CAPÍTULO XIX

EL NUDO GORDIANO

RENNY podía haber ahorrado tiempo y habría evitado el ver un espectáculo sangriento. El cuello de la estatua de Klantic estaba hecho de grandes bloques de piedra; Todos habían caído.

Hallaron a El Liberator O’Neel, a Aug y a los demás, varios días después, y tras un largo y duro trabajo de remover escombros.

—Un poco más, y sólo queda una mancha de grasa —dijo Monk, que a veces se mostraba insensible y duro.

El cambio de actitud del resto de los habitantes de la gran estatua del faraón Klantic fue notable. Tal vez fue debido al talento y a la diplomacia de Doc.

Este instó a Ki y su hija Z a que salieran y diesen muestra de autoridad sin perder tiempo.

El resultado fue inmejorable. Los pocos cabecillas que quedaban fueron encerrados en mazmorras por los demás, siguiendo la orden de la muchacha.

Libres ya de la amenaza de O’Neel y sus bandidos —aunque Doc no quiso su muerte, puesto que su tentativa para evitar el ataque fue sincera—, Doc Savage y sus ayudantes empezaron a pensar en alejarse de aquel lugar.

Hicieron muchas preguntas, pero renunciaron a conocer el secreto de Klantic cuando descubrieron que sólo lo obtendrían por medio de la violencia.

—Después de todo, pertenece a esa gente —dijo Doc—. No podemos hacer el papel de piratas.

—¿Y nos vamos pronto? —quiso saber Monk.

—Tan pronto como podamos montar los aeroplanos que Aug y O’Neel desmontaron —dijo Doc.

Se pusieron al trabajo, pero no tardaron en recibir la orden de dejarlo. Se dieron cuenta entonces de una complicación.

No iban a permitirles que se fueran.

—¡Maldición! —exclamó Johnny, que muy rara vez juraba.

Desde luego hubo numerosas discusiones. Doc y sus ayudantes presentaron numerosos argumentos con el fin de que se les permitiera salir de allí; pero no se les contestó con lógica.

Se limitaron a decirles que no podían irse y a eso no había nada que replicar.

La noticia de la existencia del secreto del faraón de Klantic no debía llegar nunca al mundo exterior, hasta que su reencarnación viniera a derrumbar la estatua.

Doc Savage dijo:

—¿Acaso no se le da a todo recién llegado la oportunidad de derrumbarla?

—Desde luego —dijeron juntos Z y Ki.

—Yo no he tenido la mía —les dijo Doc.

Z le sonrió suavemente. No había logrado llamar la atención del hombre de bronce hasta entonces y parecía decidida a remediar semejante situación.

—¿Cree usted poder hacer caer la estatua? —preguntó.

—Usted misma me dijo que el reencarnado ignoraría quizá su poder hasta enfrentarse con la estatua —le recordó Doc.

Le llevaron, pues, a la sala de la gran estatua que había sido reparada. Lo que ocurrió entonces fue algo que los cinco ayudantes del hombre de bronce recordaron mucho tiempo.

Doc se colocó debajo de la estatua después de acercársele con pasos mesurados y solemnes. Pareció reflexionar hondamente, con los nervios en tensión.

De pronto dejó oír su trino, que subió y bajó la escala musical rápidamente.

Levantó los brazos tiesos, con los dedos abiertos. Los juntó sobre la cabeza con una fuerte palmada...

¡La estatua de Klantic empezó a caer en pedazos! Unos trozos cayeron primeramente, seguidos de otros que se desprendieron más rápidamente y a éstos siguió una lluvia de piedra.

Finalmente, la estatua entera cayó al suelo y estalló en una nube de polvo oscuro.

Hubo un gran silencio durante un momento; luego un grito subió al aire.

—¡El faraón de Klantic ha vuelto!

Los días que siguieron fueron febriles. Intentaron instalar a Doc como un Faraón y no pareció sino que el Faraón había vivido rodeado del mayor lujo.

En el caso presente, unos de los lujos iba a ser la atractiva Z. El nuevo faraón tenía que tomarla como esposa.

Todos suponían que así lo haría. Doc se vio enredado en una antigua ceremonia de bodas egipcia antes de descubrir de lo que se trataba.

La detuvo y salió del paso declarando que la ceremonia no era bastante grandiosa para ser digna del nuevo faraón Klantic.

Mientras, Monk fue el primero en hacer pruebas con el polvo rojo oscuro que era el secreto de Klantic, la mezcla que, a lo que decían, daba al que la ingería un extraordinario desarrollo cerebral.

El anciano Ki y la muchacha Z sacaron polvo rojo que estaba oculto debajo del suelo del templo, cerca del sitio donde había pendido la estatua.

Dijeron que el polvo era lo único que quedaba y que había pasado de unas manos a otras a través de siglos enteros. No existía fórmula alguna.

—El análisis químico nos revelaba su composición —declaró Doc.

Pero Monk quería probarlo antes. Ingirió una cantidad y esperó los resultados.

—¿Pero cómo puede operar eso? —murmuró pensativamente. Ham, mirando a su antagonista de siempre como si temiese no poder ya con él.

—Es posible —dijo Doc— que se trate de un mero estimulante. Las glándulas del cuerpo, las tiroides, por ejemplo, crecen o se quedan pequeñas por exceso o falta de algunas sustancias.

Todos se quedaron mirando a Monk ansiosamente.

—¿Qué sientes, Monk? —dijo finalmente Ham.

—¡Dolor de vientre! —estalló Monk con una mueca expresiva.

Y eso fue según se comprobó, lo único que conseguía hacer el secreto de Klantic.

Doc Savage y sus ayudantes no tuvieron ya dificultad alguna en montar los aeroplanos en un claro de la selva.

No explicaron que el secreto de Klantic había perdido toda su eficacia, si es que alguna vez la tuvo, por haber sido guardado siglos enteros en semejante clima.

El análisis químico no les reveló nada. Los ingredientes estaban demasiado deteriorados.

Después de alguna discusión, Doc logró dejar a Z detrás de él.

Su aeroplano —subieron todos al mismo, proyectando enviar otro más adelante para los prisioneros que deseaban irse— emprendieron el vuelo.

Únicamente entonces Doc Savage explicó algo que había intrigado sumamente a sus ayudantes.

—¿Cómo se derrumbó la estatua? —quiso saber Monk.

—¿Recuerdas el nudo gordiano? —preguntó Doc.

—Por supuesto. Era un nudo y el sujeto que separase los dos cabos de la cuerda que estaban atados juntos debería ser el dueño del mundo o algo por el estilo.

Doc dijo:

—El sujeto que finalmente separó las cuerdas recurrió a una estratagema. Las cortó con la espada.

—¡Eh! —estalló Monk—. No vas a decirme que tú...

—Recorrí a un ardid —asintió Doc—. Al escapar de la mazmorra, busqué y encontré tu laboratorio portátil. Ya habíamos oído hablar de esta estatua, ¿te acuerdas? Parecía una buena idea darle una mirada...

Doc calló y Monk declaró:

—Empiezo a comprender.

—La piedra era de una clase que podía disolverse o podían ser disueltas sus junturas con determinados productos —prosiguió—. Una vez untada de esos productos, no era preciso hacer otra cosa que tirar una cantidad concentrada de ellos para completar el desmoramiento.

—¡Oh! —exclamó Monk—. Lo hiciste cuando levantaste las manos al aire.

El químico se sentó y reflexionó un momento.

—¡A eso llamo yo cortar la Roca Gordiana!

Ham, que no estaba nunca de acuerdo con Monk, tuviese o no razón, dijo secamente:

—¡Por lo menos en aquellos tiempos no tenían micos que les ofendiesen la vista con su cara rara!

—¡Maldito... picapleitos! —chilló Monk—. Te voy a descuartizar... Voy a...

Esquivando un tremendo puñetazo, Ham se defendió lo mejor que pudo con su bastón espada.

—Monk es un terror cuando se suelta —dijo Renny—. Me pregunto sí esos dos pararán algún día de luchar.

FIN

Título original: The Mental Wizard