CAPÍTULO XI
—¿QUÉ ha sido eso? —preguntó Bing.
—¡Los han liquidado! —gritó Saxon—. ¡Ellos los han liquidado! Es el sheriff y su gente. ¡Están ahí fuera!
—El sheriff —repitió Bing.
—¿No te lo advertí antes? Murray nos ha traicionado. Bing Thorne se arrancó el pañuelo de la cara.
Uno de los espectadores que estaba con las manos en alto miró el rostro del forajido y lanzó un grito de terror.
—¡Bing Thorne!
Luego sus piernas se negaron a sostenerlo y se derrumbó en el suelo, desmayado.
Una ola de pánico se abatió sobre los hombres que se encontraban en el interior del Banco. La respiración de Bing se hizo jadeante. Tenía los ojos fijos en el rostro de Dany.
—¡Perro traidor…! ¡Has sido tú…! ¡Tú, Dany…! Desde la calle llegó la voz del sheriff.
—¡Entregúese, Bing! ¡Está perdido!
Bing se acercó a la ventana y sacó el otro revolver de la funda. Golpeó con la culata los cristales y estos saltaron hechos añicos. Luego se pegó a la pared sin dejar de apuntar con el arma a Dany.
—¡Bing Thorne nunca se entregara, sheriff!
—Los hombres que intentaron huir han muerto —respondió Huxley—. A ti te va a pasar lo mismo, Bing… A No tienes escapatoria.
Bing soltó una risita.
—Te demostraré que estás equivocado, pero primero voy a a justar las cuentas con el canalla que dio el soplo.
Dany había apoyado una mano en la ventanilla y de pronto saltó en el aire. Bing apretó el gatillo.
Dany desapareció por el otro lado. En ese instante Saxon lanzó un grito y empezó a hacer fuego contra la madera tras la que Murray se había refugiado.
La habitación se llenó de humo y de olor acre de la pólvora. Los ciudadanos que estaban en el recinto se tiraron al suelo despavoridos.
Luego se hizo un silencio.
—¡Yo me lo he cargado! —exclamó Saxon riendo con los ojos desorbitados—. ¡He matado a Murray!
—¡Vamos, rápido! —dijo Bing—. Saldremos por la casa de juego.
Saxon abrió la verja y vio al fondo el cuerpo de Dany Murray inmóvil de bruces. Rió otra vez.
—Ahí lo tienes, Bing. El difunto Dany Murray. Thorne observó también al joven.
—Sólo tuvo lo que se merecía. Nadie es más listo que Bing Thorne. Me deshice de él cuando me estorbaba, pero tuvo suerte en que el sheriff le sorprendiese por la espalda. Él era demasiado listo para meterle en la ratonera con los demás muchachos por eso le tendí una trampa especial. Era un tipo peligroso, Saxon. El más peligroso de todos.
Saxon se echó a reír. Apuntaba con el revólver el vientre de su jefe.
—Eres muy listo, Bing.
De pronto golpeó con el revólver la muñeca armada de Bing, y éste lanzó un grito de dolor y dejó caer el «Colt» al suelo.
—¡Maldita sea, Saxon! ¿Es que te has vuelto loco?
Saxon se alejó de Bing deteniéndose junto a la puerta que comunicaba con la parte trasera de la casa.
—No, no me he vuelto loco, Bing.
—¿Qué te pasa?
—Que aquí va a acabar tu historia.
—No te entiendo.
—Fui yo quien dio el soplo al sheriff..
—¿Tú, Saxon? ¡No…!
—Sí, jefe. Fui yo.
Bing sacudió la cabeza haciendo un gesto de perplejidad.
—No puedes haber hecho eso, Saxon.
—Sí, lo hice.
—¿Por qué?
—Por los catorce mil dólares que dan por tu cabeza y porque estaba harto de oírte decir que eras el más listo de todos, y por otras muchas razones, entre ellas, la más importante, porque me convenía.
—¡Te voy a arrancar el corazón, Sam!
—No, tú ya has dejado de hacer daño, porque yo soy el que te va a entregar al sheriff y ellos se van a encargar de hacerte colgar de un árbol —Saxon hizo una pausa y levantó la voz dirigiéndose a los hombres que le escuchaban—, ¡Eh, uno de ustedes! Dígale al sheriff que entre.
Bing Thorne lanzó un rugido y tiró del revólver que gravitaba junto a su cadera izquierda, pero en aquel instante el arma que esgrimía Saxon vomitó fuego dos veces.
Bing Thorne se estremeció al recibir la carga mortífera. En su pecho aparecieron dos agujeros. Abrió mucho la boca y desorbitó los ojos. Luego empezó a andar hacia Saxon. Este lo observaba atemorizado.
—Vamos, cae, Bing… Te he matado.
Thorne continuó andando vacilante. Intentó sacar el revólver con la mano izquierda, pero no tuvo fuerzas para ello.
Saxon retrocedió internándose por el hueco.
Disparó otra vez, sobre Bing, quien se detuvo un instante y se arqueó.
Dany empezó a moverse en el suelo. Sacudió la cabeza. Sentía que la frente le ardía.
Tocóse con la mano y comprobó que la bala le había rozado la piel. Le brotaba mucha sangre de la herida. Intentó moverse y se dio cuenta de que también había sido alcanzado en una pierna. El proyectil de la cabeza había partido del revólver de Bing Thorne. El otro formaba parte de la andanada que le había enviado Saxon a través de la madera.
Levantó la mirada y vio a Bing Thorne quieto, mirando hacia el fondo con los ojos muy abiertos.
—¡Saxon! —le oyó gritar.
Movió otra vez la cabeza y la imagen fue más clara. Entonces sacó el revólver de su funda derecha y empezó a levantarse. La pierna le dolía mucho. Se miró el muslo y vio los orificios de entrada y salida. Había tenido suerte. El plomo no había interesado ningún hueso.
Bing Thorne cayó de rodillas en el suelo y alargó la mano, apoyándola en una silla. Se oyó la voz del sheriff desde la calle.
—¿Qué pasa, Saxon?
Dany no podía ver a Saxon, pero oyó su voz cuando respondió al sheriff:
—¡Me lo he cargado, Tuxley,..! ¡Se está muriendo..,! ¡Ya puede entrar! Dany se había puesto en pie.
—¡Saxon! —gritó—. ¿Dónde estás…? ¡Ven aquí! ¡Ahora también tengo yo un revólver en la mano! Bing Thorne volvió la cabeza mirando a Murray. Por su boca resbalaba un chorro de sangre.
—¡Dany! —exclamó.
Dany empezó a andar, renqueando con la pierna herida.
—¡Murray! —gritó Saxon desde dentro—. ¡Maldito seas…! ¿Cuántas vidas tienes?
—Las suficientes para acabar contigo —respondió Dany. Luego oyó unos pasos precipitados. Saxon emprendía la huida. Bing miró a Murray.
—Dany, muchacho, esto es el final.
Murray se detuvo unos instantes observándolo. Sus labios dibujaron una mueca.
—Elegimos mal, Bing. Eso fue todo…
—Sí —respondió Bing—. Elegimos mal —y luego se derrumbó sin vida en el suelo. Dany lo contempló a sus pies y se internó por el corredor. Al final había una escalera. A sus espaldas oyó las carreras de los empleados y las voces que llegaban desde fuera. Apoyó la mano libre en la baranda y se arrastró hasta arriba.
Un poco más allá descubrió una ventana. Sobre ésta descansaba un gran tablero que iba a parar a la otra parte.
Saxon le hizo fuego desde la casa de enfrente. Pero estaba demasiado nervioso y la bala se clavó en el madero, arrancando esquirlas que golpearon en la cara de Dany. Luego, Saxon desapareció otra vez.
Dany se internó por el puente que los forajidos habían tendido para facilitar su paso al Banco. Llegado al otro lado, se descolgó, saltando sobre la pierna sana.
Encontróse con otro pasillo, el cual recorrió moviéndose todo lo aprisa que pudo.
Fue a asomarse por el hueco del fondo y de pronto sonó un estampido. La bala vino de abajo y se incrustó en el techo.
—¡Murray, déjame escapar! —pidió Saxon.
—¿No tienes una puerta para hacerlo? —preguntó Murray.
—No puedo salir a la calle. —¿Por qué?
—Los tipos que había en el Banco habrán contado al sheriff lo que ha pasado y sabrá que lo engañé.
—¿En qué lo engañaste, Saxon?
—Dije que tú estabas de acuerdo con Bing para pegar el asalto y el sheriff si las arreglará para asarme. No le fui simpático,
—Muy bien, Saxon. Tienes un camino. Tira el revólver y entrégate.
—¿Es esa tu última palabra?
—No tengo otra. Bing era un forajido, pero tú lo has asesinado y lo vas a pagar.
—Lo maté en legítima defensa.
—Lo provocaste porque sabías que tenías todas las ventajas.
—Escucha, Murray, tú y yo podemos hacer grandes cosas. Te lo dije la primera vez. Hagamos las paces. Somos dos tipos buenos con el revólver, los mejores que hay. Iremos a El Paso. Este sheriff de pacotilla no nos podrá echar el guante.
—No, Saxon. No hay acuerdo.
—¡Maldita sea! Tú eres Asesino Murray, un ex presidiario. No puedes ponerte ahora al lado de la ley.
—Sí, Saxon. Soy Asesino Murray, un ex presidiario, pero nunca es tarde para echar marcha atrás.
—Estás haciendo una comedia, Murray: Apuesto que los estás engañando a todos. Ese es tu plan, Cuando se confíen pegarás un buen golpe. Muy bien Murray, estoy contigo. Yo te ayudaré.
—Estás gastando demasiada saliva, Saxon. Hubo un silencio.
Dany ya sabía el lugar donde se encontraba Saxon. Estaba hacia la derecha, pero él, Dany, tenía qué bajar una escalera para encontrarse en el saloon.
Saltó hacia la otra parte del corredor, apoyando las palmas de la mano en la pared.
Vio a Saxon al fondo. Saxon estaba preparado y disparó, pero le temblaba la mano y no pudo hacer blanco.
Seguidamente desapareció tras el mostrador. Dany bajó la escalera silenciosamente con el revólver por delante. Llegó abajo.
Vio algo que se movía a su izquierda e hizo fuego. La bala encontró en su camino una botella que estaba sobre la madera, la cual reventó hecha pedazos.
—Vamos, Saxon —dijo—. ¿Por qué no sales? El forajido no le contestó.
—¿Es que tienes miedo, Saxon…? Ignoraba que fueses una rata.
Saxon apareció de pronto por el extremo más cercano a la puerta de la calle. Apoyó los revólveres encima de una mesa, pero mucho antes que pudiese empezar a disparar. Dany apretó el gatillo tres veces.
En la frente de Saxon aparecieron dos orificios. Se quedó muy quieto y luego empezó a derrumbarse.
Había muerto antes de quedar tendido en el piso.
Dany contempló el «Colt» con el que acababa de matar a Saxon. Luego lo arrojó lejos de sí. El arma golpeó contra la pared y cayó al suelo.
Dany echó a andar y salió a la calle.
Vio los cadáveres de dos forajidos de bruces en el polvo. El sheriff estaba un poco más arriba, junto a la puerta del Banco. Media docena de hombres le rodeaban. Todos miraban a Dany Murray.
El joven se humedeció los labios con la lengua y echó a andar con su pierna herida. Cuando llegó a la altura del sheriff, se detuvo un instante.
Los dos hombres se miraron.
Nadie dijo nada. Luego Dany continuó su camino y la mirada de aquellos hombres lo acompañó.