Garden Lodge
Siempre que veía películas de Hollywood ambientadas en casas lujosas con una decoración espléndida, yo deseaba eso para mí, y ahora lo tengo. Pero me resultaba mucho más importante conseguir la dichosa casa que vivir en ella de verdad. Yo soy muy así: cuando consigo una cosa, ya no me atrae tanto. La casa sigue gustándome, pero el verdadero disfrute es que he logrado tenerla. A veces, cuando estoy solo por la noche, me imagino que cuando tenga cincuenta años me escabulliré en Garden Lodge, mi refugio, y entonces empezaré a hacer de ella mi hogar. Cuando sea viejo y tenga el pelo gris, y cuando todo haya terminado y ya no pueda llevar los mismos disfraces ni brincar por el escenario —y falta mucho para eso— tendré un sitio donde retirarme, que es esta casa maravillosa.
FREDDIE MERCURY
ENTRE los éxitos en las listas de ventas, las reediciones y los lanzamientos de vídeos, la máquina de Queen estaba permanentemente en movimiento. El milagro nunca cesaba. Tenían garantizados unos ingresos que no podrían gastar durante toda su vida. Freddie nunca iba a necesitar más dinero del que ya tenía. Podía comprar cualquier cosa que quisiera, podía ir a dondequiera que se le antojara. Pero por el contrario, se retiró a su mundo privado y a la comodidad relativamente modesta de su hogar. Tenía a su cocinero, a su ayuda de cámara, a su chófer, a su señora de la limpieza y a un puñado de amigos leales. Mary Austin era responsable de llevar la casa y las cuentas, incluido el salario del personal y el dinero en efectivo, e iba a ver a Freddie todos los días. Jim Hutton también estaba ahí a disposición de Freddie. A quienes preguntaran —como por ejemplo los padres de Freddie, Bomi y Jer, cuando venían a almorzar los domingos—, se les decía que Jim era sencillamente el jardinero, y se fingía que su habitación era otro dormitorio de la casa. ¿A Jim le ofendía aquel fingimiento?
“En absoluto”, insistía Jim. “Eran unas personas encantadoras. Yo comprendía el motivo del secreto. Eran personas religiosas. El zoroastrismo no permitía la homosexualidad. Freddie no había salido del armario por su familia”.
¿Los padres de Freddie se dieron cuenta en vida de que su hijo era gay?
“No”, le dijo Jer, la madre de Freddie al periódico The Times en 2006, quince años después de su muerte.
“Es un tema demasiado delicado”, añadió el yerno de Jer, Roger Cooke, confirmando así que Freddie nunca salió del armario por su familia.
¿Era porque tenían miedo de decirle la verdad al mundo?
“En aquellos tiempos”, decía Jer, “la sociedad era diferente. Ahora todo es mucho más abierto, ¿verdad?”.
Jer manifestaba su convicción de que, en caso de que hubiera sobrevivido, con el tiempo Freddie se habría sentido capaz de sincerarse: “No quería disgustarnos. Cuando venía a casa, era simplemente ‘Freddie’”
Jer revelaba que de todas las canciones de su hijo, su favorita era Somebody to Love, que también era la que más le gustaba a Freddie.
Peter Freestone recordaba una celebración en particular que Freddie organizó por el aniversario de boda de sus padres, justo antes de que trasladara oficialmente su residencia a su nueva casa. No estaba invitado ningún miembro del futuro séquito de Freddie en Garden Lodge:
“Sólo su familia y Mary, por supuesto, que estaba muy guapa con un vestido de Bruce Oldfield que le había comprado Freddie, y que yo le ayudé a escoger de entre una gran selección”.
Jim Hutton estuvo “muchas veces” con los padres de Freddie, y se llevaba muy bien con ellos:
“Venían a Garden Lodge muy de tarde en tarde, habitualmente a comer los domingos o por el cumpleaños de los hijos de Kash”, decía Jim. “Pero cuando Freddie estaba en Londres, iba a verlos todas las semanas. Yo le llevaba en coche a visitarles todos los jueves por la tarde en su pequeña casa adosada en Feltham, la misma en que habían vivido siempre, y nos sentábamos todos en la cocina a tomar el té. La señora Bulsara hacía el té a su propio ritmo; no se apresuraba. Era muy independiente. Seguía yendo a todas partes al volante de su propio cochecito. Su casa era muy hogareña. Una cosa que me parecía extraña era que no tuvieran ninguna foto enmarcada de Freddie en ningún sitio, como cabría suponer. También me parecía raro que siguieran viviendo en aquella casa tan pequeña, cuando Freddie habría podido comprarles fácilmente una casa más grandiosa. Se lo había ofrecido, pero ellos decían que no querían mudarse. Estaban contentos con la casa que tenían. De hecho, era un detalle muy simpático, ya que muchos padres de estrellas del rock se abalanzan ante la posibilidad de tener muchas cosas materiales cuando ven que sus hijos han triunfado”.
Jim tenía poco en común con la madre de Freddie, pero con su padre, Bomi, compartía el amor por la naturaleza y la jardinería:
“Estaba orgulloso de su jardín”, decía Jim. “Yo salía con él a verlo. Le encantaban sus viejos rosales y un eucalipto maravilloso”.
En cuanto a Jer, a Jim le parecía conmovedor que siempre le hiciera a Freddie sus galletas de queso favoritas, y que se las envolviera en una pequeña tartera para que se las llevara a casa.
“Conocí a Kashmira, la hermana de Freddie, cuando ella y su familia vinieron a pasar unos días en la casa de Mews. En seguida se notaba que ella y Freddie eran hermanos: tenían los mismos ojos grandes y de color castaño oscuro. La hija de Kashmira, Natalie, era una niña bulliciosa y tierna, y Kashmira también tenía un hijo pequeño, Sam”.
La familia de Freddie siempre fue muy importante para él, afirmaba Jim:
“Siempre que estaba de viaje, daba igual adónde fuera, se preocupaba de mandarles una postal a sus padres y a su hermana”.
Bomi, el padre de Freddie, falleció en 2003. Su madre, Jer, ahora vive en Nottingham, ya que se mudó allí para estar más cerca de su hija Kashmira, de su yerno y de sus nietos. La casa de Jer se “bautizó” con el nombre de “Fredmira”, una mezcla de los nombres de sus dos hijos.
“Ya no puedo seguir con la misma marcha que antes”, declaró Freddie después del que resultó ser el último concierto de Queen, en agosto de 1986.
“Es demasiado. No es la manera en que se comporta un adulto. He dejado atrás mis noches de fiestas salvajes. No es porque esté enfermo, sino por la edad. Ya no soy un chaval. Prefiero pasar el tiempo en mi casa. Forma parte del proceso de hacerse mayor”.
Freddie siguió entreteniendo a la gente, pero sobre todo en su casa. La fiesta por su 40º cumpleaños, el domingo 7 de septiembre de 1986, fue modesta para sus estándares: una fiesta de “sombreros locos” en el jardín para 200 invitados.
La diseñadora Diana Moseley preparó una amplia gama de sombreros excéntricos para que Freddie escogiera. Él opto por una construcción de piel blanca con antenas al estilo marciano.
“Para él fue una fiesta tranquila, pero realmente igual de encantadora”, recuerda Tony Hadley, que estuvo allí junto con Tim Rice, Elaine Paige, Dave Clark, el cómico Mel Smith, la actriz de la serie East Enders Anita Dobson, Brian, Roger y John.
“Freddie insistió en que subiera con él para enseñarme la alfombra que había encargado para su dormitorio”, recuerda Tony. “No tenía juntas; el telar debía de ser enorme. Además, tenía una gran estrella, como una estrella de David. Estaba orgulloso a más no poder de aquella alfombra”.
“Freddie era muy formal y muy ‘británico’ para las cosas de su casa”, revelaba Jim. “Recuerdo que una vez vinieron sus padres a almorzar un domingo, y Freddie estaba pasando por una crisis nerviosa. ¡Menuda gallina clueca! Se pasó toda la mañana entrando y saliendo de la cocina, armando broncas por la comida. Estaba en todo. Tenía que poner la mesa él mismo. Para él era importante. Los cuchillos y los tenedores tenían que apuntar exactamente hacia los del otro lado, y los salvamanteles tenían que estar bien alineados. Era un perfeccionista absoluto”.
Pese a que los miembros de su séquito estaban allí básicamente para servir a su patrón, en Garden Lodge no había ni política ni jerarquía. Se trataba igual a todos los que vivían allí, y tan sólo se esperaba que respetaran una norma:
“No llevabas a nadie a casa”, decía Jim. “Ni a tus colegas, ni a un ligue de una noche. Eran los dominios de Freddie. La seguridad era primordial. Aparte de eso, éramos como una familia, no sólo los empleados de Freddie. En general la vida era tranquila. A Joe, el chef, se le consentían sus enfados. Podía ser encantador, pero tenía sus rabietas. De vez en cuando Freddie se agarraba un berrinche, pero no era mandón, no nos tiranizaba. Nunca se pasaba con nosotros, ni nos daba órdenes. Era todo mucho más relajado. A menudo comíamos todos juntos, en familia, pero casi siempre estábamos sólo Freddie y yo. No creo que yo diera motivos a los demás para sentirse resentidos conmigo. Todo el mundo tenía su propia habitación, incluida Barbara. De hecho, su habitación había sido anteriormente la mía. Más adelante, cuando Freddie y yo ya no dormíamos juntos, volví a trasladarme allí. Nunca hubo ningún tipo de favoritismo. Siempre que los amigos de Freddie venían a casa a tomar una copa, todos los de la casa estaban incluidos en la fiesta. Garden Lodge era el hogar de todos”.
Pese a toda la diversión, las juergas y los excesos que compartieron Freddie y Jim —unas vacaciones de un millón de libras en Japón, la locura de Live Aid, la tranquilidad de Suiza—, y pese a la tierna relación que sostuvo con Freddie hasta el final, Jim afirmaba que lo que le daba más satisfacción era la creatividad de su compañero:
“Nunca paraba de hacer cosas”, decía Jim. “Siempre andaba metido en algo, siempre haciendo planes. Su cerebro estaba constantemente haciendo horas extras. En primer lugar, fue terminar Garden Lodge, después compró la casa de Mews que había justo detrás de Garden Lodge, en Logan Mews, luego se marchó a comprarse una casa en Suiza. Nunca podía descansar, nada estaba nunca terminado del todo. Tenía que estar haciendo algo todo el tiempo”.
Freddie no acostumbraba a hablar de su música con Jim.
“Pero cuando se trataba de las letras, hablaba con quien tuviera más a mano. Decía: ‘Tengo esta idea’, o ‘Tengo esta letra’, o ‘Échame una mano con este verso’. Siempre estaba garabateando algo en cualquier cosa que tuviera a mano. Nunca cantaba cuando andaba por la casa; tan sólo de vez en cuando en la bañera; pero no canciones de Queen. Tengo un vídeo de él en el jacuzzi (que salió a la luz en Internet, tras la muerte de Jim), donde se le oye haciendo gorgoritos a voz en grito”.
Freddie le había prometido a su novio las vacaciones de su vida en Japón a finales de septiembre de 1986, y Freddie cumplía sus promesas. Le encantaba poder disfrutar por primera vez en calidad de turista del país que siempre había adorado. Freddie y Jim visitaron los monumentos, bebieron y comieron, hicieron compras de escándalo —entre ellas un enorme perchero para kimonos, algo que Freddie siempre había querido—. La experiencia fue inolvidable para ambos. A su vuelta a Londres, se instalaron en una ordenada rutina doméstica con sus gatos, sus carpas koi y sus amigos más íntimos.
Aquel mundo tan acogedor iba a saltar por los aires el domingo 13 de octubre de 1986 por culpa del News of the World, y después de aquello un nubarrón se instaló sobre Garden Lodge. Nunca volvería a levantarse.
Las revelaciones sensacionalistas eran nauseabundas: según el diario, Freddie se había hecho en secreto una prueba del sida el año anterior, el mismo año que Queen arrasó en el concierto de Live Aid. También se aireaba la muerte de dos antiguos amantes de Freddie: John Murphy, auxiliar de vuelo, una de las queridas “hijas neoyorquinas” de Freddie, y el joven Tony Bastin, el sonriente mensajero rubio con el que Freddie había ligado hacía tantos años en Brighton. Además, se identificaba a Jim Hutton como el amante que convivía con Freddie. Se sacaban a la luz con todo lujo de detalles las largas veladas de Freddie, consumiendo cocaína con David Bowie y Rod Stewart, y que ése era el motivo por el que Michael Jackson y Freddie se habían peleado. El informador del periódico afirmaba que a Michael le había disgustado el prodigioso consumo de cocaína por parte de Freddie, y que Jacko le había sorprendido esnifando la droga en su cuarto de estar. Había incluso una doble página de fotografías personales, donde aparecían Winnie Kirchberger y otros amantes, bajo el titular “Todos los hombres de Queen[23]”.
Las sórdidas revelaciones también daban al traste con la percepción de amistad entre Freddie y Kenny Everett, ya que sacaban a la luz su pelea terminal tras una discusión por un asunto de cocaína.
“Everett pensaba que Freddie se estaba aprovechando de su generosidad, pero en realidad lo más probable es que fuera al revés, aunque Freddie nunca se lo habría reprochado”, explicaba Jim. ”Nunca se reconciliaron, y Kenny nunca volvió a poner los pies en Garden Lodge, por lo menos desde que yo me mudé a vivir allí. Si nos encontrábamos con él cuando salíamos a dar una vuelta por los clubs gays, ellos dos nunca se dirigían la palabra. Todas aquellas historias de que Kenny estuvo junto al lecho de muerte de Freddie fueron una invención de los periódicos”.
Freddie se quedó sin palabras cuando descubrió que aquella explosiva “exclusiva” era obra de Paul Prenter, su antiguo manager personal de confianza, y supuesto amigo íntimo. Prenter había guiado a Freddie a lo largo de todos aquellos años, y después había vendido lo que quedaba de la dignidad y privacidad de su representado por unas miserables 32.000 libras.
“Freddie no pudo soportar aquella traición”, decía Jim. “No podía creer que alguien que había estado tan próximo a él pudiera portarse de una forma tan mezquina. Aquel asunto trajo muchísima cola, y a continuación le llegó el turno a The Sun, el periódico hermano de News of the World: Freddie y las drogas, Freddie y los hombres; la cosa se ponía cada vez peor. Freddie se iba enfadando cada vez más con cada nueva revelación. Nunca volvió a dirigirle la palabra a Prenter”.
A Prenter también le hicieron el vacío Elton John, John Reid y otros de su círculo, que cerraron filas para proteger a Freddie.
¿Por qué lo hizo?
Algunos observadores dicen que Prenter estaba celoso de la relación de Freddie con Jim, y que al decidirse a convivir con una pareja estable Freddie estaba de hecho prescindiendo de él. Al darse cuenta de que su poder sobre Freddie había quedado destruido, Prenter quiso vengarse. Aunque telefoneó a Freddie e intentó explicarse más tarde, Freddie siempre se negó a atender las llamadas.
“Prenter intentó justificarse alegando que la prensa le había acosado y atormentado durante tanto tiempo que al final se rindió”, decía Jim. “Alegó que había contado todo aquello por error. Dijo que se habían tergiversados sus palabras. Como si eso tuviera la mínima importancia. Sólo Paul podía saber algunas de las cosas que se publicaron.
”Aquello destrozó la capacidad de Freddie para confiar en los demás, salvo en unos pocos escogidos”, se lamentaba Jim. “A partir de entonces no hizo ni una sola amistad nueva”.
“Freddie había contratado a Paul después de que Queen prescindiera de él”, decía Peter Freestone, “aunque Freddie sabía que Paul se estaba aprovechando de él, desde el punto de vista económico y demás. Eso lo hacía aún más difícil de soportar”.
“Prenter era el que siempre se había aprovechado de la naturaleza indulgente de Fred”, añadía Spike Edney. “La gente decía todo el rato: ‘¿Cómo se le consiente que haga esas cosas?’. Sin embargo, Fred mantenía su amistad. A lo largo de los años, a Freddie le traicionó mucha más gente que a cualquier otra persona que yo haya conocido […] Teniendo en cuenta que Freddie era un juez bastante perspicaz del carácter de la gente, es sorprendente cuántas sanguijuelas consiguieron abrirse paso hasta él. En realidad, Fred nunca gozó de verdadera privacidad, jamás. Las personas como Prenter se aseguraban de que así fuera”.
En Estados Unidos, la falsificación de certificados de defunción iba espectacularmente en aumento. Muchas figuras destacadas, que estaban a punto de morir por enfermedades relacionadas con el sida, habían convencido a sus médicos para que salvaran su imagen e hicieran constar información falsa. Incluso durante la agonía de Liberace, el gran jefe del cabaret, su portavoz seguía insistiendo en que la estrella “padecía los efectos adversos de una dieta de sandías”. El viril rompecorazones Rock Hudson, el último de los grandes actores de mandíbula cuadrada y compañero de reparto de Doris Day, su pareja en la pantalla, fue la primera gran estrella del cine que falleció públicamente de sida, en 1985.
Para entonces se habían registrado 264 casos en el Reino Unido. La enfermedad fue declarada la amenaza más grave para la salud del país desde la Segunda Guerra Mundial. Se promulgaron nuevas leyes, que facultaban a los jueces a ordenar la hospitalización de los enfermos de sida, a fin de evitar que siguieran incurriendo en conductas sexuales de riesgo. Los ataques contra los homosexuales se volvieron moneda corriente y cundía la desinformación. Burke’s Peerage, que irónicamente había sido el antiguo empleador de Jeremy Norman, el fundador de los clubs Embassy y Heaven, realizó el chocante anuncio de que, a fin de preservar “la pureza de la raza humana”, no incluiría en sus listas a familias de las que se supiera que alguno de sus miembros estaba infectado de sida.
Había razones de peso para adoptar un perfil bajo, por lo que respecta a Freddie, entre ellas la vergüenza de tener que admitir ante sus padres que era gay. El dolor y el oprobio que aquello podía ocasionarles entre su comunidad parsi eran inimaginables. Además, para Queen y Jim Beach estaba la cuestión nada trivial de su contrato de grabación. A falta de varios álbumes por publicar, lo último que necesitaban era la sugerencia de que Freddie acaso no viviera lo suficiente como para cumplir las obligaciones del grupo con EMI.
En Navidades de 1986 se produjo el lanzamiento del álbum de Queen Live Magic, que incluía grabaciones en vivo de muchos de sus éxitos favoritos. A partir de ese momento, los miembros de Queen iban a tomarse libre todo el año siguiente para descansar, hacer balance y centrarse en sus respectivos trabajos en solitario.
Pese a todo su tormento interior, Freddie parecía tranquilo. Por fin había encontrado el perfecto equilibrio entre su trabajo y su vida. Aunque sabía que estaba dejándolo todo para más adelante, lo hacía con estilo. Se levantaba tarde; invitaba a su casa a un par de amigos para tomar un brunch o ir a comer en algún restaurante del barrio; se sentaba a charlar durante horas, descansaba un rato y luego daba una cena en su casa o llevaba a su séquito a un restaurante para pasar la velada. A su regreso, trabajaba en su estudio hasta altas horas. De vez en cuando se daba un paseo hasta las oficinas de producción de Queen en Pembridge Road, en el barrio de Notting Hill; asistía a un par de reuniones de trabajo o se asomaba por Christie o Sotheby’s para ver qué antigüedades u obras de arte oriental iban a salir a subasta. Estaba “siempre ocupado, raramente estresado. Era un estilo de vida agradable y cordial”. Pero tenía fecha de caducidad, y esa fecha acechaba en el horizonte.