CAPÍTULO PRIMERO
EL viejo alargó la mano señalando al jinete que acababa de aparecer en la calle Mayor de Summer City.
—Ahí lo tienes —dijo al hombre que estaba a su lado—. Ese es Asesino Murray.
—¡Asesino Murray! —exclamó el otro—. Caramba, fue un forajido famoso,
—Sí, muchacho. Muy famoso, pero un buen día lo prendieron y lo ha pagado bien. Ha estado cinco años encerrado en la prisión de Amarillo. Salió la semana pasada.
—¿Por qué vino aquí?
—Eso es raro —se rascó el viejo la pelambrera—. Fue justamente en Summer City donde le detuvieron.
—¿Le echó mano el sheriff Huxley?
—Sí, y eso ocurrió durante el primer año de su mandato —el viejo hizo una pausa—. Anoche llegó un hombre de Santa Catalina diciendo que había visto allí a Murray. Entonces ya no tuvimos duda de que el presidiario tenía intención de venir aquí.
La gente salía de las casas y se movía hacia los bordillos de las aceras siguiendo con la mirada al jinete solitario.
El viejo carraspeó.
—Murray pertenecía a la banda de Bing Thorne.
—Leí en los periódicos del Este que Bing Thorne fue muerto hace seis meses —repuso su interlocutor.
—Sí, ocurrió en Laredo. Asaltó a un Banco y se llevó diez mil dólares, pero iniciaron una buena batida y cortaron la retirada de Bing Thorne hacia El Paso. Según contaron, fue la caza más espectacular que se ha dado a un delincuente. Mataron a seis hombres y entre ellos al propio Bing Thorne. Desde entonces reina la paz en toda esta región, Fred.
—¿Y qué pasará ahora con Murray?
—Todo el mundo dice que Murray querrá recuperar el tiempo perdido, que no tardará en organizarse su propia banda y que ha elegido el condado de Summer City como lugar favorito para cometer sus tropelías.
Ahora en la calle, distribuidos por las aceras, había no menos de un centenar de personas. El jinete avanzaba imperturbable mirando al frente, como si no fuese observado por nadie. El cielo era una inmensa bóbeda azul turquesa.
De pronto la voz de un hombre interrumpió el silencio.
—¿Qué vienes a hacer aquí. Asesino? Murray prosiguió su camino sin contestar.
—¡No te queremos aquí! —gritó otro—. ¡Y será mejor que te largues cuanto antes!
Murray prosiguió su marcha, inconmovible. Frisaba en los veintiocho años de edad y era moreno, de cabello y ojos muy negros y rasgos faciales que denotaban energía.
—¡Asesino! —gritó otro—. ¡Tu jefe ya no vive! ¡A Bing Thorne se lo están comiendo los gusanos y a ti también te llegará el turno si te quedas en Summer City!
Murray detuvo su cabalgadura frente al saloon de Suzy Lámar y descendió de la silla.
Era muy alto. Su talla estaría por el uno ochenta y dos. Cubríase con sombrero tejano de ala ancha, pañuelo rojo al cuello, camisa negra y pantalón oscuro que embutía en medias botas.
Junto a su cadera gravitaban sendos revólveres.
La gente observaba ávidamente sus movimientos mientras ataba las bridas al poste.
De pronto alguien arrojó una piedra que golpeó a unas tres yardas de Asesino Murray y fue rodando hasta sus pies.
El forajido se quedó inmóvil observando hacia el lugar de donde había partido la piedra. Su rostro era una máscara inexpresiva. Se agachó y cogió la piedra que apretó con la mano derecha.
Observó las caras que había frente a él al otro lado de la calle. Luego torció la boca y arrojó la piedra al suelo. Volvióse y dio dos pasos para dirigirse al saloon, pero antes tenía que subir la acera y, justo allí había una línea de hombres que le impedían el paso.
Murray se detuvo otra vez. Vio rostros hoscos, ojos que le miraban con llamaradas de odio.
Dejó colgar los brazos junto a los costados y reanudó su camino. Entonces un hombre se echó atrás y luego otro, y él pasó por el hueco que se había producido. Empujó las hojas de vaivén del saloon de Suzy y penetró en el local.
Sólo había un hombre dentro y estaba al otro lado del mostrador con un paño blanco sobre el hombro izquierdo. Era Elmer Booth, el empleado de Suzy.
—Hola, Elmer —dijo Murray.
Elmer observó al recién llegado con sus ojillos ratoniles.
—¿Cómo está, Dany?
—No me puedo quejar.
Una puerta se abrió al fondo y en el hueco apareció una mujer. Era rubia y muy esbelta y debía de estar por los cuarenta años de edad. Todavía era muy hermosa, su rostro era bello y se adivinaba que acababa de empolvarlo.
—¡Dany! —exclamó con voz emocionada—. ¡Dany Murray! Murray sonrió por primera vez desde su llegada a Summer City.
—Sigues siendo bonita, Suzy.
Suzy echó a correr hacia él y se echó en sus brazos. Murray la apretó contra sí y la rubia se puso a sollozar.
El la separó y vio sus ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué es eso, Suzy? ¿Tú llorando?
Suzy intentó reír forzadamente, pero lo consiguió a medias y mordióse el labio inferior. Volvió la cara hacia Elmer.
—¿Qué estás mirando? Pon dos whiskies para dos amigos. Elmer salió de su éxtasis y preparó dos whiskies enseguida. Suzy y Murray se acercaron al mostrador. Cogieron los vasos.
—A tu salud —dijo Murray.
—A la tuya, Dany —repuso Suzy. Bebieron de un trago el contenido.
Suzy miró hacia la puerta y vio un enjambre de cabezas. Todos querían saber lo que estaba ocurriendo dentro, pero nadie se atrevía a entrar.
—Tu regreso ha despertado una gran expectación, Dany —dijo Suzy.
—Me imaginaba algo, pero no creí que fuese tan popular.
—Han tenido la tranquilidad desde que murió Bing y ahora temen que sigas sus pasos. Dany sacudió la cabeza y observó la punta de las botas.
—Bing, muerto… Cuando me lo dijeron no pude creerlo.
—Yo tampoco.
—¿Cómo fue, Suzy?
—Se confió demasiado. Tú ya sabes cómo era él, jactancioso, fanfarrón. Pegó el golpe en Laredo y en lugar de marcharse directamente a la frontera se detuvo en un pueblecito. Eso dio oportunidad a que las autoridades de Laredo lo rodeasen. Cuando quiso darse cuenta, estaba metido en una trampa. No podía escapar más qué abriéndose paso a tiros. Lo intentó y perdió.
Tras las últimas palabras de Suzy, se produjo un profundo silencio. Murray se pasó la mano por la mejilla.
—Tenía que ocurrir un día u otro —dijo—. Pero cuando una cosa así sucede, uno se niega a admitirla.
Suzy hizo un gesto afirmativo, otra vez emocionada.
—¿Te han tratado bien allá, Dany?
—Muy bien, sí.
—Estás más delgado.
—Eso ha sido porque no podía comer tus guisos.
Suzy hizo chasquear los dedos.
—Eso se arregla enseguida. Te voy a organizar un banquete.
—Y yo lo acepto.
—Seré tu propia cocinera, Dany. Murray rió.
—Haré honor a la cocinera.
De repente las puertas de vaivén se abrieron y un hombre entró en el local. Estaba por los cuarenta años de edad y era de regular estatura, robusto, de fuerte constitución, frente despejada, ojos verdosos, nariz aguileña y mentón hendido. Sobre su chaleco exhibía una estrella de sheriff.
Dany había vuelto la cabeza y sus ojos se cruzaron con los del recién llegado.
—¿Qué tal, Murray? —preguntó el representante de la ley. De la calle llegaba un fuerte runruneo.
—Muy bien, sheriff. ¿Y usted?
—Todo marcha bien.
—Lo celebro mucho.
El sheriff se echó hacia atrás el sombrero y avanzó unos pasos hacia el mostrador. Se detuvo a unas yardas de Murray.
—¿De paso por aquí, Murray?
Dany invirtió unos cuantos segundos en contestar.
—Es posible que me quede algún tiempo.
—Eso no le va a gustar a la gente.
—No es cuenta mía.
—Ellos creen que usted volverá a las andadas, Murray.
—La gente piensa muchas cosas.
—Tienen sus razones. Les gusta vivir en paz y sólo la han disfrutado desde que murió Bing Thorne. Sobrevino una pausa.
—Yo estoy solo, sheriff —dijo Murray.
—Sí, Murray, está solo, pero no sabemos hasta cuándo lo estará…, Y además, usted para mí es mucho más peligroso que Bing Thorne.
—¿Por qué, sheriff?
—Tuve oportunidad de conocerle a usted bien, Dany, y le voy a confesar una cosa. Nunca vi a nadie tan rápido con el revólver.
—Pero usted me detuvo, sheriff.
—Sí, yo lo detuve, pero fue porque se me presentó la oportunidad de cazarlo por la espalda. No crea que lo he olvidado.
Dany sacudió la cabeza.
—La vida és así, sheriff. Todo consiste en que cada uno aproveche su oportunidad. El sheriff escrutó con los ojos fruncidos el rostro de su interlocutor.
—Este no es un pueblo para usted, Murray. Tiene, a todos en contra. Haría bien en marcharse.
—¿Es una orden?
—No, usted sabe que yo no le puedo ordenar que salga de Summer City. Usted es ahora un ciudadano como otro cualquiera, pero tal como están las cosas, si usted se fuese de aquí habría adoptado una buena decisión.
—Todavía no he pensado en eso, sheriff.
—Pues piénselo.
—Quizá lo haga en cualquier momento.
—Si yo estuviera en su lugar lo haría cuanto antes. Ya sabe cómo son algunos. Le odian a usted más que a ninguna otra persona en el mundo. Es posible que no haya nadie qué se atreva a enfrentarse con usted, porque en el fondo le tienen respeto, ¿pero qué pasará si uno de ellos bebe más de la cuenta? Se sentirán valientes y tratarán de matarlo, Murray —el sheriff hizo una pausa—. Eso es lo que me preocupa. Usted se verá obligado a defenderse y entonces correrá la sangre. Es lo que trato de evitar, Murray.
—Comprendo —repuso Dany—. Y le voy a dar una respuesta. No he venido aquí buscando pelea, sheriff. Si alguien atenta contra mi vida desenfundaré el revólver, pero haré todo lo posible por no tirar a matar.
—Eso no soluciona nada, Murray. Sólo se arreglará cuando usted se marche de aquí. No es necesario que emprenda el camino ahora mismo. Salude a sus amigos, esté un rato con ellos y entérese del ambiente que aquí existe contra usted. Le considero a usted un hombre inteligente, Murray. Usted mismo llegará a la conclusión de que en Summer City no hay lugar para Dany Murray.
Sobrevino otro silencio. Luego el sheriff giró sobre sus talones y, encaminóse a la puerta. Antes de salir volvió la cabeza.
—Han pasado cinco años, Murray. Y en Summer City han ocurrido muchas cosas. No se puede ir contra el progreso. Hoy los ciudadanos son conscientes de su poder. Saben que existe una ley y unos encargados de ejercerla. No se ponga frente a la comunidad. Si lo intenta será la destrución para usted. —Y dichas estas Últimas palabras, el sheriff empujó las hojas de vaivén y salió fuera. Suzy hizo una señal a Elmer para que escanciase en los vasos vacíos.
—Anda, bebe, Dany —dijo la rubia. Murray negó con la cabeza.
—Dos vasos es demasiado para mí.
—Si te oyese Bing se reiría.
—Supongo que se reiría, pero es la verdad. En la prisión no tuve oportunidad de probarlo.
—Aprovéchate ahora que puedes, Dany.
—No. Prefiero echar un sueño antes de comer, Estoy un poco cansado. Esta mañana he hecho muchas millas de un solo tirón.
—La habitación número uno está desocupada. Yo misma acabo de arreglarla. Sabes el camino, ¿verdad?
—Sí, lo recuerdo —respondió Dany.
—¿Cuándo quieres que te llame?
—No hará falta. En la cárcel me acostumbré a dormir el tiempo que quisiera. Me despertaré dentro de un par de horas.
Suzy se acercó a él, púsose de puntillas y le besó en la comisura de la boca.
—Bien venido, Dany.
Dany movió la cabeza y echó a andar hacia la puerta del fondo. De pronto se detuvo y observó la gente que había en la calle tras las hojas de vaivén.
—¿Es que te van a hacer el vacío, Suzy?
—No entrarán mientras tú estés aquí.
—Lo siento, no lo había pensado. Será mejor que me marche.
—Estáte quieto, Dany —dijo la rubia—. Prefiero tenerte a ti bajo mi techo que a todos ellos juntos.
—Pero será tu ruina.
—Podré soportarlo.
—Después de todo, creo que el sheriff tiene razón. No hay sitio para mí en Summer City.
Giró sobre sus talones y continuó su camino. Ascendió por una escalera y abrió la primera puerta de un corredor introduciéndose en la habitación.
Desprendióse de los revólveres, puso uno bajo la almohada y el otro sobre la mesilla de noche. Luego tendióse en el lecho y dio un suspiro, encontrándolo confortable.
Empezó a pensar y, tan sólo media hora más tarde, logró conciliar el sueño.