Capítulo 6

NO HABRÍA vuelta atrás. Parecía como si aquellas palabras se hubieran materializado entre los dos, adquiriendo una consistencia casi física. Rachel sabía muy bien que de la respuesta que le diera dependería su futuro entero.

-Entonces, ¿qué me respondes? -preguntó de nuevo Gabriel completamente tranquilo. Incluso se había retirado un poco y había dejado de acariciarla, como si renunciara a ejercer cualquier tipo de presión sobre ella.

El silencio era tan absoluto que pudo distinguir con precisión el rítmico tic-tac de reloj, confundido con los latidos de su corazón.

Imposible volverse atrás.

Al final, lo que la decidió fue algo tan simple como la ardiente necesidad de que él siguiera acariciándola tan suave, levemente como hasta entonces.

-Sí -respondió, tan suavemente que él no pareció siquiera oírla-. Sí -repitió con mayor firmeza.

Y entonces algo cambió súbitamente en la expresión de Gabriel. Sin decir una palabra la atrajo hacia sí de nuevo y empezó a besarla con ferocidad tal que si Rachel hubiera albergado la más mínima duda sobre lo que estaba haciendo, habría escapado de su abrazo a todo correr.

Sin embargo, Rachel estaba muy segura de lo que estaba haciendo, y aquel beso salvaje incluso dio alas a «u propio deseo. En el interior de su cuerpo despertaban deseos hasta entonces dormidos y cuya existencia ella ni siquiera había sospechado.

-¿Estás segura de que eso es lo que quieres? -repitió Gabriel con voz ronca enterrando el rostro contra su piel.

Cuando Rachel asintió con un gesto, incapaz de decir nada, él se levantó del sillón la izó en sus brazos, estrechándola contra su cuerpo. Así fue con ella hasta el dormitorio y, con un gesto impaciente, la depositó sobre la cama.

-Entonces, eso es lo que tendrás -musitó al tiempo que se despojaba de su camiseta-. A cualquier hombre le resultaría difícil resistir semejante tentación -continuó, dejándose caer a su lado sobre el mullido edredón.

Rachel apenas podía creer que aquello le estuviera sucediendo. Después de tantos meses de sueños y anhelos, le resultaba casi imposible creer lo que la estaba pasando. Realmente estaba allí, se repetía una y otra vez, sobre su cama, y podía besarlo, abrazarlo, acariciarlo...

El tacto de la piel masculina bajo la yema de los dedos, unido a los efectos del champán que había bebido, tuvo la virtud de actuar sobre sus sentidos como el más potente de los afrodisíacos. Ansiaba acariciarle por todas partes, recorrer palmo a palmo cada centímetro de su piel, sentir la excitación de su cuerpo desnudo contra el suyo.

-Rachel... -le susurró Gabriel al oído-, ve con calma...

Pero ella no tenía la menor intención de hacerle caso. Rabiosa, se dijo que le haría olvidar a la niña que había conocido, que le demostraría la clase de mujer que era.

Sus pechos parecían haberse hecho más grandes y pesados, y podía notar con nitidez la forma de los pezones. Estaba tan deseosa de que él se los acariciara y besara que gimió de placer al ver que le despojaba del vestido y del fino sujetador de encaje. En un gesto puramente intuitivo sé estrechó aún más contra su cuerpo, entrelanzado sus piernas con las de Gabriel.

Apenas se reconocía a sí misma. ¿Cuándo había aprendido a moverse así, a acariciarlo de aquella forma tan sabia? ¿Quién le había enseñado dónde y cómo besarlo para hacerle perder la cabeza, para conseguir que gimiera, completamente abandonado a sus sensaciones?

-Rachel... -musitó Gabriel, incapaz de soportar aquella dulce tortura, al notar que empezaba a acariciarlo más abajo, decidida sin duda a hacer suya la parte más íntima de su cuerpo-. ¡Rachel! ¡No sigas! ¡No me toques de esa forma, o...!

Sorda a sus protestas, ella hizo aún más intensa su caricia, imprimiéndole un ritmo lento y ancestral, al tiempo que movía las caderas con la misma cadencia.

-¡Dios! ¡Tú lo has querido! -estalló por fin Gabriel, con el rostro contraído en una mueca de rabia y pasión.

La poseyó con una furia arrebatadora que destruyó en su empuje toda la sensualidad, toda la belleza que hasta aquel momento había compartido. Confusa y aterrada, Rachel no pudo ocultar su decepción.

¿Cómo había podido ocurrir semejante cosa? Todo su deseo se había vuelto tan amargo como la hiél. Él la había abandonado, traicionado, utilizado para su propio placer. Sintiéndose ultrajada, empezó a darle puñetazos en la espalda para obligarle que se separara de ella.

-¡Te odio! ¡Eres detestable! ¡Yo no quería que sucediera así!

-Lo sé... -reconoció Gabriel derrotado haciéndose a un lado-, créeme...

Y antes de que pudiera escapar, volvió a rodearla con sus brazos, con tanta fuerza que casi ni la dejaba respirar, inmovilizándola con todo el peso de su cuerpo. Cuando por fin logró tranquilizarse, se separó un poco de ella y le asió el rostro entre las manos.

-Lo siento mucho, corazón -murmuró al tiempo que la besaba con increíble dulzura-. No tenía que haber ocurrido de esta forma, pero es que estabas tan hermosa, tan sensual y seductora que me hiciste perder la cabeza. He sido un egoísta, pero te prometo que la próxima vez será muy diferente.

-¡No! -no podía haber una próxima vez, no podría soportarlo..

Pero,' por increíble que pudiera parecer, aquellos tiernos besos estaban empezando a minar su resistencia, a despertar de nuevo sus sentidos.

-Chist, cariño mío, calla -la tranquilizó Gabriel-. Confía en mí. Déjame que te enseñe cómo tenía que haber sido; quiero que te relajes y darte el placer que te mereces. Te prometo que esta vez no te decepcionaré...

Mientras hablaba no dejó de besarla y acariciarla hasta que por fin Rachel empezó a abandonarse, a dejarse llevar por su calor y aquella ternura casi insoportable.

Casi sin darse cuenta empezó a devolverle sus caricias, a gemir de placer, primero en un tenue murmullo, que para su asombro se fue convirtiendo en auténticos gritos de placer. Su cuerpo pareció inflamarse en una llama devoradora y ardiente...

Gabriel empezó a recorrer con su lengua un camino que empezaba en los senos y culminaba en el centro mismo del deseo. Rachel sentía que iba desmayarse, incapaz de soportar por mucho más tiempo aquella dulce agonía.

Al darse cuenta de su abandono, Gabriel se decidió a poseerla por fin. En aquella ocasión, Rachel, incrédula y maravillada, no experimentó el más mínimo temor.

-Esto está mucho mejor -dijo Gabriel con una sonrisa de triunfo-. Pero todavía hay algo más...

-¿Más? -repitió Rachel sin poder imaginar algo más placentero.

Gabriel empezó a demostrárselo. Cada uno de sus movimientos, lentos, cuidadosos, apasionados, estaba destinado a hacerle sentir más placer.

La besaba y acariciaba sin cesar, de tal modo que enseguida se sintió perdida, desintegrada, en una oleada de pura sensualidad. No podía hacer otra cosa que dejarse llevar por aquella corriente icandescente que la elevaba a las más altas cotas del placer.

Gabriel hizo más potente su empuje, más ardientes aún sus caricias, hasta que por fin Rachel sintió que se desvanecía en un torbellino de pura sensación física, qué por fin se abrían para ella las puertas a una dimensión hasta entonces desconocida.

Justo en el momento de alcanzar el climax le pareció que su cuerpo estallaba en mil trozos de cristal, y que cada uno de ellos ardía como una estrella.

Lenta, muy lentamente, fue relajándose en brazos de Gabriel. Sentía contra ella su respiración entrecortada y podía oír con nitidez el retumbar de los latidos .de su corazón mezclados con los suyos. ,. -Esto -le dijo Gabriel en cuanto fue capaz de arti-cular palabra, con la voz aún vacilante por la impresión del momento que acababan de compartir-, esto es lo que venías a buscar, ¿verdad?

-Rachel, ¿estás bien?

Sobresaltada, se dio la vuelta, chocándose casi con Gabriel, quien había entrado en el cuarto sin que ella se diera cuenta y se había quedado observándola.

-Lo siento, no quería asustarte –impulsivamente alargó un brazo, al ver que ella se tambaleaba un poco por la sorpresa de verlo allí-. ¿Va todo bien?

Era la misma voz que ella recordaba tan bien, pero ya no estaba teñida de pasión como entonces, sino fría como el hielo, apenas levemente interesada.

-Yo...

-Tardabas tanto en bajar con los dibujos que empezaba a preocuparme. Temí que después de las emociones de este día...

-¡Estoy perfectamente!

Rachel sacudió la cabeza violentamente, como sacudiéndose los últimos retazos de sus recuerdos. Hizo que Gabriel la soltara y se le quedó mirando con un brillo desafiante que hacía que sus ojos parecieran dos diamantes grises.

-Estoy perfectamente bien -le espetó, procurando que su voz sonara formal y distante-. ¡No tienes ningún derecho a entrar en este cuarto!

-¿Y eso? -replicó Gabriel con tal dureza que un escalofrío le recorrió la espina dorsal-. Mi padre ha muerto hace menos de una semana, le hemos enterrado esta misma mañana, ¿acaso tengo que obecederte en mi propia casa? ¡Esta era mi habitación!

-Ya lo sé...

Aunque Rachel sentía sinceros remordimientos de conciencia por su grosero comportamiento, deseaba con toda su alma que se marchara de allí. Había tantos recuerdos del pasado ligados a

aquella estancia que casi podía sentirlos a su alrededor, flotando como espectros entre los muebles.

-¡Pero ahora es mía!

-Y ésa es precisamente la cuestión, ¿verdad, Rachel? -Gabriel la miró con tal odio que pareció que, de haber podido, la habría fulminado-. Resulta que tu mamaíta y tú ya habéis tomado plena posesión de la casa, ¿verdad?

-¡No! ¡Claro que no! -no podía soportar que él creyera semejante cosa-. ¡Gabriel, por favor! ¡Esta es tu casa, te pertenece a ti mucho más que a mí, y así será siempre!

-¡Los dos sabemos que eso no es verdad...! -empezó a replicar Gabriel, pero, de repente, se interrumpió, mirando con interés a su alrededor-. La verdad es que lo has cambiado todo de arriba abajo -comentó irónicamente.

Rachel no pudo por menos de preguntarse qué estaría pensando en realidad al ver las reformas que se habían hecho en la estancia.

Recordó que cuando le ofrecieron la posibilidad de trasladarse al ático, la había rechazado decididamente. Había demasiado amargura concentrada en aquel lugar, y se sentía completamente incapaz siquiera de dormir en el mismo sitio donde Gabriel había instalado su preciado pisito de soltero.

Sin embargo, Greg había insistido, decidido a no aceptar una negativa. Cuando al cabo de un año consiguió por fin vencer su resistencia, empezó las obras de reforma inmediatamente, como regalo de cumpleaños. Rachel se había empeñado solamente en que se hiciera un cambio, y con el único fin de erradicar de una vez por todas los tan temidos fantasmas del pasado.

-¿Por qué has cambiado la disposición de los cuartos?

-Así tengo más luz en esta parte -le explicó Rachel señalando el amplio ventanal que se había abierto en una de las paredes-. La necesito cuando trabajo aquí en mis diseños.

Se trataba de una justificación perfectamente razonable, de hecho en gran medida era cierta... pero no del todo, y era precisamente la parte que no le había explicado la que le remordía en la conciencia.

-Resulta muy impresionante -comentó Gabriel indiferente. Si había creído o no su explicación, eso era algo, que, evidentemente, no iba a demostrar.

-Gra... gracias -respondió Rachel, incapaz de contener su nerviosismo.

-Cálmate, Rachel. No tengo la menor intención de seducirte -replicó Gabriel, evidentemente malinterpretando su nerviosismo.

-¡Por supuesto que no lo harás! -estalló Rachel-. Y no lo harás porque no tengo la menor intención de dejar que te acerques a mí. ¡Acabamos hace mucho tiempo, y por eso quiero que te marches de aquí! ¡Fuera ahora mismo de mi habitación y de mi vida!

No tenía la menor idea de cuál iba a ser su reacción ante semejante avalancha, aunque estaba casi segura de que haría cualquier cosa que no fuera lo que ella le había exigido. Le desconcertó la forma en que se la quedó mirando, curvando los labios en una cínica sonrisa.

-¡Como si con eso se pudiesen arreglar las cosas! -comentó sarcásticamente.

-¡Claro que sí! -replicó Rachel de inmediato, procurando acallar una punzada de puro pánico.

No sabía qué era lo que le asustaba más, que Gabriel no creyera que ya no sentía nada por él, o que fuera precisamente eso lo que él más deseara.

-Te lo aseguro -afirmó orgullosamente- ya no siento absolutamente nada por ti.

El cambio en su expresión al oír aquellas palabras fue tan notable que por un momento dudó de que no fuera fingido.

-¡Oh, Rachel... -empezó a decir muy suavemente. Pero ella ya había sufrido bastante; el pasado y el presente se mezclaban como un loco torbellino.

-¡No! ¡No pienso escucharte! ¡No quiero que me digas nada, sólo que te vayas de una maldita vez!–casi gritó, poniéndole las manos en el pecho y empujándolo hacia la puerta-. ¡Fuera de aquí! ¡Vete!

Pillado por sorpresa, Gabriel dio un paso vacilante hacia la puerta. Pero fue solo uno: se detuvo frente a ella, dispuesto a rechazar su ataque, y, con insultante facilidad, le asió por las muñecas inmovilizándola.

-Rachel, para ya.

No tenía otra elección. No tenía la fuerza suficiente para oponerse a su masculina fortaleza. Humillada, bajó la cabeza, y permaneció en un obstinado silencio con la mandíbula tensa.

Él bajó la cabeza para encontrar su mirada y, sin poderlo evitar, Rachel alzó, la suya. Todavía tenía las maños sobre su pecho, de forma que podía notar con absoluta precisión el ritmo de su respiración y sentir el calor de su cuerpo.

Aquel contacto tan íntimo la hizo estremecerse de nuevo. Nunca se había sentido tan viva y consciente como en aquel instante. Veía cada detalle de la habitación, cada mueble, cada cuadro, como si estuviera iluminado por un potente foco; incluso el paisaje que se extendía más allá de la ventana tenía para ella una nueva frescura.

Pero sobre todas las cosas era consciente de la presencia de Gabriel, de pie frente a ella. Como si fuera la primera vez que lo veía, se fijó en cada uno de los detalles de su rostro, cuyos rasgos parecían esculpidos por la luz de la tarde.

-Gabriel... -empezó a decir, pero calló súbitamente al darse cuenta de la forma terrible en que le había mentido y se había engañado a sí misma: nada había cambiado, seguía sintiendo por él exactamente lo mismo que hacía tantos años. Lo único que había he-

o durante todo ese tiempo había sido ocultar esos Sentimientos en lo más profundo de su corazón, sobrevivir a base de disciplina y rutina, pero sin lograr olvidarlo jamás.

-Gabriel -empezó de nuevo reuniendo fuerzas de flaqueza-, ¿por qué has tenido que volver?

-Créeme, si pudiera haberlo evitado, lo habría hecho -contestó, y, muy suavemente empezó a acariciarle la mejilla. Rachel cerró los ojos, temiendo no poder contener las lágrimas-. No quiero hacerte daño.

-¿Que no quieres hacerme daño? -repitió Rachel sonriendo con amargura-. ¿Acaso no has pensado en todo el mal que ya me has hecho?

-¡Dios, Rachel! -protestó Gabriel tras un largo instante de silencio- ¡No digas eso, por favor...! -se interrumpió al ver que ella tenía los ojos inundados de lágrimas-. Rachel...

Sin vacilar, empezó a besarla, lamiendo suavemente las lágrimas que empezaban a caer por sus mejillas. Aquellos labios eran tan cálidos y tiernos que Rachel no pudo contener el impulso de levantar la cabeza hacia él hasta que sus bocas se encontraron.

-¡Rachel! -repitió Gabriel, dubitativo, vulnerable. Pero sólo fue un instante: con un gesto firme le asió la cabeza, enterrando los dedos entre su pelo, acariciándole las mejillas. Lenta, suavemente, fue él quien empezó a besarla, como si estuviera paladeando una copa del vino más exquisito.

Muy pronto Rachel necesitó aún más: ¿cómo conformarse con la luz de una vela, sabiendo como sabía la llama de pasión que aquel hombre podía encender en su interior?

Con un gemido le rodeó el cuello con las manos, forzándolo a que se acercara aún más a ella.

De inmediato fue como si una corriente eléctrica de alto voltaje le recorriera de la cabeza a los pies. Gabriel ya no se mostraba en absoluto dubitativo, mucho menos vulnerable, sino más bien exigente, ávido incluso.

Por fin entreabrió los labios, concediéndole por fin la caricia con la que tanto había soñado.

Al poco se hizo evidente que no podrían conformarse con un simple beso. Rachel notó que sus senos se endurecían contra el pecho de Gabriel, ardiendo con el mismo fuego que recorría todo su cuerpo. Él la estrechó aún más entre sus brazos, acariciándole desde la curva de las caderas hasta las nalgas, haciéndole sentir la potencia de su deseó.

-Gabriel... -gimió.

-¡No! ¡Oh Dios! ¡No! -exclamó Gabriel, apartándose de ella como impulsado por un resorte.

-¿Gabriel...? -no podía entender lo que había ocurrido. Quiso acercarse 'de nuevo, pero Gabriel la rechazó brutalmente.

-¡He dicho que no! -en el fondo de sus ojos, tan oscuros como la noche, brillaba una luz salvaje que la hizo estremecerse-. Tenemos que acabar de una vez por todas.

-¿Acabar? -repitió Rachel incrédula, incapaz de enfrentarse a aquella aterradora perspectiva.

Le había costado años recobrarse del rechazo que él la infligiera en aquel mismo lugar hacía ya tanto tiempo. De hecho, tenía que reconocer que no había llegado a recuperarse nunca del mismo... No podría soportarlo una segunda vez.

-¿Por qué tenemos que dejarlo? -preguntó con desmayo.

-Por que yo no...

-¿Cómo que tú no? -le interrumpió casi chillando-. Siempre tienes que llevar tú las riendas, ¿verdad? ¿Y qué hay de mí, eh?

-¡Rachel...!

-¡No pienso escucharte! ¡Eres un mentiroso! -era el pánico que invadía su corazón lo que le daba tanta fuerza para decirle por fin lo que pensaba, sin preocuparse lo más mínimo por las consecuencias que pudieran tener sus palabras-. ¡Mentiste cuando me dijiste que no me necesitabas, que yo no te importaba!

-¿Eso dije? -pregunto Gabriel. De alguna forma había conseguido recobrar la compostura y la frialdad que le caracterizaban. Su hermoso rostro parecía tan impenetrable e inexpresivo como el de una estatua de mármol-. ¿Estás segura de haberme entendido bien? -continuó con un tono glacial-. Pues te diré que si alguna vez te hice creer que no te necesitaba, efectivamente te estaba mintiendo. Tú me importas tanto que casi me duele estar separado de ti. Pero nunca, ¿me oyes?, nunca haré nada por acercarme a ti. Eres muy peligrosa, Rachel, demasiado para mí.

-¿Peligrosa? -Rachel no podía creer lo que estaba oyendo-. Pero, ¿cómo podría yo...?

-Sí, cariño, y yo no puedo arriesgarme a enredarme contigo. Eso haría de mi vida un infierno. Ya he pasado por eso, y no podría soportar caer de nuevo. Así que esta vez lo digo en serio: hemos terminado, Rachel, para siempre.

-¡Pero, Gabriel...! -desesperada, hizo un último intento por abrazarle, pero él no tuvo ninguna piedad con ella.

-Pero nada, Rachel -replicó crudamente asiendo su mano en el aire y mirándola con ojos fieros-. Esto se acaba aquí para siempre. No te volveré a tocar nunca más.