LOS ELEMENTOS DE LA FLUIDEZ
Las experiencias intensas de fluidez pueden resultar raras en la vida cotidiana, pero casi todo —jugar y trabajar, estudiar y el ritual religioso— es capaz de producirlo, siempre que se hallen presentes las condiciones antes enumeradas.
En primer lugar, fluir suele tener lugar cuando existen objetivos claros que una persona intenta alcanzar, y cuando existe retroalimentación clara sobre cómo lo está haciendo. La mayoría de juegos, deportes, actuaciones artísticas y ceremonias religiosas cuentan con objetivos y reglas bien concretos, de manera que en cualquier momento los participantes saben si sus acciones son apropiadas o no. Esas actividades proporcionan fácilmente la sensación de fluir y son intrínsecamente inspiradoras. Algunos trabajos, como la cirugía y la programación informática, también resultan especialmente satisfactorios porque por lo general uno sabe qué necesita hacer a cada paso del proceso y consigue una retroalimentación visual inmediata mientras lo está haciendo. En la vida cotidiana, y demasiado a menudo tanto en el trabajo como en el aula, la gente no tiene realmente claro el propósito de sus actividades, y le cuesta bastante tiempo saber cómo lo está haciendo.
A veces, al fluir, la retroalimentación es inmediata, como en un partido de tenis, donde la información sobre cómo se está jugando aparece justo después de golpear la pelota. Pero también puede llevar su tiempo, como en los relatos de estas dos mujeres entrevistadas por el equipo del profesor Fausto Massimini en Italia. La primera es una campesina de setenta y cinco años y la segunda una modista de treinta:
Trabajar en el campo es sanísimo: te cansas pero te sientes estupendamente. Estar con los animales, cavar, plantar, cosechar, ocuparse de las patatas, las verduras, las flores... Cuando miro el campo y tiene tan buena pinta me siento feliz, satisfecha. Me siento aliviada.
Sí, claro, mi trabajo es coser, pero cuando dejo de pensar en ello como una fuente de ingresos, se convierte en algo más. Por eso coser y trabajar no es exactamente la misma cosa para mí. Empiezo a disfrutar de ello cuando veo que el vestido no tiene defectos. Intento utilizar toda mi habilidad. Veo el vestido tan bien hecho y pienso: «¡Lo he hecho yo!».
En estos casos, la retroalimentación —el campo que «tiene tan buena pinta», el vestido que «no tiene defectos»— es relativamente lenta en aparecer, pero está clara y tiene sentido para el trabajador habilidoso. Lo más intrigante de este proceso es que casi cualquier objetivo o meta, si está suficientemente claro, puede servir para concentrar la atención durante el tiempo suficiente para poder acceder a una experiencia de fluir. El valor del objetivo radica en que ofrece una oportunidad para utilizar y refinar las propias habilidades. No tiene por qué contar con un valor monetario o social. Por ejemplo, el objetivo de un escalador —alcanzar la cumbre de una montaña— es simplemente una excusa para escalar. En realidad no existe ninguna otra razón para llegar a la cima de las montañas, sobre todo con todo el dolor y el peligro que implica, cuando uno podría hacer uso de un helicóptero y lograrlo más cómodamente. Según un joven escalador que también es poeta:
La mística de escalar es escalar; llegar a la cima de una roca contento porque se ha acabado pero deseando realmente que continuase para siempre. La justificación de escalar es escalar, como la justificación de la poesía es escribir; uno no conquista nada excepto cosas en uno mismo... El acto de escribir justifica la poesía. Con escalar sucede lo mismo; reconocer que eres fluido. El propósito de fluir es mantenerse fluyendo, nada de buscar un pico ni utopía, sino seguir fluyendo. No se trata de ascender sino de fluir continuamente; uno asciende sólo para continuar fluyendo. No hay ninguna otra razón para escalar más que la propia escalada; es una autocomunicación.
Lo que vale para la escalada también es cierto para otras muchas cosas que hacemos en la vida, sea trabajar, estudiar u ocuparse de los hijos. Cuando lo disfrutamos es porque lo consideramos como algo que nos permite expresar nuestro potencial, aprender sobre nuestros límites, expandir nuestro Yo, el proceso implícito en la "autocomunicación" de la cita del escalador. Por esa razón fluir es una fuerza tan importante de la evolución. Sin ella, nuestros programas genéticos nos instruirían para continuar tras lo que ha sido "bueno para nosotros" en el pasado; pero fluir nos vuelve receptivos al mundo entero como origen de nuevos desafíos, como un escenario de creatividad.
Una segunda condición que hace posible las experiencias de fluidez es el equilibrio entre las oportunidades para actuar en una situación dada y la capacidad de actuar de una persona. Cuando desafíos y habilidades son relativamente elevados y se corresponden, como en un difícil partido de tenis o una actuación musical satisfactoria, toda la atención de la persona debe concentrarse en la tarea que tiene entre manos. Éste es un músico que describe la fluidez mientras toca el piano; fíjese en el énfasis que hace acerca de dominar la técnica como requisito previo para alcanzar ese estado:
Es estupendo. Dejo de sentir los dedos, la partitura, las teclas y la sala; sólo existen mis emociones, que se manifiestan a través de los dedos. Te haces uno con la música, porque la música es exactamente lo que sientes. Por eso prefiero tocar sin partitura, porque entonces este proceso se hace mucho más fácil. No miro los dedos, excepto cuando un fragmento resulta técnicamente muy difícil. No miro nada. Tal vez mire mi interior. Uno necesita años y años de práctica para poder alcanzar la maestría técnica que hace que tus dedos produzcan los sonidos que tú quieres.
Un cirujano oftalmólogo describe el reto que hace que su profesión sea tan gratificante: «Todo es importante... Si no la cierras de la manera correcta, la córnea quedará distorsionada y la visión dañada... Todo depende de lo precisa y artísticamente que realices la operación». Y un cirujano ortopedista: «Resulta muy satisfactorio, y si además es difícil, entonces también es emocionante. Es maravilloso conseguir que las cosas vuelvan a funcionar, colocarlo todo en el lugar que le corresponde para que esté como debe estar, y que encaje con facilidad».
Los desafíos pueden ser tan variados como los objetivos y metas de la actividad. En el ajedrez son sobre todo intelectuales; en cirugía implican devolverle la salud al paciente; para un marino incluye mantener a flote una embarcación en un huracán; para alguien que lee una buena novela el reto consiste en traducir las palabras de la página en imágenes mentales, tratando de adivinar los motivos de los personajes ficticios, anticipando giros de la trama y demás.
Si desafíos y habilidades están equilibrados, es posible que una persona experimente una sensación de control. En la vida cotidiana existen muchos imponderables que pueden afectarnos, muchos sucesos sobre los que carecemos de poder. El jefe puede sentir una antipatía irracional hacia nosotros; al cruzar la calle nos puede atropellar un taxi cuando menos lo esperamos... Pero al fluir sentimos que podemos hacer frente a cualquier eventualidad. Por ejemplo, una bailarina describe su sensación: «Me sobreviene una intensa relación y una gran calma. No temo fracasar. ¡Qué sensación más potente y cálida! Quiero expandirme, abrazar al mundo. Siento un poder enorme para expresar gracia y belleza». Y un maestro de ajedrez explica: «[Lo mejor del ajedrez es] controlar una situación y contar con todas las evidencias ahí delante... En el ajedrez todo está delante de ti. No existen otras variables... [puedesl controlarlo». Y otro: «Aunque no soy consciente de detalles concretos, tengo una sensación general de bienestar, y de que tengo absoluto control sobre mi mundo». Así es como una patinadora de clase internacional describe una típica experiencia de fluidez:
Lo supe en todo momento; de hecho todavía recuerdo dar un salto y, aunque parezca raro, pensar: «¡Oh, por Dios, es de verdad! ¡Qué claro tengo el pensamiento!». Todo tenía una claridad especial... Sentí que lo controlaba todo, cada movimiento, por pequeño que fuese. Estaba muy consciente, sabiendo, por ejemplo, qué tenía en la mano. Podía sentirme los anillos, podía sentirlo todo, y tuve la sensación de controlarlo todo.
En realidad, en un estado de fluidez uno no tiene, de hecho, el control total. De ser así, el delicado equilibrio entre desafíos y habilidades se inclinaría en favor de las habilidades, disminuyendo la intensidad de la experiencia. En realidad lo que sucede es que uno sabe que en principio el control es posible. En la vida cotidiana suceden demasiadas cosas para que uno pueda sentir que el control es posible. En cambio, un escalador que cuelga de la punta de sus dedos a mil metros por encima del valle no tiene control absoluto sobre su destino, pero sabe que, si lo hace lo mejor posible y se concentra, la probabilidad de salir con éxito de la empresa será muy elevada.
Como en el estado de fluidez los desafíos son lo suficientemente elevados para absorber todas las habilidades de una persona, es necesario poner toda la atención en la tarea a realizar, sin que quede ninguna cantidad de aquélla disponible para procesar informaciones irrelevantes. Por ejemplo, si un violinista empieza a pensar en algo distinto mientras interpreta una pieza difícil, es probable que se equivoque. Un jugador de tenis que se distrae durante un partido, es probable que cometa errores y pierda. Así pues, otro elemento de la experiencia de fluidez es la fusión de acción y atención. Uno se concentra y se absorbe tanto que desaparece el dualismo habitual entre actor y acción; uno hace lo que hay que hacer de manera espontánea, sin esfuerzo consciente. Esta consciencia unificada es tal vez el aspecto más contundente de la experiencia de fluidez. Un compositor musical famoso describe cómo se siente cuando su trabajo va bien:
Estás en un estado extático tal que sientes como si casi dejases de existir. Lo he experimentado una y otra vez. Mis manos parecen carentes de mí mismo y yo no tengo nada que ver con lo que sucede. Me limito a sentarme ahí observándolo todo en un estado de asombro y respeto. Y la musical fluye por sí misma.
y
Esta es otra patinadora describiendo la absorción que siente cuando una actuación sale bien:
Fue uno de esos programas que hizo clic. Quiero decir que todo fue bien, que lo sentí todo muy bien... Es un arrebato tal, como si sintiese que pudiera continuar y continuar, como si no desease parar porque todo va muy bien. Es casi como si no tuviese que pensar, como si todo funcionase automáticamente, sin pensar... Es como si fueses en piloto automático, sin pensar en nada. Oyes la música pero no eres consciente de estar escuchándola, porque forma parte de todo.
Cuando uno está inmerso fluyendo, las interrupciones resultan muy frustrantes porque rompen el encanto y nos obligan a regresar al estado de consciencia cotidiano. Una maestra de escuela de Bangalore, en la India, que menciona que enseñar es su experiencia de fluidez favorita, dice lo siguiente:
Suelo estar inmersa en mi trabajo. Intento concentrarme en él y no me gustan las alteraciones. Los alborotos frecuentes perturban mi concentración y entonces me resulta difícil volver a lo que estaba haciendo. [Pero cuando trabajo y disfruto] es una sensación muy absorbente. Me abismo en mi trabajo y, una vez que empiezo, lo completo sin interrupciones.
Una concentración así de profunda resulta, a su vez, en concentrarse en el presente, de manera que tienden a desaparecer problemas y preocupaciones cotidianos que suelen implicar un despilfarro de energía psíquica. Las personas dicen olvidarse de sus preocupaciones porque la intensidad de la experiencia imposibilita cavilar acerca del pasado o el futuro. Esta condición aparece descrita casi en términos idénticos en una gran variedad de actividades.
[En el ajedrez] Cuando el juego resulta emocionante, me da la impresión de no escuchar nada... de que el mundo ha quedado fuera, aparte, y que todo lo que tengo que pensar es en el juego.
[En la escalada] Cuando empiezo a trepar es como si no entrase nada en mi memoria. Todo lo que puedo recordar son los treinta últimos segundos, y todo lo que puedo pensar acerca del futuro son los cinco minutos siguientes... Con la concentración intensa, uno se olvida del mundo normal.
[En el baloncesto] A veces, en la cancha, puedo pensar en un problema, como discutir con mi chica y entonces pienso que eso es nada comparado con el partido. Puedes pensar en un problema todo el día, pero en cuanto te metes en el juego, ¡al infierno con él!
[En el patinaje artístico] El espacio de la mirada era tan pequeño, porque además mi compañera también estaba en él, que me dio la impresión de que sólo existíamos ella y yo patinando... Todo lo demás desapareció, y era como si fuésemos a cámara lenta... aunque haces las cosas en el momento adecuado y llevas el ritmo de la música y todo. Nada más importa; es una sensación irreal, misteriosa.
[En la escalada] Cuando estás escalando no eres consciente de ninguna otra situación problemática. Se convierte en un mundo en sí mismo, que sólo tiene importancia para sí mismo... Una vez que te metes en situación se convierte en algo increíblemente real y sientes que lo controlas en gran parte. Se convierte en todo tu mundo.
Al crear un mundo temporal en el que uno puede actuar totalmente sumergido, fluir proporciona un escape del caos y la cotidianidad. Esta escapada no representa un descenso a la entropía, como cuando se embotan los sentidos con las drogas o el simple placer: se trata de una escapada hacia delante, a una mayor complejidad, donde uno refina el propio potencial al enfrentarse a nuevos desafíos.
Como el equilibrio entre desafío y habilidad hace que sea necesario concentrarse en la tarea que se tiene entre manos, la gente que fluye habla de una pérdida de autoconsciencia. Una persona que fluye no se puede permitir preocuparse por su aspecto o de si gustará o no a los demás. En la vida cotidiana ése es un tipo de preocupaciones que la mayoría de las veces puede provocar entropía en la consciencia. Pero cuando se está muy sumergido en lo que se hace, las preocupaciones acerca del Yo se apartan del foco de atención.
Muy a menudo las personas mencionan experimentar au— totrascendencia mientras fluyen, como cuando un músico toca una melodía especialmente bella y se siente uno con el orden del cosmos, o un bailarín siente que su cuerpo se mueve siguiendo un ritmo que está más allá de lo que cualquier persona individual pudiera concebir. Un ingeniero de Bangalore, India, que fluye inmerso en la actividad informática, describe su absorción en ese trabajo: «Me lleva a un mundo imaginario de variables, operaciones y algoritmos. Me siento como si fuese una parte interna de un ordenador, u otro ordenador».
Los escaladores se muestran especialmente elocuentes en esta cuestión: «Es una agradable sensación de inmersión total. Te conviertes en una especie de robot... No, más como un animal... perdiéndote en la sensación cenestésica... como una pantera que trepa por la roca». El doctor Robinson, escalador que ha escrito mucho sobre este tema, intenta describir cómo se alcanza la «sensación oceánica de claridad, distancia, unión y unicidad» al ascender, captando la peculiaridad de este estado mental, que parece repleto de contradicciones internas cuando se compara con la simple confusión de la consciencia cotidiana:
Uno se puede sumergir tanto en la piedra, en los movimientos, en la correcta posición del cuerpo, que se pierde la consciencia de la propia identidad y te fundes con la roca y con los demás con los que asciendes... No estás muy seguro de si estás subiendo por la pared... Asciendes tanto en ti mismo como por la pared... Es como fluir con algo, totalmente en calma... Para mí, la falta de autoconsciencia es totalmente autoconsciente.
Esta última frase plantea una importante paradoja: esta «falta de autoconsciencia» se interpreta a veces como si la gente que fluye simplemente desconectase, que son menos conscientes o están menos atentos. Pero de hecho, es justamente al revés. Ser menos consciente de uno mismo permite disponer de más energía psíquica para concentrarte en lo que haces. El escalador espontáneo puede concentrarse más en escalar, en los movimientos que ha de hacer, en las condiciones del tiempo. La patinadora que actúa con espontaneidad patina mejor, se fija más en su cuerpo y movimientos; el compositor espontáneo escribe mejor porque toda su concentración está dedicada a seguir las notas que fluyen en su mente.
Otro componente mencionado en relación con la experiencia de fluir es una distorsión del sentido del tiempo, de manera que a veces parece que las horas pasen en cuestión de minutos. Tal y como cuenta un cirujano: «El tiempo corre muy deprisa, pero después, si fue una operación difícil, puede parecer que has estado trabajando cien horas». Y un maestro de ajedrez: «El tiempo pasa cien veces más rápido. En ese sentido se parece a un estado de sueño. Da la impresión de que toda la historia pueda suceder en segundos». O en las poéticas palabras del escalador Robinson: «Se dice que es sólo un momento, pero gracias a la absorción total en la que uno está sumergido, es como si los vientos de la eternidad soplasen a través de uno».
La división mecánica del tiempo que rige nuestros horarios cotidianos es un obstáculo que interfiere con la fluidez. Por ejemplo, los estudiantes suelen decir que justo cuando empiezan a sumergirse en un tema que les resulta interesante, como un proyecto artístico o un experimento científico, suena la campana, anunciando el fin del período de cincuenta minutos y que luego han de cambiar de clase. También las maneras de hacer espontáneas y orgánicas de los artesanos se vieron interrumpidas hace un par de siglos a causa de las demandas de la producción industrial, siendo sustituidas por horarios rígidos. Pero en el fluir, la sensación del tiempo vuelve a convertirse en un integrante natural de la propia experiencia, en lugar de ser una restricción arbitraria que ignore lo que hacemos y cómo nos sentimos al respecto.
Cuando se hallan presentes en la consciencia la mayoría de esas condiciones, la actividad que se realiza tiende a ser autotélica, es decir, que vale la pena hacerla por sí misma. Como la experiencia es tan placentera, uno desea repetir aquello que la hizo posible. Si se fluye al practicar submarinismo, entonces uno querrá volver a sumergirse para disfrutar otra vez de la experiencia. Si se fluye al solventar un problema matemático, se buscarán más problemas. A veces una experiencia fluida en una actividad concreta resulta tan satisfactoria que una persona le dedicará toda su vida. Jim Macbeth, un investigador australiano, describe a la gente que ha dejado su trabajo para navegar en sus barcos diminutos por los mares del sur, diciendo que se han cansado de trabajar en edificios sin ventanas, de tomarse tres martinis para almorzar. Tal y como lo explica un hombre que cortó ese ritmo: «[Quería] acabar con una vida monótona y aburrida, ser un poco aventurero. Tenía que hacer algo con la vida aparte de vegetar... Fue una oportunidad para hacer algo grande con la vida; grande y memorable». Un escalador al que entrevistamos dijo:
Habría hecho mucho dinero en la vida empresarial pero un día me di cuenta de que no disfrutaba cón ello. No tenía el tipo de experiencias que hacen que la vida valga la pena. Vi que mis prioridades estaban equivocadas, que pasaba casi todas las horas en la oficina... Los años iban pasando. Me encanta ser carpintero. Vivo en un lugar hermoso y tranquilo, y escalo casi cada noche. Imagino que mi propia relajación y disponibilidad significan más para mi familia que las cosas materiales que ya no puedo ofrecerles.
Sí, desde luego, si una persona aprende a disfrutar trabajando en una oficina, no necesita navegar por el Pacífico ni convertirse en escalador nocturno. Pero lo que a nosotros nos parece importante es que, sea cual fuere la actividad que da paso a fluir, empieza a operar una intensa atracción para repetirla. Por esta razón es tan importante aprender a disfrutar de actividades que nos conducen a una complejidad armoniosa en lugar de al caos. Algunos de los vislumbres más aterradores de un posible futuro, como la película La naranja mecánica, muestran sociedades en las que la única alegría de la vida proviene del vandalismo, una sexualidad obsesiva y la agresión. Por desgracia, este escenario no puede descartarse de nuestro propio futuro; cuando las personas carecen de las habilidades para reconocer las oportunidades más interesantes, tienden a sufrir retrocesos o simplemente a realizar elecciones brutales.
¿Por qué fluir resulta gratificante?
Definir estos aspectos de la experiencia de fluir no acaba de explicar por qué las personas pueden experimentar esa fluidez en actividades tan diversas. ¿Por qué iba a disfrutar alguien de ocuparse de su patatal, mientras otra persona está enganchada al patinaje artístico? En el pasado, una explicación popular era que el disfrute derivado de actividades aparentemente autogratificantes se debe realmente al hecho de que sirven de alivio encubierto de deseos reprimidos. Por ejemplo, la gente juega al ajedrez como sustituto de la expresión de impulsos agresivos, sobre todo de naturaleza edípica. El jaque mate al rey del oponente con la ayuda de la propia reina representa castrar al padre con la ayuda de mamá. Otra explicación mantiene que quienes practican deportes peligrosos como vuelo con ala delta y escalada en roca tienen rasgos de personalidad peculiares que les empuja a buscar sensaciones extremas. Esas explicaciones que ofrecen "profundas" razones en la configuración de la personalidad del agente suelen acertar a la hora de dilucidar por qué una persona elige cierta actividad en lugar de otra para experimentar fluidez, pero tienden a quedarse cortas, pues no aciertan a reconocer el estado subjetivo común que subyace a las diversas actividades y que realmente explica el hecho de por qué resultan tan gratificantes.
El concepto de interés proporciona otra explicación sobre por qué unas personas se ven atraídas a la escalada en roca y otras al ajedrez. Uno se interesa en una actividad porque en el pasado le resultó satisfactoria, o porque tiene talento para ella o porque de alguna manera se le atribuye un valor. La verdad es que existen diferencias muy acusadas entre las personas acerca de su interés inicial en diversas actividades. A algunos les encanta la jardinería, otros no soportan entretenerse entre polvo y tierra. Pero sea cual fuere el motivo original para jugar al ajedrez o al mercado de valores, o bien para salir con amigos, la gente no continúa llevando a cabo esas actividades a menos que disfrute con ellas, o a menos que reciba gratificación extrínseca por ellas. Las ansiedades de castración, la necesidad de correr riesgos y buscar emociones, intereses y otras razones similares pudieran ser los motivos iniciales para emprender cierto tipo de desafío. Pero por lo general, la gente no continúa realizado ciertas actividades a menos que les permitan fluir, o a menos que existan recompensas y castigos externos que les impulsen a emprenderlas.
Otras explicaciones acerca de por qué la gente hace cosas porque sí cita la adicción resultante cuando ciertas actividades —como hacer jogging, o jugar o tocar música— liberan endorfinas que estimulan los centros del placer del cerebro. Según esta teoría, las gratificaciones intrínsecas de fluir podrían reducirse a una dependencia química de ciertos estímulos. Sin embargo, este argumento, no acierta a explicar por qué estas actividades en particular dieron como resultado la liberación de endorfinas. Ahora ya sabemos que los cambios endocrinos, así como otros de tipo fisiológico que tienen lugar en el sistema nervioso no son siempre —ni siquiera a menudo— lo que causa los procesos mentales. Suele ser más bien al revés: la manera como pensamos sobre algo provoca cambios en la fisiología cerebral. El hecho de que las gratificaciones psíquicas deban ser intermediadas por procesos neurofisiológicos está más allá de toda duda; pero eso no implica que fluir deba explicarse echando mano únicamente de pretextos neurofisiológicos, sin considerar el estado de la consciencia de una persona.
Casi todas las actividades cuentan con el potencial de producir la sensación de fluir. Algunas —como juegos, deportes, actuaciones artísticas y rituales religiosos— están diseñadas expresamente para facilitar la experiencia. Pero en la vida cotidiana, las experiencias de fluir parecen ser más frecuentes en el contexto del trabajo, de la interacción familiar y conduciendo un coche en actividades de ocio, siempre y cuando cuenten con las condiciones necesarias, como un equilibrio de desafíos y habilidades.
La fenomenología de fluir sugiere además que la razón por la que disfrutamos de una actividad particular no es porque este placer haya sido previamente programado en nuestro sistema nervioso, sino porque se ha descubierto algo como resultado de la interacción. Se ha descrito como algo muy común, por ejemplo, en una persona en principio indiferente o aburrida frente a cierta actividad, como por ejemplo escuchar música clásica o utilizar un ordenador. A continuación, cuando se aclaran las oportunidades de actuar en el contexto de la actividad, o mejoran las capacidades del individuo, la actividad empieza a ser interesante y luego gratificante. Por ejemplo, si una persona empieza a entender la pauta que subyace a una sinfonía, o si aumenta la capacidad personal para reconocer y recordar fragmentos musicales, esa persona empezará a disfrutar de verdad del acto de escuchar. Por esta razón las gratificaciones de fluir llevan a cambios evolutivos relativamente más complejos. Siempre que descubrimos nuevos desafíos, siempre que utilizamos nuevas capacidades, sentimos una profunda sensación de disfrute. Para repetir esta sensación deseable debemos hallar desafíos todavía más grandes, desarrollar habilidades más difíciles. Al hacerlo estamos ayudando a la evolución de la complejidad a dar otro paso más.
Las dimensiones de experiencia descritas cuando una actividad es placentera sugieren por qué fluir es intrínsecamente gratificante. La sensación de estar totalmente sumergido, de funcionar al límite de las propias posibilidades es, según todo parece indicar, un estado muy deseable. A diferencia de gran parte de la vida cotidiana, en la que no podemos actuar con total implicación porque las oportunidades para actuar son bien muy escasas o demasiadas, poco claras, confusas o contradictorias. Por ejemplo, como muchos trabajos consisten en acciones repetitivas que requieren escasa concentración, es probable que la atención de un trabajador empiece a desear hacer cosas más satisfactorias o bien empiece a darle vueltas a temas desagradables. En cualquier caso, la situación en la que se encuentra sufre una devaluación y la persona experimenta aburrimiento o frustración. En comparación con esta condición tan frecuente, la inmersión total que implica fluir se experimenta como algo gratificante.
Como ya se mencionó en el Capítulo 2, nuestros estudios llevados a cabo a lo largo de los años sugieren que cuando la atención no está concentrada en un objetivo, la mente suele empezar a llenarse de pensamientos inconexos y deprimentes. La condición normal de la mente es el caos. Sólo cuando se sumerge en una actividad con metas específicas adquiere orden y un humor positivo. No es sorprendente que una de las peores formas de castigo sea someter a una persona a confinamiento solitario, donde sólo sobreviven quienes disciplinan su atención sin depender de apoyos externos. Para evitar que la mente se enmarañe, el resto de nosotros necesitamos bien una actividad que nos involucre o un paquete estimulador ya existente, como un libro o un programa de televisión.
Pero seguimos con la misma pregunta sin contestar: ¿por qué resulta tan gratificante sumergirse totalmente en una actitud que conlleve desafíos? Aparentemente los humanos que experimentan un estado de consciencia positivo cuando utilizan sus habilidades esforzándose todo lo posible al hacer frente a un desafío ambiental, son los que tienen más probabilidades de sobrevivir. La relación entre fluidez y disfrute, al principio muy bien podría haber sido un afortunado accidente genético, pero una vez que tuvo lugar, hizo posible que quienes la experimentaron viesen despertar su curiosidad para explorar, aceptar nuevas tareas y desarrollar nuevas capacidades. Y este enfoque creativo, motivado por el disfrute de hacer frente a los desafíos, pudo haber otorgado tantas ventajas que con el tiempo se difundieron, incluyendo a la mayoría de la población humana.
En cambio, las sensaciones negativas de aburrimiento y frustración que experimentamos cuando no estamos del todo sumergidos parecen funcionar como los controles de un termostato que hace que un horno vuelva a funcionar. El aburrimiento hace que busquemos nuevos desafíos, mientras que la ansiedad nos anima a desarrollar nuevas habilidades. El resultado de todo ello es que, para evitar esas sensaciones negativas, una persona se ve obligada a crecer en complejidad.
En cualquier caso, cuando están presentes las condiciones para fluir, la gente tiende a informar de un estado óptimo de armonía interna que desean volver a experimentar. Aristóteles fue de los primeros en reconocer que ese disfrute era el resultado de alcanzar la excelencia en cualquier actividad, como hizo el gran poeta Dante Alighieri hace ya más de seis siglos:
En toda acción... la intención principal del agente es expresar su propia imagen; así es como todo agente, haga lo que haga, disfruta de la acción. Como todo lo que existe desea ser, y como al actuar el agente despliega su ser, la acción se torna disfrutable de manera natural...
No es difícil descubrir ejemplos para la afirmación de Dante. Por ejemplo, tenemos un perro de caza que se llama Cedric cuyos genes han sido seleccionados a lo largo de muchas generaciones por su capacidad para recobrar pájaros entre la hierba alta. Cedric nunca ha salido de caza, pero sus instintos para recuperar las piezas están tan arraigados que los ha aplicado de manera espontánea a la tarea similar de ir en busca de pelotas de tenis. Y cuanto más difíciles de encontrar son, más disfruta. Su noción del paraíso es darse una vuelta por las pistas de tenis de Vail, Colorado, donde algunas voleas van a perderse entre los barrancos cubiertos de matorrales. Cedric se lanza pendiente abajo a toda velocidad, buscando frenético entre zarzas y matas, sin detenerse nunca a buscar, sino que olisquea continuamente. Todo su comportamiento cambia cuando husmea una pelota entre las hierbas; empieza a dar brincos como una gacela y luego parte zumbando hacia donde está la pelota. No descansa hasta que la saca de su escondite y se la mete en la boca. Luego trepa de regreso y trota con la cabeza bien alta, pavoneándose como si fuese un garañón desfilando, orgulloso. No hay duda de que cuando "caza" pelotas de tenis, Cedric "despliega su ser" y que disfruta mucho con ello. Como dijo Dante, todos deseamos ser lo que somos, pero demasiado a menudo no podemos manifestar nuestro ser.
Parece que los niños —siempre y cuando estén sanos y no se les haya maltratado demasiado— suelen estar en constante fluidez; disfrutan de "desplegar su ser" cuando aprenden a tocar, tirar, caminar, hablar, leer y crecer. Por desgracia no tardan en dejar de "desplegarse" cuando la escuela empieza a forzar su crecimiento en pautas sobre las que carecen de control. Cuando eso sucede, fluir deja de ser algo corriente para ellos, y muchos jóvenes acaban experimentándolo únicamente en juegos, deportes y otras actividades de ocio con sus compañeros.
Las consecuencias de fluir
Son muchas las razones que hacen que fluir sea beneficioso. Tal vez la más importante sea la más obvia: la calidad de vida depende de ello. La gente es más feliz tras haber tenido una oportunidad de experimentar fluidez, y como todos sabemos desde Aristóteles, la felicidad es la auténtica base de la existencia. Y se persigue cualquier otro deseo —de salud, riqueza o éxito— sólo porque esperamos que nos haga más felices. Pero pocas personas son genuinamente felices por ganar dos o veinte millones de dólares a la lotería. Lo que aparece en la superficie como la condición más efímera y subjetiva es en realidad la más concreta y objetiva: aunque el dinero y las posesiones no reportan la felicidad, el control sobre las experiencias subjetivas sí que puede hacerlo.
Pero para quienes todavía no han aprendido a confiar en el valor de la experiencia interior, existen bastantes pruebas que demuestran que fluir también cuenta con efectos aprecia— bles, aunque no necesariamente más significativos. Lo que sigue a continuación, muy brevemente, son algunos de los más interesantes.
Creatividad
Quienes han realizado contribuciones creativas a las artes y las ciencias suelen ser muy elocuentes a la hora de atribuir sus éxitos sobre todo al hecho de que disfrutaron de su trabajo. Paolo Uccello, el gran pintor renacentista, que fue uno de los descubridores de cómo representar objetos tridimensionales en superficies planas, solía despertarse por la noche en su fría buhardilla florentina y empezar a caminar arriba y abajo, gritando: «Che bella cosa é cjuesta perspettiva», «¡Esta perspectiva es una maravilla!», mientras no hacía más que molestar a su esposa, que intentaba dormir. Albert Michelson, el primer estadounidense que ganó un Nobel en Física, se pasó toda su vida adulta ideando sistemas cada vez más precisos de medir la velocidad de la luz. Cuando ya anciano le preguntaron por qué lo había hecho, contestó: «¡Era muy divertido!». Lo que sugieren esas anécdotas es que una persona no invertirá energía psíquica en el objetivo normalmente frustrante de abrir nuevos horizontes a menos que derive una profunda satisfacción de dicha actividad. La esperanza de fama y dinero puede mantener a una persona motivada hasta cierto punto, pero las opciones de triunfar en un empeño creativo suelen ser demasiado pequeñas como para garantizar una dedicación continuada si las únicas gratificaciones son extrínsecas.
Máximo rendimiento
Los grandes atletas, músicos y artistas en general también deben derivar cierta fluidez de su actividad, de otro modo no se pondrían a prueba. Los estudios demuestran que fluir tiene lugar durante los momentos de desempeño óptimo y que los atletas se motivan para esforzarse al máximo a fin de experimentar fluidez una y otra vez. Claro está, no sólo los mejores experimentan esta fluidez, beneficiándose de ella; cualquiera puede entrar en este estado mientras lo haga lo mejor que esté en su mano. Por ejemplo, en un estudio japonés ha aparecido que entre los cientos de estudiantes que realizaron un curso para aprender a nadar, quienes experimentaron fluidez durante la formación son los que hicieron mayores progresos en el curso.
Desarrollo del talento
En otro estudio, realizado por mi equipo de la Universidad de Chicago, seguimos a más de doscientos adolescentes de trece años a los que se había identificado como dotados en matemáticas, ciencia, música, arte o deportes. Queríamos investigar si era probable que los adolescentes que disfrutan trabajando en aquello para lo que están dotados continuasen durante la enseñanza secundaria la difícil tarea de seguir cultivando sus dotes. Tal y como esperábamos, los estudiantes dotados para las matemáticas que dijeron fluir al sumergirse en su estudio acabaron eligiendo cursos más difíciles en la materia y se prepararon más para la universidad que quienes no lo estaban. Lo mismo sucedía con los otros cuatro grupos. La frecuencia de fluidez fue el mejor indicador del desarrollo del talento, más que las medidas objetivas de capacidad cog— nitiva (como el Examen de Aptitudes Escolares), y más que los rasgos de personalidad o la posición e ingresos familiares.
Estos resultados sugieren que fluir tiene importantes implicaciones de cara a la educación de los estudiantes en nuestros colegios. La actitud general hacia la educación —sobre todo en matemáticas y ciencias— es que aprender es una tarea difícil y desagradable. Difícil tal vez, ¿pero por qué debería ser desagradable? Como sabemos que los individuos creativos, los que más rinden y la gente joven dotada disfrutan de lo que hacen y que es ese disfrute el que hace que quieran aprender más, debería ser posible traducir este conocimiento en sistemas aplicables a los estudiantes.
Productividad
De igual manera, sería lógico pensar que los trabajadores que disfrutan de sus empleos serán más dedicados que los que se sienten ansiosos o aburridos. No obstante, todavía carecemos de datos en este campo. La evidencia más relevante de que disponemos proviene de uno de nuestros primeros estudios, en el que descubrimos que aquellos trabajadores cuya frecuencia en informar de experiencias de fluidez estaba por encima de la media solían ser más felices y estar más motivados. sobre todo al trabajar. También trabajaban media hora más al día (a diferencia de los que piensan en las musarañas, confeccionan su lista de la compra o hablan por teléfono de asuntos personales) que sus compañeros que informaron que fluían menos. Media hora al día suman quince días extraordinarios al año, o tres semanas más de trabajo anuales por trabajador. Eso, multiplicado por los millones de trabajadores que hay en los Estados Unidos, implicaría una diferencia importante en el producto interior bruto, como están dispuestos a admitir muchos economistas. Es cierto que no sabemos si los que trabajan más realizan más trabajo; pero como carecemos de pruebas en ninguno de ambos sentidos, podemos suponer que así es.
Autoestima
La gente que pasa más tiempo fluyendo suele contar con más autoestima. Además, después de que una persona haya estado fluyendo, su autoestima es más alta que en otras ocasiones. Tras una experiencia de fluidez, las personas dicen sentirse afortunadas, se sienten mejor en sí mismas y se sienten a la altura de sus propias esperanzas y de las de los demás. Este descubrimiento se ha visto reproducido en varios estudios centrados en madres trabajadoras, estudiantes adolescentes y quinccañeros dotados. Al principio, este resultado parecería contradecir la afirmación de que al fluir desaparece la consciencia de uno mismo. En realidad, mientras se fluye uno se olvida del Yo, y por ello la autoestima queda suspendida. Pero luego, al recordar, se dice que la experiencia nos ha hecho sentir afortunados. Así es como fluir aumenta la autoestima.
Disminución del estrés
Existen pruebas que demuestran que los ejecutivos que experimentan fluidez cuando se ven emplazados por situaciones estresantes tienen menos problemas de salud que otros que sienten ansiedad bajo la misma cantidad de estrés. En un estudio realizado con directores se descubrió que quienes más informaban de experiencias de fluidez, también eran los más felices, motivados y se sentían más fuertes, controlando y menos tensos, tanto en el trabajo como en casa. Aquellos ejecutivos con más situaciones estresantes en la vida —como problemas familiares, cambios de trabajo o pérdidas emocionales o financieras— también padecían más enfermedades físicas. Pero si experimentaban flujo en su trabajo, el estrés tenía como resultado menos problemas de salud. Aparentemente, la capacidad de hacer frente a los desafíos del trabajo con sus habilidades personales —o que al menos la percepción de que así era— actúa como un regulador entre condiciones entrópi— cas y sus consecuencias negativas psíquicas usuales.
Aplicaciones clínicas
La psicoterapia es un campo en el que el fluir parece muy prometedor. Puede ayudar a los psicoterapeutas a identificar esas situaciones en la vida de un paciente en las que, de ampliarse, se fomentaría una mayor y mejor calidad de la experiencia, y con ello una posible curación del paciente. Hasta el momento he escuchado descripciones verbales de tratamientos basados en la fluidez, que un puñado de psiquiatras y especialistas clínicos realizaron acerca de una cincuentena de pacientes, aunque sería prematuro afirmar curaciones milagrosas. Pero los casos parecen convincentes y el potencial enorme. Uno de los pocos historiales, referido por el equipo del profesor
Massimini de Milán, podría ofrecer un ejemplo del tipo de tratamiento relacionado.
Caterina, una mujer soltera de 25 años, lleva años sufriendo de ataques de ansiedad aguda, normalmente de tipo agoratobi— co. Siempre que se encontraba en un lugar público, en la calle o en un autobús, se quedaba sin aliento y el corazón empezaba a palpitarle. Durante los pasados tres años había estado tomando 1,5 mg de alprazolam y acudiendo a una terapia de grupo, sin ninguna mejoría apreciable. Cuando llegó a la clínica del profesor Massimini para un proceso de psicoterapia individual, le pidieron que proporcionase una semana de datos con el Método de Muestreo de Experiencias, para poder descubrir qué actividades y experiencias sentía más positivas. El MME reveló que Caterina pasaba la mayor parte del tiempo con su familia y que rara vez salía fuera con otras personas. El 45 % de sus horas despiertas las pasaba mirando la televisión. Su estado de ánimo solía ser negativo; la mayor parte del tiempo se encontraba en un estado de apatía, alcanzando con muy poca frecuencia nada que pudiera compararse a un estado fluido.
La terapia se basó en los siguientes principios:
La aplicación de la teoría de la experiencia óptima en psicoterapia se centra en reforzar tanto la búsqueda personal del paciente de posibilidades que supongan un desafío en la vida cotidiana, como su esfuerzo para desarrollar habilidades personales para poder hacer frente a dichos desafíos y no evitarlos. La experiencia óptima está relacionada con la percepción subjetiva de situaciones comprometidas ambientales: todo individuo proseguirá de manera selectiva las actividades que mejor encajen con sus propias motivaciones intrínsecas e intereses espontáneos. Este tipo de enfoque terapéutico es, pues, individualizado, y se concentra en la motivación personal y las tendencias del sujeto.
Para alcanzar estas metas, Caterina dio paseos con el terapeuta por las atestadas calles de Milán, para así insensibilizarse de su miedo a la gente; le ayudaron a implicarse en actividades de grupo en las que disfrutaba, como trabajos voluntarios y bailar. «El enfoque terapéutico se centró en apoyar la inmersión de Caterina en estas actividades motivadas intrínsecamente y que suponían un reto para ella». La meta no consistía simplemente en reducir los síntomas de ansiedad y agorafobia, sino en ampliar los estrechos límites de su rutina cotidiana, sustituyendo su apatía por algo cercano al entusiasmo y la fluidez.
Al cabo de un año de esta intervención, la vida de Caterina había cambiado bastante, para mejor. En lugar de pasarse la mitad del día con su familia, ahora estaba sólo entre el 10 y el 20 %. Redujo el tiempo que miraba la televisión, del 45 % al 15 %. En lugar de ello, pasaba más tiempo en público o a solas, y estaba metida en varias actividades nuevas. La calidad de la experiencia de Caterina también aumentó muchísimo en todos los apartados. La apatía disminuyó del 60,6 % de todas sus respuestas al 34,5 %. En cambio, las respuestas que contaban con algunos de los elementos de fluidez aumentaron del 15 al 51 %. Llegada a este punto dejó de tomar la medicación y finalizó la terapia. Éste y otros casos similares apuntan hacia la íntima conexión entre fluidez y una consciencia armoniosa, capaz de desarrollar un Yo que controla su energía interna.
¿Qué ocurre cuando no se fluye?
Todas las evidencias parecen estar de acuerdo en que la gente que fluye actúa al máximo de su capacidad, mejorando el bienestar subjetivo, y cuenta con el potencial para desarrollar consecuencias sociales positivas. En todos los casos, fluir parece ser el motor de la evolución que nos impulsa hacia niveles de complejidad más elevados. ¿Pero qué sucede cuando la gente no es capaz de funcionar a la máxima capacidad, cuando sus oportunidades son bien muy pocas o demasiado inti— midatorias como para que puedan experimentar fluidez?
Lo que suele suceder bajo esas condiciones es que las personas se ven empujadas a desempeñar actividades que son disipadoras o destructivas, y en esos casos el resultado de la búsqueda de disfrute es la entropía en lugar de la armonía. Un ejemplo sorprendente es la delincuencia juvenil, que ha experimentado un aumento tan rápido en los distritos acomodados de los Estados Unidos. Suele deberse al aburrimiento endémico que aqueja a muchos adolescentes, que sienten que no tienen nada que hacer en sus estériles barrios. «Enséñeme algo que sea tan divertido como entrar en una casa y robar las joyas mientras los dueños están durmiendo —dice un joven de familia pudiente, arrestado por allanamiento de morada—, y lo haré.» Sí, claro, hay multitud de cosas que un joven podría hacer si reconociese los desafíos que tiene ante sí. Por ejemplo, podría jugar al tenis, leer, hacer trabajos voluntarios, ir de camping, aprender a dibujar o aprender un idioma extranjero. Pero para interesarse en esas actividades uno necesita modelos de comportamiento, entre otras cosas, y lo que sucede es que demasiado a menudo no hay adultos en la comunidad que puedan inducir a alguien joven a involucrarse en actividades complejas.
No es ninguna exageración afirmar que una gran parte de nuestros problemas sociales se deben a la falta de fluidez en la vida cotidiana. La adicción a diversas sustancias químicas es obviamente un intento de recuperar algunas de las cualidades de una experiencia óptima mediante drogas artificiales. El alcohol, la cocaína y la heroína modifican nuestra percepción de los desafíos, de nuestras capacidades y durante un tiempo nos hacen sentir como si hubiésemos logrado un equilibrio entre oportunidades y capacidades. Pero la fluidez inducida de manera artificial es peligrosa por dos razones: en primer lugar, no expande las habilidades y por lo tanto no conduce a la complejidad, y en segundo lugar, cuando se convierte en físicamente adictiva causa una enorme cantidad de entropía al individuo y al grupo.
Otro signo de que la vida cotidiana proporciona escasa fluidez es que la cultura se hace demasiado dependiente de entretenimientos pasivos y redundantes. En una sociedad ideal todas las personas podrían esculpir, tejer, programar ordenadores, pintar, contar cuentos, cantar y bailar, y habría escasa necesidad de que artistas profesionales se ocupasen de sacar a las mentes de las personas de la monotonía de lo que hacen a diario. Existen ejemplos cercanos a este ideal en lugares como Bali o en algunos pueblos aislados de Europa, donde la mayoría de sus habitantes continúan practicando toda una variedad de oficios tradicionales con un nivel muy elevado de habilidad. Los ejemplos de la pauta contraria son por desgracia más obvios: vienen a la memoria los circos de la antigua Roma, o las carreras de cuadrigas de Bizancio en su período de decadencia. También nuestra cultura ha sido parasitada por memes que imitan la aparición de la fluidez pero que no producen sus beneficios. La música enlatada, los vídeos, la televisión, las películas, la literatura barata y las revistas obscenas absorben una enorme cantidad de atención. Producen una semblanza de entusiasmo en la mente, pero como no requieren ningún tipo de habilidad, solicitan energía sin aumentar la complejidad.
Podríamos decir que, como especie, somos adictos a la fluidez. Ésa es la condición que nos ha permitido evolucionar hasta el momento presente, y es la razón por la que en el futuro podemos convertirnos en seres todavía más complejos. Lo ideal sería que pudiéramos derivar experiencias tan profundamente satisfactorias a partir de los desafíos reales de la vida cotidiana, del trabajo, de la expresión creativa, de las relaciones familiares y de la amistad. Si no es así, seguiremos viéndonos obligados a inventar sustitutivos como productos químicos o rituales que proyecten fantasmas de fluidez sobre nuestra consciencia. Como, no obstante, alguno de esos sustitutivos pueden resultar muy peligrosos, valdría la pena considerar qué oportunidades de fluidez se hallan presentes en nuestra existencia cotidiana.
Fluir en la vida cotidiana
No existe una manera objetiva de medir si una persona fluye o no, comparable, digamos, con la manera como medimos si tiene fiebre o un nivel alto de colesterol. Pero existen dos indicadores que en el pasado han demostrado ser medidas fiables y válidas de la frecuencia e intensidad de la fluidez. El primero utiliza las entrevistas o cuestionarios estructurados que piden a los encuestados que indiquen si alguna vez han experimentado ocasiones de gran concentración, total inmersión y demás; y de ser así, cuán a menudo. Los resultados obtenidos con este método indican que un 87 % de los adultos estadounidenses afirman haber experimentado fluidez, mientras que el restante 13 % afirma que nunca. La frecuencia de la fluidez varía enormemente entre quienes reconocen la experiencia; algunos dicen que les sucede en menos de una ocasión al año y otros que varias veces al día.
Quienes informan de experiencias de fluidez poco frecuentes disfrutan poco con su trabajo y sus relaciones, y dependen para divertirse de varias formas de distracciones. En cambio, quienes afirman fluir a diario son gente a quien le colma la familia y el trabajo. Éste es un ejemplo de un hombre de 48 años y de su hijo de 17. Ambos trabajan en los telares mecánicos que su familia ha poseído durante muchas generaciones y fueron entrevistados por el equipo de Massimini en el norte de Italia. Ambos afirman que tejer es la actividad que más les acerca a la fluidez. Primero el padre describe el desafío que representa mantener doce telares funcionando al mismo tiempo, sin que se queden si hilo ni se detengan:
Es difícil concentrarse en una única cosa. Tengo que tenerlo todo bajo control, ya que cuando me estoy ocupando de un telar ya estoy pensando en el siguiente que necesito cargar, en una cosa u otra. Muy rara vez me quedo sin hilo. Siempre me adelanto a la eventualidad... En cualquier caso, cuando trabajo estoy concentrado.
El hijo adolescente describió como su experiencia más dis— frutable «ver cómo empieza a funcionar un telar que no andaba, y saber que eres tú el que lo ha arreglado». Cuando se le pidió que hiciese una lista de sus actividades favoritas, escribió: trabajar durante la semana; pasarlo bien con los amigos los sábados. Así es como describe sus sensaciones mientras trabaja:
Siento esa concentración cuando trabajo con los telares; estoy ahí y eso es todo. Porque si tienes la cabeza en otro sitio y te distraes cometes un error; debes seguir una cadena lógica o te haces un lío. Pero incluso cuando todos los telares funcionan debes seguir poniendo atención. Ya hace tres años que los he estado observando, por eso aguanto el ritmo... Algunas cosas son automáticas porque siempre las haces de la misma manera, pero otras son nuevas —porque
aquí siempre estás aprendiendo—, así que debes poner atención en lo que estás haciendo.
Este tipo de trabajo, en el que familias enteras llevan a cabo una actividad común productiva y gratificante, es desde luego cada vez más excepcional. No obstante, los resultados obtenidos con el Cuestionario de Fluidez sugieren que siguen existiendo muchas oportunidades para descubrir desafíos creativos en la vida cotidiana, tanto en el trabajo como en el ocio, en la oración o en las relaciones.
Una segunda manera de estimar la fluidez es utilizando el Método de Muestreo de Experiencias (MME). Esta técnica, que desarrollé en la Universidad de Chicago a principios de la década de 1970, requiere que los entrevistados lleven un buscapersonas electrónico o un cronómetro programable durante una semana y que respondan rellenando dos páginas de un cuadernillo cada vez que el buscapersonas suene. Los buscapersonas se activan mediante señales enviadas aleatoriamente a lo largo del día, de manera que la mayoría de los entrevistados responden a unas cincuenta preguntas a lo largo de la semana, proporcionando un registro de lo que sienten en situaciones típicas de la vida cotidiana.
La manera como medimos la fluidez con el MME es observando la relación entre dos respuestas: el desafío al que se enfrenta la persona en el momento de la señal, y las habilidades con las que le parece que cuenta en ese momento, puntuando cada una de las opciones en una escala del uno al diez. Cuando tanto desafío como habilidades se evalúan por encima del promedio personal semanal, decimos que la persona fluye. Si ambas variables son normales, se considera que la persona está en un estado de apatía. Si el desafío está por encima del promedio mientras que la habilidad es inferior, la situación es de ansiedad. En la situación inversa, desafío bajo y habilidad elevada, el estado de consciencia correspondiente se define como aburrido. Muchos estudios han mostrado que la relación entre desafíos y habilidades refleja verdaderamente los estados de consciencia previstos.
Debería señalarse que este método para medir la fluidez es extremadamente generoso, ya que se basa en el mismo tipo de generalizaciones que se utilizarían si uno dijese que todos los que miden más de 1,50 m son "altos". Teniendo eso en cuenta al utilizar los criterios de este método, podríamos considerar que una cuarta parte de todas las experiencias tiene lugar en condiciones fluidas. En realidad, para algunos individuos sólo el 5 % de las respuestas indicaban que tanto desafíos como habilidades estaban por encima de la media al mismo tiempo, mientras que otros obtenían hasta un 60 % (Caterina, en nuestro ejemplo anterior, inició su terapia con un 15,2 % de sus respuestas indicando fluidez, según esta definición, y acabó con un 50,9 %). Claro está, también podríamos estipular que sólo las experiencias más intensas, una entre mil, o una en un millón, deberían considerarse fluidas, pero si hiciésemos eso no recogeríamos los sucesos más modestos que hacen que la vida tenga sentido. Por ejemplo, si hubiéramos adoptado un sistema de medición tan riguroso, habríamos concluido que Caterina nunca fluye, y por tanto los terapeutas no se habrían enterado de qué actividades le resultaban relativamente más disfrutables, no pudiendo ayudarla a mejorar su vida.
Utilizando esta definición para medir la fluidez —"desafíos por encima de la media/habilidades por encima de la media"—, se obtiene el sorprendente resultado de que los trabajadores adultos típicos de los Estados Unidos experimentan fluidez en el trabajo tres veces más a menudo que en su tiempo libre. En una muestra representativa de estadounidenses urbanos de ambos sexos, incluyendo trabajadores de cade— ñas de montaje y administrativos, así como encargados, los niveles por encima de la media tanto de desafíos como de capacidades tuvieron lugar el 54 % del tiempo en períodos de trabajo, contra tan sólo el 17 % del tiempo en momentos de ocio. Pero tal vez este descubrimiento no debiera sorprendernos. Si es cierto que lo que más nos hace disfrutar es el "despliegue de nuestro ser", entonces tiene sentido que eso suceda más a menudo en el trabajo que en el tiempo libre. Al igual que Cedric, el perro de caza, disfruta más cuando caza pelotas de tenis, nosotros también tendemos a ser más nosotros mismos en el trabajo, cuando nuestras habilidades personales están operativas. En un estudio MME con adolescentes, hallamos una pauta similar: el 40 % de sus respuestas indicaban que estaban estudiando o haciendo tareas escolares cuando fluían, mientras que tan sólo el 8 % afirmó estar viendo la televisión.
Siempre que fluían, adultos y adolescentes dijeron hallarse bastante más felices, fuertes, satisfechos, creativos y concentrados. No obstante, existe una preocupante excepción. La motivación se ve más afectada por la cuestión de si uno trabaja o si está en períodos de ocio que por la presencia de fluidez. En general la gente prefiere el ocio a trabajar, independientemente de si experimentan fluidez o no. Así pues, paradójicamente, en nuestra cultura la aversión al trabajo está tan arraigada que aunque proporcione el grueso de las experiencias más complejas y gratificantes, la gente sigue prefiriendo contar con más tiempo libre, aunque gran parte del mismo resulte, de hecho, relativamente aburrido y deprimente.
El tipo de actividades que proporciona fluidez en el trabajo difiere según el tipo de trabajo y las habilidades del trabajador. Para algunos directores y encargados, solucionar problemas difíciles y redactar informes tiende a producir la máxima fluidez; a otros, que no han desarrollado una facilidad para expresar ideas, escribir les horroriza. Por lo general, los trabajadores administrativos disfrutan tecleando e introduciendo datos utilizando un teclado; los obreros de una fábrica lo hacen arreglando maquinaria y trabajando con ordenadores. Las actividades laborales menos fluidas incluyen el papeleo para encargados y directores, los expedientes para los administrativos y el trabajo de cadena de montaje para los obreros. Como sería de esperar, la novedad, la variación y el entusiasmo tienden a producir fluidez en el trabajo. Pero algunos individuos fluyen en la misma cadena de montaje que para otros es un aburrimiento, demostrando de nuevo que no son las condiciones objetivas y externas las que determinan la calidad de la experiencia, sino cómo respondemos a ellas.
En términos de qué produce fluidez en el tiempo libre, los tres distintos grupos de ocupaciones dan resultados muy similares entre sí. Sorprendentemente, y para todas las ocupaciones, conducir un coche es la fuente más constante de experiencias de fluidez, seguida de conversaciones con amigos y familia. Las actividades que menos tienden a fluir en el tiempo libre son ver la televisión y las funciones de mantenimiento, como limpiar la casa o intentar dormir. Leer por placer suele ser una experiencia más positiva que ver la televisión, pero la mayoría de las veces no proporciona una experiencia fluida. Las raras ocasiones en que las personas están sumergidas en un ocio activo —cantar, jugar a los bolos, ciclismo, construir un armarito en el sótano— presentan algunos de los más elevados niveles de fluidez, pero esas actividades parecen tener lugar con tan poca frecuencia en la vida de la persona normal que apenas dejan rastro.
Uno de los misterios más desconcertantes revelados por estos estudios es la cuestión de por qué la gente pasa tanto tiempo en ocio pasivo, como viendo la televisión —que es, de largo, la actividad de ocio a la que más tiempo se dedica en el mundo moderno— cuando se disfruta tan poco. Ver la televisión se considera umversalmente como algo que no implica prácticamente ningún desafío y que no requiere habilidades.
El hecho de que las personas prefieran esa actividad de baja complejidad a otras que proporcionan un mayor potencial de crecimiento es otro ejemplo de la paradoja de por qué conseguir fluidez en el trabajo no parece ser una gran motivación. Existen dos razones para ello respecto a la televisión. Una es que cuando se elige en qué se quiere invertir la atención durante el tiempo libre, la gente desea equilibrar la energía que ha de gastar con los beneficios que se anticipan. Ver la televisión proporciona poco disfrute, pero también requiere muy poco esfuerzo. Tocar el piano o darse una vuelta en bici es mucho más divertido pero requiere mayor gasto de energía psíquica y física. Así que viendo la televisión de entrada ahorramos una pequeña cantidad de energía, pero perdemos la oportunidad de experimentar fluidez y de crecer en complejidad.
La otra explicación es que, aunque los niños pueden disfrutar de fluidez de manera espontánea, en la mayoría de las sociedades el desequilibrio entre oportunidades y habilidades lleva a una atrofia progresiva del deseo de complejidad durante el curso de una vida. Disponiendo de pocos adultos que puedan servir como modelo acerca de cómo disfrutar de actividades complejas, con pocos incentivos para interesarse en los desafíos en sí mismos, con entornos vitales demasiado aburridos o demasiado seguros como para ser explotados o aprender algo de ellos, muchos niños van perdiendo gradualmente su capacidad para descubrir fluidez en todo lo que hacen. Como han aprendido que el aburrimiento y las preocupaciones son la norma familiar, escolar y comunitaria, abandonan toda curiosidad, interés y deseo de explotar nuevas posibilidades, acostumbrándose al entretenimiento pasivo. Los memes parásitos se apoderan de sus mentes, imitando el disfrute sin añadir substancia. Para cuando llegan a la adolescencia dejan de percibir a su alrededor oportunidades de pasar a la acción, y ya no sienten que cuenten con habilidades que puedan utilizar. Aunque el ocio pasivo proporciona escaso disfrute, lo consideran como la única manera a su alcance de ocupar sus mentes en el tiempo libre.
No obstante, para los jóvenes la fluidez no sólo mejora la calidad de la experiencia momentáneamente, sino que cuenta con importantes efectos a largo plazo. Como ya hemos visto, la gente que suele fluir dispone de mayor autoestima que quienes la experimentan raramente. Los adolescentes que informan de más fluidez tienden a ser más felices y a desarrollar más talentos académicos que quienes fluyen menos. Los adultos que pasan más tiempo fluyendo también trabajan más y, no obstante, tienden a padecer menos enfermedades relacionadas con el estrés.
Así pues, la cuestión es cómo podemos aprender a disfrutar de la complejidad, en lugar de vernos forzados a encontrar placer en actividades que sólo proporcionan una semblanza de armonía en la consciencia. Los individuos que no pueden experimentar fluidez, o que disfrutan únicamente de actividades pasivas y simples, acaban desarrollando Yoes que suelen estar perturbados, desgarrados por frustraciones y desilusiones. En cambio, quienes cuentan con las habilidades suficientes como para fluir en actividades más complejas tienden a desarrollar Yoes que pueden transformar acontecimientos cotidianos, incluso cuando éstos amenacen con dejar una estela de entropía y caos, en experiencias que valgan la pena. Con ello no sólo disfrutan de sus propias vidas, sino que contribuyen a la evolución de la complejidad para la humanidad en su conjunto.
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Los elementos de la fluidez
¿Cuando siente que está realmente "desplegando su ser"? ¿Cuán a menudo sucede?
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Sabiendo el tipo de persona que es usted, los intereses y habilidades que tiene, ¿cuál sería para usted la actividad fluida más gratificante?
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¿Se siente muy diferente tras haber estado sumergido en una compleja actividad de fluidez (por ejemplo esquiar, leer un buen libro, tener una conversación estimulante) y tras una actividad de ocio pasiva como ver la televisión?
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¿Qué ocurre cuando no se fluye?
¿Qué elementos de fluidez (por ejemplo, equilibrar desafíos y habilidades, sentar objetivos claros, obtener retroalimentación, no tener miedo a perder el control, concentración total, perder la consciencia del Yo, sentirse uno con lo que se está haciendo, perder el sentido del tiempo) son los que le resultan más difícil de alcanzar? ¿Cómo puede cambiar esta situación?
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Fluir en la vida cotidiana
¿Qué experiencias le proporcionan fluidez y por qué no tiene más de ese tipo?
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8. EL YO TRASCENDENTE
Se dice que el emperador Nerón se quedó extasiado viendo arder Roma; también se dice que le encantaba ver a los gladiadores matándose entre sí en la arena del circo, y a los leones despedazando a inocentes cristianos. Muchos de los físicos que participaron en el proyecto Manhattan recuerdan la emoción de trabajar en el complicado problema de cómo construir una bomba atómica. Miles de personas vuelan semanalmen— te a Las Vegas y a la rápida proliferación de casinos por todo el país, incapaces de resistirse a la adicción del juego. Por desgracia, como esos ejemplos sugieren, la fluidez también puede experimentarse en actividades destructivas en lugar de constructivas, que provocan entropía en lugar de armonía.
Para ayudar a orientar el problema de la evolución no basta con que una persona disfrute únicamente de cualquier tipo de vida, sino de una vida que incremente el orden en lugar del desorden. Para contribuir a una mayor armonía, la consciencia de una persona ha de tornarse compleja. La complejidad de la consciencia no es una función únicamente de la inteligencia o el conocimiento, como tampoco es únicamente un rasgo cognitivo: también incluye las emociones y acciones de una persona. Implica ser consciente y tener el control de los potenciales particulares de uno mismo y ser capaz de crear armonía entre objetivos y deseos, sensaciones y experiencias, tanto para uno mismo como para los demás.
Las personas que lo consiguen no sólo disfrutarán de una vida más satisfactoria, sino que con toda probabilidad contribuirán a un futuro mejor. La felicidad personal y una contribución positiva a la evolución van de la mano.
Muchas culturas han honrado con nombres especiales a aquellos que han descubierto fluidez en actividades complejas. Los confucianos les llamaron sabios, los budistas maha— yana llaman bodhisattva a alguien que ha realizado el noveno mundo, mientras que quien ha realizado la etapa final de la budeidad (o butsu en japonés) recibe no menos de diez títulos, incluido el de Maestro de Dioses y Humanos. En la tradición cristiana, los llamados santos comparten muchas características similares, como libertad de los dictados de los genes, libertad de las restricciones sociales y una actitud compasiva hacia los demás. Pueden haber sufrido e incluso muerto por sus creencias, pero según todos los relatos, a pesar de las penalidades que debieron soportar, tanto los sabios como los santos o los bodhisatt\›as llevaron una existencia de gozosa serenidad.
En la actualidad carecemos de apelativos oficiales para las personas complejas, pero lo que resulta más penoso es nuestra incapacidad para distinguirlas de otras que no contribuyen en nada al futuro, o que en realidad con sus acciones no hacen más que aumentar la entropía. Al no reconocer a los individuos que crean armonía, nos resulta más difícil aprender de su ejemplo. Para ayudar a mitigar este estado de cosas, pudiera resultar útil llamar trascendedor, o "persona T\ a alguien cuya energía psíquica esté gozosamente invertida en objetivos complejos.
Cómo son los trascendedor es
Existen muchas personas cuyas acciones demuestran lo que podría ser una vida dedicada a la complejidad. Pero no pueden reducirse a un tipo, pues no puede existir un único camino para realizar la armonía personal. Como la diferenciación es la mitad de una consciencia compleja, cada persona debe seguir sus propias inclinaciones, descubrir los medios para realizar su personal individualidad. Y como todos hemos nacido con una combinación diferente de puntos fuertes y débiles temperamentales, y con dones diferentes, y crecido en distintos contextos familiares, comunidades y períodos históricos, cada uno de nosotros expresa una pauta de aptitudes característica. Así pues, la persona T típica no existe, ni tampoco la mejor manera de alcanzar la complejidad.
Pero por fortuna existen muchos ejemplos de vidas trascendentes que podemos citar. Por ejemplo, la vida del poeta Gyórgy Faludy. Le conocí pocos días después de su octogésimo cumpleaños, en Budapest, adonde hacía poco que había regresado para recibir el reconocimiento oficial por la publicación de sus obras completas. Tenía una aureola de cabello plateado y una serena sonrisa, como si se burlase de sí mismo; aunque sus rasgos recordaban la piel arrugada de una manzana seca, sus ojos desbordaban la curiosidad y el entusiasmo de un niño de diez años. Su poesía amable y sentida me ha conmovido en más de una ocasión. A lo largo de su larga vida, Faludy ha experimentado más tragedias que lo que uno podría imaginar, pero ha contribuido más a la complejidad del futuro que otros muchos.
Faludy recuerda que a los 9 años de edad decidió ser poeta, pues jugar con el lenguaje era lo único que sabía hacer bien. ¿Pero por qué poeta?, le pregunté. «Porque tenía miedo de morir», respondió. Una noche, tumbado en la cama, aterrorizado ante la perspectiva de tal vez no despertarse por la mañana, decidió crear un mundo de palabras donde pudiera sentirse a salvo, un mundo de su creación que seguiría vivo incluso tras su desaparición. Al crecer, Faludy siguió escribiendo como un poseso; disfrutaba con ello más que con cualquier otra cosa, y la mayoría de las personas que leían su obra se sentían conmovidas.
Pero existía un obstáculo: Faludy era judío y era demasiado culto para limitar su imaginación dentro de los lindes de la sensibilidad burguesa de antes de la segunda guerra mundial. Fue puesto en la lista negra y se prohibió publicar su poesía, así que tuvo que echar mano al recurso de traducir, sobre todo los versos de Villon y Verlaine. Los censores se lo permitieron a regañadientes, no queriendo dar la impresión de oponerse a lo que a fin de cuentas era poesía clásica francesa. Animado por ese éxito, Faludy empezó a publicar sus propios poemas, pretendiendo que eran traducciones de Villon. La intelectualidad de Budapest estaba al tanto de la estratagema y apreció los atrevidos versos todavía más a causa de los riesgos que corría el autor.
Con el avance de la segunda guerra mundial, las tropas alemanas acabaron invadiendo Hungría, y los colaboradores fascistas locales detuvieron a Faludy junto con otros judíos, enviándolos a un campo de concentración. Logró escapar de allí y consiguió cruzar media Europa en guerra para llegar al norte de África, donde los franceses que colaboraban con los nazis le metieron de nuevo en un campo que acababa de ser evacuado porque todos los internos habían muerto de cólera. Faludy sobrevivió a duras penas a su encarcelación hasta que las tropas aliadas liberaron el norte de África y tuvo la oportunidad de emigrar a Canadá y después a los Estados Unidos.
Para entonces ya había traducido varios volúmenes de algunos de los más grandes de la poesía mundial del chino, sánscrito, griego, latín, italiano, alemán, francés, inglés y otras lenguas. Esos poemas resultaban tan frescos y brillantes en sus traducciones como si hubieran sido escritos originalmente en húngaro, pero no obstante conservaban el aroma
El. YO TRASCENDENTE
particular de la cultura y la época en que fueran compuestos. Pero este genio lingüístico no le resultó de gran utilidad en Norteamérica. Aunque se le ofrecieron diversos puestos como profesor visitante en varias universidades de la costa este, nunca se sintió tan cómodo con un idioma adoptado como en su propia lengua. Eso, claro está, es lo que le ocurre a todo escritor de éxito que deba elegir el exilio, incluso a ganadores del Nobel como Solzhenitsin o Czcslaw Milosz, pero estar en tan buena compañía no ayudó realmente a Faludy a aceptar el hecho de que sus habilidades resultaban casi inútiles en una tierra extraña.
Así que pocos años después del final de la segunda guerra mundial decidió regresar a Hungría, donde, ahora república socialista, su tipo de poética revolucionaria debería ser bien acogida. Pero claro, sucedió precisamente todo lo contrario. El nuevo régimen era incluso menos receptivo a la verdad de lo que fuera el antiguo. Faludy no tardó en meterse en problemas al escribir un inolvidable ataque alegórico contra Stalin. El resultado era de prever: Faludy fue arrestado, torturado en los calabozos de la policía secreta y enviado a continuación a Recsk, uno de los campos comunistas "de castigo" de los que pocos regresaban. Pero se las arregló para sobrevivir a aquella ordalía durante más de tres años, hasta que tras la muerte de Stalin se cerró el campo y se le permitió regresar a casa.
No obstante, fue precisamente en ese medio atroz, donde a los internos se les obligaba a trabajar del amanecer al ocaso, comiendo aguachirle y vistiendo harapos, donde la musa de Faludy empezó realmente a cantar. Sus versos de la prisión están entre los más líricos jamás escritos en ese género (el húngaro es un idioma al que resulta muy fácil traducir, pero que es muy difícil de traducir; de ahí que por desgracia resulte casi imposible poder gozar del aroma original en una traducción). Tratan de los aspectos más concretos, realistas y dolorosos de la vida en un campo de concentración: hambre, congelación, la brutalidad de hombres ignorantes y asustados. No obstante, esos relatos clínicos de entropía están narrados de manera tan concisa y elegante que su contenido trágico queda transformado en una expresión de belleza.
De hecho, ésa fue precisamente la intención de Faludy. A fin de mantener su cordura y la de sus compañeros, intentó dar sentido a una existencia de otro modo intolerable. En uno de sus últimos poemas antes de ser liberado, Faludy escribió:
¿Qué fue lo mejor que aprendí? Que después de que la necesidad abandonase mi cuerpo destrozado el amor no desapareció.
Susy1 se convirtió en una niebla ligera y plateada; resplandeciendo tenuemente frente a mis ojos incluso cuando los cerraba de dolor, cuando me roía el hambre, cuando me abandonaban los sentidos, el amor permanecía,
amor, el fuego eterno, ardiendo sin causar daño,
no fruto de un ardiente deseo,
ni de restos glandulares,
ni del jugo de los órganos sexuales,
Dante, no Boccaccio,
Apolo, no el mundo de los muertos.
Que Ziggy Freud ponga la cabeza a remojo.2