CAPÍTULO XII

 

 

  DANY se hallaba a solas tendido en la cama de su habitación del saloon de Suzy. El doctor le había curado las heridas de la frente y de la pierna, recomendándole reposo por espacio de un par de semanas.

  La puerta se abrió de pronto y entró en la estancia Lydia Tracy. Cerró a sus espaldas y dio unos pasos en dirección a Dany.

  Los jóvenes se miraron en silencio.

  —Lo sé todo, Dany.

  —¿Qué es lo que sabes?

  —He hablado con Fred abajo. Me, contó lo de los cinco mil dólares.

  —Ese chico tiene la lengua muy larga.

  —Te está muy agradecido. Eres un ídolo para él.

  —Es lo único bueno que he hecho en mi vida.

  —No seas tan severo contigo, Dany.

  —Digo la verdad.

  —No, Dany. Has hecho otras cosas buenas. Tú siempre has sido bueno en el fondo.

  —Asesino Murray —murmuró él.

  —No, Dany. No eres ningún asesino.

  —Después de todo, Bing Thorne tenía razón. Es una marca que lleva uno consigo hasta la tumba.

  —Te equivocas, Dany. Todo se olvida, incluso lo que un hombre haya podido hacer de malo en su vida.

  —No opinamos lo mismo.

  Llamaron a la puerta y el sheriff Huxley penetró en el cuarto. Dio la vuelta a la cama y se detuvo al lado de Dany, observándole fijamente a la cara.

  —Vengo a felicitarle, Murray.

  —Gracias, sheriff.

  —No se trata de mí sólo. Traigo una representación.

  —¿Una representación? —repitió Dany con las cejas enarcadas.

  —La del pueblo de Summer City —el sheriff se pellizcó el lóbulo de la oreja—. Todos desean que usted se restablezca pronto.

  —¿Está seguro, sheriff? —dijo Dany.

  —Sí, me encargaron que le transmitiera sus deseos. Si usted quiere asomarse a la ventana verá a un centenar de personas en la calle. Me eligieron a mí como mensajero porque, según ellos, soy la persona más adecuada.

  Hubo un silencio. Luego Huxley tendió su mano a Murray y éste se la estrechó. El sheriff distendió los labios en una sonrisa.

  —Póngase bueno pronto, Summer City ha gozado siempre de una buena primavera. Luego dio media vuelta y salió de la estancia.
 Los jóvenes volvieron a quedar solos.

  —Dany.

  —¿Sí?

  —Me voy a casar contigo.

  —No tengo oficio ni beneficio, Lydia.

  —Lo vas a tener.

  —¿Quieres que esté publicando eternamente mi historia?

  —No, no es eso. Graham tiene un rancho y ha pensado que tú puedes ser un buen capataz.

  —Se lo has pedido tú, ¿verdad?

  —No, Dany. Te juro que fue cosa suya.

  —¿Aquí, en Summer City? —murmuró él.

  —Todos te van a querer mucho, Dany. Estoy segura de que será así. Dany titubeó unos instantes. La joven se acercó a él.

  —Te quiero, Dany, te quiero.

  —Sí, Lydia. Creo que voy a aceptar. Lo deseo con todas mis fuerzas.

  La boca de ella fue al encuentro de la de él, y de esa forma, el hombre que se había conocido con el nombre de Asesino Murray empezó definitivamente una nueva vida.

   

  FIN

 

   

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