CAPÍTULO IX

EL SECRETO DE KLANTIC

MONK exclamó:

—¡Alguien debe estar cazando conejos o lo que sea que se cace por aquí cerca!

Hubo nuevos disparos y se oyeron gritos de hombres.

—¡Los conejos no gritan así! —rezongó Renny.

—Vamos a investigar —declaró Doc.

La maleza en donde se habían adentrado era bastante extensa. Había cerca de allí una hondonada donde crecían bambúes, unas palmeras proyectaban su sombra por doquier y el terreno era arenoso y sembrado de arbustos casi todos ellos espinosos.

Avanzaron rápidamente. Ham procuraba evitar las zarzas que amenazaban su elegante terno. Doc Savage sostenía a la muchacha del extraño pelo dorado.

El tiroteo continuaba y a su ruido se unió otro, poderoso y seguido, una especie de zumbido gigantesco.

—¡Aeroplanos! —exclamó Renny.

El sonido llegaba a ellos de un modo excepcionalmente claro y fuerte.

Corrieron bastante trecho antes de divisar los aeroplanos. El primero llegó rozando la cima de las altas palmeras. Otro le siguió y otro más.

A continuación, un cuarto aparato subió al aire.

Los cuatro iban pintados de amarillo, azul y rojo, como los aeroplanos militares colombianos.

El aeródromo colombiano de Cartagena, del cual habían despegado, reinaba la mayor confusión y con razón sobrada.

Habían allí siete hombres muertos, cuatro mal heridos y aproximadamente una docena más que estaban gritando como si estuviesen a punto de perecer.

Todos llevaban uniformes y estaban diseminados en el campo.

—¡Eso es la guerra! —aullaba un oficial, corriendo de un lado a otro—. ¡Nos han invadido!

—¡Nadie ha declarado la guerra! —gritó otro.

—¡Eso no se hace hoy en día! —gritó un tercero—. ¡Es la nueva moda!

Doc Savage dejó a la muchacha del pelo de oro entre unos bambúes, cerca del aeródromo.

—Vigiladla —dijo a sus ayudantes—; Y no os acerquéis a ella a más de treinta pies, aunque esta distancia puede no ser suficiente todavía. No he tenido tiempo para asegurarme de ello, pero si notáis algo extraño alejaos de ella, sobre todo si se os ocurren ideas.

—¿Qué clase de ideas’ —preguntó Long Tom.

—Ideas extrañas —dijo Doc.

Ham se limitó a decir secamente:

—Monk estará apurado. Es la única clase de ideas que a él se le ocurren.

Una multitud de curiosos bajó al aeródromo a los pocos momentos, deseando saber qué había ocurrido, y no le fue difícil a Doc Savage mezclarse en ella sin atraer la atención sobre su persona. No tuvo que hacer muchas preguntas. Todo el mundo hablaba comentando lo sucedido.

El Liberator O’Neel y sus hombres habían atacado el aeródromo para apoderarse de varios aeroplanos. Su golpe fue desesperado y sangriento, siendo coronado por el éxito.

Doc Savage se reunió con sus hombres, que estaban corriendo como locos por la manigua, siendo un milagro que no los hubiesen descubierto.

—¡La muchacha ha desaparecido! —exclamó Renny.

—¡Sí! —explotó Monk—. ¡No sé cómo lo ha hecho! No hemos apartado los ojos de aquellos matorrales en los cuales la hemos dejado, y de pronto nos hemos encontrado con que no estaba.

—¡Que me superamalgamen! —añadió Johnny—. ¡Es imposible que haya ocurrido... sencillamente imposible!

—Sí —dijo a su vez Long Tom—. No es posible que haya ocurrido, pero...

Doc Savage se alejó, penetrando en la maleza donde había dejado a la muchacha y donde ésta seguía. El hombre de bronce la examinó rápidamente, comprobando que estaba tan bien como las circunstancias lo permitían, que nada le había ocurrido, y volvió al lado de sus ayudantes.

—Está ahí —les dijo.

Ellos echaron a correr, penetraron en la maleza y regresaron.

—¡No está! —insistieron.

—Idos unos minutos —ordenó Doc—. Corred, haced un ejercicio violento... pesad en otra cosa y volved.

Así lo hicieron, y cuando volvieron a mirar entre la maleza era obvio que veían a la muchacha.

—La has atrapado mientras estábamos ausentes —le dijo Monk a Doc.

—No ha dejado un momento de estar ahí —contestó Doc.

A juzgar por la expresión de su rostro, Monk tenía mucho que decir, pero prefirió callar. Finalmente, cuando hubo reflexionado en buen rato, pareció asustarse.

—¡Brrr! —chilló débilmente—. ¡Brrr!

Ham le miró burlonamente.

—¡Tú estás como nosotros! —le dijo Monk sombríamente—. ¡Nos estamos volviendo locos!

La voz de Doc les tranquilizó.

—Vuestra mente está perfectamente normal —dijo—. Esa es una de las dificultades.

—¿Eh? —exclamó Monk.

—La muchacha es una hechicera —explicó Doc—; una maga mental.

Monk se hinchó el pecho y cambió de color.

—Hechicera o no, no comprendo lo que nos ha hecho. Primeramente fueron esos compinches de O’Neel que creían ver serpientes, lo cual comprendo, pues no son muy inteligentes, pero nosotros, que tenemos el cerebro desarrollado y...

—¡El muchacho es modesto como una violeta! —dijo sardónicamente Ham.

Monk gruñó:

—¿Tal vez puedas explicarlo?

—Es una maga mental —replicó Ham—. ¿No has oído a Doc decirlo ahora mismo?

Doc Savage intervino diciendo.

—Venid acá y veremos si la muchacha sigue tan testaruda.

La joven había cambiado levemente de posición y se apoyaba en algunos brotes tiernos de bambú. No había logrado desatarse, cosa que nadie habría podido hacer, atada como lo estaba, sin ayuda de otra persona.

Doc Savage tocó los cabellos de la muchacha. Eran tan finos y tan delicada cada hebra, que juntos daban el efecto de un vapor dorado antes que de una cabellera.

—¡Chapado de oro! —dijo.

—¡Cha...! —Monk tragó saliva—. ¡Oíd! Yo soy químico y sé que no se puede dorar un cabello humano aunque se...

—Este cabello es algo nuevo —declaró Doc.

—Monk meneó la cabeza y sonrió con aire de duda.

—Me gustaría tener la patente de este procedimiento. Si a todas las mujeres les sentara el pelo de oro como a ésta, haría yo un milloncejo explotando la idea en los salones de belleza. No dudo que Pat haría una linda fortunita, de paso...

Pat, es decir, Patricia Savage, era prima de Doc, una muchacha muy notable que poseía, sin duda alguna, el mejor establecimiento de belleza física de Nueva York y que estaba siempre dispuesta a correr las más arriesgadas aventuras en compañía de Doc Savage.

Doc acabó de quitarle la mordaza a la muchacha.

—Esperemos —dijo—, que se abstendrá de hacernos víctimas de sus conocimientos.

La muchacha no contestó.

—¿Lee usted en el pensamiento? —le preguntó Doc.

La muchacha guardó silencio tanto rato, que parecía que no iba a contestar.

—No —dijo finalmente—, a menos que conozca bien a la otra persona.

Sus palabras eran como su belleza, perfectas, como si las hubiese dicho miles de veces para practicarse. Su voz era delicada, argentina.

Palabras y voz eran distintas de cuantas había oído hasta entonces.

La joven parecía hechizar a todos en torno suyo... No era nada visible, pero sí algo muy real.

De pronto, Doc le preguntó:

—¿De dónde viene usted?

—No sacaría nada con decírselo —contestó—. No conoce el lugar. Nadie de los que llamamos los “extranjeros” ha oído hablar de él o, conociéndolo, ha vuelto para darlo a conocer. ¡Pero esperad! Ahora hay uno... el aviador David Hutton.

Johnny, el geólogo y arqueólogo, explicó lo ocurrido.

—David Hutton intentó realizar un vuelo sin escalas de Río de Janeiro a los Estados Unidos, hace diez años, cuando los aeroplanos no tenían los adelantos de hoy. No se volvió a hablar de él.

—Hasta ahora —dijo Doc Savage.

Johnny manifestó su asombro:

—¿Quieres decir que ese sujeto alto que fue apuñalado y rematado con un dardo envenenado...?

—Era David Hutton, aviador de la Gran Guerra y uno de los mejores pilotos de su época —asintió Doc Savage—. Si le llamaban a uno la atención sobre ello, habría cierto parecido entre el hombre y sus retratos de dicha época. Sus facciones angulosas eran muy marcadas.

Renny miró a la muchacha y frunció el ceño:

—Oiga, señorita: ese pobrecito piloto llevaba anillos de cobre en los tobillos. Llevaba, pues, cadenas en las piernas. ¿Qué le sucedió durante los últimos diez años?

—Lo mismo que les pasó a muchos otros hombres —dijo la muchacha.

Doc y sus ayudantes no contestaron enseguida.

—¿Tiene usted un nombre?

—Z —contestó la muchacha.

—¡Z! —exclamó Ham con una amable sonrisa—. ¿Nombre o inicial?

—Un nombre —contestó la joven—. En nuestro idioma es un signo. En el vuestro puede deletrearse.

—¿Cómo se da el caso de que se hallaba con el aviador en aquel viejo aparato? —preguntó Doc.

En vez de contestar al hombre de bronce, la muchacha del pelo de oro estudió sus facciones con el interés que un hombre de ciencia manifestaría por un ejemplar nuevo; eso al principio, ya que luego pareció humanizarse.

—Haría usted un notable Klantic —dijo inesperadamente.

—¿Un qué? —inquirió Doc.

—Klantic.

—¿Qué es eso?

En vez de contestar, la muchacha dijo:

—Puedo enseñarle adónde va el hombre que se hace llamar El Libertador O’Neel.

—¿Puede guiarnos por el aire? —preguntó Doc.

—¡Sí, pues por ahí he venido!