CAPÍTULO 17
Jack despertó en medio de la oscuridad con una intensa sensación de pérdida. Se volvió y vio que Diana no estaba.
Por un instante, fue como si el corazón dejara de latirle. Miró el reloj y comprobó que eran más de las tres de la madrugada.
¿Dónde demonios se había metido?
Diana no sería capaz de entregarlo a la policía, no después de todo lo que habían dicho y hecho esa noche. Sin embargo, tenía que disipar esa pequeña pero molesta duda.
Cogió los pantalones cortos que había dejado en el suelo y se los puso. Primero miró en el lavabo y luego en el resto de la casa, pero no había señales de ella. Se dirigió rápidamente a la entrada y vio que la moto seguía donde él la había aparcado. Sólo quedaba un sitio por mirar. Jack volvió al dormitorio y salió al porche que daba a la playa. Diana estaba sentada en uno de los escalones, vestida sólo con una camiseta y casi invisible bajo el tenue brillo rosa de las lucecitas.
Jack se sintió aliviado y al mismo tiempo culpable por haber pensado mal de ella. ¿Qué le pasaba? No podía dudar de Diana de esa manera.
Cerró lentamente la puerta del dormitorio y fue hasta la escalera, que crujió bajo sus pies. Diana debió de oírlo, pero no se volvió. Jack dudó un instante y se sentó junto a ella.
- Hola -le dijo al cabo de unos segundos-. ¿No puedes dormir?
Diana asintió pero siguió sin mirarlo, y una clase diferente de angustia se adueñó de Jack.
- Me he despertado y ya no he podido dormirme de nuevo. No quería molestarte, así que decidí salir.
El viento mecía las puntas del cabello de Diana, rozando la piel desnuda de los brazos de Jack, que se dio cuenta de que, por primera vez desde que se habían conocido, ella se había soltado el cabello.
Finalmente Diana se volvió hacia él y dijo:
- Pareces preocupado. ¿Creías que me había marchado?
- Son las tres de la madrugada -le contestó Jack, tratando de no parecer alterado-. No sabía dónde estabas.
- ¿Creíste que tal vez había ido a buscar a la policía?
¿Qué diablos iba a contestar a eso?
- Debo admitir que al principio se me pasó por la cabeza. -Jack hizo una pausa y trató de dar con las palabras adecuadas-. Pero no creo que ahora hicieras algo así.
- Pero lo pensaste.
Jack soltó aire poco a poco.
- Sí, por un momento. Lo siento.
- No importa -susurró Diana-. Está claro que preferiría que no lo hubieses pensado, pero no me sorprende.
Entonces Jack advirtió que había estado llorando. Se le hizo un nudo en la garganta. De inmediato, alargó la mano y acarició el rastro seco de las lágrimas. Diana inclinó la cabeza y el cabello le cayó sobre el rostro.
- No pasa nada. Son lágrimas de las buenas.
- Si tú lo dices -musitó Jack, visiblemente afectado.
Diana se inclinó, apoyando los codos en las rodillas y la barbilla en las manos.
- Soy de esa clase de personas que creen que casi siempre tiene razón y que, si se meten en problemas, sabrán mantener la calma. Sin embargo, hasta que no te encuentras metido en una crisis, realmente no sabes cómo reaccionarás. Hay quien se hubiera recuperado rápidamente después de algo como lo que me pasó a mí. -Hablaba parsimoniosamente, como si cada vez ahondara más en sus pensamientos-. Para mi sorpresa, y a decir verdad para la de todo el mundo, yo no era de ésas.
Jack comprendió adónde quería llegar Diana, y tuvo que mirar a otra parte. Era una mujer muy fuerte, pero allí, en aquel momento, parecía tan frágil que sintió deseos de abrazarla. Sin embargo, sabía que debía esperar.
- Lo que me hizo Kurt… Bueno, es de esas cosas que marcan un antes y un después en la vida de uno. Después de algo así, es imposible volver a ser el mismo de antes, por mucho que uno se empeñe. Estuvimos juntos casi un año y, durante todo ese tiempo, se dedicó a estudiar los expedientes de mis clientes para luego planear cómo robarles. Le amaba, te juro que le amaba. Y confiaba en él. Hablábamos de casarnos, de tener hijos. Me dijo que… -Se le quebró la voz y luego añadió- me dijo que primero quería tener una niña.
Jack sintió una inmensa rabia por la forma en que habían herido los sentimientos de Diana, y porque él no podía hacer nada al respecto. Sin embargo, además de la indignación, le sorprendió comprobar que también se sentía celoso.
- Nunca me habían engañado de esa manera. Esperaba que sería fuerte y que seguiría con mi vida sin más. Él era un cerdo sin sentimientos y yo demasiado buena persona. No fue culpa mía, así que no me culpé por lo ocurrido.
- No fue culpa tuya, Diana -repitió Jack, que no podía permanecer callado más tiempo.
- Lo sé, y lo sabía entonces, pero no sirvió de nada. En vez de reaccionar, me convertí en una persona dura, rígida. Mantenía las distancias con la gente, salvo con algunos amigos en los que siempre he confiado. Traté de fingir que esa parte de mi vida nunca había existido, negándomela a mí misma. Pero en el fondo sabía que no era más que un mecanismo de defensa, y que lo superaría cuando estuviera preparada para ello. Sin embargo, no esperaba que fuera de esta manera… contigo. -Diana suspiró-. Eres el primer hombre en el que he vuelto a confiar plenamente desde entonces, Jack. No me defraudes, por favor.
Jack se sintió culpable y desgarradoramente frustrado.
- Eso es mucho pedir -dijo-. No soy un santo, no más que tú. No puedo prometerte que nunca te defraudaré, pero sí que haré todo lo posible para evitarlo.
- Sé que lo intentarás. Trato de decirte que no me he enfadado porque pensaras que me había ido. He pasado por esto antes, sé lo que es dudar de la gente, lo terrible que resulta no poder confiar en los demás como antes y pensar que tal vez nunca serás capaz de volver a hacerlo. Yo he tenido a Kurt -agregó, mirando a Jack a los ojos-, y tú a Steven Carmichael.
Jack bajó la cabeza, pensando en las palabras de Diana. Había algo oscuro en su interior que trataba de salir al exterior, pero Jack resistió la tentación.
- Con la diferencia de que yo no me he acostado con Steve -dijo con aparente naturalidad.
Diana lo miró de una forma difícil de interpretar.
- Tienes razón. No es algo sin importancia, simplemente…
- Te escondías detrás de una sonrisa -concluyó Jack con voz firme pero tranquila-. Yo no reaccioné así. Durante los meses posteriores a descubrir que Steve era el culpable de todo, lo único que sentí fue rabia. No paraba de hacer planes para vengarme de él. Seguro que sabes a qué me refiero.
Al recordar todo aquello, Jack notó cómo se apoderaba de él una repentina desazón.
- Yo me enteré de lo que Kurt me había hecho una semana antes de que lo detuvieran -dijo Diana, casi con espontaneidad.
- Hiciste lo que tenías que hacer -dijo Jack, apretando los puños.
- Quizá más. -Diana volvió a inclinarse y, por un instante, la tensión que sentía pareció hacerse visible-. Aquella mañana, una hora antes de que cayera en mi trampa, dejé que me hiciera el amor. Dime si eso no es propio de alguien frío y calculador. Y él ni siquiera lo vio venir. Mira si lo hice bien.
- Diana -dijo Jack, tratando de reprimir sus deseos de tocarla, de consolada-, no tienes por qué contarme esto.
Lo cierto era que no estaba seguro de querer oírlo. Aquel hijo de perra seguía en prisión, pero él no podía dejar de pensar en lo mucho que le gustaría aplastarle la cara de un puñetazo, hacerlo sufrir de verdad.
- Sí, tengo que hacerlo -contestó Diana, rompiendo a llorar de nuevo-. Porque la rabia y la sed de venganza no duran para siempre, Jack.
Jack la miró a los ojos durante un instante, pero luego no pudo evitar desviar la mirada.
- No duran para siempre -repitió Diana-. Luego sólo queda aceptar la verdad o seguir negando lo evidente. Yo hice esto último durante algún tiempo, pero la verdad siempre ha estado ahí, persiguiéndome, Jack. No puedo quitarme de la cabeza la cara de incredulidad y de dolor que se le puso a Kurt cuando la policía entró a buscarlo y él se dio cuenta de que yo lo había traicionado. No puedo olvidarlo porque, si te soy honesta, me dolió hacerlo. Me dolió mucho.
Ambos se quedaron en silencio, oyendo el silbido del viento y el sonido de las olas.
- No quise aceptar que lo amaba. Me decía a mí misma que él no sentía nada por mí, que sólo estaba actuando, que lo habían traicionado sus propias mentiras. De no ser así, me habría sentido como una auténtica canalla. -Temblorosa, Diana exhaló un hondo suspiro-. No me arrepiento de lo que hice, se lo merecía. Pero había algo real entre nosotros. Él me amaba, tanto como le era posible amar a alguien, así que lo que hice todavía me duele. Sin embargo, en vez de admitirlo, me escudé detrás del odio. Nunca, hasta esta noche, me había permitido a mí misma llorar por lo que había perdido.
- Dios, cariño, no puedes…
- ¡No! Déjame terminar. Me alegro de que por fin haya derramado algunas lágrimas por mí y por Kurt. A esto me refería cuando te dije que eran lágrimas buenas. Me ha costado dos años estar en paz conmigo misma, perdonarlo, dar ese asunto por terminado. Yo… sólo pretendo que hagas lo mismo con Steve.
Un sentimiento de negación, de rechazo, de cólera, se apoderó de Jack, que meneó la cabeza.
- No es lo mismo.
- Pero es como si te engañaras a ti mismo, igual que hice yo -dijo Diana, tomándolo del brazo-. ¿De dónde crees que proviene tu odio, Jack? No puedes sentirte herido por alguien, a menos que le tengas algún tipo de aprecio.
Al oír sus palabras, Jack sintió estallar en su interior todo el dolor, la negación y la rabia frustrada que había acumulado. El cuello se le tensó y la cara se le enrojeció. Se echó hacia atrás para que Diana no pudiera verle el rostro, tratando de controlar el torrente de emociones y de respirar con tranquilidad. Finalmente, miró hacia arriba y contempló una luz lejana que parpadeaba en la oscuridad.
- Me trataba como si fuera de su familia -dijo-. He estado en su casa más veces de las que pueda recordar; incluso jugaba con sus hijos. Íbamos a pescar al golfo de México cuatro o cinco veces al año, nos encontrábamos en algún bar para hablar del trabajo. Siempre me decía que estaba orgulloso de mis descubrimientos, era…
Jack apretó los puños con fuerza, tratando de fijar la atención en otra cosa que no fuera la tensión del cuello ni el calor que sentía en el rostro.
- Era un amigo -añadió Diana en voz baja. Jack se limitó a asentir, ya que no se sentía capaz de hablar-. Tienes que acabar con esto, Jack -prosiguió ella al cabo de un momento-. Lo sabes.
Él volvió a asentir.
- ¿Qué vas a hacer?
Jack respiró hondo.
- No lo sé -contestó.
- Puedes ir a la policía -le sugirió Diana.
- ¿Igual que tú? -En cuanto lo dijo, se sintió como un desalmado al ver la tensión en el rostro de ella.
- Es una opción, pero ¿puedes hacerlo? ¿Es lo que quieres?
- No. Ambos sabemos que Steve nunca pisaría un juzgado. Por eso decidí pagarle con la misma moneda. No quiero quedarme sin trabajo, ni sin la posibilidad de volver a excavar en Tikukul alguna vez. Esa ciudad es mía, sólo mía -dijo Jack, mirando a Diana a los ojos- y no quiero decepcionar a aquellos que me quieren o que dependen de mí.
- Pero no puedes seguir con esta guerra. Tarde o temprano te atraparán y lo perderás todo. O bien dejas las cosas como están, o acudes a la policía y pruebas suerte, pero tienes que hacer algo.
- Hablaré con él cuando vuelva de Egipto. Para entonces ya no podrá hacer nada. Tengo la corazonada de que si me enfrento a él se detendrá.
- ¿De veras lo crees?
- Puedo conseguir mis propios trabajadores, Diana, avisarles de que tomen precauciones. Desde que saquearon las tumbas, he controlado la ciudad más que nunca. La temporada pasada no perdí nada, que yo sepa.
- Tal vez deberías haberte enfrentado a él desde el principio.
- Lo pensé, pero cuando lo descubrí todo, estaba demasiado furioso y herido. Sólo quería que ese cabrón sufriera como él me había hecho sufrir a mí, quería que supiese que el que le había robado era alguien que él conocía y en el que confiaba como si fuera su hijo.
A Jack le costó pronunciar esa palabra.
Diana estaba en lo cierto. Algo bueno había muerto dentro de él cuando el hombre al que consideraba un amigo había resultado ser un mentiroso que lo había engañado y lo había utilizado como a una marioneta.
Por otra parte, ella tenía razón sobre todo lo demás.
- Es verdad, no puedo seguir con esto -admitió Jack, soltando el aire poco a poco-. Al principio, el miedo y el riesgo que suponía entrar y salir de esas casas sin ser descubierto me excitaba. Luego, cuando lo conseguía, sentía un gran alivio, una enorme satisfacción. Me costó mucho tiempo convencerme de que estaba haciendo lo correcto. Supongo que la gente a la que le robé no pensará lo mismo.
Diana puso ceño. Le molestaba pensar en esas personas. Como no tenían rostro ni nombre, a Jack le había resultado más fácil justificar sus acciones. Sin embargo, aquello no podía servir de excusa; Jack no dejaba de ser un ladrón. Había dejado atrás víctimas, sabiendo exactamente cómo se sentirían, porque él mismo era una víctima.
Y, aun así, lo había hecho, aunque no le gustara. Sí, Diana lo comprendía mejor de lo que él se comprendía a sí mismo. Era capaz de percibir lo que había tenido guardado en su interior.
- ¿Cómo supiste quién había comprado las piezas que habían robado de la tumba? -le preguntó al cabo de unos instantes.
Jack esbozó una sonrisa.
- Gracias al bueno de Ed Jones, que también es bueno haciendo que todo sea legal y limpio. Tiene su despacho en una vieja mansión en el Garden District y el sistema de seguridad es para idiotas. Una noche me colé allí y me hice con sus archivos.
- ¿Los robaste?
- No, sólo apunté lo que me interesaba: nombres, direcciones, descripciones. Los coleccionistas que compraron sus piezas de buena fe las tenían aseguradas, así que no perdieron dinero. Y los que no…
- Sabían que provenían de un saqueo -concluyó Diana, apoyándose en el escalón que tenía detrás-. Y tuvieron lo que merecían. Es justo, pero no sé si vale el precio que has pagado por ello.
- Es algo con lo que tendré que vivir. Lamento haber invadido las casas y las vidas de aquellos que no habían hecho nada malo, pero tengo el consuelo de saber que siempre tendrán la posibilidad de comprar otro jarrón para su colección. Para ellos, no es más que una pérdida temporal.
Pero no para él. Lo que había ocurrido en aquella húmeda y calida selva le había calado tan hondo que, incluso dos años después, el dolor que sentía seguía igual de agudo.
- ¿Recuerdas cuando te conté que los jaguares protegían a los muertos? -le preguntó Jack.
- Lo recuerdo.
- Pues así es como me veía a mí mismo, como la voz de aquellos que ya no podían hablar -dijo con una amarga sensación de fracaso-. Lo que perdí cuando saquearon esa tumba no tenía precio. Cuando se pierde una información tan valiosa como aquélla, es una auténtica tragedia.
- ¿Qué tumba era? -preguntó Diana, cogiéndolo de la mano.
- La del hombre que había fundado Tikukul-respondió Jack, desviando la mirada con un nudo en la garganta-. Garra de Jaguar el Grande.
Diana exhaló un leve suspiro.
- No sabes cuánto lo siento -dijo.
Esas palabras resumían bastante bien sus sentimientos. Por alguna razón, aquella actitud comprensiva hizo que a Jack le resultara más llevadera la carga. Sin duda seguirían habiendo saqueos, las galerías seguirían vendiendo antigüedades y los coleccionistas seguirían comprándolas. Para el hombre de a pie, no resultaba tan terrible que unos huesos viejos quedaran reducidos a polvo, o que se robaran unos pedazos de vasijas, de oro o de jade. Sin embargo, para aquel rey maya era como morir por segunda vez, pero de forma aún más definitiva. Para Jack, la pérdida era absoluta.
- Para su pueblo, aquel hombre era un dios, un genio y un visionario. Tenía tanto que aprender de él… tenía tanto que contarme… -añadió Jack-. Pero eso ya es imposible.
Diana se arrodilló frente a él, mirándolo de forma solemne. Lo abrazó por el cuello y le acarició el cabello, tratando de aliviarlo. Mientras tanto, Jack deslizó las manos por debajo de la camiseta de Diana, deseoso de notar su calor y el tacto de su piel desnuda, y se dio cuenta de que no llevaba nada debajo.
Deseó hacerle el amor de nuevo, allí fuera, bajo las estrellas, a la luz de la luna con el viento acariciándoles la piel. Y no por simple lujuria, sino para completar la creciente conexión que estaba surgiendo entre ambos. Jack reprimió aquella urgente necesidad y musitó:
- He conocido a muchas mujeres, Diana, pero tú eres la única que me ha entendido del todo.