13
Daniel (No puedes quedarte sin su punto de vista sobre esta noche).
Dejar a Amelia en los brazos de Jasper Erkel ha estado a punto de matarme, pero era lo que tenía que hacer.
Es lo que tengo que hacer, me repito, mientras me obligo a seguir andando calle abajo en dirección al coche.
Es lo que tengo que hacer. En el limpiaparabrisas no había sólo la fotografía que se ha quedado Erkel, había dos más: una de Amelia entrando en el London Hospital mientras yo estaba en coma y otra de ella y yo besándonos en el jardín de la casa de Hartford.
Ninguna de esas fotografías ha sido elegida al azar.
Ese maldito hijo de puta me está mandando un mensaje y ya ha llegado el momento de que le responda. Llevo semanas preparándome, reuniendo información sobre mis padres y Jeffrey Bond, sobre el misterioso Vzalo y sus inversiones, las legales y las que no lo son tanto.
Sé cómo ponerme en contacto con él. En principio iba a ser cauto y esperar, pero ahora que ha amenazado directamente a Amelia, todo me da igual. Si cree que puede acercarse a mí lo bastante como para hacerle daño a ella, ahora verá que yo también sé cómo hacérselo a él.
Lo único que me preocupa es que Amelia esté a salvo y no puedo imaginarme un lugar más seguro que el hogar del inspector Erkel y el agente Miller. Con ellos dos estará bien y si algo va mal… si algo va mal, la ayudarán a recomponerse y Amelia saldrá adelante.
«Quieres que te mate. Te has rendido».
Esa acusación se acerca demasiado a lo que he sentido a lo largo de estos días, desde que Martin Bond resurgió de entre las cenizas. Sí, hay una parte de mí que siempre se sentirá culpable por haber sobrevivido a mi hermana Laura, pero ahora que me he obligado a recordar mi pasado, también me he visto obligado a asumir que era un niño. Mi hermana era mayor que yo y me protegió, hizo exactamente lo mismo que habría hecho yo de haber estado en su lugar.
Pero no lo estaba, sólo tenía once años.
Cuando llego a casa, veo que hay un coche patrulla aparcado en la esquina. Lo habrá mandado Erkel. En otras circunstancias me pondría furioso, pero esta noche tengo mucho que hacer y subo directamente a mi apartamento.
No me detengo demasiado, si caigo en la tentación de darme un poco de tiempo, llamaré a Amelia y volveré a pedirle que me entienda y que me perdone por haberle ocultado la verdad. Saco una maleta negra del armario y la lleno con lo imprescindible. La cierro y me dispongo a preparar mi primer mensaje para Martin.
Me dirijo a la caja fuerte que tengo instalada en el interior de un armario y, tras introducir la combinación, saco unas fotografías. Cuando sabes qué buscar, todo resulta más fácil y el gesto más inocente adquiere todo su sentido.
Son unas fotografías del día de la boda de mis padres, pero en la que cojo mi madre no está presente, mientras que mi padre está apoyado en una pared, charlando con su hermano, que le toca el brazo. Lo más interesante de esta fotografía es que mi padre lleva un anillo en la mano derecha, una especie de sello universitario que, curiosamente, es idéntico al que aparece en la mano de Vzalo en otra fotografía. Cojo la fotografía de éste y dibujo un círculo rojo alrededor de la mano con el anillo, después hago lo mismo con la fotografía del día de la boda y encima de esta segunda, escribo:
No vuelvas a acercarte a mí.
Guardo ambas fotografías en un sobre, cojo la maleta y me dispongo a abandonar el apartamento, pero antes me detengo un segundo y le escribo una nota a Amelia. La dejo encima de su almohada y en un gesto inconsciente acaricio la tela imaginándome que ella está allí.
No voy a contarle qué planes tengo, cuanto menos sepa, mejor. Seguro que insistiría en acompañarme y en estar a mi lado y entonces su vida volvería a correr peligro. Algo que evitaré a toda costa.
Me subo de nuevo al coche y conduzco rumbo a Hartford. El trayecto dura unas cuantas horas, así que dispongo de tiempo para pensar en los últimos flecos de mi plan. Quizá no debería hacerlo, a pesar de que llevo días investigando y reuniendo pruebas, todavía me falta mucha información. Son demasiadas las cosas que pueden salir mal. O sencillamente no salir. Tal vez no logre sacar a Vzalo de su escondite, quizá todo esto quede en nada.
No, de un modo u otro todo va a terminar y esta vez será para siempre.
Mi primera parada es el cementerio de Hartford.
Detengo el coche y bajo con el sobre en la mano. Me dirijo sin dudarlo a la tumba donde se supone que yace mi padre, ocupada en realidad por algún desconocido, y coloco el sobre encima de la lápida. Lo sujeto con una piedra y, tras asegurarme de que no saldrá volando, me voy de allí.
A ver cuánto tarda Martin en recibir el mensaje.
Vuelvo a meterme en el coche, lo pongo en marcha y emprendo mi viaje a Escocia. Allí visitaré a Natalia y luego iré a ver el maldito Eden Fall personalmente, y si tengo que derribar el maldito lugar para que Martin aparezca, lo haré. Porque a pesar de todo, a pesar de mi estúpido comportamiento de estas últimas semanas, a pesar de que me he ido y he dejado a Amelia bajo el cuidado y la protección de otro hombre, lo único que quiero es empezar el resto de mi vida con ella a mi lado.
Me detengo a descansar unas horas en un motel de la carretera. Duermo un poco, me ducho y prosigo viaje. He marcado el número de Amelia infinidad de veces en el teclado del móvil, pero ni una sola he llegado a presionar la tecla de llamada. Lo único que me permito es mandarle un breve mensaje al inspector Erkel comunicándole que me dirijo a Escocia y que no hace falta que sus hombres me sigan vigilando. Al final del mensaje, le pido que por favor siga cuidando de Amelia.
El tosco detective responde con un brevísimo «OK», pero por extraño que parezca, esas dos letras me parecen cargadas de significado y me tranquilizan. A media tarde, llego a mi segunda parada, la casa de Natalia Bond, mi abuela.
Aparco el coche al lado de unas jardineras y cuando salgo del vehículo el olor de las violetas me transporta de inmediato a mi infancia, a un dormitorio, el de Laura, donde siempre había un ramo de esas flores. En mis recuerdos veo a una mujer muy elegante llegar a casa, saludar a mi madre y evitar a mi padre y después acercarse a Laura y a mí con una sonrisa. Esa mujer aparece ahora, mucho más arrugada, frente a mí al abrir la puerta de su casa. Y es la misma que no impidió que sus dos únicos nietos quedasen en manos de un depravado.
Sale a recibirme y, aunque sigue siendo muy hermosa, ahora es sólo el espectro de la que yo recuerdo.
Se queda inmóvil en la puerta, le tiembla la mandíbula y se lleva una mano a la cara para ocultarlo. Si no estoy equivocado, ha cumplido ochenta y siete años; tiene un aspecto frágil, pero en su mirada brilla algo muy intenso.
Tardo unos segundos en reconocerlo: remordimientos.
—Daniel —susurra.
—Hola, Natalia, ¿puedo pasar?
Ella asiente y se aparta de la puerta. Lleva un elegante vestido negro y un collar de perlas. Su maquillaje consiste únicamente en un poco de carmín en los labios.
Oigo el clic de la puerta al cerrarse. Natalia se vuelve despacio y sus ojos me recorren de la cabeza a los pies.
Había preparado cientos de preguntas para hacerle, me la había imaginado como una figura fría y distante, calculadora incluso. Sin embargo, delante de mí hay una anciana llena de dolor, soledad y tormento.
—¿Por qué?
Es lo único que necesito saber.
—No lo sabía.
—No me mientas. Si me mientes, me iré de aquí y no volverás a verme —afirmo entre dientes.
—Es la verdad. —Camina hasta un sofá y se sienta en él apesadumbrada—. Y eso es lo peor de todo, Daniel. No tengo ninguna excusa. Nadie me amenazó con nada, Jeffrey no me manipuló, al menos no de manera directa, sencillamente, no lo sabía. —Hasta ahora ha mantenido la cabeza gacha, pero la levanta y me mira a los ojos—. Tendría que haberlo sabido.
—¿Cuándo te enteraste? ¿Cómo? —Me siento en una butaca frente a ella—. Yo nunca llegué a contártelo, pero recuerdo perfectamente el día en que viniste a verme a aquel psiquiátrico donde me encerró Jeffrey.
—Me echaste.
—No quería verte. ¿De qué me servían entonces tus remordimientos? Laura ya estaba muerta y a mí me faltaban unos meses para alcanzar la mayoría de edad. Lo único que quería era irme lejos de allí y olvidarme de todo eso.
—Y vengarte. Oh, no me mires así, Daniel. Te vi los ojos esa mañana, el sentimiento que te mantuvo cuerdo allí dentro y que te ha impulsado todos estos años ha sido tu deseo de venganza.
No lo niego.
—¿Cómo descubriste la verdad?
—Espera un momento, por favor.
Natalia se levanta y se acerca a un mueble del salón, abre un cajón y saca una pequeña y vieja libreta de cuero rojo. El corazón se me para al verla; a pesar de que no logro identificarla del todo, sé que la he visto antes.
Mi abuela acaricia la cubierta como si fuese un gesto integrado en su memoria y tras suspirar despacio se acerca a mí y me ofrece el cuaderno.
—Por Laura.
Al oír el nombre de mi hermana, una imagen cristaliza con nitidez en mi mente: Laura sentada en el suelo de la biblioteca, con ese cuaderno rojo en el regazo.
Lo cojo con el corazón en un puño.
—Su diario —digo con reverencia.
—Debió de mandármelo antes de suicidarse. —Se le quiebra la voz, pero no derrama ni una lágrima—. Tardé más días de la cuenta en recibirlo, porque Laura lo mandó aquí y yo estaba en Londres, intentando encontrar la manera de que Jeffrey no te encerrase en ese hospital. ¿Te hicieron daño?
—¿En el hospital? —le pregunto, sorprendido al detectar verdadera preocupación en su voz—. No, allí no. Por eso accedí a quedarme. Lo único que tuve que hacer fue mentir, decir que lamentaba haber acusado a mi tío de haber violado a Laura durante años y de haberla empujado al suicidio.
—Oh, Dios mío, Daniel, si le hubiese llevado este diario a la policía —susurra abatida de verdad al volver a sentarse.
—No habría servido de nada. Laura ya estaba muerta y Jeffrey habría encontrado la manera de negar todas las acusaciones. —Acaricio yo también el cuero rojo—. ¿Puedo quedármelo?
—Es tuyo —dice sin más—. ¿Qué vas a hacer ahora? Jeffrey ya está muerto y tú tienes la posibilidad de ser feliz. No la desperdicies viviendo en el pasado, odiando unos fantasmas.
—¿Es lo que has hecho tú?
Natalia traga saliva y le tiembla el labio inferior, pero cuando me contesta lo hace con suma dignidad.
—No es fácil olvidar que has criado a un monstruo, a dos en realidad. Por muy despreciable que fuese el comportamiento de Jeffrey, yo seguía viéndolo regalarme un ramito de flores por mi aniversario, o jugando a pelota en el jardín. Pero cuando recibí el diario de Laura, me enfrenté a él y él… —le cae la primera lágrima—, él me miró como si mi opinión no le importase lo más mínimo, como si yo no fuese nadie. Años más tarde, recibí unos papeles de un abogado de Londres comunicándome que declaraban nula su adopción. Legalmente dejó de ser mi hijo, supongo que en realidad nunca lo fue.
—¿Y Martin?
Natalia me mira verdaderamente confusa.
—Martin murió con tu madre en ese accidente de coche.
No voy a contarle que estoy convencido de que ése no es el caso. Todavía no.
—¿Qué es Eden Fall?
Ella se queda sin aliento un segundo y después lo suelta despacio. Gira la cara hacia la ventana que hay al fondo de la sala de estar y empieza a hablar:
—La finca que Jeffrey y Martin compraron juntos para reunirse a escondidas. En una ocasión los oí hablar de ella —recuerda casi para sí misma—, estaban diciendo que por fin habían encontrado su paraíso. Tu abuelo fue quien lo descubrió. Llegó un día, furioso, desencajado y con los ojos desorbitados. Se negó a contarme qué le había sucedido, pero unos días más tarde apareció Jeffrey, le dio un puñetazo y le dijo que si volvía a hacerles daño, lo mataría. Se gritaron, se insultaron, se pegaron. Jeffrey se fue de aquí con el labio ensangrentado y lo único que logré que me contase tu abuelo fue que lo había encontrado con Martin en una casa en Escocia y que los había dejado allí encerrados, diciéndoles que si tantas ganas tenían de estar juntos, podían estarlo para siempre.
—¿Has estado allí alguna vez?
—Una.
—¿Cuándo?
—¿De verdad quieres saberlo?
La miro a los ojos y asiento.
—Con tu madre, cuando se enteró de que estaba embarazada por segunda vez. Vino a verme desesperada, tu padre y ella habían discutido, él se había ido de casa y no lo encontraba por ninguna parte. La tranquilicé y le dije que no se preocupase, que seguro que Martin no tardaría en volver o en dar señales de vida. Pero pasaron los días y ninguna de las dos recibió ninguna noticia. Entonces, una mañana, ella me dijo que, en medio de la discusión, tu padre le había dicho que se iría a pensar al único lugar donde podía estar en paz. De inmediato pensé en Eden Fall y llevé a tu madre hasta allí. Tu abuelo había averiguado dónde estaba la casa y sabía cómo llegar.
—¿Qué pasó?
—Llegamos y tu padre no estaba solo. Jeffrey estaba con él. Tu madre ni siquiera llegó a hablarle, no habló con ninguno de los dos.
—¿No sucedió nada más?
—Jeffrey me sonrió y rodeó a Martin por la cintura delante de mí. No pareció sorprenderle lo más mínimo que nos hubiésemos presentado allí. Era como si nos estuviera esperando.
—Es lo más probable.
—Tu madre volvió a Hartford y cuando tú naciste y vi a tu padre a su lado, pensé que habían solucionado las cosas. En eso también me equivoqué.
—Tal vez las solucionaron, pero sólo durante un tiempo.
Nos quedamos un rato en silencio. Natalia mueve nerviosa los dedos en el regazo.
—Leí que habías tenido un accidente de coche y que estuviste en coma —empieza—. ¿Estás bien? ¿Te has recuperado?
—Sí, supongo que sí.
—También leí que tu prometida estaba a tu lado.
—Sí.
Mi abuela suspira de nuevo.
—Mira, Daniel, sé que crees que tendría que haberte salvado, y tienes razón. Tendría que haber hecho muchas cosas de otra manera, pero ahora sólo soy una anciana a la que le gustaría recuperar la única familia que le queda.
La miro y en sus ojos veo la soledad que hasta que conocí a Amelia era mi perenne compañera.
—Gracias por recibirme, Natalia —le digo, poniéndome en pie. Ella también se levanta y es evidente que se siente abatida—. Y gracias por darme el diario de Laura.
Asiente y se dirige hacia la puerta para despedirme.
—De nada, Daniel.
Me detengo antes de salir. La estoy culpando a ella de un error que yo mismo cometí. Si yo no hubiese visto a Jeffrey atacando a Laura cuando lo hice, tampoco habría descubierto la verdad. Mi hermana consiguió ocultarnos a todos lo que sucedía.
—Me quedaré unos días en Escocia para resolver unos asuntos —le digo de repente—. Tal vez podríamos cenar juntos mañana.
—Me encantaría, Daniel.
De nuevo en el coche, me dirijo al hotel donde he reservado habitación y una vez más lucho contra las ganas que tengo de llamar a Amelia y contarle lo que ha sucedido. Si estuviera a mi lado, sabría exactamente qué decir para tranquilizarme, cómo tocarme. Pero no está y no me reuniré con ella hasta que no quede ninguna amenaza contra nosotros.
El diario de Laura me pesa en el bolsillo, las pesadillas que contiene seguro empeorarán las mías, pero por la noche, cuando empiezo a leerlo sentado en la cama, recupero también algunos buenos recuerdos de mi hermana. Y siento que comparto parte de la carga que durante años llevó ella sola sobre sus hombros.
Lo último que leo antes de cerrar los ojos es:
Daniel será magnífico. Está a punto de cumplir dieciocho años, sólo faltan unos meses y entonces podremos irnos de aquí. Sí, Daniel será magnífico.
Mañana iré a Eden Fall.