CAPÍTULO 9
Aquella misma tarde, Diana siguió a Jack hasta el lujoso y distinguido salón del viejo hotel Columns. Él estaba sentado en el bar, bebiendo cerveza junto a cuatro jóvenes, seguramente estudiantes suyos del último curso, a juzgar por su aspecto ligeramente desaliñado.
Diana se dirigió a los oscuros rincones del final de la sala y se presentó ante el grupo como si la hubieran invitado.
- Hola, chicos -dijo, sonriendo con dulzura. Los estudiantes la miraron como si nunca hubieran visto un par de pechos ni unas buenas piernas. Trataban de que no se notase demasiado, pero les costaba mirarla a la cara-. Tengo que hablar con el profesor Austin. A solas.
Los chicos se miraron sorprendidos mutuamente y buscaron la aprobación de Jack, que asintió.
- Buscad una mesa. Me reuniré con vosotros en cuanto haya acabado.
Todavía algo confusos, los estudiantes se levantaron y Diana ocupo uno de los taburetes, recogiéndose su flamante vestido estampado de leopardo por encima de las rodillas.
Jack bajó la mirada y se detuvo en los pechos de Diana, aunque no parecía particularmente feliz de verla, incluso en lo referente a los pechos.
- Pero si es Sheena, la reina de la selva.
- Eres un encanto. Apuesto a que tienes a un montón de chicas llamando a tu puerta, sobre todo después de que te hayan catalogado como uno de los solteros más deseados y todo ese rollo.
¿Por qué demonios había tenido que decir eso?
Diana se remetió un mechón de pelo detrás de la oreja y trató de dominar el rubor que le había teñido las mejillas, confiando en que la oscuridad del ambiente fuera suficiente para que Jack no lo advirtiera. Sin embargo, no era fácil mantener la calma con un tío que había estado manoseándola por la mañana.
- Siento decepcionarte -le dijo Jack, medio sonriendo- pero la única chica que ha llamado a mi puerta últimamente ha sido tú.
A Diana no le gustó la sensación de alivio que le proporcionaron las palabras de Jack, y tampoco estaba de humor para discutir con él. Sacó del bolso la bolsita con la carta y la puso junto a la cerveza de Jack.
Él no se inmutó, ni siquiera movió un músculo.
- ¿Qué es esto? -preguntó al fin.
- Es una jota de picas.
- Ya lo veo. ¿Y qué?
- La dejaron en el lugar donde estaba el objeto egipcio que han robado a mi cliente. Al principio pensé en tu nombre, pero no podía creer que fueras tan estúpido. Supongo que estaba equivocada. Qué decepción.
Jack bebió un trago de cerveza.
- Si quieres decirme algo, te agradecería que lo hicieras pronto. Ha sido un día muy largo, y estoy molido.
- ¿Tienes prisa por deshacerte de mí, Jack?
Él la miró como si se tratara de un juego y tuviera verdadero interés sexual en ella.
- Yo diría que eso depende de por qué estás aquí. Si es para seguir con lo que empezamos esta mañana, puedes quedarte, y haremos apuestas para ver cuánto tardo en quitarte ese vestido tan sexy que llevas puesto -dijo Jack, bajando la vista hasta la costura inferior del vestido y mirándole los muslos con tanta intensidad que parecía que estuviera tocándolos-. Si no, puedes dejarme en paz con mi cerveza y mi erección.
Diana no pudo evitar mirarle la entrepierna, ni tampoco ignorar el creciente deseo que ardía en su interior. Las manos comenzaron a temblarle de sólo pensar en el tacto de la piel de Jack, y no pudo más que cerrarlas. Jack estaba sentado demasiado cerca de ella; el calor y el delicioso aroma que emanaban de su cuerpo le ponían la piel de gallina.
- ¿No te enseñó tu madre que no es de buena educación hablar de tu pene en público? Nunca llegaré a comprender por qué los hombres son tan brutos.
- Puede que sea bruto, pero por lo menos soy más honesto que tú -replicó bebiendo otro trago de cerveza.
Diana apartó la vista del musculoso cuello de Jack y centró su irritación en las incisivas palabras que acababa de dedicarle. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no besarlo y saborear el gusto a malta de sus labios.
- Antes de tu evidente intento de cambiar el rumbo de la conversación, te estaba hablando de esta jota de picas y me disponía a decirte que las cartas son una especie de jeroglíficos.
Aquello captó la atención de Jack, que por un momento torció el gesto, pero enseguida recuperó su habitual expresión escéptica.
- Podrías concretar un poco más.
- La reina de corazones tiene un significado icónico, los comodines indican que algo es impredecible y el as de picas simboliza la agresión y el poder. Por supuesto, yo no soy un niño prodigio como tu, pero no creo que sea descabellado decir que el simbolismo de las cartas y los jeroglíficos son bastante similares en su concepto. De hecho, hablé con una adivina en Jackson Square sobre la cartomancia, lo cual fue interesante, pero sólo me complicó las cosas. ¿No te resulta odioso cuando pasa eso?
Jack dirigió la mirada al otro lado de la barra, como si de repente las formas y las etiquetas de las botellas le fascinaran.
- Una pica es algo muy similar a una pala, y tú te dedicas a excavar, ¿no es cierto, Jack? -Diana se acercó a él lo suficiente como para notar la tela de su camisa sobre su brazo desnudo y le susurró-. Estás usando la carta como tu jeroglífico personal. Eres muy, muy listo. Qué lástima que a Carmichael no se le haya ocurrido, o puede que sí pero no quiera creer que el hombre al que ha estado financiando durante cinco años, el mismo al que trata como a un hijo, le esté robando.
Jack hizo una mueca.
- Hay que ver qué imaginación tienes.
- Pero tengo razón.
- Y también tienes un pequeño problema con tu ego.
- Es una de las cosas que tenemos en común, Jack.
Él se volvió sobre el taburete y la miró a los ojos.
- ¿Puedo invitarte a una copa?
Diana lo miró fijamente y suspiró.
- Puede que el pequeño encuentro de esta mañana te haya causado una impresión falsa, así que creo que ya es hora de que hablemos de las reglas del juego -sugirió Diana, y añadió con voz queda-: yo soy el bueno, tú eres el malo; yo te persigo, tú corres y te escondes. No deberías invitarme a una copa.
- ¿Es eso un no?
Su insistencia y su expresión indiferente hicieron que Diana sonriera, a pesar de que en el fondo seguía preguntándose quién era gato y quién el ratón.
- Bueno, qué diablos. Hace calor y me encantaría tomarme una limonada al estilo de Luisiana. Gracias.
- A mí me parece que te convendría más un bloody mary.
- Muy gracioso.
Jack sonrió y le pidió la bebida. Después de que se la sirvieran preguntó:
- ¿Los malos siempre corren y se esconden?
Diana se encogió de hombros y se puso a manosear la pajita. Cuando estaba en Nueva York, su bebida favorita era un ron especiado Capitán Morgan con Coca-Cola light. Sin embargo, desde que se había trasladado al sur había desarrollado una especial predilección por el vodka con limonada. El calor tropical de Nueva Orleans sin duda había tenido algo que ver.
- A veces me gritan o me amenazan. De vez en cuando incluso hay algún que otro forcejeo. Suelo tratar con delincuentes de guante blanco, así que las cosas se resuelven de forma civilizada la mayoría de las veces.
- Pues no había nada de civilizado en la forma en que me besaste esta mañana. ¿Estabas tratando de asustarme? -preguntó Jack, y bebió otro trago de cerveza.
Diana observó cómo los músculos del cuello de Jack se movían suavemente al tragar la cerveza. Era un cuello grande y masculino.
De repente, Diana notó la agradable sensación de aquel vaso helado en su mano, aunque hubiera sido aún más agradable sobre las mejillas.
- No exactamente -respondió.
- Entonces ¿quieres explicarme exactamente por qué me besaste?
Ni soñarlo.
- No.
Jack volvió a sonreír y se llevó la botella de cerveza a los labios.
- Te pongo caliente, cariño. Admítelo.
- No me llames cariño, y no tengo nada que admitir. Tu ego no necesita que sigan adulándolo. -De inmediato, Diana se dio cuenta de cómo lo interpretaría Jack, y levantó la mano-. No lo digas, ni siquiera lo pienses.
- Demasiado tarde. Ya estoy imaginándolo, justo aquí -dijo él, dándose una palmadita en la mejilla.
Diana recordó que la última vez que lo había visto llevaba la camisa verde desabrochada, no le quedó claro si era una pena o una suerte. Desvió la mirada, se acodó en la barra, la barbilla en las manos, y sorbió con fuerza la pajita.
- He estado pensando.
- Vaya, vaya, ¿no es un poco peligroso para vosotras las rubias?
Ella ni siquiera se tomó la molestia de mirarlo o de fruncir el entrecejo.
- Has estado excavando en Tikukul durante los diez últimos años, ¿no?
- Más o menos.
- ¿Y has estado allí cada temporada? -Jack asintió y ella añadió-: Entonces la gente del lugar debe de conocerte bastante bien incluso puede que te traten como a uno más de la familia.
- No te equivocas.
- Sobre todo teniendo en cuenta que probablemente empleas a gente local que se queda con un pequeño porcentaje de las ganancias y todo eso.
- Sí -contestó Jack, frunciendo un poco el entrecejo.
- Entonces explícame por qué pasaste dos semanas en la cárcel y por qué nadie del consulado de Estados Unidos movió un dedo para sacarte de allí, siendo ciudadano norteamericano y profesor de universidad bastante conocido.
La expresión de Jack se ensombreció, como si recordar aquello hechos lo enfureciese. Arrancó la etiqueta de la botella y se acabó la cerveza de un trago. Luego hizo señas al camarero de que le trajeran otra, sin mirar a Diana en ningún momento.
- Eso mismo me pregunté yo, y resultó que la respuesta no me gustó demasiado.
Diana soltó un bufido.
- ¿Por qué nunca me das respuestas claras? -preguntó, frustrada.
- Porque me divierto -contestó Jack que, apoyando un codo en la barra, se volvió y la miró a los ojos.
- Estás tratando de tomarme el pelo para ganar más tiempo Jack.
- En eso también tienes razón -admitió él, sonriendo.
Se estaba recreando con la situación, y aquella faceta de su personalidad fascinaba a Diana de la misma forma que todo sobre aquel hombre enloquecedor.
- ¿Y para qué quieres ganar tiempo? ¿A qué esperas? ¿Acaso estás planeando escaparte?
Jack se encogió de hombros.
- Puedes seguir preguntándome lo que quieras, pero no voy a responder.
- Pues tal vez deberías hacerlo -le sugirió ella.
Tras un instante de silencio, Jack se inclinó hacia ella hasta que sus narices casi se tocaron y susurró:
- Cuando comiences a hacer las preguntas adecuadas, entonces contestaré. Me gustas de verdad, Diana, y reconozco que no pretendo otra cosa que acostarme contigo, pero no confío lo bastante en ti como para pensar que pondrás mis intereses por delante de los tuyos, sobre todo desde que me dijiste que mandaste a tu ex amante a la cárcel. Sólo estoy tratando de salvar mi culo.
- Lo cual es comprensible. Además, yo tampoco confío en ti -dijo Diana, que volvió a sentir aquel extraño vacío en el estómago, y no precisamente a causa del alcohol. Su desbordante imaginación y la proximidad de la boca de Jack ya eran de por sí bastante embriagadoras-. Aunque creo que tú también eres un tipo bastante atractivo, para ser un ladrón, un mentiroso y un manipulador.
Y para ser tan sexy, para besar tan bien, para ser tan fascinante y listo, porque por encima de todo era un tipo listo. Jack estaba tramando algo y, si bien Diana quería descubrir de qué se trataba, también le gustaba competir para ver quién era más astuto.
- Eres muy coqueta, Diana -susurró Jack, tan bajo que, de no haber estado tan cerca de ella, no le habría oído-, pero tienes que mejorar tus frases.
- No estoy tratando de conseguir una cita -le espetó Diana, asombrada por el hecho de que si se hubiese acercado a Jack un poco más, hubiera tenido que besarlo-, sólo intento atrapar a un ladrón.
- Y cuando lo atrapes, ¿qué vas a hacer con él?
Jack se puso serio y, de repente, la conversación dejó de ser divertida. Diana no tenía que responder, ambos sabían la respuesta.
Jack se echó hacia atrás y tomó otro trago de cerveza, mirando a Diana a los ojos durante unos segundos largos e incómodos. Luego se puso de pie, se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete de veinte dólares que puso sobre la barra.
Diana soltó la respiración, cuando ni siquiera se había dado cuenta de que la había contenido.
- Quédate o vete, o tómate algo más; a mí no me importa. Ya he hecho esperar bastante a mis alumnos. Si quieres que continuemos con esta conversación, ven a mi casa más tarde.
Como si ella fuera a alejarse siquiera un kilómetro de la casa de Jack y de su edredón rojo.
Diana observó cómo Jack se sentaba con sus alumnos. Ella se había acabado su copa en cuanto la discusión se había puesto seria y habían comenzado a hablar entre susurros, acercándose el uno al otro más de la cuenta. Al cabo de unos minutos, Jack cogió un bolígrafo y se puso a garabatear algo en un pequeño cuaderno que había sacado del bolsillo de la camisa.
En ese momento Diana comenzó a formular una teoría con respecto a sus sospechas; no le gustaba, pero tenía demasiado sentido como para no tenerla en cuenta. Finalmente, cogió el bolso y se bajó del taburete. Se marchó sin mirar atrás, aunque pudo notar la mirada de Jack sobre ella.
Al cabo de un rato, Diana estaba a bordo del ferry, sentada en su coche con las ventanillas bajadas, dándole golpecitos al volante mientras contemplaba las aguas marrones y viscosas del Misisipí. Un enorme barco de carga pasó junto al ferry, haciendo rugir sus motores diesel y dejando una larga estela tras de sí. La oscuridad se había cernido sobre la ciudad, pero ella estaba demasiado preocupada como para apreciar la belleza de aquella visión.
Tenía un amigo policía que vivía en Algiers Point, tal vez él pudiera ayudarla a encontrar información acerca del robo de objetos mayas de Steven Carmichael. Las llamadas que había hecho a sus informadores no habían servido de nada, y ella necesitaba detalles concretos entre otros si habían dejado cartas en el lugar de los hechos. Además, no creía que al otro detective que había contratado Carmichael le hiciera mucha gracia que ella se inmiscuyera en la investigación.
Por otra parte, tenía el presentimiento de que a su cliente tampoco le gustaría que ella metiera las narices en un caso para el que no la había contratado.
Una vez que el ferry hubo atracado, Diana se dirigió hacia Pelican. No recordaba la dirección exacta de su amigo, pero sí sabía que tenía que buscar una escopeta de cañón doble apoyada contra una casa que, como la de Jack, estaba a medio pintar. Como no llevaba encima el número de teléfono de Bobby, no tenía otra opción que confiar en que estuviera en casa. Eran bien entradas las seis de la tarde, así que ya debería de haber salido del trabajo, aunque los inspectores como él no siempre tenían el mismo horario.
Por fin encontró la casa y vio que el todoterreno rojo de su amigo estaba aparcado en la cuneta, enfrente de una camioneta negra manchada de barro. Estacionó junto a la camioneta y se dirigió a la casa, de la que salían voces y el sonido de música zydeco. Mientras subía por la escalera del porche, recordó que no era buena idea sorprender a un poli.
- ¡Hola! -gritó-. ¿Hay alguien en casa?
Bobby salió al porche con una cerveza en la mano. Por lo visto no hacía mucho que se había cortado su cabello rubio y parecía que acababa de volver del trabajo, porque todavía llevaba puestos unos pantalones marrones, una camisa blanca de manga corta, tirantes rojos y corbata estampada con peces de colores.
Diana nunca había conocido a otro policía que vistiese como Bobby Halloran, lo que, por otra parte, no le parecía nada malo.
- ¿Dónde te habías metido, cariño? -inquirió Bobby, exagerando deliberadamente sus maneras de nativo de Alabama. De inmediato, desvió la mirada hacia el Mustang de Diana, y luego soltó un silbido-. Tienes buena pinta.
- Oye, Bobby, ¿a quién se lo estás diciendo, a mí o al coche? -preguntó Diana, sonriendo.
- Hay montones de mujeres hermosas, pero no se ve cada día un Mustang como ése.
- No me extraña que no conserves a tus novias por mucho tiempo -dijo Diana, que suspiró y se restregó los ojos como si la corbata de su amigo la cegara-. Y espero que no hayas ido al juzgado vestido de esa manera, le darás mala fama a la policía de por aquí.
- Demasiado tarde. Esto es Nueva Orleans, ya tenemos mala fama -replicó Bobby, esbozando su amplia y amigable sonrisa, que había engañado a más de un delincuente ingenuo. Sus ojos, de un azul pálido como los de un husky, emanaban buen humor, a pesar de las marcadas arrugas del rostro-. Hoy no tenía que ir al juzgado. Me he pasado el día con el culo pegado a una silla haciendo llamadas telefónicas y redactando informes. Por cierto, bonito vestido ¿Vienes de una cita?
- No; he estado trabajando -respondió dándole un empujoncito con el codo-. Y por hoy ya he superado mi límite de comentarios sugerentes, así que no quiero bromas. Y ni se te ocurra coquetear conmigo.
De paso podría haberle dicho que dejase de respirar. Bobby Halloran era un tipo que había nacido sonriendo.
- Has tenido un mal día, ¿eh?
Diana suspiró.
- Ni te lo imaginas.
- Puede que sí, pero no hablemos de eso.
Antes de que pudiera interesarse por el asunto, Diana oyó que en el interior de la casa una mujer preguntaba algo con tono alegre, una voz grave y masculina le respondía y un niño reía.
- ¿Tienes invitados?
- Unos amigos que han venido a ayudarme con la remodelación de la casa. Yo pongo la cerveza y la comida. Trabajaremos hasta que acabemos. -Observó que Diana miraba fijamente la cerveza y añadió-: Acabo de llegar. ¿Quieres beber algo?
- Lo siento, pero no estoy de humor -se disculpó Diana, sonriendo y encogiéndose de hombros.
- De todos modos, entra y tómate una cerveza.
Bobby parecía muy cansado y, puesto que ella había apareció sin avisar, lo menos que podía hacer antes de bombardearlo a preguntas era charlar un rato y tomarse una cerveza con él.
- ¿Cómo va la remodelación? -preguntó una vez dentro de la vieja casa, que su amigo había heredado de su tío abuelo, un veterano del Departamento de Policía de Nueva Orleans. El lugar olía a pintura y a madera recién cortada, mezclado con el aroma de hamburguesas a la parrilla.
- Bueno, todavía estoy viviendo en la parte del tío Walt. Esta parte de la casa está bastante patas arriba.
Sin duda estaba en lo cierto.
- Parece que estás haciendo progresos -le dijo Diana, tratando de animarlo.
Bobby gruñó.
- Sí, a la velocidad con que se mueven los glaciares.
- ¿Te arrepientes de haber dejado el apartamento?
Bobby se encogió de hombros, como si no supiera muy bien qué responder.
- No es eso, sólo que no sé qué demonios voy a hacer con tanto espacio. Ésta es una casa para una familia, y yo no soy de los que quieren formar una familia.
No, era más bien de los que escogían la clase de mujeres equivocada. Teniendo en cuenta el humor de Bobby y el hecho de que no estaban solos, Diana pensó que no estaría mal salir a tomar unas copas un día de ésos y alegrarle un poco la vida.
Siguió a su amigo y descubrió a tres personas sentadas en el suelo de contrachapado: una mujer de cabello largo color castaño rojizo, un niño pequeño empujando un volquete de juguete y un hombre corpulento y de cabello oscuro vestido con téjanos, camiseta blanca y botas de trabajo gastadas. A juzgar por la marca del cabello, seguramente provocada por un casco, el tipo debía de trabajar en la construcción.
El hombre alzó la mirada y Diana casi se tragó la lengua de la impresión. No era un trabajador de la construcción cualquiera, parecía sacado de un anuncio. Nunca había visto a un hombre tan absolutamente bello
- Qué hay, chère -la saludó el hombre, con voz grave y acento cajún. No pareció notar la impresión que había causado en Diana.
Inmediatamente, la mujer y el niño lo imitaron. Diana vio los anillos de compromiso y advirtió que el pequeñajo era la viva imagen de su padre. Que Dios ayudara a las niñas de tres años del mundo entero.
Diana sonrió y dio un paso al frente.
- Hola, soy Diana.
La mujer se puso de pie y se sacudió el polvo de la parte posterior de sus pantalones cortos. Era alta y atlética.
- Yo soy Dulcie Langlois -le respondió, devolviéndole la sonrisa-. Éste es mi marido, Julien, y nuestro hijo, Sammy.
Así que ésa era Dulcie.
Diana buscó a Bobby, que estaba ocupado revolviendo botellas en el frigorífico y evitando la mirada de su amiga.
Bobby le había contado muchas cosas de aquella mujer, básicamente que le había roto el corazón. Parecía haberlo superado, pero Diana siempre había intuido que no le había contado toda la historia.
- Encantada de conoceros -les dijo Diana, tratando de no mirar a los ojos a Dulcie, o al semental cajún que tenía a su lado.
¿Cómo lograba soportarlo aquella mujer? No es que Diana se considerase excesivamente vanidosa, pero no le hubiera gustado estar casada con un hombre que tenía mejor aspecto que ella. Y lo peor de todo era que el tipo despertaría todos los días con el mismo aspecto inmejorable.
- Hola -la saludó el chico desde el suelo-. Mira, tengo un volquete.
- Ya lo veo -contestó Diana, sonriéndole y apartando la vista de la pareja. No sabía qué decir. Los niños la ponían nerviosa y, cuanto más pequeños eran, más insegura la hacían sentirse.
- Mira cómo se mueve -añadió el chaval, colocando tierra; trozos de madera en el camión y volcándolos luego en el suelo.
- Vaya, qué divertido -dijo Diana, tratando de parecer impresionada. Luego miró a Dulcie, que observaba a su hijo de forma tierna e indulgente.
El hombre acarició el cabello de su hijo con ternura, luego se fijó en el vestido que llevaba Diana y sonrió.
- Parece que tú no has venido a pintar, chère.
Su sonrisa le recordó inmediatamente a otro hombre. Si bien Jack Austin no era tan guapo como él, Diana estaba segura de que podría competir sin problemas con Julien en una habitación llena de mujeres.
- He venido a hablar de negocios con Bobby. Soy detective privado.
Bobby volvió con una botella de cerveza Dixie en la mano y se la dio a Diana, que observó cómo Julien se ponía de pie con una gracia sorprendente en un hombre de su tamaño. Era más alto y más musculoso que su amigo, aunque Bobby Halloran no se quedaba atrás en lo que a belleza se refería.
- ¿Detective privado? ¡Bobby! -exclamó Dulcie, al parecer tan interesada como sorprendida. Cuando volvió a mirar a Diana, la expresión en su rostro ya no era tan amable-. Supongo que no habrás vuelto a meterte en problemas.
- No -le contestó Bobby-. Diana es amiga mía. La ayudo de vez en cuando, eso es todo. No te metas donde no te llaman, Dulcie.
Estaba tan irritado que Diana tuvo que reprimir una sonrisa por respeto a los sentimientos de su amigo hacia Dulcie. Bobby solía utilizar métodos algo «creativos» de vez en cuando, lo cual no siempre era del agrado de sus superiores. Dado que el robo de objetos de arte era algo que sucedía a escala internacional, Diana había trabajado con montones de policías a lo largo de su carrera como detective, desde agentes de ciudades grandes y pequeñas, hasta los federales, la Interpol e incluso Scotland Yard, y ella tenía a Bobby Halloran no sólo por uno de los policías más entregados que había conocido jamás, sino también uno de los mejores.
Por otra parte, ambos coincidían con el problema de acatar el concepto del trabajo en equipo. La incapacidad para llevarse bien con compañeros de trabajo había sido la razón principal por la cual Diana había abandonado el cuerpo de policía al cabo de un año. Era una lástima que sólo quisiese a Bobby como a un amigo, ya que sería mucho más aconsejable para su salud que Jack Austin.
Bobby, todavía un poco incómodo, le dio un golpecito con el codo y sugirió:
- ¿Qué tal si nos sentamos en el porche?
- Me parece bien. No te robaré mucho tiempo -respondió Diana, sonriendo a Dulcie y a Julien-. Me alegro de haberos conocido al fin.
- Halloran nos ha hablado de ti -dijo la mujer, devolviéndole la sonrisa con una expresión mucho menos intimidatoria; justo al revés que Jack Austin, que la asustaba con sólo sonreír.
Julien metió una mano en el bolsillo de su mujer, que se apoyó contra el cuerpo de su esposo con una espontaneidad fruto del conocimiento y la confianza mutuos que daban los años. El niño jugaba entre las piernas de su padre, imitando los ruidos de un camión mientras cargaba la parte trasera del juguete.
Diana no pudo evitar sentirse ligeramente excluida.
Salió afuera con Bobby y, una vez que estuvieron fuera del alcance auditivo de los invitados, Diana se acercó a él y comentó:
- Dios, ¿cómo te las ingenias para mirarlos? Son como la familia perfecta, casi me han dado ganas de pegar un grito.
Bobby gruñó.
- Te acabas acostumbrando -dijo, sentándose en el columpio del porche.
Diana se sentó a su lado y contempló el cielo, que iba oscureciendo lentamente, y el paisaje de casas viejas y estrafalarias y jardines floridos. Las cadenas del columpio chirriaban con el balanceo de sus cuerpos.
- ¿Qué quieres de mí?
A Diana le chocó la brusquedad con que Bobby efectuó la pregunta. Aunque ella hubiera ido a visitarlo para pedirle información, la forma con que su amigo lo había expresado era demasiado cruda, sobre todo teniendo en cuenta que todavía le pesaba el hecho de que Jack la hubiera llamado «parásito». A pesar de que Diana era muy consciente de la naturaleza de su trabajo, aquello le había dolido.
- Yo también me alegro de verte, Bobby.
- Cariño, la verdad es que no has venido a verme, puesto que siempre pareces inmune a mi belleza espectacular y a mi encanto sureño.
Diana sonrió.
- Lo que pasa es que tu encanto y tus maneras son las de un policía. No te ofendas. Sigo pensando que eres un tipo de lo más majo.
- Gracias. Tú tampoco estás mal, para ser una sórdida detective.
¿Por qué últimamente todo el mundo se burlaba de su trabajo?
- No quiero meterme donde no me llaman, pero ¿va bien el trabajo?
Bobby desvió la mirada y apoyó la botella en la rodilla.
- Hay días en los que me pregunto si lo que hago ahí fuera sirve de algo y por qué me rompo el culo de esta manera si no sirve para nada. Aparte de esto, la vida es bella. ¿Y tú? ¿Atrapas a todos los malos?
Diana suspiró al ver que Bobby evitaba el tema.
- Vale; ya que no tienes ganas de contarme lo que te pone de tan mala leche y no necesitamos seguir con la conversación amable, te diré que necesito tu ayuda.
Al oírlo, Bobby sonrió y pareció relajarse. Por supuesto, sentarse en el columpio del porche con una cerveza fría en la mano ayudaba bastante a digerir las preocupaciones diarias.
- Dispara.
- ¿Sabes algo sobre unas cajas de antigüedades mayas que fueron robadas de un barco hace unos meses?
- ¿Las vasijas de Steven Carmichael? Sí, pero está fuera de mi jurisdicción.
Diana asintió. Sabía que Bobby había sido trasladado recientemente al Distrito Primero y había estado muy ocupado trabajando en una sucesión continua de crímenes violentos.
- Carmichael me ha contratado para que investigue otro robo. Que no ha denunciado porque es un tanto… delicado.
- ¿Quieres decir ilegal? -inquirió Bobby, cuyos ojos pálidos mostraban interés.
Diana lo miró de forma reprobadora.
- Ya me conoces. Si pensara que hay algo ilegal en el caso lo abandonaría al instante. Admito que hay cierta oscuridad alrededor de Carmichael, pero los objetos que le han sido robados son legalmente suyos. -Diana sonó convincente incluso a sus propios oídos-. Necesito conocer ciertos datos de la investigación del robo del cargamento maya y, puesto que ya está en marcha, me resultaría más fácil obtenerlos a través de una fuente interna.
- Te refieres a mí.
- Así es -dijo Diana, que respiró hondo y olió el aroma dulce e intenso de la madreselva que había cerca de la casa-. Por otro lado, Carmichael ha contratado a otro detective para que investigue el caso, y no quiero meterme donde no me llaman… o que mi cliente se entere de lo que estoy haciendo.
Bobby soltó una risilla.
- Me gusta tu estilo.
Viniendo de un poli implacable y despiadado como él, Diana no se tomó aquel comentario como un cumplido.
- ¿Puedes ayudarme?
- Claro, puedo preguntar por ahí a ver qué se sabe.
- Por cierto, ¿podrías averiguar si dejaron cartas de póquer en el lugar donde estaban las cajas?
- ¿Cartas? -le preguntó Bobby, mirándola con curiosidad.
- Tengo la impresión de que los dos robos están relacionados -añadió Diana, que volvió a suspirar-. ¿Conoces ese viejo poema que habla de llegar a la bifurcación de un sendero en el bosque?
Bobby asintió.
- Bueno, pues ése es el punto al que he llegado en mi investigación. El hecho de que la policía haya encontrado o no algún naipe en ese barco, me mostrará qué camino tomar. Además de toda la mierda que contenía aquel asunto.
- Mañana llamaré a unos amigos del departamento que me deben algunos favores, a ver qué pueden decirme.
- Tienes todos mis números, ¿no?
- El del móvil, el de casa, el del despacho y el del busca. ¿Crees que es obra de una banda de contrabandistas?
- Lo del robo del barco, sí; en cuanto a lo otro, ya no estoy tan segura.
Bobby se frotó la frente.
- Si te refieres a contrabando de antigüedades por mar, deberías hablar con los de aduanas o con la guardia costera. Ése es su territorio.
- Todavía es demasiado pronto para hablar con los federales, pero supongo que la guardia costera podría decirme quién es el dueño del barco. Creo que es propiedad de Carmichael, pero quiero asegurarme. No conocerás a nadie en la guardia costera que esté dispuesto a aclarármelo, ¿verdad?
- Estás de suerte.
- ¿Una mujer? -le preguntó Diana y Bobby sonrió-. Espero que no sea otra de tus amiguitas desvalidas.
- Ésta no, es de lo más espabilada.
Diana creyó percibir cierta frustración en el tono de voz de su amigo, pero siempre le resultaba difícil interpretarlo correctamente.
- Y, por supuesto, te dijo que no.
Él la miró durante unos segundos y luego dijo:
- Puede, pero yo no tengo ninguna antigua amante que esté cumpliendo condena.
Los amigos siempre tenían que meter el dedo en la llaga.
- Supongo que me lo merecía -respondió Diana, tensa.
- Supongo que sí -convino Bobby, cuya expresión se suavizó. Sonrió y añadió-: Vamos, no te enfades.
- Pero ¡si no estoy enfadada! -vociferó Diana, que trató en vano de no reír-. ¡Ese dichoso encanto sureño! Siempre caigo.
Bobby soltó una carcajada.
- Bueno, ahora en serio. Te prometo que lo primero que haré mañana será hacer esas llamadas. Te avisaré en cuanto sepa algo.
- Gracias, Bobby. Eres maravilloso.
- Me debes una.
- ¿Qué te parece si nos vamos de compras a la sección de hombres del Dillard's o del Lord amp;Taylor y te aconsejo gratis? Si vuelvo a verte con otra corbata como ésta, puede que no resista la impresión.
- De eso nada. Yo tengo mi propio estilo, y seguirá siendo el mismo.
- Vale. ¿Y qué me dices de pasarme por aquí con unas cervezas y ayudarte a pintar todo un día?
- Hecho. ¿Ahora vas a decirme por qué todavía pareces preocupada?
Al oír la pregunta, Diana se volvió para no mirar a su amigo a los ojos.
- Supongo que es por mi sospechoso. Algo pasa con él.
«Y conmigo», estuvo a punto de añadir. Se preguntaba cómo reaccionaría Bobby si se lo decía, si como poli o como amigo. En cualquier caso, seguro que querría intervenir.
Bobby frunció el entrecejo.
- ¿Por qué no especificas un poco, cariño? ¿Algo bueno o malo?
- No estoy segura -contestó Diana, frotándose la frente. Le dolía la cabeza a causa de los nervios-. Pero no es nada oscuro o malvado, ya sabes…
- Interesantes palabras -opinó Bobby, observándola atentamente.
Diana volvió a desviar la mirada.
- Todo lo que sé es que estoy segura de que es mi hombre, y aun así, hay algo que me da mala espina. Algo que no encaja. La verdad es que me estoy volviendo loca tratando de averiguar qué es.
- Tienes un arma, ¿no?
Sorprendida ante la pregunta, Diana tardó unos segundos en contestar.
- Sí, claro. Y hago prácticas de tiro una vez al mes, tengo muy buena puntería. -La sonrisa de Bobby volvió a molestar a Diana, que miró la hora en su reloj y bajó del columpio-. ¿Sabes? Odio cuando los polis vais de machos y de seres superiores.
- Sólo quiero estar seguro de que puedes protegerte si te metes en un lío.
- Ya soy mayorcita, puedo cuidar de mí misma -le dijo Diana, dándole su cerveza a medio terminar-. Tengo que marcharme si quiero coger el próximo ferry. Gracias por la cerveza, Bobby, y por tu ayuda.
- Ya sabes que puedes contar conmigo cuando quieras.
Diana puso ceño y le acarició suavemente la mejilla.
- Y tómatelo con calma, ¿vale? Tendrías que tomarte unas vacaciones.
Bobby le cogió la mano y se la besó como si Diana fuera una leyenda de Hollywood. Ella puso los ojos en blanco y sonrió.
Cuando se volvió y se dirigió al coche, Bobby le gritó:
- ¡Diana!
Ella se detuvo en seco y vio que su amigo estaba muy serio.
- Hazme el favor de cuidar de ese precioso culo que tienes, cariño.
- Y yo que creía que tú ibas a cuidarlo por mí -bromeó en voz baja.
- Lo digo en serio. El contrabando es algo gordo. Hay mucho dinero y gente mala de por medio.
- Lo sé -dijo ella, sonriendo agradecida por la preocupación de su amigo-. Y te prometo que tendré cuidado.