8: Elementos externos
Cuando Mauricio desapareció dentro del monstruo marino, Illana comenzó a percibir señales contradictorias.
Miedo, rabia, una presión que no era la que debía, algo que tocaba su escamoso cuerpo y que le devolvía algo del delicioso frío de las profundidades pero que también secaba la humedad de sus escamas. La caía fue casi un alivio, sabiendo que había hecho eso que se le había ordenado, y que, quizás, podría volver a las profundas oscuridades de su hogar, una vez esa cosa en su boca, que no era comida porque así se lo habían ordenado, estuviese con esos que parecían comida pero eran mitad como él, pero de tierra y no de agua…
Entonces, la serpiente marina cayó, dispersando los restos del barco, y desapareció.
Los vientos aún la sostenían a ella y a Pazeia en el aire, pero estaban comenzando a descender por su falta de concentración. Llamó a la brisa y las hizo subir, dirigiéndose al único sitio donde podían ir: las oscuras figuras de las aves de la montaña. Sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho, buscó una zona que pareciese blanda y plana, y allí las dejó el viento. Las telas volvieron a su ropa, liberando piernas y brazos del arnés improvisado que había logrado fabricar cuando…
-¡Oh, por los nueve mares del mundo!- sentía que una humedad, que era distinta a la del río, amenazaba con desbordarse de sus ojos.
Pazeia, a su lado, estaba intentando ponerse de pie, sin decir una palabra. Corrió hacia el borde del sitio donde habían aterrizado y algo similar a una enredadera recibió sus pasos en el vacío. No bajó mucho: podía ver su pelirroja cabeza ir y venir sobre el borde, mirando hacia el río.
-Oh, no, no, no, no, no, no- Illana se levantó, o al menos lo intentó. Resbaló sobre la piedra y la vegetación húmeda, cayendo de frente, y sintió que se le escapaba el aire del cuerpo. Le dolía todo el frente, en especial el busto. No estaba acostumbrada a esa clase de dolor, y dejó escapar algo que era mitad grito, mitad gemido de dolor.
Se quedó allí por una eternidad, o quizás dos, sintiendo cómo su espalda subía y bajaba con cada respiración, ya que su pecho estaba contra el suelo, haciéndose más profundas y pausadas conforme pasaban los minutos, o los eones. La ropa de Sirena del Aire se le pegaba a la piel, como una capa más de miedo y vergüenza, de derrota ante eso que había querido evitar… y de eso otro que lo había hecho terminal.
-¡Illana!
La voz sonó a la distancia, como a través de kilómetros de mar.
-¡Illana! ¡Demuestra que eres hija de tu familia y levántate!
La cabeza le pesaba como si fuese de hielo, pero así y todo, logró levantar la mirada. Arrodillada a su lado, con la ropa igual de pegada al cuerpo y del color verde tan familiar de la familia Romero, estaba ella, Pazeia, mirándola. La trenza se le había deshecho y algunos de sus cabellos volaban en el viento.
-Levántate, mujer- le dijo, con una voz que aún no dejaba de temblar -¿Acaso eres una figurita que sólo se puede ver?
-No te… - respiró hondo y volvió a su balance –no te atrevas a decir…
-Bien, entonces, arriba- le extendió una mano e Illana, después de un segundo de duda, la tomó.
Cuando estuvo de pie otra vez, sintió que dejaba algo de su desesperación allá abajo, en el suelo, intentando hacer que cayese. Miró a la pelirroja, y sintió vergüenza al verla a ella, híbrida e hija de quien era hija, más calmada que ella misma. O quizás era porque Pazeia no sentía lo que ella.
-¿Puedes percibir si sigue vivo?
Illana recordó, de repente, que podría, al menos, saber algo que pudiera ayudarles a saberlo. Dejó que la ola de pánico volviese a su punto más bajo, cerró los ojos y escuchó al viento. Allá arriba, con Zafiro a la distancia, la brisa era fuerte, y bailaba con el agua del río. No usaban palabras, pero eso no evitaba que se comunicasen, y hablaban sobre muchas cosas.
Escuchó, buscando a esa serpiente marina del abismo que no debería estar allí. Buscaba un rastro de otras aguas, de otras profundidades, de eso que debería haber estallado por la falta de presión, pero que aun así había salido a la superficie, y percibió cosas. Más cosas que no deberían estar allí, pero estaban, y daban algunas pistas de por qué.
Al menos, pudo percibir que la serpiente marina estaba más que aliviada de dejar a ese ser tan raro en manos de otros, similares pero no iguales, de tierra. Mitad de tierra, y nada de agua, aunque sabían nadar. Escuchó voces, voces distorsionadas, palabras en su idioma, uno que a veces había oído que empleaba su abuela, cuando hablaba sobre…
-Oh, por las aguas del mar Profundo…
Respiró, dejando que la concentración ahogase al pánico, a la vergüenza, a la desesperación, y nadó, dejando atrás a todo eso que le impedía llegar a esas voces, voces que ya no eran percibidas por esa serpiente que volvía a enroscarse en las profundidades de la isla-montaña. No sonaban amenazantes, sino gozosas, y se llevaron a ese ser pálido y desvanecido hacia más allá del río, dentro de las profundidades de…
-Está vivo- dijo, abriendo los ojos y volviendo a la superficie –Desmayado, pero vivo. Alguien ha enviado a esa serpiente de las profundidades a capturarlo. Ahora está en el interior de la montaña.
Pazeia, seria, no dijo nada, y comenzó a sacarse los zapatos.
Cuando estuvo descalza, se paró en la superficie más musgosa que había por allí, y comenzó a buscar. Su percepción era más lenta y más duradera que la del agua y el viento, pero detectaba de inmediato las novedades. Los helechos no crecían en el interior de la cueva, pero los hongos eran otra historia, aunque era algo complicado saber lo que estaban “diciendo”.
Era algo suave e intenso, que iba de sus palmas hacia su cerebro, y de allí a sus pies, a la vegetación que pisaba, y si hubiese polen allá arriba, a las alturas. El agua del río no sólo era alimentada por el deshielo de la montaña, sino por las lluvias, así que la variedad de vegetación irradiaba estados en distintos “dialectos”.
Un hongo dejó de enviar señales allá abajo, en las profundidades de la cueva, más hondo que el nivel del río, y luego otro y otro más. Algo duro y romo los había arrancado, aunque a uno sólo le había quitado el sombrero. Vibraciones en sus fibras que aumentaban y luego se alejaban. Uno, dos, tres seres pesados con ropa que tintineaba. Un cuerpo que era arrastrado, húmedo pero aun respirando. La vibración era débil y casi se perdía entre las demás, pero estaba allí.
-Está vivo- dijo, abriendo lo ojos y suspirando de alivio –Y ha sido capturado.
-Dime que no son esa horda de…
-Si lo son, están en su forma humana- giró la cabeza, sintiendo que la conexión empezaba a desvanecerse, y luego dio vuelta el resto del cuerpo. Illana había recobrado la compostura, pero no parecía del todo calmada –Se lo están llevando a un lugar bajo el nivel del agua, y parece ser que lo quieren vivo.
-Enviaré un mensaje a mi madre y a mis hermanas- dijo la otra, decidida –Enviarán a más miembros de mi familia para ayudarnos, y podremos…
-No es buena idea.
Illana la miró, sin comprender, y un destello de enojo cruzó por su semblante.
-¿Y por qué no? Mauricio es alguien que las dos, que todos, queremos que siga vivo y bien. ¿Acaso quieres que muera?
-No- frunció el ceño –y es por eso que un ataque a gran escala no servirá de nada. Tomaría demasiado tiempo y los alertará que sabemos que lo tienen prisionero o, al menos, que sabemos que están aquí. Sea como sea, se llevarán a Mauricio, o lo matarán, y nadie quiere eso, ¿verdad?
-Eso tiene… cierto sentido- el enojo pasó a ser una sorda punzada de descontento -¿Tienes alguna sugerencia?- no le salió con tanto desdén como pensó.
-Tu idea de alertar sobre la situación es buena, pero con otro pedido- tomó una ramita caída y empezó a dibujar algo en el suelo -¿Sabes cómo es el lecho del río en este sitio?
-Me tomará algo de tiempo saberlo.
-Y algo de tiempo tenemos. Si de verdad son ellos, y todo parece indicar que lo son, no intentarán dañarlo de inmediato. Necesitamos un plan, y para eso, debemos conocer el terreno.
-Mirkor nos sería de mucha utilidad ahora…
-Pero incluso él no conoce las profundidades del río, o el interior de la montaña. Ahora, toma- le entregó la ramita –y comencemos a trazar el mapa.
*********
Entre la nada del desvanecimiento, Mauricio intentaba pensar.
“Tenías que ir y no tener esa capacidad… Y era de las que más me gustaban”
El tono arrogante había desaparecido hacía bastante, junto con la capacidad de mover su cuerpo. Ahora, los dos estaban allí, casi a un mismo nivel, y no había nada excepto ellos dos. Mauricio no podía verlo, pero sabía que existía, de alguna manera, a su alrededor, en su interior, sobre su piel y debajo de ella.
“Quizás entonces habría detectado eso antes… no, no es verdad. Pero podría haberlo intentado”
“¿Qué es lo que nos hizo?”
Era la primera pregunta que se había animado a expresar, y sabía que no lo había hecho con su boca. Sin embargo, el otro lo oyó y calló, pensativo.
“Cien años atrás, tenían habilidad para hacer ilusiones. Hoy en día, parece que han mejorado mucho, y afectado no sólo la vista, sino el tacto y otras percepciones. Además, pensé, tonto de mí, que era una sola con esa habilidad. El resto del serpentario debió haber estado por allí, escondido, esperando a que yo cayese en su trampa”
Suspiró, o eso le pareció a Mauricio.
“Es lo mismo que cien años atrás”
“¿Y qué sucedió cien años atrás?”
“Pues que descubrimos algo que no debíamos descubrir aún, y llegaron esas serpientes, diciendo que sabían de lo que se trataba. Confiamos, tanto como pudimos confiar en un ser sabio pero desconocido, y no logramos descubrir a tiempo lo explosivo que era. Que era todo eso, en más de un sentido. Y cuando dijeron que habían descubierto lo que era y cómo emplearlo, hicieron explotar toda la torre”
En su cabeza, apareció el edificio que antes había visto cubierto de hierros retorcidos y vegetación. En ese entonces, era una torre que sólo usaba la piedra como base, y se elevaba hacia los cielos como una estructura llena de rieles por los que viajaban objetos varios, torres, pistas de aterrizaje, grandes ventanas, poleas hechas de cadenas de diversa clase…
“Oh, sí, era una belleza esa torre de hierro. No había acceso por tierra: tenías que volar hacia allí, por lo que sólo los Alatum y las aves podían verla por dentro. Demonios, miles de tomos, millones de terabytes de conocimiento, todo lo que a la sociedad de allá abajo, condenada a la tierra y el agua, no podría siquiera soñar. Tanto hombres como mujeres Alatum trabajaban para saber más, aplicar más el conocimiento, y mejorábamos, poco a poco, la calidad de vida de los terramarenses. No, eso era en otro lado. De los seres de tierra y agua”
“Y de los seres del Agua…” pensó Mauricio, recordando a Feferi.
“Eres demasiado sensible para tus años. Quizás por eso llegaste ahora”
“Y no antes”
“Te hubieras quedado allá abajo, con el resto de los que no lo lograban. Quizás habrías podido alcanzar a acariciar alguna habilidad especial, como la familia Romero o la Ánfora, pero nunca tus alas”
Esos apellidos le sonaban, en especial el primero.
“He conocido a Eridan Romero”
“¿Romero? ¿Se casó después de todo ese tiempo? ¡Increíble! Y con esa familia de terrosos. Debe haber sido un golpe duro en verdad…” bajó el tono arrogante, y Mauricio percibió algo de tristeza “…de seguro me necesitó entonces”
“¿Romero no era el apellido de él?”
“¿Apellido? ¿Para qué? Ah, ya lo sé, aún no has recibido tu nuevo nombre, y si Eridan es el único al que has conocido, entonces quizás ya no era tan importante para él. Los Alatum recibimos nuestro nuevo nombre junto con nuestras alas. El apellido es para los seres de tierra y agua, y las mujeres lo pasan a sus maridos al casarse”
“¿Las mujeres a sus maridos?”
“Así es. Si una mujer está embarazada, es evidente quién es la madre, así que es lógico que su bebé lleve su apellido. A veces se casan dos varones o dos mujeres, y siguen llevando sus apellidos. Pero el apellido es de plebeyo. Tienen nombres tan poco especiales que necesitan de un denominador común para agruparlos y saber quién es quién”
La cabeza empezaba a dolerle. La sociedad que había alcanzado a vislumbrar era más compleja de lo que esperaba, y necesitaba pensar en ello.
“Tienes todo el tiempo para pensar ahora” le dijo el otro “después de todo, no saldremos de aquí pronto. Si es que algunos de los dos sale”
*********
Lo complicado no fue trazar el mapa.
Allá arriba, por primera vez en muchos años, una Romero y una Ánfora cooperaron para el fin común de plasmar en dibujo eso que les informaban sus sentidos, los que les prestaban los elementos o los seres vivos que pululaban con ellos como principal factor. Mientras una dibujaba, la otra hacía el inventario de las posesiones que había logrado mantener con ella. Pocas cosas, y ninguna de ellas era comida.
En uno de los turnos de Illana, Pazeia se dirigió hacia un lado de la montaña, bajó un poco, y llegó a un plano inclinado en el que crecían flores amarillas y grandes, del tamaño de su cabeza. Las abejas ya habían estado allí, pero un par de flores parecía no haber terminado de florecer. Regresó hasta donde estaba la otra, y le dijo que había encontrado algo que les serviría.
-¿Flores de miel?- preguntó Illana, curiosa -¿En dónde?
Pazeia tuvo que ser más cuidadosa al dirigirse con la muchacha rubia al lugar que había descubierto, ya que sus pies no estaban acostumbrados a escalar. Pero cuando llegaron, el rostro de Illana cambió de semblante. Sacó un vaso plegable, una de las pocas cosas que ambas habían tenido en los bolsillos en el momento del naufragio, y tiró despacio de un enorme pétalo amarillo, largo, curvado y con lo que parecía un surco en el medio. El néctar de la flor comenzó a deslizarse por el pétalo hasta la taza, despacio. Pazeia hizo lo mismo, y cuando sus tazas estuvieron a la mitad, soltaron sus respectivos pétalos. El néctar siguió fluyendo por unos segundos, hasta que el pétalo regresó a su posición anterior, y entonces volvió a acumularse dentro de la colorida corola.
Lo realmente complicado fue, después de comer intentar ponerse de acuerdo en cómo actuar.
-El mensaje llegó a destino. La Pastora dice que están preparados, y que si no llegamos antes del plazo acordado, utilizará el escudo- dijo la rubia.
-Entonces, lo mejor será una operación sigilosa- dijo Pazeia.
-No me gusta la idea- dijo Illana.
-Pues bien, si tienes una mejor, adelante- se había rehecho la trenza, que colgaba sobre su hombro derecho.
-Aún no sabemos en dónde lo han llevado. La montaña es grande, y poco se sabe de su interior. O de las trampas que posee.
-¿Nos quedamos aquí esperando, entonces?
-No, eso sería contraproducente. Lo que sabemos es que los Lamias no saben que estamos aquí, y eso es bueno. Pero no sabemos en qué han mejorado los últimos cien años, y eso es malo.
-Por eso digo que debemos hacerlo.
-Tenemos una única oportunidad, como dijiste antes. Y tengo todas las intenciones de aprovecharla.
-Yo también.
-Entonces, ¿cómo podemos actuar sin ese conocimiento?
-La incertidumbre es inevitable. Y no podemos saber eso que desconocemos, por ahora. Esperar es sinónimo de dejar morir a Mauricio. Ir es sinónimo de, al menos, intentar rescatarlo.
-¿Sugerencias?
-¿Reaccionó ante el traje?
-No, y no ha vuelto a acercarse a uno de esos.
-Si lo hiciese, tendríamos una señal clara de su ubicación… ¿podrías detectarlo a esta distancia?
-Esperemos que así sea.
Pasó la noche y llegó el nuevo día.
Las flores de miel habían sido visitadas por las abejas, así que su néctar ya no era apto para personas. Un par de giros más adelante, encontraron un pequeño manantial oculto entre las rocas, invisible desde fuera, pero muy notorio para quien pudiese sentir la proximidad de agua. No les sorprendió ver plantas de hojas comestibles en las cercanías, y luego de haber comido y bebido siguieron buscando una entrada que no estuviese bajo agua.
Illana escuchaba los cursos de agua, pequeños pero presentes, que se colaban entre las piedras, luego del agua de deshielo, cada vez más y más fríos. Algo había alterado la estructura natural de la montaña, eso Pazeia lo percibía con la misma facilidad con la que percibía su trenza sobre su hombro, y era reciente. Menos de una semana atrás, en eso concordaban ambas. El viento les llevaba palabras, y con ellas pudieron comprender mejor cómo era la guarida de las Lamias. La tierra les indicaba cuándo se engañaban los sentidos, en especial en un sitio artificial, que se parecía demasiado a una casa como las que había en la ciudad… Excepto por su pilar central.
Al anochecer del segundo día, habían dejado de hablarse con palabras, para pasar a sus respectivos elementos. Las dos se mantenían ocultas en la cueva, Pazeia más cerca de la luz del sol y de los helechos de la entrada, Illana en el interior y al lado del pequeño curso de agua. La mano izquierda de Pazeia y la derecha de Illana estaban unidas, palma con palma, sin entrelazar sus dedos. Podían oír el viento y el agua, y sentir la tierra y la flora. La imagen se fue haciendo más y más completa, sin colores ni formas, sino con sensaciones. Habían memorizado el plano, y había pocos sitios donde podrían haber escondido a Mauricio, en especial si cometían el enorme error de entregarle algo personal de algún Alatum.
Permanecieron allí por lo que les pareció una eternidad, aunque en ese estado no percibían el tiempo, esperando, percibiendo, buscando. Paredes frías y húmedas, cortadas hasta hacer sangrar la tierra y la piedra. Cursos de agua que hacían transpirar las paredes. En el primer día, un Ser del Agua había sido depositado allí, junto a uno que no terminaba de encajar en ese esquema, pero luego algo había sucedido y el Ser del Agua ya no existía sino como materia.
Luego, movimientos de varios seres, entre ellos ese tan extraño. No dejaron que la alegría de haberlo encontrado nublase su concentración, y continuaron vigilando. No había vida dentro del pilar central, un elemento arquitectónico que no tenía razón de ser dentro de una casa al estilo de Zafiro. Algo esperaba allí dentro, un vacío hambriento de elementos, de cosas, de eso que le permitiría seguir devorando. Pareció enloquecer cuando ese extraño ser llegó a sus cercanías, y cuando dejó de lado su ilusión, cuando Mauricio quiso salir de allí, el vacío se aferró a él.
Illana quiso salir al rescate en ese momento.
Pazeia le apretó la mano y no la soltó, sin dejar de observar. Ni siquiera la muchacha rubia habría cometido la insensatez de hablarle, pero eso no quería decir que le gustase. Cuando los seres largos se retiraron de la escena, un par de horas después, sus manos se soltaron, e Illana la miró, desafiante y ofendida más allá de lo que creía posible.
-¿Se puede saber qué clase de ideas rondan por lo que tienes sobre los hombros?
-La misma que ronda bajo tu cabello- le dijo, con calma –Es hora de rescatar a Mauricio.