historia del arte y la evolución. «La evolución musical es equiparable a la multiplicación de las máquinas», escribió Luigi Russolo en 1913, y afirmó que la familiaridad con el repertorio de música clásica engendraba aburrimiento. «Ahora hallamos mucho más disfrute en la combinación de los ruidos de tranvías, motores petardeantes, carruajes y multitudes vociferantes que en volver a escuchar, por ejemplo, la Heroica y la Pastoral».

Colin Martindale, un psicólogo del arte, ha desarrollado recientemente la misma línea de pensamiento en su pormenorizado análisis de los estilos artísticos, afirmando que el valor de sorprender de la literatura, la pintura y la música aumenta regularmente cada pocas décadas. Cada generación de poetas ha de utilizar imágenes más vividas, palabras más sensuales, o nadie les prestará la mínima atención. Los pocos poemas que sobreviven entre los miles que se escriben cada año son los que tratan de temas más cargados emocio— nalmente o utilizan los juegos de palabras más estrambóticos. La pintura que atrae la atención es la que el estragado gusto de la audiencia contemporánea considera más sorprendente. Para ser percibidos, los memes nuevos deben diferenciarse claramente de los anteriores, y la manera más fácil de atraer a atención es explotar las inclinaciones de nuestro condicionamiento genético. Sexualidad, agresión y miedo a la muerte proporcionan un inagotable surtido de temas artísticos, pero cada vez que uno de esos temas se encarna en una obra de arte, obliga al siguiente artista a ser todavía más gráfico y explícito, a menos que quiera ser ignorado.

De acuerdo con la oficina del censo estadounidense, medio millón de adultos se define como "artista" en la casilla de ocupación. Pero probablemente ni siquiera uno entre mil de ellos pueda ganarse la vida pintando o esculpiendo. ¿Y cuántas de sus obras sobrevivirán para la siguiente generación? La cuestión vuelve a ser que, excepto un puñado de expertos, ninguno de nosotros puede dedicar la suficiente energía psíquica a apreciar o recordar más de unas pocas obras de arte. ¿Cuántos artistas contemporáneos puede nombrar? No sería una sorpresa que la respuesta más común fuese inferior a uno. El último artista que la gente probablemente recuerde es Picasso, pero no sienten una necesidad imperiosa de mantenerse al tanto de lo que ha sucedido en el mundo artístico desde entonces. Después de todo, hay tantas cosas que requieren nuestra atención...

Se suele afirmar que el número de grandes artistas viene dado por la oferta; es decir, si hay unos pocos, esos pocos individuos producen grandes obras de arte. Pero lo más ñor— mal suele ser justo lo contrario: lo que llega a ser reconocido como arte con mayúsculas está más en función de la demanda, o más precisamente, de los límites de la atención. La persona común no puede conocer y recordar más que a unos pocos artistas, músicos, escritores y otros productores de memes nuevos que estén vivos. Pero en la actualidad para ser reconocido como un "gran" artista, éste debe ser famoso. En el pasado, si unos pocos y poderosos príncipes y dignatarios de la Iglesia apreciaban a un artista, ésa era garantía suficiente para que su obra pasase a la historia. En una cultura democrática se está obligado a reunir un consenso más amplio, que es difícil de obtener. La razón por las que existen tan pocas grandes obras de arte es porque somos incapaces o renuentes a dedicar la suficiente energía psíquica a apreciar memes artísticos, y por ello son pocos los que sobreviven. Por el contrario, la enorme cantidad de atención dedicada a la música rock —todo lo que hay que hacer es ver la cantidad de espacio que se le concede a los últimos grupos en los periódicos y revistas, sobre todo en las dirigidas a los jóvenes— garantiza que esos memes contarán con una oportunidad para dejar un efecto en la consciencia, al menos en el presente.

Aunque puede que un artista nunca se haga famoso, al menos es libre para seguir su visión, ¿verdad? Pues no del todo. El arte sigue sus propias leyes, a pesar de los deseos del artista. Un pintor contemporáneo se ve obligado a situar su obra en relación a la tendencia más reciente de obras artísticas. Si quiere ser reconocido, deberá utilizar o reaccionar a la última convención estilística, pero dándole un nuevo giro, una aportación "original". Hace treinta años, cuando el expresionismo abstracto era el estilo canónico en la pintura estadounidense, miles de jóvenes y dotados artistas interesados en el arte representativo tuvieron que sufrir el ridículo a manos de sus profesores, colegas y críticos. La mayoría de ellos abandonaron, desconcertados. ¿Por qué era pecado dibujar como Rafael? Unos cuantos perseveraron, y durante el período de hiperrealismo que siguió en la década de 1970 descubrieron que los memes que habían producido podían ahora sobrevivir. Durante aproximadamente el mismo período en que el expresionismo abstracto triunfaba en los Estados Unidos, en la Unión Soviética lo hacia la tendencia contraria. Allí un artista debía pintar con realismo para que se conservase su obra. Decir que los artistas provocan la evolución del arte revela un prejuicio antropocéntrico; sería más acertado decir que los artistas son los vehículos a través de los que evolucionan las obras de arte.

Los científicos no son mucho más libres que los artistas para decidir en qué proyecto trabajarán. Todo joven científico entra en su carrera profesional en un cierto momento de la evolución de las ideas en una disciplina particular. Si el científico quiere ser tomado en serio, y si quiere encontrar un empleo, deberá invertir su energía psíquica en investigar lo que esté de moda, utilizando las teorías que están vigentes. La amplitud del pensamiento de un científico se halla limitada por el sistema simbólico vigente en ese momento. A menos que utilice los memes aceptados por la comunidad científica, sus pensamientos serán ignorados y desaparecerán con toda probabilidad.

Sólo los psicólogos jóvenes más independientes pueden resistir la tendencia de convertirse en portadores de ideas conductistas o psicoanalíticas de las décadas de 1940 y 1950, pues en la actualidad la gente joven que entra en ese campo profesional pasará su vida laboral difundiendo los memes de la psicología cognitiva. Se ofrecen cursos de grado sobre los temas más populares, y las ofertas de empleo contratan precisamente teniendo en cuenta estos campos. Una persona joven que entre en el mercado laboral tiene muy poca capacidad de elección; por fortuna, rara vez considera lo vetusta que dentro de una década o así parecerá esa formación "tan avanzada". No es que el estamento científico sea especialmente corto de vista o intolerante. Se trata de que, como en todas partes, cuando memes exitosos se hacen con el control de las mentes de un grupo de individuos, la realidad se distorsiona. Poco puede hacerse para evitarlo, pero es importante no au— toengañarse creyendo que tenemos el control de nuestras acciones y que estamos en posesión de una verdad absoluta.

En la actualidad, el medio más omnipresente para el intercambio de información es la televisión. Es la que se lleva, de largo, la mayor parte de nuestra energía psíquica. También es la más potente en términos de atraer y mantener la atención, y por lo tanto la que en potencia está más abierta a enriquecer, así como a manipular y explotar, la mente. Como ese meme excluye muchas otras alternativas en las que fijarse, es importante que aprendamos a controlarlo.

La televisión compite con otros medios, como la lectura o la música; en su propio medio, los distintos canales y programas se afanan por atraer la atención de la audiencia. Esta distinción es importante porque la mayoría de las discusiones sobre la televisión se concentran en las diferencias entre programas. Un argumento muy popular es que, si se produjesen mejores programas, la experiencia de los espectadores mejoraría. Aunque pudiera ser cierto, los estudios realizados también muestran que ver la televisión tiene efectos muy poderosos y particulares en sí mismo, aparte del programa que se emita. El mero hecho de ver la televisión tiene consecuencias mentales distintas que leer o escuchar música, y muy diferentes de las que provocan formas de ocio más activas.

En todo el mundo la televisión parece tener los siguientes efectos sobre las audiencias: les hace sentir muy relajados, pero también y significativamente menos activos, alerta, concentrados mentalmente, satisfechos o creativos comparados con casi cualquier otra cosa que pudieran estar haciendo. Al mismo tiempo, en toda cultura en la que la televisión es accesible, la gente invierte más tiempo libre en ver la televisión que en hacer cualquier otra cosa. La televisión es un ejemplo dramático de un meme que invade la mente y se reproduce allí sin preocuparse para nada del bienestar de su anfitrión. Al igual que las drogas, al principio ver la televisión proporciona una experiencia positiva. Pero una vez que el espectador se engancha, el medio utiliza la consciencia sin proporcionar ningún otro beneficio. De hecho, las investigaciones sugieren que los espectadores recalcitrantes disfrutan menos de la televisión que otros menos adictos, y que cuanta más televisión se ve de una sentada, más empeora el humor. Lo cierto es que no parece razonable afirmar que la televisión sea una herramienta que ayude a los humanos a adaptarse a su entorno. No mejora el estado de ánimo, ni las oportunidades de supervivencia. Todo lo que hace la televisión es replicarse a sí misma; las pantallas son cada vez más grandes, los píxeles se multiplican, las comedias de situación engendran otras, los programas de entrevistas generan otros programas de entrevistas, a la vez que utilizan nuestra energía psíquica como su caldo de cultivo y crecimiento.

Pero no estamos del todo indefensos frente a la acometida de los medios. Parece que quienes controlan su consciencia derivan ciertos beneficios de ver la televisión, mientras que quienes son menos capaces de canalizar su atención acaban sucumbiendo a ese meme. Sus mentes son colonizadas por las vividas imágenes que aparecen en pantalla y acaban siendo incapaces de hacer algo más que apretar botones y mirar. La gente que sufre riesgo de adicción a la televisión suele ser la menos culta, la que cuenta con empleos menos deseables y vidas familiares menos satisfactorias. Quienes tienden a mirar menos televisión lo hacen de manera más crítica y con más discriminación. Obtienen del medio lo que desean; lo controlan en lugar de ser controlados por él. En este aspecto, la televisión proporciona un ejemplo excelente de lo que implica nuestra relación con los memes en general. Si no tomamos el mando y los utilizamos para nuestros propios objetivos, tienen una tendencia a hacerse cargo ellos y utilizarnos para sus fines. Los memes, claro está, desconocen cuáles son sus fines, pero la mayor parte del tiempo nosotros tampoco conocemos los nuestros.

Las ideas más efímeras también evolucionan como los objetos, y pueden afectar a nuestra supervivencia con la misma intensidad. La idea de igualdad catalizó a las clases oprimidas en Francia hace dos siglos, justificando la ejecución de al menos diecisiete mil aristócratas y otros "enemigos del pueblo". La noción de la supremacía aria justificó para los nazis su exterminio de judíos, gitanos y cualquiera que no encajase en ese ideal. Rusos, chinos y camboyanos, entre otros, mataron con una consciencia clara a millones de sus compatriotas de los que no se podía confiar en que hubiesen integrado los memes comunistas. Desde las grandes persecuciones de cristianos del imperio romano hasta nuestros días, los memes han estado muy ocupados matando genes así como matándose entre sí.

Las reglas escritas en las constituciones políticas proporcionan un claro ejemplo acerca de cómo las ideas que limitan la conducta humana se transmiten de generación en generación. Los profesores Fausto Massimini y Paolo Caligari de la Universidad de Milán han analizado todos los textos constitucionales existentes en las más de cien naciones soberanas que existían en el momento de su estudio, descubriendo que todos esos textos trataban de un número limitado de temas, como derechos, trabajo, propiedad y derecho a difundir información, valores individuales y otros. Los memes que tratan de esos temas han sido dispuestos en las constituciones un poco como los genes en un cromosoma; dependiendo de la jerarquía de la ordenación, se crearon distintos sistemas políticos. Así pues, la idea de derechos y responsabilidades que acompaña al trabajo tiende a tomar precedencia sobre cualquier otra idea en las constituciones socialistas, mientras que las libertades personales y el derecho a la propiedad son los memes centrales en las democracias liberales.

Además, todas las constituciones parecen remontarse a unos pocos prototipos ancestrales, como la Carta Magna, la Declaración de los Derechos Humanos francesa, la Constitución estadounidense, o la primera Constitución soviética de 1918. En principio, los códigos constitucionales son concebidos por personas; son la expresión de la intencionalidad humana. Pero una vez escritos, adquieren una realidad en sí mismos, ya que los juristas intentan descodificar su significado y aplicarlos a nuevas situaciones. Las leyes en vigor que gobiernan las vidas de las personas son extensiones de esos textos. ¿Cómo empiezan las palabras escritas a contar más que la voluntad viva de las personas?

Existen pocos ejemplos más palmarios de la facilidad con la que las ideas pueden hacerse más importantes que las personas, que la historia del comunismo. Marx dio forma a una idea utópica recurrente que ha atraído a gentes de todas las generaciones: la esperanza de que hombres y mujeres pudieran vivir en paz, sin conflictos y sin explotación, libres para colmar sus capacidades individuales. Marx se diferenció de anteriores pensadores porque presentó sus anhelos utópicos como deducciones científicas provenientes de estudios de la historia y afirmó que las inevitables leyes del determinismo material podían acabar creando un paraíso terrenal. La única condición para entrar en ese gozoso estado era la abolición de la propiedad privada, y ello requería a su vez pasar a través de una etapa temporal de revolución y de dictadura del proletariado, un precio muy pequeño a cambio de abolir para siempre lo desagradable de la vida.

Las ideas de Marx fueron una materia muy excitante en una época en la que la ciencia, incluso la espuria, se tomaba muy en serio. Engels, y más tarde, Lenin y una multitud de ideólogos pseudocientíficos, trataron de añadir más certeza a las doctrinas del materialismo dialéctico hallando paralelismos entre los procesos evolutivos y la historia humana. En todo el mundo, la gente que experimentaba mucha entropía en sus vidas y era incapaz de hallar una manera de devolver el orden, abrazó los memes del comunismo como última esperanza: obreros de fábricas sin esperanzas, hijos de familias ricas sin un objetivo en la vida, intelectuales ambiciosos pero desencantados, los oprimidos labradores de Asia.

Lo que le sucedió al comunismo fue lo que suele pasar cuando se confunden los sueños con la realidad. Las instituciones basadas en los ideales de Marx fueron inmediatamente infiltradas por parásitos miméticos que no tardaron en despachar a sus camaradas más idealistas. Las tesis humanitarias en las que se basaba originalmente el comunismo acabaron justificando la condena a muerte de millones de granjeros que se resistían a la colectivización de sus tierras, de artistas que eligieron decir la verdad antes que repetir consignas oficiales, de soldados que no querían ser dirigidos por burócratas, de científicos que creían que los hechos eran más importantes que la ideología y de millones de otras personas inocentes. Rara vez en la historia humana tan pocos memes mataron tantos genes, para nada.

Ahora la vulnerabilidad de la gente estriba en tener las mentes invadidas por memes económicos, políticos o científicos, porque la economía, la política y la ciencia son las que cuentan con más credibilidad a la hora de mejorar la calidad de vida. En el pasado, la religión servía este propósito, a veces ayudando y otras obstaculizando la evolución hacia niveles de complejidad más elevados. En la religión judeo— cristiana, los Diez Mandamientos son un ejemplo de instrucciones culturales que evolucionaron para intentar conformar el comportamiento humano.

Otro ejemplo de ese tipo de instrucciones es la noción del pecado en el cristianismo. Los siete pecados capitales son los que tienen como resultado la condenación eterna. Las advertencias contra ellos actúan como potentes represoras de la energía psíquica de los creyentes. Sus mandatos intentan asegurarse de que no invertiremos demasiada atención en los objetivos que nos sentimos naturalmente inclinados a seguir, como son la comida, el dinero y el sexo. Ese tipo de instrucciones pueden resultar muy útiles porque liberan la energía psíquica de objetivos instintivos, que así puede invertirse en la consecución de otros objetivos más complejos e inciertos. En este caso, la defensa de la moderación a la hora de satisfacer esos instintos la comparte el cristianismo con prácticamente todas las demás religiones o filosofías éticas. El problema surgió, como con el marxismo, con la infiltración de parásitos en las instituciones basadas en los ideales del cristianismo. En ese momento, los guardianes de los memes sagrados empezaron a utilizar la amenaza de la condena eterna para explotar a su grey y levantar para ellos palacios y jardines de recreo.

Memes y materialismo

Los bienes de consumo constituyen otra enorme categoría de memes que se reproducen con mucha rapidez. La especie humana es peculiarmente vulnerable a ser invadida por memes materiales, pero no porque necesitemos las comodidades que proporcionan, sino porque, como vimos anteriormente, en el Capítulo 3, los objetos y el consumo ostentoso proporcionan símbolos obvios para la expansión del Yo. Al observar los objetos que posee, un hombre se engaña creyéndose muy importante. Según los arqueólogos, los primeros artefactos de metal que crearon nuestros antepasados hace unos diez mil años —los petos de cobre, las dagas de bronce, los pesados collares— no tenían más propósito que atraer la atención sobre sus poseedores, que podían sentir hincharse sus egos a causa de la admiración de sus semejantes. Pero poco después la gente comprendió lo fácil que era gastar toda la vida acumulando propiedades sin fin para alimentar el propio ego.

En parte por esa razón en casi todas las culturas se establecieron leyes suntuarias, en un intento de frenar el gasto desmesurado en objetos de lujo. En 1675 fueron arrestadas treinta y ocho mujeres en Connecticut por vestir ropa demasiado extravagante y treinta hombres por llevar ropa de seda. Más o menos en la misma época y en Hungría, a los miembros de las clases bajas no les estaba permitido tomar café después de las comidas, ni servir pastel de carne ni torta en una boda. Sin embargo, las leyes suntuarias no pueden hacerse cumplir de manera consistente. Mientras la gente cuente con los medios, hallará la manera de adquirir cualquier artículo de lujo que pueda permitirse, y no porque les haga más felices, sino porque las mentes se dejan seducir con facilidad por los objetos inusuales y caros.

Como todos sabemos muy bien, los automóviles cambian ahora pequeños detalles cada año, pero la estructura esencial de los coches ha seguido siendo la misma desde que Oliver Evans creó el motor de cinco caballos de vapor, hace casi dos siglos. En este momento sería muy difícil cambiar este modo básico de locomoción. El impulso del meme es tan potente que es casi más fácil concebir la destrucción de la raza humana que la abolición del automóvil. Tanto la extrema rigidez de la forma subyacente como la rápida sucesión de variaciones individuales son típicas de los procesos evolutivos en general. ¿Es que acaso GM o Toyota disponen de alguna opción excepto introducir nuevos modelos cada año, en los que lo que cuenta es la última panoplia de artilugios electrónicos? Desde luego que no. Si dejasen de innovar, sus productos no se venderían y no tardarían en quedarse fuera de la industria. Los fabricantes de coches son simplemente los medios a través de los que se reproduce el meme del coche.

Al igual que sucede con otras formas de adicción, al principio el coche proporciona sensaciones positivas: induce la de libertad y poder, de orgullo al poseer una pieza de maquinaria tan cara. Pero la idea de poseer un coche empieza a ocupar demasiado espacio en la mente. En lugar de utilizarlo empezamos a ser usados por ella. Nos preocupan los plazos, su mantenimiento, el seguro, los vándalos, accidentes y demás percances, y al cabo de poco tiempo desaparece parte de nuestro control sobre la consciencia. Pero los coches no dejan de multiplicarse porque en la mente humana hallan un medio de propagación muy fértil. Los modelos del año 2000 engendraron los del 2001, y así continuamente, con una infalible regularidad.

Los coches son uno de los memes tecnológicos mejor adaptados. Otro de ellos es la "casa". Los refugios son, claro está, necesarios para sobrevivir, pero las casas en las que vivimos deben más a la evolución de memes que a nuestra comodidad y bienestar personales. Un paseo por cualquier barrio opulento nos mostrará la increíble variedad de "fantasmas" de casas antiguas que han sido transportadas a los Estados Unidos del presente. En la carretera costera entre San Diego y Los Ángeles se puede conducir casi de manera ininterrumpida junto a una línea seguida de urbanizaciones residenciales. La primera consiste en cientos de casas de entramado de madera estilo Tudor, idénticas, la siguiente son cientos de ranchos estilo Misión, seguidos de cien chalets suizos con celosías de aglomerado pegadas a los muros, tras los que aparecen cien casitas estilo sureño... salpicadas por, entre otras cosas, impresionantes ejemplos de arquitectura en los estilos Reina Ana, Federal, moderno y postmoderno. Las ventanas abuhardilladas, que tienen un aspecto estupendo en una casa de seis pisos de cualquier bulevar parisino, enanizan hilera tras hilera de casas de dos alturas, y falsas plataformas de observación coronan falsas casas de campo saltbox. Resulta difícil comprender la fuerza que esas imágenes tienen en nuestra mente y por qué la gente paga enormes sumas para hacer posible que casas ya muertas hace tiempo tengan descendientes, y por qué individuos nacidos en el siglo xx querrían vivir el resto de sus vidas en ellas.

La situación en su interior no es mucho mejor. Llenamos nuestras casas con todo tipo de objetos que no tienen ninguna razón de existir excepto que se nos han pegado a la mente, sin ser capaces de sacudírnoslos. Es cierto que en todas las casas la gente guarda objetos que aprecia porque le facilitan la vida, o incluso más importante, porque enriquecen su vida con su sentido simbólico. El mobiliario antiguo, transmitido en la familia, la colcha cosida por la abuela, una taza de plata heredada de un tío, un cuadro comprado durante la luna de miel, algunos libros favoritos, plantas que a uno le sienta bien cuidar... Ésas son cosas que la mente puede utilizar para crear una experiencia de armonía. Pero por desgracia gastamos mucha energía y esfuerzo en tratar de adquirir objetos que nos dan poca cosa a cambio. Sí, claro, los objetos caros como coches, cámaras fotográficas, aparatos de música y joyas también pueden producir armonía en la consciencia. La cuestión no es qué clase de objetos apreciamos, sino más bien qué obtenemos a cambio de nuestro dinero. Los objetos caros tienden a deslizarse en las mentes desprevenidas, y no precisamente para hacernos más felices, sino simplemente para reproducirse a sí mismos.

La moda también evoluciona al tiempo que otros memes. Una manera de vestir, de arreglarse o engalanarse uno mismo causa una impresión en las mentes de otras personas, para luego autorreproducirse a costa del anfitrión o anfitriona. En la Italia renacentista, los hombres descubrieron que si llevaban zapatos inusualmente largos y con la punta curvada hacia arriba, había otros que se fijaban. Así que los zapatos crecieron para ser aproximadamente tres centímetros más largos que los pies. Al cabo de poco, si los hombres querían que se fijasen en ellos, debían llevar zapatos incluso más largos que los entonces ya largos. Cada zapato tuvo una progenie más larga que él mismo; al cabo de un tiempo eran tan largos que las puntas curvadas tuvieron que sujetarse a la rodilla con un cordel, pues de otro modo no se podía andar. Lo mismo con el pelo. De vez en cuando a los hombres les da por dejarse crecer el cabello y luego su longitud se desboca y se torna volumétrica, con el único límite de lo que el cuero cabelludo puede producir. De acuerdo con la Corte General de Massachusetts, los ataques indios a la colonia se debían principalmente a que los hombres llevaban el cabello demasiado largo. Los juristas probablemente tenían razón, pero expresaban una incipiente frustración que generaciones de ancianos iban a sentir durante mucho tiempo.

Los memes sobreviven porque en primer lugar la gente los almacena en la memoria para luego reproducirlos a través de su comportamiento. La idea de la democracia, formulada por los antiguos griegos, ha sido transmitida a lo largo de una cadena ininterrumpida de generaciones hasta nuestros días, y sigue influyendo muy poderosamente en muchas culturas, incluidas las antiguas naciones comunistas, que se autode— nominaban "repúblicas democráticas". A través de los siglos el contenido de lo que significa la democracia ha cambiado considerablemente: quienes redactaron la Constitución de los Estados Unidos tenían una interpretación muy distinta de la nuestra. El antiguo meme griego ha generado con el tiempo algunos descendientes bastante extraños, pero no obstante, la democracia sigue siendo diferente de otros alelos culturales, como el despotismo o la oligarquía.

Pero tampoco en este caso hay manera de decir que la democracia ha sobrevivido y cambiado con el tiempo porque ha ayudado a la adaptabilidad genética de quienes la adoptaron por primera vez, es decir, los atenienses. La idea ha evolucionado simplemente porque ha hallado un medio de crecimiento receptivo en las mentes de la gente, hasta cierto punto independientemente de que les ayudase a reproducirse y multiplicarse. Las formas de gobierno democráticas le han ganado la competición a alelos como los soberanos sagrados —de los cuales sólo quedan unos pocos, entre ellos el papa y el Dalai Lama—, triunfando sobre monarquías e incluso dictaduras. ¿Estamos mejor por ello? Uno espera que así sea, pero no podemos dar por sentada ni siquiera una buena idea como la democracia. Debemos recordar que los memes, una vez que han conseguido nuestra atención, se autorreproducirán tanto si es beneficioso para nosotros como si no.

Los memes, tanto si consisten en aparatos tecnológicos o en conceptos abstractos, nos instruyen para actuar, igual que hacen los genes. Dedicamos gran parte de nuestra energía psíquica a intentar seleccionarlos y reproducirlos. Por lo general, sentimos que esta actividad representa nuestros propios deseos. En cierto sentido eso es verdad —podemos querer comprar el último Cadillac, dejarnos crecer el pelo o morir por la democracia—, ¿pero qué otras opciones tenemos? Mientras la mente sea influida por los memes en cuestión, inevitablemente sentimos que replicarlos juega a favor nuestro.

No es fácil saber cuándo servimos a una desbocada repli— cación de memes y cuándo hacemos algo porque nos conviene. Es imposible desembarazarnos por completo de los objetos e ideas que pueblan la mente. Pero, al igual que ocurre con otras fuentes de ilusión —el mundo creado por los genes, por la cultura, por el ego, por opresores, parásitos y explotadores miméticos—, al menos podemos tomar consciencia de nuestros límites, dar un paso atrás y evaluar hacia dónde se dirige nuestra energía psíquica y por qué. Aunque nos detengamos ahí, sin ir más allá, habremos reclamado cierta cantidad de libertad para nuestras vidas, y con ello estaremos mejor preparados para hacer frente al tercer milenio.

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La competencia de los memes

El mundo del futuro consistirá en ideas y objetos a los que hemos decidido dedicar nuestra atención en el presente. ¿Ha pensado acerca del tipo de mundo que ahora está ayudando a crear? Por ejemplo, ¿está satisfecho con sus elecciones en política a nivel nacional? ¿A nivel local? ¿Cuáles son sus opciones religiosas? ¿En la manera de relacionarse con otras personas?

Estamos acostumbrados a la idea de elegir las cosas por las que pagamos (coches, casas, ropa, políticos), pero no los memes que constituyen nuestro entorno cultural. Por ejemplo, la mayoría de la gente adopta una actitud fatalista hacia la manera como cambian los valores morales, o se desarrollan los estilos artísticos, como si influir en todo ello estuviese fuera de su alcance. No obstante, la cultura cambia sólo porque nosotros lo provocamos o bien permitimos que otros lo hagan. Y la cultura modelará la manera como pensará la gente del futuro. ¿Existen algunos valores que le gustaría que formasen parte de la cultura del mañana, valores familiares, laborales, actitudes hacia el medio ambiente? ¿Qué puede usted hacer, en términos reales, para influir en ello?

Memes y adicción

Se supone que los memes ayudan a mejorar nuestras vidas, pero se vuelven adictivos cuando hacen que actuemos contra nuestros intereses. Pero no siempre es fácil darse cuenta de cuándo se cruza esa frontera. Por ejemplo, la idea de "país" es un componente necesario y beneficioso de la cultura. No obstante, el patriotismo fácilmente puede degenerar en etnocentrismo y chauvinismo, o bien conducir a los individuos a un autosa— crificio sin sentido. ¿Existen algunos memes —por ejemplo, la bandera, "madre", el dólar, la salud, la televisión— que controlen su comportamiento, sin que sepa usted muy bien por qué?

Suponiendo que usted así lo quisiera, ¿sería posible resistirse a la continua perfección de los siguientes objetos de tecnología: coches, máquinas de ejercicio, calzado deportivo, dietas, aparatos de televisión y ordenadores personales? ¿O se siente obligado a seleccionar las últimas versiones de dichos aparatos, tanto si quiere como si no?

Memes y medios

El término "medios" es una abreviatura de "medios de información", es decir, formas de comunicación que se supone que intermedian información. Periódicos, radio, televisión y otros se suponen que amplían el poder de la gente al proporcionar conocimientos útiles. Cuando lee el periódico, ¿se beneficia de la información o bien es el periódico el que se beneficia de que usted lo lea? Y cuando mira la televisión, ¿quién se beneficia más de ello, usted o los patrocinadores del programa?

Por lo general, los medios son extensiones del poder de sus propietarios, pues difunden memes entre la población que serán beneficiosos para los intereses de los dueños. Por ejemplo, Pravda reforzó durante muchas décadas en las mentes de sus lectores la legitimidad del régimen comunista que lo publicaba. Las cadenas de televisión emiten los anuncios que sus patrocinadores necesitan para difundir sus productos. ¿Qué cantidad de su energía psíquica le arrebatan los memes que entran en conflicto con sus propios intereses?

La competencia de ideas

Adquirimos ideas y creencias del clima de opinión que permea el medio social en el que vivimos. Por ejemplo, nuestras ideas acerca de los derechos de las personas están en gran parte basadas en la Constitución, que ha regulado el comportamiento de las personas en este país durante dos siglos. Al mismo tiempo, los derechos se han ido ampliando con el tiempo a todo tipo de grupos y comportamientos que en principio no fueron incluidos por los creadores de la Constitución. ¿De dónde salieron esas ideas nuevas acerca de derechos humanos? ¿Cuáles son sus propias ideas acerca de los derechos que deberían tener los individuos?

La opinión pública suele estar dividida sobre los temas más importantes. Por ejemplo, existen argumentos igual de importantes a favor y en contra del aborto, los derechos de autor, la intervención estadounidense en guerras en el extranjero... e incluso sobre la evolución. A la hora de decidir qué tipo de argumento favorece, ¿está usted influido sobre todo por: (a) principios morales fundamentales, (b) evidencia empírica, (c) lógica racional, (d) confianza en la fuente de la información?

Memes y materialismo

La mayoría de las personas cree que si se de repente se hiciesen ricos —por ejemplo, ganando 100 millones en la lotería— serían felices. En realidad, quienes han experimentado tan "buena fortuna" tienden a padecer todo tipo de problemas inesperados, y a menos que cuenten con un profundo control de sus vidas, acaban peor que antes. Imagine que su capital financiero aumentase cien veces. ¿Qué partes de su vida mejoraría? ¿Cuáles sufrirían?

Cuando se pregunta cuánto dinero necesitaría ganar para sentirse económicamente cómoda, la persona común menciona una suma que es el doble de sus ingresos actuales. Es muy raro que alguien crea que unos ingresos inferiores a los actuales le hiciera sentirse mejor. En su caso, ¿cree usted que podría vivir cómodamente con el 25 % menos de lo que gana ahora? ¿Y con la mitad? Y si no fuera así, ¿por qué?