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Vencidos, pero no olvidados
El escaparte de sucesos en la primera mitad de los años 60, ya no perdió su poder de convocatoria ni dejó de ser centro de atención. La lista de bajas comenzó a ser notable y en plena expansión beat algunos viejos y nuevos nombres pasaron a engrosar la crónica negra, haciéndola cada vez más real, menos pasajera, mucho más vinculante con el poderoso avance social del rock. Algunos muertos de los 70 también labraron su infortunio en este tiempo.
El más singular fue Rory Storm.
Cuando a fines de los años 50, Liverpool se convirtió en la puerta británica del rock and roll, puesto que era el primer puerto atlántico en el que recalaban los barcos llenos de marinos con la cabeza invadida por la música o discos raros en sus maletas, miles de muchachos de la ciudad, dura y obrera, se lanzaron a tocar la guitarra. En 1961 y 1962 ya se conocían en Liverpool nada menos que trescientos cincuenta conjuntos. Los Beatles eran uno de ellos.
Rory Storm & The Hurricanes era otro, y en su momento, el más popular del Merseybeat.
Rory Storm fue uno de los pioneros, de los que antes se lanzó a cantar. Primero formó un grupo llamado Raving Texans, y su estilo fue la variante rockera de los británicos, el skiffle, muchos más sencillo de formas que el rock and roll. Más tarde el grupo pasó a llamarse Rory Storm & The Hurricanes. Sus dos atractivos principales eran él como cantante y un batería pegador y rápido conocido como Ringo Starr. En 1962 los Beatles necesitaron a un batería de verdad al grabar su primer single, y Ringo Starr dejó a los Hurricanes. Poco tiempo después Rory Storm y su banda conseguían grabar sin demasiado éxito. This is Merseybeat y Dr. Feelgood fueron sus mejores obras hasta que Brian Epstein, manager de los Beatles, les produjo America (fue la primera producción de Epstein, y demostró que precisamente no era lo suyo). A pesar de su popularidad, y de que en directo Rory Storm era de lo mejor que podía ofrecerse, el grupo no consiguió nada más, ni siquiera salir de Liverpool, cuando otros muchos, menos sólidos, lo habían logrado. A lo largo de los 60 el sueño pop acabó siendo uno de los más hermosos, y Rory Storm tuvo que contentarse con verlo de lejos, malviviendo de sus recuerdos y de lo que pudo ser y no fue. Nadie se acordaba de él cuando un día apareció muerto en su casa, al lado de su madre. Era el 27 de septiembre de 1972 y ambos hicieron un pacto mortal, retirándose de este-mundo que tan injustamente les trató.
La presión del éxito o el fracaso, aliada con drogas, bebida, la carretera o la huidiza sombra de la violencia, se cobraba ya sus primeras víctimas en una progresión alarmante que no respetó géneros ni edades. Lenny Bruce, por ejemplo, no era un cantante, sino un showman, aunque grabó algunos discos. Tuvo la fatalidad de ser el primero en decir sobre un escenario un montón de cosas que no gustaron a los políticos ni a los representantes de la ley, y las aderezó con un lenguaje tan normal como el de la calle, pero mal visto en un local público. Comenzó a vivir entre rejas, a ser detenido, juzgado, puesto en libertad y vuelto a detener porque cada vez que pisaba un escenario no se resistía a decir lo que pensaba envuelto en sus chistes mordaces, aunque varios policías siguieran todas y cada una de sus actuaciones, y finalmente, arruinado y roto, se pasó con una dosis que se convirtió en sobredosis. Murió el 3 de agosto de 1966 y una década después Dustin Hoffman protagonizaba su vida en el cine, con dirección de Bob Fosse. También fue llevada al cine la vida de Patsy Cline, con Jessica Lange de protagonista. Nacida en 1932 Patsy soñó siempre con ser cantante de música country. Su madre la hizo estudiar piano y siendo una niña la pequeña Virginia Hensley (su verdadero nombre) parecía predestinada al éxito. Con un matrimonio frustrado a sus espaldas y veinticinco años demostró que es mejor tarde que nunca, y en 1957 consiguió ver realizados sus sueños. En cinco años se convirtió en una de las más populares artistas del country femenino y consiguió finalmente ser proclamada la mejor en 1962. En la primavera de 1963 un grupo de amigos organizó un festival benéfico para ayudar a la viuda de Jack «Cactus» Cali, un popular disc-jockey de Kansas City. Patsy aceptó la invitación y actuó en el festival. En el viaje de regreso compartió el avión con Hawkshaw Hawkins y Lloyd Cowboy Copas, dos artistas de poco relieve, especialmente el segundo. La avioneta en la que viajaban, igual que le sucediera en 1959 a Buddy Holly, despegó de Dyesburg, Tennessee, el 5 de marzo de 1963 y jamás llegó a su destino.
La nota curiosa, trágica y burlona, era que la muerte de Jack «Cactus» Call, motivo del festival cuya consecuencia fueron tres nuevas vidas, se debió a un accidente de tráfico.
Nadie organizó un nuevo festival.
Un avión acabó también con la vida de Jim Reeves, la primera leyenda de la música country, más por esa muerte que por sus éxitos, aun siendo éstos importantes. Cuando el 31 de julio de 1964 pereció en Tennessee llevaba veinte años cantando, y antes había sido jugador de base-ball, locutor y presentador. En 1953 obtuvo el primero de sus hits, Mexican Joe, y ya no dejó de situar canciones en los rankings hasta su desaparición, un mes antes de cumplir cuarenta años puesto que nació el 20 de agosto de 1929 en Galloway, Texas. Lo más curioso, como en tantas ocasiones, es que fue a raíz de su muerte cuando su figura se mitificó hasta grados de insospechada fuerza. En Inglaterra veinte canciones suyas fueron éxito hasta 1972, incluida la más famosa, Distant drum, número 1 en 1966.
La variedad de formas en que las estrellas comenzaban a morir, se manifiesta en los cuatro tipos de fin con que cerraron sus carreras Dinah Washington, Richard Fariña, Bobby Fuller y Johnny Kidd. De los cuatro, la más famosa fue Dinah, cuyo nombre real era Ruth Jones. Nació el 29 de agosto de 1924 en Tuscaloosa, Alabama, y llegó a ser considerada la Reina del Blues por su excepcional calidad artística. Del blues pasó al rhythm & blues y en 1959 con What a difference a day made se asentó entre las estrellas populares iniciando una segunda carrera que acabó igual que su vida privada, trágicamente. Los últimos años los vivió inmersa en un infierno de escándalos y tragedias personales que la hicieron abocarse a las píldoras, para dormir, para levantarse, para cantar, para tranquilizarse… El 14 de diciembre de 1963 se excedió en el número de píldoras.
Richard Fariña, nacido en 1937, estaba casado con Mimi Baez, hermana de Joan Baez. Nunca fue un destacado intérprete de folk pero su amistad con Bob Dylan le ayudó a levantar un poco la cabeza. La verdad es que su principal actividad era la de escritor. El destino le deparó una amarga sorpresa: el día 30 de abril de 1966 (día del cumpleaños de su esposa), presentó su primera novela, Been down so long it looks like up to me, y de regreso a casa en moto se estrelló. Johnny Kidd dejó igualmente la vida en la carretera, conduciendo su automóvil. Como Johnny Kidd & The Pirates obtuvo media docena de impactos justo al acabarse la fiebre del rock and roll, y no supo adaptarse a un cambio que acabó por llevárselo el 7 de octubre de 1966. Su muerte a pesar de todo fue mucho más «agradable» que la de Bobby Fuller, líder del grupo The Bobby Fuller Four, un cuarteto del El Paso que hacía rock and roll a la tejana. El mismo año de su éxito Bobby tuvo un encontronazo con un motorista de la banda de los Ángeles del Infierno (terror de las carreteras a lomos de sus poderosas motos, y más tarde desorbitadamente mitificados en su vinculación con el rock). Nadie llegó a saber nunca el motivo de la pelea pero lo que sí se sabe es que Bobby Fuller fue machacado por varios de los motoristas y que, no contentos con ello, le hicieron beber una lata de gasolina antes de introducirle una cerilla en la boca y cerrársela. El impacto del caso hizo que apareciesen otras versiones de lo sucedido, y algunos conocidos del infortunado artista dejaron entrever que ciertas conexiones de éste con delincuentes (mafia) bien podían tener algo que ver con su dramático fin, el 18 de julio de 1966. El resultado de la investigación, si la hubo, se perdió en el olvido.
No hay que olvidar que el rock and roll seguía siendo el híbrido natural del rhythm & blues y el country & western, así que para seguir con la historia hay que volver a los artistas negros, citando a tres de los más importantes. Por causas distintas murieron lejos del tiempo de sus éxitos, pero una vez más, indirectamente, a causa de ellos. Son Clyde McPhatter, Larry Williams y Jackie Wilson.
Clyde McPhatter era el habitual hijo de un sacerdote baptista que a base de cantar gospels en la iglesia paterna llegó a tener una voz extraordinaria. Nacido el 15 de noviembre de 1933 en Durham, Carolina del Norte, formó su primer grupo a los catorce años y a los dieciséis dejó los espirituales para ser el cantante solista de Billy Ward & The Dominoes. Unos medidos hits discográficos a comienzos de los años 50 le hicieron dar vida en 1953 a una de las formaciones clave del rhythm & blues de esta década: The Drifters. Salvo por el paréntesis 1954-56 en que se vio obligado a incorporarse al servicio militar, los Drifters contaron su carrera por éxitos hasta 1959. Al acabar la euforia del rock and roll y plasmar los años 60 otras realidades, tanto el grupo como él se vieron relegados a una nostalgia tenebrosa que le llevó a constantes crisis y depresiones. La bebida se le hizo habitual y ya no la abandonó en ningún momento. En 1967 se instaló en Londres con la esperanza de que allí las cosas le fueran mejor pero tuvo que regresar en 1970. El 13 de junio de 1972 una última copa deshacía su maltrecho hígado y el corazón entonaba la nota final de una vida que se paró a los treinta y ocho años. Pero todo había comenzado el día en que, con veinticinco, Clyde McPhatter se preguntó «¿y ahora qué?».
La historia de Larry Williams es mucho más breve, aunque pintoresca. Un caso típico de «huida hacia adelante». Nacido en Nueva Orleans el 10 de mayo de 1935 fue un oscuro pianista de jazz y de rhythm & blues hasta que en 1956 consiguió grabar un disco. Nunca llegó a ser un número 1 pero algunas de sus composiciones pasaron por los años 60 y 70 convertidas en clásicos: Bony Morony, Dizzy Miss Lizzy y otras, que cantaron Beatles y demás grandes. Llegó a ser considerado el rival de Little Richard pero… pasó al olvido con el cambio de directrices musicales de los años 60.
Como el dinero por los royaltis de sus discos y composiciones continuó llegándole, se apresuró a invertirlo en algo que asegurase su futuro. ¿El negocio de la música? No. Lo consideraba inseguro.
Era mucho más rentable apostar por la profesión más vieja del mundo y la necesidad que de ella tenían los adinerados de Hollywood: una sólida cadena de locales de prostitución. Todo marchó bien hasta que una bala se cruzó en su camino en 1979. Tampoco aquí hubo un veredicto unánime.
Según la familia los amigos del muerto habían decidido matarle por sus relaciones mafiosas. Para la policía, teniendo en cuenta que era un sinvergüenza menos en su lista, fue un simple caso de suicidio. Caso cerrado.
Jackie Wilson tuvo otra cosa cerrada durante casi nueve años: su mente. Admirado por Michael Jackson y la mayoría de cantantes negros, Jackie fue considerado en su tiempo como «el Elvis negro», por su voz, su fuerza interpretativa y su carisma, tanto dentro como fuera del escenario, al menos hasta que dejó de tener éxito. Jackie nació el 9 de junio de 1936 en Detroit, Michigan, y fue descubierto por Johnny Otis, un patriarca de la música negra, con sólo nueve años de edad. A los diecisiete sustituye a Clyde McPhatter en los Dominoes de Billy Ward y en 1957 inicia su carrera en solitario. Le bastarían cuatro años para ser una de las más rutilantes estrellas del momento. La pasión que motivaba y la encendida histeria de las fans fueron el primer determinante de su deterioro, iniciado conjuntamente en 1961. Una noche se encontró con una mujer negra de veintiocho años esperándole a la puerta de su casa. Dijo llamarse Joana Jones y se le ofreció. Jackie se negó y la candidata a cama se convirtió en candidata a escándalo: le puso un revólver por delante y entre amenazas dirigidas a él, y afirmaciones de que se suicidaría ella si no le hacía un favor, el asunto comenzó a ponerse peligroso. Aprovechando una inflexión en el diálogo Jackie Wilson jugó a ser héroe y el arma se disparó. Su herida no fue importante, aunque pudo haber sido peor. Lo malo fue el escándalo, teniendo en cuenta que a los ojos de los bienpensantes no dejaba de ser un negro, y con o sin razón, en algún lío andaría.
Los líos llegaron con su moribunda carrera en los 60, cuando aún no había cumplido treinta años de edad. Las drogas le convirtieron en un adicto y por su pasado incidente con la señorita Jones o por cualquier otro motivo, solía llevar dos pistolas cargadas encima. La policía le detuvo al encontrarlas y carecer del correspondiente permiso de armas, y también porque en el registro dieron con una buena cantidad de provisiones para vuelos sin fin: heroína. Antes de acabar la década de los 60 un marido celoso descargó una pistola en el pecho de su esposa y al detenerle la policía citó a Jackie como responsable. La mujer trabajaba de simple camarera en el club donde el cantante luchaba por seguir siéndolo.
En 1975, al pie del cañón, cantando en otra sala de Nueva York, sus cables se cruzaron y cayó al suelo desplomado. Nadie consiguió ponérselos de nuevo en su sitio y la apoplejía le sumió casi nueve años en el coma profundo del que ya no despertó. El 21 de enero de 1984 su corazón dejó de latir.
No todos los vencidos de ayer y recordados hoy tuvieron fines tan tristes. Dos de los gigantes del blues británico, padres de buena parte del «boom» del rhythm & blues inglés de los 60 (Rolling Stones, Animals, etc), desaparecieron por causas mucho más naturales, y separados veinte años entre sí. Cyril Davies murió el 7 de enero de 1964 de leucemia, a los treinta y dos años, y Alexis Korner el 1 de enero de 1984 de cáncer, a los cincuenta y cinco años. Los dos formaron equipo a comienzos de los 60 y más tarde Cyril creó su propia banda, la All Stars, por la que pasaron los músicos que después agitarían con su personalidad la música pop (Long John Baldry, Jimmy Page, Nicky Hopkins, Mickey Waller, etc). Korner, hijo de un austríaco y de una turco-griega, nacido en París pero nacionalizado inglés, fue quien introdujo en Gran Bretaña a Muddy Waters, Big Bill Broonzy, John Lee Hooker, Sonny Terry y otros gigantes del blues. Por su banda pasaron Charlie Watts, Jack Bruce, Ginger Baker, Graham Bond, Keith Richard, Eric Burdon, Paul Jones, Brian Jones, John McLaughlin… y descubrió entre otros a John Mayall, amén de crear incesantes grupos como la macrobanda CCS (Collective Consciousness Society) en 1970. Si Cyril Davies murió en el estudio de grabación, al pie del cañón, Alexis Korner todavía hubiese dado mucha más música a la historia. Uno y otro, leucemia y cáncer, treinta y dos y cincuenta y cinco años, son parte del legado de la Era Rock.