LAS FAMILIAS DE LOS HOMOSEXUALES
En un libro de autoayuda para los colectivos GLTB no podemos obviar a las familias de estas personas, que también pueden verse afectadas por el ostracismo y la marginación social. Los padres y madres de los gays y las lesbianas, al tratarse de personas con una edad madura, han vivido su educación inmersos en la dictadura franquista y la mayoría han sido educados bajo el modelo ya famoso del «Florido Pensil», con lo que ello supone para comprender la sexualidad de sus hijos/as. En COGAM existe un grupo formado por padres y madres de gays y lesbianas que se reúnen dos veces por mes para afrontar la cuestión homosexual desde su posición como familia. En estas reuniones de autoayuda trabajan para modificar sus propias actitudes homófobas, a la par que orientan a aquellos familiares que acaban de conocer la orientación sexual de sus hijos. Su labor es encomiable y por ello sería injusto que no estuviesen presentes en este trabajo.
A continuación transcribimos la entrevista mantenida con Rebeca y Lidia, dos madres de hijos gays.
Rebeca y Lidia, madres de hijos gays
Ante todo, quiero daros la bienvenida y agradeceros, Rebeca y Lidia, el que hayáis accedido a ser entrevistadas y colaborar en este libro de autoayuda. Lo primero que os pediría es que me comentarais cómo funciona este grupo de ayuda a padres y madres de homosexuales.
Rebeca: Nos reunimos los segundos y cuartos martes de cada mes. Nuestro objetivo primero fue de autoayuda. Posteriormente, recibimos a más parejas y le ofrecimos la ayuda que nosotros sabíamos darle, contándole también nuestras experiencias con nuestros hijos y atendiéndoles con cariño y lo mejor que hemos podido.
Ésa es la función que vosotros hacéis aquí en COGAM: recibir familias y tratar de ayudarles en su aceptación de la homosexualidad.
Lidia: Así es.
De entrada, os pediría como madres de hijos gays que me contarais cuándo y de qué forma supisteis que vuestros hijos eran gays.
Rebeca: De mi hijo yo lo supe en el año 99, poco antes de morir mi madre; él tenía entonces veintidós años. Me enteré de una manera casual, porque yo en ningún momento sospeché nada de él. No era amanerado ni tenía ningún motivo para pensar que fuera homosexual. Entonces, el hecho de saberlo me hundió completamente. Yo lo averigüé porque mi hijo es muy desordenado, entré en su cuarto un día y vi cosas que me llamaron muchísimo la atención: pensé que eso no era posible que él lo tuviera porque no lo veía normal en un chico. Entonces luego ya empecé a averiguar y le encontré montones de cartas. Me lo pensé muy bien antes de hablar con él. Hablé con mi hija mayor, le comenté lo que había visto, y ella me dijo que no tenía duda de que su hermano tenía que ser homosexual; si no, no se explicaban aquellas cartas. Entonces, una vez que yo me hube calmado un poquito, me hice la encontradiza con él, y una noche le dije: «Javier, vente conmigo a sacar al perro», y en ese paseo le conté lo que yo había visto en su habitación. Le dije que aquello no me parecía normal y que si quería hablarme algo o decirme lo que fuera, yo estaría dispuesta a escucharle y ayudarle, si es que podía ayudarle en algo. Entonces me dijo que de momento estaba yendo con un psicólogo.
¿Vosotros sabíais que estaba visitando a un psicólogo?
Rebeca: No. Iba él por su cuenta. Era a través del Centro de Jóvenes de Leganés. Mi hijo me dijo que no me preocupara, que ya bastantes preocupaciones tenía en aquel momento, y que cuando él lo considerara oportuno, que ya me diría lo que fuera. Pasó un año entero sin decirme nada.
¿Se lo comentaste a tu marido?
Rebeca: No. Porque no era nada seguro. Javier no me concretó si era sí o no. Simplemente me dijo que no me preocupara y que si él tenía algo que decirme, que ya me lo diría.
¿Qué fue exactamente lo que tú encontraste en su cuarto?
Rebeca: Pues encontré cartas de amor a personas de su mismo sexo, fotografías, objetos que no me parecían normales y que yo no había visto en mi vida. Y aquello me dejó muy mal. Y el día de mi cumpleaños, me lo confesó: ése fue su regalo de cumpleaños. Y yo lo acepté así. Nos fuimos a comer a la calle los dos solos y en la comida me lo estuvo hablando. Me dijo que efectivamente él era homosexual, que no quería decírmelo hasta no estar seguro para no hacerme sufrir. Ya aprovechó la ocasión, me dijo que tenía pareja, que se estaba carteando con un chico de Alicante y que estaba muy feliz y contento.
¿Cómo te quedaste tú, Rebeca?
Rebeca: Pues muy mal. Yo las lágrimas me las tragaba a la vez que la comida y no sé cómo no me sentó mal, porque aquello fue horroroso para mí. Yo nunca pude imaginar que mi hijo fuese homosexual. Además, que a mí me cayó como un jarro de agua fría. La homosexualidad era algo que sabía que existía, como existen tantas cosas, pero que en mi familia nunca se había dado. No es que yo sintiera rechazo por los homosexuales, jamás lo he sentido; simplemente que era algo que existía, pero que eso a mí ni me rozaba siquiera. Así, tal como lo digo. Y claro, yo era, y lo sigo siendo, católica, apostólica y romana, y en mi círculo de amistades eso no tenía lugar. Eso era todo malo, pecaminoso, y yo no podía tenerlo tan cerca. O sea, que fue horrible. Luego, una vez que Javier se sinceró conmigo, nos abrazamos, yo le dije que le quería con locura, que seguía queriéndole, que le iba a ayudar en todo lo que fuera posible, que yo no lo iba a rechazar por el hecho de ser homosexual, que le iba a querer incluso mucho más y que estaba dispuesta a ayudarle en todo. Ahora bien, que yo necesitaba que alguien me ayudara a mí, porque yo con aquello no podía. Entonces yo no tenía información de ningún tipo. Me iba a volver loca. A mi propio hijo le pregunté si sabía de algún psicólogo o de alguna persona que me pudiera ayudar; entonces, él me recomendó COGAM.
¿Ya existía el grupo de familias?
Rebeca: No. Pero Javier sabía que aquí había psicólogos y que me podían ayudar. Llamé a COGAM con más miedo que vergüenza, porque yo no sabía lo que me iba a encontrar aquí. Cuando hablé con el psicólogo me dijo: usted no necesita ayuda psicológica, usted lo que necesita es un grupo de padres y madres con el que pueda hablar. A todo esto, mi marido sin saberlo. Mi hijo me pidió que no se lo dijera a su padre. Por fin un día mi hijo y yo se lo dijimos. Mi esposo estaba sentado y se quedó cuadrado, porque es que no se pudo ni mover. No supo reaccionar, no pudo decir nada, ni una sola palabra. Cuando él ya nos había escuchado, mi hijo intervino: «Papá, ¿te puedo dar un beso?», y él le dijo que sí, le dio un beso y se acabó. Entonces, como yo vi que mi marido estaba tan mal, me acerqué a él, intente ayudarle, y me rechazó. Me dijo que conmigo no quería saber nada, que era lo último que quería saber de mí.
¿Por qué?
Rebeca: Porque yo tenía la culpa de todo eso.
¿De que vuestro hijo fuera homosexual?
Rebeca: No. De que yo me hubiera callado. Mi marido es un hombre muy serio, y él ha querido siempre saber las cosas mucho antes que yo, cualquier tipo de cosas. Entonces, el hecho de que yo me hubiera enterado antes de este tema, que era bastante importante, le cayó mal a él y no lo entendió. Y así estuvimos muy mal mucho tiempo.
¿Fuisteis a algún psicoterapeuta tu marido y tú?
Rebeca: Sí, fuimos los dos por separado.
Actualmente, Rebeca, tu marido, ¿cómo acepta tener un hijo gay?
Rebeca: Ahora bien. Bastante bien. Ahora, mi hijo vive en nuestra casa sin problemas. La verdad es que siempre lo aceptó muy bien.
Pasamos a hablar con Lidia. ¿Cómo es tu historia?
Lidia: Mi primer problema fue mi separación. Tengo tres hijos y el menor es el que es gay. En la actualidad tiene treinta y cuatro años. Yo me enteré porque él mismo me lo dijo cuando tenía veinticuatro años. A mí, mi hijo no me ha creado ningún problema por su homosexualidad, porque yo a él siempre lo he visto bien. Él ha procurado no exteriorizarlo. Yo, a diferencia de Rebeca, había intuido que era homosexual, lo veía más dulce, más delicado en sus cosas, el más atento de mis tres hijos, ¡en fin! Distinto a sus hermanos. Y recuerdo que sus hermanos, de más joven, le decían como en broma: «¡Claro, eres la niña!», cosa que a mí me molestaba muchísimo. Yo ya lo venía intuyendo por su manera de vestir y sus modos. Él me lo confesó llorando, un día que venía de un cumpleaños con una ropa llamativa. Yo me metí con él, le dije: «¡Tienes los ademanes de una chica!», y mi hijo de repente rompió a llorar. Yo sé que lo que le dije fue muy brusco, porque yo ahora lo rebobino en mi cerebro y veo que era lo que menos le debería haber dicho. Entonces, a mi pregunta: «Oye, Jaime, ¿no serás homosexual?», me contestó: «¡Pues sí, lo soy! ¿Y qué pasa?» Me marché a mi habitación y me dije: ahora sí que no hay vuelta de hoja, ya sé lo que no quería saber.
¿Cómo llegas hasta COGAM?
Lidia: Pues por mi hijo: él era socio y trabajaba como voluntario. Me dijo que aquí había charlas que me podían venir bien para orientarme sobre la homosexualidad.
¿Os pasó por vuestras cabezas la idea de que vuestros hijos por ser gays podían coger el VIH?
Rebeca: Sí.
Lidia: A mí no, porque sé que él es muy cuidadoso.
Rebeca: Miedo al SIDA, y miedo a que le hicieran daño por la calle.
Os lo pregunto porque sabemos que hay muchas familias que, cuando se enteran de que su hijo es gay, de las primeras cosas que piensan es en el riesgo de infectarse del VIH.
Lidia: En aquel entonces yo casi no me podía plantear que mi hijo pudiera tener relaciones con ningún chico.
Rebeca: Yo sí y, por las cartas que le cogí a mi hijo, no tenía dudas al respecto.
¿Vuestros hijos tienen pareja?
Lidia: Mi hijo ha tenido algunas relaciones de dos, o tres meses, pero cosas esporádicas. Lo bueno que tiene es que queda muy bien con todas sus parejas, y sigue manteniendo relación de amistad con ellos. En la actualidad tiene una relación con un chico que reside fuera.
Rebeca: El mío sí ha tenido una relación que ha durado cuatro años. Pero hace unos meses que han roto la pareja. Yo he visto a mi hijo mal por esta ruptura y me ha dado mucha pena. Le dijimos que se viniera a casa con nosotros y, como te he comentado, actualmente vive en nuestra casa.
Rebeca, tu marido y tú, ¿llevasteis bien que vuestro hijo tuviera pareja?
Rebeca: Sí. Pero le conocíamos poco, ya que no residía en Madrid. Cuando ya se trasladó a vivir a Madrid, estuvo en nuestra casa quince días hasta que ellos encontraron un piso. Pero no estábamos descontentos con él, nos parecía buena persona. Pero las relaciones a veces se acaban y eso fue lo que pasó.
Lidia: Yo veo bien las relaciones de mi hijo. La verdad es que ¡lo que hemos podido cambiar de cuando nos enteramos hasta ahora!
Nos centramos un poco más en las actividades que este grupo de familiares realiza en COGAM. Cuando llega una familia nueva, ¿con qué inquietudes viene?
Rebeca: Vienen fatal, vienen llorando, nerviosos. Aunque a veces vienen los dos, normalmente suele venir primero la madre. No sé por qué será, pero generalmente suelen contar primero con el apoyo de la madre y luego ya ella arrastra al marido.
Y esa primera reunión a la que asisten al grupo, ¿cómo se desarrolla? ¿Qué cuentan?
Lidia: Se desarrolla con angustia. A veces no les salen ni las palabras. El primer día casi no saben ni por dónde empezar. Se creen que nos vernos a asustar. Les ves con miedo. Miedo a contar cómo viven la homosexualidad de sus hijos.
Rebeca: Se les deja hablar, que se expresen, que cuenten cómo lo están viviendo y, luego, intentamos aconsejarles, a veces contándoles nuestra propia historia y cómo lo hemos ido superando.
Lidia: La verdad es que la gente, al principio, se queda un poco sorprendida, al ver que contamos nuestras historias con tanta naturalidad, con tanto desenfado. Les choca bastante.
Una pregunta: ¿vienen también familias de lesbianas?
Lidia: Bastante menos. Han venido tan sólo dos o tres.
Hay una tema que anteriormente has comentado, Rebeca: tú eres católica, apostólica y romana. Tú, Lidia, ¿también profesas la religión católica?
Lidia: Pues en mi caso tengo que decir que también he sido católica. En la actualidad yo veo ciertas cosas de la Iglesia que no me gustan. ¡Anda que no hay gays en el Vaticano!
¿Y tú, Rebeca, sigues siendo católica, apostólica y romana?
Rebeca: Sí.
¿Cómo encajas tu religión católica con el rechazo abierto que la institución hace de la homosexualidad?
Rebeca: Yo, al principio de enterarme de que mi hijo era homosexual y de seguir yendo a mi parroquia, estaba escuchando al cura mientras predicaba, y me sentía muy mal, me sentía que estorbaba allí, porque yo veía que para mi hijo había un rechazo, y si le rechazan a él, yo también me sentía rechazada. Yo he hablado con mi párroco, se lo he dicho abiertamente, él me ha acogido muy bien, me ha dicho que incluso cuando fuera el obispo a la iglesia que nos entrevistásemos con él. Yo intenté repartir en la parroquia unos folletos/invitaciones de COGAM, le consulté al párroco, pero al final no me han autorizado y no los he podido repartir allí.
[Está claro que la postura de la jerarquía católica no ayuda ni a los homosexuales ni tampoco a sus familias a canalizar positivamente una realidad homosexual.]
¿Hay algún aspecto más que me queráis comentar?
Rebeca: Solamente decirte que después de haber hablado con mi hijo lo vemos supercontento y hablador, porque ya se ha quitado un peso grande de encima. Peso que me lo había cargado a mí; entonces es cuando yo lo empecé a pasar mal, porque sentí un rechazo hacia mi hijo, era una contradicción muy grande: lo mismo lo quería que lo rechazaba. Es difícil de explicar las sensaciones que yo he sentido. Lo quería pero no lo quería, algo muy malo, muy horrible, que he ido superando muy poquito a poco y que yo creo ahora que sí lo tengo superado, pero lo he pasado muy mal.
¿Porque se produce una relación de amor/odio, amor/rechazo?
Lidia: Se suele pasar por esa fase.
Rebeca: Yo veía a Javier tan contento que es que me daba hasta rabia y me decía: ¿Por qué me ha tenido que pasar a mí esto? ¿Por qué se ha tenido que desahogar conmigo? No estaba yo preparada para eso.
Lidia: Tú lo has dicho, Rebeca. Ése es el mayor problema. Que no estamos preparados para afrontarlo.
¿Cuánto tiempo se viene a tardar, más o menos, en canalizar y aceptar que tu hijo es homosexual?
Lidia: Yo creo que eso se arrastra toda la vida, lo que pasa es que mucho mejor.
Rebeca: Unos dos añitos como mínimo. Y aún ahora a veces miras para adentro y te preguntas: ¿pero de verdad estás convencida de que lo has aceptado plenamente? ¿No será todo de boquilla para fuera? Y a veces he llegado a pensar: ¡pero si yo pudiera cambiar la historia, la cambiaría!
Y hoy día, Rebeca, si pudieras cambiar la historia, ¿la cambiarías?
Rebeca: Pues no sé.
Lidia: Pues yo sí, por los prejuicios en el trabajo y la sociedad.
Rebeca: Es que es muy difícil que te cambien el chip. Yo he sido de colegio de monjas. A mí me han machacado mucho, me han inculcado unas cosas que tengo muy dentro, y es muy difícil que yo haga plas y lo borre todo y me quede como si fuese un libro en blanco; pero yo lo he aceptado y estoy dispuesta a trabajar.
Lidia: Es que no es lo mismo para las generaciones que vienen ahora, que salen homosexuales por la televisión a punta pala, y con eso se empieza a ver normal y a normalizar. Dentro de un par de generaciones, la homosexualidad se verá como muy normal. Pero claro, asimilarlo con la represión que ha habido, pues no es tan fácil. Lo estamos intentando, nos estamos reciclando.
¿Puedo preguntaros qué edades tenéis?
Rebeca: Sesenta y tres.
Lidia: Sesenta y cinco.
Todas las edades tienen sus encantos. Quiero agradeceros vuestra colaboración. Entiendo que hacéis una labor muy valiosa para las demás familias y para vosotras mismas porque, a veces, cuesta aceptar situaciones naturales. Muchísimas gracias.