10
Sabe que llamará a Yoly inmediatamente, y baja la escalera lo más rápido que puede. El zumbido del móvil de la modelo muerta estalla en el vestíbulo. Comprueba la pantallita.
Sí.
Nerea.
Un letrerito le anuncia: «Batería baja».
El móvil se va a morir.
Ha sido un riesgo mantenerlo abierto mientras hablaba con la amiga de Yoly, pero no solo necesitaba de cualquier información, sino también de un mucho de suerte.
Cuenta hasta diez y llama al 123.
Un mensaje.
La voz de Nerea:
«Cariño, ese tipo del que me hablaste, el semental, ha aparecido en mi casa, ¿puedes creerlo? Francamente, no sé qué… ¿Tú le dijiste dónde vivía?… Oye, ¿dónde estás? Creía que hoy no trabajabas y… Mira, ha estado haciéndome preguntas sobre ti, y hasta me ha preguntado acerca de Mario, así que me ha dado muy mala espina… Bueno, da igual. ¿Sabes qué?, ahora mismo no puedo pegar ojo, así que si oyes esto voy de camino a tu casa. Tardo quince minutos».
El móvil ya no se muere, agoniza.
Emite señales, la pantalla repite el mensaje: «Batería baja».
Sale por la puerta y alcanza la calle. Echa a andar, pero solo hasta la esquina, por si Nerea lo observa desde su piso. Una vez fuera de su alcance, busca un taxi. Ninguno. Un minuto. Finalmente, la lucecita verde aparece a lo lejos, por la calle Mallorca. Sube a él y le da las señas del piso de Yoly.
Una buena noche, ¿eh?
Sí.
El monosílabo es lo bastante seco para que el taxista desista de buscar otro tema de conversación.
La cabeza vuelve a dolerle.
Necesita dormir.
Mallorca, Diagonal, Ganduxer…
Se apea un poco más arriba de la casa, para no dejar rastro.
Reflexiona.
Cuando Nerea compruebe que Yoly no le abre, quizás vaya a alguna otra parte, y si logra seguirla…
Mario.
El poli se llama Mario.
No son quince minutos, son veinte. Nerea llega en taxi. Viste con elegante discreción, zapatos cómodos, pantalones, una blusa y un jersey liviano.
Entonces… lo inesperado.
Nerea no llama al timbre.
Nerea busca en su bolso y saca unas llaves.
Nerea las introduce en la cerradura de la puerta de la calle.
Nerea tiene llaves del piso de Yoly.
Nerea va a encontrarse con el cadáver.
Es el momento de echar a correr.
A veces el destino depende de una fracción de segundo.
O menos.
Corre. Corre. Corre.
Nerea ya camina por el vestíbulo rumbo a los ascensores.
Él sujeta la puerta de la calle justo antes de que se cierre del todo.
Lo único que quiere es detenerla antes de que pueda subir al ascensor, llegar al piso, entrar y descubrir a su amiga muerta.
¡Nerea!
La modelo vuelve la cabeza.
Frunce el ceño.
Aparece el miedo.
Pero ¿qué…?
Espera, dice él, déjame que…
Ella busca algo en su bolso, tal vez un espray defensivo.
La inmoviliza.
Va a gritar.
Toda la escalera lo oirá, saldrán los vecinos, la espiral los devorará. Intenta ponerle una mano en la boca sin éxito porque ella lleva su furia al paroxismo. Se prepara por si la emprende a patadas, el pánico alborota sus ojos.
¡Mírame!
¡No!
Sigue el forcejeo.
Pronto aparecerá la histeria, el punto sin retorno.
¡No voy a hacerte daño!
La empuja contra la pared.
¡No puedes subir!
¿Por qué?
¡Porque está muerta!
El rictus es de estupefacción.
El horror en los ojos.
Está muerta, y yo estoy buscando a su asesino, dice él, jadeando.
¿Yoly…?
Salgamos de aquí antes de que alguien nos vea, por favor.
No lo cree. Ahora es una masa de carne informe, sin cerebro. Gelatina pura.
Por favor, insiste él.
Pero…
Ayúdame, Nerea.
Algo en sus ojos, en su mirada. La necesidad de la confianza. Una quimera.
La masa de carne se deja llevar, arrastrar de vuelta a la calle.
Bajo una noche silenciosa que de pronto se ha convertido en un sudario.
Hay unos jardines delante, en la plaza de Ferran Casablancas. La lleva hasta ellos, cruzando por la calzada desierta de coches porque más abajo, en Mitre, el semáforo detiene en rojo a los dos que esperan. Un solitario noctámbulo en la parada de autobús lleva los auriculares en las orejas y se apoya indolente en la marquesina sin reparar en ellos, sin hacer otra cosa que esperar su transporte, la vista hundida en el suelo. Pasan por su espalda y alcanzan los jardines, un banco, aunque la casa, con el fantasma del cadáver de Yoly, está allí, demasiado cerca. Nerea se derrumba en la madera. Tiembla. Tiembla de arriba abajo. Tiembla en un incontenible movimiento nervioso, con las pupilas dilatadas, el rostro pálido, las lágrimas que siguen resbalando por los surcos abiertos en su piel nívea. Lo único que puede hacer él es sujetarla, pasarle un brazo por encima de los hombros, poner su otra mano sobre las suyas. Le ofrece su cuerpo en silencio, pero ella lo rechaza. Llora sola. Siente lo que siente sola. La noche se ha vuelto extraña. El hombre que tiene a su lado es
un extraño. La vida es extraña cuando todos los horrores se manifiestan. Y la agitación sigue, sigue, sincopada hasta el límite de lo incomprensible.
Tenías razón, dice él, me colgué, dice él, y volví anoche, dice él.
¿Volviste?
Sí.
¿Para verla y…?
Sí.
¿Y ella…?
Sí.
Yoly no es de las que…, deja también la frase a medias.
Fue hermoso, dice él, brutal, dice él, nos sucedió a los dos, sí, dice él.
Luego se queda en suspenso.
Pero ¿qué pasó?, pregunta su compañera y se hunde en la sima de su miedo mientras las lágrimas abren caminos de fuego sobre las mejillas.
Ella fue al baño, dice él, y yo me adormilé, dice él, y cuando me desperté fui a buscarla, dice él, y solo habían transcurrido unos minutos, dice él, y estaba en la bañera, dice él, muerta, dice él, y entonces me golpearon en la cabeza, dice él, ¿ves?, dice él, y le muestra el impacto.
Yoly…, gime ella.
Hunde la cabeza entre las manos y ya no la toca. La deja.
Son sus lágrimas, le pertenecen.
El dolor no se comparte.
¿Vas a ayudarme?
¿Cómo?
¿Quién es Mario?
¿Cómo sabes tú ese nombre?
Extrae el móvil de Yoly del bolsillo de su chaqueta, ya mudo. Se lo da a ella, y ella entiende. Lo entiende todo: qué hace allí, cómo sabe el nombre de Mario; todo.
¿Por qué me has dejado llegar hasta aquí si sabías…?
Ignoraba que tuvieras llaves.
Yo tengo las de Yoly y ella tiene las mías, por si un día nos necesitamos, estamos enfermas…, lo que sea.
¿Y si hubiera estado con un cliente?
Era un riesgo, pero ayer me dijo que no…
¿Tan desconcertante ha sido mi visita?
Cada mirada es nueva y vieja a la vez, sorpresa y recelo.
¿Tú qué crees?
Lo siento.
Ibas a seguirme, por si te había engañado, ¿cierto?
Sí.
¿De veras estás buscando a quien lo hizo?
Sí.
¿Por qué?
Porque yo estaba allí, porque la han matado casi delante de mis narices, y porque de alguna forma han querido involucrarme o…
¿O qué?
Nada, no tiene sentido.
¿Qué es lo que no tiene sentido?
Me he tomado mi tiempo, he registrado el piso, me he marchado por mi propio pie. Nadie lo ha evitado.
Querían matarla a ella, no a ti.
Algo no encaja.
¿Qué?
No lo sé.
¿Qué vas a hacer? ¿Por qué no le dejas esto a la policía?
No.
¿Por qué no?
Porque no. ¿Cuándo crees que alguien descubrirá el cuerpo?
Mañana.
¿La mujer de la limpieza?
Sí. Son dos días a la semana, o cuando la necesita.
No es mucho tiempo. Hoy no he hecho más que dar palos de ciego.
¿Te habló Yoly de que se lo había hecho con un poli?
Sí, miente.
Nerea no lo cree.
O eres sincero conmigo o me largo, llamo a la policía y…
Me lo comentó la persona que me recomendó llamarla. Me dijo que un poli amigo suyo se lo había pasado en grande con ella. Esa es la cadena.
¿Y por qué te interesa tanto ese poli?
Porque los polis no tienen dinero para hacérselo con mujeres como Yoly o como tú. Y porque un poli siempre es un poli. Por eso.
¿Así que es el primero de tu lista?
Sí.
Nerea baja la cabeza. Juega constantemente con los dedos, sus uñas trabajadas día a día, el esplendor de unas manos delicadas y suaves.
No vas desencaminado.
Bien.
El muy hijo de puta…
Cuéntamelo.
Vámonos de aquí, por favor, y se estremece de nuevo.
¿Adónde?
Caminemos, solo eso.
Así que se levantan y caminan, Ganduxer abajo.
¿Sabes que la policía me interrogará?, dice ella.
Sí.
Tendré que contarles esto.
No lo hagas.
¿Por qué no?
Porque no has subido, no has visto el cuerpo y no los has llamado, y también porque no quiero que les hables de mí.
¿Ah, no?
No.
¿Estás en libertad condicional o algo así?
No.
Entonces…
Voy a dar con el que lo hizo, Nerea. Y cuando lo encuentre, voy a matarlo.
Lo mira con fijeza.
Sin dejar de andar, lo mira con fijeza.
Y ahora sí lo cree.
Lo lee en sus ojos.
Lo ve en su expresión.
Lo percibe en su determinación.
Su energía la envuelve y la somete.
Así de fácil.
Sí.
¿Te llamas Ángel?
No.
¿Te dedicas a las inversiones?
No.
¿Vas a decírmelo?
No.
Y yo tengo que hablarte de Mario.
Sí.
Yoly me dijo que eras diferente.
Yoly también lo era. Y tú.
No tienes ni idea.
Más de lo que crees.
Unos pasos más, en silencio. De pronto se quedan sin palabras. Parecen una pareja que regresa a casa en mitad de la noche, de vuelta al hogar. Una pareja normal que se acostará, apagará la luz y se olvidarán el uno del otro por unas horas.
¿Estás bien?, pregunta él.
No.
¿Erais muy amigas?
Lo suficiente.
¿Lo suficiente para qué?
Para saber la una de la otra, para apoyarnos… Estábamos solas. Y la soledad une.
Yoly tenía a su madre.
Eso es como estar sola, al menos en nuestro trabajo.
Entiendo.
Yo la metí en esto, ¿sabes?
¿Cómo?
Se encoge de hombros.
Y vuelve a llorar, abrazada a sí misma.
Vamos, sigue hablando, la apremia él.
Nerea mueve la cabeza de lado a lado.
Habla o te derrumbarás. Lo necesitas. Habla de lo que sea, pero habla, vamos.
Han rebasado Mitre y la Via Augusta, y llegan a la plaza de Sant Gregori Taumaturg, con su aberración urbana en forma de iglesia
redonda en el centro. La Diagonal a un paso. El complejo lúdico de los cines Cinesa Diagonal a otro. Nerea se detiene.
¿Qué quieres saber de Mario?, dice.
Mario apareció hace más o menos dos meses, como surgido de la nada. Unos treinta y muchos, alto, chulo, macarra… Una noche cogió a Yoly y la amenazó. Le dijo que podía detenerla, meterla en la cárcel, por lo que hacía o por lo que a él le diera la gana inventarse, desde drogas hasta…
¿Tomáis drogas?
¿Estás loco?
Sigue, perdona.
También le dijo que iría a ver a su madre y que le montaría un pollo del que no iba a poder salirse, y si lo lograba, lo haría marcada, con la reputación por los suelos. Se acabaron los buenos clientes, el lujo, los fines de semana en la Riviera o las cenas en Roma o París. La sola idea de que su madre o su abuela supieran algo hizo que se rindiera.
¿Qué quería Mario?
Tenderle una trampa a un tipo.
Piensa en el señor Gonzalo.
¿A quién?
Un tal Norberto Aiguadé no sé qué más, un concejal de Urbanismo de un pueblo de la Costa Brava.
¿Una trampa para qué?
¿Para qué sirve un concejal de Urbanismo?, replica ella, y resopla.
¿Una recalificación?, pregunta él.
Algo así. Mario tiene un socio, uno del ladrillo. Todo un pez gordo. Muchos millones de por medio.
¿En qué consistía la trampa?
En tomarle fotos con ella y filmarlos, para chantajearle con la mujer y con el ayuntamiento. Aiguadé es un «manos limpias», uno que va de íntegro y que aspira a alcalde primero y luego a cotas más altas. Una carrera política.
¿Yoly se prestó al juego?
¿Qué querías que hiciera?
¿Cómo llegó Mario hasta ella?
Ni idea, ya te lo he dicho. Apareció y ya está.
¿Y de qué forma llegó Yoly hasta Norberto Aiguadé?
Todavía no había llegado.
¿Ah, no?
Mario y el del ladrillo estaban preparando la operación, estudiando los puntos flacos de Aiguadé, viendo cómo y por dónde podía entrarle ella.
Pero mientras… Mario lo aprovechó con Yoly.
Sí, reconoce bajando la cabeza.
¿Cuántas veces?
No lo sé, dos, tres, muchas, ¿qué más da?, le lanza otra mirada de soslayo. ¿Tienes celos?
¿Cuál es el apellido de Mario?
Montfort.
¿Y el nombre del constructor?
Fernando Pérez. Su empresa se llama Agmusa.
¿Cómo sabes tú tanto de todo esto?
Yoly estaba asustada. Tenía que contárselo a alguien. En nuestro mundo no hay amigas. Conocidas, sí. Amigas, no. Ni cuando ejercíamos de modelos, porque esa es otra clase de locura.
Hay un deje de tristeza en su voz.
«Cuando ejercíamos de modelos».
Oye, estoy agotada, dice. Necesito…
Te llevaré a tu casa.
No.
¿Dónde quieres ir?
Parece dispuesta a volver a llorar. Mientras habla, olvida. Mientras camina, se deja llevar. A la que piensa o se detiene, aparece la realidad.
No quiero estar sola, confiesa.
¿Temes que puedan hacerte lo mismo?
No. Es decir…, duda y se estremece. No lo sé.
Entiendo.
Ella baja la cabeza, de nuevo confusa.
Puedes quedarte en mi casa.
La levanta de golpe.
¿Hablas en serio?
Sí.
No te conozco.
Claro.
A pesar de todo, tal vez la hayas matado tú, o te lo estés inventando porque estás loco.
Sostiene su mirada.
¿Tienes algún lugar a donde ir?
No, responde Nerea, y vuelve a hurtarle la vista.
¿Familia, amigos?
Mis padres viven en Lleida. Mi hermana en Girona. Mi hermano en Tarragona.
Y tú en Barcelona.
Sí.
¿Quieres que me quede contigo esta noche?
¿En mi casa?
Sí.
Duda.
Fíate de Yoly, dice él, de lo que te contó de mí.
Solo era sexo.
¿Nada más?
Nada más.
Entonces sabes que no te haré daño. Tú decides.
Nerea mira hacia la izquierda, hacia la nada. La sacuden mil ramalazos.
Y se rinde.
Está bien, dice.
Ella misma levanta una mano para detener un taxi.