João se revuelca en la cama y mete la cabeza bajo la almohada, lamentándose:
—¡Apaga el maldito despertador! Son las siete de la mañana…
—Pero si no es el despertador —contesta Tomi—. Es el grillo.
—¡Pues apaga el grillo! —exclama João.
El capitán de unas palmadas, y el grillo Tomi deja de hacer «cri-cri» en su jaulita, que cuelga de la manija de la ventana.
—¿Has visto qué obediente es? —pregunta Tomi.
Hoy es día de compras, pero mañana disputarán el partido contra el equipo de Halcón y luego regresarán a Madrid. El capitán mira la jaula con envidia: el grillo se quedará al lado de Eva, mientras que él tendrá que esperar otros seis meses. La idea le quita definitivamente el sueño.
—¿Adónde vas a estas horas? —le pregunta João—. Acuérdate de que estamos de vacaciones, que las escuelas están cerradas.
—Me he desvelado —explica Tomi—, voy a entrenar un poco al gimnasio. Nos vemos en el desayuno.
Tomi se pone el chándal y sube al pequeño gimnasio que hay en el octavo piso, iluminado por un gran ventanal por el que se divisa una hermosa vista panorámica. El capitán programa la cinta y se pone a correr encima de ella, mientras observa las grandes calles de Pekín atestadas de coches y bicicletas. Piensa en Eva, con su vestido de dragones dorados, y le parece tenerla justo delante, pero, por más que corre, no consigue alcanzarla.
Todos han subido al microbús y aconsejan a gritos al pobre Augusto, que se ha quedado atascado y no sabe adónde ir, lo que tiene que hacer.
—Empecemos por el mercado de Panjiayuan —propone la señora Sofía—. He leído que hay maravillosas antigüedades chinas.
—No, vayamos primero a la tienda de juguetes —sugiere Fidu—. Chen me ha escrito la dirección. Se llama Hongqiao Toy City, es enorme y hay juguetes de todo el mundo. ¡Debe de ser megagenial!
—Yo tengo que encontrar un auténtico gong chino —advierte Carlos, el padre de João—. Quiero añadirlo a mi colección de tambores. ¡Así en la segunda fase de la liga ayudaremos al equipo en su remontada con una marcha de carga!
—La calle principal de compras se llama Wangfujing Dajie —dice Daniela—. Vamos allí.
—Sí, hay muchas librerías por esa zona —aprueba Nico.
—No olvides, amigo, que tengo que comprar un poco de té —recuerda Champignon al chófer—. Me han dicho que en la tienda Malian Dao Cha Ye Cheng hay cuatro plantas dedicadas solamente al té. Tienen todas las variedades del mundo…
Al ver al pobre Augusto agobiado por tantas peticiones, Nubes Armoniosas del Alba le sugiere:
—Ya le conduzco yo al Mercado de la Seda. Ahí encontrarán todo lo que buscan y se divertirán…
Chen no se ha equivocado.
El grupo de vacaciones organizadas Cebolletas compra un montón de regalitos a buen precio y se divierte de lo lindo, porque la regla de oro de esos grandes almacenes gigantescos de ocho pisos donde se vende de todo es que hay que regatear siempre.
—Me llevo estas tres camisetas, pero me tienes que hacer un buen descuento —dice Armando al chiquillo de una tienda.
El chico hace un cálculo mental para convertir los yuan a euros y a continuación escribe la cifra resultante en una calculadora. El padre de Tomi la coge y transforma los 30 euros en 20.
—No, no puedo… —se lamenta el vendedor.
—Qué lástima, no hay trato… —concluye Armando, fingiendo irse.
El chico lo persigue gritando:
—¡Espera, español! Mira…
Escribe «25 euros» en su calculadora.
—¡Trato hecho!
Los dos se chocan la mano.
El Mercado de la Seda es un mundo realmente extraño: centenares de tiendecitas amontonadas una junto a otra a lo largo de ocho plantas. En cada piso se venden distintos tipos de mercancías. En el quinto puedes escoger telas, pedir que te tomen las medidas y volver al cabo de una hora, cuando ya te habrán cosido un vestido a medida…
Carlos encuentra su gong, Fidu compra un helicóptero teledirigido.
Lucía adquiere un fular de seda para su sobrina Clementina.
—Que no sea tan bonito —sugiere Tomi.
—¿Y por qué, pobrecita? —pregunta su madre.
—Si es demasiado bonito, no se quitará de encima al pesado de Fernando… —responde el capitán.
Como recordarás, Tomi está aterrado ante la perspectiva de que su prima se case con el hermano de Pedro. No quiere tener nada que ver con la familia de las coletas…
Las gemelas encuentran sus zapatillas de tenis preferidas a mitad de precio.
—¿Cómo es posible? —se pregunta Sara.
—Muy fácil —contesta Chen—. Son falsas.
—¡Pero si son idénticas a las de verdad! —se sorprende Lara.
—Copiar es un arte, amigas mías —comenta Fidu—. También mis exámenes parecen idénticos a los de Nico, que está sentado en la silla de al lado…
Gaston Champignon echa a reír con ganas.
Al salir del Mercado de la Seda y para variar, el portero tiene un poco de apetito y echa un vistazo a la parrilla de un vendedor ambulante, con la esperanza de topar al fin con el famoso pato lacado a la pequinesa. Pero lo que ve son extraños espetones amarillos.
—Son pinchos de escorpión —explica Chen.
Fidu compra uno de inmediato y lo pone delante de los ojos de Nico.
—Si no recuerdo mal, habías prometido que te lo comerías.
El número 10 palidece ligeramente:
—Sí, pero ahora mismo no tengo mucha hambre…
—No, sabiondo —insiste Fidu—. Hay que esforzarse por comprender las costumbres ajenas. ¿No era eso lo que decías?
Nico mira a Chen… No puede echarse atrás.
Coge el pincho lleno de escorpiones ensartados y, con un esfuerzo tremendo, se los come intentando disimular el asco que le dan…
—Está bueno… —comenta.
—Entonces te compro otro —se ofrece Fidu.
—¡No, ya vale! ¡No puedo más! —aúlla Nico, aterrado ante la idea de tener que repetir la experiencia.
Por la tarde, antes de volver al hotel cargados de bolsas, el entrenador invita a todos a entrar en una antigua y romántica sala de té, hecha de madera y con maravillosos tapices.
—Vamos cargados de regalos, así que ahora hagámosle un regalo a nuestra alma, porque en China el té no es una bebida, sino un rito que hay que degustar con paciencia y sentido poético.
Todos escuchan la interesante lección de Champignon sobre el té.
—Según un antiguo proverbio chino, el agua es la madre del té, la tetera es el padre y el fuego es su maestro. El agua debería ser de un manantial, pero nos contentaremos con la del grifo. No es necesario que hierva; en cuanto suban las primeras burbujas se saca del fuego y se echa un poco en la tetera, para calentarla, y luego se espera a que el agua se enfríe un poco. Cada variedad de té requiere una temperatura diferente. Por ejemplo, el té verde necesita una temperatura de entre setenta y ochenta y cinco grados; el té blanco un poco menos, de sesenta y cinco a ochenta grados. Luego se tira al suelo el agua que se ha calentado la tetera, se meten las hojitas de té y se llena la tetera con agua con la caliente. Después se espera a que se produzca la infusión. Las hojitas desprenden al final sus mejores propiedades, así que es necesario tener mucha paciencia. Por último se vierte el té en las típicas tazas chinas de cerámica, que tienen tapa para que el sabor de las hojitas no se difumine y el té no se enfríe aunque nos pongamos a charlar con un amigo.
—Pero para preparar un té así hay que tomarse medio día de vacaciones… —protesta Armando.
—Si tienes prisa, metes una bolsita en un poco de agua caliente, como hacemos siempre —contesta Champignon—. Pero si de verdad quieres regalarte el paladar, tienes que seguir pacientemente las reglas del arte del té chino. ¿Sabes quién lo inventó? Lu Yu, un antiguo eremita, que se retiró a las montañas para dedicarse a la meditación y al arte del té. Si los chinos son sabios es porque saben hacer las cosas con calma.
—¡Como la gimnasia del abuelo de Chen! —exclama Nico.
—Exacto. Y yo he decidido llevarme a Madrid un poco de esta filosofía —concluye el cocinero-entrenador.
Un camarero, que lleva un vestido tradicional, acude a tomarles nota.
—Estos días he probado decenas de variedades de té —explica Gaston Champignon—. Ahora os haré probar el que entrará en el menú del Pétalos a la Cazuela.
—¿A base de flores? —pregunta Sara.
—Naturalmente —responde el cocinero-entrenador, que pide un té floral a base de pétalos de jazmín, rosa y crisantemo.
—Tengo la impresión de que tanta filosofía del té resulta algo oportunista por tu parte. No sabía que te interesara tanto… —comenta Lucía.
—Pues la verdad es que desde siempre me ha interesado el mundo de la botánica y, al fin y al cabo, no hago más que pasar de preparaciones a base de flores a otras a base de hojas —responde el cocinero con una sonrisa grande como China.
Antes de irse, Chen propone a sus amigos una idea que se le ha ocurrido: con la ayuda de su abuelo Ziao, podrían preparar un espectáculo sorpresa para los padres. Los Cebolletas aceptan con entusiasmo.
Durante el entreno en el parque Jing Shan, Champignon ensaya la alineación que se enfrentará mañana al equipo de Timothy Falck.
—Utilizaremos la formación «flecha» —explica el cocinero-entrenador—. Tres en defensa, es decir, Fidu en la portería y las dos gemelas; dos en el centro del campo, Becan y João; y Tomi en ataque.
Y los reparte por el parque como sigue:
—Para que os acostumbréis a esta formación, pasaos el balón con las manos y memorizad vuestra posición y la de vuestros compañeros —sugiere Champignon.
Durante un cuarto de hora, los Cebolletas juegan con el balón de este modo. Es un buen ejercicio para que recuerden la alineación «flecha»: en el partido de mañana harán esos pases con el pie sin tener que pensarlo demasiado. Es como recitar una poesía aprendida de memoria o preparar un plato cuando ya se sabe la receta.
La última parte del entrenamiento es la más divertida: ¡bombardear a Fidu!
Exaltado por el espectáculo de los acróbatas, el portero desafía a sus compañeros:
—Cada vez que haga una cabriola, podréis disparar a puerta, ¿de acuerdo?
Fidu se coloca entre dos árboles del parque y se ajusta la gorra sobre la nuca.
Hace una cabriola hacia delante, se levanta y ve que el balón de Becan se dirige hacia el ángulo inferior. Se lanza y lo intercepta.
Hace una cabriola hacia atrás con la que se pone de nuevo en la línea de meta y rechaza en plancha un zurdazo de João.
Hace una nueva cabriola hacia delante, se levanta y bloca al vuelo un cañonazo de Tomi.
—Superbe! —exclama Gaston Champignon.
Nico ha vuelto por última vez a casa del abuelo Ziao.
En esta ocasión se ponen enseguida a jugar al ajedrez.
Es una partida muy disputada, que el grillo Pong sigue al borde del tablero, pero también esta vez gana el abuelo de Chen.
Después de una taza de té verde, Nico y Ziao se vuelven a colocar entre los dos árboles del patio y dibujan en el aire gestos lentos. El número 10 ya realiza los ejercicios con la mayor naturalidad del mundo y se concentra fácilmente, sin dejar que lo que ocurre a su alrededor lo distraiga.
Ha aprendido a alcanzar el silencio interior y a no desperdigar sus energías.
Al final del ejercicio, el abuelo Ziao se muestra satisfecho y pide a Nico que lo acompañe a la habitación de las cometas.
Mientras Chen sujeta en el aire una hoja de papel de arroz, Ziao tiende un rotulador a Nico, que escribe de un tirón y con suavidad: «Nico, número 10 de los Cebolletas». Ha puesto incluso el acento a «número» sin agujerear el papel. Ha controlado su fuerza a la perfección.
Chen lo mira con una sonrisa.
Con la barba blanca apretada en el puño, Ziao pide a su nieta que le diga lo siguiente:
—Ahora estás listo para jugar en un campo tan grande como la plaza de Tiananmen. Puedes caminar durante mil soles sin cansarte. Tengo dos regalos para ti y tus amigos.
Ziao entrega a Nico un manuscrito sujeto con cintas de raso rojo.
El número 10 lee: «Sun Tzu. El arte del balón».
—El abuelo ha tomado del manual sobre la guerra los consejos que también pueden ser útiles para el fútbol —explica Nubes Armoniosas—. Yo los he traducido al español.
Ziao alarga un mazo de cartas a Nico, que las mira con curiosidad.
—¿Y esto?
—Es un juego sobre el fútbol que ha inventado mi abuelo —responde Chen—. Ha dibujado todas las cartas una a una. Es de lo más divertido, luego te explicaré las reglas.
Con las manos llenas de regalos, Nico se siente cohibido.
—Yo no tengo nada con qué corresponderle…
El abuelo Ziao dice algo.
Nubes Armoniosas sonríe y traduce:
—Has hecho botar un balón en su patio. Dice que no podías haberle hecho mejor regalo.