Ya queda poco para el viaje de regreso a Madrid. De hecho, hoy es el último día de turismo para los Cebolletas. Mañana dedicarán el día a las compras y regalos para los amigos, pasado mañana harán las maletas y disputarán el encuentro con los compañeros de escuela de Eva y Chen, y la mañana siguiente todos irán al aeropuerto.
La última visita que van a hacer es una de las que más apetece a los chicos: van a ver a los famosos y simpatiquísimos pandas.
Esta vez será Armando quien guíe el microbús hacia el zoo de Pekín, porque Augusto ha preparado un plan estratégico con Lucía, Daniela y la señora Sofía. Un plan denominado «Recuperación de la mujer».
Las tres mujeres han convencido a Violette de que saliera con ellas para visitar el Museo Nacional de Arte Chino.
—¿Viene Augusto? —ha preguntado enseguida la pintora, con una mirada de tigresa.
—No —le ha contestado Lucía—. Acompaña a los chicos a ver a los pandas.
—Ya hemos reservado los rickshaw que nos llevarán por toda la ciudad —ha añadido la señora Sofía.
—Superbe! —ha exclamado Violette—. ¡La idea del rickshaw es genial! Me encantará recorrer las calles de Pekín en bicicleta.
Delante del hotel ya hay un rickshaw esperando. El chófer, que lleva una típica túnica china, una larga trenza y dos bigotones negros que apuntan hacia abajo, aguarda en su sillín a que se instale una de las señoras.
Daniela, Lucía y Sofía ya están en la acera. Violette sale a paso de marcha del hotel y las saluda:
—¡Aquí estoy, amigas, perdón por el retraso!
—Ese es tu rickshaw —le indica Lucía—. Sube, que ya sabe dónde tiene que ir. Los nuestros están llegando.
—¿No viene nadie conmigo? —pregunta Violette.
—Hemos reservado uno por cabeza —responde la señora Sofía—. Así estaremos más cómodas.
—¡Muy bien! —aprueba la pintora—. Entonces salgo la primera…
—¡Adelante! Nosotras te alcanzamos enseguida —concluye la madre de Tomi.
Daniela, Lucía y Sofía oyen los gritos a lo lejos y se miran sonriendo.
—Esperemos que todo salga bien…
Y luego suben al microbús y salen hacia el zoo.
Eva informa a los Cebolletas de que Timothy ha decidido que el encuentro de pasado mañana se celebrará a las tres de la tarde en el campo del Instituto Americano. Su equipo se llama International Tim. No «team», que en inglés significa «equipo», sino Tim, un diminutivo de Timothy.
Un gran panda, sentado como un niño en su amplio jardín, come un puñado de hojas que agarra con las zarpas. Otro se balancea sobre la rueda de un camión colgada del tronco de un árbol.
—¿No son encantadores? —pregunta Sara, que dispara una fotografía tras otra, como los numerosos turistas apiñados en torno al foso que rodea el recinto.
—Dan ganas de entrar a darles un abrazo, parecen de peluche… —comenta João.
Tomi posa delante del foso, porque Eva quiere una foto de su amigo con un panda al fondo.
—Pero ¿qué está comiendo? —pregunta Fidu.
—Brotes de bambú: le apasionan —responde Chen—. Los pandas prácticamente solo comen eso. El problema es que los hombres talan los árboles y a este simpático animal cada vez le cuesta más encontrar los brotes. De hecho, solo quedan mil seiscientos ejemplares en libertad. Está en peligro de extinción, entre otras cosas porque este osezno no se conforma con un aperitivo. Un panda come quince kilos de brotes de bambú al día.
—¿Quince kilos al día? —repite Fidu, atónito.
—Bueno, el plato de pasta humeante que te comiste en Nochevieja no pesaba mucho menos… —comenta Dani.
Los Cebolletas se desternillan de risa.
—Los pandas se pasan entre doce y catorce horas al día comiendo —cuenta Nubes Armoniosas del Alba.
—Pues Fidu se pasa más tiempo —comenta Tomi.
Nueva carcajada de los Cebolletas.
—Pero ¿el panda no hiberna como los osos? —pregunta Eva.
—Los chinos llamamos al panda «oso-gato» pero, a diferencia de los osos, los pandas siguen despiertos durante el invierno —explica Chen.
—¡Bueno, al fin encontramos una diferencia entre el panda y Fidu! —exclama Dani—. Nuestro portero hiberna todas las noches y ronca como un oso…
Fidu se aprieta bien la gorra en la cabeza y salta:
—Ahí va otra analogía: el panda es blanco y tiene los ojos negros, como os los voy a poner a vosotros en cuanto os pille…
Los Cebolletas echan a correr entre risas y el portero se lanza a la persecución de sus amigos por los senderos del zoo, agitando su famosa cadena de plástico de héroe de la lucha libre.
Pero la verdadera carrera tiene lugar a primera hora de la tarde, cuando Gaston Champignon acompaña a los Cebolletas a visitar el Estadio Olímpico de Pekín, el famoso Nido de Pájaro, donde se han celebrado las últimas Olimpiadas.
—Uau, visto desde aquí parece un nido de verdad —exclama Tomi.
—Es más hermoso que por televisión —comenta Sara.
Desde la gran plaza exterior, el estadio, con su espectacular maraña de vigas de cemento, parece realmente un nido de pájaro.
Gaston Champignon compra las entradas, y los Cebolletas entran en la pista de atletismo, que ya forma parte de la historia del deporte.
—¿Os dais cuenta, chicos? —pregunta Tomi—. En esta misma pista, aquí, donde estamos caminando, el jamaicano Usain Bolt batió el récord del mundo de cien y doscientos metros. ¿No os parece fabuloso?
—¡Madre mía! —confirma Fidu—. Hemos estado en el Maracaná de Río de Janeiro, el templo del fútbol, y ahora estamos en el templo del atletismo, donde ha corrido el hombre más veloz del mundo. ¿Os dais cuenta de verdad?
—Un momento —interviene João—. Vamos a ver ahora mismo quién es el hombre más rápido del mundo.
—¿No irás a echarle una carrera a Becan también aquí? —pregunta Dani.
—Claro que sí —responde el brasileño—. ¿Qué mejor sitio para correr que el Nido?
João y Becan se dirigen al fondo de la pista de atletismo y se arrodillan sobre la línea de salida.
João empieza a posar imitando a un arquero que dispara una flecha, como hizo Bolt después de su victoria en los 100 metros.
—¡Soy el más rápido del mundo!
—¡Amigos, recordad que fui yo quien ganó en el Palacio de Verano! —rebate Becan.
Armando tiene una salida que contenta a los dos corredores.
—Como dice el sabio: «Una carrera para cada uno y así no se enfada ninguno».
Después de regresar al hotel, los Cebolletas se ponen el chándal y van a entrenar al parque Jing Shan, mientras Chen y Nico vuelven a la casa del abuelo Ziao.
—¿Quieres alcanzar el silencio y buscar la fuerza que está en tu interior? —pregunta el anciano Ziao a través de la boca de Chen.
Nico se quita el anorak, se lo entrega a Nubes Armoniosas y sigue a Ziao, que empieza a realizar con gran lentitud movimientos de Tai Chi Chuan entre los dos árboles centenarios. El número 10 intenta imitar sus gestos, concentrándose en la parte del cuerpo en movimiento, esforzándose por no pensar en nada más y por mover brazos y manos con la mayor lentitud y suavidad posibles.
Las manos ondean, se curvan y se cruzan delante del rostro. El anciano y el chico siguen así durante veinte minutos, como si uno fuera el reflejo de la imagen del otro en un espejo.
Ziao concluye el ejercicio con una reverencia y habla con Chen, quien traduce sus palabras:
—El abuelo dice que has hecho grandes progresos en meditación.
Nico sonríe y da las gracias a Ziao con una inclinación de cabeza.
El abuelo dice otra cosa a su nieta, que desaparece y vuelve con un balón de caucho.
—Ziao quiere que pelotees un poco —explica Chen—. Nadie ha jugado nunca en este patio con una pelota y le encantaría que lo hicieras, pero como si fuese otro ejercicio de Tai Chi Chuan. Tienes que hacerlo concentrándote exclusivamente en el balón y en la parte del cuerpo que lo toca. No me mires a mí, al abuelo ni a los árboles, y piensa solo en el peloteo, en el balón y en tu cuerpo. Solamente así conseguirás que tu fuerza no se desperdigue, sino que se transmita al balón. Actúa lentamente y controla la respiración, que debe ser lenta y regular, como las olas cuando el mar está calmado.
Chen entrega la pelota de caucho a Nico, que se coloca en medio del patio y empieza a pelotear: pie derecho, pie izquierdo, pie derecho, pie izquierdo, muslo derecho, muslo izquierdo, muslo derecho, muslo izquierdo, cabeza, cabeza, cabeza, muslo izquierdo, pie derecho, pie izquierdo, pie derecho…
Sigue así durante un cuarto de hora, concentrándose exclusivamente en el balón y en su cuerpo, escuchando el ruido de su respiración, hasta que oye unas palmadas.
El que ha aplaudido es Ziao, que sonríe apretándose la barba con el puño derecho.
—El abuelo dice que eres muy hábil con el balón y que has hecho grandes progresos en concentración —dice Chen, que también sonríe—. De hecho, no te has dado cuenta de que, mientras peloteabas, Pong ha saltado sobre tu cabeza…
Ziao se acerca a Nico, le quita el grillo del pelo y se lo mete en el bolsillo.
A las ocho de la tarde todavía no hay noticias de Violette y Augusto.
Ninguno de los dos responde al móvil, y tampoco han dejado mensaje alguno en recepción.
—Esperemos que no se haya producido ningún accidente —suspira Gaston Champignon, atusándose el bigote por el lado izquierdo—. El tráfico de Pekín es diabólico, y Augusto no está acostumbrado a conducir un rickshaw.
—No te preocupes, Champignon —le anima Daniela—. Augusto siempre se las apaña para salir airoso de todos los apuros.
—Me temo que Violette podría haber cogido el primer avión para París y que Augusto podría haberla seguido… —dice Lucía.
—Con el genio que tiene Violette, no me extrañaría lo más mínimo —concuerda Sofía.
En cambio, justo en ese momento Violette aparece como por ensalmo por la puerta giratoria del hotel, en brazos de Augusto, que va disfrazado de chino.
Todos se los quedan mirando estupefactos.
—Hola a todos, queridos amigos. Hola, hermanote —saluda la pintora—. Hemos pasado un día realmente maravilloso. ¡Buenas noches y hasta mañana!
Los dos esposos entran en el ascensor y, antes de que se cierren las puertas, Augusto logra guiñar un ojo a Champignon, que se acaricia el bigote por el extremo derecho.