10: Pilar multinivel

 

No moriré aquí.

Mauricio se repetía esa frase una y otra vez, mientras daba manotazos a esas cosas peludas, en medio de un brillo rojizo que teñía a las bestias de sangre y las hacía ver como salidas de una pesadilla. Grandes como su cabeza, tenían ventosas en su pequeño cuerpo peludo, y sus manos tenían varias marcas de mordidas.

No moriré aquí.

Una de esas criaturas se lanzó hacia su rostro, y le lanzó un puñetazo cuando estuvo cerca. La bola peluda recibió el impacto en un costado y dio volteretas sobre Mauricio, lanzando un chillido apagado. Antes de escuchar el suave sonido de su caída, otra fue a por su brazo extendido, pero Mauricio lo retiró. La criatura chocó con otra, que él no había visto, y se alejaron rodando hacia el costado. El resplandor le permitía ver que él estaba en un punto alto, rodeado de raíces, aunque no alcanzaba a llegar a los bodes de su prisión, y esos seres lo sabían.

No moriré aquí.

Tres peludos aterrizaron sobre su cabeza, clavándole los dientes en su cuero cabelludo y la parte más blanda de sus hombros. Sintió que se le aceleraba el corazón al sentir esas dentaduras tan cerca de su cuello. Su cuerpo ardía, brillando con esa luz roja, que ahora sí llegaba a los bordes del interior del pilar central. Un círculo de peludos se amontonaba allí, esperando su turno para atacar. Tomó al que le mordía la cabeza, tiró, y sintió que se llevaba parte de su pelo entre sus dientes. Lo hizo descender sobre los peludos que le mordían los hombros, hasta que aflojaron su agarre, y los lanzó hacia el círculo de seres.

No moriré aquí.

Uno más intentó caer sobre su cabeza, pero percibió su trayectoria. Levantó la mano, lo atrapó al vuelo y lo lanzó contra otro que había dado un salto hacia él. Chocaron en el medio del aire y cayeron al suelo, gimiendo. Parecieron dar vueltas sobre sí mismos, y un segundo después, un peludo, el doble de grande que los anteriores, se materializó allí, sonriéndole con una boca llena de dientes de tiburón.

¡No moriré aquí!

Fue como ese momento en el que recibió un pelotazo en el pecho en quinto grado.

El impacto lo hizo caer con fuerza al suelo, sin aire en los pulmones, sobre el piso de la cancha de deportes. Esa sensación de vacío y la anormal situación de no poder respirar era la misma ahora, sólo que había algo reemplazando el aire de sus pulmones. Y no se trataba sólo de aire sino de algo interno. Aire caliente a su alrededor, y el peludo ya no parecía tan sonriente y seguro, retrocediendo hacia el círculo de criaturas. Aire caliente en su interior. Sangre caliente corriendo por sus venas, haciendo ondear su ropa y pelo como si estuviera…

Las raíces se retiraron.

Sin nada que lo sostuviese, Mauricio cayó, dando vueltas en medio de la luz rojiza que caía con él, viendo cómo algunos peludos caían a su alrededor, chillando. Escuchó algunos chasquidos, y los chillidos cesaron. Un peludo rebotó en su pierna y una raíz atrapó a la criatura, que siguió chillando hasta que se escuchó un crujido húmedo, y ya debía haber caído cientos de metros, pero no llegaba al suelo. Deseaba más que nada el tener sus alas y salir volando.

Sintió un golpe en todo el cuerpo.

Se hundió en la fría humedad, y la luz rojiza se apagó, dejándolo desorientado en medio de la oscuridad. Sin dejarse llevar por el pánico, se mantuvo inmóvil por unos segundos, y luego siguió la dirección hacia donde empezaba a flotar, confiando que fuese la superficie. El aire era frío contra su piel húmeda, pero al menos podía respirar.

Y los anillos estaban calientes.

Tan calientes que casi llegaban a quemarlo, pero más que para decir que estaban allí. Sin embargo, no brillaban, y no mostraban otro indicio de haberse…

Activado.

No, no activado, pero sentía que había comenzado a dar pasos en el buen camino. Un par de días antes, le habría parecido un gran progreso, pero cuando comenzó a sentir que el agua empezaba a moverse, supo que le faltaba ago. Algo importante, algo que le permitiría acceder a sus habilidades de Alatum y…

Los anillos se enfriaron de inmediato.

Bien, calma. No había necesidad de entrar en pánico. El remolino que empezaba a formarse en la oscuridad no iba a ser tan grave si llegaba a los costados del pilar central y se aferraba a algo. Comenzó a nadar en la corriente cada vez más fuerte, diciéndose que no le faltaba demasiado y que pronto llegaría. Y entonces podría empezar a meditar sobre eso que le faltaba para ser “evolución de Alatum”. Así podría salir de esa prisión y volver con Illana y Pazeia, beber la segunda taza de té y disfrutar del festival de verano, fuese lo que fuese eso. Pronto llegaría al borde y la corriente quedaría en “tan fuerte como para empujarte un poco”. Eso es. Pronto llegaría. Mejor aumentar la velocidad. El empuje estaba aumentando y no le gustaba.

 

El temblor cesó.

Pazeia llamó a la piedra y la tierra, y las colocó de forma tal que no se derrumbase el techo sobre sus cabezas. Varios metros más abajo, había una abertura que no le gustaba, y parecía estar llena de una corriente subterránea de agua. Illana oía su chapoteo, cada vez más rápido, como si algo lo impulsase, y supo que eso no era natural. Tampoco era natural cómo cambiaba su curso y temperatura, por más que sólo fuese…

-Es él- dijo, de repente –Está despertando.

-Aún no sabe lo que necesita para ello- Pazeia deslizó su mano por la pared, concentrándose en la dirección que Illana le indicaba.

Parecía conducir a una cueva con secciones descubiertas, y la piedra allí no había sido removida, sino modificada. Algo que había estado allí había sido reactivado, algo que descendía hacia las profundidades de la montaña, como si fuese la mecha de una vela. Y algo estaba queriendo arder en su interior. Los anillos parecían haber reaccionado a medias, pero Mauricio no lo sabía.

-Pazeia, el curso de agua está siendo forzado- dijo la muchacha rubia, sin soltarle la mano que tenía libre –Parece similar a… uno de esos aparatos que tenían los Alatum. ¿Un generador?

-No tiene suficientes enfriadores. Y el impacto podría hacer que el volcán…

-¿Volcán?- la pregunta surgió casi sin pensarlo, interrumpiendo a la otra muchacha.

-Así es, esto antes era un volcán. De aquí se extraía energía para las invenciones Alatum… Pero lo hacían con todas las precauciones necesarias.

-¿Cómo transportaban la energía de esta… de este volcán hacia la torre de hierro?

-Eran varias salidas de la misma corriente de magma- sintió la tensión de la Sirena del Aire en su agarre –Y en todas las elevaciones de Zafiro, donde están…

-Oh, por los siete mares del mundo.

Illana se llevó tres dedos a la frente y presionó, sintiendo cómo el pánico se le pegaba a la piel. Que en la piel quede y al valor accede, se dijo. Ese valor que yace en las profundidades del mar, donde la más poderosa tormenta no es ni siquiera una nimia caricia del viento. Una parte de su familia vivía en una de las viviendas de granito, junto con gran parte de la población de Zafiro. Entre ellos, la Pastora. ¿Sabía lo que podría suceder? ¿Por eso la había enviado a ella, junto con el futuro Alatum y la hija del último Alatum vivo?

Por la sal del mar, ella no iba a fallar.

-Él está en este sitio- dijo, decidida –Si tienes algún plan, este es el momento de ponerlo en práctica. Porque al ritmo que sube el agua, va a ahogarse.

 

El agua no lo empujaba hacia el centro.

Lo empujaba hacia abajo.

Las paredes interiores del pilar central eran lisas, y la constante tensión de las últimas horas y días, no sabía si semanas ya, empezaba a pasarle factura. Mauricio se aferró como pudo a la pared, con el sonido del agua rugiendo en sus oídos. De tanto en tanto, algo lo golpeaba de costado, para caer hacia las profundidades de ese torrente. Su mano rozó una bola húmeda, peluda e inmóvil, e intentó no pensar en qué sucedería si uno de esos peludos aún estaba vivo al caer allí.

-Eres persistente, pequeño.

No podía verla, pero la voz de Viridi le decía que estaba sobre él, muy cerca, y del otro lado del pilar central.

-Fue agradable encontrarme de nuevo con Frater- el regodeo en su voz le desagradaba –Pero la historia volverá a repetirse. Sólo que de forma más espectacular. Esta tierra ha sido demasiado fría con nosotros, Lamias. Es hora de hacerla más cálida.

Luego, calló.

Mauricio comenzó a pensar que había sido una ilusión auditiva, causada por el frío, el cansancio y la tensión, pero luego sintió un golpe en toda la estructura. Tembló, moviendo el agua y separando sus manos del borde, lo que lo hizo que diese varias vueltas, tragase agua y se rompiese algunas uñas, intentando aferrarse de nuevo a un sitio firme.

-Vamos, niño, muérete de una vez.

-¿Por qué no- escupió agua y volvió a hablar –me mataste antes? ¿Por qué tanto teatro?

-Porque Frater necesitaba comprender la situación. Y porque tú, uno solo, en tu estado, no es suficiente. Necesitamos a otras dos con habilidades especiales. ¿Sabes, mortal? Los Lamia vivíamos aquí mucho antes que los humanos, los Altísimos, los Alatum y los Seres Elementales. Era una bella tierra cálida, pero luego vino el frío, el agua y el viento. No nos gusta el verde si no es el de nuestras escamas. Así que lo recuperaremos.

-¿Por qué ellas?

-Ya te lo dije, niño…

-No- empezó a deslizarse hacia un costado, y clavó sus uñas rotas, como pudo, al borde –No es sólo por eso.

-Oh, me has descubierto, héroe. Ahora te confesaré todos mis planes, aunque sé que no podrás escapar jamás. Así de segura estoy de nuestra victoria.

Y se alejó, riéndose con malignidad.

 

Tierra y roca, apártate.

Agua y viento, guíanos.

La roca y la piedra obedecían, y el viento y el agua indicaban en dónde habían sido modificadas unos instantes atrás. Un instante para una roca pueden ser años para un mortal, así que la sensación estaba clara, casi como si aún no hubiese terminado de suceder. Sentían, cada vez más cerca, un enorme contenedor metálico, que tenía tantos niveles como problemas el mundo. Descendía hasta las profundidades de la tierra, hacia el corazón mismo, que palpitaba y bullía como si fuese el torrente sanguíneo del planeta.

Las palabras de Viridi y Mauricio habían llegado hasta ellas, gracias a la habilidad de percepción de las Sirenas de Agua. Confirmadas sus sospechas, lo único que podían hacer era seguir, e intentar detener lo que fuese que tuviesen preparado para reactivar los volcanes de Zafiro.

Siseo.

Allí, bajo toneladas de roca, separadas por decenas de metros de cualquier espacio suficientemente grande como para que pudiese pasar el más pequeño de los pájaros, supieron que ese siseo iba hacia ellas. Lo oyó Illana primero, y con sus sentidos conectados con los de Pazeia, ella lo percibió también. Siseaban con malignidad, como invitándolas a correr, o a escapar. No podían llegar hasta ellas, pero Pazeia sabía que, si se hacían sentir de esa forma, no lo necesitaban. Querían que avanzaran.

Dime por favor que tu padre te instruyó en combate.

Pazeia no dijo nada y siguió adelante.

Dime por favor le envió a través de su vínculo que la supervivencia de las Sirenas del Aire vale más que tu ego.

 

No quiero morir aquí.

No es sólo eso que sé, sino algo más grande, más importante, algo que me hace valioso para estas personas. El agua me está llegando a los hombros y el cansancio me está ganando. No quiero morir ahora, que he descubierto algo en lo que podría ser de utilidad. Hay algo aquí abajo, un sistema de algo que fluye bajo la tierra, pero no es la fresca corriente de agua, sino de agua más cálida. No, cálida no, caliente. No es agua del río, esta es agua salada, y el deshielo nunca es salado. Debo de estar más profundo de lo que creía, y hay más cosas corriendo hacia mí. O me empujan hacia ello, yo no iré por voluntad propia.

El agua baja ahora. Y yo bajo con ella, claro, mi mano se desliza por el interior del pilar mientras desciendo. Quisiera echarme de espaldas y flotar, pero entonces puede que Viridi vuelva a activar el remolino. Me acerco a eso que corre allá abajo, y siento que algo de la calidez perdida vuelve. Espero no estar desangrándome. Esa corriente no es de agua, el agua ya se ha ido y mis pies desnudos golpean una superficie que parece ser metálica. No sé si mis zapatos habrán caído por allí: me los saqué apenas empezaron a pesarme. La luz rojiza vuelve, lenta, y puedo ver algo de mi entorno. Un pilar sin imperfecciones aquí abajo, y no sé cómo han drenado el agua, las paredes están secas. Secas. ¿Dónde termina la marca de agua? No puedo verla, y mi ropa húmeda tira de mí hacia abajo.

El techo se desliza con un golpe seco y me deja atrapado en esta habitación, y por un segundo se me pasa por la cabeza que podría ser un departamento monoambiente. Casi me río, pero me detengo enseguida. Hay dos mujeres y toda una ciudad allá afuera que confían en mí, y yo no voy a caer loco a la primera. O a la segunda o tercera, no recuerdo. Aunque no sepa qué hacer. La luz ahora es roja, mi ropa no la detiene. No es como con Feferi: es todo mi cuerpo, y es luz, no brillo.

Bien, a la de tres me levanto. Uno, dos, tres, arriba… Bueno, al menos ahora estoy parado, y eso va hacia abajo. No me gusta eso. En este caso, prefiero la superficie, allá arriba, donde iban a celebrar el festival de verano. No hay palancas, botones o paneles, es una sola pieza sólida, y donde el techo y las paredes se juntan no hay aristas, sólo una superficie curva. Si salto puedo tocar el techo, pero el material es el mismo, y tampoco hay elementos que podrían ser útiles.

Útil como minero, sí, pero ahora estaría muerto si regreso. Mi familia llorará mi muerte, y luego seguirán con su vida. E, incluso si volviese de los muertos, ¿podría olvidar todo esto? La calidez de una comida caliente después de un lluvioso día parece que me recorre, pero no proviene de mi estómago. La luz sigue igual. No, no podrá. Es como si fuese un sueño, pero uno con la lógica de un mundo que podría existir. Como Oz, u otro de esos mundos raros para quien acaba de llegar, pero yo ya no soy un recién llegado… no envían a recién llegados a misiones como estas. No creo que todo el mundo me aprecie, pero eso pasa en todos lados.

Se ha detenido.

El descenso se ha detenido, y el aire ya no es cálido, sino caliente. Debería costarme respirar, pero eso no sucede. El agua de mi ropa se evapora, pero no siento sus efectos sobre mi piel. Es como si fuese parte del viento en el viento: lo siento, siento su fuerza, pero no me afecta. ¿Por qué no me afecta? ¿Es esto lo que sienten los Seres Elementales? Pero yo no lo soy, en teoría soy un Alatum, y los Alatum…

Y el piso se abrió bajo mis pies.

 

La tierra se abría más adelante.

Era el único sitio donde la montaña no se había aferrado al pilar en el que estaba atrapado Mauricio, si es que las habilidades combinadas para localizarlo no les habían engañado. La sincronización de sus percepciones no estaba para nada desarrollado, y empezaba a hacerse notar. La ropa se les pegaba al cuerpo, y cada paso que daban parecía despertarles un nuevo dolor. Agradecían el no tener que hablar para comunicarse, ya que cualquier cosa que dijesen llegaría a oídos de los Lamia.

Ese era un nivel cercano a la salida del río, por lo que la humedad fría del aire hacía que sus respiraciones pareciesen pequeñas nubes. Pazeia iba adelante, sintiendo el sitio ideal para comenzar sus movimientos, y al pasar por un sector estrecho, se detuvieron. Nada se oía allí, a excepción de sus respiraciones. Luego de un minuto, comenzaron a moverse hasta otro punto, y repitieron la operación varias veces, hasta llegar casi a la cueva donde estaba el pilar.

Sólo un metro de distancia.

El aire se movió apenas, como un pétalo de margarita cayendo sobre un ciprés centenario. Incluso los siseos no pronunciados enmudecieron, a la espera.

Un huracán sopló en la cueva, y una lluvia de piedras golpeó un mismo punto del pilar, en donde la estructura se oía como la más débil. Dos pesos aterrizaron, en el medio de la oscuridad, en lados opuestos del pilar, y seres con la cola de una serpiente gigante y el torso de un hombre se lanzaron hacia ellas, en el momento en que el viento era más débil. Una piedra, plana y delgada, impactó contra el pecho de uno, desviándolo de su trayectoria, pero el otro logró aterrizar esquivando los proyectiles y lanzándose hacia la que controlaba el viento.

Las piedras se hacían añicos contra el pilar, y su sonido al golpear indicaba que algo de su estructura estaba comenzando a ceder, pero no a romperse. El viento intentó empujar al Lamia que se mantenía en pie, quien esquivó otro proyectil proveniente de la otra. Su colega caído saltó hacia la que manipulaba piedras, abriendo la boca y dando una dentellada hacia el torso de la mujer. Su dentadura chirrió contra algo que tenía bajo la ropa, quebrándole algunos dientes. Recibió una bofetada y una pared de piedra lo empujó hacia el borde de la cueva.

Otros dos Lamias más cayeron en la cueva. Uno se lanzó hacia la de piel dura, lanzándole un golpe con su larga y musculosa cola. El impacto le hizo perder el equilibrio, pero no cayó, y una lluvia de piedras comenzó a caer sobre los recién llegados. Se deslizaron con rapidez, esquivando la mayoría de los proyectiles, mientras más y más Lamias, machos y hembras, caían del techo de la cueva.

El golpeteo hacia el pilar central no había cesado, y ya se podía oír que había una agujero en su estructura, demasiado pequeño para que entrase una persona, pero ensanchándose poco a poco. La Sirena del Aire pareció distraerse el tiempo necesario para sonreír, y entonces algo la tomó de los tobillos y tiró de ella hacia arriba, saliendo debajo de la alfombra de lo que había parecido tierra y roca sólida hasta ese entonces.

La Lamia le lanzó un puñetazo al esternón, y el viento dejó de soplar de inmediato.

La otra humana pareció dudar.

Las piedras, que habían logrado abrir una brecha lo suficientemente grande como para que pasase una persona arrodillada, parecieron disminuir de ritmo, y un Lamia tiró de su trenza hasta hacerla rebotar contra una de las paredes de la cueva. Ninguna emitió sonido alguno al caer. Los cuellos humanos, o de seres elementales, eran frágiles en las manos de un Lamia, y el satisfactorio crujido que escuchó Viridi la hizo sonreír.

-Bien, niñas- dijo, escuchando cómo los cuerpos empezaban a perder algo de su calor en la oscuridad –sus familias pagarán por esta ofensa.

-¿Podemos, dama?- preguntó el más magullado de los Lamias, con una ligera deformación en la pronunciación debido a sus colmillos rotos.

-Sí- dijo ella –Se lo han ganado.

Percibió con satisfacción cómo la calidez de los cuerpos de las dos mujeres, más claro que el color a la luz del día para sus sentidos viperinos, comenzaba a desaparecer. Pensó en lo sabroso que sería el cuerpo de ese aspirante a Alatum, si es que sobrevivía a lo que le esperaba allá abajo. Hacía mucho que no comían más que humanos, y los Altísimos eran difíciles de digerir, además de ser condenadamente complicados de atrapar. Abrió las mandíbulas hasta el momento previo a desencajarlas, y recordó lo bien que sabían los Alatum quemados. Se lo tragaría entero, como estaban haciendo sus soldados con la Sirena del Aire y la hija del Alatum, tal y como lo habían hecho sus antepasados.

Nada mejor para celebrar la victoria que tragarte entero al perdedor.

Aunque, por supuesto, había que asegurarse que esas dos acompañasen al Alatum fallido. Esperó por unos minutos, hasta que los dos soldados empezasen con la modorra que seguía a la digestión de un cuerpo entero, y llamó a sus subordinados, quienes esperaban en los alrededores, observando. Si esos dos hubiesen estado un poco más espabilados, habrían notado de inmediato lo que iba a suceder, pero estaban demasiado contentos con tener el estómago deliciosamente lleno con seres que desprendían nutrientes que estaban más cercanos a los elementos que a otra cosa. Uno de ellos sonrió, como un borracho, cuando un par de sus colegas lo levantaron, y treparon por el pilar donde habían abierto una brecha.

Suficientemente grande para que entrase un humano agachado.

Y lo bastante grande para arrojar dentro a un par de Lamias con el estómago demasiado lleno para trepar.