CAPÍTULO 13

- Me alegro de que haya podido venir -dijo Steven Carmichael, invitando a Diana a sentarse en la silla de cuero rojo-. Sé que le he avisado con poca antelación.

Carmichael llevaba puesto un traje de color gris claro confeccionado especialmente para acentuar la anchura de sus hombros y la musculatura de su cuerpo, y Diana no pudo sino desear llegar a los sesenta con la mitad de buen aspecto que él.

Siguiendo la mirada de Diana, Carmichael esbozó una sonrisa y se tocó la chaqueta con espontaneidad.

- Tenía que reunirme con un grupo de inversores y con el alcalde, y todo esto antes del mediodía. Por suerte, he podido escapar pronto y venir a distraerme un poco a mi galería.

Ella le devolvió la sonrisa, en parte porque no dejaba de ser cierto que el hombre realmente disfrutaba estando allí. Por lo menos, Carmichael no mentía en eso.

- Trabajo para usted, señor Carmichael -dijo Diana amablemente, cruzándose de piernas. Como de costumbre, el hombre no se sentó tras su escritorio hasta que Diana hubo tomado asiento-. Estoy más que encantada de verle siempre que usted lo necesite.

Diana lucía una falda nueva de color berenjena, junto con una camiseta de seda de manga corta, estampada con un patrón de formas abstractas en vibrantes tonos dorados y violetas. En una concesión al calor, se había recogido el cabello en un moño.

Tenía las palmas de las manos húmedas y el corazón le latía con fuerza, lo que la hacía sentirse algo nerviosa. No es que tuviera miedo, más bien se trataba de que estaba demasiado atenta a lo que pudiera suceder y, al mismo tiempo, trataba de actuar con naturalidad,

- Aunque le agradezco que me informe periódicamente de los progresos de la investigación, creo que es una buena idea que de vez en cuando hablemos personalmente, ¿no le parece? -Diana asintió y Carmichael añadió-: Soy todo oídos, señorita Belmaine.

Aquélla iba a ser la parte fácil. Diana se había pasado la mañana preparando respuestas, previendo las preguntas de Carmichael y estudiando cómo tomar ventaja sobre su cliente.

- Cuando me contratan para investigar un robo, lo primero que hago es buscar un motivo para el mismo -dijo, apoyando la espalda en el respaldo y las manos sobre el regazo. Trató de adoptar un aire profesional y sereno-. Por lo general, la actividad criminal puede clasificarse, incluso predecirse, dependiendo de la situación y de los hechos.

Carmichael, interesándose, enarcó una ceja.

- No puedo evitar pensar que su trabajo es mucho más fascinante que el mío. Yo me paso el día detrás de un escritorio. Envidio el carácter aventurero de lo que usted hace.

- No cabe duda de que mi trabajo tiene sus momentos -admitió Diana, dejando que Carmichael se contagiase del falso romanticismo de ser detective privado, sin mencionar las horas que ella se pasaba tras su propio escritorio, o en las bibliotecas y los ayuntamientos-. Trato de dar con el móvil, lo cual, en el caso que nos ocupa, suele ser el beneficio personal. Sin embargo, a veces el ladrón actúa por un impulso de locura. Normalmente, cuando el objetivo es económico, se pretende estafar a la compañía de seguros, o bien revender lo robado en el mercado negro. Puesto que usted no tenía asegurada la cajita ni el contenido de ésta, cosa que ya he comprobado, la estafa queda descartada.

Carmichael sonrió. Sin duda la situación le divertía.

- Sabía que lo investigaría -dijo.

- Por supuesto -respondió Diana, nada sorprendida por la reacción de Carmichael, casi infantil. Para la gente poderosa, controlar las consecuencias de sus actos no era más que un juego-. También cabe la posibilidad de que haya asegurado el objeto con otra compañía, cosa de la que usted se hubiera acordado o que su abogado hubiera descubierto en algún momento. Sin embargo, tengo razones para creer que no es así.

Carmichael se reclinó en la silla, cruzándose de piernas y brazos, sin dejar de sonreír en ningún momento.

- Y aparte de descartarme como sospechoso, ¿qué otra cosa ha descubierto?

Diana volvió a sentir aquella excitación tan familiar, volvía a cazar.

- Bastantes cosas, de hecho. Puedo descartar que se trate de un robo por un impulso de locura, pero no de un crimen oportunista. Poca gente estaba al tanto de que usted poseía la cajita de Nefertiti, pero no era del todo secreto. Como suele decirse, las noticias vuelan. Diría que el ladrón era alguien cercano a usted, que conocía sus costumbres y esta galería -añadió Diana, inclinándose-. El asunto es que, quien comete un delito de esta naturaleza, pretende hacerse rico rápidamente, y ahí es cuando surgen los problemas.

- Espere un momento. Usted es eficiente en esta clase de cosas, ¿Verdad?

Aquel comentario la molestó, pero se mantuvo impertérrita.

- Usted ya lo sabe. Me investigó a conciencia antes de llamarme aquella primera vez.

- Tiene una… reputación singular, señorita Belmaine.

Por lo menos, Carmichael la respetaba lo suficiente como para no negar que se había informado acerca de ella. Diana sonrió evitando pasarse la palma de las manos, húmedas, por la brillante seda de la falda.

- Lo tomaré como un cumplido.

- No pretendía ser otra cosa -dijo Carmichael, y de pronto todo en él, la postura, el tono de voz y la expresión, adquirió una benevolente indulgencia-. Admiro su tenacidad. Después de aquel escándalo y de su pérdida de credibilidad, habría sido mucho más fácil abandonar que volver a la acción.

A Diana la sacaba de quicio la arrogancia de Carmichael. Ansiaba obligarlo a que se mostrase tal como era.

- Muy bien. Sigamos por donde íbamos -agregó Diana, cruzando las piernas con elegancia y advirtiendo que Carmichael bajaba la vista al hacerlo-. En los robos de antigüedades los objetos robados tienen un valor, a pesar de que no cuenten con la documentación pertinente. Una vasija griega de color negro siempre será una vasija griega de color negro; es un estilo de vasija fácilmente reconocible. Lo mismo ocurre con un bronce etrusco, con una vasija copta egipcia, etcétera. Su caja de alabastro tiene valor porque está inscrita con el nombre de Nefertiti. Lo mismo puede decirse de la estatuilla de Akhenaton. Sin embargo, el valor de ambas piezas se ve aumentado debido al mechón de pelo. Ésa es la pieza que de verdad no tiene precio ya que, a diferencia de una cajita o una estatuilla de oro, el ADN no puede falsificarse.

Carmichael sonrió, mirando a Diana con admiración. Ella se dio cuenta de que la encontraba atractiva, lo cual le provocó una mezcla de rabia y arrepentimiento.

- En otras palabras -prosiguió Diana-, si un coleccionista se muere de ganas de poseer un mechón del cabello de Nefertiti, no puede probar que ese mechón perteneció a ella sin realizar ciertos análisis científicos, muy técnicos y caros.

- Ah -dijo Carmichael-. Ya veo adónde quiere llegar.

- Exacto. Pocos coleccionistas, incluso aquellos que compran a través de canales éticamente discutibles, están dispuestos a pagar semejante suma de dinero por algo que no puede ser autentificado

Carmichael se mostró inalterable ante las insinuaciones de Diana, aunque ella tampoco esperaba que su cliente se lo pusiera tan fácil.

- Los documentos de procedencia se falsifican a menudo, pero incluso los coleccionistas sin escrúpulos tienen sentido común. De vez en cuando, alguno se deja engañar por falsificaciones afortunadas. Sin embargo, la única manera que tendría un coleccionista de probar que un mechón de pelo perteneció a un familiar de Turankamón sería mediante un análisis de ADN. Para ello debería conseguir material genético de las momias reales, y le aseguro que las autoridades del museo de El Cairo no cooperarían. Reclamarían que les fuese devuelta la cajita y su contenido, emprenderían acciones legales… la prensa se daría un verdadero festín.

Carmichael permanecía inexpresivo. Diana se preguntó, inquieta, si era posible que no se sintiera amenazado ante el hecho de que se supiera que él poseía la cajita. Sin embargo, Edward Jones, su abogado, le había pedido desde el principio que fuera discreta, puesto que Carmichael quería evitar la publicidad.

De nuevo, la reacción de alguien tan implacable en los negocios no sería fácil de interpretar. Diana no sacó nada en claro, salvo el hecho de que Carmichael estaba estudiándola tan de cerca como ella a él.

- ¿Insinúa que el ladrón no tiene intención de vender mi cajita?

- Ésa es mi opinión.

- No sé por qué alguien se metería en semejante embrollo si no pretende venderla.

- Es posible que el ladrón lo considere simplemente un robo de prestigio, y que el único fin del mismo sea poseer la cajita. Sin embargo, tampoco creo que sea el caso. El ladrón le dejó un naipe como carta de presentación, probablemente con la esperanza de que usted entendería el porqué de ese gesto. Este robo estaba dirigido personalmente a usted.

- ¿A mí? ¿Por qué?

Carmichael parecía verdaderamente sorprendido, cosa que Diana no esperaba que sucediese. Había supuesto que, al decirle aquello, Su cliente se pondría nervioso.

- Eso es algo que espero que usted me ayude a comprender, señor Carmichael. ¿Cree que este robo y el del cargamento maya pueden estar relacionados?

Carmichael miró a Diana con aire reflexivo.

- No he pensado mucho en ello.

- ¿Es eso un sí o un no?

- No -dijo al fin, frunciendo el entrecejo y entornando los ojos.

Obviamente, estaba más acostumbrado a hacer preguntas que a responderlas.

- Ha habido una serie de robos durante los últimos dieciocho meses, todos relacionados con piezas mayas. La policía no tiene pistas ni sospechosos, y ninguno de los objetos robados ha aparecido todavía. En uno de los robos se llevaron piezas procedentes de una venta orquestada por su abogado, Edward Jones.

- Sí, ya lo sé. La policía nos interrogó a Ed y a mí, y nos dieron a entender que no era más que una coincidencia, que tenía el aspecto de ser un robo relacionado con la droga.

- Si se mira como un hecho aislado, sí; pero si se conecta con los otros robos, surge un patrón. Con la excepción de la cajita de Nefertiti. Admito que me intrigaría, de no ser que, como sospecho, se trate de algo personal.

Carmichael ladeó la cabeza. Interpretaba el papel de potentado a la perfección: conseguía parecer perplejo pero siempre guardando las formas, como alguien que está por encima de todo.

- Hasta donde yo sé, nada de lo que he subastado o vendido, en privado o a través de la galería, ha sido robado después de la venta, salvo la cerámica fúnebre de Jim y Nikki Cluny.

Cerámica fúnebre… En la lista que le había proporcionado Bobby, sólo figuraba como cerámica. Por otra parte, en el último robo, perpetrado en Nueva Orleans, se habían llevado joyas fúnebres, No había duda de que se estaba siguiendo un patrón.

Era el momento de ir más allá, pero con sutileza.

- Señor Carmichael, ¿tiene idea de quién puede haberle dejado la jota de picas?

- Pues no, la verdad. Y tampoco veo por qué tendría que saberlo. Si, como usted dice, ha habido otros robos similares, ¿por qué esa carta debería tener más significados para mí que para cualquier otra de las víctimas?

- Es una buena pregunta -dijo Diana, que incluso esbozó una sonrisa. Realmente era una buena cuestión. El hombre pensaba rápido-. Podría ser porque tres de los robos pueden relacionarse directamente con usted. En los otros se llevaron piezas que podrían o no haber estado en su poder en un momento determinado, cosa fácilmente demostrable.

- ¿Está usted insinuando que alguien quiere vengarse de mí? ¿Que desea molestarme o desacreditarme?

Diana se inclinó ligeramente.

- Tal vez. ¿Qué opina usted de eso?

- Creo que es posible. Los hombres como yo hacemos un montón de enemigos con el paso del tiempo, señorita Belmaine.

- ¿Alguno reciente? ¿Algún conocido o familiar? ¿Amigos?

- No.

Carmichael respondió sin dudarlo, aunque debía de saber que ella se refería a Jack. Estaba mintiendo, sólo que mentía mejor que la mayoría de la gente.

¿Hasta qué punto tenía que insinuar que Jack estaba involucrado? El instinto le decía, alto y claro, que todavía no era el momento de ser tan directa.

Diana guardó silencio unos segundos y luego sonrió.

- Esta charla me ha sido de gran ayuda, señor Carmichael. Antes de que me vaya, ¿desea hacerme alguna pregunta más?

Carmichael devolvió la sonrisa e inquirió:

- ¿Está muy cerca de recuperar mi cajita?

- Mucho -respondió Diana.

- ¿Cuánto?

- Tengo que atar algunos cabos sueltos y comprobar un par de pistas. Hasta que no verifique algún hecho crucial, no puedo darle nombres de sospechosos. Podría estar equivocada, y queremos evitar encontrarnos con abogados irritados. Seguro que comprende mi posición.

- Por supuesto -dijo Carmichael, dudando tan brevemente que Diana no se hubiera percatado de ello si no hubiera estado esperando que sucediese en algún momento-. Sé que no me defraudará, señorita Belmaine. Es usted una mujer brillante.

Diana se puso de pie, percibiendo algo más que un simple halago en las palabras de su cliente. Quizás otra sutil advertencia.

- Gracias por su tiempo y su paciencia. Le mantendré informado de cualquier novedad -dijo Diana, dirigiéndose a la puerta.

Carmichael, tan caballeroso como de costumbre, se apresuró a abrirla antes de que ella llegara. De repente, Diana se detuvo en seco y chasqueó los dedos, como si hubiera recordado algo.

- Espere, por favor. Me gustaría preguntarle algo más.

Carmichael obedeció. Su rostro adquirió una expresión amablemente inquisitiva. Olía de maravilla, e incluso estando de pie, inmóvil, irradiaba una especie de poder que dejó a Diana algo desconcertada.

- El detective al que contrató cuando lo del cargamento maya… Danny Palmer, lo conozco -dijo Diana-. Es un buen investigador. Suele llevar casos relacionados con accidentes laborales y compañías de seguros, pero no tiene demasiada experiencia en antigüedades. -Desvió la mirada, tratando de parecer convincentemente molesta-. Supongo que no es más que mi orgullo profesional, pero no puedo dejar de preguntarme por qué lo contrató a él, conociendo como conocía mi reputación en este campo.

- Bueno, pero la he contratado ahora -se excusó Carmichael con desdén mientras abría la puerta.

Por un instante, sus miradas se encontraron, y Diana supo que él había captado lo que ella le estaba preguntando realmente. Tal vez se le había ido la mano.

- Bien, supongo que mi ego tendrá que asimilarlo.

- Puede pasamos a todos -dijo Carmichael, poniéndole la mano sobre el hombro mientras la acompañaba por las escaleras-. Vaya, mi próxima cita ya está aquí. Por una vez llega temprano. Lo marcaré en el calendario, es la primera vez que sucede.

Diana bajó la vista y titubeó un instante, confiando en que Carmichael no se hubiera dado cuenta. Jack estaba de pie apoyado contra el mostrador de la galería, hablando con Audrey Spencer. Llevaba unos vaqueros gastados con una camisa de manga corta (desabrochada, por supuesto). Tenía buen aspecto. Audrey, que lucía un vestido color canela, parecía sentirse algo avergonzada e incómoda.

De repente, Diana sintió celos. Fingió no haberlos visto, ni tampoco la mirada que le dedicó su cliente.

- Jack, colega… llegas temprano -dijo Carmichael cuando llegaron abajo.

Jack miró por encima del hombro y Diana dio un respingo. Luego le susurró algo a Audrey, que asintió y esbozó una sonrisa. ¿Qué le habría dicho para que ella sonriera de esa manera y, en realidad, para que se sonrojara? Diana se moría de celos.

- Hola, Steve. -Jack se encaminó hacia Carmichael y Diana, que estaban justo enfrente de la fuente.

- ¿Conoce al doctor Austin, señorita Belmaine? Es el mejor arqueólogo maya de toda Norteamérica -dijo Carmichael. Diana no pasó por alto el cambio de actitud de su cliente para con Jack-. Además, como hace años que mi fundación patrocina sus excavaciones, puedo asegurar que estoy sumamente orgulloso de lo que ha conseguido este chico.

Diana sonrió y dijo:

- El doctor Austin y yo ya nos conocemos.

Como si Carmichael no lo supiera.

Jack le devolvió la sonrisa cortésmente, pero la expresión de su rostro era tensa, casi rígida.

- ¿En serio? -preguntó Carmichael, tal vez con demasiada sorpresa-. ¿Cuándo se conocieron?

- Cuando ella me preguntó si yo te había robado tu cajita egipcia -dijo Jack.

- ¿Tú? Jack, hombre, ¿por qué ibas tú a hacer algo así?

De repente, el lugar se llenó de un grave silencio.

- No era más que rutina -aclaró Diana finalmente-. Interrogué a varios de los asistentes a la fiesta de inauguración de la gala. El doctor Austin era uno de ellos. También le consulté acerca de ciertas cuestiones de conservación relativas a la cajita.

Carmichael los miró y arqueó las cejas levemente.

- El mundo es un pañuelo, de eso no hay duda. Jack, necesito que la semana que viene les hables a los miembros de la fundación de las últimas excavaciones. ¿Le gustaría estar presente, señorita Belmaine? Estoy seguro de que le resultaría muy interesante. Jack es todo un espectáculo, además de un orador excepcional. Cuenta unas historias que… bueno, a veces casi parece decir la verdad.

Incapaz de mirar a Jack, Diana hizo un esfuerzo por mostrarse firme.

Carmichael era un sucio bastardo y manipulador.

- Me encantaría -mintió Diana, fingiendo serenidad-. Muchas gracias.

- Déjame que acompañe a la señorita Belmaine hasta la puerta -dijo Carmichael, dirigiéndose a Jack-. Luego, tú y yo podemos subir a mi despacho.

- Muy bien -le respondió Jack, con voz tan fría como la de Diana.

Sin mirarlo a los ojos, Diana trató de esbozar una sonrisa afable a modo de despedida y acto seguido se dirigió a la salida acompañada por Carmichael. Al pasar junto a la vitrina que contenía la máscara de jade, se detuvo y se volvió para contemplar la pieza.

Unos ojos pálidos hechos de concha la miraron desde el estilizado rostro de un hombre que había muerto siglos atrás. La máscara tenía la boca abierta, como si quisiera decir algo.

Al cabo de un momento, Carmichael fue a su encuentro.

- ¿Algo va mal?

- No. Tan sólo estaba pensando que realmente me encantaría saber dónde encontró esta pieza.

Diana alzó la vista y se encontró con la mirada de Carmichael, elegante e inquisitiva. Era bueno, muy bueno.

- Lo siento pero es confidencial -dijo Carmichael, guiñándole el ojo de forma exagerada-. Se trata de una fuente privada, legítima y fácilmente verificable, en caso de que tuviera que probar algo.

- Estoy segura -dijo Diana sonriendo, a pesar de que el corazón le latía con fuerza y que le sudaban las manos. Por el rabillo del ojo vio que Jack estaba observándolos-. Buenos días, señor Carmichael. Le prometo que pronto tendrá noticias mías.

Aquello era lo más cerca que había estado de hacer una advertencia a su cliente. Abandonó el frío ambiente de la galería y se introdujo en la humedad agobiante, la luz y el tráfico de la calle Julia.

Miró el logotipo del jaguar y exhaló un hondo suspiro.

- Maldición -murmuró.

Jack observó a Carmichael despedirse de Diana y luego fue hacia él, sonriendo. El muy cabrón lo estaba pasando en grande con todo aquello; el maestro de ceremonias en su salsa. La rabia lo devoraba, pero Jack no podía darle la satisfacción de demostrárselo. Además, tampoco tenía intención de dejar que Carmichael lo pusiera contra las cuerdas.

- Tengo una reunión en la facultad dentro de media hora, así que no puedo quedarme. Si llego tarde, Judith me tendrá cogido por las pelotas. No soy lo que se dice su ojito derecho.

- No hay problema. Sólo quería que supieras que tendrás que informar al consejo de la fundación la semana que viene.

- Tengo la agenda bastante apretada, sería mejor…

- Te vas a Londres, ya lo sé -lo interrumpió Carmichael, aflojándose el nudo de la corbata-. He hablado con la secretaria de tu departamento y me ha dicho que te vas allí a dar una conferencia en el Instituto de Arqueología. También me dijo que vuelves el jueves por la noche, así que el viernes por la tarde, sobre las siete, sería una buena hora.

- Bueno, en ese caso, allí estaré -dijo Jack al cabo de un momento, con voz fría y suave-. Teniendo en cuenta que te has ocupado de todo…

- Es lo que mejor se me da. Tráete algunas piezas bonitas para que las vean, y quiero que también pases unas diapositivas. También puede venir uno de tus alumnos y ayudarte a montar gráficos y mapas. Pero recuerda que debe ser algo simple. Esa gente son hombres de negocios, no arqueólogos.

- Ya conozco la rutina, Steve. Después de cinco años, sé exactamente qué quieres de mí.

- ¿En serio? -preguntó Carmichael parsimoniosamente-. Pues a veces me pregunto si realmente es así. Eres un tanto indomable, Jack.

Había poca gente en la galería. Audrey estaba detrás de ellos, sentada al escritorio, lo bastante cerca como para escuchar lo que decían. Por su parte, el nuevo encargado de la tienda de regalos estaba a pocos metros, quitando el polvo a las vitrinas, y parecía algo nervioso de tener al jefe cerca. Por último, un par de clientes miraban mostradores y hablaban en voz baja.

- Me ha quedado claro -dijo Jack, dejando que Carmichael lo interpretase como quisiera-. Como el agua.

Carmichael asintió.

- Eres un gran arqueólogo, uno de los mejores. Lo he pensado desde que nos conocimos. Eres emprendedor, ambicioso… y tienes visión. Ésa es una cualidad que no abunda, y también es la razón por la que te elegí, por la que he hecho por ti todo lo que he hecho. Yo te he forjado, Jack. Te he sacado en la tele y te he puesto en el candelero. Yo soy la razón por la que cada año vuelves a tu amada Tikukul.

Jack hizo un gran esfuerzo para no perder los nervios ante la velada amenaza que se escondía tras aquel discurso de orgullo casi paternal.

- No podría haberlo hecho sin ti, Steve. Es lo que digo siempre.

Triste, pero cierto.

- Me alegro de que estemos de acuerdo en eso -dijo Carmichael, mirando por encima del hombro hacia la puerta. Cuando volvió la cabeza, vio que Jack estaba sonriendo-. Tu señorita Belmaine es una mujer muy guapa, ¿verdad?

«Tu señorita Belmaine…»

Jack sintió cómo una fría ola de pánico se abría paso en su pecho y ascendía hasta estallar con pesadez en la garganta.

- Y también es muy lista -añadió Jack.

- Sí, estoy comenzando a darme cuenta de eso. Es muy aguda. -Carmichael dejó de sonreír y le dio a Jack un golpecito en el hombro-. Nos vemos el viernes que viene. No te olvides de traerlo todo, y Jack… quiero decir todo.

Ante aquella nueva advertencia, más directa, la sensación de miedo se desvaneció y dio paso a la furia.

- Trataré de no olvidarme nada.

- Seguro que sí. Que te vaya bien en Londres.

- He buscado información sobre ese barco y… -Bobby Halloran apoyó las manos en el escritorio y se inclinó hacia su amiga-. ¿Me estás escuchando, querida? Pareces preocupada.

Diana, en la multitud de pensamientos inquietantes, esbozó brevemente una sonrisa de disculpa.

- Perdóname. Es que este caso me lleva de cabeza. ¿Qué decías?

- Te decía que esa mujer que conozco en la guardia costera comprobó a nombre de quién estaba el barco donde Steven Carmichael transportaba sus vasijas mayas. Se trata de un carguero, el María de Santiago. Suele llevar grano.

- ¿Es suyo?

- En cierto modo -contestó Bobby, que tomó asiento-. Viaja con bandera peruana, pero oficialmente pertenece a una empresa griega que, a su vez, está dirigida desde Suecia. Sin embargo, cuando Susan cavó un poco más hondo, descubrió que esa compañía sueca de cargueros es propiedad de Steven Carmichael. No sé si puede significar algo, quizá sea una tapadera. Por otra parte, hay muchas pequeñas empresas extranjeras que son propiedad de empresas más grandes de algún otro lugar.

- Estoy segura de que todo es perfectamente legal -dijo Diana, recordando su conversación con Edward Jones-. Pero eso significa que el capitán y la tripulación seguían órdenes de Carmichael.

- ¿Qué está pasando aquí?

- Creo que Steve Carmichael está haciendo un buen negocio en el mercado negro de las antigüedades precolombinas a través de su galería.

Bobby se quedó mirándola durante un momento y luego se pasó la mano por la cara.

- Mierda -masculló-. ¿Estás segura?

- No tengo pruebas definitivas -contestó Diana-, y quien podría proporcionármelas no está dispuesto del todo a cooperar. Si habla, podría enfrentarse a cargos por robo.

- No te sigo.

- Estoy reuniendo las piezas de las que dispongo, y esto es lo que creo que está sucediendo -dijo Diana, que suspiró y se inclinó acodándose en la mesa-. Verás, todos los objetos robados estos últimos ocho meses, los de la jota de picas, provienen de saqueos ocurridos hace años, y estoy segura de que pueden ser relacionados con Steven Carmichael si cavamos un poco más hondo. Mi sospechoso está recuperando propiedades robadas, y tengo la corazonada de que su intención es devolverlas a sus dueños legítimos, o bien mantenerlas a buen recaudo.

- ¿Por qué? -preguntó Bobby-. Steven Carmichael está forrado. Y además, ¿no dirigía una asociación para la preservación de las culturas nativas? ¿Por qué iba a meterse en todo este lío?

- No creo que sea sólo por dinero, aunque estoy segura de que es un factor importante. Tengo la sensación de que cree que está cometiendo un acto de nobleza al poner tales objetos en manos de gente que realmente los «aprecia» -dijo Diana, haciendo comillas en el aire con los dedos-. Una vez me dijo un par de cosas que me hacen pensar que no siente demasiada afinidad por las universidades o los museos. Muchas de sus colecciones están guardadas, por lo que el público y otra gente que podría «apreciarlas» no puede verlas.

- ¿Cuál es la conexión con esa pieza egipcia que estás buscando?.

- Llegaré a eso enseguida. Carmichael contrató a Danny Palmer para investigar el robo del barco. ¿Conoces a Danny? -Bobby negó con la cabeza-. Bueno, yo sí. Trabaja sobre todo en casos de fraude a las compañías de seguros por parte de trabajadores; no tiene experiencia en antigüedades. De hecho, Carmichael se dirigió a mí para que me ocupara del caso, pero finalmente no me contrató. En aquel momento, creí que no era más que sexismo, que pensaba que una chica rubia no podía hacerse cargo de algo así. Sin embargo, ahora creo que lo hizo porque sabía que le habría hecho preguntas que no le hubiera gustado responder.

- Ya -dijo Bobby-. O sea, que te contrató para que recuperases esa cosa egipcia porque realmente desea recuperarla y contrató al otro tipo sólo para aparentar, ¿no es así?

- Eso creo. Además, me parece que ha comenzado a sospechar quién es realmente el ladrón, aunque no sé cuándo se le ocurrió exactamente.

- ¿Llamarás a los profesionales esta vez?

- Yo soy una profesional. No quiero involucrar a la policía. Lo más probable es que se rieran de mí, teniendo en cuenta que todo lo que tengo son corazonadas y un sospechoso que lleva una doble vida. Como tú has dicho, Carmichael es rico y poderoso. Ambos sabemos que las probabilidades de ser cazado son prácticamente nulas.

- Entonces ¿por qué me cuentas todo esto?

- Porque tú y yo no somos de la clase de personas que se rinden tan fácilmente.

Bobby se echó a reír y se aflojó el nudo de la corbata, que estaba estampada con caras sonrientes de color amarillo (algunas con la lengua fuera) y que de hecho combinaba con la camisa amarillo pálido y los pantalones azul marino.

- Cuéntame más cosas sobre la pieza egipcia.

Diana se acomodó en la silla y soltó la respiración.

- Steven Carmichael tiene una cajita de alabastro más o menos así de grande -dijo haciendo la medida con las manos-. Lleva inscrito el nombre de Nefertiti. Y contiene una estatuilla de oro macizo de seis centímetros del faraón Akhenaton. Pero lo más importante es que también contiene un mechón de pelo que podría pertenecer a Nefertiti, y que podría ser utilizado para aclarar el parentesco con Tutankamón.

Bobby no parecía demasiado impresionado.

- ¿Y nos importa saber quiénes fueron sus padres?

- No es cosa de vida o muerte, pero históricamente tiene mucha importancia, créeme. Además, la cajita debió de ser robada de la tumba de Tutankamón en los años veinte y, se mire como se mire profanar y robar tumbas es algo muy poco ético. El gobierno egipcio querría que se la devolvieran.

- ¿Por qué iba nadie a robar esa cosa?

- ¿Cuándo? ¿Antes o ahora?

- Ahora.

- Porque alguien está enfadado con Steven Carmichael.

- Y ese alguien es tu sospechoso, ¿no? -dijo Bobby. Diana asintió y él esbozó una sonrisa-. Me gustaría conocerlo. Sé que te gustan los chicos malos pero con estilo.

De repente, se escuchó un grito proveniente del otro lado de la puerta. Se trataba de Luna, que estaba discutiendo con un hombre. Diana se quedó perpleja al reconocer su voz.

- ¡Oiga, no puede entrar ahí! -gritó la secretaria-. Acabo de decirle que está reunida y…

En ese momento la puerta se abrió de golpe.

Bobby se volvió e hizo ademán de coger su pistola, pero Diana lo asió del brazo.

- ¡No! No pasa nada.

Jack Austin entró en el despacho, visiblemente enojado. Luna estaba de pie detrás de él, los ojos abiertos desorbitadamente, sin saber qué hacer. Sin soltar el brazo de Bobby, Diana miró a Jack amenazadoramente y luego le dijo a la muchacha:

- No pasa nada, Luna. Cierra la puerta, por favor.

En silencio y con mucho cuidado, la secretaria obedeció.

- Suéltame el brazo, querida. No pienso disparar, te lo prometo.

Percatándose de que su amigo decía la verdad, Diana lo soltó poco a poco. Luego se levantó y se interpuso entre los dos hombres, sólo para asegurarse.

- ¿Quién demonios es éste? -preguntó Jack…

- Un amigo mío, el detective Bobby Halloran -contestó Diana, lanzándole una indirecta.

- Un poli, por si no te ha quedado claro -agregó Bobby, que también se puso de pie-. Y tú debes de ser el malo de la película.

Jack miró a Diana con recelo.

- Supongo que depende de cómo se mire -contestó.

- Supongo -dijo Bobby y, ya más calmado, se volvió hacia Diana-. ¿Quieres que lo detenga?

- ¿Por qué? -inquirió Jack, arqueando una ceja con insolencia-. ¿Por hablarle mal a un poli?

- A mí me vale -respondió Bobby sin el más mínimo rastro de humor en su voz ni en su mirada-. Una vez que te encierre, seguro que encuentro algún motivo para mantenerte entre rejas.

Lo que faltaba.

- No pasa nada, Bobby, en serio.

- Sí que pasa. Tú y yo tenemos que hablar -dijo Jack, que volvió a mirar a Bobby-. A solas.

Bobby no parecía sentirse intimidado.

- Eso depende de lo que diga la señorita. ¿Diana?

- Estaré bien -contestó ella-. Y ahora, vete. Te llamo luego. Bobby asintió y se dirigió lentamente hacia la puerta.

- Con respecto a lo que hablábamos… ¿qué quieres que haga?

- Por el momento, nada. Piensa en ello. Si se me ocurre algo, te lo haré saber.

Cuando llegó a la puerta, Bobby se volvió y miró fijamente a Jack, que seguía de pie junto al escritorio, con los puños cerrados, incapaz de disimular la rabia que sentía.

- ¿Nos conocemos? -preguntó Bobby-. Me resultas familiar.

Diana se sintió más relajada, incluso estuvo a punto de sonreír.

- ¿Por casualidad ves el Discovery Channel? -inquirió Jack.

- A veces -contestó Bobby, pensativo.

- Soy el doctor Jack Austin -le dijo, cruzándose de brazos-. Doy clases en Tulane, y de vez en cuando salgo en la tele.

- Jack es arqueólogo. Está especializado en la cultura maya -añadió Diana.

- ¿Bromeas? ¿Arqueólogo? -A Bobby se le iluminó la mirada-. Vaya, vaya… eso aclara algunas cosas -dijo meneando la cabeza y sonriendo-. Espero tu llamada, Diana. Encantado de conocerle, doctor Austin. Estoy seguro de que volveremos a vernos.

En cuanto Bobby cerró la puerta, Diana se abalanzó sobre Jack.

- ¿Qué demonios crees que estás haciendo? -le preguntó.

- Eso mismo iba a preguntarte yo -dijo Jack, cogiéndola por los hombros con fuerza-. ¿Qué hacías en la galería?

Más allá de la rabia y la frustración que se reflejaba en el rostro de Jack, Diana percibió en él algo que se parecía bastante al miedo.

- Estaba haciendo lo que querías que hiciera: descubrir la verdad sobre Steven Carmichael. Está vendiendo antigüedades robadas a través de la galería, ¿no es así?

- Sí -respondió Jack con firmeza-. Pero se suponía que ibas a acudir a la policía, ¡no a Carmichael!

- Él es quien me paga, ¿recuerdas? No puedo decide que se vaya a la mierda si me pide que nos veamos y que le informe de la situación, que es precisamente lo que estaba haciendo en la galería, y por si no te has enterado, sí que he avisado a la policía.

Jack, todavía visiblemente nervioso, le soltó los hombros, retrocedió y se mesó el cabello. Luego suspiró y se dejó caer sobre la silla que hasta hacía un momento había ocupado Bobby. Diana se apoyó en el borde del escritorio, y puso las manos sobre el mismo.

- ¿Sabes? -dijo Jack, mirándola-. Cuando tenía diez años, mis padres nos llevaron a mis hermanos y a mí al circo.

¿Qué demonios tenía que ver el circo con todo aquello?

- Había un hombre que hacía girar platos sobre palos que se ponía sobre las manos, la barbilla, la frente… Los platos giraban a toda velocidad y, de haber hecho un movimiento en falso, todos habrían caído, estrellándose contra el suelo y haciéndose añicos. -A pesar de la tensión que se percibía en su mirada, Jack esbozó una sonrisa-. Pues así es corno me siento ahora mismo, como si mis platos estuvieran tambaleándose.

Diana suspiró.

- No importa lo que yo le haya dicho a Carmichael. Él lo sabe, Jack.

- Lo mío, sí, pero no quiero que te enfrentes a él. Sin embargo, ya lo has hecho, ¿no?

Diana no se molestó en negarlo. Él se hubiera dado cuenta de una forma u otra.

Jack se frotó las cejas, corno si de repente le doliera la cabeza.

- Dios, lo sabía -susurró-. Mira, tenemos que hablar. Te lo digo en serio. Primero tengo que ocuparme de unos asuntos, pero puedo pasar a buscarte a las cuatro. Vendré en moto, así que ponte algo cómodo.

El hecho de imaginarse montando en moto con Jack, abrazándolo, despertó en Diana una cálida sensación de ansiedad y deseo.

- ¿Significa eso que cenaremos juntos?

- Sí. Por cierto, ¿qué talla usas?

- La diez -respondió ella, sorprendida-. ¿Por qué?

- Es una sorpresa.

Ante el halo de misterio en el tono de voz de Jack, aquella cálida sensación se intensificó, haciendo que a Diana se le cortase el aliento.

- ¿Una sorpresa agradable?

- Eso espero.

- Vale, estaré esperándote -dijo ella, intrigada.

Jack se dirigió a la puerta, pero Diana lo detuvo.

- Jack… -Con la mano en el picaporte, él se volvió y enarcó una ceja-. ¿Estás bien?

Jack todavía estaba nervioso, pero consiguió esbozar una sonrisa cálida y genuina, que ayudó a Diana a aliviar el miedo que sentía.

- Sí, estoy bien, por mucho que mis platos se tambaleen. Hasta luego.

Jack atravesó la sala de espera y Diana lo siguió hasta la puerta de la oficina. Era absurdo, pero ella esperaba que le diese un beso en la mejilla o algo así. Sin embargo, Jack cerró la puerta sin decir nada.