CAPÍTULO V

 

 

  TAB HOPPER y Joe Varden se hallaban parapetados tras unas rocas, desde donde se dominaba el camino a Summer City.

  —¿Y si nos hubiésemos equivocado? —preguntó Joe.

  —¿Qué quieres decir?

  —Es posible que Murray haya decidido no regresar a la ciudad. Después de todo, quizá no le interese traicionar a su jefe y, tal como están las cosas, el mejor camino para él es largarse a otra parte.

  —Tonterías. Murray volverá a Summer City. Como dijo Saxon, tiene una magnífica oportunidad para demostrar que es un tipo muy grande. ¿Es que no te das cuenta? Pegará el soplo y le darán una buena bolsa de dinero. Está claro que no tiene un solo centavo. No podrá resistir la tentación.

  —Bueno, ojalá no te equivoques. Tengo ganas de soltarle un buen pildorazo. De pronto llegó a sus oídos un galope.

  Los dos forajidos cambiaron una mirada y sonrieron.

  —Ya está ahí —dijo Joe, y se echó el rifle a la cara apoyándolo en la roca.

  —No falles, Joe —dijo Tab.

  —No te preocupes, no fallaré.

  Tab sacudió la cabeza y sacó un revólver de la funda, mientras decía:

  —Yo lo remataré si no te lo cargas.

  —No hará falta.

  En aquel instante Dany Murray apareció por entre unos árboles de la derecha. Joe lo siguió por el punto de mira.

  —¿Por qué diablos tiene tanta prisa? —dijo—. Se mueve demasiado. Pero da igual. Lo voy a cazar. Apretó el gatillo. Se oyó un estampido y de pronto Murray y su cabalgadura rodaron por el suelo, levantando una gran polvareda.

  —¡Hurra! —gritó Joe—. Lo he alcanzado.

  —Buen tiro, muchacho —dijo Tab.

  Murray siguió rodando hasta desaparecer tras unas piedras.

  El polvo se fue asentando otra vez sobre la tierra, y los dos pistoleros pudieron ver que el caballo de Murray estaba completamente inmóvil

  —¡Maldita sea! —exclamó Tab—. No le acertaste a él, sino a su montura.

  En ese momento, del lugar que había desaparecido Murray, brotó un fogonazo. El proyectil golpeo contra el rifle que esgrimía Joe y lo partió en dos.

  Tab y Joe se tiraron al suelo soltando una retahila de imprecaciones.

  —¡La has hecho buena, muchacho! —rezongó Tab—. ¿Y tú eras quien no falla un disparo con el rifle?

  —No sé lo que ha pasado. Me puse nervioso.

  —¡Infiernos! ¿Crees que éso es razonable? Estás matando durante toda tu vida y justamente cuando hemos de liquidar a la persona más importante te pones nervioso. Si salimos de ésta, te juro que te voy a echar todas las muelas abajo.

  —Somos dos, ¿no es así? —retrucó Joe—.No podrá con nosotros.

  —Hemos de tener cuidado. ¿No viste cómo se cargó a Luke, y cómo ha partido ese rifle? Es cierto lo que Bing nos decía de él. En mi vida he conocido a un tipo que haga más filigranas con un revólver, pero se me ocurre algo que va a acabar con su racha.

  Tab dirigió una mirada a su alrededor. Las rocas en aquella parte formaban una línea casi uniforme que se empinaba por una ladera.

  —Tú te quedas aquí, Joe.

  —No quiero quedarme solo. Está claro que si estamos juntos terminaremos por cargárnoslo.

  —Eres un estúpido, Joe. No entiendes de estrategia. Quiero dar la vuelta por las rocas y sorprenderlo por la espalda. Lo único que tienes que hacer tú es disparar sin interrupción para entretenerlo.

  —¿Crees que eso va a resultar?

  —Ya verás como sí. Vamos, empieza ya.

  Joe asomó el revólver, pero no así la cabeza e hizo fuego.

  Tab hizo una mueca y empezó a avanzar agachado, siguiendo la línea de las rocas. Alejóse como cosa de unas veinte yardas de su compañero.

  Oyó que Murray y Joe se estaban tiroteando y una sonrisa distendió sus labios. Su truco surtía efecto.

  La línea rocosa trazaba un poco más allá una curva y luego empezaba a descender formando una especie de circo. En la barrera de abajo se encontraba Murray.

  Avanzó más aprisa. De pronto un grito de muerte rasgó el aire.

  —¡Tab! —oyó la voz de su amigo—. ¡Me ha matado!

  Volvió la cabeza rápidamente y vio a Joe en pie mirándose el pecho, en cuyo centro tenía un agujero.

  Luego Joe se desplomó de cabeza y todo quedó en silencio. Tab siguió su camino, aunque ahora tomó más precauciones. De pronto, oyó el golpe de una bota contra un guijarro.

  Santo cielo, Murray había tenido la misma idea que él y salía a su encuentro, pero él estaba mucho más cerca de la curva que Murray. Llegaría antes y lo esperaría. Sería estupendo. En cuanto Murray apareciese, le metería una bala a quemarropa.

  Contuvo la respiración y dio unos pasos sigilosamente. Luego se aplastó contra la piedra calcárea que tenía a sus espaldas y esperó.

  No escuchó ningún otro ruido. Murray también debía estar asustado. De pronto, oyó una voz que le llegaba de arriba:

  —¡Quieto, chico!

  Pero no se estuvo quieto. Se tiró hacia adelante haciendo girar el cuerpo y el arma que esgrimía. Por un insignificante espacio de tiempo vio a Murray de pie, en el borde del círculo de rocas, apuntándole. Tenía que matarle antes de que hiciese fuego contra él. Pero Murray fue mucho más rápido. Apretó el gatillo y Tab sintió que una aguja al rojo vivo le agujereaba los intestinos.

  Sintió un terrible dolor y cuando disparó sobre Murray falló la puntería porque su brazo se había encogido instintivamente. Luego, al caer contra el suelo, golpeó contra una piedra y sintió un fuerte calambre.

  Murray hizo fuego otra vez y el revólver de Tab voló por el aire. Tab se quedó con la boca abierta mirándole.

  —¡Murray…! ¡Maldito seas!

  —Lo siento, muchacho, pero era mi vida o la tuya. Si te hubieses estado quieto, ahora seguirías vivo.

  Y al oír aquellas palabras, Tab Hopper supo que se iba a morir. Era como si le estuvieran metiendo en el vientre una barra de hierro candente. Infiernos, cómo dolía aquello.

  —¿Quién os envió, Tab?

  —¡Vete al diablo!

  —Fue Bing, ¿eh…? Confiésalo, Hopper. Fue Bing Thorne quien os envió contra mí.

  Y de pronto, Tab pensó que se podría morir con una satifacción, la de no decir a Murray quién era realmente la persona que les había indicado la conveniencia de acabar con él.

  —Habla, Hopper —oyó que le gritaba Murray.

  Pero Tab sintió que una nube esponjosa se interponía entre Murray y sus ojos. Luego todo empezó a dar vueltas. Soltó un grito y finalmente se murió.

  Murray contempló el cadáver unos instantes. Finalmente, hizo girar el revólver en su índice y lo enfundó.

  Saltó del círculo de rocas un poco más arriba y encontró los dos caballos de los forajidos. Eligió el que le pareció de más estampa y, después de montarlo, continuó su camino hacia Summer City.