14
Nerea no lleva la bata.
Va vestida.
Quizás porque lo esperaba.
Hola.
Hola.
Se miran, ella apoyada en la puerta y él en el rellano.
Se miran y se reconocen.
Sus ojos.
¿Puedo pasar?
Se aparta y le franquea el paso. Ya conoce la casa. Como si fuera suya. Llega a la sala y se deja caer sobre la butaca más cercana. Nerea se detiene frente a él, cruza los brazos, espera. Lleva unos pantalones vaqueros, ceñidos, y una blusa holgada, liviana. Por encima del pecho, alto y fuerte, cabalga un collar estrafalario, puro diseño.
Parece distinta.
Está distinta.
Su amiga está muerta, pero la vida sigue.
¿Me das un vaso de agua?
Da media vuelta y se dirige a la cocina. Él aprovecha para quitarse la chaqueta. Cuando ella regresa, sucede algo. Por uno de los bolsillos emerge parte de la pistola.
Ella la ve.
Y él sabe que la ha visto.
Ninguno dice nada.
Gracias, dice; toma el vaso de su mano y lo apura sin más.
¿Por qué has vuelto?
Para hablar, pedirte un par de cosas.
¿Has encontrado a Mario Montfort?
Sí.
¿Fue él?
No.
¿Y ahora?
Tranquila.
Nerea vuelve a mirar la chaqueta, el bolsillo que esconde la pistola. Interpreta lo que significa eso.
Y entonces lo sabe.
Lo mira con los ojos entrecerrados.
¿Está muerto?, pregunta.
Sí, dice él.
Has matado a un poli.
También era un hijo de puta.
No les gusta que los maten.
Si escarban en su mierda van a estar entretenidos un tiempo.
¿Y qué se supone que he de hacer yo?
Nada.
Soy la amiga de una chica asesinada, las dos nos dedicamos a lo que nos dedicamos. ¿No crees que me apretarán las tuercas?
Puedes hablarles de mí. Puedes no hacerlo.
Debo de estar loca.
Todos lo estamos, cielo.
¿No había otra forma de…?
No.
Yoly me dijo que eras raro.
¿Y?
No eres raro, eres…
Ella se queda en silencio y él cierra los ojos. Apoya la cabeza en la butaca. Es extraño, pero tanto en la casa de Yoly como en esta se siente en paz, como si fuera un hogar. Un verdadero hogar. Acaba de regresar del trabajo y su mujer lo recibe feliz y dispuesta para una velada encantadora. Solo falta la música.
Un poco de jazz.
Ah, sin jazz la vida sería una completa mierda.
Dime algo, le pide ella.
Él abre los ojos de nuevo.
¿Qué quieres que te diga?
Querías hablar, pedirme un par de cosas. Eso has dicho.
¿Vas a quedarte ahí de pie todo el rato?
Nerea se sienta frente a él, en la otra butaca. Cruza las piernas. Lleva unas sandalias muy bonitas que dejan al descubierto los dedos de sus pies, con las uñas pintadas de un color claro y transparente. Tiene los tobillos huesudos, un par de venitas marcadas en la piel. Si Yoly le contó todo lo que hicieron, sabe de sus gustos.
Sí, quería pedirte algo, dice; se ha rendido.
Ordena sus ideas.
Necesito saber con quién estuvo Yoly pongamos… las dos últimas semanas.
Ya sé por dónde vas.
Bien.
Quieres que le pida a Sonia el listado de sus clientes.
Sí.
No.
¿Por qué?
¿Estás loco? ¿Por qué iba a dármelo?
Le dices que Yoly ha desaparecido, cosa que es cierta, porque no la habrán localizado y hoy dejará colgado al tal Renan en el Majestic. Le dices que piensas que se ha enamorado, que tal vez se haya fugado con uno de sus clientes. Le dices que la estás buscando.
Muchos clientes no dejan datos. La agencia es discreta.
Pero la señora Claudia no va a dejar que sus chicas vayan por ahí sin control, ¿verdad? Hay mucho sádico suelto. Además, un tipo que se lleva a una modelo como señorita de compañía a Roma o a París no es un desconocido.
¿Y qué harás si te consigo esa lista?, ¿matarlos a todos?
No.
¿Investigarlos?
Dos semanas. ¿Cuántos pueden ser?
Estamos en crisis. No muchos. Tres, cuatro, cinco…
¿Todos los clientes pasan por la agencia?
Sí.
¿Y si hacéis algo… privado?
Debemos comunicarlo a la agencia, y darles su parte. Tenemos un contrato. La agencia nos cuida, nos proporciona protección legal en caso de algún problema, atención médica… No nos dicen que no hagamos nada, pero quieren el control pleno.
Háblame de esa coordinadora, Sonia.
Es una mujer de unos treinta y siete años, muy guapa. Tuvo un accidente hará cosa de cinco o seis y casi perdió una pierna. Cojea tipo House.
¿También era modelo?
Sí.
¿Y la señora Claudia?
Tiene sesenta años, es muy seria, grave.
¿Desde cuándo la Agencia Stela, además de representar modelos para la pasarela o sesiones fotográficas, las maneja para encuentros sexuales?
Ni idea.
¿Harás lo que te pido?
Mañana puede que la mujer de la limpieza esté bien y dé la alarma.
Mañana a primera hora vas a la agencia.
De acuerdo…, suspira.
No te pasará nada, tranquila.
Nerea no responde.
¿Estás bien?, quiere saber él.
Tampoco lo hace ahora.
Solo lo mira.
¿Vas a quedarte?
¿Quieres que me quede?
No.
Entonces me iré.
Bien.
No se mueven. Siguen sentados.
Siento que nos hayamos conocido en estas circunstancias.
Yo también.
Aunque probablemente, si las circunstancias hubieran sido otras, no nos habríamos conocido.
Sí.
Eres la primera mujer que conozco a la que le gusta el jazz.
Y tú el segundo hombre.
¿Quién fue el primero?
Mi padre.
¿Me llamarás mañana cuando sepas algo de esa lista?
Sí.
Esto acabará pronto.
Te creo.
Adiós.
Buenas noches.
La puerta se cierra y ante sí tiene la escalera.
Es como bajar a los infiernos tras abandonar el paraíso.
Inicia el descenso.
Peldaño a peldaño.
Despacio.
La cabeza en otra parte.
En Nerea.
El móvil suena a la altura del vestíbulo. Ni siquiera sale a la calle.
Leo, oye la voz de Matías.
¿Qué hay?
El señor Gonzalo está preocupado.
¿Por qué?
Ningún periódico habla de esa mujer. Ningún informativo ha dado la noticia.
Esa mujer.
Yolanda, dice.
Sí, Yolanda, repite Matías.
No han dado la noticia porque aún no la han encontrado.
¿Dónde lo hiciste?
En su casa.
De acuerdo.
Se siente irritado. Mucho.
Pásamelo.
No está aquí, dice el contable. Me ha pedido que te llamara. Solo para estar seguro, ya sabes.
Sí, ya sé.
Estaba inquieto con el tema.
Si le dije que está muerta, es que está muerta.
Lo conoces, ¿no?
Sí, lo conozco.
Entre tú y yo, creo que le dio fuerte con ella.
¿Fuerte?
Mucho. Demasiado. Debía de ser una mujer excepcional.
Única, Matías. Única.
Está muy inquieto, ¿sabes?
Nunca se habría imaginado al señor Gonzalo inquieto. Y, menos aún, interesado en una zorra cara.
Una campanita repiquetea en su mente.
Si no fuera por la seguridad, porque se acostó con ese poli… Creo que habría seguido con ella. Me dijo que podía transportarlo al paraíso en un abrir y cerrar de ojos. Por eso después de pedírtelo todavía fue a verla una última vez, por si actuabas rápido. Todo un sentimental.
¿Fue… a verla?
Sí.
¿Cuándo?
La otra tarde, después de irte tú.
Él se había acostado con Yoly por la noche. Pagando.
Salió su jefe y entró él.
De la casa, de su coño.
La campanita vuelve a repiquetear en su mente.
¿Cuándo vendrás a cobrar?, pregunta el contable.
No responde, su cabeza sigue dando vueltas.
¿Leo?
¿Me pagará sin que la noticia esté en la calle?
Venga, hombre.
Ya pasaré.
No te cabrees.
No me cabreo.
Vale. Buenas noches.
Chao, Matías.
Corta la comunicación y mira la calle desde el vestíbulo. La calle oscura. La calle vacía. La calle que no lleva a ninguna parte salvo a su casa. La calle que no siempre es amiga, sino un laberinto, un dédalo de asfaltos infinitos.
No se mueve.
Ya no escucha la campanita.
Algo tira de él.
Hacia arriba.
Nerea.
Vete, rezonga en voz alta.
Pero no se va.
No se va.
No se va.
Ya no lleva los pantalones ni la blusa.
Lleva la bata hasta los muslos.
Abierta.
Un camino que la abre en canal.
La separación de los senos, el vientre plano, el ombligo hundido, unas braguitas blancas, el origen del cielo.
No hablan.
Solo se miran.
Hasta que ella da media vuelta y se aparta de él, caminando descalza por el pasillo.
Cierra la puerta y la sigue.
De vuelta a la sala, con Nerea que ni siquiera se tapa. Le mira los pies, las piernas. Las bragas están húmedas por abajo.
Se lo dice.
Estás mojada.
Sí.
Joder…
Eso.
Ven.
Va.
La mano izquierda abre la bata, la rodea por la espalda y siente la carne, dura, suave. Podría mirarle los pechos, pero la mira a los ojos. La mano derecha desciende por el vientre, se introduce bajo las bragas y alcanza el sexo, la nieve en polvo por la que esquían sus dedos, el lago viscoso por el que desliza la barca de su mano. Le separa los labios, la roza con el dedo…
Nerea lo desafía.
Sus ojos son brasas.
Mezcla de rabia y deseo.
No empieces lo que no vayas a terminar, le dice.
¿Tan caliente estás?
Iba a masturbarme, ¿tú qué crees?
Le hunde el dedo en la vagina.
Y ella gime.
¿Caliente por mí?
Lo estoy, y tú eres el único tío que está cerca.
Así que…
Aprovéchalo.
Eso lo complica todo, ¿sabes?
Otro gemido.
La mano se mueve. El pulgar le excita el clítoris. El dedo medio ya está dentro, explorando la cueva de los sueños.
Nerea le toca la entrepierna. La tiene dura.
Jadea y entreabre la boca.
La besa.
Se abalanza sobre ella y la besa, sin dejar de rodearle la cintura, sin dejar de excitarla con la mano. La besa y Nerea abre más y más
el tajo carnoso de sus labios. La lengua es un órgano vivo. Se mueve, se encuentra con su gemela, se enzarzan en una pelea por el dominio bucal. Su boca es grande y generosa, cálida y tan húmeda como su sexo.
Nerea separa las piernas.
Se ofrece.
Le regala todo.
Hasta que él le quita la bata.
Las bragas.
La deja desnuda.
Increíble.
Un disparo en mitad de la razón.
Joder, nena…
¿Por qué tienes que hablar tanto?, le dice mientras empieza a desnudarlo.