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Jim

Ahora mismo estoy muy contento con mi relación, y sinceramente no podría pedir nada mejor. Es una especie de… asueto. Sí, ésa es una buena palabra. ¡No lo llamaremos menopausia! No tengo por qué esforzarme tanto. Ahora no tengo que estar demostrando lo que valgo. Tengo una relación muy comprensiva. Suena bastante aburrido, pero es maravilloso.

FREDDIE MERCURY

Freddie ha sido el amor de mi vida. No ha habido nadie como él. Siempre decía que uno tiene que seguir con su vida. Sé que cuando yo muera, Freddie estará al otro lado, esperándome.

JIM HUTTON

JOHN Travolta tuvo algo que ver, por haber encarnado a Tony Manero, el improbable héroe de clase trabajadora de Fiebre del sábado noche. La película de 1977, basada en un artículo que se sacó del la manga Nick Cohn, uno de los primeros críticos de rock británicos, y que apareció publicado en la revista New York Magazine, contaba la historia de un adolescente italo-americano que se evadía de la cruda realidad en una discoteca de barrio. El álbum, con música de los Bee Gees, se convirtió en la banda sonora más vendida de todos los tiempos. Había nacido la fiebre discotequera, y Nueva York estaba en la vanguardia. Studio 54, Le Jardin y Regine’s eran los locales nocturnos, por donde cada noche se dejaban caer todos los bichos raros imaginables. Fue el apogeo de los playboys, de las supermodelos, de las limusinas de vértigo, del champán y la cocaína, sin olvidar a Halston, Gucci y Fiorucci. Los clubs nocturnos de las grandes ciudades se convirtieron en la vía de escape de la emancipación, y reflejaban el decadente ambiente gay mejor que un espejo.

Le Jardin, en la zona central de Manhattan, en la calle 43 oeste, atraía a la gente más cool: Andy Warhol, Bianca Jagger, Liza Minnelli, Lou Reed. Las barras lucían azulejos de espejo para que la gente se hiciera sus rayas de coca, la luz negra brillaba sobre los sofás blancos bordeados de palmeras, y en sus azoteas había camas de agua donde se recostaban los clientes, mientras esnifaban sustancias ilegales y contemplaban la ciudad a través de Times Square.

En comparación con Nueva York, el ambiente gay de Londres estaba todavía en pañales. Ofrecía poco más que “unos cuantos pubs mugrientos y algunos cafés diminutos en algún semisótano” cuando Jeremy Norman llegó a la ciudad procedente de Cambridge a finales de los años setenta para trabajar en Burke’s Peerage, la guía definitiva de la realeza y la aristocracia británicas. Norman oyó hablar de la nueva ola de discotecas que estaban inundando los ambientes gays y el mundo de los clubs nocturnos de Nueva York, y fue a visitarlos. En Le Jardin conoció al promotor de clubs Stephen Hayter, y ambos regresaron a Londres para poner en marcha juntos el club Embassy, en Old Bond Street. En aquel local, Hayter fue la indiscutible “reina de la noche”; presumía de que guardaba sus recortes de prensa en una caja fuerte en Suiza y desaprobaba ruidosamente a las “reinas chillonas” que tenían “una lamentable tendencia a llamarse mutuamente con nombres de mujer”. Fue el primer dueño de un club de alto nivel que falleció de sida.

El Embassy fue una revelación: un mundo de fantasía sexualmente ambiguo que atraía a todo tipo de gente, y que al mismo tiempo servía de antídoto y de distracción contra la alta inflación y la corrupción gubernamental de aquella época. De repente, la gente volvía a vestirse para ir a bailar. Pero no sólo la gente corriente. Transexuales, estrellas del rock, divas, drag queens, príncipes herederos de Europa, condes millonarios y tías buenas de las que aparecían en la tercera página de los tabloides. Los camareros iban vestidos con vistosos pantalones cortos de terciopelo rojo y blanco, a imitación de los que llevaban los chicos del Studio 54. Los más exhibicionistas simulaban practicar el sexo encima de las barras, mientras que los más tercos lo hacían de verdad tras las puertas de los retretes. Se consumía cocaína y nitrito de amilo en cantidades alucinantes. La iluminación estroboscópica, el hielo seco y la bola plateada típica de las discotecas daban el toque definitivo al efecto. El club conseguía atraer a un público asiduo de las fiestas como ningún otro lugar. Pete Townshend, Mick Jagger, Marie Helvin y David Bowie eran clientes fijos. Incluso los nuevos románticos, que eran tan cool, se escapaban del club Blitz para bailar un rato en la pista del Embassy.

“Cuando Hayter daba una fiesta, hacías lo imposible por entrar”, recuerda Dave Hogan. “Freddie, Kenny Everett y la crema de la mafia gay de Londres estaban allí. Se podía asistir a escenas maravillosas, y seguir todo aquel rollo; ahí se iba a pasarlo bien, nada más. Todo el mundo sabía que era imposible sacar una foto y salir vivo de allí”.

El Embassy fue el prototipo de un proyecto aún más ambicioso de Jeremy Norman: un local nocturno que atendiera casi exclusivamente a las necesidades de los hombres gay. El Heaven, situado a poca distancia de Trafalgar Square, debajo de la estación de Charing Cross, ocupaba 1.900 metros cuadrados bajo unos arcos. Dado que fue uno de los primeros clubs abiertamente gays del mundo cuando se inauguró en 1979, fue objeto de muchos titulares, y consiguió que la gente aceptara la idea de los clubs gays.

A Freddie le encantaba el local, y acudía con frecuencia acompañado de su séquito.

“Para los gays, la pista de baile era verdaderamente un lugar de liberación”, recordaba Jeremy Norman, que más tarde lo revelaría todo en su libro de memorias No Make-Up: Straight Tales From a Queer Life. “Era un lugar donde conseguíamos sentirnos libres de expresar nuestra sexualidad y la unidad de nuestra tribu. Aquella discoteca era, en cierto sentido, nuestra catedral”.

También fue, en muchos casos, su perdición. Aunque a Norman —que posteriormente fundaría dos organizaciones benéficas de lucha contra el sida— no se le considera en absoluto el responsable de llevar la enfermedad al Reino Unido, no cabe duda de que su club supuso una atracción fatal.

Paul Gambaccini recuerda con escalofriante claridad la noche de 1984, en que se dio cuenta de que Freddie se iba a morir:

“Yo estaba de pie con Freddie, en un punto determinado del Heaven, y le pregunté si había modificado su conducta a la luz de los últimos acontecimientos”, cuenta Paul. “Y con ese característico aspaviento suyo, Freddie exclamó: ‘Querido, mi actitud es que me importa un comino, yo hago de todo con todo el mundo’. Tuve esa sensación literal de venirme abajo. Yo ya había visto bastante en Nueva York como para saber que Freddie iba a morir. Para mí había demasiados fantasmas como para fingir que el Heaven pudiera ser un entorno seguro”.

Paul no era capaz de especular sobre si Freddie tomaba o no precauciones —puesto que ya era consciente del sida— para asegurarse de que no murieran otras personas, aunque él sí estuviera preparado para morir:

“Si es cierto que el plazo entre el contagio y la manifestación de la enfermedad era de diez años, Freddie tuvo que haberse contagiado mucho antes de que se conociera la enfermedad”, explica Paul, “lo que le coloca en la categoría de las personas que se vieron terrible e injustamente expuestas al riesgo de contagio. Aquel fue un breve periodo de la historia entre la sífilis y el sida en que era imposible que nadie muriera por practicar el sexo. Se experimentaba con todo tipo de prácticas sexuales, ya fuera por disfrute o por curiosidad. Entonces no había ningún estigma. En el mundo de la música sobre todo, valía todo. Nadie juzgaba a nadie. Y de repente, uno podía matar a una persona por practicar el sexo con ella. Así que todo el mundo adquirió una responsabilidad moral. Y hubo consecuencias.

”En el caso de Freddie, yo supongo que él lo sabía, y ya debía de haberse resignado… También creo que Freddie creía que de alguna forma iba a vencer al sida. En 1983 seguía teniendo una salud lo bastante buena (para entonces la enfermedad había pasado a ser una epidemia en Nueva York) como para seguir haciendo lo mismo. Pero cuando llegó el momento de Live Aid [julio de 1985], su médico de hecho le aconsejó que dejara de cantar porque tenía una grave infección en la garganta. En aquel momento pensé: ‘¿No será esto el principio?’”.

El hecho de que en aquella época Freddie estuviera ligando y practicando el sexo con docenas de hombres cada semana, al mismo tiempo que alardeaba abiertamente de su relación con Barbara Valentin, sugiere que había pasado a considerarse bisexual, más que homosexual. Pero, como argumenta Paul, “cabe recordar que el concepto de homosexualidad apareció únicamente a en la década de 1860, cuando un psicólogo alemán inventó la palabra ‘homosexual’. El espectro sexual es amplio. Entre los dos extremos hay mucha gente que hace el amor con personas de ambos sexos. Para quienes se salen del ámbito mayoritario de su actividad sexual, como al parecer hizo Freddie con Barbara, habitualmente existe un gran contacto emocional. No veo ninguna contradicción entre las afirmaciones de que, a lo largo de su vida, Freddie practicó el sexo con más hombres que mujeres —cosa que a mi juicio probablemente es cierta—, pero que al final Freddie reanudara su amor por Mary. No son posturas contradictorias. Quiere decir simplemente que Mary era una de las excepciones a la norma de Freddie. Significa que entraba en juego la emoción, además del deseo. No digo que Freddie no amara a algunos hombres a los que quiso, pero es muy posible que Mary conservara una posición especial en su corazón”.

Freddie traicionó tanto a Barbara como a Winnie, si eso es posible, cuando se topó con Jim Hutton en el Heaven una noche de 1985. No pudo resistirse. Ambos se habían conocido dos años antes en el Copacabana, un bar gay que estaba cerca de la casa de Freddie. En aquel momento Jim tenía una relación estable, de forma que el encuentro no pasó a mayores. Pero en 1985 el humilde peluquero estaba sin pareja, y con muchísimas ganas. Freddie se sintió instantáneamente atraído por el lustroso pelo negro de Jim y por su tupido bigote. La semejanza entre Jim y Winnie Kirchberger, el amante alemán de Freddie, era sorprendente. Desconcertado por la frase que utilizaba Freddie para entablar conversación —“¿Cómo es de grande tu polla?”—, Jim acabó convencido de que tenía que unirse a la pandilla de Freddie, que incluía a Peter Straker y Joe Fanelli. Se pasó el resto de la noche bailando con Freddie, hasta que al amanecer se fue con él al apartamento que el cantante tenía en Kensington. Después de aquello, Jim no volvió a saber nada de Freddie durante tres meses; Freddie seguía viviendo como un exiliado fiscal en Munich, y había estado de gira con Queen, actuando en Australia, Nueva Zelanda y Japón.

Cuando parecía que aquel encuentro había quedado olvidado, Freddie telefoneó de improviso a Jim para invitarle a una cena en su casa. Cuando llegó, Jim se quedó asombrado de ver a Peter Freestone. Antiguamente ambos habían trabajado juntos en una tienda de Selfridge’s en Oxford Street, en Londres. Ninguno de los dos podía sospechar que volverían a encontrarse gracias a Freddie Mercury.

Jim, que falleció de un cáncer de pulmón el día de año nuevo de 2010, tres días antes de cumplir 61 años, era el candidato menos verosímil para ser la pareja de Freddie. Antes de que ambos se conocieran, Jim —uno de los diez hijos de un panadero católico irlandés, que se crió en una diminuta vivienda de protección oficial de dos dormitorios— trabajaba como peluquero en el hotel Savoy, con un sueldo de 70 libras a la semana. Según Jim, Freddie era “sensible, tímido, tenía unos cambios de humor terribles, y siempre quería que todo se hiciera a su manera. Mientras que yo soy tranquilo y no tengo mucho carácter, a menos que alguien se empeñe en que me beba unos cuantos litros de cerveza”.

En el caso de Jim, fue locura de amor a primera vista: “Me enamoré de muchas cosas de Freddie”, me contaba, “independientemente de cómo se ganara la vida. Tenía unos grandes ojos marrones y una personalidad casi infantil. No se parecía a los hombres que habitualmente me gustaban. Normalmente yo iba buscando a tipos grandes con piernas musculosas. Freddie tenía un aspecto mordaz, y las piernas más delgadas que yo había visto en un hombre. Además, parecía totalmente sincero. Era encantador. Me quedé prendado. Pese a todos sus logros, a mí me parecía una persona marcadamente insegura”, decía Jim, en contra de la impresión que tenía Barbara de Freddie, y demostrando lo que sus amigos más íntimos sospechaban desde hacía mucho tiempo: que Freddie revelaba distintos aspectos de sí mismo a unos y a otros, pero nunca todo su ser. Su modus operandi en las relaciones personales indicaba una falta de confianza en que una sola persona fuera capaz de satisfacer todas sus necesidades. Por esa misma razón, el propio Freddie nunca pudo darle todo a una única pareja. Eso vendría a explicar por qué sus relaciones de pareja más íntimas y duraderas fueron con personas que no eran sus iguales en términos de extracción social, de estatus o de nivel económico. Freddie podía “cortar el bacalao” con personas que estaban “por debajo” de él. Siempre tenía que llevar la voz cantante.

La pareja se embarcó en una relación amorosa que, a pesar de las ausencias forzosas de Freddie, exigía una rutina regular. Freddie volaba de vuelta a Londres un fin de semana, y Jim volaba a Munich el fin de semana siguiente. En la primera visita que hizo Jim, se encontró a Freddie, a Joe Fanelli y a Barbara esperándole en el aeropuerto. Jim no lo entendía del todo. Cuando se dio cuenta de que Freddie sólo le estaba utilizando para poner celoso a Winnie Kirchberger, y así fue descaradamente al principio, Jim se enfadó muchísimo.

“Jim era una marioneta”, declaraba Barbara. “En aquella época Freddie le trataba bastante mal. Le hacía venir desde Londres, y después le enviaba de vuelta, a veces el mismo día. Me enteré de muchas historias tristes por entonces. Jim lloraba muy a menudo. Yo le decía: ‘Intenta resistirte. Di que no por una vez. No dejes que te utilice’. ‘Sí’, decía Jim, ‘Sí, pero yo le quiero’. Y por eso le traían de aquí para allá, como a un mono. Hacía cualquier cosa que dijera Freddie. Todo estaba siempre en función de Freddie, y Jim acudía corriendo, siempre. Era bastante patético. A menudo Freddie se portaba muy mal con Jim”.

La relación era más profunda y más significativa de lo que a todo el mundo le parecía —aunque era Mary, y no Jim, la que acompañaba a Freddie a los eventos de los famosos y a las reuniones públicas, y la que al final fue presentada como “la viuda”—. Peter Freestone, que había observado muy de cerca todas las aventuras amorosas de Freddie, sí se dio cuenta de que aquella relación era de verdad:

“Creo que Jim y Freddie se querían de veras, aunque a su manera”, me dijo. “El libro que escribió Jim sobre su relación con Freddie es una idealización en cierta medida. Jim quería una relación monógama y feliz con alguien. Pero no creo que él fuera nunca capaz de apreciar lo mucho que había, además de una relación con la vida de Freddie, y posteriormente con su vida doméstica, en Garden Lodge. Freddie tenía su vida, y era una vida a lo grande, extravagante y polifacética. Todo el mundo sabía que había que adaptarse a su modo de vida. Él nunca iba a adaptarse a la de nadie. Una parte del problema de la pareja era que Jim era demasiado terco como para aceptar eso. Por consiguiente, su relación era muy “arriba y abajo”. Jim quería que Freddie bajara, pero Freddie quería que Jim subiera. Dicho esto, no cabe duda de que Freddie no habría disfrutado de unos años tan buenos al final de no ser por Jim. En conjunto, Jim era la persona idónea para Freddie en aquel momento de su vida. Significaba mucho más para Freddie de lo que mucha gente ha apuntado”.

Cuando por fin la casa de Garden Lodge estuvo en condiciones para el traslado, y a punto de vencer el periodo de exilio fiscal de Freddie —y por tanto el momento de volver a Londres—, fue a Jim y no a Barbara a quien Freddie eligió para llevárselo a casa en calidad de pareja para convivir. Aunque Jim hablaba de su “relación de ocho años”, fueron pareja durante seis años; eso quería decir que Jim significaba más para Freddie de lo que la desolada Barbara estaba dispuesta a admitir.

“Jim no tenía nada que decir”, decía Barbara en tono de burla. “Cuando los dos volvieron a Garden Lodge, Jim era la persona indicada para cuidar de los gatos y los peces de Freddie, y del jardín, nada más. A veces Freddie llegaba a perder la paciencia de verdad debido a su frustración con todo aquello. Una vez que yo pasé allí unos días, Freddie se volvió completamente loco y salió corriendo al jardín. Arrancó todos los tulipanes que había plantado Jim y los dejó tirados por todas partes. Yo le dije: ‘¿Qué estás haciendo? ¡Pobres plantas!’ Freddie contestó: ‘¡Es que no le aguanto, menudo gilipollas!’. Más de una vez dijo que Jim no servía para nada”.

No obstante, entre Freddie y Jim había claramente algo que otros amantes no habían podido darle, ni siquiera Mary. Incluso Barbara tuvo que admitirlo.

“Realmente, a menudo pensábamos que Jim no era más que un sirviente. Pero en cierto sentido, sé que Freddie le amaba. Lo trataba a patadas, pero también es verdad que algunas personas necesitan una patada en el culo y te dan las gracias. Al final, fue muy bueno que Jim estuviera allí. Seis años juntos: eso es mucho tiempo. Freddie se mudó cuando volvió a Londres, y Jim permaneció a su lado hasta el final. Gracias a Dios, en cierto sentido”.

Mientras tanto, Estados Unidos era presa de una epidemia de sida de proporciones catastróficas; pronto se convertiría en un azote mundial. La mayoría de las víctimas eran hombres gays jóvenes, sexualmente activos, que padecían enfermedades derivadas del VIH —pérdida de peso, lesiones, inflamación de los ganglios linfáticos, herpes, meningitis criptocócica y toxoplasmosis— caracterizadas por ictericia, hipertrofia del hígado y el bazo, y convulsiones. Las inmunodeficiencias celulares iban en aumento. Constantemente aparecían nuevas manifestaciones de desórdenes inmunitarios, como agotamiento, culebrilla y sudores nocturnos. La candidiasis (en forma de aftas) en la garganta iba en aumento, y en algunos casos la infección por levadura era tan grave que la víctima a duras penas podía respirar. También se manifestaba en forma de paranoia, fallos de memoria y desorientación. De todos los casos de sida conocidos en Estados Unidos, la mitad estaban en Nueva York y alrededores. Un cuarto de siglo después, la enfermedad se ha convertido en pandemia. No existe ni vacuna ni tratamiento conocidos.

Fue Barbara la primera que se dio cuenta en Munich de que la salud de Freddie empezaba a flaquear:

“Empezó con cosas sin importancia”, me contó. “No se podía decir realmente que Freddie estuviera perdiendo el apetito, ya que nunca tuvo mucho, para empezar. ‘Como igual que un pajarito y cago como un pajarito’, decía. Su comida favorita era el caviar con puré de patatas, y esas galletitas con queso que le enviaba su madre. Le gustaba la comida italiana, india y china, pero nunca comía demasiado. Siempre comía con vodka Stolichnaya.

”Freddie empezó a ponerse enfermo sin motivo aparente”, contaba Barbara. “Una vez que se puso malo en mi apartamento, y yo no sabía qué hacer, llamé a mi ginecólogo, en el que confiaba como amigo. Vino en seguida, y encontró a Freddie bastante delirante. De repente, Freddie se despertó en un estado terrible. Yo le dije: ‘Tranquilo, es mi ginecólogo’. ‘¡Ay, Dios mío, no me lo puedo creer!’, exclamó Freddie. ‘¿Estoy embarazado?’”.

Barbara recuerda que fue más o menos por aquella época cuando Freddie empezó a hablar mal de los demás miembros de la banda, cosa que ella nunca le había oído anteriormente. Después vino la famosa pelea con su querido amigo Peter Straker. Su amistad, que había durado muchos años, se acabó en un abrir y cerrar de ojos, y nunca se restableció.

“Straker era divertido, era un payaso, era bueno para Freddie porque le subía la moral y le hacía reír”, decía Barbara. “Pero Straker nunca había sentado la cabeza. Iba a la deriva. Siempre ‘vivía en casa de un amigo’. Finalmente consiguió un apartamento en uno de los edificios de Jim Beach en Londres. Pero el cuarto de baño necesitaba urgentemente una reforma: azulejos, bañera, lavabo, todo nuevo. Cinco veces Freddie le dio dinero a Peter para acondicionar el baño. La obra nunca se hacía. Al final, Freddie perdió la paciencia y desterró a Straker de su vida para siempre. Straker nunca comprendió qué había hecho él. Ese tipo de conducta se convirtió en algo típico de Freddie. Daba y daba, sin tener nunca en cuenta lo que le costaba, pero al final hay una gota que colma el vaso”.

Es posible que el motivo de que Freddie se comportara de aquella forma tan extrema fuera el estrés que le causaba saber que estaba gravemente enfermo —pese a que Freddie no lo confesaba, Barbara creía que él ya era consciente de ello, lo que confirmaría las sospechas de Paul Gambaccini en el sentido de que ya desde 1983 Freddie sabía lo que se le venía encima—. Y finalmente llegó el día, contaba Barbara, en que ya no pudo seguir ignorando “la inflamación que tenía Freddie en la garganta.

”Surgía de repente, en la parte posterior de su garganta. La llamábamos ‘la seta’. Iba y venía, pero al cabo de poco tiempo ya no se iba nunca. Freddie decía que tenía la sensación de estar pudriéndose por dentro. Una noche estaba yo en la cama con Freddie y uno de sus ligues, y Freddie tuvo un ataque de tos terrible, que era lo que le provocaba aquella cosa. Se incorporó y tosió encima de unos pañuelos de papel, y después se inclinó sobre aquel tipo para tirar los pañuelos a la papelera. El tipo se despertó: ‘Dios mío’, dijo, ‘nunca pensé que tendría encima a una estrella del rock agonizando en la cama!’”

Como Barbara estaba al tanto de las informaciones que llegaban de Nueva York, sospechaba que Freddie ya tenía el VIH cuando ambos se hicieron amantes.

“Cuando nos conocimos, Freddie o bien estaba negándoselo a sí mismo o sencillamente no lo sabía”, decía Barbara. “Después de hacerse por fin el primer test [ella creía que fue en 1985, en contra de otros testimonios, aunque no podía confirmar lo que indujo a Freddie a hacerse la prueba], su vida cambió”.

¿Temía Barbara por su propia salud? ¿Estaba enfadada porque Freddie hubiera puesto en peligro la vida de ella? “No, yo le quería. Así de sencillo. Yo misma me hice la prueba —negativa— y eso fue todo. Como no íbamos a volver a practicar el sexo, y no iba a haber más riesgo, ya no necesité hacerme más pruebas. Yo descubrí que Freddie tenía sida por casualidad, después de salir una noche con él. Freddie fue al lavabo y se hizo un corte sin querer en un dedo. Había mucha sangre. Yo estaba intentando ayudarle, y me manché las manos de sangre, y él se puso a gritar: ‘¡NO! ¡No me toques! ¡No me toques!’ Fue entonces cuando me di cuenta. Él nunca me lo dijo, pero yo lo supe a partir de aquel momento. Lo había sospechado durante algún tiempo, por supuesto. Freddie tenía marcas en la cara, como pequeñas magulladuras azules. Yo se las tapaba con mi maquillaje cuando Freddie aparecía en algún programa de televisión o cuando tenía que rodar algún vídeo, antes de que llegara la maquilladora”.

Barbara y Freddie nunca hablaron sobre el hecho de que él tuviera sida.

“Él sabía que yo lo sabía, y yo sabía que a su vez él lo sabía. A veces hacía comentarios de pasada sobre la posibilidad de que no le quedaba mucho tiempo de vida, pero eso era todo. Yo era consciente, por las cosas que él decía, de que Freddie nunca averiguó cuál de sus amantes le contagió el sida. Pero cuando uno de sus primeros amantes gays estadounidenses murió de sida, Freddie exclamó: ‘¡Ay, Dios mío, se acabó!’, y se preocupó muchísimo. A partir de aquel momento supo que tenía los días contados”.

Barbara y Freddie dejaron de tener relaciones sexuales. Como Winnie ya no estaba, la única persona con la que Freddie tuvo contacto sexual a partir de entonces fue con Jim.

La marcha de Freddie de Munich, a finales de 1985, fue abrupta, inexplicable e insoportable para la mujer que dejaba atrás:

“Un día éramos inseparables, y literalmente lo hacíamos todo juntos. Y de la noche a la mañana se marchó”, decía Barbara entre lágrimas. “Simplemente desapareció de mi vida. Yo no podía comprenderlo. Le mandé una tarjeta de cumpleaños. Le escribía, le llamaba. Nunca estaba. No tenía sentido. Lo que estaba haciendo era una mentira. Pero bueno, pensé, si él quiere que la cosa acabe así, pues se acabó. Realmente fue una ruptura sin motivo”.

Unos meses después de que Freddie se marchara de Munich “para siempre”, Barbara Valentin estaba en su casa a última hora de la tarde, preparándose para asistir a la inauguración de la boutique de una amiga suya, cuando oyó que alguien tocaba el timbre.

“Me puse a echar maldiciones, ‘¿quién demonios será ahora?’”, contaba, “y entonces me di cuenta de que debía de ser mi taxi. ‘¡Ya voy! ¡Ya voy!’, grité por el interfono, pero no me respondía nadie. Pensaba que el portal estaba abierto, así que tuve que darme prisa y bajé. Y allí había un hombre de pie delante de mi, y yo me dije: ‘Dios mío, alguien me ha enviado un maniquí de Freddie Mercury’”. A duras penas podía creer lo que veían sus ojos: “Lloriqueaba para mis adentros: ‘oh, no, oh, sí…’ Pensaba que estaba alucinando. Aquel hombre llevaba unas florecillas blancas… y me dijo: ‘No, ¡soy yo!’. ‘¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé!’, le contesté, pero yo no quería que fuera él. Le metí en casa a empujones; yo tenía que ir a la inauguración de la boutique, creía que la mente me estaba jugando una mala pasada, y entonces, cuando le toqué… no pude soportarlo. Me fui corriendo a la boutique, me hice fotos con la dueña y con unos cuantos actores para la prensa… y volví andando a casa. Freddie seguía allí, sentado tranquilamente en el sofá, jugando con el mando a distancia del televisor. Fue entonces cuando me di cuenta de todo. Me eché en su brazos y me puse a llorar. Él también. Estuvimos llorando, y llorando, y llorando, y llorando”.

A Freddie le hicieron falta varias semanas para encontrar las palabras con que explicarse. Había querido cortar del todo cuando se marchó de Alemania, le dijo a Barbara. Quería empezar una nueva vida. No permitía que nadie pronunciara la palabra “Munich”. Ni tampoco el nombre de Barbara.

“Para entonces ya habían muerto de sida aproximadamente un centenar de amigos nuestros”, contaba Barbara, “y ni siquiera se podía hablar de eso. Freddie me dijo que intentar olvidar su vida en Munich y renunciar a mí había sido como luchar contra una toxicomanía. Si uno es adicto a algo y un día decide que ya está bien, dice que no, se marca un límite y después rompe completamente con la adicción. ‘Barbara, estuve a punto de morirme’, me dijo. ‘¡Cuántas veces tuve el teléfono en la mano y marqué tu número, y al final colgaba!’.

”Más tarde Phoebe me contó que todo lo referente a mí había desaparecido. Ya no había fotos mías en la casa y mi nombre nunca se pronunciaba. Todo aquello que a Freddie pudiera recordarle a mí y a Munich se tiró a la basura. Había intentado romper con aquella época desenfrenada. Vivir una vida más apacible, distinta, y al final morir rodeado de belleza. Pero no consiguió apartarse de mí. Me dijo que una de las cosas que más le asustaba era que no era capaz de estar solo. Quería estarlo, e intentaba estarlo, pero siempre que lo estaba no podía soportarlo, sencillamente”.

Barbara y Freddie renovaron su relación, aunque no su vida amorosa. Ella se convirtió en asidua visitante de Garden Lodge, y empezó a viajar de nuevo con Freddie.

“Jim había sustituido a Winnie [tras una relación discontinua que duró cuatro años], pero con Barbara era complicado”, recordaba Peter Freestone.

“Yo creo que Freddie simplemente se sintió harto en aquel momento. En la prensa alemana aparecían artículos sobre Freddie y Barbara con una regularidad alarmante, y a Freddie se le metió en la cabeza que la que filtraba aquella información era Barbara. Yo no creo que ella lo hiciera, pero Freddie estaba convencido”.

¿Es posible que la idea se la dieran quienes deseaban librarse para siempre de Barbara, y que fueran ellos quienes alimentaban los rumores?

”¿Quién sabe?”, contestaba Peter suspirando. “Lo único que sé es que, a partir de entonces, su única pareja fue Jim. Inmediatamente después de que Freddie se mudara a Garden Lodge, a Jim le desahuciaron de su piso, de forma que Freddie le dijo que se fuera a vivir a su casa”.

“Freddie y yo nunca hablábamos sobre cuánto tiempo íbamos a estar juntos”, decía Jim. “Aceptábamos que lo estábamos y que íbamos a estarlo. De vez en cuando él me preguntaba qué le pedía yo a la vida. ‘Alegría y amor’, le respondía. En Freddie encontré ambas cosas”.

A Freddie no le diagnosticaron oficialmente hasta 1987 —algo que ni él, ni el grupo, ni su entorno admitieron públicamente hasta la víspera de su fallecimiento, en noviembre de 1991—. Le había confesado su diagnóstico a Jim, y le ofreció la posibilidad de marcharse. Jim se negó a abandonar a Freddie. Decidieron permanecer juntos como “marido y mujer”, y la palabra sida no volvió a pronunciarse nunca más en la casa. Jim dio positivo en la prueba del VIH en 1990, pero no se lo reveló a Freddie hasta un año después, justo antes de que muriera su compañero. Contrariamente a las informaciones que circularon cuando Jim falleció, no murió de complicaciones relacionadas con el sida. Brian May lo confirmó en su cibersitio personal, donde afirmaba que Jim había fallecido de una enfermedad relacionada con el tabaco.

En cuanto al resto del grupo, Freddie nunca ofreció una confesión oficial. En mayo de 1989 Jim pensaba que Freddie iba a hacerlo: había convocado un almuerzo especial para los miembros del grupo y sus parejas en el restaurante de Freddie Girardet, en Crissier, a las afueras de Lausana, en Suiza, que a la sazón se consideraba “el mejor restaurante del mundo”. Se sirvieron los mejores vinos y platos de la carta, y la cuenta, que pagó Freddie, ascendió a miles de libras. Sobre su enfermedad no se dijo nada: puede que lo majestuoso del lugar y sus espléndidas vistas le acobardaran. No obstante, unos días más tarde ese mismo grupo volvió a reunirse para una cena más informal en el restaurante Bavaria, junto a los estudios Mountain, y Freddie se lanzó al vacío.

“Alguien en la mesa tenía un resfriado, y la conversación abordó el azote de las enfermedades”, recordaba Jim. “En aquel momento Freddie seguía teniendo bastante buen aspecto, pero entonces, de repente, se remangó la pernera derecha de su pantalón y subió la pierna encima de la silla. Todos pudieron ver una herida abierta y supurante que tenía en la pantorrilla. Fue una conmoción. ‘¡Y vosotros creéis que tenéis problemas!’, contestó Freddie en su típico tono displicente. Nadie decía una palabra, y yo creo que todos estaban traumatizados. Pero a continuación Freddie restó importancia al asunto, y nos pusimos a hablar de otra cosa”.

Brian confirmaba aquel mismo momento en un reciente documental de televisión.

“En retrospectiva, estoy seguro de que todos los miembros de la banda eran conscientes de que Freddie estaba muy enfermo, pero no querían saberlo, porque ¿qué podían decir?”, decía Jim. “Cuando regresamos a Londres, Freddie concedió una entrevista en Radio 1 al DJ Mike Read. En la entrevista Freddie decía que no quería volver a salir de gira nunca más. Decía que ya había hecho lo suficiente, y que de todas formas se estaba haciendo demasiado viejo como para ir pavoneándose por ahí como lo había hecho siempre. De hecho, para entonces estaba demasiado débil como para volver a salir de gira. La prensa, por supuesto, lo tergiversó completamente, y se inventó que Freddie se negaba a salir de gira, para disgusto del resto de la banda, y cosas por el estilo. Las típicas tonterías”.

Nada de aquello tenía la mínima repercusión en los sentimientos de Jim hacia Freddie. Si acaso, incrementó la ternura que había entre ellos.

“Freddie fue el amor de mi vida”, me dijo Jim, con una sobrecogedora resonancia de lo que también había dicho Barbara. “No había nadie como él”.

Aunque ambos vivieron juntos como pareja hasta la muerte de Freddie, Peter Freestone está seguro de que la idea que tenía Freddie de la relación no era la de “marido y mujer estándar”.

Todos éramos muy importantes para Freddie”, decía Peter. “Pero había una parte diferente del corazón de Freddie dedicada a Jim. Bien pensado, resulta extraño incluso decirlo: Freddie había tenido una relación con Mary, y con Joe, pero nunca conmigo. Su capacidad para la culpa era enorme, y por eso mismo Joe y Mary seguían estando ahí. Freddie se sentía responsable de ellos. Tenía la sensación de que había trastocado sus vidas al tener una relación con ellos, y que él tenía la responsabilidad de ocuparse de ellos, como para compensarles. Si lo piensas, es ridículo. Pero Freddie era así”.

El entorno doméstico permanente de Freddie lo formaban en aquel momento Peter, “Phoebe”, su asistente personal y su ayuda de cámara; Jim, que renunció a su empleo de peluquero en el Savoy para convertirse en el jardinero de Freddie; y Joe Fanelli, alias “Liza”, antiguo amante de Freddie, que regresó para encargarse de la cocina. Ambos se habían conocido unos años atrás en Estados Unidos, y su relación, altamente explosiva, había sido efímera. Joe vivió una temporada con Freddie en Stafford Terrace, como cocinero jefe y encargado de las tareas domésticas, y había sido el ayudante de Peter Freestone en Munich de vez en cuando. Su relación con Freddie entraba en ebullición o se congelaba de forma aleatoria, y ambos se distanciaban durante largos periodos. Joe había trabajado en innumerables restaurantes antes de regresar al redil y asumir el puesto de cocinero en Garden Lodge. La nómina también incluía a dos miembros del personal que no vivían en la casa: Terry Giddings, el chófer, y Mary Austin, la chica para todo, que tenía su propio apartamento cerca de allí.

De entre todos los amigos íntimos y empleados de Freddie, la única persona con la que Jim tuvo un problema fue Mary.

“Daba la impresión de que Mary nunca quería dejar de controlar a Freddie”, decía Jim.

Esa impresión la confirmaba Peter:

“A mí me parecía que Mary nunca aceptó que lo suyo con Freddie se hubiera terminado. En muchos sentidos, fue una fuerza motriz para Freddie. Nunca le permitía que se saliera con la suya. Era muy fuerte, y en ese sentido era exactamente lo que Freddie necesitaba. De alguna forma era como una madre para él. Y por eso Freddie confiaba en ella, y se apoyaba en ella. Ella dirigía su vida. Por eso duró tanto su relación. Freddie solía decir que incluso cuando él y Mary eran una pareja, eran más bien como dos hermanos. Mucho antes de conocerme a mí, Freddie había anunciado públicamente que pensaba dejarle la mayor parte de su fortuna y de sus bienes materiales a Mary. Y cuando Freddie hacía una promesa, la cumplía. Nunca faltaba a su palabra”.