XVI
Nuevas sospechas

—¡Es una solemne mentira! —vociferó Ossip Keller, pugnando por incorporarse—. ¡Yo no tengo nada que ver con el derrumbamiento!

Johnny le ayudó a ponerse en pie, pero sin soltarle el chaquetón de cuero.

—¡Pero usted trataba de escapar!

—¡Claro que corría! —se apresuró a replicar Keller—. ¡No había de escapar!

¡Creí que era un terremoto o algo parecido!

Y debatiéndose para verse libre, vomitó una catarata de injurias sobre Johnny y aún intentó golpearle de nuevo, pero le falló el golpe.

Se oyó un ruido como de dos bloques de madera que chocan, y Keller se encontró de pronto sentado en el suelo, palpándose la quijada y mirando a los puños de Johnny, como si en su vida hubiese visto nada semejante.

—¡Lo mejor es que se esté usted quieto! —le aconsejó Doc—. ¡Será mejor para usted! ¡Volveré dentro de un minuto!

Sin gran trabajo encontró Savage el sitio donde se había producido la explosión que precediera inmediatamente al derrumbamiento. Lo produjo una cantidad como de un cuarto de kilo de nitroglicerina.

Los ojos dorados de Doc relampaguearon con desagrado. ¡Aquel insignificante líquido había bastado para poner en movimiento centenares de toneladas de roca viva! Miró detenidamente a su alrededor.

La roca allí aparecía enteramente sólida. Era una masa oscura con unas vetas de un matiz más claro.

Fue ese veteado el que atrajo su atención. Jugando materialmente con la muerte, gateó unos cuantos metros hacia abajo por la abrupta pared de la que había partido el cataclismo.

Con un pequeño microscopio de bolsillo y varios productos químicos, realizó una investigación detenida.

Terminada su labor, regresó adonde se hallaba Johnny, sujetando aún al irascible Keller.

—¡No puedo comprender cómo se ha producido ese derrumbamiento en una formación rocosa como ésta! —murmuró Johnny con el desconcierto de un geólogo que ve violadas todas las leyes de la naturaleza—. ¡Yo hubiera jurado que eso no podía suceder!

—La explosión de una pequeña cantidad de nitro provocó la catástrofe —afirmó Doc Savage.

Johnny se ajustó sus lentes en el caballete de su nariz puntiaguda y miró a Doc sin acabar de comprender.

—¡Este derrumbamiento era de una imposibilidad lógica, y tú lo sabes! —dijo—. ¡No veo cómo puede haber sucedido!

—Y no obstante… Permíteme, Johnny: ¿tienes noticias de esas vetas que hay en las rocas?

—Desde luego.

—Y comprobarás que existen allí sustancias químicas susceptibles de disolver el relleno de aquellas masas de piedra o, al menos, debilitarlas grandemente…

—Es que… —empezó a decir Johnny.

—Es así. Alguien ha introducido ciertas sustancias químicas en el interior de las rocas, haciendo flaquear a la formación entera. La cantidad de nitro se ha limitado a ponerlas en conmoción.

Johnny dirigió una mirada a Ossip Keller.

—Este hombre estaba procediendo de una manera sospechosa en la vecindad del sitio donde empezó el derrumbamiento. ¡No puede negarlo!

—¡Yo no tengo nada que ver con el derrumbamiento! —insistió una vez más Keller—. ¡Si alguien disparó un barreno, yo no lo vi! ¡Sólo oí el ruido infernal de todas esas rocas viniéndose abajo!

Hizo una pausa, se estremeció violentamente, y continuó:

—¡Me asusté! No me da vergüenza el decirlo. ¡Me asusté mucho y por eso era por lo que corría!

—¿Y por qué me golpeó usted cuando traté de detenerle? —preguntó Johnny, escépticamente.

Keller sudaba a chorros.

—¡Estaba aterrorizado! ¡El ruido de ese deslizamiento de tierras me pareció un terremoto! ¡El mismo miedo me inspiró mal! ¡Tengo un pánico horrible a los terremotos! ¡Cuándo oí ése estruendo y vi aquella nube de polvo, perdí el dominio de mí mismo! ¡Le pegué a usted y hubiera pegado al mundo entero que se me hubiera puesto delante impidiéndome huir!

Y un temblor convulsivo sacudía sus nervios.

—Puede usted marcharse —le dijo Doc, secamente—. Aceptamos sus explicaciones.

Ossip Keller miró a Johnny, ya más humanizado.

—¡Usted sabrá disculparme, caballero! —murmuró.

—Escuche, Keller —refunfuñó Johnny—. Cuándo le ocurra otra vez lo de ahora, discúlpese antes de nada… ¡De no hacerlo, resultará usted malparado!

Y al hablar así, levantó el racimo de nudillos que tenía por los puños.

Keller se humedeció los labios una vez o dos y luego se alejó imprimiendo a su cuerpo una sacudida como para recobrar el equilibrio de su dignidad ofendida.

—¡Ese pájaro daría ahora cualquier cosa por no haber solicitado nuestra ayuda! —gruñó Johnny, aún desconfiado—. ¿Qué te parece su historia, Doc? A mí me suena a falso desde el principio hasta el fin…

—Puedes añadirlo a la lista de los sospechosos, si no encuentras algo mejor que anotar en esa misma lista.

—¿Qué quieres decir con esa lista de sospechosos?

—¡Que tú serás el primer sorprendido! —contestó Doc.

No parecía haber ligereza alguna en la, al parecer, petulante respuesta de Doc, aun cuando su tono, al hablar así, fuese algo más seco y frío que de costumbre.

Johnny, al comprobarlo, sintió que le invadía una oleada de júbilo. De pronto, tuvo la seguridad de que Doc tenía una idea concreta sobre quién era el jefe de los bandidos.

Pero aún quedaba Lea Aster, y su rescate era antes que todo.

Johnny se quitó las gafas y las limpió cuidadosamente con el pañuelo. Sus manos denunciaban su nerviosismo, moviéndose como espasmódicamente.

El pensamiento de Lea Aster le había trastornado por completo. Era extraño que sus enemigos no hubiesen utilizado la vida de la joven como un ardid para alejar a Doc del escenario de sus crímenes.

¿Significaría aquello que la linda secretaria había muerto?

Los temores de Johnny eran injustificados. Poco antes de que se pusiera el sol, les llegaron noticias de Lea Aster, pero la forma de llegar hasta ellos era sospechosa en grado sumo.

Doc Savage tenía la facultad de ver cuanto pasaba junto a él, aun cuando aparentemente pareciese lo contrario.

De aquí que sorprendiese al rudo Richard \1 en el preciso momento en que, furtivamente, dejaba caer algo detrás de su pupitre.

\1 parecía nervioso. Inmediatamente después de ocultar aquel objeto, miró recelosamente en torno. Doc parecía estar enfrascado en la lectura de un periódico.

\1 no se fijó en un espejo diminuto que tenía en la palma de la mano y que reflejaba todos sus movimientos.

En cuanto él salió de la oficina, Doc se puso en pie y recogió el objeto abandonado subrepticiamente por \1. Era un sobre, y en él, escrito por la letra inconfundible de Aster, podía leerse su nombre.

Rápido como un relámpago, Doc llegó hasta la puerta y llamó: —¡\1!

La figura corpulenta que se alejaba giró nerviosamente sobre sus talones.

—¿Ha perdido usted esto? —preguntó Doc, mostrándole el sobre.

La boca de \1 se abrió y cerró varias veces como si fuera a hablar, aunque sin lograrlo. Sus manos recorrieron sucesivamente todas las prendas de vestir hasta desaparecer, al fin, en los bolsillos de sus breches.

Parecía completamente atontado.

—¡De modo que me vio usted cuando lo dejaba caer! —murmuró al fin—. ¡Me lo estaba temiendo! ¡Ahora sí que estoy en un verdadero apuro!

—¿Por qué?

—Lea y verá.

—Primero —le interrumpió Doc con aspereza—, dígame dónde lo encontró.

—¡En mi bolsillo! —dijo con presteza \1—. ¡Ésa es la verdad, créala o no la crea! ¡No sé cómo fue a parar allí! ¡Pero alguien que tenía interés en que esa carta llegase a sus manos, intentó echar sobre mí todas las sospechas!

—¿Y por qué trató de ocultarlo?

\1 hizo una mueca como un chiquillo cogido en falta. O era un buen actor y un perfecto embustero, o estaba realmente inquieto.

—¡Me trastornó el encontrar eso en mi bolsillo de una manera tan inesperada! —explicó—. Se me ocurrió hacer que llegase a sus manos, sin parecer que venía de las mías… quiero decir… que yo nunca lo había tenido…

Sacó el contenido del sobre, una hoja de papel corriente. En ella había escrito Lea Aster lo siguiente:

Señor Savage: Como es natural, me obligan a escribir lo siguiente:

Me piden que informe a usted de que, si se encuentra aún en Atizona mañana por la mañana, recibirá un paquete conteniendo mi mano izquierda. La derecha llegará a su poder por la noche. En adelante, cada seis horas, si permanece en el Estado, irá recibiendo alguna parte de mi cuerpo, que me será seccionada y remitida a usted como recordatorio.

Estoy aquí en un peligro mortal.

Lea Aster.

Llamados por Doc, sus amigos acompañados de Keller y Nate Raff, no tardaron en llegar a la oficina, y Doc les entregó para su lectura la anterior misiva.

Luego salió de la oficina para dirigirse a su laboratorio, de donde regresó portador de la famosa linterna de los rayos ultravioleta.

Existía la probabilidad de que Lea Aster hubiese escrito en el mismo papel algún mensaje secreto.

Ossip Keller miró ceñudo a Doc al ver entrar a éste con la cámara oscura.

Era natural que Keller estuviese todavía resentido por su encuentro con Johnny. Su indignación era una cosa perfectamente lógica en un hombre honrado, pero difícil discernir si estaba realmente afrentado o si aparentaba estarlo, para mejor encubrir así siniestros propósitos.

Las endebles edificaciones del pueblo estaban provistas todas de cables conductores de luz eléctrica, proporcionada ésta por la instalación de las fábricas de energía situadas en las inmediaciones del dique.

Doc enchufó la cámara y proyectó sus rayos sobre la nota escrita por Lea Aster, en la que aparecieron segundos después, en forma de débiles destellos, los caracteres invisibles hasta entonces.

—¡Bendito sea Dios! —suspiró gozosamente Monk.

Los destellos se convirtieron poco a poco en unas letras azules y merced a ello se pudo leer lo siguiente:

Este mensaje es un bluff, Doc.

Estas gentes se proponen mantenerme sana y salva y servirse de mí para obligarle a poner en libertad a alguno de la cuadrilla, si llegara usted a capturarlo.

No he sido capaz de averiguar aún quién es el cerebro que dirige a esta cuadrilla. Su nombre no ha llegado nunca a mis oídos.

No tengo la menor idea de dónde me tienen escondida.

Monk dejó escapar un ruidoso suspiro de alivio.

—¡Ya decía yo que todo eso tenía que ser un bluff; pero… por un momento me asustó!

—Demuestran bastante habilidad sirviéndose de la muchacha como lo hacen —dijo gravemente Doc—. ¡De este modo estorban mis operaciones considerablemente!

Pintóse una gran sorpresa en la velluda cara de Monk.

—El caso es que ésta es la primera vez que han amenazado con hacer daño corporal a Lea…

—No necesitan amenazarme —indicó Doc—. Y lo sabían, sin duda. Hay entre los trabajadores del dique muchos que, indudablemente, pertenecen a la cuadrilla. El hombre que dejó calentar el refrigerador es uno de ellos… No lo hizo por torpeza, sino sabiendo perfectamente que no debía usar el aceite en las conexiones. Y hay otros varios como él. Yo necesito, sea como sea, reprimir sus desmanes.

»En el momento en que yo capture a uno de la cuadrilla, las cosas irán como sobre ruedas. O tendré que soltar a mi prisionero o matarán a la muchacha: pero como actualmente no he cogido a ninguno de ellos, Lea Aster no corre peligro alguno.

»¡Esa muchacha representa una carta que no jugarán más que un momento de apuro y seguramente lo saben!

Los cinco hombres de Doc, mostraron su aprobación a esta teoría.

Había allí otras personas, no obstante, que no veían las cosas bajo el mismo prisma. \1 y Keller —hacia quienes ya apuntaban las sospechas— oscilaban nerviosamente sobre sus pies.

Parecían no saber qué hacer con sus manos. Sudaban ambos copiosamente, aunque esto podía haberse debido al calor, que era realmente sofocante.

En cuanto a Nate Raff, se mantenía aparte con su gran quijada contraída y mordisqueando su pipa entre los dientes. Sus ojos se posaron en sus socios y los miró con curiosidad.

Los cinco ayudantes de Doc eran todos hombres expertos en la rápida observación de detalles y no se les escapó el gesto de Nate Raff.

Leyeron sus pensamientos con la misma claridad que si Raff estuviese reproduciendo sus ideas ante una cámara fotográfica.

¡La mirada de Raff decía con toda claridad que sospechaba de sus dos compañeros!