Los fans
I love my Mac

Apple es una religión. Para muchos, una filosofía de vida. Una postura frente al mundo. Es mucho más que una empresa multimillonaria que vende computadoras y productos electrónicos de diseño. Entender esto es fundamental para poder analizar con profundidad y amplitud el fenómeno que representa la empresa en la actualidad.

Apple tiene fieles dispuestos a demostrar su lealtad incondicional cuando sea necesario. Desde acampar día y noche en las puertas de los templos metalizados para ser los primeros en comprar el último modelo de iPad hasta tatuarse en su cuerpo el logo de la manzana. Fueron capaces de llorar y rezar frente a una tienda de Apple el día que murió su dios Steve Jobs y de ofrendar una manzana mordida en su honor.

No son tres locos. Son varios miles de feligreses. Verdaderos ejércitos de hombres y mujeres de cualquier edad cuya misión es custodiar las 24 horas la marca, la memoria de Jobs y, por supuesto, a todos los productos de la manzana.

Sobre Apple hay de todo: sitios, blogs, revistas, ropa, libros, programas de televisión, de radio y hasta documentales sobre sus fanáticos. Tal vez el mejor de ellos es MacHeads, filmado por los hermanos Kobi y Ron Shely y estrenado en 2009. La película muestra las vidas de varios miembros de este club mundial de seguidores y el increíble fervor religioso que sienten por Apple. Hay una chica que asegura no tener sexo con usuarios de Windows y un joven que dice que Jobs está entre las tres personas que más lo influyeron en su vida, junto a su padre y John Lennon. Sobre el final, suena la canción "I Love my Mac" ("Yo amo a mi Mac"), compuesta años antes por Daphne Kalfon, una fanática canadiense. La canción, seleccionada para el documental entre otras, se convirtió en un hit mundial y hasta tiene sitio web oficial.[1]

Los fanáticos de Apple podrían haber salido de una secta. Se reúnen en comunidades en países como Perú, Nueva Zelanda, India, Francia, Chile, Noruega y Corea. Allí se cruzan desde usuarios expertos y avanzados hasta personas que por primera vez usan una Mac. El objetivo principal es el intercambio de información, pero también organizan eventos, venden productos usados y comparten sus experiencias. Estas comunidades oficiales se llaman Mac User Group (MUG) y hay más de mil alrededor del mundo. En la Argentina existen dos MUG oficiales, es decir, avalados por Apple y que figuran en el sitio oficial de la empresa.[2] Uno en Mar del Plata (llamado MugAR) y otro en Buenos Aires, bautizado MUG Argentina, con diez mil quinientos miembros registrados. Franco Giménez es su coordinador y dice para este libro:

Muy pocas empresas tienen el don de lanzar productos, y que automáticamente estén bendecidos por sus seguidores, con muy poca críticas aunque a veces no estén a la altura de sus pares en el mercado. Es que el aire de exclusividad que genera un producto de Apple, solo por tener la manzanita, es casi irrepetible... y entender el por qué, sería tan complejo como conocer lo que pasaba realmente por la cabeza de Steve a la hora de imaginar cada una de sus creaciones.

El culto a Apple no es nuevo. Los fanáticos de la manzana existen desde mucho antes que Internet y el iPhone. Ya a fines de los ‘70, cuando la Apple II fabricada por Steve Wozniak inauguraba la era de la computadora personal, la empresa era el símbolo principal de la revolución informática. Surgieron entonces sus primeros seguidores. Jóvenes —y no tanto—, aficionados a la tecnología que se identificaron rápidamente con los valores rebeldes y contraculturales de la marca, sus productos y su mentor, Steve Jobs. Eran los nerds, los desplazados por los líderes de los grupos universitarios y las chicas lindas. Los esquivados por la popularidad juvenil. Usaban pelo largo y barba, remeras con la manzana multicolor de Apple, leían revistas sobre informática, fumaban marihuana y pasaban sus noches sin dormir tipeando en esas nuevas máquinas. Apple los identificaba y ellos se lo agradecían con su devoción. Así nació el club llamado "The Apple Core", cuyos aficionados se enteraban de las noticias a través de un boletín de noticias bautizado The Cider Press.

El especialista en marcas Carlos Tito Avalos explica:

Apple no tiene solo clientes. También tiene partidarios, personas que no solo compran lo que la marca les ofrece sino que además la apoyan, están de acuerdo con lo que hace y las ideas que defiende. El partidario de la marca, a diferencia del cliente, es un público emocionalmente más activo: habla bien de la marca, la difunde, se muestra con ella porque está orgulloso de ser parte de ese mundo.

Pero la comunidad de fanáticos de Apple no es solo decorativa. Sus opiniones tienen peso propio. Fueron ellos los que supieron resistir estoicos en los peores momentos de la empresa, cuando a mediados de los ‘90 se desangraba económicamente y casi desaparece del mapa tecnológico mundial. Gracias a esa comunidad, Steve Jobs pudo volver y resucitar la compañía, apoyándose en grandes productos, pero también en la mística histórica de la marca.

En Apple lo saben y lo agradecen. Sus directivos son conscientes de que ese fanatismo casi religioso es un elemento distintivo de su marca y, por ende, también de su negocio. Por eso estimulan a sus cada vez más seguidores con muchas acciones de marketing. El codiciado merchandising oficial de la empresa se vende exclusivamente en Infinit Loop, la sede principal de Apple en Cupertino, California. Ese shop oficial, que no vende computadoras pero sí todo tipo de productos con el logo de la manzana, ya se convirtió en una parada turística obligatoria.

Otra de las acciones impulsadas por la marca fue el programa "AppleMaster", que fue creado en 1996 por la empresa para distinguir a diferentes personalidades mundiales que se hicieron incondicionales a la manzana. Son muy pocos y entre el selecto grupo se encuentra el ex-boxeador Muhammad Alí, el premio Nobel de física Murray Gell-Mann, el escritor Tom Clancy, el artista plástico Donald Lans y los actores Richard Dreyfuss y Harrison Ford, entre otros. En Latinoamérica hay un solo AppleMaster y es el argentino ex baterista de Soda Stereo Charly Alberti.

Applesfera es el blog en castellano sobre Apple más visitado del mundo. Tiene un equipo de diez personas que se encargan de actualizarlo con varios artículos diarios. El director es Pedro Aznar, un español de 32 años que se hizo usuario de Apple cuando era de adolescente.

La primera vez que toqué una Mac estuve más de una hora investigando el sistema operativo. Lo que vi me encantó: una máquina sencilla de utilizar, asombrosamente rápida para la época, muy intuitiva y en ciertos aspectos (como la interfaz gráfica) sorprendente. El interés despertado aquel día, definió mi futura afición y pasión por el mundo de la manzana —cuenta para este libro.

¿Por qué Apple tiene ese tipo de fanáticos?

—Sus productos no son solo piezas de hardware o de software: se trata de una filosofía, de una forma de hacer las cosas. De conseguir algo bonito y simple que pueda desempeñar tareas complejas. De buscar la perfección en cada pequeño detalle, esos detalles a los que las otras marcas no dan importancia. De diseñar algo que mejore lo que existe, que sea más sencillo y que sea más bonito. En resumen: de simplificar la vida, de amplificar las sensaciones de los productos. Conseguir que la tecnología quede en segundo plano y solo importe lo que podemos conseguir con los productos.

Yo creo que el fan de Apple es una persona que disfruta de la tecnología, compartiendo las experiencias con otros usuarios y con la filosofía de la compañía. Uno puede tener más o menos productos de Apple, ser el primero de la fila o el último, pero sin duda, todos aman el gusto por la perfección de la compañía. Eso es ser un verdadero apasionado por Apple.

Muchos de sus fans se vuelven locos con los modelos antiguos de los productos de Apple, especialmente con las computadoras más viejas como la Apple II, Lisa y la Macintosh. La fiebre coleccionista no conoce de límites… ni de precios. En noviembre de 2010 el empresario italiano Marco Boglione no dudó en pagar 213 mil dólares en la subasta londinense Christie’s por una Apple I de 1976.

Existen por lo menos una docena de museos caseros repartidos alrededor del mundo armados por devotos de Apple y plagados de dispositivos antiguos de la manzana. La clave es que las computadoras funcionen como el primer día. El periodista argentino Martín Jáuregui tiene 48 años y es fanático de Apple. Debutó con una Mac SE en 1989 y nunca más usó otra cosa que no fuera Apple. En su casa atesora un pequeño museo, que incluye varias Mac, las PDA Newton, PowerBook, remeras originales, manuales, varios iPod, iPhone, iPad y un largo etcétera. Jáuregui no solo es fan de Apple, sino también de Steve Jobs. En su homenaje, usó durante años las zapatillas New Balance 991 grises, las preferidas del fundador. Además, colecciona calcomanías originales de la manzana multicolor. "Siempre fue un ícono de exclusividad el tema de las calcos... tener una pegada en el auto en los años ‘90 era todo un símbolo. Es más, era casi una declaración de principios, mostrabas que pertenecías a ese pequeño gueto Mac", cuenta.

Cuando murió Jobs en octubre del año pasado, Jáuregui escribió una columna publicada en el diario La Nación, titulada "Conectando los puntos".

(…) Un buen homenaje a este tipo que tanta felicidad tecnológica me ha dado es prender aquella vieja Mac que aun reposa en mi estudio. Toco el botón del power. ¡Chan!... me sonríe la pequeña Mac del monitor blanco y negro de nueve pulgadas. La máquina esta booteando. Y prendo la Powerbook 170. Y la 9500. y la Powerbook G3. Y la iMac azul bondi. Y la iMac de 21. Todas encienden. Ninguna se cuelga. Las diez Mac funcionan igual que el primer día que las tuve. Impecables. Hermosas.

Todos esos modelos de computadoras pertenecen a la historia grande de Apple. Una aventura plagada de productos, mitos, vaivenes, marketing, anécdotas, traiciones y grandes talentos. Una larga y sinuosa línea de tiempo que retrocede hasta mediados de los ‘70 cuando, en un garage de Silicon Valley, dos amigos adolescentes con pelo largo llamados Steve Wozniak y Steve Jobs, daban, sin saberlo, un paso clave en la era de la computadora personal.