Ziao se adentra en la casa después de otra amable reverencia.

Nubes Armoniosas conduce a sus amigos a una gran sala, que deja boquiabiertos a los Cebolletas.

Las paredes están cubiertas de cometas de formas y colores muy extraños. Habrá por lo menos cien, hechas de tela ligera, papel de arroz o seda. Están los clásicos rombos, pero también hay cometas con forma de dragón, león, peces y otros animales. Y además, entre las cometas, cuelgan de las paredes instrumentos musicales, marionetas, muñecas, sombreros cómicos con cuernos de ciervo o con forma de morro de caballo.

En medio de la habitación hay una gran mesa de madera atestada de tarros, telas, cintas, cuerdas, cañas de bambú, tijeras y otros utensilios de trabajo.

—Precioso… —comenta Fidu al distinguir un enorme dragón rojo que se contorsiona en el techo.

—Es una cometa de nueve metros de largo —aclara Chen.

—¿Y vuela? —pregunta Becan.

—Claro, pero hace falta mucho viento y, sobre todo, alguien que sepa manejar los hilos con habilidad —contesta Nubes Armoniosas del Alba—. Los chinos son grandes maestros en este arte. Antes usaban las cometas también en la guerra, para enviar mensajes o lanzarlas contra el enemigo cargadas de pólvora.

—La pólvora fue inventada precisamente en China, igual que las cometas, ¿lo sabíais? —inquiere Nico—. Los chinos también inventaron la brújula, el papel y la imprenta.

—Así que si hoy tengo que leer libros, la culpa es de los chinos —concluye Fidu.

Los Cebolletas ríen con ganas.

—¿Las ha construido todas tu abuelo? —pregunta Tino, que está tomando notas en su bloc.

—Sí —confirma Chen—. Fabricar juguetes ha sido su trabajo durante muchos años. Siempre dice que hacer feliz a un niño es el oficio más hermoso del mundo. Ahora tenéis que escoger un par de cometas para llevároslas a España. Para mi abuelo es muy importante haceros este regalo.

—¿Podemos coger dos cometas de estas? —pregunta Tomi.

—Sí, y si queréis un consejo —sugiere Nubes Armoniosas—, mejor que no sean demasiado complicadas, así os resultará más fácil hacerlas volar sin viento.

Gaston Champignon sorbe el té con mucho cuidado, mientras se atusa el bigote por el lado derecho, el de las buenas sensaciones. Aparta la silla, se dirige al abuelo Ziao y pide a Chen que se acerque para traducir las preguntas y respuestas. El cocinero-entrenador somete al anciano a una auténtica entrevista acerca de las características y propiedades de los distintos tipos de té e infusiones chinos.

—No sabía que a tu marido le apasionara tanto el té —comenta Lucía a la señora Sofía.

—Mujer, desde que montó El Paraíso de Gaston no habla de otra cosa —responde la mujer de Champignon—, a veces hasta me preocupa que tenga un poco abandonado el Pétalos a la Cazuela, pero cuando Gaston no quiere que me entrometa en algo no hay manera…

Después de las despedidas, Chen llama a Nico.

—Ven, mi abuelo quiere conocerte. Me ha preguntado si pasado mañana puedes venir aquí para echar una partida de ajedrez. Le he dicho que te gusta jugar.

El número 10 sonríe y contesta con una reverencia:

—Encantado.

—Mi abuelo cree que serás un adversario duro de batir —le confiesa Chen.

—¿Y de dónde ha sacado eso? —inquiere Nico.

—Lo ha deducido por la cometa que has escogido —contesta Nubes Armoniosas del Alba con los ojos sonrientes detrás de sus gafas rojas.

Durante la comida, Fidu vuelve a pelearse con los palillos. Aunque se muere de hambre, no logra adaptarse a los cubiertos chinos.

—Mira cómo lo hago yo… —le sugiere Chen—. Coge un palillo entre el pulgar y el índice. Así, muy bien. Sujétalo bien con la yema del pulgar y sostenlo con el meñique y el anular. Perfecto. Ahora coloca el otro palillo entre el índice y el corazón. Intenta coger un ravioli del plato manteniendo los extremos de los palillos a la misma altura. Solo tiene que moverse el palillo de arriba. Vamos, prueba…

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—¡No, así no vale! ¡Es de mala educación! —le riñe Chen—. Los chinos solo ensartan la comida cuando se la quieren dedicar a sus muertos.

—Pero, si no lo hago así, el muerto de hambre seré yo… —lamenta el portero—. Además, ¿cuándo probaremos el pato a la pequinesa?

Durante la comida, los Cebolletas hablan de la liga.

Como sabes, el equipo ha acabado tercero en la fase de ida de su primera liga entre equipos de once, a cuatro puntos del primero, del Club Huracán.

—Yo creo que todavía podemos remontar —comenta Lara.

—Y yo —conviene Dani—. La primera media liga nos ha servido para acostumbrarnos al nuevo mundo, como dice siempre Champignon. En la fase de vuelta seguro que lo hacemos mejor.

—Tenemos que demostrar quiénes somos, chicos —añade João—. Hasta ahora lo han hecho casi todo Rafa, Bruno y Aquiles. Y los viejos Cebolletas se han quedado mirando…

—Es verdad —coincide Sara—, pero no tenemos que pensar en los recién llegados como si fueran nuestros adversarios. Son amigos a los que hemos invitado a nuestro equipo y que nos han ayudado a ganar un montón de partidos. No es culpa suya si juegan mejor que nosotros. Lo que tenemos que hacer es tomarlos como ejemplo, para mejorar.

Gaston Champignon escucha las palabras de la gemela, se acaricia la punta derecha del bigote y sorbe de su taza de té.

En el extremo opuesto de la mesa, Tomi interroga a Eva sobre su amigo Timothy Falck.

—Su padre trabaja en la embajada de Estados Unidos —cuenta la bailarina—. Vive en un chalé precioso, con un jardín enorme. Verás cómo nos divertimos mañana en la fiesta de Nochevieja.

—Me bastará con que no te dé besos cada cinco minutos, como ayer… —comenta el capitán.

—¿Me equivoco o estás un poco celoso de Halcón…? —pregunta Eva con una sonrisa.

—Más o menos como tú de la italianita —contesta Tomi.

Las dos cometas que les ha regalado el abuelo Ziao suben al cielo del parque Jing Shan a las cuatro de la tarde.

Gaston Champignon convierte el juego en un entrenamiento.

Primero organiza una emocionante carrera de relevos. El cocinero-entrenador divide a los ocho Cebolletas, más Eva y Chen, en dos equipos de cinco jugadores: tres se colocan en un sitio y los otros dos a cincuenta metros de distancia.

Los primeros en salir son João y Becan, que echan a correr a toda pastilla, levantan la cometa y la entregan a sus respectivos compañeros, que se encuentran cincuenta metros más allá. Los dos hilos pasan así de mano en mano, y las cometas van y vienen entre las nubes. Los que esperan gritan y animan a los que corren.

Una veintena de chinos se ha detenido a observar.

El equipo de João, Dani, Tomi, Sara y Chen, después de ganar dos mangas y perder otras dos, se impone en el desempate.

—No vale —protesta Fidu—, vosotros teníais la cometa roja, que da buena suerte.

—La vuestra era amarilla —rebate Chen—, que es el color del emperador, así que estábamos en igualdad de condiciones.

—¡Bien dicho, Chen! —la felicita Tomi, que «choca la cebolla» a Nubes Armoniosas.

Después de la carrera de relevos, Eva y Chen descansan, mientras los demás disputan un partidito.

Improvisan dos porterías con sus anoraks y se dividen en dos equipos: Fidu, Dani, Nico y Becan por un lado, y Sara, Lara, João y Tomi por el otro.

No es un partido como los demás, y Gaston Champignon explica por qué:

—Solo puede marcar el jugador que lleva una cometa en la mano.

Esa regla hace que el encuentro no sea solo divertido, sino también útil.

Como no sopla viento, el que lleva la cometa tiene que correr sin parar para mantenerla en el aire, lo cual mejora su capacidad pulmonar. Pero además tiene que tener un ojo en la cometa y el otro en el balón, tratando de desmarcarse para recibir un pase de sus compañeros. Así se ejercita en mantener todo bajo control, como debe hacer siempre un jugador en el campo.

Cada cinco minutos, cuando Gaston Champignon toca el silbato, el que lleva la cometa debe cedérserla a un compañero.

Como siempre, el cocinero ha logrado inventar un juego que parece una mera diversión, pero que en cambio es una estupenda lección…

João, que lleva sujeta la cometa amarilla, sale de su portería, dribla a Dani, Fidu y Becan, y luego echa a correr y se cuela entre los anoraks con la pelota pegada al pie.

—¡Gol!

Sus compañeros de equipo lo miran sin gran entusiasmo.

—La verdad, podrías pasar de vez en cuando… —dice Tomi.

—De todas formas, vosotros no podíais marcar… —se justifica el regateador brasileño.

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Es un golazo, pero, al tirarse, Becan ha soltado los hilos y la cometa huye por el cielo, libre.

—¡Se va a caer encima de un árbol! —alerta Fidu.

Los Cebolletas se lanzan en su persecución, como si se tratase del gato Biro Biro.