CAPÍTULO 20
Jack estaba sentado enfrente de Steve. Para la gente que pasaba junto a ellos, no debían de ser más que dos viejos amigos charlando un rato antes de que uno de ellos saliera de viaje.
Casi nadie debió de notar que los dos guardias de seguridad que estaban detrás de Steve y el grupo de chicos duros que a su vez había detrás de ellos formaban parte de una guerra silenciosa que se estaba librando bajo tazas humeantes de plástico y pastas intactas en la cafetería de un aeropuerto.
- ¿Quiénes son esos de negro? -preguntó Carmichael con curiosidad, mirando por encima del hombro de Jack.
- Sólo son unas personas que quieren ver cómo subo a mi avión -dijo Jack, echándose hacia atrás y cogiendo la taza de café-. Debo decir que me sorprende verte aquí. ¿Desde cuándo te haces cargo personalmente del trabajo sucio?
- Desde que convertiste lo nuestro en algo personal. -Carmichael cruzó los brazos y enarcó una ceja-. Me has puesto en una situación muy incómoda, espero que lo entiendas.
- ¿Yo? -preguntó Jack, y bebió un sorbo de café amargo sin apenas saboreado. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no perder los nervios-. En mi opinión, te has metido en esto tú solito. Yo sólo estoy acabando lo que tú empezaste.
- Nunca has sido un estúpido, Jack. No empieces a serlo ahora.
- Lo mismo digo.
Por primera vez, al menos que él recordara, Steve apartó la vista de él, aunque trató de arreglado con una risilla.
- No tienes nada en mi contra.
- Yo puedo decir lo mismo de ti.
- No del todo. Me robaste mi preciada cajita, y puedo demostrarlo.
- Me gustaría ver cómo se lo cuentas a un juez -dijo Jack, que esbozó una sonrisa y se inclinó hacia Steve-. Es algo que no puedes permitirte. La única razón por la que estás aquí es hacer un último esfuerzo para obligarme a aceptar tus planes, pero eso no va a suceder. Voy a embarcar dentro de unos minutos y tú no vas a hacer nada.
- ¿Tan seguro estás? -preguntó Carmichael, furioso y al mismo tiempo sorprendido por la actitud de Jack.
- Nunca he estado más seguro en mi vida -mintió.
- ¿Qué pretendes, Jack? Los robos, la jota de picas… muy inteligente, por cierto. Siempre he admirado tu optimismo, tu inagotable buen humor.
Jack hizo caso omiso de aquel último comentario.
- Recuperar el control de mi trabajo -dijo-, sólo eso. Quizá no pueda evitar que sigas saqueando, pero ten por seguro que sí puedo hacer que nunca más te sirvas de mí o de Tikukul. Éste es mi juego, y voy a desenmascararte.
- No puedes; no sin descubrirte a ti mismo. La primera regla de supervivencia, amigo mío, es no quedar nunca arrinconado.
- No me llames amigo -le espetó Jack con frialdad, alegrándose al ver la expresión de asombro en el rostro de Steve-. Y si tengo que reconocer que soy un ladrón para acabar contigo, lo haré.
Vacilante, Steve negó con la cabeza.
- No tienes agallas -dijo.
- Te equivocas de nuevo. -Aunque tuviera que ir a la cárcel, Jack estaba dispuesto a hacerlo, si así conseguía que Carmichael dejase de saquear. Añadió en un susurro-: Ya que he llegado hasta aquí, quiero ver cómo acaba todo. Tal vez no pueda evitar las consecuencias, pero estoy seguro de que la gente sentirá simpatía por mí y que nunca pisaré la cárcel. Te detendré y protegeré lo que es mío.
Steve miró por encima del hombro de Jack y algo le hizo sonreír.
- Te olvidas de una cosa -dijo-. Soy una persona influyente y tengo muchos amigos en las altas esferas. Yo te creé, Jack, y puedo destruirte. A ti y a los que quieres.
En el momento en que Jack dejó la taza en la mesa una voz femenina dijo:
- El Jack que usted creó es ahora un personaje público. Para acabar con él, tendrá que hacerlo de puertas afuera. Sin embargo, tengo la sensación de que no querrá usted arriesgarse, señor Carmichael.
- Vaya, vaya -dijo Steve, como si algo le hiciera gracia-. Parece que ha llegado un equipaje de última hora. Creo que es tuyo, Jack.
Jack sintió un nudo en el estómago. Se volvió y se encontró con Diana. Hubiera preferido poner otra cara, pero lo cierto era que estaba contentísimo de verla, a pesar de que ella parecía estar realmente enfadada. El color de sus mejillas era casi el mismo que el de la camisa que llevaba puesta. Estaba preciosa.
Junto a ella estaba su amigo el policía, que tenía la mano en la cintura, puesta de tal forma que se le viera la placa y el arma de servicio. Lucía una corbata con pequeñas Betty Boop estampadas en ella, lo cual, junto con el grupo de seudovampiros que tenían detrás, le daba un toque surrealista a la escena.
Ni en sus fantasías más descabelladas podría habérsele ocurrido un escenario tan extraño para su enfrentamiento final con Steve.
- ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó Jack finalmente.
- Se llama trabajo en equipo, Jack, un concepto con el que tú y yo estamos un poco reñidos -dijo Diana, y dirigiéndose a Steve agregó con frialdad-: ¿Le importa que el detective Halloran y yo nos sumemos a la conversación, señor Carmichael?
- Por favor -dijo éste, haciendo un gesto de bienvenida y mirando a los dos guardias de seguridad, que obviamente estaban esperando órdenes.
No habían podido detener a Jack en el control de seguridad, pero todavía podían hacerlo antes de que embarcara, con la excusa de revisar su equipaje. Aún no estaba a salvo, y no lo estaría hasta que se encontrara en el asiento de su avión rumbo a Atlanta.
De pronto se oyó por el sistema de megafonía:
«Atención, por favor. Se ruega a los pasajeros del vuelo de Delta Airlines 788 que embarquen por la puerta 3-D.»
Era el vuelo de Jack. El tiempo se agotaba.
Diana estaba sentada a su derecha y el poli a su izquierda. La caravana vampírica se acercó a ellos. Tyler abrazaba a Iris, mientras que Luna estaba entre Mike y Dawayne. Toda la gente que había en la cafetería los miraba con recelo.
- ¿Cuánto tiempo lleváis aquí detrás? -inquirió Jack.
- Hemos escuchado lo suficiente para saber de qué va todo esto -respondió el poli rubio con su habitual desparpajo. A pesar de la corbata que llevaba y de su actitud despreocupada, su mirada era fría e irradiaba violencia.
Jack contuvo una nueva ola de rabia. Steve estaba tan seguro de hallarse por encima de la ley que lo había amenazado aun con un poli al lado.
- Aquí hay demasiada gente -le dijo Jack a Steve-. Un poli, una investigadora privada y todos estos chicos. Cualquier cosa que hagas será presenciada por ellos.
Como si estuviera siguiéndole el juego, Luna y sus amigos se acercaron un poco más. La joven incluso apoyó una mano sobre el hombro de Jack y otra sobre el de Diana. Jack vio de reojo el esmalte negro de sus uñas. Por su parte, Iris avanzó lánguidamente hacia Steve y comenzó a arañar la mesa con sus uñas pintadas de rojo.
De inmediato el guardia de seguridad de mayor edad se interpuso entre ellos.
- ¿Señor? -dijo, con tono grave.
Steve observó las caras de la gente que había detrás de Jack. No sonreía, pero tampoco parecía preocupado. Estaba demasiado acostumbrado a hacer y tener lo que quería, sin considerar que hiciese mal alguno.
- No pasa nada -dijo.
El guardia retrocedió sin rechistar, pero Jack captó la mirada de alerta que le lanzó a su compañero.
Iris sonrió, cogió un pedazo del bollo de Steve y se lo llevó a la boca.
- Está seco -dijo contrariada-. Terriblemente seco.
Steve la miró con sorna y luego la ignoró.
Halloran corrió su silla hacia atrás, presumiblemente para tener espacio para reaccionar si la cosa se ponía fea. Aunque Jack advertía esos detalles, seguía pendiente de Diana, que no podía disimular la tensión y la preocupación que sentía.
- Me ha decepcionado, señorita Belmaine -dijo Steve sin levantar la voz-. Creí que había contratado a alguien pragmático, pero veo que es usted una loca enamoradiza. En fin, supongo que no puedo culpada. Jack tiene el don de meterse en la cama de las mujeres más listas. Esta vez, sin embargo, ha batido su propio récord.
Jack no aguantó más y se abalanzó sobre Carmichael, pero Diana, Halloran y Luna lo detuvieron a tiempo.
- Jack, siéntate -ordenó Diana con firmeza, poniéndole una mano en el pecho, y dirigiéndose a Steve añadió con voz queda-: La parte pragmática de esta loca enamoradiza sabe que llevarlo a usted a juicio no tiene sentido, ya que seguramente se limitaría a pagar una multa y a realizar unas horas de servicio a la comunidad. Pero se acabó, Carmichael. Su fuente de suministros está agotada, y va a dejar que Jack suba a ese avión.
- No soy yo el que actúa con violencia -repuso Carmichael, mirando a Jack-. Este hombre es una amenaza. Debe ser detenido, así que supongo que dejarlo marchar no es una opción.
- Pues yo creo que sí -dijo Diana, volviéndose hacia Bobby-. Le presento al detective Halloran. Es un poli honesto, pero… -Hizo una pausa para enfatizar sus palabras-. Verá, también es un genio cuando se trata de romper reglas.
- ¿Me están amenazando? -preguntó Carmichael al cabo de unos segundos.
- En absoluto -intervino Bobby-. Yo no. Yo estoy aquí para servir y proteger, pero cuando se trata de esta encantadora señorita, no tengo mucho control sobre sus actos. Y es un tanto temperamental, ¿sabe?
Jack no podía creer que todas aquellas personas estuvieran allí para ayudarlo. Eran unos desconocidos que habían acudido sólo porque Diana se lo había pedido, porque era lo correcto.
Sin duda su actitud le sería de gran ayuda para recuperar su fe en la gente, para volver a creer que todavía imperaba la confianza y la integridad, incluso en aquellos chicos con pinta de punkis.
- Yo tampoco estoy amenazándolo. Sólo le estoy explicando la situación -dijo Diana, sonriendo-. Mire, conozco a un par de reporteros de un diario de Nueva Orleans que estarían interesadísimos en su historia, señor Carmichael. Imagínese toda esa atención centrada en usted, en cada paso que diese, día tras día, semana tras semana, mes tras mes.
Jack se volvió hacia Diana, impresionado por la fiereza de su voz.
Dios, la amaba y la admiraba.
«Se recuerda a los pasajeros del vuelo de Delta Airlines 788 que embarquen…», volvió a anunciar una voz por megafonía.
- Ése es mi avión. -Jack se puso de pie, seguido de Diana. Miró a Steve-. Si vas a hacer algo, será mejor que lo hagas ahora. Tengo prisa.
Steve se volvió hacia los dos guardias de seguridad. Bobby se levantó lentamente y les lanzó una mirada de advertencia. Luego dijo:
- Ya no sois necesarios, chicos. Podéis marcharos.
A los matones de Steve no les gustó que los llamara «chicos».
- Yo no sigo sus órdenes -dijo el guardia más joven, avanzando con actitud amenazadora.
- ¡Genial, una pelea! -exclamó Dawayne-. Me vendrá bien un poco de acción.
Diana cogió al chico del brazo.
- Como lances el primer puñetazo, lo lamentarás -le advirtió.
Dawayne se volvió hacia ella, ofendido, y la miró de arriba abajo. Por su expresión, no debía de sentirse demasiado impresionado.
- ¿Y si él golpea primero?
- Entonces haz lo que te plazca, pero no empieces tú.
Jack se mantuvo inmóvil, no estaba acostumbrado a que otros le quitaran las castañas del fuego.
- ¿Señor Carmichael? -preguntó el otro guardia, sudoroso y pálido-. ¿Qué quiere que hagamos, señor? ¿Quiere que detengamos al doctor Austin?
- Tocadme y lo lamentaréis -dijo Jack, impertérrito-. ¿Qué va a ser, Steve? Me estoy cansando.
- ¿No es ése Steve Carmichael? -dijo alguien desde una mesa cercana-. Me pregunto qué…
Steve echó un vistazo a la mesa en cuestión, tratando de controlar la rabia. Luego se volvió hacia los guardias.
- Tranquilos -dijo-. Podéis marcharos.
- Pero…
- He dicho que os larguéis -insistió Steve, esforzándose por sonreír.
Los guardias obedecieron a regañadientes y, como último acto de chulería, el más joven pasó entre Dawayne y Mike, apartándolos con los hombros…
Mike, visiblemente nervioso, hizo ademán de ir tras él, pero Luna lo asió del abrigo.
Se produjo un silencio sepulcral. Steve miró a Diana y luego a Bobby. Finalmente se dirigió a Jack.
- ¿Qué quieres de mí? -le preguntó sin más, pensando que sólo le interesaba la manera de cerrarle la boca.
Jack sintió un gran alivio. Había ganado. Incluso si al final no había consecuencias legales ni estallaba un escándalo público por lo que Steve había hecho, le había golpeado donde más le dolía, en su orgullo y su ego, y eso era más que suficiente para él.
- Vas a seguir financiándome -contestó Jack-. Hasta que consiga un nuevo patrocinador, lo cual no debería ser muy difícil, teniendo en cuenta la buena prensa que has hecho de mí. -Steve asintió de forma breve y tensa-. También quiero control total sobre mis excavaciones, y eso incluye contratar a mis propios trabajadores. Nada, y quiero decir nada, volverá a desaparecer. Con que se pierda un solo añico de un jarrón, mandaré una carta a los periódicos.
Steve volvió a asentir.
- ¿Algo más? -preguntó.
- Sí, otra cosa -dijo Jack, colocando los puños sobre la mesa-. Quiero que me devuelvas mi máscara, hijo de puta.
Diana se quedó atónita. Ahora lo entendía todo.
- La máscara que había en la galería. Dios mío -murmuró-. ¿Era la del rey de Tikukul?
Jack asintió, tratando de mantener la calma.
- Era el único objeto que no podía recuperar. La galería estaba más allá de mis posibilidades.
- Una máscara -dijo Bobby, dirigiéndose a Steve-, y que no le pertenece. Vaya, vaya. Creo que va a tener que hacer un generoso donativo al gobierno de Guatemala.
Iris se apoyó en la mesa, al otro lado de Steve, y lo miró a la cara. Él se echó hacia atrás.
- Tiene muy mal aura -sentenció la chica-. Pero este policía está en lo cierto. Debe transigir o enfrentarse a la ruina total. Así está escrito; que así sea.
Reprimiendo una sonrisa, Jack miró a Diana, que trataba de mantenerse impertérrita.
Bobby le dio un golpecito a Steve en el hombro.
- Levántese -le dijo-. Usted y yo daremos un paseo hasta su galería y echaremos un vistazo a esa máscara… y a cualquier cosa que me llame la atención.
- No pienso…
- No quiere ir allí, ¿verdad? -Bobby levantó la mano y, sorprendentemente, Steve guardó silencio-. Y supongo que tampoco quiere hacerse a la idea de que a partir de ahora vigilaré de cerca las operaciones de esa galería. Si es inteligente, hará lo que yo le diga.
- Bien dicho -murmuró Diana, sonriendo.
Steve apretó los labios, se puso de pie y miró a Jack con acritud.
- Vamos, señor Carmichael.
Steve y Bobby echaron a andar y pronto se perdieron entre la multitud.
- Eso sí que ha sido divertido -dijo Diana al cabo de un instante, mirando a Jack-. Supongo que ya puedo despedirme de mis honorarios.
- Sí, no creo que vaya a pagarte -convino Jack, que la cogió por los hombros-. ¿Son imaginaciones mías o acabas de salvarme el pellejo?
- Eso parece, ¿no?
«Última llamada para el vuelo de Delta Airlines 788 con destino Atlanta», se anunció por megafonía.
Maldición. Jack necesitaba unos minutos más para arreglar las cosas con Diana, no podía marcharse sin hacerlo.
Ella seguía sonriendo, pero a Jack no le pasó por alto la mezcla de emoción, excitación, preocupación y enojo que reflejaba su mirada. Diana abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera hacerlo, Jack se acercó a ella y la besó apasionadamente, hasta que tuvieron que separarse para tomar aire. Alguien silbó detrás de ellos y Luna exclamó:
- ¡Hurra!
- Creo que tienes que coger un avión -dijo Diana con voz temblorosa.
De repente, a Jack se le ocurrió una idea un tanto alocada, cierto, pero ¿qué idea suya no lo era?
- Será mejor que nos demos prisa -dijo-. ¿Todavía llevas tu pasaporte encima?
- Sí -respondió Diana, sorprendida.
- Perfecto. Ven a El Cairo conmigo.
Diana se quedó boquiabierta.
- Jack, no puedo hacer eso -dijo, meneando la cabeza.
- ¿Por qué? ¿Acaso tienes un plan mejor del que no me has hablado? Estaremos de vuelta dentro de unos días, el jueves por la noche.
- Dios, ¿lo dices en serio? Pero… tengo que redactar varios informes y…
- Yo me ocupo de todo, jefa -intervino Luna con tono alegre, lo cual contrastaba con la ropa y el maquillaje oscuro-. Si me prometes que a la vuelta me contarás todos los detalles, claro.
Diana no salía de su asombro.
- Pero si no llevo más que lo puesto. Además, necesito un visado.
- Tenemos varias horas de espera en Atlanta. Podemos coger un taxi e ir de compras. Y, en cuanto al visado, puedes tramitarlo al llegar a El Cairo. Yo ya lo he hecho alguna vez. -Completamente fascinado por la expresión de sorpresa en el rostro de Diana, añadió-: Venga, Diana. Tenemos un par de cosas pendientes.
- Por no mencionar que me debes una disculpa -le recordó ella, torciendo el gesto.
- Teniendo en cuenta lo que se tarda en llegar a Egipto, tendremos tiempo más que suficiente para hablar de eso, y para besarnos y hacer las paces. -Jack la miró fijamente, sonriendo. Había algo en el hecho de que Diana llevara puesta una de sus camisas que lo excitaba sobremanera-. ¿Te he dicho ya lo sexy que estás con esa camisa?
- Jack, por favor. Aquí no -dijo ella, ruborizándose-. Vale. Parece que no tengo que hacer nada que no pueda esperar unos días. Además, pensándolo bien, hace tiempo que no me tomo unas vacaciones. -Se volvió hacia Luna-. Gracias, te debo una.
- Con los detalles más jugosos bastará -dijo la secretaria, viendo cómo Jack cogía a su jefa de la mano y la atraía hacia él-. Y si no, un aumento de sueldo tampoco estaría mal. ¡Adiós y que os divirtáis!
Jack y Diana echaron a correr hacia una fila de taquillas. Se detuvieron frente a una, Jack sacó la llave, abrió la puerta y extrajo un bolso de pequeño tamaño.
Diana suspiró.
- Así que la tenías aquí.
- Desde la semana pasada -dijo Jack-. Dentro de una caja envuelta con papel de regalo, con un gran lazo amarillo y una nota adjunta para la tía Lucy.
- ¿Quién es la tía Lucy?
- No tengo ni idea.
Cogió el bolso con una mano, la mano de Diana con la otra y echaron a correr de nuevo.
- Dios, Jack -dijo Diana, entre jadeos-, ¡no puedo creer que esté haciendo esto!
El tipo que expedía los billetes tampoco daba crédito, y se mostró contrariado por tener que emitir un billete a última hora.
Mientras esperaban, Jack se fijó en su mano y en la de Diana, juntas, y cuando volvió a levantar la mirada, se percató de que ella lo observaba con una sonrisa en los labios.
- Eres un romántico, Jack -murmuró Diana-. ¿Lo sabías?
- No tan alto, por favor. Es un secreto -bromeó él, llevándose el dedo índice a los labios.
- No creo que sea ningún secreto para cualquiera que te conozca un poco -le dijo Diana, dándole un golpecito con el codo-. Jack, tendrías que haber confiado en mí cuando dije que quería protegerte.
- Lo sé y lo siento. Quería que estuvieras segura. De camino al aeropuerto me di cuenta de que había sido un idiota, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Además, estoy acostumbrado a no depender de nadie más que de mí. Esto de trabajar en equipo… Bueno, tienes razón, no me resulta nada fácil. Pero no te preocupes, acabaré acostumbrándome.
De repente, a Diana se le humedecieron los ojos y Jack hizo una mueca.
- Dios mío, espero que sean de las buenas.
Diana rió y se sorbió la nariz.
- Claro que lo son -susurró.
- Perdóneme -dijo en ese momento el hombre del mostrador-. Aquí tiene su billete, señorita. Ya pueden embarcar, y rápido, por favor. Voy a cerrar la puerta dentro de un minuto.
Cuando Diana cogió el billete, Jack le puso una mano sobre la cintura y la condujo al avión.
Justo antes de embarcar, Diana se detuvo y besó a Jack rápidamente.
- ¿A qué viene eso? -preguntó él por encima del ruido de los motores.
- Para el chico que me ha robado el corazón. Y lo mejor de todo es que nunca tendrás que devolvérmelo.
- Me alegro, porque no pensaba hacerlo -dijo Jack, besándola y pensando en las múltiples maneras en que podían pasar las secas y calurosas horas en El Cairo-. Lo que te dije anoche iba en serio, ¿sabes? A partir de ahora, para mí eres la única mujer del mundo, y yo soy tu único hombre.
Diana suspiró y se apoyó en él, apretando los pechos contra el brazo de Jack.
- Me encanta que me digas esas cosas. Vamos a pasarlo de miedo.
- Ahora y siempre, te lo prometo. -Bajo la atenta y curiosa mirada de la tripulación, Jack cogió a Diana de la mano, entró en el avión con ella a su lado y esbozó una sonrisa-. Que empiece la diversión.