CAPÍTULO XIV

EL GIGANTE

LA muchacha Z se quedó contemplando a los hombres que yacían inmóviles; fue rápidamente de uno a otro y les tocó el pulso. Pareció satisfecha de su examen.

Luego recogió una de las pistolas ametralladoras, dio unos pasos, apoyó la espalda en un árbol enorme y aguardó. Se conocía que había observado a los hombres de Doc y sabía manejar el arma.

Antes de que transcurrieran muchos minutos, la extraña voz que sonaba como una campana volvió a oírse. Salía de los matorrales situados a unas yardas de distancia.

—¿Hay algún muerto entre ellos? —preguntó.

El idioma que hablaba era el mismo que usó antes: una lengua que ninguno de los ayudantes de Doc Savage había logrado identificar.

—Todos viven —contestó la muchacha del pelo de oro en el mismo lenguaje—. No he usado demasiado droga. El manantial del cual han bebido formaba una charca.

—Sabía que conocías todos los manantiales y que estarían sedientos —dijo la voz que semejaba una campana—. Por eso oculté varios tubos de la droga bajo hojas encarnadas, a lo largo del camino, donde pudieses hallar por lo menos uno. ¿Sospecharon algo cuando te llamé para informarte?

—No comprenden nuestra lengua.

El hombre que hablaba surgió. Era un anciano más delgado todavía que Johnny, el arqueólogo del grupo de Doc Savage.

Además, tenía el pelo dorado como Z y llevaba un delantal de piel como David Hutton y el gigante fabuloso que los amigos de Doc vieron desde el aire. Sin embargo, su delantal estaba más adornado que los otros dos.

La muchacha se le acercó y le dio un beso muy americanizado.

—Te amo —dijo.

Él la miró de reojo:

—¿Qué es amar? ¿Una nueva palabra que has aprendido durante tu ausencia?

Los hermosos ojos de Z lanzaron una breve mirada en dirección a Doc Savage.

—No —dijo—. Aprendí la palabra hace mucho tiempo de uno de los blancos que hallaron este lugar. Era gordo y tenía excelente opinión de sí mismo.

El hombre de la voz de campana la miró parpadeando.

—Pero tal vez has aprendido más claramente lo que significa.

—No se te puede ocultar nada, Ki.

El delgado Ki, del pelo dorado y de la voz de campana, sonrió y cambió de conversación.

—¿Quién es el jefe? —preguntó señalando al grupo formado por Doc Savage y sus hombres.

—¿Quién te parece que lo es? —inquirió Z.

Ki señaló inmediatamente a Doc Savage.

—Este. Es el ejemplar físico más notable que he visto.

—Es su jefe —asintió Z.

—¿Crees que es Klantic?

Z vaciló.

—No parece saber lo que Klantic es.

—No es preciso que lo sepa. Klantic será guiado hasta el lugar y derrumbará la estatua, tal vez con la ayuda de un poder divino. Con el derrumbamiento de la estatua que únicamente el verdadero Klantic logrará, el secreto le será revelado...

Z pareció reflexionar hondamente.

—Me alegraré que sea Klantic —dijo finalmente—. ¡Tanto como de que eres mi padre!

El hombre de la voz de campana batió palmas y lanzó breves órdenes.

Unos hombres salieron instantáneamente de la manigua. Se movían con precisión militar, sin hacer ruido ni mover los matorrales.

Esos hombres iban armados. Llevaban arcos y flechas, y estas últimas, en vez de tener la punta afilada, llevaban sujetas unas bolsitas que contenían algo que sin duda se desparramaba al clavarse la flecha.

La muchacha se fijó en el número de hombres armados.

—Me alegro que viajes bien protegido —dijo—. Aug y sus hombres están aquí.

Ki la miró fijamente y su rostro adoptó una expresión de preocupación.

—¿Cómo lo sabes?

En vez de contestar directamente, la muchacha empezó a explicar una historia que comenzaba en la manigua antes de su aparición en la vecindad de Cartagena.

—David Hutton escapó y le descubrí antes de que desapareciera —dijo—. Me enfrenté con él. Me hizo víctima de un ardid y me derribó sin conocimiento. Me llevó a uno de los aeroplanos, el suyo, me metió dentro y tomó el aire. Decidió de escapar así en secreto muchos días, trabajando en el aeroplano, puesto que estaba dispuesto a emprender el vuelo. Volamos mucho tiempo...

—Pero ¿Por qué te llevó consigo? —le interrumpió Ki.

—Quería una prueba de que la historia que iba a contar a su pueblo y al mundo no eran las divagaciones de un loco. Yo iba a ser aquella prueba...

—Buena idea —asintió Ki—. Hutton no era un loco...

La muchacha prosiguió su narración... O’Neel, el Diario de Hutton, el asesinato de éste, la intervención Doc Savage Doc Savage, la persecución...

—Hice caer el aeroplano de Doc Savage porque sabía que casi habíamos llegado aquí y que ellos habían visto... al gigante —concluyó—. Luego, alrededor del sitio de donde habían desaparecido los aeroplanos de O’Neel, hallamos lo que parecían ser gigantescas huellas de pantera. No creo que engañasen a Doc Savage, pero asombraron a sus hombres. Doc Savage insistió en seguir andando hacia el gigante, de manera que debió adivinar que las huellas fueron hechas cuidadosamente por hombres.

—¡Gigantescas huellas de pantera! —dijo sombríamente Ki—. Es un viejo ardid de Aug, cuando mandaba nuestra guardia fronteriza. Declaraba que las falsas huellas aterrorizaban a los indígenas y los alejaba de la vecindad. Tenía incluso unos aparatos de madera que dejaban las huellas estampadas en el suelo, y aplastaban la hierba y la vegetación. ¡Vuelve sin duda a usarlos!

Z dijo significativamente:

—Aug vuelve a merodear por la frontera, cuando se le ordenó no hacerlo. Eso no puede significar más que una cosa...

—Sí —dijo Ki—. Significa que espera la llegada de hombres que lleguen del mundo exterior: hombres que llevan esas armas a las que llaman rifles. Aug sabría como usar algunos rifles.

—Aug tiene probablemente todos los rifles que desea, así como otra arma peor, que se llama ametralladora. Es posible que tenga alguna de ellas. O’Neel las trajo, sin duda debió robarlas. No me extrañaría.

Ki dijo rápidamente:

—¡En tal caso no vamos a perder tiempo aquí!