CAPITULO V

Tom, con una sonrisa en los labios, dejóse caer donde la joven le había indicado. Fue ella a situarse a varios metros de distancia, desde donde no perdió de vista al supuesto cuatrero.

—Lamento lo que va a ocurrir, Ana, pero hablaré. Cuando es el honor de una familia la que está en entredicho, a veces los peores sacrificios pueden llevarse a cabo para que la luz de la verdad resplandezca. Voy a decirle lo que he oído comentar a mi padre, lo que he escuchado de labios de otros hombres, allá en Texas y aquí, en Independence. Presiento que voy a herirla en lo más profundo de su alma, cosa que no quisiera. La estimo más de lo que puede creer y esto me costará un gran trabajo. Sin embargo…

—Déjese de pamplinas. ¿Quiere comenzar de una vez?

—Preste atención.

Tom acomodóse lo mejor posible en el duro asiento que ocupaba, miró a la muchacha, y comenzó a hablar. Los datos y las normas que exponía, parecieron hacer mella en la muchacha. Aquel vaquero que tenía delante conocía al dedillo muchas cosas que ella había oído de su padre, pero en un sentido notablemente desigual. Hablaba con soltura, con una precisión que no podía llamarlo a engaño.

Lo hizo metódicamente, sin acelerarse, sin que sus ojos mostraran, a la vista de ella, la más pequeña indecisión. Y cuando terminó, agregó algo más.

—Todo lo que le he contado se ajusta a la realidad. La prueba de mis palabras está ahí, en ese ganado que su padre remarca ahora, mandando a sus jinetes. Brad y Mike Monagan son pistoleros profesionales, de lo peor que llegó a pisar esta comarca. Igual puedo decirle de Colter, Dumont, Falconer y tantos otros. Bajo el nombre de ganadero honrado, lleva a cabo las hazañas más denigrantes en contra de la justicia verdadera, en contra de los derechos propios de las personas honradas. Así es su padre, Ana, y así son todos los que le rodean. Le quiero con ello decir que Watt es el peor, que Watt tomó como carrera en el Oeste la profesión de ladrón de ganado. Quizá sea él quien menos culpa tenga. Pero bien cierto es que se hunde en el cieno, que va a hundirla a usted también con él. Cuando esta noche le hable, cuando le recuerde algunas de las cosas que yo acabo de decirle, y que responden a la realidad, mírele a los ojos. Lo siento, Ana, lo siento de verdad. Nunca creí que una mujer pudiera hacerme olvidar hasta cuáles son mis deberes, hasta dónde llega el derecho y la fidelidad de un Keane para otro. Haría cualquier cosa por evitarle este sufrimiento. Y si usted tiene corazón, si conoce cuando un hombre dice la verdad, podrá comprender que yo le hablo con toda la sinceridad de que es capaz de hacerlo un ser humano.

Veía la modificación constante del rostro de ella, las tribulaciones que comenzaban a dominarla. Y continuó, con voz suave:

—Váyase de aquí, Ana. La guerra puede empezar pronto. Los hombres que se han lanzado por el sendero de la delincuencia, difícilmente pueden hallar el camino recto. Puede que muchos de los que ahora vivimos en paz y en armonía con todo el mundo, dentro de algunas semanas estemos enterrados. Me gustaría poder evitar todo esto, poder inculcar en el cerebro de su padre que la lucha que pretende contra los ganaderos es inútil. Yo sé que Gastón Keane se portó mal, que intervino contra su padre de usted en todas las denuncias. Dejáronse llevar cada cual por el odio que se tienen. ¿Pero es ley que el odio de los padres se extienda hasta los hijos? Ni usted ni yo tenemos la culpa de nada.

Levantóse del lugar donde había permanecido sentado y avanzó hacia el corcel, al que tomó de la brida, para volverse más tarde hacia la joven. Ana comenzaba a alejarse en dirección al sendero en que había dejado su caballo. Marchaba con la cabeza baja, con los ojos nublados por las lágrimas. Ni siquiera volvió el rostro hacia el vaquero cuando aquél, con voz emocionada, despidióse de ella. Tampoco lo hizo cuando los cascos del caballo de Tom comenzaron a sonar sobre el seco y estrecho sendero.

Montó en el caballo, tras colocar el rifle en el arzón de la silla, y caminó con paso lento entre la maleza. Algo después trepó hacia los oteros, lanzando al animal a un galope desesperado. Tenía los ojos enrojecidos, contraídas las bellas facciones, y las manos crispadas sobre las bridas del solípedo. Una emoción profunda habíase apoderado de ella. Y sentía latir con fuerza su corazón, mientras un nudo invencible le impedía respirar con sosiego.

Keane no había mentido. No era posible que hubiera echado sobre ella una calumnia, sobre los Watt, a pesar de que hombres a las órdenes de su padre habían estado a punto de asesinarlo.

Muchas veces, en el transcurso de aquellos meses en la meseta, la joven había apreciado algo extraño en los vaqueros de su padre, incluso en él mismo, que la hicieron sospechar muchas cosas. Pero jamás pensó que aquellas suposiciones, que ella desterraba de su mente, correspondieran por entero a la realidad.

Keane acababa de arrastrar su orgullo por el suelo. Las manifestaciones de aquel hombre eran demasiado firmes, demasiado sentidas, para que pudiera poner aun la verdad en tela de juicio.

Ni siquiera contempló lo que le rodeaba, a medida que se iba aproximando al rancho. Detúvose a la puerta y dejó el caballo en manos de Jimmye Doan, para penetrar en el edificio y encerrarse en su compartimiento. Lágrimas de desesperación acudieron a sus ojos. Y por un momento llegó a comprender que era la mujer más desgraciada de este mundo.

Los hombres no regresaron al rancho hasta la hora de comer. Debían haber trabajado mucho, puesto que todos ellos mostraban en su rostro el cansancio de una dura jornada. Brad y Mike caminaban juntos hacia el edificio central. Un poco más detrás de ellos lo hacía Watt, Falconer, Dumont y Colter. Green y Jackson venían más rezagados, con algunos otros miembros del equipo.

Ana no apareció ante ellos. Abandonó aquel lugar por la parte trasera del edificio y caminó con paso lento hacia los heniles. Llegaban hasta ella las palabras fuertes de Brad Marlowe, discutiendo, como siempre, con Mike Monagan y su padre. Pero no podía, en modo alguno, enterarse bien de lo que estaban hablando.

La joven descubrió su caballo cerca del ancho prado detrás de la casa de los vaqueros. No fué necesario un gran esfuerzo para llegar hasta él, llevarlo de la brida en dirección a los álamos, y montar más tarde, cuando nadie podía oír el seco golpe de los cascos herrados. No sabía bien 1c que estaba haciendo. Dejábase llevar por sus deseos de examinar por sí misma el cuerpo del delito.

Quería tener pruebas suficientes para poder decir a su padre lo que sentía ahora.

Al cruzar el río se detuvo. Brad debía haber ordenado a uno de los miembros de la banda que permaneciera a la expectativa cerca de las reses, puesto que un hombre, sentado cerca de los dos grandes pinos que se alzaban en medio del pequeño valle, avivaba con nuevos haces de leña la lumbre, en la cual los hierros del marcaje debían ponerse al rojo vivo.

Aquel sujeto parecía haberla visto, puesto que, lentamente, comenzó a erguirse, para quedar de pie y frente a ella Ana espoleó al animal y avanzó hasta aquel punto. Inició un saludo con la mano, y dijo:

—¡Hola, muchacho! ¿Cómo va esa faena?

—¡Buenos días, Ana! ¿Qué buscas por aquí?

—Quería presenciar vuestro trabajo. ¿Dónde están los otros?

—Han ido a comer. ¿No quieres descansar un poco aquí?

—Lo haré. Hoy he cabalgado demasiado. Buen ganado, ¿verdad?

—No es malo. Pero da mucho trabajo.

—No es fácil borrar antiguas marcas, ¿no es cierto?

Lo vió quedarse serio, borrar de su rostro la huella de la sonrisa. Luego, mirándola de hito en hito, repuso;

—¿Borrar las marcas? ¿Cómo lo sabe?

—¿Crees que mi padre tiene secretos para mí?

—Deduzco de ello que no. Pero a Brad no le gustará mucho saber que una mujer anda mezclada en todo esto.

—Yo soy tan culpable como vosotros. Ganado de Gastón Keane. AI menos ese novillo añojo lleva las letras del rancho de nuestros enemigos. ¿Desde cuándo realizáis una tarea tan laboriosa?

—¿Vienes a interrogarme?

—Tú y yo somos amigos, muchacho. Mi padre está metido en todo esto y no quiero que algún día lo cuelguen por cuatrero. Por este motivo soy de toda confianza.

Lo vió apoyarse en el tronco de uno de los pinos y mirarla más fijamente. Luego, con una sonrisa burlona, dijo:

—Ganado de Gastón Keane. Y acabaremos con todo el que tiene en ese valle, cuando vayamos a hacer algunas visitas a sus dominios. Brad está empeñado en ello, aunque tu padre lo detiene muchas veces. Mas estimo que en el momento en que el mareaje termine, no habrá poder humano que detenga a Brad, a Mike, a Falconer, a todos esos especialistas. Me alegro que sepas la verdad, muchacha. Quizá esto sea mejor y no tendremos que andar con tapujos. ¿Cuándo Watt se atrevió a comunicarte su secreto?

—Nunca.

—No lo entiendo — exclamó el otro, sorprendido.

—Mi padre no me diría nada de esto, aunque su silencio le costara la existencia. Ha sido un hombre llamado Tom Keane quien, al acusarle yo de cuatrero, me dijo que aquí podría hallar la respuesta mejor a mis insultos. Y lo estoy viendo ahora. Todos sois ladrones de ganado, rufianes que no pagaríais vuestros delitos ni con cien vidas que tuvierais. ¡Malditos seáis todos!

Ana no había podido contenerse. Vió la expresión de extrañeza de aquel sujeto, el rojo color que iba inundando sus mejillas, prueba de la contrariedad y la ira que le dominaban. Levantóse casi de un salto. Y antes de que Ana pudiera impedirlo, las manos del bandido sujetaron con fuerza las riendas del animal, intentando arrojarla de la silla.

Pero quizá no hubiera comprendido bien el temple de aquella mujer. La joven levantó rápidamente la fusta y, con certero golpe, cruzó el rostro del forajido, que lanzó un grito de dolor, retrocediendo algunos pasos. Ana hizo dar al caballo media vuelta, espoleándolo, para lanzarse al galope tendido en dirección a los edificios. Detrás de ella sonaron dos detonaciones. Pero las balas silbaron por encima de su cabeza sin llegar a tocarle el pelo de la ropa.

Una emoción terrible estaba a punto de arrojarla de la silla al suelo. Ganó en poco tiempo la pendiente que trepaba hasta la explanada del rancho, oyendo a su espalda el galope rápido y seguro de un caballo.

Brad y los bandidos volviéronse al verla avanzar en dirección a ellos. También Watt quedóse mirándola con sorpresa. Juana le había dicho que había llegado. También Jimmye Doan, porque él había tenido en sus manos las bridas del fogoso animal.

De un salto bajó del corcel y avanzó con paso decidido hacia le punto que su padre ocupaba. Brad y Mike la miraron fijamente, sorprendidos, sin poder comprender a qué se debía aquel furor que dominaba a la hija del jefe de la cuadrilla. Mas al ver al hombre que la seguía, comprendió. Una burlona sonrisa apareció en sus labios. Miró de hito en hito a Watt y éste cerró los puños con rabia.

Ana pasó junto a su padre y penetró resueltamente en la hacienda.

—Ya lo sabe, Watt — dijo el pistolero—. Algún día tenía que enterarse. Y, por lo que veo, no le ha sentado muy bien conocer nuestra clase de trabajo. Preveo que vas a tener una retórica con ella.

Brad avanzó hacia el sujeto que acababa de llegar en aquel momento. Tenía en el rostro la marca sanguinolenta de la fusta y su furor era indomable. No esperó siquiera a que le preguntaran, sino que comenzó a hablar atropelladamente, contando todo lo que había pasado en unos segundos en el valle. Brad mordióse los labios cuando oyó pronunciar el nombre de Tom Keane. También Mike Monagan se movió inquieto, lanzando una agria maldición.

—Intenté detenerla — agregó el bandido—, y me golpeó con la fusta en la cara. Le he disparado un par de balas, para obligarla a detenerse. Veremos qué es lo que haces ahora, Watt. ¿Piensas que estamos aquí para que tu hija se divierta golpeándonos a placer?

—¿Tienes algo que reclamar, Percy?

—Tengo que reclamar un castigo para ella.

—Y supongo que tú lo harás, si yo no lo intento, ¿verdad?

—Una vez te dijo Brad que tu hija podía descubrir nuestro juego, que ella era diferente a ti, y que hasta podía convertirse en nuestro enemigo. No soy capaz de pegar a una mujer, aunque para otras cosas carezca de escrúpulos. Pero sería conveniente que te la llevaras de aquí a cualquier parte. Ha hablado con Keane, ¿comprendes? Y Tom Keane ha debido contarle cosas terribles de nosotros.

—Tom Keane no habrá dicho más que la verdad. Constituimos un equipo de bandidos, de ladrones de ganado. ¿Lo dudas aún, Percy?

—Percy no lo duda — intervino Brad, secamente—. Tampoco lo ponemos los demás en tela de juicio. Pero recuerda que en más de una ocasión te lo dije, Watt. La muchacha puede sorprendemos algún día. La has criado con muchos mimos y siente repugnancia por ciertos asuntos. Hemos mantenido este cuartel general casi en secreto. ¿Tienes deseos de que ahora vaya contando por ahí lo que hacemos y lo que pretendemos llevar a cabo? ¿Quieres que todos los ganaderos se vuelvan contra nosotros y vengan a exterminarnos? No estoy de acuerdo, sin embargo, en lo que Percy dice respecto a llevarla lejos de estos andurriales. Pero habrá que prohibirle sus paseos fuera de estos edificios.

—Yo me encargaré de ella, Brad. Y lamento de verdad lo que ha pasado, Percy.

Watt, en vez de encolerizarse, parecía haber descendido en su furor bastante. Brad era un hombre importante en su cuadrilla, uno de los principales puntales. Muchas cosas no hubieran podido llevarse a cabo sin su ayuda, sin la colaboración estrecha de Mike Monagan. Y Watt comprendía que, en parte, aquellos demonios con espuelas llevaban razón.

—Discutiremos todo esto luego — aseguró el pistolero—. ¿Qué habrá venido a hacer aquí Keane?

—Pruebas contra nosotros — aseguró Monagan—. ¿Qué otra cosa podía pretender?

—Y cuenta con ellas. Gastón Keane lanzará a todos los ganaderos la advertencia. Los equipos acabarán por unirse todos, por crear una fuerza poderosa contra nosotros, hasta el punto de arrojarnos lejos de aquí o exponernos a ser acribillados a balazos. Mas haremos lo posible por evitarlo. De ahora en adelante mis normas serán contundentes, Watt. Tienes un punto flaco que te pierde a ti, en muchas cosas. Piensas demasiado en la muchacha, sin comprender qué sería de ella si tú llegaras a faltarle. Mejor será que me dejes a mí las riendas de todo esto, aun cuando sigas ostentando el mando de la cuadrilla. Ve a consolarla ahora, a ver si puedes persuadirla de que el silencio es lo mejor que puede practicar en adelante.

Watt careció de valor para seguir negando la verdad. Le dolía tener que corroborar afirmativamente las preguntas de su hija. Pero ya no quedaba otro remedio. Jesse comprendió que con ello perdía parte del gran afecto que la muchacha le había demostrado constantemente. Pero se resignaba con su suerte. Habíase metido en un asunto de la máxima envergadura y a él tenía que supeditarse en todos los terrenos.

Brad asumió la responsabilidad de los asuntos, teniendo a su lado al peligroso Mike Monagan. Dos hombres fueron enviados al valle, con la misión de espiar los movimientos de Gastón y sus vaqueros. Aquellos hombres eran Falconer y Jackson, los dos que mejor conocían los caminos y los vericuetos de quebradas y montañas.

A partir de aquel momento, a Ana se le limitaron las salidas fuera de los términos del rancho. Rara vez no encontraba en su camino la mirada escrutadora y casi fiera de Brad o de Monagan. No volvían a confiarse a ella, así como también parecían haber ido perdiendo la confianza en el jefe del equipo.

Por su parte, Ana no podía ocultar la extraña sensación que le había causado la verdad. De todas maneras amaba demasiado a su padre para abandonarlo. Y dedujo de todo ello que también los Keane tenían responsabilidad sobre su desgracia. Parecía sentir un odio profundo por Tom, por todos los que llevaban aquel apellido. Y, sin embargo, a veces este odio trocábase en admiración, en algo que sentía tan profundo, que no podía explicarse con palabras.

Las únicas ocupaciones de la muchacha fueron el rancho, la amistad de la buena Juana, la agradable presencia de aquel muchacho al que su padre había encargado de los caballos. Los días transcurrieron sin notas que pudieran cambiar el curso de la vida de aquellos seres. Brad y Mike, con el resto de los bandidos, mostrábanse bastante taciturnos, aun cuando la actividad en el rancho no decrecía. Habían terminado el remarcaje de las reses y habían hablado de llevarlas al mercado, hacer dinero, y reforzar el equipo con todos los medios necesarios para afrontar cualquier ataque de los ganaderos.

Ana comprendió que aquel ambiente cada vez estaba más enrarecido. Había observado la taciturna actitud de su padre, la indiferencia con que a veces le trataba Brad, erigido de hecho, aunque no por nombramiento, en jefe absoluto de la facción. Y comprendía que alguna vez iba a estallar la pólvora, a medida que aquel ambiente se cargaba, que la tirantez era más firme, que las habladurías aumentaban en muchos aspectos, algunos de ellos incomprensibles para ella.

Una semana después de la presencia de Tom Keane en las proximidades del cubil de los cuatreros, su padre, sentado frente a ella, díjole:

—Las cosas no marchan bien para nosotros, Ana. Y he estado pensándolo mucho. Me gustaría poder sacarte de aquí, buscar en otro ambiente nuestro bienestar. Pero no me atrevo a exponérselo a esos demonios. Pudiera ocurrir entonces lo inevitable. Y quiero que tú estés segura contra cualquier contratiempo.

—¿A dónde quieres llevarme?

—He oído hablar de los yacimientos auríferos que se explotan al norte del territorio.

—¿Quisieras ir a ellos, padre?

—Me gustaría, con tal de apartarte del lado de estos granujas.

—Recuerda lo ocurrido en los Medicine Bow Range. Muchas veces, en el curso de aquellos días terribles, estuvieron a punto de matarte. Me gusta la vida de la hacienda, la vida al aire libre, pero al frente de un rancho ganadero honrado. Aún tienes tiempo de reorganizar tu vida, de ser felices, olvidando para siempre las diferencias que tuvieras contra los Keane. Tom me contó la verdad. Y tú has corroborado que no se apartó mucho de la realidad de los hechos.

—Los Keane me hicieron la vida imposible siempre. Sin embargo, comprendo mi culpabilidad. Los odio a muerte, Ana, con toda mi alma. Pero estaría dispuesto a ahogar esa sed de venganza que me domina, con tal de que aún pudieras ser feliz en alguna parte. No me agrada mucho el cariz que vienen tomando las cosas. Y un día llegará en que todo este inmenso valle, junto con las mesetas, se convierta en un infierno.

—Hablaremos de ello más detenidamente. Ahora procura llevarte bien con ellos, acatar las disposiciones de Brad y de sus cómplices. Te tienen en su poder, nos tienen a los dos dominados. Y sería ingrato morir por no saber interpretar bien la manera de ser de cada uno de esos demonios.

Puede que las manifestaciones de la joven hicieran revivir en el ánimo del pistolero la esperanza. Brad y sus hombres mostraron cierta actividad en los días siguientes. Hasta que una mañana se presentaron en la hacienda los dos rufianes encargados de espiar los movimientos del equipo de Gastón Keane.

Falconer y Jackson debían haber galopado mucho. Traían las ropas sudadas y polvorientas, cansados los caballos. Brad los vió acercarse y, en unión de Monagan, salió a su encuentro. Los dos rufianes echaron pie a tierra. Una sonrisa burlona apareció en el rostro cetrino de Falconer, cuando dijo:

—Los hemos localizado, Brad. Pero no ha sido nada fácil nuestra labor. Keane tiene un hombre en el equipo, al más peligroso de todos, al que pudimos haber liquidado aquel día en Independence. De todas maneras, hemos contrapuesto a su astucia nuestra habilidad, el conocimiento del terreno. Y traemos buenas noticias.

—Veamos cuáles son, Falconer.

—Los Keane, al tercer día de merodeo por los alrededores de su hacienda, habían reunido un rebaño de más de ciento cincuenta cabezas de ganado, añojos casi todos, que ahora dirigen hacia el sur, siguiendo el curso del río, en dirección a la comarca de Lone Pine. Gastón ha puesto al servicio de esa manada la mayor parte de sus vaqueros. Y aun cuando el terreno es favorable para la conducción, tendrán un trabajo ímprobo, si quieren salir airosos de la prueba. Allá, en Lone Pine, un comprador se hará cargo de esa manada, pagando cada res a un precio módico. Los Keane habrán de regresar por el camino que conduce hasta Independence, ya que Gastón no tiene seguridad de guardar el dinero de la venta en su propia casa.

Detúvose un momento, como si quisiera adivinar los pensamientos del bandido. Y luego, creyendo favorable su información, agregó:

—Nosotros necesitamos ese dinero, Brad. No nos interesa, en manera alguna, atacar a los conductores de la manada y robarlas el ganado. Dejemos que sean ellos los que carguen con todo el trabajo, los que después pongan en nuestras manos todo el dinero que lleven encima. He consultado todo esto con Jackson y ambos estamos de acuerdo en que es una oportunidad magnífica. ¿Qué opinará Watt de todo esto?

Brad sonrió burlonamente.

—Qué opinaré yo, querrás decir, Falconer. Watt dejó de opinar hace algunos días.

—¿Ha muerto? — preguntó, con extrañeza, el bandido.

—No, desde luego que no, Falconer. Watt es nuestro amigo y a él debemos el que nos haya puesto en este país, sobre la pista de los ganaderos y sus riquezas. ¿Me crees tan ingrato? Pero ahora asumo yo la responsabilidad en la dirección de esta cuadrilla. Tú conoces bien el terreno. ¿Cuánto tiempo crees que tardarán los Keane en llegar a Lone Pine y disponerse al regreso?

—Unos ocho días, a contar desde hoy.

—Iremos a hacerles una visita… de cortesía.