En el establo, Raif se ocupó del caballo antes de penetrar en el interior de la casa comunal. Shor Gormalin y los otros se habían adelantado, dejando las monturas en manos de la excitada banda de chiquillos que se había reunido a su regreso. Sin embargo, el caballo que montaba el joven no le pertenecía a él, sino que se lo había prestado Orwin Shank. Orwin criaba perros, caballos e hijos, y entonces, con dos de sus hijos muertos, afirmaba que tenía más caballos de los que necesitaba. Chad y Jorry ya no estaban, pero quienquiera que los hubiera asesinado había robado también sus caballos, de modo que Raif no veía cómo podía tener Orwin caballos extra de los que poder prescindir. No obstante, había conseguido hacerse con un par, y al día siguiente de regresar Bron Halcón con noticias de la casa Dhoone, le había ofrecido uno a Raif.

—No es nada —dijo el rubicundo esgrimidor de hacha—. Quiero que lo tengas. Y si prefieres llamarlo un préstamo, por mí no hay ningún problema, pero te lo digo ya ahora, Raif Sevrance: no pienso pedir que me lo devuelvas. Tú y tu hermano os ocupasteis de mis chicos, dibujasteis un círculo-guía para ellos, y tranquiliza a un padre por la noche pensar que descansan en su interior.

Más adelante, Raif averiguó que el guerrero también le había prestado uno a Drey.

Raif rascó el cuello del caballo gris. Orwin Shank era una buena persona, igual que Corbie Méese y Ballic el Rojo; sin embargo, ¿por qué se dejaban mandar por Maza Granizo Negro? El muchacho lanzó un largo suspiro, decidido a no enojarse. No existía una respuesta fácil, ya que Maza era persuasivo, mentía bien y sus historias llegaban a oídos ávidos.

Dejó caer el pestillo en la caballeriza del caballo. «¿Ahora qué?». Esa era la pregunta que realmente importaba. Siete días era un largo período de tiempo. ¿Qué otras cosas habría conseguido manipular Maza durante su ausencia de la casa comunal? Había regresado, eso al menos el joven lo sabía. Los niños no paraban de contar cómo había llegado al galope a la casa comunal a primeras horas de aquella mañana, había estado en el interior sólo un instante y luego había partido de nuevo al galope en dirección al Bosque Viejo. Estando él de nuevo fuera, había regresado el resto del grupo.

Había oscurecido ya, pues pasaban más de cuatro horas del mediodía, y Maza Granizo Negro había tenido mucho tiempo para recuperar el control de la casa comunal; así que Raif no imaginaba cómo correr desde los establos a escuchar lo que el autonominado jefe del clan tenía que decir podía suponer el menor efecto en nada ni en nadie. Cualesquiera que fueran las nuevas estratagemas que el otro hubiera concebido, estas sin duda se hallaban ya en marcha.

Apartando el heno a patadas de su camino, el joven recorrió el pasillo central del establo. Drey estaría dentro con Maza Granizo Negro. Si Raina Granizo Negro no hubiera hablado en la reunión antes de que los mesnaderos hubieran tenido tiempo de poner sus armas a su servicio, Drey habría puesto su mazo a los pies de aquel hombre. Raif veía aún mentalmente la impaciencia en el rostro de su hermano mayor, y la visión le producía náuseas, pues mancillaba todo aquello por lo que habían pasado juntos en el campamento.

El muchacho notó un sabor amargo en la boca mientras corría los cerrojos de la puerta del establo. Ahora que Drey había pasado los últimos siete días cabalgando junto a Maza, se hallaría sin duda por completo bajo el control del otro; sería otro miembro del grupo. Nada unía más a los hombres que compartir el peligro, y Maza Granizo Negro había pedido personalmente a Drey que lo acompañara en el recorrido hasta Dhoone.

Un sonido nada parecido a la risa escapó de la garganta de Raif. Al mismo tiempo que escogía con sumo cuidado a un hermano, Maza Granizo Negro intentaba, por todos los medios, conseguir que el otro hermano fuera enviado lejos a montar guardia al oeste, montar guardia en la zona occidental, a cien leguas al oeste de la casa comunal, en las heladas sombras azules de las Cordilleras Costeras, adonde los miembros ancianos del clan que no deseaban de la vida otra cosa que pescar, cazar cabras, fumar hojas de brezo y entonar las viejas canciones sobre cómo Ayan Granizo Negro había matado al último rey Dhoone, iban a terminar sus días.

Pero Shor Gormalin había intervenido para impedirlo.

—Me llevaré al muchacho Sevrance conmigo a ver a los Estridor —había dicho—. Al decir de todos es diestro con el arco, y no podemos permitirnos desperdiciar a un solo hombre en tiempos como estos. Estaré pendiente de él, me aseguraré de que no se desmande.

Nadie, ni siquiera Maza Granizo Negro, podía discutir con el espadachín más respetado del clan, de modo que Raif se había hallado formando parte del grupo de diez que partió a obtener información de los Estridor.

Habían sido siete días duros, en los que habían cabalgado día y noche. El caballo de uno de ellos se derrumbó bajo él, y tuvieron que cambiar todas las monturas a mitad de camino en el cobijo de Duff. En el viaje de regreso volvieron a recuperar sus caballos. Shor Gormalin no había dicho nada sobre velocidad o prisa, no había arrastrado a nadie a la silla de montar antes de que hubiera tomado su cerveza negra y pan con manteca por la mañana, sin embargo había conseguido crear en todos un ardiente deseo de regresar. En más de una ocasión Raif se encontró pensando si no habría sido la intención del guerrero volver a la casa comunal antes que Maza Granizo Negro. El joven se encogió de hombros, pero no alegremente. Si así era, el menudo espadachín rubio había fracasado por medio día.

Tras correr el último cerrojo, Raif se subió la capucha de piel de zorro y tomó ánimos para la corta carrera hasta la casa comunal. Ya no podía retrasarse más. Su caballo prestado había sido cepillado y alimentado, y la cosa empezaba a llegar a un punto en que su ausencia se echaría en falta; además era hora de que se enfrentara una vez más a Maza Granizo Negro.

El aire en el exterior era gélido e inmóvil. Raif apenas pareció estar allí un instante antes de que se hallara gritando su nombre a través de la fuertemente alquitranada madera de roble de la puerta principal de la casa comunal y obteniendo acceso al calor y la luz.

El lugar estaba atestado y lleno de algarabía. Los miembros coaligados del clan permanecían en grupos, entorpeciendo el paso por los pasillos, las escaleras y los vestíbulos. Vestidos con pieles curtidas y ropas de lana toscamente tejidas, se preocupaban por sus huertas, sus ovejas, sus hijos y su futuro. Raif no había visto nunca tantos granjeros y labriegos en la casa comunal a la vez, ni siquiera en pleno invierno. Quienquiera que hubiera sido enviado a las zonas más apartadas del territorio del clan para traerlos había hecho un buen trabajo. El joven no sabía ni el nombre de una tercera parte de la gente junto a la que pasaba.

Muchos menos miembros del clan por derecho y mesnaderos llenaban los vestíbulos, pero eso no significaba nada. Probablemente, Maza Granizo Negro los había convocado en la Gran Lumbre para una reunión.

—¡Raif! ¡Aquí!

Reconoció la voz de su hermano antes de verlo. Izándose con la ayuda de la piedra de un hachón, atisbó por encima de la multitud del vestíbulo de acceso, y si bien había planeado mostrarse distante con él, en cuanto vio a Drey de pie junto a la pared del otro extremo de la sala, con el barro y la grasa del camino todavía pegados a su persona y la sombra de una barba de siete días oscureciendo su mandíbula, lanzó un suspiro de alivio. Drey estaba de vuelta. Parecía cansado; su trenza estaba enmarañada con piel de zorro y las cadenas del mazo que recorrían el peto de cuero curtido estaban negras como si las hubieran puesto sobre el fuego. Aparte de algunas venas enrojecidas sobre el caballete de la nariz, su rostro tenía el mismo aspecto de siempre.

Manteniendo su puesto en el vestíbulo, Drey aguardó a que su hermano se reuniera con él.

—¿Has visto a Effie? —fue lo primero que dijo Raif después de que se estrecharon las manos.

—No —negó Drey con la cabeza—, pero otros sí. Estuvo fuera en el Bosque Viejo con Raina. Anwyn la vio regresar. Dijo que entró sigilosa como un ratón y se escabulló a su celda, pero ella envió a Letty Shank abajo con un poco de leche y pan de maíz.

Raif asintió, y se produjo un largo silencio.

—Así que —dijo Drey, hablando para romperlo— tú y los otros regresasteis sin problemas.

—Sí. La casa comunal de los Estridor está repleta de hombres de Dhoone. Todos los que escaparon o estaban fuera del lugar comunal cuando fue tomado se están agrupando en aquel viejo baluarte. —Mientras hablaba, Raif observó que Drey echaba un vistazo a las escaleras que conducían a la Gran Lumbre—. ¿Otra reunión? —inquirió, y su voz se endureció.

Drey bajó los ojos.

Raif tomó aire antes de hablar, pues resultaba difícil mantener la voz a salvo de la cólera que sentía.

—¿Cuándo me lo ibas a decir, Drey? ¿Cuándo se hubiera acabado?

—No, no es lo que piensas —el otro meneó la cabeza—. Maza Granizo Negro quiere casarse con Raina y…

—¿Raina? —El joven aspiró con fuerza, sintiendo como si lo hubieran arrojado en medio de un juego que carecía de sentido—. Ella jamás se casará con él. Es su madre adoptiva… Habló en su contra en la última reunión… —Sacudió la cabeza con energía—. Lo odia.

—No empieces con eso de nuevo, Raif —dijo Drey, y lanzó un juramento.

—¿Empezar qué? —A los oídos del muchacho su voz sonó malhumorada.

—Tergiversando la verdad. Inventando cosas. Avergonzándonos. —Se pasó una mano por la barba—. No eres el único que debe vivir con las consecuencias de lo que dices. Si no te importo yo y mi posición en el clan, lo comprendo, pero al menos piensa en Effie. Es joven. Ahora que nuestro padre no está, necesita que el clan cuide de ella. Y cada vez que abres la boca y dices algo malo sobre Maza Granizo Negro, le haces daño a ella, a la vez que a ti mismo. —Drey alargó la mano para tocar el brazo de Raif, pero este se apartó, y con un leve y poco convincente encogimiento de hombros, el otro dejó caer la mano al costado—. Maza Granizo Negro va a convertirse en jefe del clan, Raif. Y tú vas a tener que aceptarlo… por el bien de todos nosotros.

Raif miró a su hermano con cautela, pues tenía la sospecha de que este había estado practicando su discurso sobre la familia y la lealtad al clan desde hacía algún tiempo. Las palabras daban la sensación de algo forzado, preparado de antemano, y no sonaban apropiadas en Drey. Parecían más algo que Maza Granizo Negro diría. Los labios del muchacho se contrajeron en una sonrisa.

—¿Cuánto rato hace que me esperas, Drey? ¿Fue Maza Granizo Negro quien te hizo montar guardia aquí en el vestíbulo? ¿Te dijo que no se me podía dejar entrar en la Gran Lumbre hasta que hubiera escuchado lo que tenías que decir y luego hubiera asentido como debería hacerlo un buen hermano?

El color se acrecentaba en el rostro de Drey a medida que Raif hablaba.

—No fue de ese modo, Raif. Me preocupaba que el clan pudiera volverse en tu contra…, y Maza dijo que un hombre jamás atiende a razones cuando se trata de sí mismo, pero que cuando se le hace pensar en la familia…

—Drey. —El joven agarró a su hermano por los hombros, pues necesitaba que comprendiera—. Escúchame. No voy a hacer nada que os dañe a ti y a Effie. Maza Granizo Negro está poniendo palabras en tu boca. Fuimos tú y yo quienes estuvimos juntos en el campamento de los páramos. Tú y yo. Vimos lo que vimos, y mientras que nosotros nos mantuvimos fieles a nuestro relato, él no dejó de cambiar el suyo.

—¡Ya es suficiente, Raif! ¡Acaba con esto! —Drey se soltó violentamente de las manos de su hermano menor—. Maza me advirtió que eras demasiado joven para escuchar. —Sacudiendo la cabeza con repugnancia, se dio la vuelta y encaminó sus pasos hacia las escaleras.

Raif observó cómo su hermano se marchaba y, al cabo de un rato, su mano se alzó hacia el amuleto y se cerró con fuerza alrededor del duro pedazo de cuerno. El odio brotó a raudales de su interior, lo que enrojeció su piel y le provocó un fuerte escozor en la garganta. Apenas hacía una hora que había regresado y Maza Granizo Negro ya estaba haciendo girar el cuchillo.

Consciente de que la gente lo miraba, el muchacho dejó caer el amuleto sobre el pecho. Temblaba, y necesitó realizar un gran esfuerzo para controlar el cuerpo. Tras alisarse los cabellos y las ropas, siguió los pasos de Drey en dirección a la Gran Lumbre, mientras mantenía los pensamientos deliberadamente apartados de su hermano. No quería pensar en él entonces.

Las escaleras estaban repletas de gente, y los niños corrían arriba y abajo chillando y riendo como locos. Había grupos de mujeres sentadas en los escalones, que hablaban en voz baja, masticaban rodajas de fruta seca y remendaban piezas de ropa y arneses de cuero. Había el doble de antorchas encendidas de lo normal, y las columnas de grasiento humo negro sofocaban la atmósfera. Raif resistió el impulso de apartar a la gente a empujones de su camino. ¿Es qué no tenían ningún otro lugar al que ir? ¿Por qué Anwyn Ave no los había trasladado a celdas propias?

Se detuvo ante la puerta de la Gran Lumbre. Había dos hombres del clan custodiándola, y cruzaron las lanzas en cuanto lo vieron.

Rory Cleet, de cabellos dorados y ojos azules, y objeto de emocionado interés por parte de las jovencitas del clan Granizo Negro, fue el primero en hablar.

—No puedes entrar, Raif. Lo siento. Son órdenes de Maza Granizo Negro. Sólo miembros por derecho del clan y mesnaderos.

Bev Shank, el más joven de los muchachos Shank y ni siquiera un mesnadero aún, asintió.

—Lo siento, Raif. No es nada personal.

—Maza Granizo Negro no es jefe todavía. No tiene derecho a dar órdenes. —El muchacho dio un paso al frente—. Además, ¿cuándo fue la última vez que cualquiera de vosotros dos pueda recordar en que se colocaron guardas armados fuera de la Gran Lumbre?

Bev y Rory intercambiaron una mirada.

Este último aspiró con fuerza, mordiéndose los labios, y bajó la negra cabeza de la lanza unos centímetros.

—Mira, Raif. Esto no tiene nada que ver conmigo. Maza Granizo Negro dijo que vigiláramos que no entrara nadie, excepto miembros del clan que hayan jurado lealtad, así que eso es lo que hacemos. Es totalmente apropiado que aquellos que han pronunciado su juramento tengan el derecho de discutir sobre asuntos del clan en privado. —Los ojos azules de Rory se clavaron en los del joven—. Se habla de que Inigar escuchará juramentos la semana que viene, y tal vez tú y Bev podáis presentaros y convertiros en mesnaderos junto con el resto. Entonces, cuando vengas a mí pidiendo que te deje entrar, yo lo haré más que gustoso.

Raif sacudió la cabeza. Le caía bien aquel joven —era amigo de Drey y no era nada engreído a pesar de su apostura—, pero no estaba de humor para permitir que nadie le impidiera entrar en la estancia, así que se abrió paso hasta la puerta.

—Déjame pasar —ordenó.

—No puedo hacerlo, Raif.

Rory Cleet apretó la hoja plana de su lanza contra el brazo de Raif, y este agarró el asta del arma y tiró con fuerza de ella. Cuando el guerrero dio un traspié al frente, Raif le golpeó los dedos con el puño, y estos se abrieron soltando la parte superior de la lanza. Furioso, Rory lanzó un puñetazo que alcanzó al otro en la oreja y lo hizo caer al frente contra la puerta. La madera crujió, pero antes incluso de que pudiera tomar aire, Raif sintió la punta de la lanza de Bev Shank en sus riñones.

—Aparta, Raif —dijo, y las rojas mejillas de Shank se ruborizaron por la excitación.

Raif notó que la puerta se abría a su espalda y trastabilló hacia atrás. Un aire cálido y sin humo le acarició la parte posterior del cuello. Alguien avanzó desde el interior de la estancia.

—¿Qué tenemos aquí? —Era Maza Granizo Negro; sus dedos tamborilearon sobre cuero mientras hablaba—. El chico Sevrance causando problemas otra vez, por lo que veo. —Raif giró el cuello a tiempo de ver cómo el otro movía la cabeza en dirección a alguien que estaba en la habitación—. Creía que ibas a ocuparte de tu hermano, Drey.

Raif hizo una mueca de dolor, y agarrando el asta de la lanza de Bev Shank, apartó la punta de él. Las cosas iban de mal en peor, y aunque no pudo escuchar toda la respuesta de su hermano, las palabras «lo siento, Maza» le llegaron claramente.

—Por el peso de los Dioses de la Piedra, Maza. ¿Qué esperabas? ¿Cómo se te ha ocurrido poner guardia ante la puerta? —Orwin Shank se adelantó y agarró el brazo de Raif—. Te has vuelto a meter en líos, ¿eh, muchacho? —Dedicó un guiño a su hijo—. Buen trabajo con esa lanza, Bev.

El joven sonrió a su padre.

Rory Cleet retrocedió, pero sus ojos no perdieron de vista a Raif ni un instante. Los dedos de la mano derecha empezaban ya a ponerse morados y a hincharse.

Raif hizo ademán de decirle algo, pero Orwin Shank lo arrastró hasta la Gran Lumbre antes de que tuviera oportunidad de hablar.

—No tiene sentido dejar al chico ahí fuera —dijo, cerrando la puerta tras ellos—. Cabalgó hasta los Estridor con Shor Gormalin. Su informe será tan bueno como cualquier otro.

—Sí —repuso el aludido desde su puesto cerca del fuego—. Traed al chico a mi lado. Yo respondo por él.

Raif echó una veloz mirada a la estancia. Trescientos miembros del clan y mesnaderos estaban reunidos allí, con las espaldas erizadas con armas bien templadas y arcos montados, y con tiras de pieles curtidas y reluciente acero rodeando sus pechos. No había ni una sola mujer presente, ni siquiera Raina Granizo Negro.

Maza Granizo Negro tomó aire de forma apenas perceptible, claramente enojado, y Raif pensó que era muy posible que Bev y Rory hubieran sido colocados ante la puerta tan sólo para mantenerlo a él fuera.

—Esta noche celebramos una conferencia de hombres —declaró Maza, extendiendo el brazo para cortarle el paso al joven—. Cualquiera que no sepa que se siente al deslizar una mano por el interior de la falda de una muchacha no tiene nada que hacer aquí.

A lo largo de la pared este de la habitación, dos docenas de mesnaderos encontraron algo interesante que contemplar en el suelo. Algunos tosieron nerviosos, otros enrojecieron, y el enorme Banron Lye, que tenía una cabeza que recordaba a un podenco y se había convertido en mesnadero justo la primavera anterior, pero parecía al menos diez años mayor, hizo crujir sus nudillos uno a uno. Raif dirigió una veloz mirada a Drey, que se hallaba cerca de un puntal de madera de secuoya, y aunque se esmeró en no mirar a su hermano a los ojos, observó que este no se encontraba entre los que se miraban los pies mientras Maza hablaba. El muchacho se pasó una mano por la mal afeitada barbilla. Sabía menos sobre su hermano de lo que creía.

—Maza Granizo Negro —intervino Shor Gormalin con suavidad, girando de modo que la luz de las antorchas cayera sobre la pequeña espada sin pretensiones que colgaba de su cintura—, si meter una mano bajo las faldas de una muchacha es prueba de hombría, entonces al menos hay unos cincuenta en esta habitación esta noche que tendrás que acompañar a la puerta.

La estancia prorrumpió en carcajadas, y muchos de los auténticos hombres del clan rieron con genuino regocijo, mientras que una buena parte de los mesnaderos lo hicieron con alivio.

Sin aguardar una respuesta, Shor Gormalin hizo una seña a Raif.

—Ven aquí conmigo, muchacho, y deprisa.

Maza Granizo Negro no bajó el brazo al acercarse el joven, y este se vio obligado a abrirse paso junto a él para reunirse con el espadachín en el hogar. Había polvo y tierra bajo las puntas de los dedos de Maza, y sus ropas despedían el olor húmedo a hojas putrefactas del Bosque Viejo.

—Ten cuidado conmigo, chico —murmuró mientras Raif lo apartaba—. Uno de estos días me empujarás demasiado fuerte, lo sé.

El muchacho intentó esquivar los ojos de su adversario, pero sin saber cómo se encontró mirándolos. Los iris eran oscuros y cambiantes como la superficie de un lago por la noche, y cuando Maza parpadeó, el agua depositada sobre ellos poseía una característica grasienta y reflectante que les proporcionó un tinte amarillo. Raif desvió la mirada a toda prisa.

Shor Gormalin palmeó la espalda del muchacho cuando este llegó a su lado. El calor que despedía el fuego le quemó la parte posterior de las piernas, y no obstante la chimenea y varias ventanas abiertas, a Raif le resultó difícil respirar. La atmósfera parecía viciada y envenenada, y por el rabillo del ojo, era consciente de la mirada de Drey, fija en él desde el otro extremo de la habitación. Había sacado el mazo del soporte de cuero de su espalda y tenía los dedos cerrados con fuerza sobre el barnizado mango de tilo.

—Bien, Maza —empezó Orwin Shank, secándose las rojas y sudorosas mejillas con una gamuza—, ¿qué es ese rumor que corre sobre ti y Raina?

El aludido sonrió levemente, luego, se encogió de hombros y bajó la mirada a sus manos. Su abrigo de cuero hervido estaba incrustado de discos de hueso de lobo cortados en rodajas y ennegrecidos. La espada del clan estaba guardada en una vaina recién curtida que le pendía sobre el muslo.

—Por lo general, me mostraría reacio a hablar sobre tales cosas; lo que pase entre un hombre y una mujer es cosa suya y de nadie más. —Hizo una pausa para dar a los presentes tiempo de asentir—. Pero cierta dama y yo mismo nos encontramos en una difícil posición, una en la que si las cosas no se explican bien y pronto a tantos oídos como sea posible podría fácilmente ser mal interpretada. —Hizo una pausa—. No dejaré que eso suceda. No quiero que se hable mal de Raina. Si hay que culpar a alguien, que sea a mí —concluyó, y bajando la mano, la posó sobre la empuñadura de plomo y hueso de la espada.

Raif sintió cómo el sudor corría por su cuello mientras las llamas rugían a su espalda. ¿Dónde estaban Nellie Verdín o Anwyn Ave? ¿No podía alguien apagar el fuego?

—Así pues —prosiguió Maza con un profundo suspiro—, debo decir lo que debo decir. A primeras horas de hoy, cuando regresé a la casa comunal, me enteré de que Raina estaba en el Bosque Viejo ocupándose de sus trampas. Naturalmente, como ella es la persona más respetada del clan a la vez que mi querida pariente por adopción, cabalgué hacia allí para saludarla y darle las noticias que traía. —Maza se frotó la pálida piel del rostro con una mano y volvió a mirar al suelo—. Esto no es fácil para mí. A un hombre no le gusta hablar de tales cosas… —Su voz se apagó, invitando a alguien a alzar la voz y animarlo a hablar.

Corbie Méese carraspeó con un áspero sonido seco. De pie allí donde estaba, justo frente a una antorcha de madera verde que ardía con fuerza, la marca dejada por el mazo en su cabeza resultaba más visible que nunca.

—Cuéntanos tu historia, Maza. Es evidente que te sientes reacio a hablar, y nadie puede culparte por ello, pero si concierne al clan, debemos saberlo.

Maza Granizo Negro asintió junto con otros cien. Dio un paso al frente, y luego otro atrás, causando la impresión de un hombre que no sabe por dónde empezar. Las arrugas alrededor de la boca de Raif se endurecieron, pues no creía al otro capaz de titubear ni por un momento. El Lobo sabía exactamente lo que quería decir desde el principio.

—Bien —siguió Maza, alzando la vista al fin—, cabalgue hasta el lugar y me encontré con Raina sentada sobre un tilo caído. No se encontraba bien. Creo que todos aquí sabéis lo mucho que amaba a su esposo, y cuando la encontré, era evidente que había ido al bosque para estar sola con su pena. Es una mujer orgullosa, todos lo sabemos, y no quería que nadie supiera hasta qué punto le había afectado la muerte de Dagro.

Maza Granizo Negro tenía a casi todos los que estaban en la habitación de su parte. Raina era orgullosa, incluso Raif tenía que admitirlo. Y parecía más que verídico que se marchara sola antes de dar rienda suelta a su dolor… Pero Drey había dicho que Effie había estado allí con ella. La piel del rostro de Raif fue pasando poco a poco del calor al frío mientras el otro seguía hablando.

—Desde luego, fui a consolarla. Compartimos la pérdida de un hombre y estamos muy unidos por ella, y lloramos el uno en el hombro del otro e intercambiamos nuestro pesar. Raina fue comprensiva y dulce, y como acostumbra a suceder en las mujeres, me ayudó más ella a mí que yo a ella. —Realizó un pequeño gesto con la mano y, a continuación, tragó saliva—. Yo… debo confesar mi responsabilidad en lo que sucedió después. No sería un hombre si no lo hiciera. Nuestra cercanía nos aproximó más, y caímos uno en brazos del otro y nos unimos como hombre y mujer.

El clan permaneció en silencio. El aliento quedó contenido en trescientas gargantas. La luz de la habitación menguó al apagarse una de las antorchas centrales y, junto a él, Raif percibió cómo un músculo palpitaba violentamente en la mejilla de Shor Gormalin.

—No buscaré excusas para mis acciones —siguió hablando el otro en voz baja y entrecortada—. No estuvo bien por mi parte aprovecharme de la situación. Como un mesnadero con cierta antigüedad e hijo adoptivo de Dagro Granizo Negro, debería haber actuado en consecuencia. Tendría que haber apartado a Raina y haberme marchado de allí. Pero no lo hice. Dejé que el momento me dominara, los dos lo hicimos, y si pudiera retroceder estas cinco horas y deshacer lo hecho, lo haría. Por todos los dioses que observan desde Las Mansiones de Piedra esta noche, desearía no haber cabalgado hacia el Bosque Viejo.

»Raina no es pariente consanguíneo mío, pero me ha cuidado como si fuera de la familia, y le debo respeto. Ahora la he injuriado, y mucho. No importa que se mostrara dispuesta. Una de las primeras cosas que mi padre adoptivo me enseñó fue que un hombre debía hacerse siempre responsable de sus actos, y sobre todo cuando estos atañen a mujeres.

Aunque Raif vio expresiones de condena y desaprobación en muchos rostros, en especial los de los hombres de más edad, también vio que bastantes de los presentes asentían y suspiraban conjuntamente con el Lobo. Ballic el Rojo sostenía una flecha en la agrietada y encallecida mano con la que tensaba y acariciaba las diminutas plumas asintiendo casi sin cesar, y prácticamente todos los mesnaderos mostraban iguales señales de simpatía, tirándose de las barbillas, apretando los labios con fuerza e intercambiando pequeñas miradas de complicidad. Raif no soportaba la escena. ¿Cómo podían quedarse allí y escuchar aquellas mentiras?

—En segundo lugar, quiero decir delante de todos los aquí presentes ahora que repararé lo que he hecho. Raina es mayor que yo, y su vientre ha demostrado ser estéril; sin embargo, yo no podría vivir conmigo mismo a menos que la tomara como esposa. Pecamos ante los ojos de los nueve dioses, y no puedo llamarme un hombre si no lo enmiendo.

Habiendo terminado, Maza Granizo Negro permaneció inmóvil en el centro de la habitación y aguardó.

Todos se mantuvieron de pie o sentados sin moverse. No importaba si estaban del lado del hombre o no, todos se mostraban precavidos. El matrimonio entre la viuda de un jefe de clan y su hijo adoptivo era algo muy serio, y sobre todo si eso tenía lugar apenas catorce días después de la muerte del caudillo. Tras una larga pausa, Orwin Shank chasqueó sonoramente los labios.

—Vaya, realmente te has metido en un maldito embrollo esta vez, Maza. Completamente. ¿En qué pensabas, muchacho? ¿Con Raina?

—No pensaba, ese fue el problema —repuso él, sacudiendo la cabeza.

—Pensando con las pelotas, más bien —intervino Ballic el Rojo, que introdujo la última de sus flechas en la aljaba—. Claro que tendrás que casarte con ella ahora. Tienes razón en eso. No se puede tener el cucharón sin llevarse también la marmita. ¡Por los Dioses de la Piedra, chico! ¡Vaya condenada cosa tuviste que hacer!

—¡Sí! —exclamó Corbie Méese—, y sentirás mi mazo en tu trasero si no te casas con ella como corresponde. Y deprisa además. En el pasado habrá resultado ser estéril, pero todavía existe la posibilidad de que salga una criatura de la unión, y yo desde luego no pienso quedarme tan tranquilo y contemplar cómo el buen nombre de Raina es arrastrado por el lodo.

—¡Eso! —chillaron una docena de otras voces.

Raif escuchó mientras Will Halcón, Arlec Byce e incluso el menudo Gat Murdock con su rostro amarillento daban vigorosamente la razón a Corbie Méese. Se profirieron amenazas feroces y concretas en relación con el futuro de la virilidad de Maza Granizo Negro si no cumplía con su deber respecto a Raina. Los hombres del clan protegían siempre con ferocidad a sus mujeres, y parecía como si el Lobo se hubiera metido él mismo en una trampa, aunque Raif no podía quitarse de encima la sensación de que el clan respondía exactamente como el otro deseaba que lo hiciera. Allí había mentiras, mentiras muy hábiles. Sin embargo, el joven no conseguía imaginar cuáles eran. ¿Habían estado Maza Granizo Negro y Raina planeando casarse desde el principio? Movió negativamente la cabeza; no podía creerlo.

Alzando los ojos, su mirada se encontró con la de su hermano, quien, sorprendentemente, no se había unido a los que exigían que Maza se casara con Raina. Raif recordó cómo Drey había transportado la piel de oso negro desde el campamento de los páramos… a lo largo de todo el camino sin mencionarlo siquiera.

La losa de piedra sobre la que se encontraba el muchacho se balanceó bajo sus pies cuando Shor Gormalin se adelantó para hablar.

—¿Ha pensado alguien en preguntar qué quiere hacer Raina? Yo por mi parte quisiera escuchar lo que ella tiene que decir sobre la cuestión. —El pequeño espadachín no hablaba con su acostumbrada afabilidad, y sus ojos azules tenían una expresión dura al mirar a Maza Granizo Negro—. Es su futuro lo que discutimos aquí.

El otro asintió con tanta rapidez que Raif supo que había estado esperando tal exigencia desde el principio.

—Drey —dijo sin que su mirada se apartara de Shor Gormalin ni por un instante—, corre abajo y trae a Raina. Cuéntale todo lo que ha sucedido para que no se encuentre en desventaja cuando aparezca ante nosotros.

Gat Murdock habló antes de que Drey pudiera abandonar su puesto junto al puntal. El anciano arquero de cuello arrugado como el de un pavo meneó la cabeza negativamente.

—No es correcto ni justo arrastrar a Raina ante nosotros para que tengamos la satisfacción de verla admitir su error. ¡Por los infiernos! ¿Qué clase de hombres seríamos si permitiéramos tal cosa?

—Gat tiene razón —intervino Ballic el Rojo, apresurándose a respaldar a su camarada arquero—. No es correcto avergonzar a Raina de este modo. Para un hombre, robar salsa cuando tiene la oportunidad es una cosa, pero para una mujer es algo muy distinto.

—Sí, tenéis razón. —Maza paseó una mirada pesarosa de un arquero a otro—. Pero hay algunos aquí… —dirigió duras miradas a Shor Gormalin y a Raif— que necesitan escuchar la verdad de todo ello por sí mismos. Drey, ve a buscar a Raina y haz lo que te he dicho.

El joven abandonó la habitación, y Raif escuchó cómo sus pies resonaban escalera abajo, ansioso por cumplir las órdenes del otro. Maza Granizo Negro había manipulado otra situación, y el muchacho empezaba entonces a comprender cómo lo hacía. Tenía un modo de admitir sus propias faltas, de robar a los otros la satisfacción de señalárselas o de utilizarlas contra él. Y sus mentiras siempre iban mezcladas con la verdad.

Tras unos minutos de silencio, Maza Granizo Negro suspiró, y los huesos de lobo de su vestimenta tintinearon como conchas.

—Gat y Ballic tienen razón. Traer aquí a Raina a enfrentarse al clan es maltratarla. Una mujer tiene el derecho de escoger lo que cuenta de sus asuntos privados. Yo por mi parte no la culparía si negara que todo ello ha sucedido, o incluso fuera tan lejos como para declarar que había sido tomada por la fuerza. Es privilegio suyo mantener tales cosas para sí, y al traerla aquí ante nosotros, se lo estamos robando. ¿Y quién de entre nosotros podría culparla por proteger su pudor por cualquier medio a su alcance?

Raif frunció el entrecejo, pues no comprendía adónde quería ir a parar el otro.

Otros sí parecían comprenderlo, no obstante, y muchos hombres, la mayoría miembros por derecho del clan de treinta años o más, asintieron con suavidad a las palabras de Maza. Uno o dos farfullaron: «Sí, claro que sí». Ballic el Rojo dirigió una mirada furiosa a Shor Gormalin.

Se extinguieron más antorchas durante la espera, y Raif se preguntó dónde estaría Nellie Verdín. Era una mujer rara, con la voz y el pecho endurecido de un hombre, pero jamás se saltaba sus rondas.

Finalmente las puertas se abrieron, y Raina Granizo Negro entró en la sala vestida con un sencillo traje azul, muy manchado en el dobladillo y los puños. Las vendas que cubrían los verdugones de viuda no eran nuevas, y había sangre seca y barro pegados en la tela. Drey se detuvo unos pasos detrás de ella, y al cabo de un instante apareció Nellie Verdín, llevando haces de madera verde y un odre de aceite para mechas.

Raina permaneció inmóvil en la entrada, con la cabeza alta, sin decir una palabra. A Raif le pareció ver temblar sus manos, pero la mujer sujetó rápidamente la tela de la falda, y el muchacho ya no estuvo seguro.

Transcurrió un incómodo momento, en el que todo el mundo dio por supuesto que algún otro sería el primero en hablar; todo el mundo, excepto Maza Granizo Negro, claro está, que se recostó contra un puntal de madera, al parecer sin ninguna prisa por hacer o decir nada.

—Gracias por presentarte ante nosotros, Raina —habló por fin Orwin Shank; el rubicundo hachero no parecía nada contento ante la situación, y la gamuza que sostenía en sus manos estaba oscurecida por el sudor—. Maza nos ha contado…, bueno…, lo sucedido en el Bosque Viejo…, y queríamos que supieras que nadie aquí te culpa por el incidente.

Sin hacer el menor caso de Orwin Shank, Raina dirigió sus palabras a Maza Granizo Negro.

—¿De modo que les has contado a todos que me tomaste libremente?

Maza dirigió una veloz mirada en dirección a donde Corbie Méese, Ballic el Rojo y los otros estaban reunidos, y dejó escapar un suspiro casi inaudible.

—Les conté la verdad, Raina. Si salva tu orgullo presentarla bajo otra luz, yo desde luego no te lo impediré. Reconozco saber poco sobre mujeres, pero espero haber aprendido lo suficiente de Dagro como para tratarlas a todas con el respeto debido.

Raina hizo una mueca de dolor ante la mención del nombre de su esposo. Sus ojos grises aparecían sin vida, y por primera vez en todos los años que hacía que la conocía, Raif se dijo que aparentaba su edad.

—Se casará contigo, Raina. Tienes mi palabra al respecto. —Era Ballic el Rojo, y su voz, por lo general feroz, mostraba una suavidad capaz de calmar a un niño asustado—. Me quedaría sus pelotas para mi bolsa de encerar si no lo hiciera.

Una lágrima resbaló por la mejilla de la mujer.

—Raina. —Shor Gormalin se adelantó e intentó tocarle el brazo, pero ella se apartó. El espadachín frunció el entrecejo, y alzando las manos para que ella las viera y comprendiera que no volvería a tocarla, dijo—: Raina, sabes que estaré a tu lado decidas lo que decidas, pero debo saber la verdad. ¿Tuviste relaciones carnales con Maza en el Bosque Viejo?

Ella no respondió. La habitación estaba silenciosa, a excepción del ruido que hacía Nellie Verdín mientras se ocupaba de las antorchas. Raif se fijó en la expresión del rostro de Maza Granizo Negro; los ojos del Lobo estaban entrecerrados, y desde el interior de la boca se chupaba las mejillas. El hombre volvió la cabeza despacio en dirección al joven, y cuando su mirada se encontró con la de Raif, sus mandíbulas se abrieron, mostrando hilillos de saliva temblando entre los dientes. Raif tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder; pero al cabo de un instante Maza volvía a ser él mismo, y el muchacho supo sin mirar que nadie más había visto su rostro lobuno.

—¿Raina? —La voz de Shor Gormalin rompió el silencio—. No tienes nada que temer si dices la…

—Sí —le espetó ella, interrumpiéndolo—. Sí, tuvimos relaciones en el Bosque Viejo, si se pueden llamar así. Sí, sí, sí.

El pequeño espadachín rubio cerró los ojos, y un músculo de su mejilla palpitó una vez; luego, se quedó quieto.

—Queda decidido, entonces —declaró Orwin Shank con evidente alivio—. Debes casarte con Maza.

—Sí —exclamó Ballic el Rojo, deslizando las manos bajo su peto de cuero hervido en busca de sus provisiones de cuajada para mascar—. Y pondremos fin a este escándalo antes de que tenga oportunidad de mancillar al clan.

—¿Y si yo decidiera no casarme? —inquirió Raina, mirando directamente a Maza Granizo Negro.

Gat Murdock sacudió la cabeza pesadamente, soltando aire por entre sus desdentadas encías. Orwin Shank escurrió el sudor de su paño, y Ballic el Rojo tomó un puñado de cuajada negra entre sus manos encallecidas y lo aplanó con fuerza.

Maza Granizo Negro les dedicó una veloz mirada, como diciendo: «¿Qué voy a hacer con esta mujer?». Luego, suspiró.

—Raina, has sido la primera mujer en este clan durante diez años, y sabes mejor que nadie lo que le sucede a una mujer que permite que un hombre la ultraje y después la abandone. Pierde todo el respeto debido, y a menudo se la rehuye o se la injuria, de modo que la mujer considera mejor abandonar el clan para huir del mal nombre que se ha adjudicado. —Meditó unos instantes—. Y luego está la cuestión de las posesiones y riquezas de la mujer. Todos los aquí presentes conocen casos en los que la propia familia de la mujer le ha arrebatado las magníficas pieles y las piedras talladas.

Los hombres del clan asintieron muy serios. El mismo Raif había oído tales historias, historias de mujeres arrojadas fuera de la casa comunal cubiertas tan sólo con toscas pieles de cerdo y sin poseer otra cosa que pan y cordero para una semana.

—Yo intentaría hacer todo lo que pudiera, desde luego… —Maza Granizo Negro arrastró las palabras—. Pero incluso yo debo inclinarme ante las tradiciones del clan.

Raina sonrió de tal modo que Raif sintió un agudo dolor en el pecho.

—Eres un Scarpe de pies a cabeza. Puedes tomar la verdad y retorcerla para darle la forma que desees. Si acabaras conmigo aquí y ahora con la espada del clan, dentro de una hora los tendrías a todos asintiendo y palmeándote la espalda, y diciéndote que habían sabido desde siempre que aquello debía hacerse. Bien, me casaré contigo. Maza Granizo Negro del clan Scarpe. No pienso renunciar al respeto que se me debe y a mi posición en el clan. Y si bien esto es en lo que has confiado desde el principio, no significa que no vivas para lamentarlo al final.

Temblando de cólera, Raina paseó la mirada por la estancia, pero ninguno de los presentes se atrevió a encontrarse con sus ojos.

—Habéis elegido a un jefe y a su esposa en una noche, y ahora voy a dejaros solos para que os deis palmaditas en la espalda y bebáis hasta caer redondos.

Dicho eso se dio la vuelta e inició el corto trayecto que la conduciría fuera de la habitación. Fue Drey quien se adelantó a ella para abrirle la puerta, y también Drey quien la cerró con suavidad cuando hubo salido.

Raif, junto con docenas de otros, clavó la mirada en el espacio que Raina Granizo Negro acababa de abandonar. El silencio que había dejado le oprimía la carne, y nadie deseaba ser el primero en hablar para romperlo. Tras un largo momento, Shor Gormalin se sujetó la enorme capa de alce sobre el pecho y abandonó la habitación. Cuando pasó junto a Maza Granizo Negro, Raif vio que los nudillos del espadachín se tornaban blancos sobre la empuñadura de su espada.

El rostro enjuto de Maza Granizo Negro estaba pálido. Ya no se apoyaba con indiferencia en un puntal, y por una vez el Lobo no sabía qué decir. Tras observarlo durante un minuto aproximadamente, Raif decidió que era hora de marcharse. Había estado en lo cierto desde el principio; nada que pudiera hacer tendría el menor efecto en nadie, pues el hijo adoptivo de Dagro lo tenía todo controlado.

En el mismo instante en que atravesaba la habitación y Drey se adelantaba para abrir la puerta reforzada con tiras de hierro, Maza Granizo Negro carraspeó para hablar. El joven abandonó la habitación y no escuchó lo que decía, pero unos segundos más tarde las voces de tres o cuatro docenas de hombres se filtraron escaleras abajo, y a Raif no le sorprendió que la palabra que pronunciaran fuera «sí».

El muchacho continuó descendiendo, siguiendo un camino que habían despejado Raina Granizo Negro y Shor Gormalin por delante de él. Los labriegos y sus familias estaban silenciosos a su paso, y los que tenían niños con ellos los abrazaban con fuerza, y Raif sólo podía imaginar cuál habría sido la expresión en el rostro de Shor Gormalin para conseguir que estuvieran tan asustados.

El joven ganó tiempo mientras desandaba sus pasos hasta los establos. Sentía un nudo en el pecho y el corazón le latía con fuerza, y algo amargo ardía en su garganta. Necesitaba salir de allí. No dormiría esa noche; el recuerdo del rostro de Raina no se lo permitiría. ¿Qué le había hecho Maza Granizo Negro?

El amuleto de cuervo descansaba como un pedazo de hielo sobre su pecho cuando recogió su morral y su arco del pesebre donde los había dejado. El caballo de Orwin Shank relinchó sordamente cuando lo ensilló, luego olisqueó sus manos en busca de golosinas. Raif encontró un par de manzanas reventadas por la helada en el interior del morral y se las dio al animal. Era un buen caballo, con patas robustas y un lomo ancho, y Orwin le había dicho que su nombre era Alce a causa de la seguridad de su pisada sobre la nieve y el hielo.

Raif condujo su caballo prestado al patio de arcilla, ensartó su arco de asta y tendón prestado, y se lo sujetó a la espalda. Una luna pálida se deslizaba baja por el cielo mientras el viento empezaba a soplar con fuerza del norte y traía con él el sabor de los páramos. Charcos recubiertos de una película de hielo crujieron bajo sus botas. Al montar en el caballo, observó las huellas de un segundo animal impresas no hacía mucho en el suelo del patio. «Shor Gormalin —se dijo—, espoleando a su montura al trote».

El terreno que rodeaba directamente la casa comunal estaba destinado a apacentar ovejas y ganado, y Cabezaluenga y su gente lo mantenían libre de toda clase de animales de caza, de modo que si alguien deseaba cazar tenía que cabalgar al noroeste hacia la Cuña, o al sur, a los bosques de cicuta situados más allá de la loma. El Bosque Viejo estaba más cerca, pero se había destinado a la colocación de trampas, no a la caza. Y poner trampas era cosa de mujeres, no de hombres.

Raif cabalgó hacia el sur. Alce no era un animal veloz, pero cabalgaba de forma uniforme. La luz de la luna al reflejarse en la nieve facilitaba encontrar un camino, y caballo y jinete avanzaron deprisa. En cuanto se vio libre del valle y llegó a las arboladas laderas, lomas y extensiones de pastos de la taiga meridional, el joven empezó a buscar piezas que cazar. Estanques helados con la capa de hielo de la superficie rota, mechones de pelo enganchados en abedules bajos, cicuta adornada con pelos de jabalíes y cabras, y rastros recientes marcados en la nieve eran las señales que buscaba. No le importaba demasiado qué derribaba; simplemente necesitaba apartar su mente de la casa comunal y de la gente del interior.

Un búho real voló en lo alto, con un ratón o un campañol retorciéndose en sus garras. Raif lo observó mientras el ave volaba al interior de la cavidad de un tocón con la parte superior partida. Al pie del árbol destrozado por un rayo, dos ojos relucieron dorados por un instante, y luego se apagaron, dejando sólo oscuridad. Un zorro. Tirando de las riendas de Alce con una mano, mientras alargaba la otra hacia el arco colgado a su espalda, el joven mantuvo la mirada fija en el lugar ocupado por el zorro. La cuerda del arco estaba fría y rígida, pero no tenía tiempo de pasarle un dedo por encima y calentar la cera. Ya no veía al zorro, pero sabía que estaba allí, retrocediendo despacio al interior de la maraña de aulagas y cornejos situada al otro lado. Como la mayoría de los hombres del clan, Raif guardaba sus flechas en una aljaba de piel de ante situada al costado para reducir la clase de movimiento que hacía huir a las piezas, y el muchacho sacó una flecha de la bolsa y la sujetó en la placa con un único gesto. El arco emitió un leve chasquido cuando lo tensó.

Raif llamó al zorro hacia él. El espacio que los separaba se condensó, y casi de inmediato sintió el calor de la sangre de la criatura en su mejilla. Notó el sabor de su miedo en la boca, y todo se desvaneció; sólo quedaron él, el zorro y la línea inmóvil que se extendía entre ambos. El amuleto de cuervo le produjo una picazón en la piel, y era eso lo que él quería, porque allí al menos poseía cierto control.

Soltar la cuerda fue poco más que una ocurrencia tardía, pues aunque no podía ya ver al zorro, tenía su corazón en su punto de mira, y cuando sus dedos se alzaron y la flecha salió disparada al frente, Raif supo sin la menor duda que el disparo hallaría su blanco.

El zorro cayó sin apenas un sonido; tan sólo se agitaron unas pocas ramas y el peso del animal golpeó sordamente la nieve dura. Raif atisbó en la zona de caza situada más allá de la base del viejo tronco. Quería más.

Con el corazón latiendo apresuradamente, desmontó de Alce con el arco en la mano. En el mismo instante en que daba el primer paso sobre la nieve cubierta de una costra de hielo, con el aliento cristalizando en el helado aire, percibió la presencia de otra criatura que se ocultaba a lo lejos en el lado opuesto del barranco, bien apretada contra una cicuta de un año. Mientras alzaba el arco y apuntaba, Raif no pudo decir si había visto los ojos del animal, si había vislumbrado su figura acurrucada o simplemente si lo había oído moverse. No importaba. Lo percibía; eso era todo lo que sabía.

La plumas de vuelo de la flecha le besaron la mejilla cuando llamó a la criatura hacia él. Era una comadreja, infestada de garrapatas, con las articulaciones endurecidas por la edad y cuyo corazón latía demasiado aprisa. La mano de Raif estaba firme en la panza del arco cuando soltó la cuerda, y para cuando el bramante regresó a su puesto, el joven ya buscaba algo nuevo que matar. El amuleto zumbaba contra su pecho, y el arco cantaba en su mano. La noche estaba viva, sus sentidos eran agudos, y cada par de ojos que brillaban en la oscuridad llevaban el nombre de Maza Granizo Negro escrito en ellos.