Capítulo 28

Kate entró el coche en el garaje y aparcó. Al salir, vio que Tom había aparcado en el vado. Estaba de pie junto al coche y Ben, vibrando por la emoción, estaba con él, contándole sin duda la canasta que había hecho.

Tom le sonreía.

A Kate le dio un vuelco el corazón.

Lo peor de irse iba a ser perder a Tom.

Sabía perfectamente que haberse liado con él era un error y que poner fin a la relación era la única opción posible; pero, aun así, dejarle atrás en la huida iba a ser lo más doloroso que había hecho en la vida.

Apretando la mandíbula, se acercó a los dos.

—Cariño, ¿por qué no entras en casa? — le dijo a Ben. Tom la miró levantando la cabeza por encima del niño. Dejó de sonreír. Pero el paseo en coche parecía haberle aplacado el ánimo porque ya no estaba tan furioso. Aunque el brillo que había en sus ojos le decía a Kate que todavía seguía enfadado.

—¿Quieres hablar con Tom, eh? — preguntó Ben tranquilamente mientras los miraba ahora a uno y ahora al otro.

No servía de nada tratar de ocultarle las cosas a Ben.

—Sí, así que ¿quieres irte de aquí?

Él le hizo una mueca, miró a Tom, que respondió con una sonrisa piadosa, y luego cruzó el garaje para entrar en casa.

—Y empieza a hacer los deberes — le dijo Kate por rutina.

Aunque, claro: a) no iba a hacerlos y b) los deberes de aquel colegio ya no importaban. En una semana o dos, estaría empezando en otro nuevo.

—Quiero que te vayas — dijo Kate sin más preámbulos en cuanto Ben hubo entrado—. Lo hemos intentado, ha sido divertido, pero se ha acabado.

Tom se apoyó en el capó con la cadera y la miró seriamente. La luz del garaje la iluminaba por detrás y a contraluz no conseguía ver la expresión de Kate. Ella, en cambio, sí le podía ver a él. Su mirada era sombría.

—Mira, sé que mientes. Sé que me has estado mintiendo desde el principio. Admito que no tengo ni idea de qué es lo que ocultas, pero lo descubriré, a no ser que decidas facilitarnos las cosas a todos y me lo cuentes.

Bueno, al menos su tenacidad de bulldog hacía que las cosas fuesen menos dolorosas para ella.

Kate se dio la vuelta.

—Adiós, Tom.

—Son profesionales, Kate. Los dos tipos de la furgoneta U-Haul y Castellanos, en tu garaje. Me jugaría la placa. Lo que realmente me asusta es que tú seas la siguiente. Piénsalo: todos los que sabemos que estaban involucrados de alguna forma en aquel intento de fuga han muerto; todos menos tú.

Kate se detuvo de golpe. Cerró los ojos un momento (estaba de espaldas a él y no podía verla) mientras un sudor frío le bajaba por la espalda. Apretó los puños. ¿Y si los tipos del todoterreno regresaban con la idea de asesinarla? ¿Y si no eran los únicos? Las posibilidades eran infinitas y aterradoras.

—Ya te he dicho mil veces que yo no estoy involucrada. — Pero se dio la vuelta para mirarle. Tenía el corazón desbocado. Tuvo que esforzarse para respirar con normalidad.

—Y yo te creo — dijo irguiéndose y clavándole una mirada intensa—. ¿No quieres seguir con lo nuestro? Vale. No hay problema. Hemos terminado. Pero no me gusta la idea de que tú y Ben os quedéis solos por la noche. Incluso con los nuevos cerrojos y el sistema de alarma, sois un objetivo demasiado fácil. Sólo tienen que echar la puerta abajo, disparar y largarse antes de que llegue la policía. Es pan comido, sobre todo para un profesional.

Kate sintió un nudo en la garganta. No había pensado en esa posibilidad. Y deseó no haber pensando nunca en ella.

—Si les cuentas a tus amigos del Departamento de Policía tu teoría personal sobre lo que ocurrió en el corredor de seguridad, ya no tendré que preocuparme por eso, ¿verdad? Porque según tú, estaré entre rejas.

Tom se tensó.

—No tengo pensado contárselo a nadie todavía. Excepto Fish y yo, nadie te tiene en el punto de mira, todavía. Lo que he conseguido hasta ahora es exactamente lo que te he dicho: teoría, pero ninguna prueba.

Kate entendió lo que eso significaba: a pesar de todo lo que le había dicho, iba a mantener en secreto lo que sabía y lo que sospechaba.

Al menos por el momento.

—Bien, puedes quedarte. — Su tono no era nada amable. Poco después, añadió bruscamente—: Gracias.

Y no se refería sólo a su oferta de quedarse a pasar la noche.

Tom la miró con ojos oscuros e inexpresivos.

—De nada.

Kate se dio otra vez la vuelta y entró en casa. Que él se quedase hasta que ella hubiese podido reunir sus cosas y marcharse con Ben era lo mejor. Por muchos contratiempos que pudiese causarle, podía salvarle la vida.

Pero al mismo tiempo iba a ser muy duro para ella.

Tom la siguió sin mediar palabra.

Dos días más tarde, Kate tuvo que admitir la verdad: estaba demorando las cosas. Cada vez que comenzaba a prepararse para huir, acababa retrasando el viaje. Durante el día, seguía con su trabajo y modificaba su agenda para las semanas siguientes, posponiendo y transfiriendo a otro fiscal todo lo que podía sin que nadie se diese cuenta. También dejaba notas detalladas sobre los casos en los que estaba trabajando para que aquel que la sustituyese (probablemente Bryan, por lo menos al principio) conociese todos los detalles. Recopiló tanto dinero en efectivo como pudo. Hacía maletas en secreto y las guardaba en el maletero del Camry. Sus posesiones más preciadas (el álbum de fotos de Ben, las pocas cosas que había conservado de su padre, los recuerdos de valor incalculable y las fotos irreemplazables) las guardó también en una maleta. Le dolía el alma cada vez que Bryan la llamaba para la actualización de un caso, y se le rompió el corazón cuando Mona le trajo su vestido negro largo y sus pendientes de brillantes e insistió para que se los probase, pero podía sobrellevarlo.

La idea de dejar a Tom no la llevaba tan bien.

Ya no ocurría nada entre ellos. Él la iba a recoger al trabajo y la llevaba a casa; cenaba con ellos, ayudaba a fregar los platos, miraba la tele y dormía en el sofá. No la molestaba, no le hacía preguntas; de hecho, le hablaba muy poco. Su relación se podría describir como cortés, pero reservada. Incluso Ben le preguntó a Kate en privado si se habían peleado y cuando ella le respondió con un «por supuesto que no» la miró con incredulidad y respondió: «Sí, claro.» La verdad es que él estaba allí sólo como protector y ella se esforzaba por mantenerse apartada de su camino. Tenía la sensación de que él hacía lo mismo. De todos modos, sólo por estar viviendo bajo el mismo techo aprendió algunas cosas: que por las mañanas, antes de tomarse el café, acostumbraba a estar de mal humor. Por la noche estaba muy animado con Ben; con ella no tanto, aunque a veces le pillaba siguiéndola con la mirada. Dejaba los platos sucios en el fregadero y la tapa del váter levantada.

Pero el caso es que a Kate le encantaba tenerle en casa.

Jamás debería haber dejado que se quedase.

Porque ahora más que nunca, ella no quería marcharse.

El jueves a media mañana, recibió la llamada de atención que necesitaba. Durante un receso en una vista probatoria en el Centro de Justicia Criminal, que había vuelto a abrir las puertas, fue al servicio de señoras. Cuando entró, estaba vacío; entró a toda prisa en un retrete porque el juez sólo les había dado diez minutos. Cuando estaba sentada en la taza, algo le llamó la atención.

A su derecha, por debajo de la pared del cubículo de al lado, vio la pierna de un hombre, o, para ser más exactos, la parte inferior de la pantorrilla. El hombre llevaba pantalones y zapatos negros.

Kate abrió los ojos de par en par. El corazón le dio un vuelco. El pulso se le disparó.

—Hola, señora White. — Habló antes de que ella pudiera moverse o coger aire para gritar. Cuando se dio cuenta de quién era, su corazón empezó a palpitar a gran velocidad—. Ya va siendo hora de que nos haga ese favor. Responda si me oye.

Se le puso la piel de gallina. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Taparse los oídos? ¿Hacerse la sorda? ¿Salir corriendo?

«Síguele el juego.»

—Sí, le oigo — respondió.

—Bien. Sabemos que mañana por la noche asistirá a un acto de recaudación de fondos para Jim Wolff en el Teatro Trocadero. La llamaremos cuando esté allí para darle instrucciones. Por favor, repita lo que acabo de decir.

Kate apretó los puños en su regazo.

—Me llamará con instrucciones mientras estoy en el acto para recaudar fondos para Jim Wolff.

—Exacto. Usted vaya al acto de recaudación de fondos, quédese hasta que la llamemos, haga lo que le decimos y estaremos en paz. La dejaremos en paz. Si la caga, o le cuenta a alguien algo sobre esto, la matamos. ¿Queda claro?

—Sí.

—Bien.

Oyó la puerta que se abría y unos pasos rápidos que se alejaban. Al parecer volvía a estar sola.

Kate se quedó allí, temblando, tanto tiempo que llegó tarde al resto de la vista.

¿Qué querían que hiciese?

En resumen: nada bueno.

Quizá debía entregar un mensaje. O robar algo. O robarle a alguien. O...

Las posibilidades adquirían un tono cada vez más siniestro cuanto más pensaba en ellas. Jim Wolff era un personaje controvertido. Un ex vicepresidente. El candidato más bien situado de su partido para la nominación. Posiblemente el futuro presidente de Estados Unidos. Las medidas de seguridad a su alrededor eran muy fuertes. El acceso al acto estaba muy controlado. De hecho ya había tenido que comunicar quién sería su acompañante aquella noche — había dado el nombre de Tom: cuando las cosas aún iban bien entre ellos, le había pedido que la acompañara; claro que ahora quizá ya no lo hacía — para que el FBI, el Servicio Secreto o quien fuese que decidía estas cosas le diese el visto bueno.

La idea se le ocurrió de repente: ¿tal vez querían chantajearla para que les ayudase en un intento de asesinato?

Pero eso no iba a ocurrir. Nada iba a ocurrir. Porque ella no estaría allí cuando ocurriese.

«Se acabó el tiempo. Tenemos que largarnos.»

Aunque le rompiese el corazón tener que irse.

Pero ella sabía que debía andar con cuidado. Sabían dónde aparcaba su coche. La habían acorralado en el callejón el lunes. La habían encontrado en los servicios hoy.

La estaban observando. Y lo peor de todo era que no tenía ni idea de quiénes eran. Cualquiera podía ser uno de ellos: colegas, jurados, gente del sistema judicial, transeúntes. La podían estar observando a todas horas y ella ni siquiera se enteraría. Kate tembló al pensarlo.

No podía permitir que se diesen cuenta de que pretendía escapar.

No sabía cuáles serían las consecuencias, pero estaba segura de que serían malas.

Con eso en mente, se aseguró de parecer lo más normal posible durante el resto del día. Estaba tan ansiosa que no podía ni pensar. Por suerte, el punto fuerte de la tarde era una declaración jurada, algo que podía hacer con los ojos cerrados. Ordenó su despacho, y cogió su maletín — donde había guardado todo su dinero — y su abrigo. Tenía muchas ganas de despedirse de Mona, Bryan, Cindy y toda la gente de la novena planta. Estaba tan orgullosa de trabajar aquí, de ser uno de ellos, tan orgullosa de la vida que había construido para ella y para Ben... Pero al final no le dijo nada a nadie, porque no podía. La clave era que todo discurriese como en un día normal. Cuarenta y cinco minutos antes de la hora — no demasiado temprano, para que nadie sospechase, pero lo suficiente como para evitar a Tom — salió del edificio por última vez.

Se le hizo un gran nudo en la garganta mientras se alejaba en el coche.

El plan era que se encontraría con Tom en la parte trasera del edificio a las seis. Ella sabía que Tom esperaría un rato. La llamaría al móvil. Subiría hasta su despacho. La buscaría por el edificio. Al principio, se asustaría al no encontrarla. Pero en cuanto viese que el coche no estaba y se imaginase que ella se había ido sin esperarle, se subiría por las paredes.

No podía dejarle así. En cuanto hubiera recogido a Ben y estuviese a salvo lejos de la ciudad, le llamaría para contarle que se marchaba.

Aunque, por supuesto, no le diría por qué.

A pesar de que era peligroso, hizo una última visita a su casa. El corazón se le salía por la boca cuando entró corriendo, pero había algunas cosas que no podía dejar. Como el osito de Ben, que él adoraba, o algunos de sus peluches favoritos. El libro que estaba leyendo. La maldita pelota de baloncesto para principiantes.

Eso fue lo que la hizo llorar.

Y salió de casa por última vez, con lágrimas en los ojos, y todo por una estúpida pelota de baloncesto.

Porque, por siempre jamás, cada vez que la mirase pensaría en Tom.

Y se le rompería el corazón.

¿Cuándo se había enamorado de él? No lo sabía, pero había ocurrido.

Recoger a Ben fue rápido. Por supuesto, como no sabía que no los volvería a ver jamás, se despidió de los Perry con un «adiós» indiferente que Kate trató de repetir con la misma indiferencia.

Cuando entró en el coche, se dio cuenta de algo en lo que no había pensado: estaba claro que Ben iba a fijarse en todo lo que Kate había apilado en el asiento del copiloto; aunque hubiera cubierto el montón con su abrigo.

—¿Qué es todo esto? — preguntó él efectivamente echándole una ojeada al montón.

—Sólo son algunas cosas que he recogido hoy. — Había estado toda la tarde pensando cuándo decírselo, pero quería posponerlo tanto como fuese posible. Aunque él le suplicase que no se marchasen, no podía cambiar de opinión y eso les entristecería a los dos. Si él lloraba, ella también lloraría. Era todo lo que podía hacer para mantener la compostura—. ¿Qué tal el cole?

La maniobra de distracción funcionó. Se lo contó y ella asintió y dio las respuestas que parecían adecuadas mientras se dirigía hacia la autovía. Ben no tardaría en darse cuenta de que no iban a casa y preguntaría.

Estaba anocheciendo y las luces automáticas del coche se habían encendido. Los rayos gemelos iluminaban una hilera de árboles casi pelados, un garaje de metal y un aparcamiento vacío. Estaban dejando el área residencial. Al detenerse en el stop de la entrada de la autovía, se fijó que eran las seis y diez. Tom ya se estaría impacientando. Seguramente todavía no estaba demasiado preocupado por ella, pero lo estaría pronto.

Dios santo, ella no quería irse. Sentía como si una mano gigantesca le exprimiese el corazón.

—¿Quién es ése? — preguntó Ben, despertándola de su ensoñación.

Fue el único aviso que recibió antes de que la ventana se rompiese en pedazos. Algunos pequeños fragmentos de cristal le golpearon la nuca en cuanto se volvió.

—¡Mamá! — chilló Ben aterrorizado.

Alguien había roto la ventana de Ben y un hombre vestido de negro, con guantes negros y un abrigo negro, había metido un brazo por el agujero, para abrir la puerta.

—¡No! — chilló Kate.

Un coche se detuvo delante del suyo, bloqueándole el paso, impidiéndole que pisase el acelerador y saliese zumbando. Un hombre salió del coche: Kate se volvió frenéticamente para buscar otro camino de salida. Tras ella, un segundo vehículo frenó de golpe, bloqueando su posible huida marcha atrás. Gritando, con la adrenalina a punto de estallar como una bomba en su interior, Kate se metió entre los dos asientos para agarrar a su hijo, para mantenerlo dentro del coche, para luchar contra el hombre que había abierto la puerta y se estaba llevando a Ben.

—¡Suéltele!

—¡Mamá!

No pudo retenerle. La chaqueta azul le resbaló entre los dedos.

—¡Ben! — chilló cuando lo arrancaron de sus manos; entonces se dio la vuelta y salió corriendo del coche por la puerta para ir en su busca—. ¡Socorro! ¡Socorro!

Pero estaban solos en el stop; era casi de noche y se hallaban rodeados de oscuridad; aunque hubiera habido alguien cerca, no los habría visto. Y no había nadie. Ese cruce se hallaba en medio de una zona industrial, llena de pequeños negocios y almacenes que parecían estar vacíos. Ni un coche en los aparcamientos de gravilla, ni un coche en las calles.

«No me ayudará nadie.»

—¡Mamá! ¡Mamá!

—¡Suéltele!

Intentó lanzarse tras él, pero algo la golpeó fuerte en la cabeza. El dolor la cegó. Kate cayó de rodillas al suelo y de no haber estado tan centrada en salvar a su hijo, probablemente se habría desmayado. Aunque el mundo daba vueltas a su alrededor, Kate no apartaba los ojos de Ben, que luchaba y pataleaba y chillaba tanto como podía mientras un hombre corpulento vestido de negro con la cara cubierta por un pasamontañas se lo llevaba.

Hacía la furgoneta blanca que bloqueaba el Camry por atrás.

—¡Mamá!

—¡Ben! — Kate lanzó un grito ahogado mientras trataba de ponerse en pie.

No vio al hombre que le asestó el puñetazo en el estómago hasta que se quedó sin aliento. Fue como si un tren chocase por debajo de su ombligo. Se dobló hacia delante, sin poder respirar, retorciéndose de dolor y cayó de rodillas de nuevo mientras vislumbraba a su atacante: una sombra borrosa que se movía deprisa. Luego notó que se le echaba encima y la cogía por el cuello con fuerza mientras Kate se llevaba la mano a la barriga tratando de respirar.

—No deberías haber tratado de huir — dijo, y la levantó. Era la misma voz de siempre, la del todoterreno y la de los servicios.

—¡Mamá! — La voz aterrada de Ben se le clavó como una espada—. ¡Mamá! ¡Mamá!

Temblando, tratando de que sus rodillas la sostuvieran mientras se esforzaba por respirar, Kate luchó contra el hombre que la tenía agarrada por el cuello y el pecho mientras Ben, que no dejaba de chillar, desaparecía en la parte trasera de la furgoneta. La puerta se cerró.

«Ben.»

Aunque sólo gritó dentro de su cabeza, porque el brazo que tenía en el cuello ejercía demasiada presión para que pudiera gritar.

«Ben», chilló en silencio de nuevo mientras la furgoneta daba marcha atrás y, con un chirrido de neumáticos, volvía a acelerar hacia delante, pasaba junto a ella y desaparecía en la oscuridad.

—Señora White, preste mucha atención — dijo el hombre que la sujetaba—. No ha hecho lo que le hemos dicho antes y mire, ha puesto a su hijo en peligro. Esta noche y mañana debe actuar normalmente, como si no ocurriese nada. Mañana por la noche irá a ese acto de recaudación de fondos y esperará a que la llamemos para decirle lo que tiene que hacer. — Hizo una pausa y aflojó ligeramente el brazo con que le sujetaba el cuello para que pudiese respirar—. Obedezca y le devolveremos a su hijo. Si acude a la policía o a cualquier otro, o no contesta al teléfono, mataremos al niño. ¿Entendido?

—Ben — susurró Kate medio ahogada, mirando desesperadamente el punto donde había desaparecido la furgoneta.

—¿Entendido? — repitió obligándole a levantar la cabeza con el brazo.

—Sí, sí.

La soltó. Sus rodillas cedieron y Kate cayó de bruces al suelo.