Capítulo 12

EL TIMBRE de la puerta era lo último que Rachel quería oír.. Acababa de volver a casa después de haber pasado un día infernal en el trabajo, en el que había simulado mantenerse ocupada, o que estaba interesada en lo que hacían los demás, cuando, en realidad, se sentía morir por dentro. Cuando ya no pudo soportarlo más, fingió que tenía un dolor de cabeza muy fuerte y se marchó a su casa.

En realidad, cuando llegó le dolía la cabeza bastante, de forma que se alegró de que su madre no estuviera en casa. Por el silencio que reinaba en la casa, dedujo que Gabriel tampoco estaba... aunque también podía ser que se negara deliberadamente a responder a su saludo.

Aquello era lo más probable, se dijo, sintiéndose muy desgraciada. Después de la terrible escena del día anterior, Gabriel se iba cuando ella regresaba a la casa, y era sólo cuestión de muy poco tiempo el que por fin volviera a América para instalarse allí definitivamente. Ya tenía reservado el vuelo, aunque Rachel no sabía exactamente para cuándo.

Cuando sonó el timbre estaba sentada en el sofá, a punto de tomarse una taza de té con dos aspirinas. Se dijo que lo último que quería o necesitaba era tener compañía, así que decidió ni molestarse en abrir.

Sin embargo, no había contado con la señora Reynolds, quien nada más oír el segundo timbrazo, se precipitó a la puerta.

-Sí, la señorita Amis está en casa; iré a avisarla -oyó que decía el ama de llaves al visitante. Resignada, se incorporó para recibirla.

-Ha venido a verla la señora Tiernan -le informó la criada.

¿La señora Tiernan? Por un momento pensó que se trataba de su madre. Sin embargo, antes de que entrara la desconocida, intuyó con un estremecimiento de quién era en realidad.

Efectivamente, aquella mujer alta y morena de rasgos aristocráticos no podía ser otra que la madre de Gabriel. Él le había dicho que pensaba viajar hasta Inglaterra para asistir a la boda, pero, por lo visto, había decidido adelantar su.llegada.

-Espero no molestarte -se disculpó la dama con una sonrisa-. He venido para ver a Gabriel.

Incluso sólo oír aquel nombre le dolía. ¿Cuando acabaría aquella terrible agonía?

-Me temo que ahora no está -contestó.

-¡Claro! Tenía que habérmelo imaginado. Estará con Cassie, ¿verdad? Aunque le dije que vendría con el tiempo justo para la boda, luego pensé que sería una buena idea poder pasar una semana entera con él. Conseguí el billete en el último momento, así que ni tiempo tuve para llamarle. Lo siento.

-No te disculpes -replicó Rachel sin pensar-. Para serte sincera, no creo que esté con Cassie... -se interrumpió al ver su expresión de extrañeza !- Quiero decir... ¡Vaya! ¡Es evidente que no sabes la noticia!

El viaje en avión duraba un día entero, por lo que era imposible que Gabriel hubiera podido hablar con ella para contarle lo ocurrido.

-¿Noticia? ¿Qué noticia? ¿Acaso hay algún problema? -preguntó preocupada.

-Más bien -contestó Rachel evasiva-, pero no creo que sea yo la que deba contártelo.

-Por favor, hazlo. Me has dejado muy preocupada con lo que me has dicho, tengo que saber algo más, insisto -le rogó la señora Tiernan sonriendo exactamente de la misma forma que su hijo. Al verla, Rachel estuvo a punto de prorrumpir en llanto.

-Entonces, será mejor que te sientes -le advirtió.

-¡Espero que no sea una mala noticia!

Rachel sólo pudo hacer un gesto con la cabeza, con las mejillas inundadas de lágrimas. Al darse cuenta de su turbación, Lily Tiernan alargó una mano para tranquilizarla.

-Anda, cuéntamelo, ¿tiene que ver con la boda, verdad?

-Sí, se ha suspendido -repuso Rachel, sin saber cómo amortiguar el impacto de semejante noticia-. Gabriel y Cassiie... bueno, han roto su compromiso... Fue Cassie quien lo hizo, porque... porque...

-Por ti -la interrumpió Lily haciendo gala de una intuición que la dejó perpleja-. Tú eres Rachel, ¿verdad?

-Sí, pero...

-¡Gracias a Dios! -exclamó la madre de Gabriel visiblemente aliviada, sumiéndola aún más en la confusión-. ¡Menos mal que ese chico ha recobrado el sentido!

-¿Cómo? -exclamó Rachel sin saber qué pensar ante semejante afirmación.

-Te ha querido durante años, de hecho, creo que desde que te conoció. Solía decirme que sólo estaba esperando a que te hicieras mayor.

Su sonrisa era tan cálida y amable que a Rachel le llegó directamente al corazón, haciéndole recordar los instantes, tan raros y preciosos, en los que Gabriel le había demostrado abiertamente lo que sentía por ella.

-Pero hace unos cinco años -continuó Lily-, pareció cambiar de actitud. Decía que ya no tenía ningún futuro contigo, que había cometido un gran error. Yo no le creí, ¿sabes? Durante mucho tiempo no volvió a interesarse seriamente por ninguna otra mujer. Lo siguiente que supe al respectóles que pensaba casarse con esa tal Cassie, así que imaginé que tú no le correspondías... -se interrumpió bruscamente al ver que Ra-chel volvía a estallar en lágrimas-. Cariño, ¿que te ocurre? ¿Acaso tú también lo amas?

-Con todo mi corazón -confesó, limpiándose la cara con el dorso de la mano-. Pero no puede ser... Lo quiero pero no puedo casarme con él, estaría muy mal.... Y Gabriel., -no pudo continuar. Le ahogaban los sollozos tanto tiempo reprimidos.

Apenas se dio cuenta de que Lily se sentaba a su lado y ponía los brazos alrededor de ella, sosteniéndola hasta que se le pasó aquel arrebato. Después, abrió el bolso y le alargó un inmaculado pañuelo.

-Me parece que tú y yo tenemos que hablar muy seriamente. Ahora, limpíate la nariz y cuéntame quién te ha metido esas ideas tan tontas en la cabeza.

-¡Gabriel! -contestó Rachel contrayendo el rostro en una mueca de dolor-. Y no son simples ideas... sino hechos...horrorosos además.

Fue como si hubiera derribado el último dique: sin detenerse, sin vacilar le contó con todo detalle lo que Gabriel le había dicho, que era la hija ilegítima de Greg Tiernan. Durante el tiempo que duró su confesión Lily permaneció en silencio, limitándose a asentir brevemente para ayudarla a continuar.

Cuando por fin terminó su relato, Lily respiró profundamente. Se puso en pie y apretó el timbre para llamar a la señora Reynolds.

-Creo que nos hace falta una buena taza de té -dijo con tanta calma que Rachel empezó a pensar que nada de lo que había oído le había hecho mella-. Cuando estés más tranquila -continuó- te contaré algo acerca de mi hijo, algo que no le he dicho jamás a nadie.

Mucho rato después de que Lily se marchara, Rachel permaneció sentada en su sillón, intentando asimilar todo lo que acababa de escuchar. Le resultaba tan increíble que aún no acababa de entender todas las implicaciones que semejante revelación tenía para su futuro. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no oyó el ruido del coche de Gabriel, ni tampoco sus pasos cuando entró en el salón y se puso delante de ella, mirándola asombrado.

-¿Rachel? ¿Qué haces en casa a estas horas? -preguntó sin disimular su preocupación.

Ella levantó la cabeza sorprendida y se le quedó mirando. Parecía muy cansado, se dijo con tristeza; llevaba un traje negro, lo que acentuaba aún más su extrema palidez.

Lo que tenía que decirle iba a cambiar por completo las cosas entre ellos, pero no podía hacerlo de golpe, y menos cuando aún ella no había conseguido asimilarlo del todo.

-Estaba pensando -dijo evasivamente-. ¿Dónde has estado?

-Por ahí -replicó cortante. Sin embargo, al ver que su respuesta no la satisfacía en absoluto, decidió darle algún detalle-. Di un largo paseo por la orilla del río, intentando aclararme un poco. También fui a ver a Cassie, tenía que hablar con ella para pedirle perdón por haberle hecho tanto daño.

-¿Cómo está? -preguntó Rachel sinceramente interesada. Había sufrido tanto a causa del mal de amores que no podía por menos que solidarizarse con la pobre joven.

-Va saliendo adelante. Se da cuenta perfectamente de que nuestro matrimonio nunca hubiese funcionado, que nunca la habría hecho feliz. En el fondo los dos sabíamos que no estábamos hechos el uno para el otro, así que ha sido una suerte para ambos que ella tuviera el coraje necesario para acabaron el compromiso.

-Es una mujer encantadora -afirmó Rachel-. Merece ser muy feliz. Me recuerda mucho a tu madre.

-¿A mi madre? -preguntó Gabriel extrañado-. ¿Cuándo la has visto? -continuó aprensivamente.

-Vino esta tarde. Yo había salido más pronto de la oficina, así que estaba aquí cuando llegó para verte. Hemos estado hablando mucho tiempo. , -¿Sobre qué? -preguntó al instante Gabriel. Parecía un animal acorralado.

-Sobre ti. También jne ha contado algunas cosas de su relación con Greg..Me ha dado una carta para ti

-¿Una carta? -repitió Gabriel enarcando las cejas-. ¿Por qué ha hecho eso?

A Rachel le costó un enorme esfuerzo mantener la compostura cuando lo que estaba deseando era levantarse y contarle todo lo que sabía. Sin embargo, se dijo que sería mejor obrar con prudencia, pues la reacción de Gabriel era imprevisible.

-Será mejor que la leas -dijo poniéndose en pie y tendiéndole el sobre-. Ahí te lo explica todo.

Fue Lily la que la había sugerido hacerle saber la verdad de forma gradual, para que se fuera convenciendo él solo. Rachel se había mostrado de acuerdo, pero ahora apenas podía soportar la espera.

Gabriel la miró con los ojos entrecerrados, sin saber muy bien si hacerla caso. Por fin, abrió el sobre y sacó las hojas que contenía. Rachel sintió una punzada de simpatía por Lily, a quien tanto le había costado escribir aquellas páginas.

Le fue muy fácil discernir el momento exacto en que Gabriel llegaba a la parte más crucial de la historia de su madre. Su reacción le indicó bien a las claras lo afectado que se sentía; muy afectado, movió la cabeza de un lado a otro, como negando la evidencia que tenía entre las manos. Con la mirada fija aún en la carta, se sentó en el sillón más cercano y volvió a releer la misma página. Rachel le observaba conteniendo la respiración.

-¿Qué significa esto? -estalló por fin Gabriel mirándola directamente a los ojos.

-Exactamente lo que ahí dice -replicó Rachel roncamente. El corazón le latía con fuerza, bombeando la sangre al cerebro con un estruendo ensordecedor.

-Pero... -protestó Gabriel incrédulo-, por lo que dice aquí, mi madre sabe que tú eres...

-Que soy la hija de su esposo, sí -asintió Rachel-. Yo se lo conté. Y también dice que tú no eres el hijo de tu padre -temblorosa, se apoyó en uno de los lados del sillón, señalando con el dedo las partes más significativas de la carta.

Lily confesaba en ella que, poco después de su boda, al enterarse de las continuas infidelidades de Greg, se había sentido tan dolida que había decidido vengarse de él de la misma forma. Sin embargo, el hombre que conquistó su corazón no podía ser más diferente a su marido.

Se trataba de un hombre de negocios italiano, mucho mayor que ella, que estaba sólo de paso en Inglaterra. Con su dulzura y amabilidad, consiguió que ella se enamorara locamente de él en muy poco tiempo. Incluso llegaron a hablar de matrimonio, pues Lily estaba decidida a abandonar a Greg y marcharse a vivir a Italia.

Pero antes de que pudiera plantearle la cuestión a su marido, su amante sufrió un infarto y murió. A los pocos días, Lily descubrió que esperaba un hijo: Gabriel.

Siempre supe que Angelo era tu padre -le explicaba en la carta-. Por eso te puse Gabriel, para recordarle siempre. Para cerciorarme, me aseguré de que te hicieran análisis de sangre cuando eras más joven. Los resultados demuestran sin ningún género de dudas, que no puedes ser hijo de Greg...

Poco después de la muerte de Angelo, Lily se reconcilió con su marido, quien al enterarse de que estaba embarazada, prometió cambiar, ya que pensaba que aquel hijo era suyo.

Sin embargo, Lily sabía muy bien que nunca sería tan feliz con su marido como lo hubiera sido con Angelo, y por eso guardó aquel secreto, sin querer confiárselo siquiera al propio Gabriel.

-Pero -dijo Gabriel confuso-, ¿qué pasó cuando mi padre ordenó aquellos análisis?

-En ellos se demostraba que yo era su hija, pero ni siquiera os planteasteis la posibilidad de que tú no lo fueras.

-Sin embargo -empezó Gabriel esforzándose por recordar-, en una carta que me escribió cuando me fui a América, en la que me decía que estaba dispuesto a hacer las cosas bien y a dejarte la parte que te correspondía de su fortuna, añadió algo que yo entonces no entendí muy bien. Me dijo que eso era lo único que importaba, y que por nada del mundo permitiría que la gente metiera sus narices en cosas que no le concernían.

-Creo que por eso no llegó a reconocerme nunca -dijo Rachel tristemente-. Puede que sospechara que no eras su hijo, pero te había criado como a tal, y para él eso era lo más importante.

-Puede que fuera como dices -reconoció Rachel-. Mi madre también me explica que no me lo confesó en su momento porque, a fin de cuentas, Greg ha sido el único padre que he conocido. Me dio su apellido, me educó y estuvo a mi lado siempre, así que pensó que no iba a ganar nada si me enteraba de la verdad.

»Nadie se preocupó de explicarnos nada porque pensaban que no necesitábamos saberlo, tan en secreto mantuvimos nuestro amor. A la única que le dije que te quería fue a mi madre, y ella siempre creyó que eras la hija de John Amis.

-Gabriel -dijo Rachel muy suavemente, incapaz de contener su impaciencia por más tiempo-, ¿sabes lo que esto significa para nosotros?

Las cosas no se estaban desarrollando en absoluto como ella había imaginado. Pensaba que nada más acabar la carta, Gabriel se sentiría tan feliz o más que ella al descubrir que no eran hermanos, y que no había nada que se interpusiera entre ellos, que la abrazaría y la besaría entusiasmado.

Sin embargo, parecía estar más alejado de ella incluso que al entrar en la habitación. Era como si le hubiesen propinado un fuerte golpe con una barra de acero en la cabeza.

-¡Gabriel! -sin poder soportar por más tiempo aquella incertidumbre, se acercó y le dio un beso en la mejilla, esperando que fuera el preludio de otros mucho. Ni por lo más remoto pensaba que él reaccionaría de la forma en que lo hizo.

Se apartó de golpe, levantándose de un salto y haciendo un inequívoco gesto de rechazo que la dejó petrificada.

-¡No! -gritó-. ¡Rachel! ¡No puedo!

-Pero, Gabriel -dijo, levantándose a su vez-, ¿qué te pasa? Ahora podemos estar ya juntos...

-¡Yo no puedol -repitió, y sin decir nada más salió de la habitación.

Rachel estaba atónita. ¿Qué es lo que pasaba? ¿Acaso él mismo, tan sólo unos días antes, no le había declarado su amor de forma ardiente? Se quedó parada en medio de la habitación, sin saber muy bien qué hacer, pues intuía que a él no le gustaría que fuera a su encuentro.

De repente, le llamó la atención una de las páginas de la carta de Lily que él había dejado caer a suelo. Como un autómata se agachó y se puso a leerla.

Gabriel, cariño, ya sé que esto va a suponer un terrible impacto para ti. Hasta ahora pensabas que las cosas eran de un forma y, de repente, descubres que son muy diferentes. Tendrás que encontrarte a ti mismo, necesitarás tiempo para asimilarlo. Por favor, te suplico que te lo tomes con calma y que no hagas nada precipitado.

Con los ojos llenos de lágrimas, Rachel se dijo que había sido ella la que había precipitado las cosas, por su loco afán de tener a Gabriel. Incluso había olvidado que hizo falta que Lily le repitiera tres veces que Gabriel no era hijo de Greg para que empezara a entenderlo.

Y tan sólo hacía un día que había reunido el valor suficiente para enfrentarse a su madre y pedirle que le contara la verdad sobre su nacimiento. Lydia se echó a llorar, pero, al final, tuvo que admitir que había mantenido el secreto para no perder el amor de Greg. Incluso después de su muerte había sido incapaz de contárselo, tan fuerte era la influencia que seguía ejerciendo Greg sobre ella.

Gabriel tenía que estar sin duda muy afectado. ¡Ella misma apenas había podido soportar cinco días la idea de que eran hermanos, mientras que él había sufrido aquella condena durante más de cinco años!

Aunque lo mejor hubiera sido dejarle solo, se le ocurrió repentinamente una idea que la hizo precipitarse escaleras arriba.

Media hora después se contemplaba en el espejo de su cuarto con una mezcla de satisfacción y vergüenza. Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que había cambiado en aquellos cinco años y medio. Sólo podía esperar que Gabriel opinara lo mismo... siempre y cuando ella consiguiera seguir adelante con su resolución.

Sintiéndose tan nerviosa como si tuviera un millón de mariposas aleteando en el estómago, abrió la puerta del dormitorio. Con un sobresalto se topó de bruces con Gabriel, a quien sorprendió justo cuando estaba a punto de llamar a la puerta. En vez de eso, alargó la mano y la asió por un brazo.

-Espero no haberte asustado -se disculpó nervioso-. La verdad es que creí que me habrías oído llegar.

-E... estaba pensando en otras cosas -replicó a punto de desmayarse por la impresión de estar otra vez tan cerca de él.

-Yo también -dijo Gabriel con una sonrisa de complicidad-. Lo he estado pensado mucho y... lo siento de veras, Rachel, estaba fuera de mis casillas. No podía creer lo que decía la carta.

-Lo entiendo...

-Me sentía como un prisionero que hubiese estado encerrado tanto tiempo que, cuando al fin le pusieran en libertad no fuese capaz ni de reaccionar. ¡Estaba tan asustado, Rachel! Parecía demasiado bueno para ser cierto...

-Gabriel, te entiendo, de verdad -repitió Rachel asiendo su mano-. Yo he sentido algo parecido.

-Sí, supongo que sí -admitió Gabriel con una mueca-. Oye -continuó mirándola de arriba abajo-, ¿qué es lo que llevas puesto?

-¿No te acuerdas? -alegre, Rachel se dio una vuelta para que pudiera apreciar todos los detalles del vestido de encaje que se había puesto en su fiesta de cumpleaños.

-¿Acordarme? -replicó Gabriel-. ¿Cómo olvidarlo? Pero no parece el mismo...

Rachel rió complacida al ver su mirada de franca admiración.

-Yo no soy la misma de entonces. He crecido, ¿sabes?

-Sí, ya me he dado cuenta -el vestido se ajustaba como un guante a sus formas. Si hacía cinco años a él le había parecido ya corto, entonces sólo cabía calificarlo de indecente-. Ya no pareces la misma de entonces -continuó Gabriel con voz ronca.

-Y es que ya no lo soy, Gabriel -replicó solemnemente-. Los dos hemos cambiado mucho. Ahora no podemos retroceder, sólo seguir adelante... si tú quieres, claro -se detuvo, incapaz de decir nada más, esperando ansiosamente su reacción.

-Claro que quiero -respondió Gabriel de todo corazón-. Rachel, te quiero más que a nada en el mundo... -declaró, y alargó una mano temblorosa para acariciarle la mejilla-. Todos estos años he vivido en un infierno, ha sido la peor época de mi vida. Eras tan inalcanzable como la luna, y me obligué a no pensar en ti, aunque no conseguí nunca del todo reprimir mis deseos. Pero ahora, todo eso ha terminado -y para demostrárselo, se agachó hacia ella y la besó, cálida, apasionadamente, con una sensación de plenitud que hasta entonces no habían experimentado.

Rachel le correspondió con la misma ansia, hasta que, de repente, un ruido la distrajo.

-¿Qué es eso? -preguntó separándose un poco de él.

Con una sonrisa traviesa, Gabriel levantó la otra mano y le mostró una botella de champán y dos copas.

-Se me ha ocurrido que podíamos tener nuestra fiestecita privada -le propuso picaramente, utilizando las mismas palabras que ella le había dicho tantos años atrás.

Como por ensalmo desaparecieron todos los malos momentos de aquellos años; la decepción y el dolor se evaporaron como gotas de rocío al contacto con el sol.

Por toda respuesta Rachel le asió por la mano y le introdujo en su dormitorio y, cuando estuvieron dentro, hizo que dejara las botellas sobre una mesita.

-Así que has venido hasta aquí para demostrarme que ya eres todo un hombre -replicó Rachel siguiéndole el juego.

Gabriel asintió al tiempo que sonreía ampliamente al darse cuenta de lo que pretendía. Hubiera estado bien repetir exactamente lo mismo que habían hecho la primera noche que habían pasado juntos, pero Rachel vio la impaciencia en sus ojos, al tiempo que el deseo crecía con fuerza imparable en su interior.

-Entonces, Gabriel, ¿quieres que me porte contigo como una mujer?

Gabriel volvió a asentir y ella notó que todas sus dudas se disipaban para siempre.

-Este vestido me aprieta -se quejó provocativamente-. Tienes que ayudarme a quitármelo -le instó mimosa.

Para su sorpresa, Gabriel negó con la cabeza y se cruzó de brazos delante de ella.

-Ni lo pienses.

-¿Cómo dices?

-Ahora te tocaba decir otra cosa, ¿no te acuerdas? Venía eso de «sé exactamente para qué has venido hasta aquí».

Incapaz de contenerse un segundo más, y sin preocuparse lo más mínimo por si estaba siguiendo el guión o no, Rachel le atrajo hacia sí impaciente.

-¡Por amor de Dios, Gabriel, bésame de una vez!

-Ya sabía yo que no eres más que una mocosa maleducada -musitó Gabriel abrazándola de una forma que no tenía nada de fraternal-. Por suerte, tenemos toda la vida por delante para corregir eso, y no pienso desperdiciar ni un segundo.