CAPITULO VII
Tom, desde el interior de la cabaña, oía las voces de los bandidos, aunque no podía precisar bien lo que decían, lo que le demostraba que la disputa llevábase a cabo dentro de la habitual violencia entre aquellos desertores de la Ley, embrutecidos por la vida áspera y terrible de la frontera.
Avanzó hacia la puerta y pegó la oreja a la rendija de la misma, pero tampoco así pudo oír una palabra completa. Hallábanse los hombres al aire libre apartados de la casa principal, bajo la luz de la luna. Dos de los rufianes, mandados por Brad, mantenían la guardia cerca del rancho, impidiendo que la hija de Watt pudiera acercarse a ellos y enterarse de lo que dirimían.
Brad llevaba la voz cantante. Había hecho infinidad de advertencias a Watt. Y muchas de sus consideraciones estaban apoyadas abiertamente por todos los miembros de la partida.
—Ahora mando yo — decía—. Te hemos dado nuestro voto de confianza en muchos momentos, Watt, y los has desaprovechado. Vinimos aquí porque tú nos llamaste, es cierto, pero con la plena convicción de que lucharías con tesón a nuestro lado, de que los asuntos de esta banda se llevarían a rajatabla, olvidando, aunque sólo fuera por un momento, los privilegios de una venganza imbécil. Nosotros no odiamos a los Keane, pero los combatimos con muchas más energías que tú. La prueba te la hemos dado hoy. Hemos matado a un Keane y el otro está prisionero. Nos hemos apoderado de todo el dinero que recibieron por la punta de ganado. Y ahora estamos en superioridad de condiciones acerca de una victoria sobre ese Gastón Keane tanto horror te da a veces. Lamento tener que hablar con esta claridad, pero no queda otro remedio. Ahora. Watt, quiero, queremos conocer lo que has de resolver en tu favor. Te he hecho una propuesta. Watt, la misma que hace mucho tiempo, cuando conocí a la muchacha. Unidas nuestras fuerzas seremos invencibles. Quiero a Ana. ¿Comprendes? Los muchachos saben que me interesa para esposa y no se oponen. Todos están seguros de que a mi lado llegarán lejos. Y el día de mañana podremos irnos de aquí para siempre, llevando con nosotros una buena cantidad de dinero, que nos permita establecernos en algún punto lejano, donde nadie nos conozca. He tenido siempre grandes deseos de meterme en el Valle de la Muerte, de saber qué es lo que hay en él y al otro lado del mismo. Murieron muchos que lo intentaron. Pero yo haré que ese maldito lugar se convierta en un paraíso para nosotros. ¿Qué dices a ello, Watt?
Jesse, durante el discurso del bandido, había permanecido silencioso, conteniendo la terrible indignación que lo dominaba. Tenía el presentimiento de que una lucha contra Brad le sería fatal. También se daba cuenta de que era preferible morir, antes que entregar a aquel canalla la mano de su hija.
Ana los odiaba a todos desde el día en que supo la verdad; hacíasele la vida cada vez más insoportable al lado de los bandidos. Y muchas veces había rogado a su padre que la llevara lejos, que abandonaran aquel rancho, nido de pistoleros, sin dejar rastro de su paso. Pero Watt tenía miedo. Brad y Mike le ensombrecían, cada vez que estaba a punto de tomar alguna resolución. Los había llevado allí, ciertamente. Pero jamás creyó que los dos hombres pudieran apoderarse de lo que él había cimentado al lado de Green, de Jackson, de Falconer y de tangos otros como habían pertenecido a su banda y aún continuaban militando en ella.
—Tendré que pensarlo — dijo el pistolero—. No puedo dar una respuesta con esa rapidez.
—Me interesa saberlo ahora, Watt. De tu respuesta dependen muchas cosas. Y si eres un hombre listo, ya conoces lo que has de decimos a todos.
La cosa estaba clara. Brad tenía a Watt como un estorbo para sus planes. Hallábase seguro de que algunos de los que le estaban oyendo ahora manteníanse de acuerdo con su antiguo jefe. Watt podía levantarlos contra él en la primera ocasión que se le presentara, de igual manera que él lo había hecho antes con el apoyo de Falconer, de Mike y de los otros.
Por su parte, el padre de Ana comprendió que estaba entre la espada y la pared. Aquel demonio de Watt podía matarlo cuando se le antojara o mandar a alguno de sus secuaces que le hiciera desaparecer sin dejar rastro. Y, de todas maneras, Marlowe obtendría a Ana.
Llevado por este pensamiento, repuso:
—¿Cuáles son tus condiciones, Brad?
—Veo que te pones en razón, Jesse. Y me alegro de verdad.
—Podría irme de aquí a cualquier parte, llevándome conmigo a Ana. Pero comprendo que no es posible. Me hallo unido a vosotros y no tengo amigos en parte alguna. Me quedo. ¿Basta eso?
—Y sobra.
—Pero me gustaría saber en qué calidad quedo en esta banda.
—Como lugarteniente. ¿Te apetece?
—Me gusta siempre y que tú seas el jefe, Brad. Reconozco que para el dominio y mando de una cuadrilla de hombres decididos, valientes hasta la temeridad, es necesario una cabeza joven que rige bien, como la tuya por ejemplo. Junto a ti, Mike y yo podremos hacer muchas cosas. Ahora dime tu plan respecto a Gastón Keane.
—Pienso ir a visitarlo esta noche.
—Gastón estará sobre las armas. Matará al primero de nosotros que aparezca por allí.
Brad sonrió maliciosamente. Y repuso con calma:
—¿Lo harías tú si tu hija estuviera en nuestras manos?
—No. Creo que no lo haría, de seguro.
—La misma razón hará a Gastón Keane pensar. Keane posee dinero en Independence y mucho ganado. Puedo darle un plazo de tres para vender esas reses y entregamos todo el dinero que recaude, así como el que posee en el Banco. Bastarán unas líneas de su hijo.
Watt sonrió maliciosamente. Aquella sonrisa suya debió parecerle al nuevo jefe de la banda como un acatamiento de sus planes, como una prueba evidente de que Jesse Watt estaba seguro de que no había otro hombre, con mayor inteligencia que él, para llevar adelante los asuntos de la organización. Ahora Marlowe parecía más calmado. Mike Monagan le hizo algunas preguntas, que el bandido contestó sin meditarlas.
—Prefiero casi que te quedes tú aquí, Watt, junto con Jackson y Green. Los tres podéis guardar al prisionero con toda clase de seguridades. Los demás nos iremos. ¿Quieres venir a hacer una visita al muchacho?
—Me gustará.
—Ven tú también, Monagan. Los demás, que estén preparados. Iremos hacia la medianoche al rancho de Gastón Keane. Y apuesto diez contra uno a que ese viejo ganadero se asustará cuando nos vea.
Monagan echó a andar al lado de su jefe. Watt, de repente, sujetó por el brazo a Brad, y dijo:
—He pensado una cosa, Brad.
—¿Y es?
—Que sería conveniente que Ana comenzara a conocer nuestro acuerdo. Necesito algún tiempo para ponerla en disposición de que acepte a ser tu mujer. Las cosas han de llevarse con medida y buen conocimiento de causa. ¿Qué te parece? La chica es bastante arisca, ¿comprendes?
—Que eres un buen amigo, Watt. Vete si lo deseas.
Monagan no respondió. Watt alejóse en dirección al rancho. Los dos centinelas que habían permanecido junto a la puerta de entrada, acababan ahora de alejarse de allí, una vez terminada la conferencia de los bandidos. Watt penetró en el edificio, cuando Brad y Monagan, seguidos de dos de sus secuaces, hacían lo propio en la cabaña en que estaba encerrado Tom Keane.
Jesse vió a su hija, en el momento en que ésta salía a su encuentro. Debía conocer algo de la reunión de los pistoleros, puesto que su rostro había empalidecido. Avanzó hacia su padre y echóle los brazos al cuello, diciendo:
—¡Gracias a Dios que has vuelto, padre
—¿Temías por mí, Ana?
—Creí que ese bruto te mataría. Todos los bandidos parecían pensar lo mismo. Incluso me pareció oírselo comentar a los centinelas. ¿Qué ha pasado para que no ocurra esto?
—¿Oíste hablar alguna vez de la diplomacia?
—Nunca.
—Yo he sido un buen diplomático ahora, hija. Pero a costa de la promesa de que serás la esposa de Brad cuando llegue el momento.
Ana miró horrorizada al viejo bandolero. Mas al momento descubrió el gesto burlón de Watt y comenzó a tranquilizarse. Máxime cuando éste dijo:
—Yo te quiero más que a nadie en el mundo, Ana. Pero antes de que fueras la esposa de esa fiera, te mataría. No he tenido más remedio que convenir con él, ¿comprendes? Veía venir la muerte en busca mía con pasos agigantados. Y me daba cuenta que ibas a perder el único sostén que puede defenderte de ese asesino. Lo he prometido, pero juro que no lo cumpliré.
—¿Qué haremos entonces? ¿Tú crees que se le puede engañar?
—No. Brad es listo, aunque en esta ocasión no lo haya demostrado. Mas es posible hasta que rectifique a tiempo, si no obramos con rapidez. Muchas veces me dijiste que querías salir de aquí, que deseabas huir de estas montañas por todos los medios. Lo haremos, hija, y esta misma noche.
—¿Hoy?
—Brad y sus hombres van a marcharse. Quedarán aquí sólo Jackson y Green. Mike Monagan, Falconer, Dumont, Colter, todos los demás, en una palabra, marcharán contra el rancho de los Keane, con ánimo de destruirlo. Brad me ha dicho que quieren el dinero del viejo. Pero me temo que ellos buscan el ganado tan sólo. Llevadas esas reses a Los Ángeles o a cualquier otro punto importante de California, arrojarán una importante suma. Y lo más fácil es que a su regreso nos obliguen a ir con ellos. No me fío mucho de Brad Marlowe. Puede darle ganas de quitarme a mí de su camino, de una manera que parezca más un accidente que un crimen. Y no quiero que tú quedes desamparada, hija.
—Dios nos ayudará, padre. Me doy cuenta de que ahora comprendes el mal que hemos hecho antaño. Nunca debiste emprender este camino. Jamás hubiera consentido esto, de haber tenido uso de razón, de haber sabido todo lo que te rodeaba.
—Más arrepentido que yo, no puede estar nadie — repuso Watt, con voz ronca—, A veces la ambición nos domina, nos hace olvidar la parte buena que hay en nosotros. Y ha sido necesario un revés como éste, que un peligro inminente te rodeara, para darme cuenta de mis delitos. Quisiera rectificar, Ana. Mas comprendo que ya es demasiado tarde.
—No es tarde nunca, padre. Nunca es tarde cuando el arrepentimiento es de corazón. Puedes dar pruebas de ello, puedes demostrar que de verdad estás arrepentido.
—¿Demostrarlo? ¿Demostrarlo ante la Ley?
—Ante la Ley de Dios. Muchas veces me dijiste que Keane era tu peor enemigo, que algún día ibas a combatirlo con denuedo, hasta que tú o él desaparecierais de la tierra. Hay un Keane en peligro. Brad, cuando haya terminado con su padre, seguro que lo matará a él. Y este Keane nunca nos hizo daño. Le agradezco el haberme dicho la verdad de todo, el haber descorrido la venda de mis ojos. ¡Ayúdale, sálvalo si está de tu parte!
Watt no respondió al momento. Habíase dejado caer en uno de los taburetes, y contemplaba a su hija con fijeza.
Luego, con voz reposada, repuso:
—Quizá hubiera abogado, hace unos días, para que Brad lo matara. ¿Qué tienes tú que ver con él, Ana?
—Nada. Tan sólo deseo que comiences hoy mismo a demostrarme ese arrepentimiento. Todavía no es tarde para ser felices, padre. Nos rodea un ambiente mortal. Alrededor de nosotros sopla el viento de la muerte y me doy cuenta de que pueden ocurrimos muchas cosas, infinitamente peores que la misma muerte. Tom Keane no nos hizo daño nunca. Quizá sea el único hombre decente que he tropezado en mi camino, desde que tú y yo vinimos a esta comarca. Aquel día en Independence portóse conmigo como un caballero. Lo fue igual cuando me halló a unas millas de aquí. Y vi en su rostro la amargura cada vez que una de sus palabras abrían en mi corazón un abismo insondable y negro. Yo sé, padre que es bueno y honrado, que jamás cometería una falta, aun cuando en ello le fuera la existencia. Y no podemos permitir que él muera, que él…
—¿Le amas, Ana? — cortó el bandido, con voz grave.
La joven permaneció silenciosa. Luego, alzando los ojos, dijo:
—Tan sólo puedo decirte que me es simpático y que no deseo que muera. Nunca me dijo nada que pueda hacerme comprender cariño o estimación alguna. Nosotras, las mujeres, sabemos cuándo un hombre está enamorado. Pero Tom Keane es inescrutable. Hoy será la oportunidad que esperamos. ¿Por qué no le ayudas?
—No te prometo nada, hija. Tendré que pensarlo mucho, que dominar aún mis sentimientos. Ahora vete. Alguien se acerca. Brad ha debido arrancarle esas líneas que necesitaba como un salvoconducto para sorprender al ganadero y…
Ana penetró en su cuarto. Unos segundos después, los dos bandidos penetraban en el rancho, al mismo tiempo que oían las últimas palabras del ganadero, dichas en estos términos:
—Brad te quiere, Ana. Debes pensar su oferta. Yo estoy de acuerdo con él en que…
Volvió la cabeza. Miró a Brad y a Monagan y agregó:
—¡Hola, amigos! ¿Ha habido suerte?
—Ya tengo esas líneas, Watt. ¿Qué dice la muchacha?
—Déjala de mi cuenta, ¿quieres?
—Bien, adelante. Ya tengo las líneas. Pero ha sido necesario obligarle a escribir. Monagan es contundente.
—Comprendo. ¿Cuándo es la partida?
—De ello quería hablarte. Vamos a salir ahora mismo. ¿Puedo confiar en ti, Watt?
—Con toda certeza.
—Ayuda a Jackson y a Green en todo. Creo que volveremos hacia el amanecer, si todo se da como esperamos.
—¡Mucha suerte es lo que hace falta!
—No puede fallarnos este golpe.
Watt abandonó el edificio, siguiendo a los dos bandidos.
Permaneció con ellos hasta que estuvieron a punto. Luego regresó al rancho en unión de los dos hombres. Jackson dio una vuelta a la cabaña en la cual hallábase Tom Keane. Probó las cuerdas que le sujetaban y cerró por fuera, para reintegrarse con sus camaradas.
* * *
Ana sirvió la cena a los tres hombres.
Muchas veces, durante aquel tiempo, la joven estudió los movimientos del falso ganadero, sin perder detalles de la conversación del trío. Jackson había ido a dar una vuelta a los caballos y vino diciendo que el prisionero hallábase abatido. Ana intercedió acerca de él, con el fin de que le llevaran algo de comida. Pero Jackson negó, diciendo que eran órdenes terminantes de Brad, y estas órdenes había que cumplirlas a rajatabla.
Pasaron algunas horas.
Una mortal angustia dominaba a la muchacha. Hubiera querido ser ella la autora de aquel trabajo, exponer su vida para salvar al detenido. Pero dábase cuenta de que era un trabajo más propio de un hombre que de una mujer.
Watt levantóse del asiento que ocupaba. Miró a sus compañeros con indiferencia, y dijo:
—Me ahogo aquí dentro, muchachos. Quisiera dar un paseo por las afueras.
Jackson miró a Green y sonrió burlonamente. Luego repuso, con voz cansina, no exenta de ironía.
—Había pensado lo mismo. Podemos dar ese paseo juntos, si te apetece, Jesse.
Watt no respondió al momento. Y aquella indecisión debió poner en guardia a Jackson, puesto que agregó:
—Lo hago porque estimo que no te importará salir acompañado, ¿verdad?
—De ninguna manera. Podéis venir los dos, si se os antoja.
—¿Qué dices tú, Green?
—Que Watt es inteligente y está en lo cierto. Iremos juntos.
Ambos se levantaron. Ana comenzó a quitar las cosas de la mesa, indiferentemente, como si nada hubiera escuchado. Los tres sujetos abandonaron el edificio, echando a andar con paso lento en dirección al río. Hablaban de sus cosas. Pero Watt estaba seguro de que los dos sospechaban algo extraño de él y mantúvose en guardia contra toda sorpresa.
Ignoraba de qué manera desembarazarse de sus enemigos y correr a cumplir lo prometido a su hija. Intentar echar mano a los revólveres hubiera equivalido a una temeridad, puesto que los dos sujetos que le acompañaban no eran lerdos, ni mucho menos. Y tratar de engañarlos no era posible.
Ana, desde la puerta del edificio, los vió desaparecer cerca de los árboles del río, bajo la luz pálida de la luna. Permaneció en aquel lugar inmóvil, sin saber qué partido tomar. Mas de repente entró en la casa. Colgado de la pared, junto a la puerta de su aposento, había un cinturón cartuchera completo. Un revólver del calibre “38” pendía de la pistolera de cuero.
No se detuvo un instante. Con toda rapidez descolgó la canana y, en vez de abandonar el rancho por la puerta principal, desmontó la ventana de su habitación y salió al exterior. Dentro de su pecho sentía el golpe seco de su corazón. Jugaba con la muerte y lo sabía. Pero allí había un hombre que nunca les hizo daño, un hombre decente, honrado y bueno, que posiblemente moriría cuando Brad y sus bandidos regresaran de 1a. excursión nocturna.
Pegada a la pared del edificio echó a correr hacia los heniles. Allí, jadeante, conteniendo la respiración, permaneció unos segundos. Miró a todos lados. No oía nada extraño y si sólo la corriente del río, a unos cincuenta metros de distancia del punto en que se hallaba ahora. Miró hacia la cabaña. Unos minutos más y habría conseguido lo que se había propuesto, dando rienda suelta a los destinos de su corazón, a lo que la conciencia le pedía.
Cubrió en poco tiempo esta distancia, inclinándose hacia el suelo, tratando de ocultarse con las sombras de los restantes edificios. Una vez ante la puerta buscó el grueso cerrojo y comenzó a descorrerlo. Podía sostenerse de pie gracias a su gran presencia de ánimo. Por fin empujó la madera y entró.
La luz de la luna, al penetrar por la abertura, le descubrió el lugar donde se hallaba el prisionero. Keane habíase vuelto ahora y en su rostro pintábase la curiosidad y la sorpresa. Ana avanzó hacia él. De debajo del delantal sacó un cuchillo de monte y buscó las cuerdas para cortarlas.
Fué entonces cuando Keane dijo, venciendo la extrañeza:
—¿Viene usted a libertarme?
—Vengo a prestarle un poco de ayuda. Pero no hable. Pueden oírnos.
—¿Dónde están?
—¡Cállese! ¿Quiere que nos maten a los dos?
Tom guardó silencio. Las cuerdas que sujetaban a sus muñecas quedaron rotas. Frotóse éstas con fuerza. Y volvióse después hacia la joven.
—Póngase ésto. La canana está repleta de balas.
Tom obedeció. Allí mismo, en la obscuridad, velada un poco por la luz de la luna, examinó el tambor del arma. Hallábase cargado convenientemente.
—¿Por qué hace esto? — preguntó, con voz emocionada.
—Porque lo creo un acto de justicia. Hallará caballos en la cuadra. Monte en uno y váyase pronto de aquí.
—¿Irme? ¿Qué hará usted, entonces?
—Yo soy una mujer. La ley de la frontera me protege.
—Pero no contra Brad Marlowe ni Mike Monagan. Conozco lo suficiente de esos hombres para saber que la matarían, lo mismo que a su padre. ¿Comprende usted a quién da la libertad, Ana?
—A un hombre que la necesita para defenderse.
—A un enemigo suyo.
—Yo no tengo enemigos.
—¿Acaso no lo son los Keane de los Watt?
—Pero no de los descendientes de esas dos familias. Brad y sus hombres galopan hacia el rancho de su padre, Tom. Van a matar a todo el que se ponga por delante. ¿Tiene aún valor para detenerse un segundo más, sabiendo que la vida de sus seres queridos corre peligro?
—Mi padre se defenderá.
—Oí decir a Brad que llevaba unas letras suyas y que…
—Pero él no conoce a Gastón Keane.
—¿Quiere decir que no hará ningún caso, conociendo el peligro que usted corre?
—Muchas veces lo hemos convenido así. La defensa de unas tierras, de unos derechos propios, la anteponemos los Keane a todos los sentimentalismos. Y si Brad va allí con sus hombres, tendrá que combatir o retirarse. No habrá cuartel para ellos, porque…
Pasos que se acercaban obligaron al vaquero a callar. Ana palideció intensamente. Keane podía oír el jadeo de su respiración, la terrible angustia que la dominaba.
—¡Vienen… hacia… aquí! — tartamudeó.
—¿Cuántos son?
—Dos. Mi padre está entre ellos.
—No se mueva usted de donde está. Pero antes, Ana, déjeme agradecerle esto a mi manera. Déjeme que le dé fe de mi gran cariño.
La tomó por los hombros y la besó. Ana no opuso resistencia. Tampoco dijo nada cuando el vaquero la soltó y fué a colocarse junto a la puerta de la cabaña, con el revólver que ella le había entregado dispuesto a hacer fuego. Vio, a la claridad de la luna, a dos sujetos que avanzaban, despegados entre sí por algunos cinco pasos de distancia, cautelosamente.
—No viene su padre con ellos, al parecer — dijo, en voz baja, Keane—. No se asuste cuando las armas truenen. ¿Quiénes son ellos?
—Jackson y Green.
—Antiguos conocidos míos. Tendré un gran placer en pagarles aquel mal momento que me Hicieron pasar en Independence. Váyase a aquel otro rincón. Las balas no conocen ni respetan a las personas. ¡Cuidado, Ana! ¡Acaban de detenerse!
Los dos sujetos habían hecho alto. Al momento, la voz ronca de Jackson llamó:
—¡Ana, Ana! ¿Dónde estás, Ana?
La respuesta fué el silencio. De pronto, desde detrás delos heniles, un rifle tronó. Green, que estaba más cerca de ellos, rodó por el suelo, alcanzado por la bala. Jackson lanzó una maldición sorda. Y cuando iba a volverse, Tom Keane apretó el gatillo del revólver por dos veces.