CAPÍTULO IV
—¡DANY, muchacho! —exclamó Bing Thorne, penetrando en la estancia.
Era un hombre de unos cuarenta años de edad, de regular estatura, más bien grueso, rostro ancho, cejas muy espesas, nariz chata y hocico algo saliente.
Dany lo observó con los ojos fruncidos, sin decir nada.
—Vamos, chico, ¿es que no me vas a dar un abrazo?
—¡Bing Thorne! —exclamó Dany.
El jefe de los forajidos soltó una larga carcajada.
—Está demasiado emocionado.
Saxon rompió a reír, lo mismo que los demás pistoleros. El único que no podía hacerlo era Luke, porque estaba muerto.
Bing acercóse rápidamente a Murray y lo estrechó contra su pecho, palmoteándole en la espalda.
Pero Murray estuvo quieto. Luego Bing dio un paso atrás.
—Bueno, di algo, Dany, o empezaré a creer que te has quedado mudo.
—¿Qué significa esto, Bing? —preguntó Murray.
—Una buena treta, ¿eh? Les he hecho creer que me liquidaron en Laredo y todos lo han creído.
—Pero ellos verían tu cadáver, Bing.
—No, ellos vieron el cadáver de otra persona. Se me ocurrió el truco cuando me encontré en Laredo a un tipo que se parecía mucho á mí. Naturalmente, no éramos dos gotas de agua, pero tú ya sabes lo que pasa. Cambian bastante cuando estiran la pata.
—¿Quieres decir que lo asesinaste para que ocupase tu lugar?
—Oh, no, murió de muerte natural, ¿no es verdad, muchachos? El hombre estaba muy resfriado y a los chicos sólo se les ocurrió meterlo en un pozo. Cuando lo sacaron, estaba muerto.
Dany no movió un músculo del rostro.
—¿Y lo dices ahora, Bing? ¿Por qué me has hecho balear a uno de tus hombres?
—Oh, eso… —Bing miró a Luke—. Sólo quise demostrarles que tú eras un tipo mejor que ellos. Durante todos estos años les hablé mucho de ti. Pensaban que eran exageraciones mías y que no podía haber nadie con esa rapidez que tú tienes con el revólver. Ahora supongo que no tendrán ninguna duda.
—No hacía falta ninguna prueba, Bing —opuso Dany.
—Bien, no vamos a discutir por eso. Lo importante es que otra vez estemos juntos. ¿Qué haces con ese revólver, Dany? Mételo otra vez en la funda. No me gusta que me apunten con el revólver, ¿sabes? Soy muy supersticioso.
Dany hizo girar el revólver en el dedo índice y lo enfundó.
—¿Conoces a Saxon? —preguntó Bing—. Es un gran muchacho, un tipo que llegará lejos. Lo dije desde el primer momento que lo vi. Casi tira tan bien como tú y si te descuidas un poco, lo hará mejor aún.
Dany miró a Saxon y dijo:
—Quizá ocurra.
—Bueno ahora vamos a hablar de nuestras cosas —declaró Bing—. En cuanto me enteré de que salías, me prometí que te haría un recibimiento como tú mereces. ¿Sabes lo que vamos a hacer?
—¿Qué?
—Nos iremos a El Paso para festejarlo. Estaremos allí un par de días. Lo pasaremos en grande. Allí hay muchas mujeres, Dany, justo lo que a ti te conviene ahora. Apuesto a que las has echado de menos, muchacho. Cinco años son muy largos.
—Esto me recuerda algo, Bing.
—¿El qué?
Dany disparó su puño derecho, estrellándolo contra el mentón de Bing, quien lanzó un grito y se desplomó de espaldas en el suelo.
Saxon y otros dos hombres desenfundaron el revólver como centellas y apuntaron a Murray.
—¡Quietos, muchachos! —gritó desde el suelo Bing Thorne. Hubo un silencio espectacular.
Bing movió a derecha e izquierda la barbilla. Ya no reía. Sus ojos brillaban con más intensidad que antes, mientras observaba á Dany.
—¿Qué significa esto, muchacho?
—Ya te lo contaré, Bing. Me prendieron por tu culpa.
—No sé de qué me hablas, maldita sea.
—Sí, Bing, lo sabes perfectamente. Me ordenaste que fuera a aquella casa para esperarte. Yo fui allá, pero tú no acudiste. Esperé como era mi deber quince minutos más. No podía imaginar qué te había ocurrido, y luego el sheriff de Summer City me sorprendió por la espalda. No tuve oportunidad para escapar.
Bing se puso en pie.
—Aquello no fue obra mía, muchacho. Ocurrió por casualidad.
—Tonterías. Me traicionaste, Bill.
—Maldito seas… Si fuese cualquier otro hombre el que me dijese eso, te juro que le haría arrancar la piel a tiras —hizo una pausa y de pronto echó a reír—. Pero contigo es diferente, siempre fuiste mi favorito. Yo te diré lo que pasó, Dany. Cuando estaba a punto de llegar al lugar de la cita vi desde lejos al sheriff con un par de docenas de hombres. Estaban muy cerca de la casa. Si hubiese seguido adelante, también me hubiesen capturado. ¿Qué hubieses hecho en mi lugar?
—Una cosa bien sencilla. Habría sacado el revólver y disparado al aire para avisar a mi compañero.
—Bueno, quizá no acerté en la elección del procedimiento, pero yo pensé que era mejor no avisarte porque te cogerían vivo. ¿Te das cuenta? ¿Qué podías hacer tú contra el sheriff y su ejército? Me imaginé que tu captura sólo podría acarrearte unos cuantos años de condena, que es precisamente lo que ocurrió.
—Bien, voy a admitir eso, Bing. Después de todo, tú y yo nos vamos a separar.
—¿Qué dices?
—Lo que oyes, Bing.
Saxon levantó el revólver unas pulgadas.
—Con que éste es tu famoso Asesino Murray, ¿en, Bing?
—¡Cállate, Saxon! —exclamó Bing—. Soy yo el que habla con él.
—Ya veo que estás hablando con él, pero, ¿qué es lo que adelantas?
—¡Silencio! —gritó Bing. Esperó unos instantes y luego frunció el ceño observando a Murray—.
¿Qué mosca te ha picado, Dany? He formado una buena banda y lo mejor es que todos creen que no existo. Tengo grandes planes. Apuesto a que en cuanto te cuente el primero se te hace la boca agua.
—Ahórrate las explicaciones. Sólo quiero una cosa, Bing.
—¿El qué?
—Mis cinco mil dólares. Bing volvió a tornarse serio.
—¿Tus qué…?
—Estuviste escuchando detrás de la puerta, Bing. No te hagas el tonto. Sabes a qué cinco mil dólares me refiero.
Bing Thorne se mordió el labio inferior con fuerza.
—No me gusta que emplees conmigo ese tono, Dany.
—De acuerdo, Bing. No emplearé ese tono. Bastará con que me largues la pasta y no tendrás que escucharme más.
—¿Es esa tu forma de comportarte conmigo, Dany? He sido como un padre para ti, como un hermano… Te enseñé muchas cosas.
—Prefiero no recordar aquello, Bing.
—¿Con qué maldito tropezaste en la cárcel, Dany…? ¿Quién te sermoneó? —Bing empezó a recorrer la estancia a grandes zancadas, nervioso, golpeando el puño contra la palma de la otra mano—. ¡Dímelo! ¡Dime quién fue y te juro que le arrancaré la lengua! Tú no eres Dany Murray.
—Quizá no lo sea.
—¡Infiernos! Es muy lamentable que hayas estado en la cárcel, lo reconozco. Confieso que han sido cinco años y que es un período de tiempo en el que muchas personas cambian, pero, ¡que me maten si yo esperaba que tú cambiases de esa forma!
—Es una discusión que no conduce a nada.
—¿Tú crees?
—Estoy firmemente resuelto a marcharme, Bing.
—¿Y qué harás?
—Es cuenta mía.
—Escucha, muchacho. Otros antes que tú lo han intentado. Han querido emprender una nueva vida, eso que llaman trabajar honradamente, pero todos se han muerto de asco. Tú estás marcado, Danny, ¿es que no lo sabes? Te llaman Asesino Murray. No podrás lavar esa mancha con ninguna clase de jabón… ¡Ni siquiera con guijarros del río! Allá, donde quiera que vayas, te acompañará. Eres un salteador, un ladrón, alguien que ha estado en presidio. No te admitirán en ninguna parte… ¿Lo oyes, Dany? ¡En ninguna parte!
Bing respiró agriadamente. Seguía paseando nervioso como un león enjaulado. De pronto se enfrentó otra vez con Murray.
—Y ahora date cuenta de lo que yo te ofrezco. Vamos a pegar un golpe, Dany.
—No quiero saber nada.
—¡Tienes que saberlo! Hasta ahora siempre hicimos cosas de tres al cuarto. La mayoría de las veces mil dólares ha significado para nosotros toda una fortuna. Es cierto que hemos pegado otros golpes de mayor envergadura, pero todos son pura miseria comparados con el que ahora tenemos entre manos, Dany. ¿Has visto alguna vez reunidos cincuenta mil dólares?
—No.
—Claro que no. Pues escúchalo bien. Yo sé dónde están —Bing echó el torso hacia adelante con los ojos desorbitados—. ¡Sí, Dany, están en un lugar descansando, esperándonos…! ¡Y nosotros solamente tenemos que llegar allí y cogerlos! ¿Te das cuenta…? ¡Cincuenta mil dólares! Y los podíamos tener esta misma semana, Dany. Suspenderemos el viaje a El Paso. Yo quería ir sólo por ti, para que te repusieras un poco. Ya sabes, comprendo que lo de la cárcel no habrá sido un paraíso para ti, pero si tú quieres, podemos demorar la diversión para cuando seamos ricos.
Bing hizo otra pausa y se echó a reír.
—Bonito, ¿verdad, Dany? ¿Es que no te alegra el corazón? Además, tú te llevas una doble satisfacción: atrapar el dinero y dejar con un palmo de narices a ese condenado sheriff de Summer City… Porque entérate de una vez, Dany, el dinero está allí.
Dany se pasó una mano por la cara, apretándose las sienes.
—Olvida eso, Bing.
—Métetelo en la cabeza, muchacho. Será lo mejor que hayas oído en tu vida. Al fin, después de mucho tiempo, el Banco de Houston sé ha decidido a llevar dinero al de Summer City. Antes no lo hizo por temor a mí, pero ahora yo «estoy muerto». Tengo mis espías, ¿sabes? Hace un mes enviaron diez mil dólares. Quince días más tarde otros diez mil. Finalmente, ayer dejaron depositados en las arcas del Banco de Summer City treinta mil dólares más y están listos allí para ser cosechados por nosotros. Vamos a meterles mano esta misma semana. No pensaba hacerlo hasta dentro de quince días. Los muchachos están nerviosos y decidí darles tiempo para que se apaciguaran un poco. Pero da igual, lo adelantaremos unos cuantos días.
—No cuentes conmigo, Bing —repuso Murray. Hubo otro silencio.
—Así que estás decidido a emprender el buen camino.
—Sí, Bing. Estoy decidido. Y no necesito que nadie me aleccione. En la cárcel tuve mucho tiempo para pensar. Ahora sólo quiero lo mío.
—Tus cinco mil dólares.
—Eso es, Bing. Mis cinco mil dólares.
—No los tengo.
—No puedo creerte.
—Pagué a aquel tipo.
—No creo que lo hicieses. Me informaron que lo habías liquidado. De pagárselos, se los hubieses quitado después de muerto.
—Está bien; supón que fue así. Ahora no los tengo. Los gasté. ¿Lo vas entendiendo…? ¡Gasté tus cochinos y malditos cinco mil dólares. ¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a matar, Dany?
—No, Bing. No te voy a matar. Thorne lanzó una carcajada.
—Miradlo, muchachos, me está perdonando la vida. Él y yo fuimos como dos hermanos, como un padre y un hijo, y ahora me exige que le rinda cuentas. Una vez fue herido, le metieron una bala en la pierna y tuvimos que huir. Lo pude dejar en cualquier parte, tirado como a un perro, y los rurales lo habrían cogido. ¿Y qué es lo que hice yo? Lo ayudé. Sí, señor, yo mismo le saqué la bala porque no había un médico a cien millas a la redonda y lo tuve en mis brazos y lo tapé cuando tenía frío… Miradle bien, es un renegado, un traidor.
Bing escupió.
De pronto, Dany giró sobre sus talones y echó a andar hacia la puerta.
—¿Adónde vas? —gritó Bing—, ¡No te he dicho que te vayas! Dany se volvió.
—Me has dicho que no tenías el dinero, Bing.
—¡No, no lo tengo!
—Entonces no tenemos nada que hablar. Lo consideraré como perdido. Sam Saxon rio como una hiena.
—¿Es que crees que vas a salir de aquí, Murray? Es lo más gracioso que me ha ocurrido en mi vida. Murray cree que lo vamos a dejar marchar.
Dany fijó los ojos en el rostro de Saxon.
—¿Qué te ocurre a ti, Saxon?
—Voy a apretar el gatillo y no va a ser una vez. Te lo voy a vaciar entero en el cuerpo. Ya oíste al jefe. Eres un traidor y yo sé cómo tratar a los traidores.
Hubo un expectante silencio. Dany miró el negro ojo del revólver que le apuntaba al pecho. Saxon no dejaba de reír. De pronto restalló la voz de Thorne.
—No tires, Saxon.
Saxon replicó, sin apartar la mirada de Murray:
—Comprendo, jefe. Lo quieres matar tú. Muy bien. Tienes prioridad.
—A Murray no le matará nadie —sentenció Bing.
—¿Qué es lo que dices?
—Lo que oyes. Va a salir de aquí por su propio pie.
—¡No té das cuenta de lo que dices! —gritó Saxon—. Has informado a Murray del golpe que vamos a dar. ¿Qué crees que va a hacer él si sale de aquí con vida? Le faltará tiempo para correr al sheriff de Summer City y contarle lo que vamos a hacer con los cincuenta mil dólares que hay depositados en el Banco.
Hubo otra pausa. Bing miró a Murray.
—¿Qué dices tú, Dany?
—No diré nada.
—¡Y un cuerno! —chilló Saxon—. ¿Esperas que sea tan inocente para creerte? Eres un chivato. Tú mismo has reconocido antes que vas a emprender una nueva vida. Sí, señor, el gran Asesino Murray se va a colocar dentro de la ley. ¿Y qué mejor paso que dar un soplo? De la noche a la mañana se nos convertiría en un héroe. Ya estoy leyendo los titulares de los periódicos. Asesino Murray facilita la captura de Bing Thorne, Sam Saxon y de otros forajidos»… No, muchacho, a mí no me la pegas. Dany se frotó la mejilla con el dorso de la mano.
—Escucha, Saxon. No quiero nada con mi vida anterior y, por lo tanto, para lograr eso, tengo que alejarme de aquí lo más posible. No soy un traidor, Saxon. Aunque dudo que logréis atrapar esos cincuenta mil dólares por vuestros propios medios. El sheriff de Summer City es un hombre inteligente. Está al corriente de sus obligaciones y sabe arreglárselas bien cuando se trata de hacer frente a una pandilla de pistoleros. Lo probó hace cinco años y apuesto a que lo prueba otra vez si es que os atrevéis a dejaros caer por Summer City, pero repito que no diré una sola palabra.
Bing sacudió la cabeza.
—Yo te creo, Dany.
—¡Yo no! —exclamó Saxon—. Y sigo pensando que lo mejor para él es una buena ración de plomo.
—¡Soy yo el que manda aquí! —gritó Bing—, ¡Y si digo que se marche se va a marchar!
—De acuerdo, jefe —aceptó Saxon—. Que se marche, pero recuerda que te avisé. Si en Summer City ocurre algo, será por culpa tuya.
—¡Asumiré esa responsabilidad!
Durante unos instantes nadie dijo nada en la cabaña. Luego Bing sonrió a Murray.
—¿Ves, muchacho? Así es cómo yo me porto. Anda, ya puedes marcharte, y no quiero que lo hagas teniéndome rencor.
—No te lo guardo, Bing.
—Así me gusta, chico. ¿Quieres darme la mano?
—¿Por qué no?
Bing tendió la diestra y Dany la suya. Cambiaron un apretón y luego Dany echó a andar. Pasó junto a Tab Hopper, abrió la puerta y salió fuera, cerrando tras de sí.
Los forajidos quedaron inmóviles.
Poco después se oía el galope de un caballo. Dany Murray emprendía el regreso a Summer City. Sam Saxon soltó una maldición,
—¿Qué has hecho? No lo comprendo, Bing. Ese tipo ya no es de los nuestros y conoce nuestro secreto.
Bing estaba muy serio mirando al suelo. Sus ojos brillaron iracundos.
—¡No quiero oírte hablar más, Saxon! No le llegas a Dany Murray a la altura de las botas. Siento mucho que Dany se haya echado atrás pero también sé perfectamente que cumplirá su palabra.
—Lo que pasa es que te has ablandado, jefe. Dijiste que él era un merengue, pero creo que tú eres otro como él.
Bing se volvió como una fiera hacia Sam y le descargó un puñetazo en la cara.
Saxon trastabilló y cayó al suelo. Luego Bing desenfundó el revólver y le apuntó entre ceja y ceja.
—¡No consiento rebeldías, Saxon! Me fastidian los tipos que no saben medir sus palabras. Has creído que porque he tolerado a Dany Murray alguna cosa, te la iba a pasar a ti también, pero estás equivocado, amigo. Otra protesta y te juro que te vuelo la tapadera.
Saxon empezó a levantarse y sacudió la cabeza.
—Perdona, jefe.
—Estás perdonado.
Bing dio media vuelta, alejándose hacia la habitación del fondo, pero al llegar al umbral se detuvo y giró sobre sus talones, dirigiéndose a sus hombres.
—Será mejor que os vayáis entrenando con los revólveres. Haced ejercicios de puntería ahí fuera. Pegamos el golpe pasado mañana.
Luego se metió en la habitación y cerró de un portazo.
Saxon mantuvo la mirada fija en la puerta cerrada. Esta se abrió de pronto y apareció en el hueco la cabeza de Bing. Señaló el cadáver de Luke.
—Enterradle. No lo quiero ver aquí cuando salga.
Saxon hizo una señal a Tab y a Joe, los cuales cogieron el cuerpo de Luke y lo sacaron fuera. Saxon fue detrás de ellos.
Empezaron a hacer el hoyo detrás de la cabaña. Saxon se recostó en un árbol. Cuando Tab y Joe hubieron terminado su faena, Saxon dijo:
—Se me ocurre una idea, muchachos.
—¿Cuál? —preguntó Tab.
—¿Por qué hemos de arriesgarnos con Dany Murray? A pesar de lo que ha dicho Bing, yo estoy convencido de que al final dará el soplo. Seguro que será así. Naturalmente, él ha dicho que se estaría callado porque se jugaba el pellejo.
—Yo también opino igual —repuso Tab—. Y estoy seguro de que Joe Varden está con nosotros. Joe hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.
—Estupendo, chicos —sonrió Sam—, En tal caso sólo existe una solución. Si yo me marchase de aquí, Bing sospecharía algo. Vosotros podéis ir y pasar inadvertidos. El camino de Summer City es muy largo y vosotros lo conocéis bien. Si acecháis por un hatajo y os parapetáis en el lugar conveniente, apuesto a que Dany Murray no llega vivo a Summer City.
Tab Hopper y Joe Varden cambiaron una mirada. Luego Tab dijo:
—Creo que es lo mejor —sonrió a Saxon—. Dalo por hecho, Sam. Murray no llegará vivo a Summer City.
Los dos se dirigieron al establo, prepararon sus sillas y poco después salieron montándolas. Hicieron una señal con la mano a Saxon y partieron al paso, pero un poco más allá fustigaron sus cabalgaduras y éstas salieron disparadas hacia adelante.
Saxon, apoyado en el árbol, sonrió mientras se pellizcaba pensativamente la barbilla.