Capítulo 26

Sus labios fueron abrasadores y posesivos, y no demasiado suaves. Beth se sorprendió un poco de la fiereza de Neil, luego se rindió a la cálida y húmeda invasión, cerrando los ojos y apretando los brazos en torno a su cuello mientras le devolvía el beso sin reservas. El urgente calor que él siempre lograba encender en ella inundó su cuerpo y Beth agradeció esa sensación familiar. Ojalá lograra dejar de pensar...

«El matrimonio es para siempre.»

En el mismo instante en que se le ocurrió esa terminante reflexión, Neil la cogió en brazos, alzándola como si no pesara nada, y la depositó sobre la cama. Cuando Beth sintió el colchón contra la espalda, tuvo otro cobarde pensamiento.

«Si continúas, ya no habrá marcha atrás.»

Pero no había otra salida y ella lo sabía. Cuando él apartó su boca de la de ella, Beth volvió a pensar otra vez en lo que estaba a punto de hacer. Mientras Neil se quitaba las botas y la chaqueta, ella descubrió que se le había deshecho el peinado, formando una nube ondulada alrededor de sus hombros, y se pasó rápidamente los dedos por el cabello para quitarse el resto de las horquillas. Las dejó caer al suelo mientras le observaba quitarse también la camisa. Después, Beth admiró con ojos redondos los flexibles músculos de su espalda, recreándose en los bronceados hombros donde destacaba el irregular círculo de la herida que le había cauterizado en la gruta. Luego Neil dejó caer la camisa al suelo y se volvió hacia ella y Beth le observó el pecho. Era ancho y masculino. Recordó lo caliente y suave que era su piel y lo firmes que eran los músculos de debajo, se acordó de cómo había enredado los dedos en el vello oscuro y contuvo el aliento. Se excitó al pensar que ahora podría tocarlo como quisiera. Casi al instante, se le ocurrió otra idea que congeló su ardor:

«Después, él tendrá derecho a tocarte cada vez que quiera. A dormir contigo cada vez que desee.»

Aquellos caprichosos pensamientos le inundaron la mente haciendo que estuviera a punto de sucumbir a un ataque de pánico cuando él se tumbó a su lado en la cama. Neil estaba desnudo de cintura para arriba; sus anchos hombros y sus musculosos brazos eran bañados por la anaranjada luz del fuego que chisporroteaba a su espalda, arrancando brillos rojizos a su pelo negro. Presentaba una imagen formidable. Su expresión poseía una intensidad que ella no había visto antes, patente en la tensión de su mandíbula y en la forma que apretaba los labios.

Beth se estremeció al observarlo, la expresión de los ojos de Neil era casi sombría.

Apoyando la cabeza en una mano, cogió el pelo rojizo que se derramaba sobre el hombro de la joven, enrollándoselo en el puño como si quisiera gritar a los cuatro vientos que ella era suya.

—No sé si te lo he dicho alguna vez, pero tengo debilidad por las pelirrojas — dijo con suavidad, y se llevó el puño envuelto en el cabello a la boca, apretando los sedosos mechones contra los labios.

Beth sintió mariposas en el estómago y su corazón comenzó a bombear con fuerza.

—Neil... — Parte de la aprensión que sentía afloró a pesar de todos sus esfuerzos, y casi cedió a ella, tentada a arrebatar el pelo de la mano de Neil y echarlo de la cama de un empujón. Pero contuvo el impulso y las palabras que estaba a punto de decir y cerró los puños sobre las sábanas a ambos lados de su cuerpo—. Ámame.

Lo dijo en voz baja pero firme.

—Eso pretendo.

Cubrió de nuevo su boca y ella se dejó llevar. El calor y la voracidad del beso hicieron que dejara de pensar, le nublaron la mente envolviéndola en una vorágine vertiginosa, y sólo fue capaz de devolverle el beso. Le acarició los anchos hombros y le rodeó el cuello con los brazos, arqueándose contra el duro pecho desnudo como una flor buscando el sol. Neil le acarició los pechos por encima del fino camisón de algodón, haciendo que se le erizaran los pezones y que el deseo que había provocado su beso se intensificara hasta resultar doloroso. Siguió acariciándola con ternura, trazando la curva de la cintura, las caderas y los muslos mientras dejaba a su paso un rastro de fuego. Beth casi se dejó llevar por el pánico cuando notó que él cogía el dobladillo del camisón, pero no dijo nada. Ni siquiera protestó cuando un momento más tarde él interrumpió el beso para pasarle la prenda por la cabeza, dejándola desnuda.

—Eres preciosa. — Neil la recorrió con la vista mientras el frío aire de la noche le acariciaba la piel.

Ella siguió aquella mirada y se vio como él la veía: la piel suave como el raso y dorada por la luz del fuego, la exuberante redondez de sus pechos coronados con unos pezones color fresa vergonzosamente erguidos, las delgadas caderas y la estrecha cintura, el vientre plano y el triángulo de rizos llameantes entre sus esbeltas piernas. Mientras le ardía la sangre y las mejillas al saber que él estaba observando todo su cuerpo desnudo, Neil inclinó la cabeza para besarle los pechos, depositando un único beso, húmedo y ardiente, en cada sensible pezón. Su mano, grande, morena y varonil, destacaba contra la pálida piel femenina. Se la puso encima del vientre y luego la deslizó muy despacio hasta acariciarle el nido de rizos, cubriéndolos con sus dedos antes de enterrarlos entre sus muslos con una determinación que le provocó un estremecimiento.

—¡Oh! — suspiró con asombro ante la excitante sensación de placer que la atravesó como un relámpago cuando él rozó de manera experta una parte especialmente delicada y sensible de su cuerpo. Se estremeció con aquella caricia, conmocionada al ver que movía la mano entre sus piernas. Sabiendo que estaban en una posada pública donde cualquiera podría oírla, Beth apretó los dientes y contuvo los gemidos; cerró los ojos, clavó los dedos en las sábanas y se dejó llevar por el deseo que Neil provocaba en su cuerpo. Notó que la observaba mientras jugaba con sus pechos sin dejar de tocarla y acariciarla entre las piernas. Pero a pesar de la vergüenza que sentía, no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar por el placer que crecía en su interior hasta formar una espiral de urgente deseo.

—He querido hacer esto desde la primera vez que te vi — dijo Neil con voz ronca mientras ella se contorsionaba impúdicamente bajo sus manos.

Entonces la besó otra vez con la boca dura y hambrienta a la vez que deslizaba los dedos en su interior, empujándolos profundamente y retirándolos de nuevo, penetrándola una y otra vez hasta que ella respondió con febril abandono, hasta que su cuerpo se rindió por completo a él. Ardiendo, la joven apretó los dientes para contener los gemidos y dio la bienvenida al peso masculino sobre su cuerpo. La sensación de la dura pared de músculos del pecho de Neil sobre sus hinchados senos le hizo temblar de excitación. ¿Cuándo había colocado Neil sus muslos desnudos entre los de ella? ¿Cuándo se había quitado los pantalones? No lo sabía, pero estaba preparada. Cuando se dio cuenta de que lo que empujaba en su interior ya no eran sus dedos, Beth estaba, si no ansiosa, al menos sí impaciente por descubrir qué venía después, y completamente dispuesta a entregarse.

—Agárrate a mí — masculló él cuando ella se aferró instintivamente a sus sudorosos hombros, arqueándose en respuesta a la invasión de su cuerpo por aquella parte de él que Beth no se esperaba que fuera tan grande, dura y caliente. La joven intentaba comprender qué le estaba diciendo cuando inesperadamente Neil se impulsó con fuerza contra ella y la penetró de golpe, provocándole un intenso dolor que le hizo pensar que la había partido en dos. Luego, él emitió un ronco gemido, salió y volvió a empujar hasta que estuvo completamente enterrado en ella.

—¡Oh! — Ahora el grito fue de dolor. Lo emitió a la vez que abría los ojos de golpe, poniéndose tan rígida como si de repente se hubiera convertido en una tabla de madera.

—Ya está — dijo Neil. Tenía la voz áspera y la respiración jadeante. Había abierto también los ojos y le sostenía la mirada. Eran negros como el carbón—. Y no te volverá a doler, te lo prometo. Cierra los ojos y bésame.

Beth podía notar cómo temblaban los brazos que la rodeaban y observó que un profundo rubor cubría los pómulos de Neil.

«Ya no hay vuelta atrás», pensó algo mareada.

Con mortal claridad supo que ya no había otra salida, así que apretó los dientes e hizo lo que él le había pedido con la esperanza de que aquel extraño anhelo que sólo él parecía capaz de despertar en su cuerpo regresara y le hiciera perder la conciencia de nuevo. La besó en la boca, en la barbilla, en el cuello y en los pechos con tórrida sensualidad, pero ella descubrió con desaliento que parecía haber perdido su magia. Volvió a penetrarla, llenándola otra vez, y otra más, hasta que pensó que seguiría haciéndolo eternamente. Neil inspiró jadeante, conteniendo una cruda pasión que Beth sabía que se esmeraba en mantener bajo control a pesar de que la poseía con un ritmo salvaje; pero ella sólo quería que terminara de una vez.

—¡Oh, Dios! — Con esas palabras y una última y profunda embestida, él se estremeció y se desplomó sudoroso, enorme y sin fuerzas encima de ella.

«Esto es lo que me espera durante el resto de mi vida.»

Aquel deprimente pensamiento atravesó la mente de Beth, haciéndole respirar lentamente y relajarse a pesar de la bochornosa posición en que se encontraban. Permaneció inmóvil y flácida como una muñeca entre sus brazos, aunque su peso la aplastaba contra el colchón y lo que más quería en el mundo era verse libre de su peso y salir de aquella cama.

Él levantó de repente la cabeza, que había estado hundida contra su cuello, antes de que ella pudiera pensar en cerrar los ojos. Sostenerle la mirada en ese momento, después de lo que acababa de pasar entre ellos, era lo último que quería, pero no pudo hacer otra cosa.

Neil frunció el ceño y entrecerró los ojos, mirándola bajo la luz del fuego. Ella se dio cuenta de que trataba de descifrar su expresión. Era inútil lamentar nada. Ahora estaban casados con todas las consecuencias. No serviría de nada andarse con reproches o lamentaciones. Con ese convencimiento, Beth logró esbozar una pequeña sonrisa.

—¡Oh, Dios! — Tras lanzar aquella exclamación de angustia, él volvió a hundir la cabeza contra su cuello, intentando recuperar la compostura. Rodó sobre sí misino y se alejó de ella, levantándose de la cama con agilidad y cogiéndola en brazos antes de que Beth tuviera la menor idea de qué tenía intención de hacer.

—¿Q-qué...? — comenzó a decir, tartamudeando por la abrumadora impresión de que él, completamente desnudo, la llevara en brazos, completamente desnuda.

Pero antes de que pudiera pedirle una explicación, o intentar cubrirse de alguna forma, él se introdujo en la bañera, hundiéndose en el agua, todavía caliente, con ella en su regazo.

Beth emitió un chillido de sorpresa y apartó el pelo rápidamente para que no se le mojara. Luego, sin preocuparse de si salpicaba el suelo o no, se volvió para quedar frente a él, que se había recostado contra el borde de la bañera. Se hizo un precario nudo en el pelo y se lo aseguró en la coronilla mientras lo miraba con recelo. El líquido sólo cubría a Neil hasta la mitad del pecho, empapando la capa de vello que cubría el musculoso torso. Las gotitas de agua brillaban sobre sus hombros y sus brazos como pequeños diamantes. A Neil se le había soltado el pelo en algún momento durante los últimos minutos y le caía sobre la cara, dándole la apariencia de un peligroso bandolero. Estaba tan guapo que Beth se quedó sin aliento. La joven se acomodó en el otro extremo de la bañera y apretó las piernas contra el pecho, tocándose las rodillas con la barbilla mientras se encogía para conseguir que sus pechos quedaran ocultos por el agua.

Las llamas se reflejaban en el líquido, y ella esperaba que eso, junto con la posición en la que se había sentado, fuera suficiente para preservar un poco de intimidad. Lo cierto es que a él no parecían preocuparle esas cuestiones tan prosaicas. Tras coger el jabón, se frotó con un evidente entusiasmo que ella observó con algo parecido a la incredulidad. No le resultaba posible asimilar aquella situación tan indecente: estaban compartiendo una bañera y los dos estaban desnudos. Pero todavía le era más difícil aceptar que estaba casada con él.

Pero lo estaba. Lo estaban. Y él, al menos, parecía disfrutarlo.

Beth frunció el ceño.

—Eso está mucho mejor — dijo él.

—¿Qué es lo que está mejor? — preguntó ella con expresión suspicaz.

—Que ya no pareces una mártir cristiana arrojada a los leones.

La joven se erizó.

—Si insinúas que tengo miedo...

—No tienes miedo. Eres... muy, muy valiente.

—¿Qué hay de malo en ello?

—¿Que tu valentía me haga sentir el mayor canalla del mundo? Pues quitando eso, creo que nada.

Ella guardó silencio durante un momento.

—No te echo la culpa de... — Beth vaciló, sin saber cómo decirlo — de nada de esto. Después de todo, casarnos fue idea mía. Y como ya te he dicho, era la única opción.

—¿Así que no te importa sacrificarte?

—No estoy muerta, sólo casada — dijo ella con tono cortante.

Él suavizó la mirada.

—Lamento haberte hecho daño — dijo él—. La primera vez siempre es dolorosa para las mujeres... o eso creo.

—Era necesario. Me doy perfecta cuenta.

—A partir de ahora será mejor. Te doy mi palabra.

Ella curvó los labios.

—Estoy segura de que lo sabes de sobra.

Él se rio, pero no respondió. Lo que fue muy acertado porque a ella se le acababa de ocurrir algo sumamente intimidante: ¿sería posible que... él esperara hacer el amor otra vez después de salir del baño? Beth sabía, porque se lo habían dicho sus hermanas y otras jóvenes casadas, que los caballeros podían dedicarse a ello durante toda la noche una y otra vez.

«Oh, no puedo.»

Casi se estremeció, pero se contuvo; no quería que él la viera, no quería revelar lo exasperante que encontraba la situación. Pero debió de leerlo en la expresión de su cara.

—¿Lo lamentas? — Le pasó el jabón arqueando una ceja.

—¿Te refieres a casarme contigo? — Puede que sus sentimientos al respecto fueran confusos, pero negó con la cabeza y se limitó a lavarse la cara. Cuando terminó, descubrió que no era posible bañarse con los ojos de Neil clavados en ella. Lo único que pudo hacer fue enjuagarse un poco. Por fortuna, hacía menos de un cuarto de hora que se había aseado a fondo. No podía haber pasado más tiempo, el agua ni siquiera se había enfriado.

Resultaba gracioso lo que podía cambiar el mundo en tan poco tiempo. Desde luego, era toda una sorpresa.

Beth bostezó y se sentó mirándolo con seriedad. Se tapó la boca con la mano demasiado tarde.

Neil sonrió. Entonces, se puso en pie y salió de la bañera, pillándola por sorpresa y poniéndola nerviosa. El primer vistazo que Beth echó a un hombre desnudo fue breve, pero suficiente para no poder sostenerle la mirada y ruborizarse. Por suerte o por desgracia, según se mirara, se vio superada al momento por la situación pues él se levantó y dejó casi todo su cuerpo expuesto.

—¡Oh! — Beth contuvo el aliento y se rodeó las rodillas con los brazos mientras miraba a su alrededor con la esperanza de encontrar una manera de cubrirse.

—Venga, sal del agua.

Cuando Beth lo miró de nuevo con cierta aprensión, él estaba junto a la bañera sosteniendo la manta que ella había usado antes. Tenía puesta una toalla en la cintura que sólo cubría la parte más imponente de su musculatura. Dado que él había tenido tiempo más que de sobra para mirar — en realidad había hecho mucho más que mirar—, ya había visto todo lo que había que ver, y ella no tenía ganas de hacer el ridículo mostrándose demasiado pudorosa. Beth contuvo el impulso de cerrar los ojos y se levantó con toda la dignidad que pudo reunir, salió de la bañera y, de inmediato, se vio envuelta por la manta y sus brazos. Sin embargo, no fue lo bastante rápida para impedir que él consiguiera echar una ojeada a su cuerpo empapado. Por el brillo de sus ojos cuando ella los miró, fue evidente que Neil había aprovechado la oportunidad que ella le había brindado. Beth se arrebujó bajo la manta y se alejó sin que él intentara retenerla, luego lo miró por encima del hombro un poco nerviosa.

La expresión de la cara de Neil hizo que a Beth se le acelerara el corazón. La única palabra que se le ocurrió para describirla fue: hambriento.

—Neil... — Beth se humedeció los labios mientras pensaba en la mejor manera de decirle lo que tenía en la punta de la lengua—. No me apetece... Lo que quiero es ir a la cama a dormir. — Entonces, queriendo asegurarse de que la entendía, añadió precipitadamente—: Sólo a dormir y nada más.

La expresión de Neil cambió al instante, pero antes de que ella tuviera la oportunidad de descifrar el gesto, él le respondió:

—Y eso es lo que harás, madame Roux. — Se dio la vuelta para regresar junto a Beth al cabo de un instante con el camisón en la mano—. Sabes de sobra que no voy a lanzarme sobre ti; que no haré nada que no quieras. Te has casado conmigo para salvar mi vida y la de Richmond, y soy consciente de que estoy en deuda contigo y de que, en consecuencia, te encuentras en una situación incómoda. Pero era necesario que fueras mi esposa de verdad, en todos los sentidos. Una vez que se haya solucionado el tema con Richmond, podrás arreglar tu vida como te plazca y te daré mi beneplácito.

—Neil... — Beth lo miró preocupada.

—Métete en la cama, Beth. Ya hablaremos mañana.

Neil pasó junto a ella para acercarse a la chimenea. Se agachó y lanzó otro leño a las brasas antes de removerlas con el atizador. Durante ese tiempo, la luz que emitía el fuego jugó con los anchos planos de su espalda desnuda. Cuando se apartó de la chimenea, después de haber avivado el fuego a su entera satisfacción, Beth ya se había puesto el camisón y metido en la cama. Cerró los ojos porque realmente estaba muy cansada y confusa, y pensó que sería mucho más inteligente enfrentarse a la situación al día siguiente, después de que ambos hubieran dormido y meditado con calma sus ideas. Pero incluso después de que él se deslizara debajo de las sábanas a su lado, donde pareció quedarse dormido casi al instante, Beth permaneció en vela a pesar de estar tan cansada que le dolía.

La joven yació en su lado de la cama tumbada de costado. Él se había acostado sobre el estómago y ocupaba casi todo el colchón, por lo que Beth era muy consciente de su presencia. Para empezar, aunque no roncaba, tenía la respiración profunda. Su peso hacía que el colchón se hundiera de tal manera que si se movía un poco, rodaría hacia él. El calor que emitía, la fuerza de su presencia, cualquier leve movimiento inconsciente de Neil hacían imposible que ella olvidara que estaba allí. Pero a pesar de todo, mantuvo la cara tercamente hacia el lado contrario intentando dormirse.

«Dios bendito, ¿qué he hecho?», era el pensamiento horrorizado que no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Como siguiera así se iba a volver loca.

Finalmente, el cansancio la venció. Supo que debía de haberse quedado dormida porque un ruido la despertó de repente. No sabía exactamente de dónde provenía, lo más probable es que fuera un sonido sin importancia. ¿Habría estallado algún rescoldo en el fuego? ¿Habría sacudido el viento la ventana? Abrió los ojos, parpadeando en medio de la oscuridad sólo iluminada por las sombras que lanzaban las brasas moribundas. Observó con aturdimiento que una de las sombras se movía.

Al principio apenas podía dar crédito a lo que veía. Pero la sombra se movió otra vez, alejándose de la puerta y avanzando a gatas hacia la cama. Abrió mucho los ojos con el corazón acelerado, demasiado asustada para moverse, pero sin querer que el desconocido supiera que estaba despierta. Poco a poco la forma se acercó, dibujándose la sólida figura de un hombre en cuclillas. Beth se dio cuenta en ese momento de que ya no oía la profunda respiración de Neil.

Justo cuando fue consciente de eso, un violento empujón le hizo caer de la cama al suelo.